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Belleza, felicidad y trampas

"Vosotros sois custodios de la belleza.


Vosotros tenéis, gracias a vuestro talento,
la posibilidad de hablar al corazón de la
humanidad, de tocar la sensibilidad
individual y colectiva, de suscitar sueños y
esperanzas, de ampliar los horizontes del
conocimiento y el compromiso humano",
decía Benedicto XVI a 250 connotados
artistas, en el encuentro que sostuvo con
ellos el 21 de noviembre pasado con
ocasión de los 10 años de la publicación de
la Carta a los Artistas de Juan Pablo II.
Realmente magistral el discurso del Papa.
Escasean los adjetivos para calificarlo. La
Iglesia, que conoce al ser humano hasta
sus tuétanos, resalta por boca del Pontífice
reinante la capacidad de la belleza de
arrebatar su corazón de alma y carne. En la
expresión "corazón" el Papa no solo incluye
la sensibilidad del hombre, sino su ser
entero en cuanto hay en él de impulso, de
pasión, de emocionalidad, pero también de
deseo, de voluntad y de inteligencia. La
belleza puede despertar en el hombre un
dinamismo sin igual.
En la histórica capilla Sixtina, y teniendo
como trasfondo los frescos del Juicio Final
de Miguel Ángel, el Papa recordaba en esa
fecha "que la historia de la humanidad es
movimiento y ascensión, es incansable
tensión hacia la plenitud, hacia la felicidad
última, hacia un horizonte que siempre
sobrepasa el presente, aunque lo
atraviesa". El hombre, la historia, caminan
-de forma inexorable- hacia la felicidad.
Entretanto, "para los creyentes, Cristo
resucitado es el Camino, la Verdad y la
Vida. Para quien fielmente lo sigue es la
puerta que introduce en aquel "cara a
cara", en aquella visión de Dios de la que
surge sin limitación alguna la felicidad
plena y definitiva." Desde el inicio de su
discurso, Benedicto XVI deja establecido
que la dicha total que el hombre busca se
encuentra en ese depararse con Dios, del
cual Cristo es el portal y la vía.
¿Y el papel de la belleza? "Este mundo, en
el cual vivimos -afirmaba el Papa- necesita
belleza para no precipitar en la
desesperación. La belleza, como la verdad,
es lo que infunde alegría en el corazón de
los hombres". ¿Por qué? Porque la belleza
-la verdadera- habla al hombre de la
posibilidad real de ese encuentro con Dios
suscitando así la esperanza, y ofrece al
paladar del alma el ante-gusto de la alegría
infinita que se gozará en ese encuentro.
Como decía Stendhal, la belleza es la
promesa de la felicidad. En un dicho más
cristiano, podríamos decir que la belleza es
la promesa de la felicidad con Dios.
Pero volvamos a la tierra -sin dejar de tener
los ojos puestos en el cielo- y pensemos en
las cosas bellas que aquí nos rodean.
Afirma Romano Guardini que bella es una
realidad dotada de ciertas propiedades
provenientes de sus líneas, colores,
sonidos, movimientos, etc., las cuales
constituyen una figura que manifiesta una
esencia. "En lo bello hallamos el ‘Splendor
veritatis', ‘la luz de la verdad', o mejor, la
verdad como una luz que nos ilumina".
Dice él que los lenguajes de la belleza
descubren mejor que otras mediaciones la
realidad última, la más profunda, íntima y
positiva de las cosas. Es como si la belleza
las iluminara y al mismo tiempo extrajera
de ellas la luz que poseen.
En el mismo sentido se expresa Hans Urs
von Balthasar, quien asevera que la belleza
no es solo una forma externa, sino que es
una luz que irradia desde la hondura o el
fondo de las cosas bellas.
Quien contempla un canario, por ejemplo, y
se encanta con su delicado plumaje, con su
agudo y melodioso trinar, con sus saltos
puntillosos con frecuencia desprevenidos
pero a veces atentos, tiene la sensación no
solo de ver su figura exterior, sino de
adentrarse en lo profundo de su esencia,
en aquello que lo hace ser el canario que
es.
No solo la esencia de los seres, sino
algo más
Entretanto, para quien sabe ver, hay algo
más.
El camino de la belleza no se trunca con la
revelación al exterior de la interioridad de
los seres observados. La belleza habla de
un más allá, y allí se encuentra el secreto
de la seducción de la belleza: "La figura
bella nos atrae porque en ella presentimos
la luz y la promesa de una belleza perfecta,
sin amenazas", declara Von Balthasar.
Retrocedamos un poco, de la mano del
fallecido Cardenal jesuita.
Afirma él -recogiendo toda la tradición
clásica- que la belleza es la manifestación
al exterior de la unión entre la verdad y la
bondad que hay en todos los seres. En las
palabras de un pensador moderno,
diríamos que la belleza es "el fruto radiante
de las castas nupcias entre la verdad y la
bondad". Retomando a Von Balthasar,
decimos que la unión entre verdad y
bondad producen algo a la manera de luz
que sale hacia el exterior. Esa luz interna
proviene de ese ser concreto bello que
estamos contemplando en un determinado
momento (v. gr. un cisne). Pero, en
determinado momento percibimos que
todo lo real, por ser también bondad y
verdad, es susceptible de emitir esa luz, y
en ese momento pasamos de la
consideración estética de la realidad de un
objeto concreto a la contemplación de la
belleza de la Realidad, de todo lo que tiene
ser por participación del Ser Absoluto, que
es Dios.
Esa iluminación, por tanto, descubre lo Real
como algo que es infinitamente valioso y
fascinante. Es decir, la belleza puede ser el
camino para la apreciación deliciosa del
Infinito. Sí: un bello atardecer en el mar
-para el que quiera y sepa escuchar el
sublime canto de su voz más profunda-
habla deleitablemente de Dios.
Las trampas
Entretanto en ese camino hay "trampas",
que difícilmente serían mejor descritas a
como lo hace el Papa-teólogo en el discurso
referido: "Con demasiada frecuencia, sin
embargo, la belleza de la que se hace
propaganda es ilusoria y falaz, superficial y
cegadora hasta el aturdimiento y, en lugar
de sacar a los hombres de sí y abrirles
horizontes de verdadera libertad,
empujándolos hacia lo alto, los encarcela
en sí mismos y los hace ser todavía más
esclavos, quitándoles la esperanza y la
alegría. Se trata de una belleza seductora
pero hipócrita, que estimula el apetito, la
voluntad de poder, de poseer, de
prepotencia sobre el otro y que se
transforma, rápidamente, en lo contrario,
asumiendo los rostros de la obscenidad, de
la trasgresión o de la provocación en sí
misma."
Por tanto, la belleza verdadera lleva al
hombre hacia Dios. La falsa, seductora
también, aunque en un principio embriague
en un falso gozo, finalmente lo encarcela
en el horror.
Entretanto, decimos que comúnmente el
desvío depende de la actitud que asuma el
hombre hacia el objeto bello: Un diamante
extraordinario puede ser visto como el
destello creado del Fulgor Divino, como
puede también ser la ocasión de la
estúpida vanidad en la ostentación.
Si la actitud del hombre ante la belleza es
desinteresada, admirativa, no mezquina,
rápidamente aparecen los dulces destellos
evocativos de la Felicidad Infinita. No es
que el hombre deba despreciar los puros
deleites que trae la belleza, sino que ellos
no deben obnubilar lo más importante, que
es su contemplación maravillada.
Si por el contrario, su posición es
fundamentalmente egoísta, "apropiativa",
hasta las estrellas del cielo terminarán
siendo simples cascajos sin brillo. O peor,
materia sórdida para su perdición.

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