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Industrias Culturales vs. Cultura.

Por: MsC. Lourdes R. Espinosa Fernández*.

El término "industrias culturales" (expresión originada en la Escuela de

Francfort) está asociado, desde medio siglo atrás, a las empresas de

producción y comercialización de bienes y servicios culturales, destinados a su

difusión y comercialización en amplios sectores de la población. Su función es

la de producir (“fabricar”) mercancías o servicios de carácter cultural (libros,

discos, películas, emisiones de radio, programas de TV, etc.) destinadas

específicamente a difundir y reproducir en términos de prototipo o de

serialización determinados contenidos simbólicos (obras literarias, obras

musicales, obras cinematográficas, obras televisivas, información, etc.)

Recién en los años 70, los gobiernos representados en las Naciones Unidas

impulsan los primeros estudios sobre el tema, de tal modo que la UNESCO

aprobó en París, en octubre de 1978, durante la Vigésima Sesión de la

Conferencia General, la Creación de un Programa de Investigaciones

Comparadas sobre Industrias Culturales. En el párrafo 4205 del Programa y

Presupuesto aprobados para 1979 – 1980 se estipula en particular que: En

colaboración con instituciones nacionales e internacionales, públicas o

privadas, se emprenderán investigaciones comparadas sobre la función y el

lugar de las Industrias Culturales en el desarrollo de las sociedades. Su

ejecución se encomendó a la División de Desarrollo Cultural que organizó, en

colaboración con la Comisión Nacional Canadiense de cooperación con la

UNESCO una reunión de expertos en Montreal del 9 al 13 de junio de 1980.

Estos especialistas de diferentes disciplinas de las ciencias sociales, de la


cultura, de diferentes regiones geográficas y áreas culturales del mundo,

contribuyeron con sus estudios a esclarecer la problemática de las industrias

culturales, a su definición, su campo de acción, su funcionamiento, algunas de

sus ramas, su incidencia sobre los grupos sociales, la cuestión clave de los

creadores, los fenómenos de internacionalización y las diferentes modalidades

de intervención pública o privada. El Programa y Presupuesto aprobados por la

Conferencia General en su vigésima primera reunión celebrada en Belgrado en

1980, ratificó la idea de una publicación sobre las Industrias Culturales, lo que

se haría durante la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales, efectuada

en México en julio de 1982.

Se presentaron tres estudios permeados por el debate polarizado sobre el

papel de las Industrias Culturales en el desarrollo cultural de las sociedades. El

del economista canadiense Albert Breton que constituye una defensa

incondicional de la economía liberal en el campo de las Industrias Culturales,

tal como se manifiestan en el contexto canadiense y norteamericano. Contrasta

con la crítica de tipo marxista que presentan Armand Mattelart y Jean Marie

Piemme, al exponer la génesis misma del concepto de Industria Cultural en sus

relaciones con las realidades que constituyen su base misma. Por otro lado

Augustin Girard comprueba los problemas que traen consigo los mecanismos

industriales, tanto en el campo cultural como en los demás, pero intenta

determinar si en ciertas condiciones, las industrias culturales no pueden ser

una nueva oportunidad de desarrollo y de democracia cultural.

El propio Augustin Girard plantea que “hay industria cultural toda vez que la

representación de una obra es trasmitida o reproducida por técnicas

industriales” (1)
Golding estima que “la Industria Cultural es la invasión del campo cultural por el

modo de producción capitalista” (2)

La UNESCO define algunos primeros conceptos sobre el término “industrias

culturales” reconociendo su existencia “cuando los bienes y servicios

culturales son producidos, reproducidos, almacenados o distribuidos de

acuerdo a patrones industriales y comerciales; es decir, a gran escala y de

acuerdo con una estrategia basada en consideraciones económicas, más que

en una preocupación por el desarrollo cultural. Una primera definición sobre el

sector, pero insuficiente en la medida que omite la posibilidad de la existencia

de políticas públicas para las cuales las consideraciones económicas pueden

tener una importancia menor que otras de carácter cultural, social, político o

religioso.

La UNESCO (1982) enumera una serie de aspectos positivos y negativos que

tiene las industrias culturales. Entre los aspectos positivos se plantea la

ampliación del acceso a los mensajes culturales, la reducción de los costos de

producción y consumo, la transformación de la creación profesional e

intensificación de los contactos entre los creadores y el público, lo que permite

el acceso a toda la población del conocimiento del mundo en sus diversos

aspectos, significando un impulso a la acción educativa. A esto se contraponen

otros elementos negativos como la ocultación progresiva o marginalización de

los mensajes culturales que no revisten la forma de mercancías dotadas de un

valor económico, pueden representar un conflicto con la identidad cultural,

desestimular la producción local por el bajo costo de los mensajes importados,

es una producción conformada, que se basa en la trivialización, el carácter


efímero y el empobrecimiento del contenido, pueden utilizarse con miras a una

rentabilidad económica a corto plazo o con fines de control social o político.

Posteriores definiciones aclaran más el concepto, cuando se aborda a estas

industrias, como “conjunto de ramas, segmentos y actividades auxiliares

industriales productoras y distribuidoras de mercancías con contenidos

simbólicos, concebidas por un trabajo creativo, organizadas por un

capital que se valoriza y destinadas finalmente a los mercados de

consumo, con una función de reproducción ideológica y social”.

Precisamente, el reconocimiento de esta dualidad: mercancía como dimensión

económica y contenidos simbólicos libro / obra literaria; disco / obra musical,

película / obra cinematográfica, etc.; nos permite visualizar de manera integral

los componentes económicos e industriales, así como ideológicos y culturales,

que están presentes en todo producto originado en las industrias culturales.

La esencia de la industria cultural la constituye la integración dinámica de tres

elementos permanentes: el acto de creación, el soporte tecnológico para su

difusión y su lanzamiento en el mercado.

Los productos culturales en conjunto con los equipos, instalaciones y redes que

les son conexos dan lugar a las diferentes actividades que constituyen la

industria cultural: el mercado del arte, el turismo cultural, la industria del

espectáculo en vivo, la industria fonográfica, la industria cinematográfica, la

radiodifusión y la televisión.

El concepto de “industrias culturales” incluye también a las “industrias de la

comunicación”, convergentes ambas en un común accionar sobre la cultura, la

información y la formación de los individuos –“la comunicación es


esencialmente cultura”, y también en campos cada vez más integrados de la

tecnología, la producción, la comercialización y el consumo.

Por lo tanto las industrias culturales se han ampliado y complejizado el campo

de los contenidos por la hibridación de los soportes y lenguajes, de

modalidades de trabajo y creación, de los tipos de uso de consumo, incluso la

producción de mercancías simbólicas ha sido reemplazada por la transferencia

de información a través de las líneas telefónicas.

Hay interacciones crecientes entre las diferentes actividades culturales,

entrecruzándose sus procesos de producción, distribución y comercialización.

Estas interacciones nos llevan a la gradual desaparición de los límites

tradicionales entre las diferentes actividades culturales y comunicacionales, y a

una mayor estructuración interna del sector cultural como complejo productivo,

que son agrupamientos de actividades económicas que resultan más

interdependientes entre sí que el resto de la economía en el marco de la

división social del trabajo.

Las industrias culturales en sus inicios podían considerarse industrias

marginales pues atendían una demanda muy específica, circunscrita casi

exclusivamente, a dos tipos de actividad: la educación y el tiempo libre. Sin

embargo actualmente aumenta la cantidad de tiempo libre de que dispone cada

persona, lo que crece concomitantemente el valor económico de las

actividades que se realizan dentro del mismo, incluyendo el consumo. Por otro

lado la educación no se limita ya a un periodo de la vida, sino que constituye

una inversión permanente de las personas y los cambios introducidos desde

las Industrias Culturales y el desarrollo de las nuevas tecnologías hacen que se

haya crecido en términos relativos mucho más que la mayor parte de los otros
sectores y en términos económicos. Ellas representan en las naciones más

industrializadas, como los EE.UU., un lugar importante en cuanto a recursos

internos movilizados y a obtención de divisas en los mercados externos. No

sólo autofinancian las actividades culturales que generan, sino que obtienen de

ellas jugosos beneficios económicos, representando un porciento significativo

del PIB.

El comercio de productos culturales ha crecido exponencialmente y según

datos suministrados por la UNESCO en 1990, el monto total correspondiente a

la producción de algunas de las industrias culturales –las cifras referidas

solamente a los sectores prensa, libro, televisión, radio y cine- fue de 315 mil

millones de dólares en 1986. De dicha cantidad, 275 mil millones (87,3% del

total) correspondieron a las naciones de la Comunidad Económica Europea,

Estados Unidos y Japón, y 40 mil millones (12,7%) a todos los otros países del

mundo. Esa desigual distribución se mantiene en los años transcurridos del

siglo XXI, con la agravante de la crisis económica actual.

A estas cifras deben sumarse las que devienen de la función reproductora y no

sólo productiva, que algunas industrias ejercen en el sistema económico global,

particularmente las relacionadas con la promoción y publicitación de

mercancías y servicios en general, impulsoras por lo tanto, de pautas y

comportamientos culturales, cuya incidencia económica, política y social ha

incentivado fuertemente las demandas y el consumo de todo tipo de bienes y

servicios.

Esta desigualdad mundial en riqueza y en el acceso de la población a los

beneficios del progreso se refleja en la inequidad en el desarrollo de las


Industrias Culturales y en el acceso diferencial de los ciudadanos a estas

fuentes de entretenimiento, información y educación.

Por otro lado las Industrias Culturales inciden desde el punto de vista social, al

representar el sector de mayor crecimiento relativo de empleo, según cita

Néstor García Canclini (3) No es extraño que en ese contexto algunos

empresarios sostengan que “la industria del entretenimiento es la fuerza

impulsora de las nuevas tecnologías, como antes lo fue la defensa”

Por ello, “cuando hablamos de industrias culturales hoy en día, tal como

sostiene el investigador Rafael Roncagliolo- no hablamos de un epifenómeno,

sino de la médula de la economía. Y no hablamos sólo de una lista de

empresas, sino de un conjunto muy dinámico que se transforma como un

camaleón y se acomoda como una malagüa” (4)

A escala internacional, las industrias culturales y de la comunicación son a su

vez, desde hace varias décadas las que generan más empleo que cualquier

otro sector industrial. Las comunicaciones globales, tomadas en su conjunto,

constituyen hoy un negocio altamente desarrollado.

Si a ello se suma la facturación de las tecnologías de la información y la

comunicación (TICs), recursos cada vez más interrelacionados con la cultura y

el entretenimiento. Facturación a su vez concentrada en las naciones de mayor

desarrollo si se tiene en cuenta que una parte apreciable de la población del

mundo no ha hecho nunca una sola llamada de teléfono y que existen más

líneas telefónicas en Manhattan que en toda el África subsahariana.

En el ámbito cultural la incidencia de las Industrias Culturales es incuestionable

pues modifican las tradiciones y formas de ser de las comunidades, con un

fuerte impacto en los intercambios y en la política y la vida cotidiana de los


individuos, porque los bienes y servicios de la Industria Cultural son además de

mercancías, propuestas de sentido sobre el mundo que nos rodea; constituyen

definición sobre quienes somos (y quienes no somos – identidad y alteridad-);

los contenidos simbólicos de los productos culturales proponen socialmente—y

a veces imponen- patrones estéticos- que es lo bello y lo no bello-; proponen

pautas éticas y contribuyen a configurar la moral social prevaleciente (lo

correcto / incorrecto; lo normal / anormal, lo propio y lo impropio, lo propio y lo

ajeno) Proponen representaciones sobre los diversos niveles de posibles

“comunidades imaginarías”, desde lo local hasta lo “global”. Pueden ser

portadoras simbólicas de las nuevas utopías socio- históricas (mundos

posibles) Son universos simbólicos ligados a las comunidades que los

producen y a colectividades afines con las que conectan a las primeras (5)

Los países con mayor capacidad de producción y comercialización de

productos y servicios culturales, no sólo logran reafirmar la identidad cultural y

los imaginarios colectivos de sus pueblos, sino que, a la vez, están en mejores

condiciones para influir en otras identidades e imaginarios.

La confrontación existente entre los EE.UU. y la mayor parte de los países de

la Unión Europea, expresada claramente a partir de 1992 en las negociaciones

de la Ronda Uruguay del GATT, y continuada hasta nuestros días en torno a la

propuesta de libre circulación de productos audiovisuales reclamada por la

nación norteamericana, tropieza con la decidida defensa de diversos gobiernos

de las identidades culturales europeas, además de sus poderosos intereses

económicos y políticos.
La internacionalización y concentración cada vez mayor de la economía

contribuye a la estandarización de la producción cultural y a un consumo

homogéneo, en detrimento de la identidad nacional y local

Las industrias culturales, a diferencia de cualquier otra industria, presentan,

junto con su dimensión económica (inversiones, producción, facturación, etc.) y

su dimensión social (empleo, etc.), una tercera y específica característica,

como es la de expresar y a su vez dinamizar el imaginario colectivo de las

sociedades.

Todo esto obliga a desarrollar estudios y políticas públicas y privadas capaces

de abordar el campo de estas industrias, concibiéndolas como un universo de

producción y servicios culturales, dentro del cual coexisten y se complementan

distintas “constelaciones”, cada una de ellas, con sus características y lógicas

particulares, pero integrantes de un poderoso entramado, donde la existencia

de unas está condicionada por sus interrelaciones con las otras.

Nuestra concepción sobre las Industrias Culturales, considerando que toda

producción y distribución serializada de un bien cultural, que lleva en sí mismo

el acto de creación y que tiene una dimensión económica, ideológica, social y

cultural están dentro de las Industrias Culturales, se adscribe a potenciar lo

positivo de las mismas, en cuanto a lo que significa en la democratización del

consumo cultural, su aporte económico y social, pero necesita ser regulada por

una política que permita que se evite la mercantilización de la creación, que

llegue a los consumidores lo mejor de la cultura universal, regional, nacional y

local, con una incidencia positiva en el desarrollo, no sólo desde lo económico

sino en su concepción integral, donde se considera lo material y lo espiritual, la

sociedad y la naturaleza y su fin último lo constituye el desarrollo humano.


Citas bibliográficas:

(1) Girard, Augustin. “Industries culturelles”. Futuribles, no. 17, septiembre-

octubre, 1978, p 605. Cit. Por Flichy, P Les industries de l’imaginaire. Pour une

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(2) Golding, P. “Creativity, control and the political economy of publishing en

Simposio de Burgos, Julio, 1979 [citado por Saravia, E, 1993]

(3) García Canclini, Néstor. Industrias Culturales y Globalización: Procesos de

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[1999]

(4) Roncagliolo, Rafael. “Las Industrias Culturales en la videoesfera

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Culturales en América Latina y el Caribe, Buenos Aires, 30 y 31 de julio, 1998.

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2. Achugar, Héctor. Desafíos económicos culturales de América Latina.

http//www.oei.org.es.

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Integración regional e industrias culturales en el MERCOSUR: Situación


actual y perspectivas. Seminario Integración Económica e Industrias

Culturales en América Latina y el Caribe. Buenos aires, 30 y 31 de julio,

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http//www.antropología.com.ar/www.arquelogia.com.ar/www.naya.org.ar

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7. Espinosa Fernández, Lourdes R. “Las Industrias Culturales en Cuba. Su

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Maestría Desarrollo Cultural, Mención de Gestión, Instituto Superior de

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8. Flichy, P. Les industries de l’imaginaire. Pour une analyse economique

des medias. Grenoble. P.U. G. ¨[citado por Saravia, E, 1993]

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* MsC Lourdes R. Espinosa Fernández (lef55@yahoo.es; lourdesef@gmail.com)


Licenciada en Ciencias Biológicas (1980) Universidad de La Habana y Master en
Desarrollo Cultural, Mención Gestión en el Instituto Superior de Arte (2004).
Desde 1996 profesora de Gestión Cultural, trabajando los aspectos relacionados con la
gestión comercial, industrias culturales, planeación estratégica, diagnóstico
empresarial, perfeccionamiento empresarial entre otros. Formación postgraduada en
Diploma Europeo de Management Intercultural, Diplomado de Gerencia, de Gestión
de Recursos Humanos y Gestión Financiera. Ha publicado artículos en el Boletín de
Economía y Cultura y en Coordenadas. Participación en el II Seminario Subregional de
Capacitación en Políticas Culturales de la Organización de Estados Iberoamericanos
para la Educación, la Ciencia y la Cultura, en Bogotá, Colombia en septiembre del
2000, presentando un proyecto que fue publicado en el Portal Iberoamericano de
Gestión Cultural. Presentó trabajos en la III Conferencia Nacional de Gestión
Empresarial y Administración Pública en el 2001, en la Conferencia Científica del ISA
del 2003, obteniendo mención y en el III y IV Congreso Internacional de Cultura y
Desarrollo, 2003 y 2005.

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