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0:iag ote {Bstructuras clinicas i y psicoandlisis ee Dor rrortu editores unos Airs - Madrid ‘Biblioteca de psicologia y psicosndtisis ‘Dirwotres: Jonge Celapito y David Maldavsky ‘Structure et einigue peychonalytique Joel Dor {© Soll Dor, 189. ‘Traducsns Victor Coatatn Primera edicén on casino, 2000; primera rekmpresidn, 2006 ‘©Tios os derechos de a edicin on eastoliano reservade pir ‘Amero ediores S.A, Paraguay 1225, 7 piso CLOSTAAS Buenos Aires ‘Amorrortu ediores Rspafia SL, OfSan Andrés; 28- 28004 Madrid wrweamorrortveditores.com Laepredosin total aril tlio nr tino moliiada por ulterior, ele o inform, inhyends to Sop, riba, dgilisacinooalgir sistema de anacenienay fexuperecin dente, oo autvisnd por editors, vila ee Sonrserad ‘Queda hecho el dopésito que previene la ey n° 11.728. Induetria argentina, Made in Argentina ISBN-10: 950-518-0810 ISBNS: 978.950.518.061 Dor, Joel ‘Betructuras clinics y péicoandlisis, - 3° ai; 1° relmp. - Buenos ‘Aires Amarrort, 2006. ‘T16p.; 24x14 et (Biblioteen de pleologtay palcoanslisis/ rigid por Jorge Colazintoy David Maldaveky) ‘Traducedn de: Victor Goldstein ISBN 950-516-0810 4, Paiconnlisis, 1. Goldstein, Vitor, trad. italo ‘cop 150.196 Tropreso en los Talleres Graficos Color Bf, Paso 192, Avellaneda, pro- vincia de Buenos Aires, en diciembre de 2005, ‘Tinda de esta edielén: 1.500 eeinplares. i ie issn wut Prefacio Introduceién Primera parte. Diagnéstico y estructitrti 1. La noeién de diagnéstico én psicoandlisis 2, Sintomas, diagnésticos y-rasgos estructurales 8. La funeién paterna y las estructuras pstquicas Segunda parte. La estructura perversa 4, El panto de vista freudiano sobre las perversiones 5. El punto de anclaje de las perversiones 6. Diagnéstico diferencial entre las perversiones, la histeria y la neurosis obsesiva 7. El perverso y la ley del padre 8, La madre fillica 9, Nuevo diagnéstico diferencial entre las estructuras neuréticas y las perversiones Tercera parte. La estructura histérica 10. Estructura histérica y l6gica faliea 11. Los rasgos de la estructura histérica 12. La mujer histérica y su relacién con el sexo m8 121 127 129 138 141 149 155 159 18, La histeria masculina 14, La relacién con el sexo en él histérico masculino Cuarta parte, La estructura obsesiva 16. La problemstica obsesiva 16. Los Fasgos de la estructura obsesiva 17. El obsesivo, la pérdida y la ley del padre 18, Bl obsesivo y sus-objetes amorosos Bibliografia de las obras citadas Bibliogratia de referencia Prefacio El texto! que sigue corresponde, en su contenido, al ‘curso propuesta a los alurtinos de emaestria» del Insti {to de Psicologia de la Universidad Federal de Rio de ‘Agradezco infinitamiente a Luis Alfredo Garcia Roza, Teresa Pinheiro y sus colegas? por haberme hhe- =, cho el honor de confiarme esa actividad de ensefianiza, ""sabiendo que se presentaba desde el odmienzo en con- “diciones que, a peticién de los docentes brasilefios, -resultaban seguramente cémodas para mf, pero que E planteaba tal ver dificultades para los estudiantes que “f° “escogieron asistir a ella, De hecho, se habia decidido ‘presentar el contenido de dicha ensefianza integramen- te en lengua francesa. Esta propuesta me resulté par- ‘expresarme en porhugués y que entendia dirigirme » Sun pablico con notable dominio de mi propia lengua. 5). Por afiadidura, debo reconocer que me vi enfrentado ‘un auditorio particularmente alerta, muy bien prepa- rado para las difcultades que suponia la transmision a de articulaciones te6ricas y clinicas caya formulacién gen francés era ya suthamente ardua. =» Lacogida célida e intelectualmente rigurosa que se ‘E-vbrinds a esta ensefianza confirma mi sensacién de aber logrado transmitir lo esencial de su contenido. Si +} Aungue se trata de la organizacién escrita de una enseflanza, ‘onservé ciertas cldusulas de estilo que recuerdan y recogen el ~ perfil dele alocucién original, 2 Joal Birman, Anna Carolina Lo Bianco Clementino, Vera Lucia | ‘Silvia Lopes. ‘ hiciera falta una pnieba, alli estarian los méltiples pe- didos que se me hicieron de dejar la huella sustancial de miis intervenciones a disposicién no sélo de la Uni- versidad Federal de Rio de Janeiro, sino también de los estudiantes que conocfen ella. Les agiadezco profunda- mente. ‘Reciba mi especial reconocimiento Carmen Myriam da Poian por haber sabido presentir el interés de tales pedidos y, durante mi reciente estada-en Rio, haberme pertnitido concluir én ios mejores plazos, ante las edi- ciones Taurus, la soluci6n editorial que convenfa ai esa expectativa. Hago extensive éste agradecimiento a Georges Bastos. Paris, Diciembre de 1990 10 A titulo introductotio, me gustarfa puntualizar algu- = nas de las razories que me condujeron a organizar la i. tama de esta enséfianza alrededor del tema «Bstructu- yas elinicas y psicoandlisis». En primer lugar, me interesa subrayar que se trata 2 de una aproximacién psicoanalitiea organizada segtin «tla perspectiva sintética, que eref poder definir en tor- O. tio de Ja nocién de «diagndstico», Sin duda alguna, la cuestiGn del diagnéstico nos-re- ,, mite directamente ala dimensién de un «obstdculo téc- a “nico» en-el campo del ineonsciente, desde él momento | ba que el clinico debe enfrentar, con la urgencia consa- hpida, los azares de la préctica. Se trata, ante-todo, de una dificultad de docaliza- ‘on», término utilizado, como se sabe, en una acepeién. ‘asi exclusivamente topogréfica. Localizacién que, en ‘este nivel, se convierte en una regla, confrontado como “estd el analista con ciértas confusiones én los indicado- clinicos que; en ocasiones, hasta pueden parecer ‘inexistentes. ‘Con seguridad, no hay un expediente radical para = “Sortear esta dificultad. Todos sabemos que, en gran me- “dda, depende de un tiempo inevitable de adquisicién : do experiencia, Asimismo, depende también de las En este breve estudio, Freud nos ofrece una ilustra- ci6n brillante de la prudencia que debemos tener en ‘euainto al diagnéstico, y de los peligros que resultan de tuna intervencién basada en la causalidad logica vigen- te en el catnpo médica, Nos muestra, principalmente,* hasta qué punto la «interpretacién salvaje» se apoya siempre en una racionalizacién causalista precipitada y fundada en un proceder hipotético-deductivo desde- oso de la distancia que separa el decir de lo dicho. El acto psicoanalitico no puede apoyarse abrupta- mente en laidentificacién diagnéstica como tal, Una in- terpretacién psicoanalitica no puede constituirse, en su aplicacién, como tina lisa y liana consecuencia légica de un diagnéstico. Si asf fuera, podriamos disponer de tra- tados de terapia analitica comparables a los que ut 2an, en sus respectivos campos, todas las disciplinas miédicas. ‘Asf, la sagacidad precot de Freud nos permite ex traer algunas ensefianzas preliminares en cuanto @ ests problema del diagnéstico, °- La primera de estas ensefianzas consiste ya en po- ner de manifiesto la dimensién potencial del diagnésti- co. En la élinica analitica, el acto diagnéstico es por fuerza, al comienzo, un acto deliberadamente planiea- doen suspento y consagrado a un devenir. Resulta casi imposible determinar con seguridad una evaluaaién dicgnéstica sin el apoyo de cierto tiempo de andlisis. Sin embargo, es preciso determinar lo més pronto posi- ble una posicién diagnéstica para decidir la orientacién dela cura. ‘La segunda ensefianza responde al hecho mismo de esa potencialidad. Puesto que se trata de una evalua- 8VéaseS, Freud, «A propos dela psychanalyse dite sauvage», en ‘La technique psychanalytique, Paris: PUR, 1975, pags. 36-42. [Sobre el psicoandlisis “silvestre”, en AE, vol. 11, 1979.] “Ibid, véanse sobre todo page. 37-9. 18 “Es: cién diagnéstica destinada al devenir de una confirma- cién, esa potericialidad suspende, al menos por un tiem: ‘po, la puesta en acto de una intervencién con valor di- rectamente terapéutico. . ‘ace ‘La,tereera ensefianza, que résulta de las dos prece: 22° dentes, insiste en el tiempo nevesario que es preciso ob- servar antes de toda decisién:o propuésta de ‘tratamien- to. Es el tiempo dedieado a lo que habitualmente llama- mos «entrevista preliminar» o.incluso, para recoger la {i tupresiOnfroidiana: cl tratanilento de prucba»® ‘Por més que sea un tiempo de.observacién, este. SE tiempo preliminar, desde su inicio, se encuentra ins- 43 exipto en el dispositiyo analitieo: o ‘>. , dBste ensayo preliminar constituye ya, sin embargo, el 8 eomienzo de un andlisis y debe ajustarse a las reglas, que lo rigen: la unica diferencia puede estar en que el > (#2. psicoanalista deja hablar sobre todo al paciente, sin S...ceomentar sus decires mds de lo absolutamente necesa- > rio para la prosecucién de su relato».* Asi, pues, desde un principio, Freud enfatiza la im- >. portancia del dispositivo de diseurso libre ya en las en- "> trevistas preliminares. De hecho, este es el punto fan- 8 VeaseS, Freud, «Ledébut dutraitements enLa technique pey- chanalytique, op. ct, pgs. 81-2. {Sabre le iniciacin del trata- ‘miento (Nuovos consijos sobre Ta técnica psicoanalitica, D>, en ‘AE, vol. 12, 1980) Bid, pig. 81. damental que sustenta el problema de la evaluacién diagnéstica, la que ha de cireunseribirse ms al «decir» del paciente que a los contenidos de su «dicho», De ello resulta una movilizacién imperativa dela escucha. Es- te tinieo instrumento de discriminaicién diagnéstica de- be tener prioridad sobre el saber nosogrdfico y sobre las racionalizaciones causalistas. ‘Maud Mahrioni consagré a estos temas.im exeelente ‘trabajo donde insiste en esta movilizacién inmediata de leescucha: «Por ello, la primera entrevista con el psicoanalista es ms reveladora én las distorsiones del discurso que en ‘su propio contenido».7 En general, los desarrollos que consagra Maud Mannoni a las primeras entrevistas ilustran de mane- ra harto pertinente esta problemidtica ambigua, pero inevitable, del diagnéstico en el campo del psicoandlisis tal como Freud, tempranamente, nos la sefiald. ™M. Mannoni, Le premier rendez-vous avec le peychanalyste, Paris: Denodl/Gonthier, 1965, pég. 164. 20 2. Sintomas, diagnésticos y rasgos estructurales En toda préctica clinica, es habitual tratar de esta- blecer correlaciones entre la especificidad de los sinta- mas y la identiffeacién de un diagnéstico, Felizmente, Jo’ éxitos terapéutieos dependen, en gran medida, dela existencia de'teles correlaciones. No obstante,'si ese dispositive causalista es eficaz, es porque el cuerpo res- ponde a1un proceso de funcionamiento élmismo regula- do segiin un principio idéntico, Exists cierto tipo de de- terminismo orgénico. Cuanto més profundo es el cono- cimiento de dicho determinismo, tanto més se multip! ‘ean la‘cantidad de correlaciones entze las eausas y los efectos, yestoredunda en una espetiicacién més afina- da de los diagnésticos. Si esto prindpio os uniformemente vélid on Jos d- ‘versos campos da la clinica médica, de ningyin mada Io es en el espacio de la clinica psi¢oanalitica. Esta dife- rencia debe ser acreditada al determinismo particular ‘que opera en el nivel de los procesos psiquicos, 0 sea, a la causatidad psiquica, que procede por otras vias. En gran medida, el éxito de la terapéutica médica queda supeditado a la regularidad, ala fijeza de las ocu- rrencias causales que intervienen en el nivel del cuer- po. En lo que concierne a'la causalidad psfquica, hay también determinismo, pero se trata de un determi- nismo psiquico que no obedece a tales lineas de regula- ridad. En otros términos, no existen acomodaciones stables entre la naturaleza de las causas y la de los, .efactos. No es entonces posible establecer previsiones, ‘como resulta habitual en las disciplinas biol6gicas y en particular médicas. En el campo ciéntifico, una previsién s6lo es admisi- ble ena medida en que se apoye en unaley. Ahora bien, una ley no es otra cosa que la explicacién objetiva y generalizable de vina articulacién estable entre causas y efectos, La causalidad psiquiea no es objeto de leyes, por lo menos en el sentido empirico y estricto que el tér- mino adoptaen las ciencias exactas. O, lo que es lo mis- ® mo, el psicoandlisis no es una ciencia,} pretisamente a causa de ésta ausencia de legalidad entre las causa y los efectos que, de antemano, invalida toda previsién estable. Por consiguiente, debemos partir de ese estado de cosas que nos inipone comprobar que rio hay inferencias ® estables entre las causas pstiquicas y los efectos sintom- ticos en la determinacién de un diagnéstico. Esta com- probacién es esencial, por Jo mismo que se inscribe en contra del funcionamiento habitual de nuestros proce- sos mentales. Pensamos esponténeamente en un orden, de racionalidades cartesiano que cominmente nés con- duce a estructurar nuestras explicaciones segiin Iineas de pensamiento sistematicamente causalistas, on el sentido del discurso de la ciencia. Recusar dicho orden de penscimiento regido por implicaciones légicas consti ‘tuye siempre, pues, un esfuerzo particular que es preci- 0 efectuar en el umbral del trabajo psicoanalitico.. Esto no quiere decir que tal articulacién no esté suje- ta a ciertas exigencias de rigor. No todo es posible al capricho de las fantasfas de cada cual. No todo es po- sible, so pretexto de que es preciso desprenderse de la racionalidad légica habitual. Subsiste una gufa, que es el bilo conductor que debe seguirse: el decir de aquel al que se escucha. Sélo en el decir es localizable algo de la 1 Consagré aeste problema la redacciéa de una obra: La-sciznti- ficité de la psychanalyse. Tomo I: Valiénation de la peychanalyse. ‘Tome Il: La paradoxalité instauratrice, Paris: Editions Universi- {aires, 1008, Puliacbn base en Aes Medias, juliode 22 _. estructiira del'sujéto. Ahora bien, para establécer un Giagnéstico debemos contar con la estructura. Las correlaciones que existen entre un sintoma y la identificacién diagnéstica suporien la puesta en acto de una cadena de procesos intrapsiquicos eintersubjetivos que dependen de la dindmiea del incensciente. Esta dindmica jams se desarrolla en el sentido de tuna im- iplicacién l6gica e inmodiata entre la naturaleza de-un sfntoma y Ja identificacién de Ja estructura del sujeto que manifiesta tal sintoma. Nuestro comocimiento ac- tual de estos procesos inconscientes invalida de ante- ‘mano tal posibilidad de relacién causal inmediata, Bas- ta observar cualquier aspecto del proceso inconséiente para advertir que no podemos esperarnada de un. de- terminismo semejante. Algunas ilustraciones elemen- tales permiten justificar este punto. * Recordemos los argumentos.desarrollados ‘por Freud a propésito del proceso primaria Con él, nos ve- mos remitidos al corazén mismo de la ligica desconeer ‘tante de los procesos inconscientes. Para no citar més que un aspecto, prestemos atencién per un instante a aguel «destino pulsional» que Freud denomina vuelta hacia la persona propia: «La vuelta hacia la persona propia se’¢eja comprender mejor en cuanto se considera que el masoquismo es pre- cisamente un sadismo vuelto sobre el yo propio, y que el exhibicionisme incluye el hecho de mirar el propio euer- po, La observacién analitica no deja ninguna duda so- bre este punto: el masoquista también goza del furor di- rigido sobre su propia persona, el exhibicionista com- parte el goce del que lo mira desnudarse».2 Resulta perfectamente claro que ¢l aleance dé un proceso de este tipo invalida ia idea de una relagion 29, Freud, sPulsions et destins des pulsionm, en Métapeycholo: agie, Paris: Gallimard, «Ides, n° 154, 1968, pég. 26. (sPulsiones: Aestinos de pulsion», en AB, vol. 14,1979.) é causal directa entre un diagnésticoy un sintoma, La ac. tividad sédica sintomatica supone esta légica contra- dictoria de la vuelta hacia la persona propia. Ahora bien, este proceso de vuelta no'pérmite aplicar una ex- plicacién causal inmediata: Avancenios mds en las consecuencias de esta obser- vacién. Supongamos que esta Iégica contradictoria sea una légioa estable en el nivel de los procesos inconscien- tes, Asi, imaginemos equivalencias fijas: masoquismo exhibicionismo ==== sadismo <=> voyeurisme im coando estas oquvalencias oesenesiabes, ello no nos permitiria deducir un diagnéstico seguro a tirde manifestaciones sintomaticas, Dehecho, ‘eidos los datos cotidianos de la experiencia clinica desmienten tal seguridad, _ Supongamos que él sintoma voyeurista implique 16- gicamente el exhibicionismo; por lo tanto, supongamos admitido que la «vuelta hacia la propia persona» consti- taye una ley fija. {Puede por ello deducirse um diagnés- tico de perversién a partir de la observacién deun sinto- ma como el exhibicionismo? _ Nada de eso. La ensefianza que extraemos de la elf- nica nos muestra que el componente «exhibicionista» puede estar también muy presente en la histeria. Baste como prueba la disposicién espectacular del «dado para ver» [edonné a voir] en los histéricos, Examinemos otro ejemplo: la actividad sintomatica del orden y del arreglo, En algunos sujetos, esta acti- vidad, que adopta proporciones inguietantes, se con- vierte en una cabal invalidez para actuar, Tradicional- mente, las investigaciones freudianas nos familiariza- ron con Ja idea de que esta particalaridad sintomética del comportamiento deberia ser acreditada al compo- nente erdtico anal, que es una disposicién constitutiva 24 “dela neurosis obsesiva, Freud lo explica en tres textos * fundamentales.® {Cabe concluir de estas explicaciones, Eee de tal sintoma, un diagnéstico de neurosis ob- “Es Sgosiva? En este punto debemos mostramos, una vez 2) mas, muy prudentes. La experiencia clinica nos mues- ‘tra regularmente la existencia activa de este’ sintoma ap encieres casos de histeria, De hecho, en algunas histé- 5/2 vieas, este sintoma encuentra su despliegue favorable, 2 especialmente en la administraci6n hogaretia. Bien sa- “2. pemos que se trata de un sintoma de «préstamo conyu- i> gal». Bn su tendencia a adelantarse al deseo del otro; “qa mujer puede tomar fécilmente en préstamo ese ”*. sintoma de su compafiero masculino obsesivo, gratias a- ‘un proceso de identifieacién histérica. : ‘Una vez més, este ejemplo muestra que no existe s0- ‘hiciéa de continuidad directa entre una cartograffa de sintomas y una clasificacién disgnéstica. Esta disconti- “.. muidad entre la observacién del sintoma yla evalluacién diagn6stica impone centrar el problema de una manera diferente, sobre todo a la luz de la especificidad de los procesos inconscientes, que no pueden ser objeto de ob- servacién directa sin exigir la participacién activa del paciente, es decir, una participacién de palabriis. ‘Encontramos as{ una de las prescripcionés freudia- nas fundamentales, emplazada en el imbral del edifi- cio analitico: «Bl suefio es la via regia que conduce al in- EE 88, Proud, véase 1") «Caractire et érotieme anal» (1908), en "RE Néurose, paychose et perversion, Paris: PUF, 1978, pags. 148-8 > (WCarseter y exotismo anal, en AB, vol. 9, 1979); 2) «La diaposi- “on bla névroee ebsessioaelle. Unecontribaton au probleme de Ge choiadeda neve (1918), pgs, 188.07 La prediosicion a la neurosis cboesiva. Contribucién al probloma de a cleceicn de neuresie, en AX, vol. 12, 1980] 5" «Sur les transpositions de pale sioae, plus particulltvement dans Vértisme anal» (191, en La vie seruls, Pie: PUR, 1959, pdgs. 106-12 (Sabre las traaposi- clones dea pulsién, en particular dl erotismo snals, en AB, vl 47,1978) Fe, conscienter. Pero esta preseripeién s6lo obtiene su efec- tividad én la medida en.que un sujeto se vea levado a proferir un «iscurso» a propésito de su suefio, La via regia es, precisamente, el discurso. Sin él, no podria existir decodificacién posible de la puesta en acto del in- constiente. Eneste aspecto, recordemos lgunas diréeciones de perisamiento formulades por Lacan desde la perspecti- va de su famoso «retorno a Freudy: «E incluso eémo un psicoanalista de hoy no se sentirfa egado a'eso, a tocar la palabra, cuando su experiencia recibe de ella su instrumento, su marco, su material y hasta‘el ruido de fondo de sus incertidumbres? »(., .) Bs toda la estructura del lenguaje lo que la ex- periencia psicoanalitica descubre en el inconsciente>.* Por otra parte, en-un texto de 1956: «Situacién de} psicoandlisis y formacién del psicoanalista ex 1956»,° Lacan:no dejaba de subrayar la incidencia dela palabra en a experiencia del inconsciente: «Para saber lo que ovtrte en el andlisis, hay que saber de dénde viene la palabra, Para saber lo que esa resis- tencia hay que saber loque sive de pantalla al adveni- miento dela palabra (.. .) por qué eludir las preguntas ‘que el inconsciente provoca? »Sila asociacion Hamada libre nos da acceso a él, Jes por tna liberacién que se compara a la de los automa- tismos neurolégicos? 45, Lacan, «instance de la lettre dans Finconscient ou la raison depuis Freads (1957), en Berits, Paris: Seuil, 1966, pags. 494-5. [La instancia de la letra en el inconsciente o la razén desde Freud>, Becritos 2, México: Siglo veintiuno, 1976) SJ. Lacan, «Situation de la paychanalyse et formation du psy chanalyste en 1856», bid. pégs. 458-91. (Situacién del paicoans- _y formacién del psicoanalista en 1956s, en Escritos 1, México: Siglo veintiuno, 1975.) 26 »Silas pulsiones que se descubren en él son del nivel diencefélico, o aun del rinencéfalo, zebmo coneebir que se estructuren en términos de lenguaje? Pues desde el origen ha sido en él lenguaje donde se han dado a conocer sus efectos —sus uslucias, que he- ‘mos aprendido desde entonces a reconocer, no denotan. Jnenos en su trivialidad como en sus finuras, tin proce- dimiento de Tenguajer§ Para volver més directamente 4 la problematica del sintoma, evoquemos esta formula de Lacan extraida del «informe de Roma» (1953): el sintoma se resuelve por entero en un andlisis del lenguaje, porque 61 mismo esté éstructurado como ‘un lenguaje, porque es lenguaje cuya palabra debe ser Ubrada»? Por io mismo que la formacién del sintoma es tribu- taria de la palabra y del lenguaje, el diagnéstico esté necesariamente implicado en ellos. Los indicadores diagniésticos estructurales sblo aparecen en este tinico registro. Ahora bien, rio constituyen elementos fisbles ‘en ¢sta evaluacién diagnéstica sino a condicién de que eos pueda desprender de la identificacion de los sinto- mas, La identidad de un sfntoma nunca és més que un artefacto acreditable a los efectos del ineonsciente. Ast, ‘pues, la investigacién diagniéstica deberd hallar eu ba- samento més acé del sititoma, 0 sea, en un espacio in- tersubjetivo, el que Freud definfa como comunicacién de inconsciente a inconsciente a través de su célebre metéfora telefémica.® 6 Tid., pags. 461 y 466. 1 J-Lacan, «Fonction et champ de a parole et du langage on psy- chanalyse, ibid., pag. 269. [«Puncién y campo de la palabra y el Jenguaje en paicoandlisis»,en Excritos 1, México: Sigh veintiuno, 1976) 8 Wease 8. Freud, «Conseils aux médecine sur le traitement analytiques, on La technique psychanalytique, Parts: PUF, 1975, En otros términos, este espacio intersubjetivo es aguel ordenado por la articulacién de la palabra. Esos indicadores diagnésticos estructurales se, manifiestan,- pues, en el despliegue del decir eval brechas significa. vas del deseo expresadas en el que habla, Estos indica- Gores no son.mas que los indicios que balizen el funcio- namiento de la estructura subjetiva. Como. ‘tales, si pue- den suministrar informaciones sobre el funcionamien- to dela estructura, es s6lo porque representan los «car. teles de sefializacién» ‘impuestos por la dindmica del deseo. De hecho, la especificidad dela estructura de un sujeto se caracteriza ante todo por un perfil predetermi- nado de la economia de su deseo, regida esta por una trayectoria estereotipada. A semejantes trayectorias estabilizadas las lamaré, hablando con propiedad, ras- 08 estructurales, Los indicadores diagnésticos estruc- turales aparecen, pues, como indicios codificados por Jos rasgos dela estructura que son testigos, au vez, de Ja economia del deseo. De als la necesidad, para preci- sar el cardcter operatorio del diagnéstico, de establecer claramente la distincién que existe entre los «sintomas» ¥ los «rasgos estructurales». ‘Sien verdad se quiere utilizar un ediagnéstico» en la clinica psieoanalitica, conviene poner el acento en la di- ferencia esencial que existe entre sintomas y rasgos es tructurales, Es fécil sacar ala luz esta diferencia a partir de cusl- quior caso clinico, He aportado larga y minuciosamente esa ilustracién a partir de una experiencia dela clinica de la histeria surgida de mi préctica personal, en mi obra Estructura y perversiones, a la eval pueden uste- des remitirse. Recuerden cuando insistfa Freud en decirnos que el sfntoma est siempre sobredeterminado, por hallarse directamente ligado a la accién del proceso primario, pg. 68. [ Les recuerdo que el advenimientoa lo simbélico es' Oy | advenimiento del sujeto propiamenté dicho, ganado en 2 terreno de una conquista que es precisamente aque- {Jo por lo que se elabora la estroctura patquica. "Hasta organizacién estructural, que se constituye on {os azcanos de la dialéctica edtpica, permanece marc. {da por los dos tiempos fuertes que representan la di- 2 Unensién del ser y la dimensidn del tener con respecto al | alo. Hn esta dindamica del pasaje del ser al tener se ha: gen sentir, en efecto, ciertas apuestas decisivas desde el punto de vista de la inscripeién del nifio en la fancién falica. ‘in tanto regula el curso del Edipo, la funcién fallen supone cuatro protagonists: a madre, el padre, el nie 7 al falo, Este iltimo t6rmino constituy® el elemento ‘ceintral a cuyo alrededor vienen a gravitar los deseos rrespeotivos de los otros tres. En este sentido, Lacan de ‘Glaraba a quien queria oftlo que, para hacer psicoandli- sis, por lo menos bacta falta saber contar hasta tres. De todos modas, en esta alfabetizacién numérica minima, saber contar hasta tres implica especialmente saber contar hasta tres a partir de wio, por lo tanto hasta cua- tro. De hecho, como ese elemento uno es elfalo, se trata del nico indicadar que permite al sujeto regular sa de- seo en relacién con el deseo de otro. "Bl falo—en cuanto dicho elemento wuno»—es elele- mento que se inscribe fuera de la serie dé los deseos, puesto que s6lo con relacién a él puede constituirse una Sorie de deseo; pero al mismo tiempo es el elemento que ordena la posibilidad de tal serio, ya que, fuera de su presencia, el deseo no s¢ desembaraza de su anclaje 2 34 jnaugural. Por lo demés, es preciso partir de este punto de anclaje si queremos localizar rigurosamente los m0- mentos decisivos a los que me refert anteriormente. En efecto, se trata ante todo de circunscribir aquellos mo- ‘mentos en qué la economia del deseo del nifio se topa. ‘con la funci6n félica, para negociarse con ella a la medi- da de una inseripeién. a Esta funcién falica se caracteriza prioritariament por la incidencia que adquirir4, para el nifio, el soni cante félico en el curso de la evolucién edipica. Desde-el to de vista de Ia estructura, el primer momento de, cisivo es aquel en que se esbaza, para‘ él, el euestios .. tiento de la identificacién flea. Se trata de una ; yencia identificatoria primordial donde el nitio es radi- = ealmente identificado con el tnico y exclusive objeto del| deseo de la madre, es decir, con el objeto del deseo del’ ‘Otro, y por consiguiente con su falo.... “ ‘Tal cuestionamiento es fundamental para él nifio, al ‘menos por la razén esencial de que, finalmente, se va a |S... eacontrar con la «figura paternay. No se trata, por su- "puesto, de la figura paterna en tanto «presencia pater- © na», sino en cuanto instancia mediadora del deseo. De __ hecho, la intrusién de esta figura del padre va a intro- dncir, en la economia del deseo del nifo, certo modo de veetorizacién qué es, hablando eon propiedad, lo que se « designa por funcién paterna y que no esotracosaquelag SF funcién félica, con toda la resonancia simbélica que es- ‘to supone.. [La fancién flies es operatoria por lo mismo que vec- toriza el deseo del nitio respecto de una instancia sim- ; bblica mediadora: el padre simbdlizo, Otro modo.de éecir que debemos sitnarnos segiin la distincién fon- ~ camental introducida por Lacan, entre padre real, pa- E) dre imaginario y padre simbélico. Sobre\este punto, los EE). remito una vez mas a uno de mis trabajobsLe pire et 0a fonction en psychanalyse,? donde me esforeé por mos- ‘8J, Dor, véase el cap. IV, «Le pare réel, le imagit ea i Pe ls dbs anaes edit trar euén erucial resultaba esa distineién desde-el pun- to de vista de su incidencia en la organizacién dela es- truchura del sujeto. Zeta distincn introducda yor Lacan entre padre real, imaginario y simbélico no es una pura y simple Geplicacon de la trilogia Simbélico, Imaginario, Real SLR). : : El pre rea se padre ona eid eu se, decir, el padre hie et nunc, sea 0 no progenitor. Abora bien, on ol «aqui y ahora» de'su historia, este padre real nunea es aquel que interviene en el'curso del complejo de Edipo. El que intercede es el padre imaginario. En este punto encontramos, con toda su significacién, el ‘término imago en el sentido que Freud le atribuye. El padre nunca es captado o aprehendido por el nifio de otro modo que bajo la forma de la imago paterna, es de- cir, una figura del padre tal como el nifio tiene interés en percibinla en la economia de su deseo, pero, igual- mente, tal como puede darse una representacién de ella a través del discurso que la madre profiere para él. Por lo mismo que esta distancia se define entre la di- mensién del padre real y la figura del padre imagina- rio, la-consistencia del padre simbdlico queda todavia més particularizada, en el sentido de que su interven- . De- ne», en Le Pire et sa fonction en psychanalyse, Pais: Point hors ligne, 1969, pigs. 51-85. Publicacién brasileaia en Zaher, 1991. “43. Dor, véase el cap. V, ara resolver subjetivamente el enigma que le plantea Ja diferencia de sexos, En efecto, la dindmica edipica re- @ presenta el recorrido imaginario que el nifio se ve lleva- doa construir para encontrar una respuesta satisfacto- ria a esa pregunta. ” De esto resulta una consecuencia clinicamente im- Portante: el padre real aparece como perfectamente se- cundario en las apuestas deseantes edipicas. Por otra parte, esto permite precisar todas las ambigiiedades suscitadas por expresiones tales como: la presenéia pa- terna, incluso las carencias paternas. Cuando estos atributos son relacionados con Ia dimensién del padre Teal, no tienen ningtin aleance significativo y operatorio frente a la funcién fundamentalmente estmicturante & del padre simbélico, De hecho, que el padre real esté Presente 0 no, que sea carente 6 no, esto es completa- mente secundario para las apuestas edfpicas, En cam- bio, si la presencia o la carencia paterna concierne més directamente al padre imaginario o al padre simbolico, estos atributos, entonces, se vuelven esencialmente de. terminantes, En otros términos, una evolucién psiquica perfecta- mente estructurante para el nifio puede cumplirse fuera de la presencia de cualquier padre real. Esto su- pone, en cambio, en tal hip6tesis, que las dimensiones del padre imaginario y del padre simbélico estén consti- tutivamente presentes, No hay aqui ninguna paradoja. 37 sat sen Por el contrario, se trata de una exigencia de palabras, de discurso, vale decir, de wna exigencia significante: el q padre siempre debe ser significado al nifto, aunque et eho no esié confrontado con la presencia real del pa- re. 7 Lo estructurante para él nifio es poder fantasma- tizar un padre, e8 decir; elaborar la figura de un padre ‘ maginario a partir de la cual investiré ulteriormente, : ia dimensién de un padre simbélico. "Bin el caso extremo en que él paidre real est ausente o.es designado como inexistente» en la realidad, de to- dos modos la funcién estructurante es potencialmente operatoria, siempre y cuando esta referencia a un ‘otron (héteros) éea significada en el discurso materno ee ‘instancia.tercera mediadora del deseo del "La distincién entre el padre real, el padre imagina- rio y el padre simbélico constituye un indicador sin el ‘cual, no sélo la dimensién del complejo de Edipo resulta en gran parte ininteligible, sino incluso. refractaria al sentido y al aléance del acto psicoanalitico. ‘Asi, pues, si el nifio encuentra al padre en l Edipo como él elemerito perturbador capaz de cuestionar la certeza de su identificacién félica, es esencialmente en torno de la diniénsi6n del padre imaginario, Tal exes ‘tionamiento nunca es instituido de hecho. Sélo,puede jntervenir porque ya esté allf, impl{citamente presente, enel discurso de la madre. Aun cuando noregistre esto en lo inmediato, el nifio presiente que la madre se signi- ica a él corno objeto potencial del deseo del padre. Porlo demés, este presentimiento conduce al nifio a una so- breinterpretacién referente a su propio | estatuto ante la, madre. Cuando comienza a adivinar que la madre no s6lo lo desea a él, transforma imaginariamente ‘esta ve- rificacién en una apvesta de rivalidad. S¢ esfuerza por ocultar que la made pueda desear al padre y, al mismo tiempo, inviste al padre como objeto de deses rival ante Ta madre. En otros términos, el padre se vuelve un ob- 38 ~ Taucho mds enigmético y que anuncia.elorden delacas- jeto filico rival de él mismo ante ella. La puesta én dadet® = de la identificacin falica del nifio no puede compren- *-derse fuera de este espacio de rivalidd flea propia~ mente dicha: «to be or not to be el falo» (Lacan). Resulta facil advertir cudnta importancia tienen los - significantes en ese momento decisivo, puesto que,’es é cabalmente a través del discurso como el nifio percibe = estar hallando los iridicadores que le’permitiran vecto- ; rizar su deseo en una direcei6n donde podré promover su despliegue hacia otro horizonte. Pero, al mismo ( tiempo, esta direccién puede obturarse por falta de sig- nificantes consecuentes, pata llevar més all4 la interro- p> gacién deseante del nif, hacia la cuiestiGn de la difé- : > Tencia de sexos. ‘ ‘Aqui, la fncion de los significarites interviene como una operacién dinamizante; casi podria decirse, una , fancién catalizadora. En Ja medida en que ¢l discitfso materno deja en suspenso la interrogacién del nifio so- » bre el objeto del deseo de la madre, esta cuestién resur- ge con mayor fuerza y lo empiija a profundizay su in- terrogacién. Esta «suspensién significante» ante el ‘enigma de la diferencia de sexos es capital, en l sentido que impone al nifio interrogar‘al deseo materno mas alld del lugar en que su identificacién filica encuentra i ‘un punto de detencién, Hl discurso de la madre le asé- gura, pues, un apoyo favorable hacia nuevas investiga ciones, que lo conducirén al umbral de un horizonte tracién. Dicho de otro modo, los significantes maternos © rosultan determinantes para miovilizaf al nifiohacia un espacio diferente del deseo inmediato que 61 négocia con ella, ‘A.poco que este impuleo dal nifio encuentre el menor soporte para suspenderse, toda su dindmica deseante ‘ tenderd hacia un estadoen el que la entropfa llevard las de ganar sobre el esfuerzo psiquico que él debe producir ‘ para combatirla. De esta suspensién inducida alrede- dor de la puesta en duda de la identificacién félica, pue- de résulteir un enquistamiento de toda la economia del deseo, la que contribuiré ala instalaci6a:de una fijacién psiquica irreversible, In éfécto, alrededor de tal apues- “*"- ta se organiza la estructuraéion perversc, én le-que en- contramos precisamente’el origen de todos Jos rasgos sobre los que podremos fundarnos para ‘apuntalar un” iagnéstico en el campo de la clinica psicoanalitica. 40 ‘E] punto de vista freudiano sobre las clos, ¥en momentos diferentes de su obra. § Ya.en los Tres ensayos de teorfa sexual}! Freud insti- tiye una distincién entre las inversiones y las perver- propiamento dichas. Esta diferenda se funda ef dé la sexualidad, por lo menos en lo que respecta ala se- F maalidad infantil y su perversidad polimarfa,$ cuyas re- ‘Strgencias en la economia libidinal del sujeto adulto “nos explica. *- 18. Freud, Trois essais sur la théorie de lo sexvalité (1905), Pa- ris: Gallimard, «ldées», 1974. (Tres ensayos de teorfa semual, en ‘2Véase R, von Krall‘ Bbing, Peychopatia Sexualis (1869), Pari: Payot, 16 edicién, 1991. 8, Freud, véase 2* parte: cLe sexualité infuntiler, en Trois ‘essais sur la théorie de la sexualite, ibid.. pégs. 68-107 [oLe sexualidad infantil, en Tres ensayos de teorfa sexual op. cit. y ‘nds particularmeate: «La disposition perverse polymorphe», igs. 86-7 Dispocicién perversa polimorftr, ex Tres ensayos de teoria sexual, op. ct. ‘La argumentacién freudiana‘nos conduee’a un pri- mer punto de distincién decisivo entre neixfosis y per- versiones. Asi, los reimito a la famosa —aunque proble- mética— formula: «La neurosis es, por asf decirlo, el iegativo de la perver- ‘si6n>.4 Esta proposicién parece insistir en un pinto esencial de la economia pulsional. Los sintomas nour6ticos re- sultan siempre de cierta represiGn de los componentes, pulsionales de la sexualidad. De fal manera que Freud seve llevado a suponér que el eardcter sintomético dela neurosis representa: «(.,.) una conversion de pulsiones sexuales que debe- rian ser llamadas perversas (en el sentido amplio de la palabra) si pudieran, sin ser apartadas de laconciencia, encontrar una expresién en aetos imaginatios 0 rea- Tes». Esta distinciGa freudiana enire proceso neurético y porverso esimportante, al menos, comolo veremos més adelante, porque presupone ya una difereneia del pun- to de anclaje de estas estructuras en el contexto de la dialéctica edipica. En 1916, la elaboracién teérico-clinica del proceso erverso encuentra un sustento suplementario en un estudio que Freud titula: «Pulsiones y destinos de pulsién».® Especialmente, Freud define dos «destinos pulsionales» caracteristicos del proceso perverso: el «trastomno hacia lo contrario» y la «vuelta hacia la per- 4 Bid, pig. 54. 5 Rid, pag. 58. ©, Freud, (1924), pigs. 298-903. [Neurosis y psicosie+y «La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis, en AF, vol. 439, 1978} Veese también eLe clivage du moi dans les processus de Aéteniséy (1998) en Résultats, idées, problemes, tomo I, Paris: POF, 1985, pigs. 2886, [eLa oscisién del yo en el proceso defersi- ‘vos, on AB, vol. 28, 1980) 50 ‘5. El punto de anclaje de las perversiones Volyamos'a la dialéctica edipica, donde la identifica cién falica inaugural es puesta en duda por la intrusién deun padre imaginario, que el nifid fantasmatiza como ‘objeto filico rival suyo antela madre. Esta apuesta fali- ca presenta la particularidad de realizar la marca de una injerencia del padre en los asuntns del gore mater- no. De hecho, a través de esa figura paterna, el nifio descubre un competidor félico ante la madre'vomo vini- co y exclusivo objeto de su.goce. Al mismo tiempo, des- cubre-correlativamente dos érdene’s de realidad que en adelanté vienen a interrogar el curso de su deseo: En primer ligar, resulta que el objetodel deseo maternono ‘es exclusivamente dependicnte de-su propia-persona. Por este hecho, la nueva disposicién abre para el nifiola expectativa de tn deseo materno que serfa potencial- mente diferente del que ella tiene por él. En segundo lugar, él nifio descubre a su madre como una madre con falte, es decir, una madre que en absoluto es colimada ‘por él nifio identificado con lo que 61 considera como ‘tinico objeto desu deseo, es decir, con el falo. En el terre- no de esta doble circunstancia, la figura del padresalea la palestra en un régistzo qiie sélo puede ser el de la ri- validad. Eneontraremos posteriormente la huella de esta ri- validad en la forma de un rasgo estructural estereotipa- do de la perversion: el desafio. Con el desafio nos vexnos irremediablemente Jlevados el eneuentro de este otro rasgo estructural, la transgresién, complemento’inse- parable de aquel. See fet tte ‘El terreno de la rivalidad félica imaginaria ye, al mismo tiempo implica; el desarrollo subrepticio do un presentimiento cuyas consecuencias’se mostra- rén irreversibles, y que gira en torno al problema dela diferencia de sexos, Para el nifio se trata de anticipar, en efecto, un universo de goce nuevo tras esa figura pa- terna, el cual se le aparece radicalmente extraiio por cuanto lo supone como un universo de goce que le esté prohibido, 0, loquees lo mismo, sotrata de un universo ‘de goce del que esté excluido. Este presentimiento per- mile al nifio adivinar el orden irreductible de la eastra- cidn, de la que en cierta forma no quiere saber nada. Igualmente, puede constituir para é! el esbozo deunsa- ber nuevo sobre la cuestidn del deseo del Otro. En este sentido podemos comprender cémo se gesta una vacila- cién en cuanto al problema de su identificacién filica. ‘Dela misma forma advertimos cémo la angustia de cas- traci6n puede actualizarse alrededor de esa incursion, paterna que impone al nifio no sélo una nueva vecteri- zacién potencial de su deseo, sino también Jas apuestas de goce a ella adscriptas. Enelcurso evolutivo de esta situacién edipica, seme- Jante estasis del deseo y de sus apuestas es inevitatle, ‘Aunque lo sea, resulta de todos modos una incidencia decisiva, Efectivamente, el perverso juega la suertede su propia estructura precisamente bajo Ja insignia de esta incidencia, Al permanecer cautivo de esa estasis del deseo, e] nifio siempre puede encontrar en ella un modo definitive de inscripcién frente a la funci6n félica. De hecho, todo se juega para él alrededor de ese punto de bascula que va a precipitarlo, 0 no, hacia una etapa ulterior donde podré abrirse una nueva promocién en Iaeconom{a del deseo, calificable de dinamizacion hacia Ta asuneién de la castracién, El perverso no deja de merodear en,torno de esta asuncién de la castracién sin poder jams comprome- terse en ella como parte activa en la economia de su de- @ seo. En otras palabras, sin poder asumir jams esa par- 52 te perdedora de la que podria decirse que justamente és ‘una falta para ser ganada. Se trata, a todas luces; de ese movimiento dindmico que propulsa al nifio hacia lo real dela diferencia de sexos sustentado por la falta del deseo, diferencia promovida como simbolizable, pero de otro modo que por la ley del todo o nada. De cierta ma- nnera, aquf situamos el punto de béscula que escapa al perverso por lomismo que este se encierra precozmente, en la representacién de una falta no simbolizable. Bsta® falta no simbolizable es la que justamente va a alienar- Jo en una dimensi6n de contestacién psiquica inagota- ble, ejercitada mediante el recurso a la renegacion o in cluso ala repudiacién, en lo que atafie ala castracién de Ja madre, En otros térmainos, se trata de un momento en el que se obtura, pars el futuro perverso, la posibilidad de ac- ‘eso al umbral de la castracién simsbéliea, donde lo real , dela diferencia de sexos es promovido como ‘nica cau- =: sa del deseo. A todas lees, la falta significada porla in-,:'~ trusién paterna es justamente lo que garantiza aldeseo + su movilizacién hacia la posibilidad de una dinémica xaueva para elnifio. Lo que se euestiona implicitamente ~ alrededor de este punto de bascula es el problema del / significante de la falta en el Otro: S(4), Rozamos aquila sensibilizacién del nifo en lo que conciene a la dimen- sién del padre simbdlizo, o sea, el presentimiento ‘psi- quico que deberd enfrentar el nifio para renunciar a su representacién del padre imaginario, Sélo la mediacién de oste significante de la falta en el Otro es capaz de desprender la figura del padre imaginario de su refe- rencia a un objeto fllico rival. El significante de la faltagg, en el Otro es I6gicamente lo que conduciré al nifio a abandonar el registro del ser en beneficio del registro del tener. ‘BI pasaje del ser al tener sélo puede producirse en ‘tanto y en cuanto el padre aparece ante el nifio como el poseedor de lo que la madre desea. Para ser mis exac- tos, como el que supuestamente tiene lo que la ma- BB aro supuestamente desea con respecto a él. Esta atribucién filiea del padre es lo que lo instituye como padre simbélico, es decir, el padre-en cuanto repre- sseritante de la Ley para el nifio, y par ende el padre ex tanto mediacién eatructurante de le prohibicién: del incesto. cure que, precisamente, de esa sombra proyecta- a del padre simbélico el perverso no quiere saber na- da, desde ‘el momento en que se plantea para él la eues- ti6n de reconocer élgo del orden de'le falta en ol Otro. Esta repudiacién, os deci, esta contestacién, tiene por objeto recusar toda posibilidad de simbolizacién de esa falta, Por consiguiente, encontranios en marcha el pro- ‘eso estereotipado del fancionamiento perverso por el cual una verdad refezente al deseo de la madre es con- juntamente encontrada y negada. En otros términos, ol nifio se encierra en la conviccién contradictoria siguien- te: por un lado, Ja intrusién dela figura paterna deja en- trever al nifio quela madre, que no tiené el filo, desea al padre porque él lo «es»'0 porque él lo stienes; por él otro, sila madré no lo tien, ztal vez podria tenerlo sin embargo? Para ello, basta con atribufrselo y mantener jmaginariamente esia atribucién falica. Este manteni- niiento imaginario es lo que anula la diferencia de sexos y la falta que esta actualiza, La coexistencia de estas os opciones respecto del objeto félico impone a la eco- noma del deseo un perfil que constituye la estructura misma del funcionamiento perverso. Bete perfil es crdenado por una ley del deseo que no permite que el sujeto asuma su posibilidad mas allé de la castracién, Se trata'de una ley ciega que tiende a Sustituir a la ley del padre, es decir, ala tinica ley sus- ceptible de orientar el deseo del nifio hacia un destino no abturado de antemano. O, dicho de otro modo, lo que obtura la asuncién del deseo perverso es la ley que lo sustenta: una ley imperativa del deseo que se ocupa de no ser referida jamds al deseo del otro. En efecto, tinica- mente la ley del padre impone al deseo esa estructura. cs ‘que hace que el deseo sea fuindamentalmente deseo del deseo del otro. ‘ : Por lo mismo que la ley del padre es renegada como ley mediadora del deseo, 1a din4mica deseante se fija de ‘una manera arcaica. Puosto ante el hecho de tener que rentuncia? al objeto primordial de su deseo, el nifio pre~ fiore renunciar al deseo como tal, es decir, al nuevo mo- do de elaboracion psiquica exigido por la castracién. To- do ocurre entonces como si la angustia de castracién; que alienta al nivio ano renunciar al objeto de su deseo, o inmovilizara aqui en un proceso de defensa que lo ‘vuelve precozmente refractario al trabajo pstquico que debe producir para comprender que, precisaménte;‘la renuncia al objeto primordial del.deseo salvaguardala posibilidad del deseo, dndole un nuevo estatuto. En efecto, el nuevo éstatuto inducido por la funcién pater- hna instituye un derecho al déseo, como deseo del deseo del otro. ‘Bn virtud de su economfa psiquica particular, el per- verso se ve sustraido a ese «derecho al deseo», y perma- nece imperativamente fijado en'una gestién ciega don- de no cejard en su intento de demostrar que/a tinica ley del deseo es la suya, y n6 la del otro. Esto permite com-® render mejor los diferentes engranajes del funciona- miento perverso y los rasgos estructurales que lo ca- racterizan, En eoncepto de'tales rasgos estucturales, mencio- nemos ya:el desafio y la transgresién, que constituyen las dos tnicas salidas del deseo perverso, ‘La renegacién, incluso la repudiacién, recae esen- cialmente sobre a cuestion del deseo de la madre pore] padre, En este sentido, es ante todo renegacién de la di- ferencia de sexos, No obstante, como Freud muy justa- mente lo habia sefialado, esa repuidiaci6n no tiene fun- damento sino porque el perverso, en cierta manera, re- cconoce este deseo de la madre por el padre. Si se puede renegar de una cosa es porque previamente se con0ce algo de ella. Asu manera, el perversoreconoce loreal de 1a diferencia de sexos, pero récuisa sus implicaciones, la principal de las cuales quiere que esta diferencia sea, ‘precisamente, la causa significante del deseo. Ast, el se esfuerze por mantener la apuesta de una Drsbilided de goeeapas de eu esta causa signi cante. ‘En esta provocacién incesante que lo caracteriza, él se asegura de que la Ley est cabalmente ahty de que él puede encontrarla. En este sentido, la transgresién aparece o6mo el elemento'corrélativo e inevitable del desafio, No existe medio mds eficaz para asegurarse de ia existencia dela ley que sforzarse por transgredir las probibiciones y reglas que femiten simbélicamente a ella, El perverso encuentra la sancién, vale decir, el I= mite referido metonimicamente a Ia interdiccién del in- cesto, precisamente en el despiazamiento de la trans- grosién de las prohibiciones. El perverso, ewanto més, desafia, incluso cuanto més transgrede la Ley, tanto mas experimenta la necesidad de asegurarse de que realmente esta se origina en la diferencia de sexos y en relacién con la prohibicién del incesto. En tomo de este pute inierecen seftalarse cierias confusiones diagnésticas, principalmente en lo que se refiere a la histeria y a la neurosis obsesiva. 86 EG. Diagnéstico diferencial entre las pperversiones, la histeria y la neurosis obsesiva Bl desafio y la transgrésién pueden ser observados G perfoctamente en estructuras diferentes de la perversa, Sobre todo en la neurosis obsesiva y en la histeria. No + obstante, en estas ditimas estructuras, la transgresién no se articula con el desafio de la misma manere. I, En Ja neurosis obsesiva B] desafio esté manifiestamente presente en ciertos comportamientos sintomsticos de los obsesivos. Men- ‘Glonemos ya, en tal concepto, la compulsion favorable de Jos obsesivos a involuerarse en todas las forinas de com- petencia o de ordenamiento de dominio, ELeonjunto de tales situaciones se sustenta en la problemética de una adversidad (real o imaginaria) que es prociso desafiar. ‘Noobstante, aunque ests dimensién del desofio esté activamente presente en el obsesivo, se advierte que lo fest més atin por cuanto toda posibilidad de transgre- sién es casi imposible. En esta movilizacién general en que clobsesive desafia a la adversidad, no parece poder hhacerlo sino‘en la perspectiva de un combate regular. Fn efecto, el obsesivo es muy escrupuloso con las reglas del combate y la menor infraczi6n Jo lena de inquietud. oto nos conduce a observar que el obsesivo hace es- ‘faerzos desesperados (sin sabato) por tratar de ser per- ‘verso, sin lograrlo jamés. ‘Cuanto més se presenta como defonsor de la legals. ded, tanto inds lucha, sin saberlo, contra su deseo: de" ‘transgresini: Bl olistsivo ignora, ono quiere saber, enlo ‘que atafie al desafio, que él es el nico protagonista in- voluerado, Necesita crearse una situaci6n imaginaria de adversidad para comprometerse en el desafio. Tal Adversidad le permite désconocer que casi siempre es é1 quien se lanza desafios a s{ mismo. De ahf que recoja el guante tanto més cuanto que, a tal efecto, puede reali- zar un gran despliegue de energia. ‘La tranegresién puesta en.acto por los obsesivos esté hecha a la medida de su «fuga hacia adelante en lo re- ferido a la cuestiGn de su propio deseo, No.es taro que, en este proceso de fuga hacia adelante, el deseo corra més répido que el chsesivo, que no quiere saber nada de 41. El sujeto es superado entonces por la puesta en acto de ese deseo que él sufre, las més de las veces, en un miodo pasivo. En los momentos en que el sujeto, de al- grin modo, ée ve arrebatado por su propio déseo, no es aro que la actualizacién de este deseo encuentre-su expresién en un aetuar transgresivo. En general, se ‘trata de una transgresién insignificante, pero su aspec- to espectacular puede evocar entonces la-transgresién perversa, de tanto que el sujeto la dramatiza, A menu- do, un élemento motor nutre esa dramatizacién: el act- ing-out, que es la dimensidn nifema en que el obsestvo se autoriza a ser aetuado por sit deseo, can todo el goce que de ello resulta. IL. En la histeria En la vertiente estructural de la histeria también podemos poner de manifiesto esta dimensién del de- safio. En la histeria, la transgresién esté sustentada por ‘una penetrante interrogacién referida a la dimensién de Ia identificacién, requerida a su vez por la apuesta 88 = Tio, de: de la légica félica y su corolario, relativo'a la identidad ~ sexual. : Si ciertas expresiones del deseo histérico adoptan de buena gana un perfil perverso, es siempre en torno de : la ambigiiedad mantenida por el histérico en el terreno de su identidad sexual. Repasemos sumariamente, en relacién con‘esta am: bigtiedad perversa, la frecuente puesta en acto de esce- © nas homosexuales entre los histéricos. Del mismo mo: do, recordemos su goce perverso de que «aparezca la verdad», Encontramos aqui la posicién elésica de los, hhistérioos a la qué se réfiere Lacan mediante la contun- dente expresién tomada de Hegel: «La bella alma», De hecho, no existe histeria sin que, én tal ocual momento, nose produzca esa disposicién consistente en hacer que ‘aparezea idealmente la verdad, aunque fuera al precio dedevelar ante un tercero la puesta del deseo del otro. Especialmente en toda situacién tercera donde el deve- Jamiento de una verdad sobie uno, pueda, por el eontra- ovilizar o cuestionar el deseo del otro. ?Pero, en la histeria, la dimensién de la transgresion ampoco presenta lo que constituye su motor enlas per- versiones. Por aniadidura, si existe indiscutiblementé.@ un deeafio histériea, es siempre un desafio de pacotilla, puesto que no esté sostenido jamés por é] euestiona~ miento fondamental de aquella ley paterna que refiere ‘a logica félica al significante de la castracién. En la histeria, el significante de la castracién esta simbolizado. El precio de la pérdida que hay que pagar. poresa simbolizacién se manifiesta esencialmente en el registro de la nostalgia féliea, Por lo demés, realmente es esa nostalgia lo que da ala histeria todo el peso desu invasién espectacular y desbordante. Alo sumo, se tra- tadeuna dramatizacién «poética» en'un «estado de gra- cia» fantasmatizado. Ahora bien, losabemos, siun esta- do de gracia posee interés psitquico, es por ser exclusiva mente imaginario, Desde el momento en que la cosa se. corporiza en la realidad, la parada histériea retoma la 59 » delanteta y el histérico, acorralado en los tltimos ba- luartes de su mascarada, se escirre toi una pirela. El-histérico es particularmente afecto a la dimen-~ sién del semblante, por cuanto es alli donde puede en- trar en el desafio y sostenerlo. Coio tal, el desatfio ests inseripto en una estrategia de réivindicavién falica, Pa. Ta no citar més que uri ejemplo caracteristico, evoque- mos el fantasma canénico de la histérica identificada con la prostituta. Es en medio de un formidable desafio como tal o cual histérica recorre la acér’ o'estaciona su auto en un punto estratégico, hasta el momento en que se le brinda ocasién de responder al «corisultante im- prudente»: «no soy lo que usted cree», * Otro registro del desafio histérico ferishiino se ve f8- cilgiente puesto a prueba en la céintestacién filica que, frecuentemente, gobierna la relacién con tm compaiiero masculino. Se trata de todas aquellas situaciones on. que la histérica desaffa a su compaiiero masculino sig- nifiedndole: «Sin mf, no.serias nada». O, dicho de otro modo: . Para que su cbjeto subsista en este modo casi inani- mado, es decir, no deseante, el obsesivo esti dispuesto a ofrecer un verdadero culto. Dicho culto es uno de los peores que puede hacérsele a una mujer, puesto que tiende a neutralizar, de antemano, toda veleidad de- 1 Véase infra, cap. 18, pags. 142-7. 4 F seainteenella. Para légrarlo, el sujetova aalimentar el fantasma persistente de hacerlo todo por ella, de dirse- * F lotodo, para que a ella no e faite nada. La cosa no tiene ‘precio, con tal de que el objeto no se miueva, no reivindi- 6 quenada, ycarezca, pues, de demanda. Lamujer queda Fi ast prisionera de esta légica espantosa: «Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar». En efecto, tal es el reflejo exterior del universo de los objetos de investidix- <> ra deseadas por el obsesivo. Bn el punto preciso en que Jadindmica del deseo est casi muerta, el cbsesivo goza silenciosamente del infortunio de su deseo. Pero, a todas luces, la cosa nunca es asf, Comio'ella no esté completamente muerta, tardeo tempranoel ob- ¢ sesivo se ve condenado al sufrimiento del desorden. De hecho, en cuanto el objeto de culto venerado, intocable (¢into¢ado), empieza a moverse, el desorden comienza: ‘No bien la mujer se significa como desesble bajo la mal- objetono tiene ya nada que ver con'un objeto idéalizado. Pero no por ello aparece como tin objeto. de perdicién, ‘como un objeto de repulsién infame y repugnante, como ‘ocurre con el perverso, Por el contrafio, la mujer es en- ftonces uri objeto que puede huir, que es posible perder y que escapa al dominio. Y asf surgen esos intentos la- [>> montables de reconquista del objeto'perdido, Ala inversa del perverso, que huye de su objet repe- Tento, que lo maltrata, el obsasivo ya no sabe qué stcri- ficio hacer para que lo perdonen. Se vuelve de buena gend mértir agobiado y culpable, dispuesto a pagarlo todo, a padecerlo todo para que las cosas retornen al or- den inicial. En nombre de ese orden mortifero, el obsesi- ‘vo puede ponerse més histérico que nunca, con el solo fin de que el objeto vuclva a ély'ya no se le escape. La cuestiGn es neutralizar mégicamente la falta: el objeto @ ! deseo, Sin embargo, la experiencia muestra que losme~ Jores sacrificios no sirven de nada. La fisura introduci- v ¢ c i e! da por el surgimiento del deseo del otro eva inexora- lemente alobsesivo al orden de la pérdida, es decir, al ‘de la castraéiGn. Por otra parte, esta es la diferencia crucial que esgrime el obsésivo con relacién al perverso. En efecto, el obsesivo no dispone de la wrucda de auw- xzilio» del perverso: de ningiin modo puede apoyarse en la renegacién de la castracién, o sea, en esa representa- cién imaginaria'a través de la enal el perverso logra ali- mentar el motor de su goce. Si la mujer es idealizada en laneurosis obsesiva, es sélo en virtud de ina fantasma- tizacién mégica que nunea constituye una muralla a toda prueba. La:primera alerta del deseo del otro es siempre decisiva; puesto que obliga al obsesivo a cues: tionar los beneficios secundarios de su neurosis: obliga a recordar la castracién y la falta en ol Otro. Allf donde el pervergo alimenta la ilusién del ideal femenino del ‘que éles el artesano, el chsesivo se extemia en restau- rar ese ideal que para él no es més que un vestigio nos- ‘télgico dela prehistoria edipica: nostalgia dela identifi- cacién flica que debié canjear, de grado o por la fuerza, por la ineomodidad del tener, impitesta porla ley del pa- dre, En este sentido, los obsesivos no son sino roménti- cos del «ser», I. En lahisteria Dela misma manera, es posible poner de manifiesto ciertos elementos diferenciales en cuanto a la relacion, con las mujeres, en la histeria maseulina y en las per- versiones, En la histeria masculina, las cosas son mucho més pintorescas yricas que en la neurosis obsesiva, La rela- cién con las mujeres, que en ciertos aspectos puede evo- car la del perverso con su objeto, es ambigua porque, on. esta estructura, existe una inclinacién favorable a las manifestaciones perversas. 6 Laliélacién del hombre histéricd con el otro femeni- ‘no esté, de antemano, casi siempre alienada en una re- © presentacién dela mujer como mujer idealizada, o sea, erigida sobre un pedestal inaccesible. Sin embargo, no, se trata de una «wirgen intocable y no deseante, 0 aun de un objeto de veneracién aséptico de todo deseo. Por el contrario, esta mujeres colocada sobre un pedestal ‘como un objeto precioso porque es justamente deseable y deseante, En este sentido, interviene principalmente para el histérico como un objeto para realzar. La mujer debe ser despiadadamente seductora, siempre offecida a la mirada del otro fascinado y envi- dioso, para que el sujeto pueda investirla idealmente. Para él, lo importante es que la mujer jamés resigne es- te lugar, a riesgo de verse inmediatamente despojada de sus bazas seduetoras. En euyo caso se convierte, por el contrario, en un objeto amenazador, objeto odioso y detestable que es preciso destruir por cuanto debe ex- piar el haber cafdo del pedestal dondé la habfa instala- do la econorafa libidinal del histérico, en beneficio de su propia comodidad. Evidentemente, existe todo un juego sutil ques pre- ciso comprender entre la mujer idealizada en la modali- dad del realee, y esa mujer bruscamente desacreditada y responsable de todos los males. Aqui encontramos la : telacién ambivalente que el:histérieo mantiene con el falo.? Para el histérico masculino, la mujer constituye, en efecto, el objeto por excelencia que le permite situar- se respecto de la posesién del objeto fillico. Como luego veremos, esta problematica félica permanece directa- mente eireunscripta al modo del no tenerlo. Al no sen- tirse investido en el nivel de la atribuciGn fica, el his- térico masculino responde gustoso a los deseos de una mujer en la modalidad deo tener el pene, o denotener- 1o por completo, lo que deriva en este conocido cuadro ;-sintométicor la impotencia y/o la eyaculacién precoz. 2 Véase infra, eap. 14, pdgs. 116-9. “obeAspartir de aqu{, precisamente, podemos compren- _dér-la indole de ese viraje en la representacién de la ‘mujer. Mientras es un objeto seductor y brillante des- tinado al realce, todova bien, puesto queella se encuen- tra en posicién de objeto dé admiracién falica ofrecido a la mirada de todos. Asi, el histérieo puede confortarse ‘en su sintoma, que consiste en pensarse desposertio del Talo. A través de esa mujer, siempre tiene este falo a.su disposicién, eual-un objeto que brilla con todos suis res- plandores ante la mirada de los otros. Asf, la mujer es ‘un objeto de posesién celosamente guardado, aunque propiesto sin limitesa la admiracién de los otros, Porlo ‘dems, cuanto més se lo envidia en este aspects, tanto més, parad6jicamente, so confirma para el histérico que, a través de 61;lo que se codicia es el falo. Asi, mien- tras tal objeto sea una propiedad inalienable, todo fun- cionaré espléndidamente por el lado de la posesién fa Tica. at ‘A todas luces, estosupone, a cambio, que dicho dbje- tono sea demasiado deseante, a riesgo de que ese asun- to delo ideal se complique. Sila mujer se bone a desear, y sobre todo si desea.a su més fiel admirador histérico; ‘entonees empiezan los fastidios. En efecto, el deseo de Ta mujer remite entonces, abraptamente, al interesado al problema de la posesi6n del objeto falico. Si ella desea, es porque algole falta que supuestameate el otro posee. Ahora bien, aquf se sitia todo el problema. Como consecuencia, el.cbjeto femenino se vuelve preocupan- te, porno decir perseguidor, puesto que condena despia- dadamente a la prueba dé la atribucién falica, En ese instante, la comodidad de la fascinacién cae y se desen- cadena todo el cortejo sintométieo que habitualmente acompatia a los intercambios sexuales. Hablando con propiedad, las dificultades comienzan, realmente cuando el objeto femenino idealizado no s6lo se manifiesta padeciendo la falta, sino que incluso se pone a reivindicar imperativamente al modo del deseo: un deseo que lo conduee, como para quienquiera, en su 8 carrera al objéto a. Bi sémejante perseoucién, el histé- rico masculino se descalifica de-antemano en razén de la posicién sintomatica que mantiene con el falo. Yes én. esta dialéctica donde el objeto femenino abandonala si- tuacién idealizada en que ée hallaba, en beneficio de una posicién tanto més detestable cuanto que sé manifiesta como un objeto susceptible de ser perdido. En tales condiciones, todo el imaginario de la «pro- piedad> vacila; la encarnaciéii idealizada del objeto fali- co se escabulle. Se comprende por qué maltratar @ tal objeto es inconscientemente destruir la.marca de la falta ‘en el objeto femenino. En. esos momentos de de- rrumbe, el histérico se ve confrontado, pues, con el sig nificante de la falta de ese otro ferieniino, Parece légico que el histérico ascile en una actitud ambivalente este- reotipada que io hace sino traducir la permanencia de su ambivalencia para con el falo: a saber, una actitud sucesivamente hostil y expiatoria frente al objeto.“ Comogiuiera que sea, el objeto debe ser dominado. # De ah! proviene la hostilidad.ostentatoria qué el histé- rico alimenta para con 61, para asegurarse su posesién. Pero muy répidamente, el histérico es desbordado por su propia empresa de destruccién, lo que lo lleva a un viraje expiatorio y casi magico a través del cual intenta ‘de nuevo congraciarse con el objeto. En este viraje pode- ‘mos observar la puesta en acto detuno de los rasgos més fundamentals de la estructura histérica: la alienacion <0 del deseo en beneficio del deseo del otro. En efecto, es im- portante’ponerse entonces al servicio de ese otro para reinstaurarlo sobie el pedestal del cual cayd. En esta situacin expiatoria, el perdén ya no tiene precio y él histérieo se ofece como victima dispuesto a sacrificarlo todo por.su objeto idealizado. ‘Los resortes de la humillacién son tanto més desea- dos cuanto que podrén santificar la herida narcisista imaginaria intolerable por la cual el histérico se pre- senta como un objeto indigno por excelencia. Nosotros conocemos bien la indole de esa indignidad: el histérico, 9 Eee c ‘ i ( ( | que io esté a la altura de su compatiera adulada, re- ‘quiere la absolucién fernenina ante’'el désastre fantas- ‘miético opérado por la ausencia del objeto filico. Bsta indignidad certifica la desgracia de no tasterlo a los ojos de aquella que siempre puede reparar e&é defecto.'Los Ubretos expiatorios carecen de limites, ya qué lo que im- porta, ante todo, es hacer vor hasta qué extzemos el sa- crificio no tiene ningiin precio ante la mirada de aquella aquien se ama. 7 De todas formas, réalmente se trata de tina’confiu- sin trdgica entre el deseo y elamor. En efecto;todo ocu- rre como si la dimensién del amor hacia el objeto feme- nino debiera ofrecerse como prénda exclusiva del deseo. Cuanto més ama el histérico inasculinio, tantd mas se resguarda de la dimensién del deseo. De hécho, caanto més se despliega sin limites el amor, tanto mas es ocul- tado el sitio de la falta enel Otro. Esto expli¢a por duéel histérico se presenta a menudo como un héfoe sacrificar do en el terreno de su amor por el otro femenino: 0 sea, ‘un excombatiente quejoso y desconocido en nombre de todos los sacrificios padecidos y ofrecidos én honor desu dama. : Para reconquistar el objeto perdido,.el histérico masculino esta dispuesto a todo. Aqu‘ encontramos la vertiente ciega mantenida en toda neurosis: endnto més se pone en eseena el sacrificio amoroso, tanto més invalida en el otro las veleidades del deseo. El histérico paga a la dimensién de este malentendido, el tributo de su inseripeién en la funcin fillica, manteniendo asi su deseo propio como insatisfecho. En otros términos, cuanto mds cara es la devda epiatara, tanto més ce justifica la logica histérica del ‘Un tiltimo punto merece ser aclarado, a propésito de Ia articulacién entre la destituci6n del objeto femenino idealizado y su transformacién en objeto de destruc- ci6n. La mayoria de las veces, observarnos en este desli- zamiento un proceso completamente estereotipado que 2 AW ‘Parece intervenir como un embragador metapsisolégies y que se exterioriza en una actualizacién de la violen= ‘Ga, Se trata de tm elemento de ruptura que puede me- taforizar la falta, es decir, la pérdida, 0 sea, el tinico mo- tor que da ul deseo su dimensién vivicnte, Detiés del to- no espectacular de la violencia (tanto moral como fisi- a), identificamos la puesta en acto de un process bien conocido: la crisis de histeria. Este proceso interviene siempre como descarga libidinal de las investiduras exéticas del objeto del deseo. Iin efecto, podemids consi- derar este'acceso de violencia como una «crisis dehiste: ria'a la Charcot», presenténdose en una forma aborta- da, cosa que no le impide cumplir la misma funéién: Aunque en forma menguada, encontramos los princi. pales grandes momentos de la crisis cldsica de histeri El perfodo de los sindromes precursores a menudo es 4 anunciado por una verborrea mareadamente interpre- tativa. Bl perfodo clénico generalmente se metaforiza por una crisis cléstica espectacular. En cuanto al perto- do resolutorio, generalmente se manifiesta en la este- reotipia de los derrumbes emotivos, llantos, quejidos y otras lamentaciones diversas, Por Jo demas, esta fase resolutiva anuneia siempre la etapa siguiente: el tiem- ‘po expiatorio del perdén. ‘Resulta facil comprender que, bajo diferentes as- pectos, la economia deseante del histérico puede predi- cax, a primera vista, en favor de la perversi6n. No obs- tante, este cuadro clinico, que evoca ciertos sintomas perversos, no participa para nada de una estructura perversa. La diferencia estructural absoluta entre es- tas dos organizaciones psfquicas se define, esencial- mente, por el modo de inscripcién del histérico en lae fancién falica. 10, Estructura histética y l6gica falica Como lo hemos hecho para la estructura perverse, ‘sles propongo tratar de cireuriscribir los rasgos estructu- rales fundamentales de la histeria, es decir, poner de ‘manifiesto, en la dialéctiea del deseo y con relacién a la apuesta flica, lo que se puede considerar como «puntos, de anclaje> de las organizaciones histéricas. Ast, pues, conviene sefalar los puntos de cristaliza- i6n en que esta lbgica félica se orienta segdn un modo ‘especifico y preponderante que, en él caso presente, se {ja en tomno de la:problemética del fener ¥ su correlato no tenerio, Por mds que ena histeria se trate de un hecho de es- tructura,no es menos cierto que el pasaje del ser al te- ner constituye un acontecimiento general de la dialécti- ca edipica. Se trata, pues, ée una dimensién que inter- viene en el horizonte de todos los procesos de organiza- ci6n psiquica. Lo que seré representativo de la estruc- tura histérica es el modo de asuncién estereotipada de Ja apuesta constituida por esa problemética del tener. Como sabémos, el pasaje del ser al tener est deter- ‘minado principalmente por la intrusién paterna. El pa- dre imaginario se manifiesta especfficamente intervi- niendo como padre privadar y frustrador. Por ello;al ni fio se le aparece como un padre interdictor.1 Porque el padre es reconocido por la madre como aquel quele cha- cela ley» (Lacan), el deseo de la madre se revela al nifio, 1, Dor, véase leap. V, sLa fonction paternelle ct ses avatars, Fonction paternelle et structure hystériques, en Le pire et sa fonction en peyehanalyee, op. eit, page. 79-84. 85 efecto, como un deseo inseripto en la dimensién del tener. En la medida en que el padre privador arranca la, @ cuestiGn del deseo del nitio a la dimensiGn del ser (ser el alo de la madre), ese padre conduce inevitablemente al nifio hacia el registro de la castracién. Ese presentimiento de la castracién es aquello por lo cual el nifio descubre que él no sélo no es el falo, sino también que no Jo tiene, tal como la madré,de quien al mismo tiempo descubre que lo desea alls donde supues- tamente se encuentra, El padre accede asi'a su plena fancién de padre simbélico, tanto més cuanto que la madre reconoce la palabra del padre como la tinica sus- ceptible de movilizar su deseo. En efecto, en esta nueva movilizacién del deseo de la madre, tal y como ella aparece al nifio, este ultimo no puede dejar de instituir al padre imaginario en un lugar donde es dépositario del falo. Insisto particularmente en este vueleo dela dialécti- ca del ser al toner en la organizacién de la.estructura histérica. Acerca de este punto y de su incidericia én ol complejo de castracién, Lacan nos ofrece una explica- cién sumamente valiosa: «Para tenerlo [precisa], primero ha de haberée plantea- do que no se lo puede tener, hasta el: punto de que esa gosibilidad de ser castrado es esencial en la asuncién Gel hecho de tener el falo, Ese es el paso que se debe dar; ah debe intervenir en algin momento, eficazmente, realmente, efectivamente, el padre»,? La apuesta histérica es, por exeelencia, la cucstién de ese «paso que se debe dar en la asuncién de Ja con- quista del falo. A través de ella, el nizo se sustrae ala rivalidad fijlica en Ta cual se habia instalads, alojando en ella imaginariamente al padre. Hablando con 2 J-Laean, Les formations de Finconscient (1957-1858, inéito, seminar dl 22 de enero de 1958 Jas bastadllas son mas) 85, propiedad, la asuncién de esta conquista del filo es lo ‘que Freud designaba con la expresin declinacién del = complejo de Edipo. Resulta fécil comprender que tal .declinacién esté directamente vinculada a la cuestién. ; dela atribucién falica paterna, o sea, al momento preci- z $0 en que va a principiar la légica del deseo histérico. *Como lo observa Lacan, es preciso.que, en-un mo- ‘mento dado, ese padre dé «pruebas» de esa atribucién. Ahora bien, precisamente, toda la economia deseante de! histérico se agota sintométicamiente én la puesta a prueba de este «dar pruebas». ‘Unavez mas, la ensefianza de Lacen esclarece consi- derablemente el umbral psfquico con el que el histérico tropieza neuréticamente: «Bn la medida en que interviene [el padre] como el que tiene el faloy no como el que lo es, puede producinse ese algo que reinstaura la instancia del falo como objeto de~ seado por la madre, y ya no solamente como objeto del cual el padre la puede privarnS De hecho, e! histérico interroga:e impugna sin des- canso la atribucién filica, en una oscilacién alrededor de ese «algo» que va a desarrollarse sobre el fondo de una indeterminaciéa entre dos opciones psfquicas: por un lado, el padre tiene el falo de derecho, y por esta raz6n la madre lo desea en él; por el otro, el padre nolo tiene sino porque priva.de él a la madre. Es sobre todo esta tiltima opcién la que alimentaré la puesta a prue- ba coristante que el histérieo mantiene alrededor de la. atribucién félica, Aceptar que el padre sea el tinico depositario legal del faloes comprometer el propio deseo juntoa élbajoe! modo de no tenerlo. En cambio, impugnar ese falo en tanto el padre jams lo tiene sino porque ha despojado de él ala madre, es abrir la posibilidad de una reivin- 8 Tid. Qas bastardillas son mas). dicacién permanente’en cuanito al hecho dé quie la ma- dre también puede tenerlo y de que incluso tiene dere- * choaél. Eneste nivel de la dialéctica edipica, comprendemos ‘ficilmente que cualquier ambigiiedad, cualquier ambi- valencia manitenidas por la madre y el padre sobre la inscripcién exacta de la atribucién filica, pueden apa- ‘ecer como ottos tantos factores favorables a la organi- zacién del proceso histérico. Si he podido expresar que los obsesivos son nostélgicos del ser, del mismo modo © puede decirse que los histéricos son militantes del tener. En esta reivindicacién del tener identificamos evi- dentemente algunos de los rasgos estructurales més notables de la histeria. No obstante; debe hacerse una observacién: la diferencia de sexos no deja de tener al- gunas incidencias, Segiin él sexo del histérico, a reivin- Gicacién adoptaré contornos fenomenolégicamente dis- tintos, Esto no impide que, fundamentalmente, esta biisqueda, o incluso esta conquista, se inscriba en una misma dinémica: apropiarse del atributo fico del eval l sujeto se considera injustamente desprovisto. Ya se trate para la mujer histérica de chacerse el hombro», como lo expresaba Lacan, o, por el contrario, para el hhistérico masculino, de atormentarse buscando dar pruebas de su «irilidads, la cosa no. cambia nada. ‘Tanto por un lado como por el otro, se trata de adhesion aun fantasma movilizado por la posesién supuesta del +g, falo, de ahf, on ambos casos, la confesién implicita dé que el sujeto no podria tenerlo 88 11. Los rasgos de la estructura histérica ‘Tenemos la costumbre de decir —es un lugar conitin que recorre toda la bibliografia psicoanalitiea— que el -sujeto histérico presenta una inclinaciGn favorable a los sintomas de conversién. De la misma manera, la histe- ria se caracterizaria también por el predominio de la formacién de sfniomas fobicos, lasmés de las veces con-® jugados con estados de angustia. "Todas estas indicaciones presenta, efectivamente, algiin interés diagnéstico, pero no dejan de ser impreci- sas en lamedida en que participan tan sélo.en una’cla- sificacién de sintomas. Ahora bien, hemos visto que es- tos signos clinicos son siempre insuficientes para déter- ~ minar rigurosamente un diagnéstico, Sélo intervienen ‘en calidad de informaciones provisjonales que requuie~ ren set robusteeidas por la localidacién de rasgos es- tructurales. ‘Una cosa es tener presente la semiologia esténdar del cuadro clinico histérico, y otra asegurarse de que una semiologfa semejante jamds tiene més que un va lor nosogrétfico.. ‘De buena gana se admite que tres grandes cuadros de la clinica histérica se distribuyen en: histeria de conversién, histeria de angustia, histeria traumatica. Desde el punto de vista de esta clasificacién nosogré- fica, cada tipo de histeria se distingue de otro sobre la base de una semiologfa esencialmente fundada en la es- 89, yu ~~. -pecificidad de los sintomas, a imagen de cualquicr cla- siBicacién psiquidtrica, En la clinica psicoanalitica, esta especificacin es se- cundaria. En efecto, cualquiera que sea uno de ésos tres, tipos, la economfa del deseo histérico se mantiene fun- damentalmente idéntiea. Tal identidad s6lo puede ser descubierta con relacién a indicios més profundos, que contribuirén a determinar la estructura: los rasgos es- tructurales. Ya se trate de un paciente que privilegia la conversi6n somética; ya, por el contrario, de un sujeto histérico comprometido de manera predominante en Jos sintomas fbicos yen los componentes de angustia, tanto en un caso coino en el otro, la intervencién tera- péutica e6lo tend’ efieacia si lngra desmovilizar la eco- nomfa neurética del deseo, es deci, si incide en el nivel estructural més all de las manifestaciones periféricas (os sintomas). Por afiadiduira, rio detiemos perder de vista que Ja expresién sintométicd histérica esté también presente ‘en otras ofganizaciones estructurales. De ahi la vigi- Jancia que debemos tener siémpie oon respecto a la de- codificacién rigurosa de los rasgos de estructura, en detrimerito de la deteceiin de sintomas. ‘En calidad de tales rasgos estfucturales, inmediata- mente debemoé mencionar lo que podriamos llamar la ‘alienacién subjetiva del histérico en su relacién con el © deseo del Otro, De hecho, nos encontramos en presencia de uno de los elementos més constitutivos del funciona- miento de la estructura histéricd. Para comprender su carécter especifico, debemos considerar de nuevo la problemética del tener, que representa e] epicentro de Ya cuestiGn del deseo histérien. Si, fandamentalmenta, el objeto del deseo edipico, o} 4g fle, es aquao de locale stereo se siente injusta- mente privado, no puede delegar la cuestién de su de- seo propio sino ante aquel que supuestamente lo tiene, Eneste sentido, el histérico no interroga en la dinémica 90 de su deseo sino ante el Otro, el cual siempre detenta proceso del deseo en euestion, ‘Bsto permite ya comprender de qué modo el otro sir- ve de soporte privilegiado a los mecanismos identifica: torios. La identificacién llamada histérica* eneventra ‘asi su origen en el principio de esta alienacién. Este so- ‘porte identificatorioes tanto femenino como mascalino. <~ Porejémplo, una histériea puede identificarse gusto- samente con otra mujer si se supone queesta conoce la respuesta al enigma del deseo: jo6mo desear cuando'se esta privado de aquello a lo cual se tiene derecho? No ‘ien una mujer deseante se presenta como «no tenién- olor, pero desedndolo a pesar de todo, ante aquel. que supuestamente lo tiene, esa mujer aparece de entrada, para la histérica, como aquella que le dard la soluci6n a ‘su pregunta. De ahf la identificaci6n subsecuente dé la hhistérica con su «modelo»: ‘Por supuesto, esta identificacién nunca es més que ‘in artificio néurético, una: ceguera qu? no ofrece en nada ja solucitn esperada. Muy por el contrario, no ha- ce més que redoblar la economia neuréticamente insa- tisfecha del deseo. De hecho, como lo decia Lacan, ocul- ta el «paso que so debe dar, que consists én acéptar rio tener el falo, para darselos medios posteriores desu po- sesién, En efecto, aceptar no tenerlo es potencialmente poder identificarse con aquella que no lotiene, pero qué jo desea junto.a aque! que supuestamerte lo tiene. ‘No obstante, la identificacién histérica puede igual- smente constituirse a partir del modelo de aquella que nolo tiene y que, por consiguiente, se ocapa em reivindi- carlo, Aquf observamos una vertiente identificatoria 1 Véase S. Freud, cap. VIL, identification, en «Psychologie collective et analyse du mob, Boal de Peychanalyee, Pars: Peti- te BibliotSque Payot, n° 44, 1963, pégs. 126-28. (La identifica time, en Poicolagla de las masas y endlisis del yo, AB, vol. 18, 3979) ‘supuestamente la respuesta al enigma del origen y del * a1. ~ OT que no yacilaré en nombrar: identificacién militante, 0 incluso identifisacién de solidaridad. Esta disposicién ‘eonduce a las mismas cegueras antes aludidas, puesto ‘que, una vez mis, ella reniega de la condicién que sella Jarelacign del sujeto con el deseo del falo. En todos los casos, estos provesos identificatorios de- muestran palnariamente la alienacién subjetiva del hhistérico en su relacién con el deseo del otro, sobre todo en la forma de esa sujecién del deseo a lo que se puede suponer, preseatir y hasta imaginar de antemano que es el del otro. Bsta sujecién por éxceso de imaginario constituye un terreno favorable a todas las empresas de sugestién. En efecto, Ia influencia y la sugestién operan siem- pre bajo el ejervicio conjunto de dos condiciones. En pri- mer Ingar, es preciso que el otro que sugiere haya sido investido de entrada por el histérico en un lugar privile- giado. Por otra parte, es preciso que el histérico se reco- nnozea los medios para poder responder a lo que cree que ese otro esperade él. El hugar privilegiado de que habla- mos es el del Amo, siempre instituido como tal por el histérico, en e' sentido de que supuestamente el Amo ‘sabe lo que el histérico se esfuerza en desconocer acerca de la cuestién de su deseo. En este sentido, cualquiera puede quedar, en deter- minado momenta, investido en esta fincién de dominio. ‘Las cosas se complican con bastante frecuencia; sobre ‘todo cuando el entronizado en posicién de Amo no pre- senta alguna aptitud para el éjercicio del dominio. De ahi esta pertizente observacién de Lacan: 0 valorizar, a que los condenan las higtétieas. 27> Por lo demés, este cardcter sacrificial obedece tam- ‘a otro aspecto esencial de la histeria: la dimensién del dado para ver. Bste proceso se realiza gracias aun “-desplazamiento. Ponerse al servicio del otro equivale siempre a tratar de mostrarse uno mismo a través del otro y, asf, a aprovechar su ebrillo». Un modo de dependencia semejante traduce siempre la abdicacién de algo del propio deseo en beneficio de otro. Se trata, pues, de una captura, y por partida doble: embelesarse F entrampar al otro, confundiéndose con él y haciendo E-: valer incesantemente el deseo que uno cree es el suyo. ~ Esta disposicién hietériea conoce enearnaciones to- ‘talmente estereotipadas. Ast, para gustar y tratar de 93, ’ forma derivads, la fuinci6n del misionero. No olvidemos el destino de Anna O, (Berta Pappenheim), que la con- dijo a fundar aquella famosa organizacién de bienhe- choras: las asistentes sociales. Fn una vertiente més masculina, evoquemos tam- bién a Jos «excombatientess que nutren sus beneficios secundarios deneurasis invocando todos los sacrificios ‘que consintiercn por el bien de'la familia, del trabajo y de algunos valores igualmente indudables, Por més que la dimensién del tener stistente de ma- nera permanente la economia histériea del deseo, exis- ten ciertas tendencias donde, precisamente por falta, del tener, el histsrico va a privilegiar su identificacién con el ser. El proceso de identificacién aparente con el falo en nada es contradictorio con la posiciGn preceden- te: Por el contrario, és incluso tuna consecuencia légica dela relacién del histérico con of tener. En este sentido, ‘también podemos identificar aqui un rasgo deestructs- a caracteristio de la histeria, En todo sujeto histérico persisten, de manera més 0 ‘menos invasora, los vestigios de una queja arcaica que se desarrolla sobre el fondo de una reivitidicacién amo- rosa referida a la madre. En efecto, el histérico se vive frecuentemente como no habiendo sido suficientemente amado por el Otro, o como no habiendo recibido todos Jos testimonios de amor esperados de la madre. Esta frastracién amorosa se inscribe siempre en relacién con, esta filica. Asi, en esta frustracién, el histérico se inviste como un objeto desvalorizado e incompleto, es decir, como un objeto irrisorio del deseo de la madre frente a lo que podria ser, por el contrario, un objeto completo ¢ ideal: el falo. La incidencia més manifiesta de esa relacién desva- orizada con el objeto del deseo de la madre, se localiza enel nivel de la identidad del histérico. Bsta identidad es siempre insatisfactoria, desfalleciente, en otras pala- bras, parcial, respecto de una identidad plenamente 94 os esfuerzos, tan vanos como insaciables, que desplie- ; ga el histérico en su esfuerzo de realizar dicha identi- dad. Bs fécil comprender a qué tipo de fantasia res onde esta actividad industriosa del histérico para sus- ‘cribir su ideal identitario. Se trata de pasar a ser el ob-O t {jeto ideal del Otro, ese que el histérico supone no haber ' ‘sido jamés. La medida de esta: suposicién traduce la de- terminacién particular que el sujet impondrd enton- 7 ces a la eéonomia de sia deseo. ( Muy tempranamente, Freud habfa llamado nuestra AE atencién subrayando hasta qué punta el histérizo de-rgy | seaba sobre todo que su deseo permaneciera insitisfe cho2 El histérico se encierra, en efecto, en una légica, c psiquica irrebatible: para mantener su deseo, el sujeto ‘ i ( séalizada, dicho de otro modo, ideal. De ahf provienen ( t ‘ se esfuerza en no darle jams un objéto sustitutivo posi- ble, afin de que la insatisfaccién resultente motorice cada vez inds al deseo en esta aspiracién hacia un ideal de ser. ( Por lo mismo qué lo que el histérico persigue esté i orilenado, ante todo, por esta identificacién con el objeto {deal del deseo del Otro, podemos inferir que todos sus esfiierzos se ponen al servicio de la identificacién félica, ' Por tanto, no es sorprendente observar la extrema afi- ‘ nidad que el histérico presenta con todas las'situacio- : ries en que esta identificacién imaginaria es susceptible de ponerse en eseena, Aqut encoritramos lo que habi- tualmente se conviene en lamar el narcisismo falico dow ‘ los histéricos. Sabiendo que ese narcisismofilico se ins- t cribe cominmente en el umbral de la problematica de i la diferencia de sexos, con su punto culminante resolu- torio en la ageptacién de la castracién, esta estrategia histérica interviens, pues, Para tratar de desbaratar la cuestién del tener, 0 sea, el encuentro inevitable con la ‘ falta. 2 Véase 8. Freud, -Rave dela houchirer, en Linterprétaion les réves, Paris: PUF, 1973, pégs. 188-7. [Le interpretacién de los eue- os, en AE, vo. 4, 3979.) Este marcisismo félicor so expresaré favorable mente en una forma espectacular e inmoderada: el da? dopara ver, es decir, la puesta en escena, Para el histéri- ‘e0, en ese pitiatismo se trata sobre todo de ofrecerse ala: snirada del Otro como encarnacién del objeto ideal desu deseo. Para ello, el sujeto se identificard con este tanto ‘por su cuerpo como por su palabra, Ya que lo ésenciales aparecer como un «objeto brillantes que fascine al Otro. ‘Todas las empresas de soduccién en que el histérico puede comprometerse se apoyan en esa «brillantez f4- ica». En efecto, en lahisteria, la seduccién esta siempre fundamentalmente al servicio del falo, mas que del de- seo. En otros términos, se trata més de fortalecer la identificacién imaginaria del falo que de desear al otro. Contra viento y marea, hay que hacer desear al atro, 0 sea, hacerle desear ese objeto fascinante que se da para, ‘ver como el cbjeto que podria colmar su falta. Pero toda- ‘via es més importante dejar al otro en suspenso en esta movilizaci6n. Mientras el otro corra tras "un objeto se- mejante, el histérico podrd mantener el fantasma de su identificacién faica. ¥ bien sabemos que, en cuanto el otro ya no «corre» solamente sino que se muestra ms emprendedor en su deseo, las ms de las veces se expo- ne a que lo pongan de patitas en la calle como Dios manda. En efecto, los histéricos.tienen un gran manejo del edesplante». Si, desde el punto de vista de la identificacién con el objeto de la falta en el Otro, la problemética es idéntica entre las mujeres y los hombres histéricos, puesto que se trata de la relacién con la castracién, en cambio, segiin el sexo del sujeto, las estrategias neurdticas, afectardn perfiles diferentes. En efecto, segiin se trate de una mujer o de un hombre, la relacién eon la dimen- sin del tener ser movilizada, o bien en la vertiente'de no tenerlo, o bien en la de supuestamente tenerlo. Esta biparticién respecto del registro del tener encontraré sendas de realizacién muy estereotipadas ségtin el sexo del interesado. Principalmente, serd alrededor del pro- 96 12. La mujer histérica y su relacién con el ‘Sexo Por mds que esté sustentada por el deseo, la relacién, ‘con el sexo del otro siempre es deseo del falo-en el otro: Asi, una mujer ptiede encontrar, al Jado de un hombre, logue él no tiene en abscluto. Pero; reefprocamente, godela dimensién fética proyectada en la mujer movil -za e] deseo de un-hombre junto a ella: Tanto en wn eais0- como en el otro se trata sin duda, para cada uno dé los E: protagonistas respectivos, de tener supuestamente lo cierto modo, constituirse ‘como quien puede ser EF ese falo del otro es siempré negarse, a aceptar encon- ‘srarse cn la falta: aqui nos topamos con la posicién fan- 5 ‘tasmatica estereotipada del histérico, Inversaznente, el Feconocimiento de la falta es siempre reconocimiento de @ Ja castracion del otro. Esto permite comprender la ~ sireulaci6n del deseo entre una mujer y un hombre, que ‘esta imperativamente supeditada al reconocimiento re- f- ciproco de Ja castracién en el otro. En el hombre, esta ireulacién se‘anuncia al presentarse él, frente a una ‘mujer, en la dimensién del: «yo no tengo el falo»; para la mujer, en la dimensién del: «yo no soy el falow, A partir de esto, comprendemos inmediatamente que el sujeté hhistérico se inscriba en una problemética imposible en su relacién con el séxo del otro. Imposibilidad sinto- ‘nética atestiguada por una insatisfaccién del deseo jjustentada en el hecho de que el histérieo jamés feco: Examinemos ahora esos dos aspectos sintomiticos la relacién con el sexo, primero en la histeria.fe- 99 menina y luego, én el eapitulo siguiente, ém Ts mascu- lina, Esta relacién con el sexo eaté-ampliamente sobrede- terminada por cierto'montante de registro de la reali- dad, donde la légica histérica del deseo va a encéntrar puntos de apoyo favorables. Aunque estos puntos de apoyo de la realidad, en cuanto tales, sean diferentes, no dejan de ser electivamente escogidos por cuanto sir- ‘ven aun mismo objetivo: el ideal al que el histérico ri @ de un sacrificio sin condiciones. En nombre de ese ideal, parece evidente qué el aftin de perfeccisn va.amovilizar sin descanso a la mujer his- térica, Se trata ademds, exactamente, de una exigencia en la relacién con la perfeccién que, como es légico, en- contrard sus soportes privilegiados en ciertos estereoti- os culturales e ideol6gicos, comenzando par la colusién entre lo bello y lo fernenino. ‘Una cosa es comprobar en la mujer histériea hasta ‘qué punto la preocupacién por lo bello es una Constante persecutoria, y otra ver cémo lo bello viene a encimarse con lofemenino al precio de suplantarlo. Curiosamente, las més de las veces observamos que esa preocupacién, por la belleza determinada por el ideal de perfeccién se ‘expresa casi siempre de un modo negativo, Existe una coleecién de apreciaciones favoritas destinadas a ci cunseribir esta reivindicacién: «no soy lo bastante eso»; «soy demasiado aquellov; «soy feaw; «mi cuerpo deberta ser asiy; «mi rostro deberia ser ast; ete. Es decir, otras, tantas formulas que vienen a justificar la exigencia de ‘elleza que atormenta sin deseanso a la histérica. A primera vista, no se juega aqui, en la histérica, nada muy diferente de lo que observamos en quien fuere: la puesta a prueba del narcisismo comiin de ‘todos. En la histérica, esta puesta a prueba narcisista adopta simplemente proporciones extremadamente in- vasoras. La histérica extrema de un modo absoluto la dimensién habitual del narcisismo, y lo hace tanto'me- 100 ir cuanto que la fantasmagor‘a personal de Ja belleza ligada habitualmente a aqullo-por lo cual eval- juiera quiere o puede gustar. Ahora bien, ese querer tar al otro no est, en sf, de ninguna manera someti- pa la necesidad de una exigencia totalitaria de belle-- es decir, a una perfeccién tal que lé apreciacién del icio del otro referido a nosottos puéda hacer funcién, e ley. Por mas que ese querer gustar siga siendo tribu- io de.ciertas manifestaciones de cortesia provenien- 3s del otro; no exige que Sea preciso alcanzar un siim- Finum de perfeecién para asegurércelo, Ee > La histérica no ha captado completamente esta PiliscriminaciGn. En efecto, subsiste siempre la secreta peranza de alcanzar esa cima de perfeccién. En este nto, a apuesta histériea es particularmente ciega, es Fue quode al maismo tiempo completamente fascinado y@ j subyugado. En esta situacién, la empresalocadelahis- - f térica equivale a adherir al fantasma persistente deun Felizmente, esto jamés ocurre frente a un otto se- ado. La histérica es el juez. mas tirdnico en este as- nso por el lado del ideal de perfeccién, Nada serd ja-o 148 suficientemente bello para neutralizar la huella de imperfecciones, para horrar los.vestigios de los de- -tos. Esta exigencia despética acarrea inevitablemen- fete manifestaciones sintomaticas, la mas impresionante g Ge las cuales es /a indecisién permanente dela histérica g, Econ relacién a cualquier cosa. p,_ Yase trate de las cosas més comunes de la vida oti: B diana, como de asuntos menos banales que comprome- f ten el orden de las cosas a mayor plazo, la estrategia sintonitica referente, por ejemplo, a la eleccién de un -vestido, de un par de zapatos, de una marca de dentifri- co 0, en su punto extremo, de un compaiiero amoroso, manece idéntica, Aunque la eleccién a la larga ter- ‘mine, tanto por desgaste como por fatiga, l objeto elegi- » 101 “uh do cofitintia su carrera de incertidumbre, dudas y arre- pentimientos. Las negociaciones interminables que re- sultan no hacen mas que rédoblar le vacilacién inicial: mingtin objeto elegido serd capaz de tranquilizar 0 de feamplir’su funcién de una manera més apropiada que /aquel que precisamente no se escogié. A todas huces, el sblema dela vacilacién va a culminar, précisamente, ‘en el nivel de Ja eleccién de un compafiero amoroso. En este terreno, en efecto, la histérica no dispone de nin- gun criterio ideal de garantia. ‘Teniendo en cuenta la fn- dole de la investidura involucrada, la histéricase tortu- ra.amis y mejor en sus asuntos amorosos, y no deja de actualizar, en este espacio, algunos de los rasgos més caracteristioas de su estructura. @ Estar sinestar constituye, para lahistérica, en sure- ‘cin con el otro, una puerta de salida saludable en el ‘caso de que su eleccién resultara equivocada. Esta dis- posicién adquiere toda su importancia desde el punto de vista de la economia:del deseo histéries, caya cons- tantees permanecer insatisfecho. En este sentido, pucde dedirse que la bisqueda in- fernal de la perfeccién viene a punto para: traducir su ‘propio negativo: la conviceién permanente dela imper- feccién.. Comprendemos entonces por qué la histérica transige fécilmente/con la dimensién del hacer como si, que utiliza para ocultar imperfecciones que la dejan psiquicamente agobiada, Todo es bueno para servir de mégeara: ropa, adornos, juegos de roles, identificacio- nes ostentatorias. Todo es oportuno para tratar de ha- @ cor més atrayente a la mitada del otro algo que supues~ tamente lo es muy poco. Este es el aspecto completa~ mente inauténtico de la histérica. Aqui encontramos el elemento més esencial de su inconsistencia, de su labi- 4 lidad. En tornode este problemética, alaimperfeccion fisi- case anudan gustosamente la impérfeccién moral e in- telectual, Asi como no esta segura de cierta perfeccién. fisica, 1a histérica tampoto se siente tranguilizada en 102 ‘gu consisténcia intelectual. La imperfeccién jamés se li- ita al dado paraver del cuerpo: Se extiendé igualmen- f. te ala inteligencia y al espiritu. De manera que el -ha~ * Br como siv intervendré en este nuevo registro segtn Jas mismas técnieas de camuflaje. Tras esta expresién re pate el hecho de no ser jamas lo suficientemente inteli- © ES 'gonte o cultivada ante la mirada delotro. Amenudo, es- ,. ta disposicién adquiere el aspecto de un auténtico com- * plojo de persecution por el lado del intelecto. Esta queja permanente se encarna’en inhibiciones sintométicas cuyo leitmotiv es bien conocido por nosotros: «por més B£ que'leo libros, no xetengo nada»; «no comprendo nada de todo lo que me enseviam eteéterd, _ La relaci6n con el saber constituye un terreno emi- = nentemente favorable a la actualizacién dolorosa de las :dmaperfecciones. De hecho, es xtiucho més dificil restaix- rar las fallas intelectuales mediante artificios o empre- ‘da mejor que una histérica para denunciar tales artifi- © cios cuando intentan ilusionar por el lado del saber. ‘Desde este puntodevista, las histéricas son losjueces y censores mais despiadados: ninguna laguna puede ser isimulada, por cuanto la relacién conel saber no tolera j_ingén desfallecimiento. La histériea suseribe sin BE rostriccidn este fantasma totalitario: «0 uno sabe o,sino es eae el caso, no s: sabe nada». A partir de entonc ees, pre- tender saber por lo menos alguna cosita, cuando no se puede probar que se sabe todo, es una indignidad y -dascistay se extiende, més alld del saber propiamente dicho, a aquellos que supuestamente lo dominan tanto ‘como a Jos lugares donde se lo imparte. ‘Asi, la histérica se-ve levaila a persuadirse de ante- S mano de que jamés sabré dominar nada del menor sa- ber. En tales condiciones, existe la solucién complemen- taria del «hacer como six: intentar desesperadamenteg sor el reflejo del saber de otro. Para acceder al pensa- 103 miento de otro, ella s¢ convierte en su sostén inconditio-. nal mediante una empresa de adhesin imaginaris, y adopta la resoluci6n de convertirse en su eco liso y lla- no. Una vez més, identificamos eserasgo estructural de la histérica que consiste en estar, pero sin estar real- mente del lado de su deseo. Al hacerse portavoz del sa ber de otro, ella neutraliza sus propias laginas. Esta «qmegafonfa> esta sustentada por la constante preccu- pacién de gustar al otro y de constituirse como objeto © que podria colmar su falta. Gustar al otro es primero pensar como él, luego hablar como él y, en el mejor de Jos casos, si el terreno se presta, pensar y hablar camo 4, pero en su lugar. Tal inconsistencia transige con el proyecto de disolverse en el deseo del otro y de no existir ‘més que como su mero reflejo: A través de esta disposicién encontramos, por su- puesto, la servidumbre privilegiada que la histérica mantiene con respecto al sujeto elegido en lugar de Amo, instituido, anticipadamente, como aquel que no puede no saberlo todo. Con esta condicién, la histérica se esfuerza por convertirse en el reflejo de su pexsa- miento. De aquf proviene esa aptitud caracteristica del discurso histérico de convertirse en discurso del dis curso de otro. En este sentido, puede convertirse en curso de todos, ya que es un diseurso prestado. En nombre de esta suscripei6n incondicional de Ia perfeesiGn, otra manifestacién caracteristica de la his- ‘ériea merece ser examinada: el problema de la identi- fleacién con la mujer que atormenta a toda histérica en lamedida en que se juega en ello la cuestién de su iden- ‘ptidad femenina. Bs comin y corriente comprobar que la histérica fija siempre tal o cual modelo femenino rara tratar de asumir su propia femincidad. Histéricamen- te, evocamos ya elcaso Dora, que éstaba subyugadapor las cualidades y los encantos de la sefiora K.! Muy 2 d'un analyse @hystério (Dora), on Cing Tiss de un eas de histeria» (caro «Dora, on AE, vol 7, 1978] 104 tempranamente, Freud habia presentido, ens avalia~ res de ese proceso ideatifiatorio, una de las constantes mas fondamentales del funcionamiento histérico, Re- cordemos en seguida que es en esta dimensién donde surge se desarrolla toda la homosextalidad histévica, gp mas ligada al proceso de identifieacién que a la dimen. sign dela eleceién de objeto amoroso Si la histérica es tan gustosamenite subyugada por ‘otra mujer investida como modelo, es porque supuesta- ‘mente esta tiltima puede responder a la pregunta era. cial de la histérica: qué es ser una mujer? Ton virbud de esta pregunta central, la homosexualidad histérica no consiste en elegir a una mujer como objeto de amor ideal. For el contrario, en esta promiscuidad homose- xual, lahistérica busca, ante todo, ser como ella, pensar como ella, vivir como ella, hacer el amor como ella, te- ner los mismos hombres que ella, ete, En otros tézmi- nos, se trata esencialmente de wampirizar» a esa dtra ue supuestamente realiz6, a la perfoccién, su identi- dad femenina. Esto modo de «wampirizacién» del modelo femeixino permite comprender algunos aspectos de las relacionos que las mujeres histérieas mantienen con Ine parejas. (Ia apropiacién consumada del modelo femenino re- ‘quiere, como minimo, compartir sus elecciones y sus (gustos hasta el final. Asi pues, aqutno hay mas que mn paso que se debedar» a fin de arrebatarle sus compaiie- os amorosos. La experiencia muestra cudn facilmente algunas histéricas pervierten a los compaiieros mascu- © Jinos de sus amigas. Méxime cuando el compaiiero de la - otra mujer estard siempre mejor «provisto» que el suyo propio. La cuestién dela buena eleccién vuelve a la.car- ga: el otro hombre siempre tiene algo mas o mejor que el que esté en uso. Lo mismo que ocurre con la ropa o los zapatos que no se escogié, sucede.con el otro hombre: resulta infinitamente més satisfactorio que el que se +habfa elegido, De donde surgen el mismo libreto, la mis- ma queja y las mismas desilusiones, 105 + Bs cierto que ol problema de la eleceién de un compa: fiezo amoroso es aquel donde la histérica va a jugar, lo mids extremadamente posible, su adhesién al ideal de “én. Por este motivo, el desafiova a ocuparzn lo- ~- “gar esencial. La histérica intenta retener a aquel de ‘quien pueda estar segura, de antemano, de que respon- deré a todas eus exigencias. En esta estrategia, la histe- rrica deseonoce haber optado por no encontrar jams a rningtin hombre a la altura de a situacién esperada. De abi la aficién inmoderada de algunas histéricas a osco- ger un compaiiero inaccesible: cuanto mas inabordable sea, més podré mantenerse la ilusin de que el feliz ele- ido no habré de decepcionarla. ‘De este modo puede comiprenderse esa propensi¢n favorable de las histéricas a decidirse por un compaiie- 10 fiar este papel. Lo propio de esos muertos es que, rele ce loc mate, mejor resucitan, Infaltablemente, estas resurrecciones, por menudas que sean, siempre ‘son anunciadoras de grandes cataclismos en el obsesi- vo, que conoce entonces el gusto amargo de la derrota infantil. ‘As{ como nada es més tranguilizador y amable que um muerto femenino, de igual modo nada es més in- quictante y odiable que una mujer viva, es decir, que ‘puede gozar. El obsesivo puede padecerlo todo, sin cdleulo ni retaceos, excepto una sola cosa: que el otro ‘gece sin él, sin que él tenga o haya podido tener algo que ‘yer con ese goce. Bl otro no puede gozar sin su consenti- miento, sin su autorizacién. Lo que es radicalmente in- tolerable es que una mujer se atreva a:impugnar, des- preciando todas las convenciones establecidas, un esta- tuto de muerto tan confortable. (Es el mundo al revés! ‘Un muerto no debe gozar. Un muerto que goza ¢s ‘tanto més un traidor cuanto que, si goza, es porque de- 152 RE sea. {Con qué derecho? Con el derecho que pretende, nevesariamente, que el deseo de quien quiera esté s0- metido siempre la ley del deseo de! otro, cosadela que +e] obsesivo precisamente se esfueiza por no querer sa- ber nada. En la existencia del obsesivo, el goce dél otro sé tra- duce siempre por eierta agitacion a través de la cual él intenta retomar el control de las operaciones. El esté dispuesto a sacrificatlo todo para que las cosas vuelvan aentrar enel orden dela muerte del deseo. Para que el otro vuelva a convertirse en su objeto —un muerto que yanogoza—, el obsesivodesarrolla una generosidad ili- mitada y se presta a todos los homenajes, a todoslos es- fuerzos, a todas las cargas. Emprende los proyectos més inesperados para reconquistar el objeto que, al es- capérsele, lo remite a la pérdida. Con ocasién de tales estrategias do (1910), en La technique psychanalytique, Paris: PUB, 1976. [Sobre el sicoandlisis “silvestre”», en AE, vol. 11, 1979.1 “Conseils aux médecins sur le traitement psychanely- tiquer (1912), en La technique paychanalytique, Paris: PUR, 1976. [Consejos al médico sobie él tratamiento psicoanalitieo», en AB, val. 12, 1980.]" cLe début du traitement» (1913), en La technique psyeha- nalytique, Paris: PUF, 1975. [«Sobre Ja iniciacién del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del paico- anilisis, I), en AB, vol. 14, 1979.) «La disposition & la névrose obsessionnelles (1918), en ‘Néorose, peychose et perversion, Paris: PUF, 1973. [dha predisposiciin a la neurosis obsesiva>, en AE, vol. 12, 1980] (1924), en Néorose, psychose et per- version, Paris: PUF, 1978. [, ‘en Eseritos 1,0p. cit. “, b) “Les lois et le transsexnels, en Le discours psychanalyti- que, 1982, 2° alio, 8, pgs. 18-7. Lacan, J. «Dune question préliminaire a tout traitement possible de la psychose» (1957), en Bcrits, Paris: Seuil, 1966, pégs. 581-88. [-De una euestién preliminar a todo tratamiento posible dela psicssis», en Escritos 2, Buetios Aires: Siglo veintiuno, 1987 (14* edieién)] La relation d’objet et les structures freudiennes (1956- 1957), seminario inédito. Listhique de la psychanalyse, Libro VII (1959-1960), Paris: Seuil, 1986, [La ética del psicoandlisis, Buenos Aires: Paidés, 1988.) «Kant avec Sade» (1962), en Ecrits, Paris: Seuil, 1966, pags. 765-90. [«Kant: con Sade», en Hscritos 2, op. cit] 160 Lenvers de la psychanalyse (1969-1970), seminario iné- Le savoir du paychanodyate (1971-1972), séminario iné- dito, (Ou pire (1973-1972), seminario inéiito, Encore, Libro XX (1972-1973), Paris: Seuil, 1975. (Asin, Barcelona: Paidés, 198: «L’Btourdit», en Scilicet, n° 52, Paris: Seuil, 1978, pags. 5- ‘MacDouaa, J. ‘Essai surla perversion», en Les grandes découvertes de la. ‘psychanalyse, tomo: Les Perversions, Paris: Laffont ‘Tehou, 1980, pgs. 269-85 y 187-808. ‘Mmzor, C, «Clef pour le transsexualismes, en Horsere, Paris: Point hors ligne, 1988, pags. 29-43. Pearusn, F. ¥ GRANOFF, W. «Le probléme de la perversion chez la fermmie et les idéaux, féminins», en Le désir et le féminin, Paris: Aubier Mon- taigne, 1979, pégs, 21-106. Rosoaro, @.

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