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“Somos la Iglesia llamada a ser misionera”

Charla con los Congresistas del CONIAM, en Chihuahua, el viernes 5 de


febrero de 2010

1. PREÁMBULO: UN EJEMPLO
Estimados amigos y amigas: ustedes conocen lo que
es una cadena que sostiene una medalla. Imaginen
que la medalla es muy pesada y, por lo tanto,
necesita que los eslabones de la cadena estén bien
fuertes y muy unidos. Si no fuera así, la cadena no
podría soportar a la medalla, y ésta se vendría abajo.
Por ahora, a la medalla le vamos a llamar “salvación”.
¿Salvación de qué? De todo lo que oprime al hombre,
especialmente del pecado con todas sus
consecuencias. El pecado es ese peso que no nos deja
andar derechos; esa distancia, muralla, abismo, que
impide que la mirada de Dios nos cautive. Es esa
decisión voluntaria que nos hace rechazar a Dios y a
su proyecto. Por eso es tan grave el pecado: porque
nos pone contra Dios, contra la vida, contra los
demás. El pecado mata todo, embrutece, endurece el
corazón… El pecado nos pone fuera de Cristo.
El pecador necesita salvación. Pero, atentos: ningún
ser humano puede salvar, sino sólo Dios. Cuando Dios
mira a la tierra, ¿qué encuentra?: un desorden. Dice
el Salmo 14: “Se asoma Yahvé desde los cielos hacia
los hijos de Adán, para ver si hay un sensato… Todos
están descarriados…”. ¿Cómo deja esto a Dios? No frío
o indiferente, sino con inmensa compasión. Dios mira
nuestra angustia, se estremece y decide intervenir.
Nuestro Dios no es un Dios a quien nosotros
buscamos, sino el Dios que nos busca; que sale a
nuestro encuentro. Lo propio de Él es correr detrás del
ser humano. Es un Dios “loco”, buscándonos para
ofrecernos la salvación.
2. LA SALVACIÓN PARTE DEL PADRE: PRIMER
ESLABÓN
La Salvación, la Misión parte del Amor del Padre; de
Su corazón. A esta actitud de Dios le llamamos
“misericordia”: es el típico amor de Dios que se inclina
sobre el débil y pecador para levantarlo; es la manera
propia como Dios ama. Cuando Dios ama, a eso le
llamamos misericordia.
¿Ven ustedes cuánto nos ama Dios? Ya no podemos
estar tristes, pues Dios ha pensado en nosotros por
amor. Él, libremente, ha querido enviar a su Hijo:
“Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo” (Jn 3,
16). En la base está el amor. Ese “tanto” nunca lo
vamos a poder agotar.
Dios es generoso. ¿Saben ustedes lo que es la
generosidad? Es darlo todo sin esperar nada a
cambio. Les pongo un ejemplo: imaginen que uno de
ustedes tiene mucha hambre, y necesita tres
hamburguesas para llenar su estómago. Imaginen
que su amigo tiene un paquete grande lleno de
hamburguesas. Si le pides tres y te da tres, ¿cómo es
tu amigo? Seguramente dirán que es bueno. Pero si te
da 15, dirán que es muy bueno. Imagina que tu
amigo te da todo el paquete. Eso es generosidad: dar
todo sin esperar recibir nada. Pues así es Dios Padre:
nos da todo lo que tiene; nos da a su Hijo.
A ese “Padre, Abbá”, como lo llamamos los cristianos,
los rarámuris le llaman “Onorúame”. Es el mismo Dios
nuestro. Es el Dios amor. Vamos todos a darle un
aplauso a ese Padre generoso que es como el Primer
eslabón de la cadena que sostiene la salvación.
Ahora, las niñas rarámuris de Norogachi, le van a
entregar su canto a ese Padre bueno de donde parte
la Misión. Escuchemos orando.
3. EL GRANDE MISIONERO: JESUCRISTO
Decíamos que la respuesta de Dios a la infidelidad del
hombre podría haber sido el abandono y la condena;
hubiera podido abandonarnos y romper la relación.
Pero no fue así, al contrario: la respuesta ha sido de
perdón, de paz y de amor. Esta respuesta tiene un
nombre: Jesús de Nazaret. “En esto se manifestó el
amor que Dios nos tiene: en que envió al mundo a su
Hijo único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,
9).
Jesucristo es el segundo eslabón de la cadena: unido
al Padre y fuerte como Él. Tan unido, que él mismo
dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn
14, 9). Él vino a darnos una “Buena Noticia” capaz de
transformar a cualquiera que la acoge. Él, el
Misionero, vino a enderezarnos y a convertir el caos
en cosmos; los feo en algo bello. Él vino anunciando el
Reino de Dios.
Les propongo un ejemplo: imagínense que una olla
que sirve para guardar agua limpia, está llena de
mugre, de animales feos, de estiércol… ¿qué creen
ustedes que necesitamos para llenar de agua limpia
esa olla? Algunos pensarán que hay que quitar la
mugre para que entre el agua.
Así somos nosotros cuando pecamos: como esa olla
llena de estiércol. Pero, cuando viene Jesucristo – El
Misionero- , él nos pide que lo dejemos entrar. Él es la
Luz, el Agua limpia, la Vida, la Verdad. Sólo basta que
le dejemos entrar, para que empiece a salir tanta
oscuridad, tanta muerte, tanta mentira. Así, al dejarlo
entrar, Cristo va reinando dentro y nos va
transformando. Va haciendo que nosotros seamos
como Él. Cristo es capaz de enderezar al pecador; de
eliminar el mal por dentro; de invadirnos hasta
convertirnos en Él mismo. Cristo mismo es el Reino.
Por eso vamos a darle un aplauso a Cristo porque vino
desde el Padre para salvarnos; porque fue capaz de
dejarse crucificar por nuestra salvación
Ahora, en silencio, vamos a unirnos a este rarámuri y
a sus hijos que van a ofrecer su oración en danza
indígena, llamada “pascol”. Durante la danza, alguien
nos irá diciendo todo lo que significa y dice.
(Con la danza se evangeliza, porque se forma
comunidad. Con la danza se celebra la fe y se educa
en el amor de Dios. Danzar es hacer fiesta, porque, si
la fiesta muere, muere todo. Con la danza se vuelve a
la armonía y se vuelven a establecer las relaciones
fraternas. Todo esto es verdadera oración a Dios. Ahí
entra todo el ser de la persona: espíritu, vida,
corazón, cuerpo… Para el rarámuri hay una frase
esencial: “Danzar o morir”. No se danza para los
hombres, sino sólo para Dios. De ahí lo terrible de
algún turismo que invade las tradiciones, y hace que
algunos dancen para los turistas. Esto es desprestigiar
todo el contenido de la danza indígena.
Danzar es una expresión que parte de la experiencia
de Dios que invade el corazón y que lleva a la mística.
Por eso, los indígenas son contemplativos. Con la
danza, unen el cielo con la tierra, y le ayudan a Dios a
cuidar el mundo al que los hombres hemos agredido.
Sólo danza el hijo de Dios “paguótame”).
4. EL ESPÍRITU SANTO: TERCER ESLABÓN
Amigas y amigos: ¿Por qué creen ustedes que Cristo
anunció con tanto ardor el Reino de Dios? ¿Qué era lo
que lo impulsaba? Era el Espíritu Santo. “Y sucedió
que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de
Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. En
cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y
que el Espíritu en forma de paloma, bajaba a él. Y se
oyó una voz que venía de los cielos: “Tú eres mi hijo
amado, en ti me complazco” (MC. 1,9-11).
Cristo Misionero fue impulsado por el Espíritu en todo
lo que dijo e hizo. Los cielos se rasgaron porque con
el Espíritu se inicia una nueva época de gracia. Dios
mismo manda su Espíritu que se posa en Jesús. El
Espíritu viene sobre Jesús como una paloma: así como
aquella paloma que anunció a Noé el final del castigo
y el retorno a la vida (Gén 8, 10).
Ahora démosle un aplauso al Espíritu Santo. Oremos
con un canto y con una danza rarámuris.
5. LA IGLESIA MISIONERA: CUARTO ESLABÓN
Pero, ¿qué hace el Espíritu Santo en nosotros?
Muchísimas cosas. Entre ellas les señalo estas tres:
 Nos hace exclamar: “Abbá, Padre” (Gál 4, 4 )
Cuentan que había un pueblo donde no había agua.
Las mujeres iban a sacarla lejos. Pero alguien intuía
que debía haber agua abajo del pueblo. Exploraron,
pues, y descubrieron que había agua. La alegría fue
inmensa. Toda la noche sonaron los tambores porque
ya estaba ahí el agua, y ya no tenían que irla a traer
de lejos.
Dentro de nosotros tenemos esa fuerza increíble que
hace que Jesús viva dentro y que nos hace exclamar:
“Abbá, Padre”. El manantial está dentro de nosotros:
en el mismo corazón. Les voy a invitar a gritar todos
llenos de amor: “Abbá, Padre”.
 El Evangelio se vuelve letra nueva
Una ley se cumple de dos maneras: por obligación o
por atracción. Esta última es por amor. Muchos
jóvenes no viven su ser misionero por atracción. Es
triste que se entusiasmen más por la computadora o
por los artistas. No han descubierto la enorme alegría
que da el Espíritu Santo cuando se vive según sus
mociones.
Imaginemos a una novia. Es una muchacha que todo
lo hace a la fuerza. Se levanta siempre tarde; no
ayuda a su mamá en el quehacer de la casa; no va a
la escuela con gusto… Pero, un día, se levanta
tempranito; lava los trastes; hace la tarea; limpia la
casa… A las 8 de la mañana les dice a sus papás:
“¿hay algo más para hacer?”. ¿Saben ustedes porqué
andaba tan contenta? Porque ese día el novio vendría
a pedir su mano. Así es cuando el Espíritu Santo
actúa: todo se nos hace fácil; toda la vida toma color.
 Nos ayuda a decir “sí” a nuestra vocación
Cuando yo era niño, mi padre tenía que ir a tumbar
torcazas porque éramos muy pobres. Yo lo
acompañaba, pero nunca atinaba. Le pregunté a mi
papá ¿por qué contigo caen muchas y conmigo
ninguna? Su respuesta fue: “tírales cuando se te
pongan de pechito”.
Pues los invito a que se pongan cara a cara con el
Espíritu Santo, y le digan: ¿Qué quieres de mí?
¿Quieres que sea sacerdote; que sea religiosa; que
sea misionera…?
No me vayan a responder como aquél joven a quien
yo preguntaba si había sentido la voz de Dios para ser
sacerdote: su respuesta fue que no la había sentido
nunca. Entonces le dije que le preguntara al Señor en
la oración. Su respuesta fue: “No, porque me puede
tomar la palabra”.
Amigas y amigos todos: cuando Cristo nos llama, es
porque quiere que seamos felices. Su Espíritu Santo
es el Animador; el que fortalece, el Amigo que
entusiasma. Quien lo tiene, es libre, y contagia a otros
de esa libertad.
La Iglesia, “por su naturaleza es misionera” (AG 2).
Ella es impulsada por el Espíritu Santo para avanzar
por el mismo camino de Cristo. Es cierto que la Iglesia
no es algo sobre lo cual hablar o discutir, sino una
realidad que nos pertenece y hace parte de nuestra
vida. Me gustaría seguir adelante, pero nos queda
poco tiempo. La Iglesia es Cristo haciendo cristos. La
Iglesia es el Papa, los obispos, los laicos, las
religiosas, los niños, los jóvenes… La Iglesia somos
todos nosotros. Sólo si logramos sentirnos Iglesia, la
amaremos como algo nuestro, la cuidaremos con
esmero y nos comprometeremos con ella.
Ahora les invito a aplaudir a la Iglesia. Ella es la
esposa de Cristo; nuestra Madre, prolongación visible
de Cristo en la tierra; el cuerpo de Cristo vivo y
resucitado, que sigue predicando, salvando,
presidiendo, sirviendo, amando a toda la humanidad,
en particular a los pobres y excluidos. Es la presencia
sacramental de Jesucristo entre su pueblo, en la
jerarquía y en todos los fieles, laicos y consagrados.
Ella no nace del pueblo, sino del amor del Padre, en
Cristo, por el Espíritu; pero se encarna en el pueblo.
En la Iglesia cabemos todos: justos y pecadores. Pero,
antes de terminar, vamos a admirar a aquellos que
son nuestros ejemplos más queridos; eslabones bien
unidos a Cristo: los santos.
Aquí está, entre nosotros, la Santísima Virgen María
de Guadalupe. En ella, Juan Diego percibió la
presencia salvadora no de un Dios extranjero, sino del
mismo que por milenios habían adorado sus
antepasados. Ella es la Estrella de la Evangelización;
la Misionera unida a su Hijo.
Aquí están los Apóstoles. Ellos, débiles y miedosos, al
encuentro con Cristo resucitado se volvieron gigantes
y audaces para llevar la Misión que Cristo les
encomendó.
Aquí está el mártir, el Padre Maldonado. Aquí están
los miles de santos y santas que nos acompañan.
Ellos fueron eslabones unidos a Cristo y movidos por
el Espíritu Santo; hombres y mujeres de Iglesia.

6. EXHORTACIÓN FINAL
Queridos adolescentes y niños: Dios nos necesita para
llevar la salvación. Él ha sujetado su eficacia en la
historia a la eficacia de sus colaboradores humanos.
¡Qué enorme responsabilidad pesa sobre nosotros!
Somos “sacramentos, signos e instrumentos de la
unión íntima con Dios y de la unidad de todos los
seres humanos” (Lumen Gentium, 1). Si nosotros
fallamos, hacemos fallar a Dios.
El grande reto para nosotros, hoy, es ser misioneros.
“Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de
la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para
evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser
canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores
con Dios” (Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi,
14).
Vivimos tiempos donde el Dragón, con intención
malvada, busca matar la vida de los niños desde
antes de nacer. La familia está siendo atacada, y los
niños son los más afectados. Tiempos donde no
podemos callar el tesoro más querido que tenemos:
Jesucristo.
Los niños y adolescentes son la mayoría de América
Latina y del Caribe. Ustedes tienen una grande fuerza
para el presente y futuro de la Iglesia (DA 443).
Lleven, pues, a Cristo en su corazón y compártanlo
con todos.
Cristo los necesita para iluminar el mundo; para que
ustedes digan “sí” a la vida desde la concepción hasta
la muerte natural. Cristo ya venció a la muerte porque
vive resucitado, pero nosotros, que somos su Pueblo,
seguimos sufriendo los ataques del pecado. No
tengamos miedo, pues con él venceremos.
Sientan, queridos muchachos y muchachas, el
llamado urgente para evangelizar: “¡Ay de mí si no
evangelizare!”. La Iglesia necesita de sus energías
para hacer que el Evangelio de la vida penetre en las
estructuras de la sociedad.
Los Papas nos han dicho que no tengamos miedo de
anunciar la Buena Nueva. No es momento de
avergonzarse del Evangelio. Es momento de estar
orgullosos y predicarlo desde las azoteas; salir a las
calles y lugares públicos; anunciarlo en los caminos y
carreteras, en las escuelas…; invitar a todos al
Banquete preparado por Dios para su Pueblo. El
Evangelio no es para ser oculto: tiene que ser
colocado en las tribunas y propuesto para todos.
Vayan con el Poder el Espíritu y llamen a todas las
puertas para que compartan esta alegría que ustedes
tienen. La gente quiere la libertad y la luz. No se
avergüencen de llevar la Cruz de Cristo en su pecho y
en su corazón.
Chihuahua y los lugares de donde vienen les están
esperando. Nos esperan tantas gentes que no
conocen a Cristo; nos esperan los “alejados” que no
saben que son amados; nos esperan los enfermos que
no tienen la voz de un consuelo; los presos sin
esperanza; los que se sienten solos; los indígenas que
necesitan, no sólo ayudas materiales sino el Evangelio
de la vida…; pero sobre todo nos esperan en nuestras
familias.
Cristo nos dice: “Yo estoy con ustedes hasta que se
acabe el mundo”. Que yo sepa, el mundo no se ha
acabado. El mundo no se acabará, sino que será
transformado. ¡Vamos a transformarlo con la fuerza
del Espíritu! ¡Es la hora de ustedes! ¡Es la hora de
todos! ¡Es la hora de los misioneros audaces!
Que la Virgen María, madre de Cristo y de la Iglesia,
nos guíe desde los cielos, y nos lleve a Cristo que es
Camino, Verdad y Vida.

+ Rafael Sandoval Sandoval M.N.M.


Obispo de Tarahumara
Comisión Episcopal para la Pastoral Profética
Responsable de la Dimensión Misionera

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