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LA IGLESIA

Raniero Cantalamessa

Hay un género literario poético que se llama "epitalamio" y sirve para cantar y celebrar
una boda muy especial. También la Biblia contiene epitalamios, es decir, cantos
nupciales. En el Antiguo Testamento hay un Salmo (44) que se llama precisamente
"Epitalamio real" y comienza con estas palabras:
"Me brota del corazón un poema bello, recito mis versos a un Rey". Sigue a
continuación el elogio del esposo y de la esposa. Del esposo se dice: "Eres el más
bello de los hombres" (en el esposo se admira sobre todo la fuerza y la audacia, y por
eso se dice de este esposo que sus flechas afiladas dan en el corazón de los
enemigos del Rey. En cuanto a la esposa, se le dice: "Escucha, hija, y mira, presta
oído, olvida tu pueblo y la casa paterna, prendado está el Rey de tu belleza".
Cualquiera que haya sido el motivo concreto que dio origen a este Salmo, sabemos
que se trata de un símbolo de las nupcias o alianza entre Dios y su pueblo.
También el Nuevo Testamento contiene un epitalamio, no lleva este título pero de
todas maneras es un canto nupcial, y ¡qué clase de canto nupcial! Es la carta a los
Efesios, es el canto para las bodas de Cristo y de la Iglesia. Aquellas bodas cuya
figura estaba contenida en el salmo que acabamos de recordar.
De este epitalamio es del que precisamente quiero hablarles. Pero no solo hablar,
¿es posible hablar de una canción? no, una canción está hecha para ser cantada. Y
yo quiero cantar esta canción, este epitalamio, el epitalamio de Cristo y de la Iglesia,
junto a vosotros. Uno mi voz a la de Pablo, el amigo del Esposo, que ha sabido penetrar
en el misterio de estas nupcias y lo ha manifestado a los siglos venideros. Él estaba
tan asombrado y confundido con este honor recibido, que decía:
"A mí, que soy el último de todos los santos, se me ha concedido esta gracia, y la gracia
es la de hacer resplandecer ante los ojos de todos el misterio escondido desde hace
siglos en la mente de Dios, a saber: el misterio de la Iglesia".

Después de haber escuchado este canto del amigo del Esposo, que es la carta a los
Efesios, yo quisiera que no nos quedáramos con unas cuantas nociones más acerca
de la Iglesia, con un conocimiento mejor de la Esposa, cosa que ya sería magnífica,
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sino que tuviéramos un amor más grande por Ella. Pidamos al Espíritu Santo que
nos conceda en este retiro enamorarnos de la Iglesia, retirarnos con los ojos
colmados por el esplendor de la Esposa y cambiar si es necesario la actitud de
nuestro corazón, reconciliarnos tal vez con la Iglesia. A Dios sólo le agradan
aquellos a quienes les agrada la Iglesia. No se puede aceptar al Esposo sin la
Esposa. Dios dice a la Iglesia “Te amé con amor eterno”, ella es la hija de Sión
simbolizada en María.

Comencemos la lectura del epitalamio que es la carta a los Efesios por algunos
versículos del capítulo segundo:

"Por tanto, ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino ciudadanos de los santos y


familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas con Cristo
Jesús como piedra angular. Por obra suya la construcción se va levantando compacta
para formar un templo consagrado por el Señor. Y también por obra suya, vosotros vais
entrando con los demás en esa construcción para formar por el Espíritu una
morada para Dios".
En este pasaje, la Iglesia es presentada con la imagen de un edificio, una construcción
bien ordenada. Por lo tanto, la primera imagen es la de un edificio. La Iglesia es un
gran templo de Dios formado por muchísimos pequeños templos de Dios que somos
nosotros.
Hay otro pasaje de la Escritura que nos ayuda a profundizar este concepto de la Iglesia
como un edificio, un templo. Leemos en la primera carta de Pedro:

"Al acercarse a Él, piedra viva desechada por los hombres pero elegida y digna de
honor a los ojos de Dios, también vosotros como piedras vivas vais entrando en la
construcción del templo espiritual formando un sacerdocio santo destinado a ofrecer
sacrificios espirituales que acepta Dios por Jesucristo".
También esta mañana el tema de nuestra meditación ha sido preanunciado en una
profecía: las piedras vivas. Prácticamente intervienen los mismos conceptos y las mismas
palabras: hay una piedra angular o piedra viva, que es Cristo muerto y resucitado y
sobre ella una gran cantidad de piedras vivas que son los bautizados, puestas una junto
a la otra, una sobre otra, para formar un edificio espiritual, es decir, un edificio que es
templo del Espíritu Santo. Esto significa edificio espiritual, no algo general... el edificio
espiritual es el edificio que es templo del Espíritu Santo. Nosotros estamos escondidos
entre las paredes de esta construcción que es la Iglesia, como piedras vivas. Esta es
nuestra verdadera identidad a los ojos de Dios. Dios nos ve como pequeñas piedras
vivas, juntas a la Piedra Viva angular, que es Cristo.
Así pues, la Iglesia se presenta a nosotros en la Palabra de Dios como un edificio.
Ahora, sabemos que para darnos cuenta de cómo está construido un determinado
edificio, se puede proceder de dos maneras, se pueden seguir dos puntos de vista: se le
puede contemplar, vamos a suponer, en sección vertical, recorriendo con la mirada
desde abajo hasta arriba a través de los diversos pisos, o también en sección horizontal,
escogiendo un piso del edificio y estudiando en él todos los elementos: las paredes, las
divisiones, las piezas grandes y pequeñas, etc.
La primera manera nos sirve para darnos cuenta de cómo fue construido el edificio,
cómo surgió en el tiempo. La segunda manera nos sirve para saber cómo está
compuesto y adaptado a las exigencias de la vida. Queremos lanzarnos al
descubrimiento de la Iglesia siguiendo ambos caminos. En primer lugar, tratamos de
ver de qué forma se ha venido construyendo la Iglesia en la Historia de la Salvación;
estudiaremos la formación de la Iglesia, y en seguida, cambiando el ángulo de
perspectiva, pondremos la mirada en uno de sus pisos, el piso en el que vivimos
nosotros en la actualidad hoy, para así conocer las diversas mansiones y carismas de la

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Iglesia, es decir, estudiaremos después de la formación de la Iglesia la composición de


la Iglesia.
Cuando se quiere construir un edificio que ha de ser el orgullo de una ciudad, se hace
una maqueta en la que pueda contemplarse anticipadamente la totalidad de la obra de
arte, estudiar sus proporciones, dar a los ciudadanos una idea de la belleza del edificio
futuro y así estimularlos en lo que se va a emprender. La maqueta no se hace de
mármol, sino de material provisional, plástico o yeso, ya que una vez terminada la obra
de arte no se utilizará más. Pues bien, también el Señor Dios ha hecho una maqueta
de esta construcción que es la Iglesia para mostrar por anticipado su plan y para que
cuando estuviera construida pudiera acudirse a ver la maqueta y apreciar cómo todo
estaba previsto y darse también cuenta de cómo la realidad es todavía más bella que la
maqueta, que la figura. La maqueta de la Iglesia es el Antiguo Testamento, el antiguo
pueblo, la antigua alianza, sin nada quitar con esto al valor que el Antiguo Testamento y
antiguo pueblo tienen por sí mismos hoy todavía. Todo lo que tuvo lugar desde
Abraham hasta Juan Bautista era un boceto, una maqueta, una figura de la Iglesia.
En esta forma debemos nosotros leer el Antiguo Testamento. Esto es lo que le da un
valor perenne a los ojos de los cristianos. La alianza con Abraham, el sacrificio Isaac, la
historia de Jacob que hemos escuchado estos días, la Pascua, la Ley en el Sinaí... eran
prefiguraciones del sacrificio nuevo, eterno, del Hijo, de la Pascua de Cristo, de la nueva
Ley escrita en los corazones. La Liturgia nos invita a leer estos hechos del Antiguo
Testamento porque nos ayudan a entender la realidad que vivimos ahora en la Iglesia.
Por ejemplo, Jacob vio una escalera y por ella subían y bajaban los ángeles de Dios,
bien, pero esto adquiere una importancia eterna el día que Jesús dijo en el Evangelio de
Juan: "Veréis abrirse el cielo y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo
del hombre", esto significa que la visión de Jacob era una maqueta de lo que iba a
suceder con Cristo. La lucha de Jacob..., Jacob y Jesús ambos luchan con Dios,
ambos de noche, al otro lado de un torrente... Pero, ¿por qué lucha Jacob? Jacob lucha
para hacer que Dios haga su voluntad, para que Dios se someta a su voluntad, le dé el
nombre, le dé abundancia, una mujer... Y, ¿por qué lucha Jesús con Dios? No para
someter a Dios a su voluntad, sino para someter su voluntad humana a la de Dios. Y
así se ve cómo la realidad corresponde a la realidad, pero la realidad la supera
infinitamente. Esto es lo que se llama la lectura espiritual del Antiguo Testamento, leer
todo en vista de Cristo.
Y ahora acerquémonos a la obra realizada, a la Iglesia. Al comienzo de su epitalamio
que es la epístola a los Efesios, San Pablo nos dice que la Iglesia es obra de tres
artistas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Padre es el que antes de la Creación del
mundo, por pura iniciativa suya, concibió la totalidad del esbozo, de recapitular en Cristo
todas las cosas, o sea, de crear la Iglesia. El Padre, valga la palabra, es el proyectista
que elabora el plano. El Hijo es el que ha realizado en la plenitud de los tiempos el
proyecto del Padre; a Él le ha tocado sobre todo desmontar el terreno, derribar todos los
muros de separación que había en el sitio donde había de levantarse el edificio de la
Iglesia; había muros, el muro del pecado, el muro de la muerte... todos estos muros han
sido derribados por Cristo. Jesús ha reunido las piedras desparramadas, los hijos de
Dios que estaban dispersos, dice Juan, colocándoles en el edificio. El Espíritu Santo es
el que ha ungido o consagrado el edificio ya construido, completo. "El es el sello", dice
Pablo, el sello. Y ha convertido este edificio en un templo vivo; solamente la
presencia, la consagración, el sello del Espíritu Santo hace de la Iglesia, del Cuerpo de
Cristo, un templo vivo.
También la Constitución conciliar sobre la Iglesia "Lumen Gentium" sigue este
esquema al presentarnos el misterio de la Iglesia. Trata, en efecto, en tres párrafos
sucesivos, del designio salvífico universal del Padre, la misión y obra del Hijo y el
Espíritu santificador de la Iglesia. Y como conclusión a todo, emplea una frase tomada
de San Cipriano, un Padre del siglo II, que dice: "Así la Iglesia universal se
presenta como un pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".

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Tertuliano, otro Padre escritor eclesiástico de la misma época, decía que: "la Iglesia es el
Cuerpo de los tres, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". A San Ambrosio
le gusta llamar a la Iglesia "Templum trinitatis" y esta frase significa dos cosas: que la
Iglesia es el templo en el que habita la Trinidad y que es el templo construido por la
Trinidad. Así, toda la Trinidad ha cooperado en la construcción de la Iglesia, ésta es la
obra de Dios por excelencia. Dios creó el cielo y la tierra, creó este universo cuya
profundidad inconmensurable vamos descubriendo cada vez mejor, pero el objetivo de
Dios no era este universo de millones y millones de años luz, era la Iglesia. Orígenes
llama a la Iglesia "el cosmos del cosmos", es decir, "el adorno del mundo", porque
cosmos significa adorno (todos saben lo que es la cosmética). La Iglesia es el adorno
del mundo por ser luz del mundo y porque Cristo, la luz primera del mundo, ha venido a
ser el adorno de la Iglesia.
Ahora, a continuación, pasamos a considerar la Iglesia desde el otro punto de vista,
ya no cómo se formó a través de los siglos, sino cómo es hoy, así cómo está en
su fase definitiva. La diferencia entre los dos puntos de vista puede aclararse con un
ejemplo tomado del lenguaje musical. En música, existe la escala diacrónica y existe
la escala sincrónica. La escala sincrónica significa la escala en que se escuchan las notas
unas junto a las otras y diacrónicas significa cuando se escuchan las notas una tras de
la otra. En otras palabras, existe en música la "melodía" y la "armonía". La melodía se
tiene cuando las notas se suceden una tras otra, ya sean bajas o sean altas, a veces
lentas o rápidas... de tal manera que forman un canto, un "aria". Así, lo que hemos
visto hasta aquí era como la "melodía de la Iglesia", el Éxodo, la Pascua, la Alianza,
antes en figura (maqueta), después en la realidad, son diversas notas de esta melodía
verdaderamente celeste que es la Historia de la Salvación. Pero hay otra manera, decía,
de escuchar la música y es escuchar todas las notas de una sola vez, las notas
fundamentales que forman un tono, un acorde, con el fin de percibir su armonía y su
consonancia. Cuando un pianista excelente coloca sus diez dedos en el teclado
tocando todas y sólo las notas convenientes que él conoce bien, se produce entonces
un acorde tan poderoso y armonioso que parece tal vez arrancar el corazón. Así
nosotros debemos también escuchar el acorde de la Iglesia, la maravillosa armonía
de todas las partes.

Sin embargo sólo podrá escuchar esta armonía quien se encuentre dentro de ella, el
que forme parte integrante de este acorde.
Los que están fuera, no. Y al decir "los que están fuera" no hablo solamente de los no
bautizados, sino que hablo de todos los que están fuera con el corazón, los que no
aman a la Iglesia y la ven con indiferencia; éstos nunca escucharán la armonía, más
aún, creerán estar percibiendo un puro desacorde, no un acorde.
El salmo epitalamio que mencionamos al principio, en determinado versículo dice de la
Esposa estas palabras: "La hija del Rey está llena de esplendor". En la versión
antigua, que se llamaba la Vulgata, esta frase sonaba de un modo algo diferente:
"Toda la belleza de la hija del Rey está en su interior", todo el esplendor de la Iglesia
viene del interior.
Y los Padres de la Iglesia se apoyaban en esta afirmación para decir que "toda la
belleza de la Iglesia es desde dentro, es interior y, por consiguiente, sólo puede ser vista
por el que está adentro de la Iglesia". Esto me hace pensar en otra imagen
relacionada con el templo material, se trata de la imagen de las vidrieras de una
Catedral. Las catedrales, sobre todo las góticas, tienen maravillosas vidrieras y
encima de la fachada un rosetón bien adornado con historias de la Biblia. Si uno mira
una vidriera de una catedral desde fuera, desde la calle, como hice yo en una
ocasión visitando una catedral, no ve más que una aglomeración de vidrios oscuros,
feos, unidos con tiras de plomo o aluminio. Pero, si uno después entra en la catedral
y mira esas mismas vidrieras desde dentro, a contraluz, contra la luz de la fe, entonces
aparece ante los ojos un espectáculo de colores, de formas y de figuras.

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La belleza de la Iglesia es así, el que vive el misterio de la Iglesia comprende y ve toda


una armonía de cosas, de propósitos y de misterios..., todo ello a pesar de tantas
sombras humanas, pero el que la viera desde fuera, de la calle, no comprenderá nada,
verá sólo el lado oscuro de la vidriera, verá en la Iglesia sólo pecados, incoherencias,
política, o en el mejor de los casos, cultura y estética y nada más. Nosotros queremos
ver la vidriera desde el interior.
Volvamos, por tanto, a escuchar al amigo del Esposo, que es el apóstol Pablo. Capítulo
cuarto de la carta a los Efesios:

"En consecuencia, un favor os pido yo, el prisionero por el Señor. Que viváis a la altura
del llamamiento que habéis recibido, sed de lo más humilde y sencillo, sed pacientes y
soportaos unos a otros con amor, esforzaos por mantener la unidad que crea el Espíritu,
estrechándola con el vínculo de la paz".
Hasta aquí es una especie de introducción, un favor pedido a las piedras vivas, para que
se porten bien, en paz, bien unidas entre sí; soportándose unos a otros, es decir,
literalmente llevando cada una el peso de las otras, como hacen las piedras, sosteniendo
con gusto a las que están arriba de ti, así como las piedras de abajo te están
sosteniendo a ti. En seguida, pasa el apóstol a hablar del objeto en sí, es decir, de la
Iglesia, de un desarrollo podríamos decir "moral" se pasa al "dogmático". Dice:
"Hay un sólo cuerpo y un sólo Espíritu, como una es también la esperanza que os abrió su
llamamiento. Un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, que está
sobre todos, entre todos y en todos."
Hay una expresión que se repite con ritmo de martillo en toda esta parte, la expresión
"un sólo, uno solo", un sólo cuerpo, un sólo Espíritu, una sola esperanza. En este
momento, sin embargo, dicha expresión desaparece y deja el lugar a otras expresiones
de significado opuesto que indican distinción, no identidad: "cada uno, algunos,
otros", escuchamos:
"Pero, cada uno hemos recibido el don en la medida en que Cristo nos lo dio. Fue Él
quien dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a
otros como pastores y maestros, con el fin de equipar a los santos para la tarea del
servicio para construir el Cuerpo de Cristo hasta que todos, sin excepción, alcancemos
la unidad que es fruto de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, la edad adulta, el
desarrollo que corresponde al complemento de Cristo".
Se trata de un texto muy denso. Si lo entendemos, podemos decir que hemos
comprendido lo esencial del tratado teológico sobre la Iglesia.
Las dos palabras claves que hemos hecho notar nos deben servir de guía para
distinguir los dos planos o aspectos constitutivos del misterio de la Iglesia que el apóstol
quiere poner en claro. El primer plano, el que se caracteriza por la expresión "uno solo"
es el plano de la unidad o de la comunión (Koinonía). El segundo, el que se
caracteriza por las palabras "algunos, otros" es el plano de la diversidad o de la
jerarquía. Lo que es común a todos es el hecho de constituir un cuerpo, de tener un
sólo Espíritu, una sola esperanza, una sola fe y un sólo Bautismo, además, por supuesto,
de un sólo Dios Padre y un sólo Señor Jesucristo.
En otro texto, el apóstol dice que "todos nosotros hemos sido bautizados en un sólo
Espíritu, para formar un sólo Cuerpo". Lo esencial, por lo tanto, está incluido en las "dos
expresiones "un sólo Cuerpo" y "un sólo Espíritu".
La imagen del edificio ha dejado aquí el lugar a una más humana: la del cuerpo. La
Iglesia nos está presentada ahora no más como una construcción de piedras, un edificio,
sino como un cuerpo vivo. La Iglesia es un cuerpo, es decir, un organismo vivo; más

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aún, un cuerpo bien compacto y unido. Este cuerpo tiene una sola alma, no es un
cuerpo muerto, inerte, y esta alma es el Espíritu Santo. San Agustín y después de él toda
la tradición de la Iglesia hasta el Vaticano II lo afirma:
"¿Acaso mi cuerpo puede ser animado por tu espíritu o tu cuerpo por mi espíritu? No.
Cada cuerpo está animado por su propio espíritu, por lo cual, el Cuerpo de Cristo que es
la Iglesia no puede estar animado si no es por el Espíritu de Cristo que es el Espíritu
Santo".
De la misma manera que en el organismo humano, el más pequeño movimiento se
realiza en virtud del alma, porque mi cerebro manda a la mano moverse, en virtud del
alma determina y sin el alma sería un cuerpo inerte, así también la Iglesia sin el Espíritu
Santo sería un simple cadáver, una mera organización humana. Cada movimiento
espiritual se hace posible por el Espíritu Santo. San Pablo se atreve a decir que sin Él,
ni siquiera seríamos capaces de decir "Jesús es el Señor". Sin contar con el
Espíritu Santo, el que clama "Abba" clama al vacío, porque solamente el Espíritu del
Hijo puede proferir ese grito: "Abba".
... “esperando en una ciudad costera la venida de la Esposa que viene por mar de otro
reino”... También Jesús espera en el puerto tranquilo de su Reino eterno la llegada de la
Esposa que llega desde el tiempo, para presentarla al Padre e introducirla a las nupcias
eternas. La esperanza es la vela que impulsa a la barca de la Esposa en su viaje
terreno. Para entonces el edificio se convertirá de terreno en celeste, el cuerpo se
convertirá de mortal en inmortal, como Cristo, el luto se convertirá en alegría y será el
banquete de las bodas del Cordero.
Lo dicho hasta aquí era la Koinonía, la Comunión, el Reino de la unidad. En todo lo que
hemos expuesto no hay discriminación entre los bautizados, las mismas cosas
idénticas para todos, el Papa ha recibido el mismo Bautismo que el último cristiano, él
recibe cada día la misma Eucaristía que el último cristiano, es la misma. Estamos
bautizados todos en un mismo Espíritu para formar un sólo Cuerpo.
No queramos ver toda esta unidad fundamental como una mera teoría, una tesis
teológica, sino como con una especie de sensación, hemos de sentirnos unidos, vivir la
experiencia de que formamos un solo cuerpo, por lo tanto, cuando ofendemos a un
hermano o a una hermana tenemos que sentir que estamos ofendiendo a nosotros
mismos, porque son nuestros miembros y somos miembros los unos para con los otros.
¿Tenemos esta impresión nosotros cuando ofendemos a un hermano, que nos
estamos ofendiendo a nosotros mismos?
Ya podemos pasar al segundo plano, el de la diversidad. Pablo dice que el cuerpo
de la Iglesia es un "cuerpo bien compacto", pero además "articulado" gracias a sus
ligamentos que le hacen apto para realizar movimientos diversos, para desempeñar
diversas funciones, "con el fin de ser edificado en la caridad". Si todo fuera igual para
todos, la Iglesia sería un terrible aburrimiento; un bloque estático y monolítico no es
capaz de movimiento alguno. ¿Qué sería, siguiendo con la imagen de la construcción,
un edificio cuadrado cúbicamente, sin ningún friso, sin ningún frente, sin variedad
alguna en el color, sin tener siquiera ventanas ni arcos ni nada...
En esto vemos por qué el Padre de las misericordias concibió a la Iglesia "una" pero a la
vez tan "diversificada", con tantas piedras diferentes, con tantos frisos; cada uno de
nosotros somos un friso de la Iglesia. De esta forma, no solamente es consistente, sino
también bella, rica, diversificada... En el famoso salmo del epitalamio real dice que "la
Esposa tiene por vestido perlas y brocados". Todavía la versión Vulgata hablaba aquí de
"vestido abigarrado", refiriéndose a la variedad de los carismas y de los ministerios. "Él ha
constituido a unos como apóstoles, a otros como pastores, a otros como profetas" para
disponer a los hermanos para llevar a cabo su ministerio.

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La diversidad de los carismas es, por consiguiente, en vistas al ministerio, es decir, al


servicio de la Diakonía. En otro texto, 1ª carta a los Corintios, el apóstol alarga la
enumeración de estos carismas o frisos de la Esposa; podemos decir que son
inagotables, pues son precisamente manifestaciones parciales de la energía y de la
riqueza infinita del Espíritu Santo que la Iglesia tiene en su interior.
Hemos tratado de entender la composición de la Iglesia, primero la formación de la
Iglesia a través de los siglos, después la Iglesia compuesta de unidad y diversidad
(dos planos). Son muchos los elementos que en ella hemos encontrado, pero éstos no
están yuxtapuestos, sino que se hallan estrechamente unidos gracias a la fuerza
grandiosa del cemento que es el Espíritu Santo. El alma es lo que mantiene unido
todo el conjunto de nuestro cuerpo y de la misma forma el Espíritu es quien mantiene
unidas todas las partes en la Iglesia.
Ahora, nos disponemos a escuchar los compases finales del epitalamio mencionado
antes, la carta a los Efesios: A estas alturas las bodas de Cristo y de la Iglesia son
consideradas abiertamente con el lente de su signo visible que es el amor del hombre y
de la mujer.

"Maridos, escribe San Pablo, amad a vuestras mujeres igual que Cristo amó a la Iglesia
entregándose por ella." Quiso así consagrarla con su Palabra lavándola en el baño
del agua para prepararse una Iglesia radiante, sin mancha ni arruga, ni nada parecido,
una Iglesia santa, inmaculada.
En este texto, San Pablo hace alusión a un ritual de bodas que se usaba en la
antigüedad. El día anterior a la boda, la esposa se sometía en la antigüedad a un baño
de agua sagrada al que llamaban "baño nupcial" y constituía una especie de rito de
iniciación para el matrimonio.
"Así también la Iglesia, Esposa de Cristo, dice el apóstol, ha pasado por su baño nupcial, el
baño de agua y sangre que brotó de la cruz y que se prolonga en el baño bautismal.
Nadie ha odiado nunca a su propio cuerpo, al contrario, lo alimenta y lo cuida, como
hace Cristo con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por eso, dejará el
hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser para
toda la vida."
Aquí la Iglesia ya no es solamente una construcción, un edificio; ya no es ni siquiera un
cuerpo, es una Esposa y de Ella se ha enamorado nada menos que el Hijo de Dios.
De Ella hablaba Él por anticipado en el Cantar de los Cantares, cuando decía:

"¡Cómo eres bella, amiga mía, cómo eres bella!".


Todo lo de Ella le agrada, todo le parece maravilloso, hasta las cosas que Ella
toca.
Con esto, San Pablo nos ha introducido en un clima diverso, nuevo, en relación a la
primera parte de su epitalamio. Lo que sigue ya no será descubrir la historia o la
estructura de la Iglesia, se trata de descubrir o apropiarnos de los sentimientos de
Jesús para con la Iglesia. Lo que ahora nos toca es amar a la Iglesia. "Y tú, Espíritu
Santo, alma de la Iglesia, Tú que en el Jordán ungiste con aceite de alegría al
Esposo para el día de sus bodas con la Iglesia, ven ahora entre nosotros y revélanos
el gran secreto del amor de Cristo por su Iglesia. ¡Ven y ayúdanos a enamorarnos de
la Iglesia!"
Cristo amó, pues, a la Iglesia hasta entregarse a Sí mismo, es decir, hasta morir por ella.
En la cruz, la "nueva Eva" salió del costado del "nuevo Adán" adormecido en el

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éxtasis de la muerte, decían los Padres, y los dos se han hecho una sola carne. Nadie
tiene odio por su propio cuerpo, mucho menos Jesús, exclama el apóstol, entonces
¿por qué te atreves a decir, hermano, "Dios sí, Cristo sí, pero la Iglesia no?". ¿Por
qué levantas tu dedo acusador contra tu Madre diciéndola "la Iglesia se equivoca en
esto y en esto otro, la Iglesia debería decir... la Iglesia debería hacer...? ¿Quién eres tú
que te atreves a levantar el dedo contra mi Esposa que amo tanto?, dice Cristo.

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