Anda di halaman 1dari 4

Compañera mía

Ya viene otra vez. Por favor no, por favor, ahora no... Tendría que ser estúpido para pensar que
rogarle serviría de algo.

Ella vendría cuando quisiera.

Era mucho tiempo ya de coexistencia. Había aprendido algo sobre como tratarla, y en cierto modo,
de controlarla. Coexistencia. No había otra forma de llamarlo. Coexistían. Eran ella y él. ¿Quién
precedió a quién? No sabría decirlo, puede que ella siempre estuviera ahí, antes de que él llegara.
Puede que llegara después de que él ya existiera. Eran dos entes diferentes, no había una
subordinación clara entre ellos, no una que él quisiera aceptar.

Ella nunca avisaba antes de llegar, simplemente aparecía. Subía desde su abdomen hasta su pecho.
Era como una llamarada proyectada en un túnel, como un tsunami de angustia que inundaba su
interior. Desde su abdomen hasta su pecho; llegaba a sus pulmones, donde encogía sus vías
respiratorias, llegaba a su corazón, al que hacía latir con ansiedad. No llegaba suficiente aire, el
corazón se le encogía.

Tranquilízate, calma chico, calma. Respira, puedes hacerlo. Eso es. Respira hondo.

Era una bestia, una bestia dormitando en su interior.

Creía que se activaba por su pensar. Eran sus pensamientos lo que la hacían surgir. Pero él no sabía
cuales iban a ser los que hicieran que ella se abalanzara sobre él.

¿Era ella una emoción? Tal vez. Pero no era tan sencilla de definir. Ella era culpa, arrepentimiento,
resignación, responsabilidad, comprensión. Pero tampoco era eso siempre, a veces simplemente era
una soledad aplastante,era un imperante deseo de compartir. A veces era sólo rabia por sus
expectativas frustradas.

Ella no era una emoción, ella era otra cosa, algo con emociones propias, pero que él sentía, a su vez.

Hubo un tiempo en que creía entenderla, saber qué era lo que quería. Empezó como otras veces, una
sensación que no sabía si hacía mucho o poco que experimentaba, pero que lo paralizaba igual que
un agudo dolor muscular.

Una vez, durante uno de esos ataques, una idea, un deseo, cruzó su mente: necesitaba estar con
gente. Creyó entonces que ese ahogo era simplemente necesidad, sed de contacto. A partir de
entonces cada vez que empezaba a sentir el ahogo, buscaba desesperadamente alguien con quien
pasar el rato. No sabía exactamente por qué, pero era empezar a sentir el ahogo de la cosa y saber
que debía buscar a alguien, amigo o desconocido, que compartiera con él una parte de su vida.
Bastaba sólo con un trivial conversación sobre el tiempo, sobre aquél estúpido personaje de la tele.
Notaba entonces como la sensación que había ascendido desde su abdomen hasta oprimirle la
garganta se deshacía, aflojaba su presión y su respiración se hacía más regular.

La hora de salida se acercaba, dentro de poco terminaría su turno y la notaba, estaba despierta.
Cualquiera que lo viera quizás pensaría que era una persona bastante agradable, una persona atenta;
era la necesidad lo que lo abocaba a la simpatía, no quería matar a la gallina de los huevos de oro.
Era quizás, esa “cosa”, algo bueno, una especie de alarma que le avisaba de cuando necesitaba de
compañía, antes de que reprimir esa necesidad tuviera peores consecuencias. Tal vez era su forma
de preocuparse de él, evitar que perdiera el contacto con la realidad, con las personas. Había que
reconocer que tenía unos métodos poco ortodoxos de hacer.

Pero, entonces, si ella fuera como el hambre, como la sensación de falta para las personas... ¿Estaría
ella con todos?¿Con todas y cada una de las personas con las que se cruzaba día a día?¿Sería
también ella la razón que les impulsaba a relacionarse, a abrir la boca, a buscar la presencia de los
demás?¿Estaba ella en todos lados?¿O había, quizás, una “ella” para cada uno? Pero él nunca había
oído de nadie tal cosa, todos se veían tan entretenidos en sus tareas cotidianas, todos centrados,
todos con algo que hacer; si alguna de las personas que veía a diario estaba preocupada por lo que le
ocurriera en su interior él no lo notaba. Tan sólo tendría que preguntar, preguntar a alguna de esas
personas, para obtener alguna respuesta más segura...

Pero era suficiente con ser capaz de controlarla. No se preocupó más por ella, ahora tenía nombre y
forma, y el podía manejar las cosas con nombre y forma.

La pregunta era: ¿de verdad necesitaba de ella?¿Que pasaría si ella no estuviera?¿Qué pasaría sin
sus repentinas llegadas, su opresión, su constante presencia, a la espera de saltar sobre él?
Si fuera hambre, hambre social... ¿Podríamos ser nosotros sin el hambre sustancial? Tal vez no
hubiera un él sin ella.

Déjalo estar chico, aprovecha el descanso.

Pero este equilibrio duró poco. Resultó no ser más que un arreglo eventual. ¿Qué había pasado?
Hace unos días ella se conformaba con tener compañía, hasta que una vez, cuando él salió a buscar
a alguien, se dio cuenta de que el ansia no arreciaba, era totalmente insensible a sus intentos de
calmarla, las expectativas de encontrar a otras personas no la realizaban. Ésa vez, al sentimiento de
ansia se unió el de desconsuelo, ¿qué iba a hacer ahora?

Tendría que enfrentarse a ella solo.

Cuando se dio cuenta de que buscar a alguien no haría que parara simplemente decidió pasear, no
porque eso fuera a sustituir a la compañía, sino porque mientras ella estuviera con él no podría
concentrarse en otra cosa, no podría hacer nada, sólo dejarse envolver por su amarga opresión.

Nunca había pasado tanto tiempo con ella, tanto tiempo a solas. Se dedicó completamente a ella,
aunque la verdad, no tenía opción, intentar pensar en otra cosa, en algo en lo que ella no quisiera
que pensase, sólo hacía crecer su dolor. Así que paseo, paseo durante toda la tarde, hasta que cayó el
sol. Para cuando llegó a casa no sabía si ella seguía aún ahí o se había marchado, lo había dejado tan
abatido, le había clavado tan profundamente sus garras, que no ya no era sólo su presencia la que lo
abatía, sino las heridas abiertas que le había dejado. Tras esa tarde había alcanzado un nuevo nivel,
más profundo, de introversión.

Ella lo quería todo para sí. Lo quería a él todo para sí. Lo encerraba cada día que aparecía más en sí
mismo, pero no ya en la parte en la que su ser estaba, sino que lo iba sumergiendo en ella, en ese
sentir, en ese pensar propio que era el ansia. Pero no era pensamientos ajenos, eran los suyos, no
eran emociones ajenas, eran las suyas propias.

El ansia, le hacia rememorar sus errores, lo transportaba de nuevo al momento y al lugar donde los
había cometido, y le hacía pasar de nuevo por ellos, pero esta vez consciente de lo que ha ocurrido,
ocurre y ocurrirá debido a eso:
Recuerda a aquél hombre, lo ve ahí parado, en medio de la habitación, con una expresión pétrea,
mientras escucha el enojado discurso de un enojado adolescente, reivindicando su libertad; le grita,
le insulta. Ése adolescente es él, ese estúpido junto a ese hombre, maduro, elegante, cuya presencia
no hace más que resaltar la ignorancia y falta de experiencia del otro.
Para bien o para mal, sabe que ese hombre incluso le habrá perdonado, quizás nunca hubiera tenido
que perdonarlo, porque ese hombre lo comprendía y aceptaba, había sido una de las pocas personas
en su vida que había llegado a cuidar de él de una forma tan profunda, no preocupándose sólo por
su salud, su futuro, no; se había preocupado por su yo profundo, por lo que pensaba, por lo que
sentía, por lo que creía. Sabía que él lo había perdonado, ¿pero acaso se había perdonado a sí
mismo?
No era más que otra de sus experiencias, amarga experiencia, pero ese amarga... ¿Era suyo o de
ella? Sí el recuerdo es la impresión embotellada, él sufrió esa amargura entonces y él debería
recordarla, pero no era a través de sí mismo que esta sensación venía, era ella, con todo su
repertorio de herramientas de tortura emocional la que lo mortificaba por sus errores.
Ella le abre los ojos para que vea su pasado, están sentados los dos, solos, una sala de cine, él ve
repetir una y otra vez los errores cometidos durante el día, durante la semana, durante el año.

La proyección continúa, ella debe pasárselo de maravilla viéndolo sufrir... Alto ahí. Él no sentía
ningún placer, y si la única ganancia de ella al imponerle ese sufrimiento, la única a la que ella
podía acceder era satisfacción, no ya pensando en la causa, que fuera por puro sadismo, o afán de
aleccionarlo o protegerlo, obviando la causa, debería sentir cierto alivio, tranquilidad, felicidad,
gozo, por ver cumplido su deseo, o realizada su misión, ella debería sentir algo, la más mínima
reacción ante la reacción de él. ¿Es que iba a ser este la única emoción que ella no compartiera con
él?¿Acaso se reservaba el sentimiento de satisfacción para sí? No podía ser.
Se planteó que ella pudiera ser más independiente de lo que él nunca hubiera llegado a imaginar,
que tuviera también emociones propias, quizás sentimientos secretos, y eso lo destrozó. ¡Oh!¿Cómo
podía haberle hecho esto a él?¡Ella!¡Una más! Otra más que no comparte su interior, otro enigma de
vida más, otra completa desconocida... Lo había pillado con la guardia baja, no era culpa de ella, ni
tan siquiera pensaba que le hubiera engañado, nadie lo hace, nadie se acerca y te dice: “Tranquilo
amigo, yo no te ocultaré nada”, está en la naturaleza del ser humano no ya el secreto, sino el
desconocimiento, la duda. Y ahora ella era una más de aquellas cosas que él nunca llegaría a
comprender.
Completos desconocidos, eso es en lo que se convertirían ahora, ¿y qué podía hacer él por evitarlo?
No es algo que se quisiera o no, era, simplemente, imposible. Era la imposibilidad de una completa
unión, de una comunicación directa y total.
Es algo a lo que se había acostumbrado y no dejaba normalmente que le afectara. No supo verlo.

¿Cómo podía ser que él, que tanto había sufrido a manos de ella, sintiera ahora pesadumbre por
saber que su vínculo no era tan estrecho como pensaba? Era sencillo, incluso siendo esta relación
una tan tormentosa, había creído que era posible obtener ese tipo de vínculo, una relación de
completa comprensión con su semejante. Quién lo iba a decir, la trataba como una semejante,¡a
ella!

Y no disfrutaba... ¿pero qué obtenía, entonces, con eso? Quizás no tenía fin alguno su existencia,
existencia al fin y al cabo, existir no implica un fin, y si lo implica es simplemente ser...

Oh, no, já, ¡qué astuta había sido esta vez! A qué punto estaba llegando su capacidad de hacerlo
sufrir, estaba desarrollando toda una técnica. Había buscado esta vez dañarlo haciéndole pensar que
había perdido a una persona más, a una especial; le había inducido a pensar que ella era una igual, y
había esperado a que él, solo, se hiciera sufrir, que se atormentara de nuevo con la idea del vacío,
pero no, no...
Y algo le quedó muy claro en ese instante, ella no lo había abandonado, ella seguía siendo la misma
que lo había acompañado durante todos esos días de tormento. Pero, y aquí radicaba su fallo, ¿acaso
había sido un tormento? Y bueno,siendo un tormento, ¿había sido un tormento en contra de su
voluntad? No. Asumió erróneamente que ella no disfrutaba y asumió más erróneamente aún, que él
tampoco lo hacía. Quizás no fuera un goce, un placer tal como lo define el diccionario, no era un
placer directo, pero sí era voluntad suya: era el cachete que el médico da al recién nacido, era el
llanto de éste y, más que nada, era la absoluta certeza del “señora, está vivo”. ¡Ahora lo
comprendía! Ella no era verdugo sin mando. Era la necesidad de sentirse vivo, y ella, una forma de
conseguirlo.
Al igual que se levanta en la mañana y enjuaga su cara con agua fría para estar bien despierto y
atento a las oportunidades que ofrezca el día, así lo prepara ella, para que su mente o llámenlo
ustedes alma, no se quede dormida antes las oportunidades que aparezcan en su vida.

FIN

José Juan Morosoli García (Abril de 2009)

Anda mungkin juga menyukai