Pudo ms
el cronopio
que la fama
Gonzalo Celorio
Yo no conoc a Julio Cortzar. Recuerdo con tranquila
precisin el brutal nerviosismo que me asalt en un pasillo del Hotel Del Prado la primera vez que no lo conoc. Tengo ante m, ntidos y despedazados, cristalinos,
los largusimos instantes que dur nuestro desencuentro, pero no me acuerdo en qu ao transcurrieron. Fue
cuando se celebr en Mxico una reunin poltica de
tema tan extenso como su ttulo: Tercera Sesin Internacional Investigadora de los Crmenes de la Junta Militar
Chilena. Quizs en el 76. Yo no tena en ese doloroso
entierro ms vela que la elemental solidaridad de mi corazn con un pueblo vejado y oprimido, pero me sent
invitado por el solo nombre, en la lista de los oradores
participantes, de quien haba sido mi mejor amigo: Julio Cortzar. Haca varios aos que mi vida se haba dividido, como la de tantos otros, en antes de J. C. y despus de J. C. Durante muchas y muy prolongadas noches
de soledad adolescente, Cortzar me haba hecho cisco
el mundo hasta entonces conocido y aceptado y credo,
tan cmodo, tan blando, tan caf con leche dira l,
para descubrirme el otro en el que mi adolescencia quisiera, sin vergenza, perseverar: el del amor incodificable y la bsqueda permanente, el de la metfora hecha
carne. Con su tesonera juventud, Cortzar me haba hecho verdaderamente joven, me haba desordenado de
manera irreversible todos mis ficheros. Pero no slo era
mi mejor amigo, el que mejor me conoca porque nunca he sabido ms de m que leyendo sus pginas, sino
que, en cabal correspondencia, indudablemente que yo
tambin era el mejor amigo suyo: su cmplice, el que
comprenda sus rituales y sus ceremonias. Qu mara-
Antonio Glvez
Pars, 1968