El primer número abre con una carta dirigida a los maestros: “La prensa es el depósito
del tesoro espiritual”, dice. “Que juzguen nuestros émulos que estamos en el ángulo
más remoto y oscuro de la tierra, a donde apenas llegan unos pocos rayos de
refracción, desprendidos de la inmensa luz que baña a regiones privilegiadas: que nos
faltan libros, instrumentos, medios y maestros que nos enseñen el método de
aprender. Todo esto nada importa y no nos impide el que demos a conocer que
sabemos pensar, que somos racionales y que hemos nacido para la sociedad”.
Si uno de los verbos rectores del derecho al libre pensamiento es recibir información,
en aquella época el acceso a la misma estaba confinado a la minoría que ostentaba el
poder político y económico. De ahí que el médico, científico y periodista, hijo de un
indígena de Cajamarca que tuvo que cambiarse el apellido Chusig por Espejo para
ejercer la cirugía en Quito y de madre mulata; promocionaba que solo a través de la
educación los pueblos serán libres. Por esta razón, fue blanco de una de las más
perversas persecuciones por parte de los absolutistas.