Hace unos años el Consejo Diocesano introdujo en las carpetas de las campañas
unas hojas en las que, breve y sencillamente, se explicaba cómo hacer la revisión
de vida. Se ha pensado reeditar dichas hojas y, aprovechando la ocasión, se han
introducido pequeñas aclaraciones con el único fin de que los militantes la hagamos
cada vez mejor.
A. Condiciones previas
Para que la revisión de vida sea eficaz, debe tenerse en cuenta lo siguiente:
1. El equipo que hace la revisión de vida no debe pasar de 8 personas, con el fin de
que todos puedan participar debidamente.
2. Debe haber un responsable de equipo que sea exigente para evitar discursos,
divagaciones, pérdidas de tiempo, juicios sobre personas. él mismo u otra persona
nombrada al efecto, actuará como secretario tomando nota de lo más significativo
para en un momento dado resumir, sintetizar, retomar el hilo de la reunión, etc.
3. A la reunión del VER, se debe ir con el hecho de vida del tema correspondiente
ya pensado. Igualmente, para la reunión del JUZGAR se ha debido hacer oración y
reflexión con los textos de la Palabra de Dios y/o del Magisterio de la Iglesia. Gran
parte de la formación del militante pasa por que sea responsable y se prepare a
conciencia este apartado.
4. Es muy importante hacer del momento del JUZGAR un verdadero acto de oración
-contemplando las actitudes de Cristo- para poder juzgar la vida con sus propios
ojos.
5. No se debe tener prisa para pasar de un momento a otro. Los tres momentos de
la revisión de vida son igualmente importantes y ha de dedicarse suficiente tiempo
a cada uno. Como norma general dedicaremos una reunión al ver y otra al juzgar y
al actuar, aunque no es nada exagerado desglosar esta última en dos. Al comienzo
de cada reunión el responsable de equipo o el secretario (si lo hubiera) debe hacer
una síntesis de todo lo dicho en la reunión anterior.
6. El momento del ACTUAR no debe ser una mera fórmula o algo que hagamos para
salir del paso. Se debe tener un verdadero sentido de conversión a Dios. Debemos
pensar que la Acción Católica se ha caracterizado a lo largo de su historia por las
acciones frutos de sus compromisos. Si de nuestros grupos no surgen compromisos
decididos a cambiarnos a nosotros y a nuestro entorno, deberíamos plantearnos si
vivimos en profundidad el espíritu y método de la revisión de vida.
B. Esquema simplificado
La revisión de vida es un acto contemplativo. Debe comenzar con una oración
(cuidadosamente preparada por un miembro del grupo) que sitúe al equipo en
actitud de fe, ante la presencia de Dios.
3. La persona cuyo hecho ha sido elegido hará una descripción más amplia del
mismo (causas que lo provocaron, consecuencias que produjo, reacciones ante el
hecho) sin juicios ni valoraciones, sino simplemente con el objeto de facilitar la
búsqueda de la actitud que dicho hecho encierra.
6. Tiempo de interiorización. Ver esa actitud con los ojos de Dios. Contemplar cómo
el Señor participa de ella (si es positiva) o cómo nos enseña a cambiar la (si es
negativa).
3. Apertura a la luz aportada por los textos, tanto por el mío como por los que
hayan aportado los demás. Se trata de escuchar a Jesús, no de hacerle coincidir
con mi parecer. Esta luz pondrá en contraste la actitud de Jesús con las nuestras.
La reunión concluye con una oración que brota del contexto de la Revisión de
vida, y que permite a los miembros del equipo expresar su propia experiencia
personal (Acción de gracias, Preces).
MOTIVACION
Ahora queda que los militantes, como hemos hecho siempre, nos tomemos en
serio el trabajo de este curso. Con la ayuda de nuestra Señora, la Reina de la
Acción Católica, seguro que lo conseguimos.
Objetivo
Caer en la cuenta de la gracia tan grande que para cada uno de los cristianos
supone la fe. Esta certeza nos ayudará a ser agradecidos con Dios y a cuidar la
virtud de la fe en nuestras vidas.
Introducción
Desde pequeños nuestros padres y familiares se han tomado muy en serio
nuestra formación humana. Más tarde los maestros y profesores de los colegios e
institutos completaron esa formación con la enseñanza de las diferentes materias.
Así se consiguió una formación seria y profunda no sólo en valores humanos,
cívicos y cristianos, sino también en las diferentes ciencias del saber humano. A lo
largo de nuestros años de vida hemos ido aumentando esos conocimientos y hemos
registrado datos en nuestro entendimiento a través de la experiencia, que, como
dice el refranero español, es la madre de la ciencia. La inteligencia se ha convertido
así en un pequeño 'ordenador portátil' en el que se guardan multitud de bases de
datos y registros.
Muchos de esos datos que tenemos almacenados y que trasmitimos luego a los
demás con absoluta certeza, no han sido comprobados personalmente. Nosotros los
hemos recibido de otros que nos los han enseñado y a quienes hemos creído. Lo
mismo ocurrirá con aquellos a quienes nosotros se los enseñemos, se fiarán de
nuestra palabra. Es un hecho que la mayoría de las cosas que el hombre sabe
tienen su raíz en lo que otros nos han trasmitido, aunque nosotros las hayamos
hecho nuestras después. Los hombres necesitamos fiarnos de los demás, de sus
conocimientos y experiencia. No podemos poner en duda lo que ha dado de sí la
historia del conocimiento y de las ciencias. A esto se le denomina fe humana. Hay
quien intentó trabajar poniendo en duda todos los datos recibidos, pero es un
camino imposible de realizar. La vida exige confianza en los demás.
La fe es un don, un verdadero regalo que nos ha hecho Dios. Por ello hay que
cuidarla, hay que fortalecerla, hay que alimentarla, porque, si bien Dios la puso en
nuestra alma en el Bautismo, ahora siendo nosotros adultos, nos hacemos
responsables de ella. En nuestra vida hemos de verificar esa fe, siendo capaces de
hacérla vida y asumirla en nuestras circunstancias concretas.
Dios nos concedió la fe por su benevolencia y no por nuestros méritos. Por ello
debemos pedir al Señor lo que pidió Pedro: "Señor, aumenta nuestra fe" (Lc 17, 5).
Sin duda alguna no somos nosotros los que hacemos que esta virtud se fortalezca
en nuestro corazón. Pero eso no impide que nosotros podamos pedírselo al Señor y,
en la medida de nuestras posibilidades, poner los medios humanos para que el
Señor nos escuche y atienda.
1. Buscar hechos de vida en los que hayas sentido la fe como un don, como un
regalo inmerecido que el Señor te ha querido conceder y este sentimiento te ha
ayudado a vivir con alegría y paz incluso en algún momento difícil por el que has
pasado.
2. Hechos de vida que muestren cómo, en otras ocasiones, has podido sentir
que la fe te pesaba y exigía. La dificultad por asumir sus exigencias y el dolor que
pudiste vivir en aquel momento puede ser un buen hecho.
3. Hechos de vida en los que tu testimonio, bien sea por el ejemplo, bien sea
por la palabra, haya movido a otros a agradecer a Dios la fe que recibieron en su
bautismo, y que puede que tuvieran un poco olvidada.
4. Mostrar hechos de vida en los que nos hemos mostrado débiles, sin
capacidad de reacción, y hemos tenido que pedir a Dios más fe para poder actuar
conforme a los criterios del Evangelio.
A) Palabra de Dios
B) Magisterio de la Iglesia
Objetivo
Poner los medios para que cada uno de nosotros tengamos en nuestra vida
ordinaria una mayor unidad de vida, siendo capaces de llevar a la práctica lo que
creemos.
Introducción
Gracias a Dios todavía el hombre, cualquier hombre, al levantarse cada mañana
no se plantea quién es, qué es y cuál es la razón de su existencia. Cada mañana,
cuando salimos de casa camino del trabajo o de nuestras ocupaciones, no nos
planteamos que somos seres humanos y no animales; que somos varón o mujer,
según sea el caso; que estamos casados, solteros o viudos; que tenemos tal o cual
actividad laboral... No tenemos que pararnos a pensar cómo podemos adecuar
nuestra forma de actuar conforme a esas condiciones que acabamos de apuntar.
Son cosas que tenemos claras. Pase lo que pase en ese nuevo día vamos a
actuar con la mayor naturalidad conscientes de lo que somos. En cada momento
nos comportamos convencidos de que nuestras actitudes y nuestros
comportamientos son justamente los que se esperan de personas como nosotros.
Algo distinto ocurre a veces con nuestra condición de cristianos. Hay quienes
opinan que la fe es cosa de la intimidad, para vivir en privado o en los momentos
en los que estamos dedicados expresamente a un acto religioso, sea de formación,
de culto o de caridad. Los que así piensan son hombres y mujeres que cumplen, y
procuran cumplir con sinceridad: van a misa, dedican algún rato a rezar, de vez en
cuando leen algún libro piadoso, e incluso algunos acuden a algún grupo cristiano
de formación (puede ser que esté en un equipo de revisión de vida de la Acción
Católica). Y es verdad que procuran vivir con generosidad esos momentos
concretos, convencidos de que la fe es para ellos importante.
Pero luego salen a la calle, al mundanal ruido, y como quien deja el abrigo en
casa, se olvidan de la fe. En el trabajo, en la familia, entre los amigos o conocidos,
en el bar o en una excursión actúan como cualquier otro del grupo, sin que parezca
que la fe les lleve a vivir una serie de actitudes propias del cristiano: alegría,
generosidad, comprensión hacia los demás, austeridad y sentido de la pobreza,
espíritu de lucha y de superación, aceptación gozosa de la cruz, capacidad de
sacrificio por los demás, deseo de servir y no de servirse o de ser servido,
magnanimidad y visión sobrenatural...
Muchos de ellos en casa son más motivo de discordia que de paz (aunque
puedan encontrar una justificación), o piensan más en lo que en cada momento les
apetece (dicen que porque nunca nadie se acuerda de ellos), o protestan cuando se
les pide algún favor o sacrificio (piensan que siempre les toca hacerlos a ellos).
A) Palabra de Dios
• Jesús advierte que las cosas de este mundo pueden separarnos de ver a
Dios, cuando deberían ayudarnos a vivir mejor nuestro ser cristiano Lc 16,
9-14.
• El texto más importante para este tema es Sant 2,14-26. El apóstol exhorta
a los cristianos a mostrar su fe a través de su conducta, de su quehacer
diario, de las cosas que están llamados a vivir cotidianamente.
• Para san Juan los actos humanos conformes a nuestra vocación lo son
también conforme a la verdad y son luz: Jn 3, 18-21.
B) Magisterio de la Iglesia
• También Juan Pablo II dedica varias páginas a este tema en ChL 59. De
modo más general se hace referencia a ello en todo el capítulo III.
Objetivo
Descubrir que la conversión no es algo concluido sino un camino de fe que debe
recorrerse cada día.
Introducción
Ciertamente la fe es un don de Dios. Por más que nos lo propongamos no
creeremos si Dios no nos lo concede. En nuestro bautismo se nos dio la fe, se nos
sepultó al pecado y así nacimos como criaturas nuevas. Pero a lo largo de nuestra
vida vamos constatando que nuestra fe necesita crecer, que caemos con mucha
facilidad en el pecado, y que lo que proclaman nuestros labios que creemos no lo
vivimos, es decir, nuestras palabras nos dicen que somos cristianos mientras que
nuestras obras constatan que no lo somos totalmente. De ahí que debamos ir
descubriendo lo importante que es tener unidad de vida donde nuestros labios
proclamen lo que nuestras obras realizan o, lo que es lo mismo, que nuestras obras
transmitan lo mismo que nuestros labios.
Jesús ha venido para que los pecadores nos convirtamos. Por ello debemos tomar
conciencia de nuestro estado de pecadores y volvernos a Jesús con confianza. Lo
que cuenta es la conversión del corazón que hace que uno vuelva a ser como un
niño pequeño (Mt 6,16ss). Es cierto que la conversión implica una voluntad de
transformación moral, pero sobre todo es llamamiento humilde, acto de confianza,
acto de fe: "Dios mío ten piedad de mí que soy un pecador" (Lc 18, 13). La
conversión siempre es una gracia preparada por la iniciativa divina, la respuesta
que debemos dar por nuestra parte se concreta en la parábola del hijo pródigo (Lc
15, 11-32). La fe debe incluir siempre una transformación moral y al mismo tiempo
un acto positivo de confianza en Cristo. No podríamos transformar nuestra vida si
realmente no creyéramos en quien puede cambiarla. La fe siempre implica amar, es
decir, solamente amando a Cristo podemos confiar en que Él es capaz de eliminar
nuestra miseria.
De esta forma, con nuestro esfuerzo diario y con la ayuda de Dios a través de la
oración y del encuentro con el Señor en los sacramentos, vamos poco a poco
conformándonos más con Cristo, haciéndonos uno con Él. Cada día un paso más,
limando asperezas que me impiden entregarme a los otros, venciendo mi pereza,
mi vanidad, mi egoismo, luchando cada día por ser un verdadero apóstol que lleve
a los demás el mensaje de salvación del Señor Jesús. Y no hay ejemplo que
convenza mejor que el de aquel que, como nosotros, cae y vuelve a levantarse con
humildad y son su confianza puesta en el perdón que Cristo siempre le brinda.
4. Piensa si alguna vez algún familiar o amigo te ha recriminado por algún mal
ejemplo que has podido dar en determinada ocasión, y cómo esto influyó para que
cambiaras.
A) Palabra de Dios
• Muchas veces nos ocurre lo mismo que a los judíos del tiempo de Jesús,
pues nuestra dureza de corazón no nos permite creer en Él con todas sus
consecuencias: Hch 28, 24-27; 2 Co 3,16ss..
B) Magisterio de la Iglesia
Cada uno puede proponerse el hacer examen de conciencia diario, para ver en
qué cosas debe cambiar en mi vida de oración, en el estudio o trabajo, en la ayuda
que presto a los pobres, en mi compromiso apostólco... O bien puedo tomarme en
serio la confesión sacramental frecuente, cada quince días, por ejemplo, la
concrección y revisión del Plan Personal Militante o el tener dirección espiritual que
nos ayude a adquirir un verdadero espíritu de conversión.
TEMA 4: LA FE COMO ENCUENTRO
"María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra"
(Lc 10, 39)
Objetivo
Darnos cuenta de que la fe es encuentro gozoso con el Señor y que debemos
alimentarla en la oración y en los sacramentos.
Introducción
Es muy probable que todos nosotros tengamos la experiencia de haber visto
revitalizadas o fortalecidas nuestras convicciones en cualquier materia, a raíz de un
encuentro con alguien que para nosotros representa autoridad y que defiende tesis
que coinciden con las nuestras. Opiniones que parecían dormidas encuentran
nuevos argumentos que las despiertan y cobran así una nueva entidad más firme y
sólida.
En el lugar más profundo de nuestro ser, allí donde nadie más tiene acceso, se
realiza la maravilla de nuestra relación con nuestro Padre Dios, "una relación de
Alianza entre Dios y el hombre en Cristo" (CEC 2564). Un lugar al que diariamente
debemos acudir para ser fieles a la llamada del Señor, para que fortalezca nuestra
fe y para renovar energías que nos permitan cumplir con nuestra misión.
Cristo, Maestro de oración, nos enseña a orar con su ejemplo y sus palabras. Él
siempre tiene tiempo para rezar. Incluso si ha estado todo el día curando enfermos
o predicando, cuando llega la noche, se retira a orar a su Padre; da gracias, pide en
toda ocasión, lleva en su oración a toda la Humanidad: "no ruego sólo por éstos,
sino también por aquellos que, por medio de su palabra creerán en mí" (Jn 17, 20).
Los sacramentos son el otro lugar privilegiado de encuentro con Cristo, el
Señor. Él mismo nos abre las puertas de la Iglesia, confirma nuestra fe, consagra a
sus elegidos, se nos da como alimento, perdona nuestros pecados, nos bendice y
acompaña en el itinerario de nuestra vida. "Los sacramentos, 'como fuerzas que
brotan' del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu
Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son las 'obras maestras de Dios en
la nueva y eterna Alianza'"(CEC 1116). Acudir con frecuencia al sacramento de la
Reconciliación supone tratar de estar siempre junto al Señor, dejarme iluminar por
su luz y envolver con su paz; acercarse a comulgar es alimentar realmente el
espíritu, dejar que Cristo tome totalmente posesión de mí, me haga uno con Él.
2.- Puedo recordar también algún momento de encuentro fuerte con el Señor
en unos ejercicios o una peregrinación y cómo eso influyó en mi vida.
3.- Narrar hechos de vida que dejen ver cómo es mi oración, si acudo a ella
para estar con el Señor que me espera, si es agradecida y solidaria o si por el
contrario, está llena de peticiones de todo tipo y de prisas.
4.- Hechos de vida en los que pueda verse mi actitud al acudir a los
sacramentos: si me guía un afán de encontrarme con Cristo, de estar cada día más
cerca de Él y no permitir que nada nos separe, o si por el contrario, me mueve
cumplir con un precepto, tranquilizar mi conciencia, quedar bien ante los demás o
simplemente, la costumbre..
A) Palabra de Dios
• Jesús nos enseña a orar con su propia oración: Mt 11, 25-27; Jn 11, 41-42 y
nos exhorta a orar por los perseguidores: Mt 5, 44-45, en paz con el
hermano: Mt 5, 23-24, "en lo secreto": Mt 6, 6.
• Dos pasajes preciosos sobre la oración: María, hermana de Lázaro, a los pies
del Señor escuchando sus palabras: Lc 10, 38-42 y María Santísima
guardando los acontecimientos y meditándolos en su corazón: Lc 2, 19.
B) Magisterio de la Iglesia
Otro compromiso precioso sería enseñar a orar a mis hijos, mis nietos, los niños
o muchachos de mi catequesis; sin prisas, con mi ejemplo, haciendo una oración
dirigida sobre algún texto apropiado, descubriéndoles que Cristo les espera para
estar con ellos y desea que estén junto a Él.
Objetivo
Descubrir que la fe en Cristo, muerto y resucitado, es fuente de la única alegría
que es verdadera, aún en medio de las dificultades y exigencias de una auténtica
vida de fe.
Introducción
Frecuentemente verás en los periódicos de nuestra sociedad del bienestar
informaciones sorprendentes sobre el malestar y la tristeza que se esconden en
tantas manifestaciones de la vida: tantos anuncios de felicidad artificial, tantas
vidas fracasadas, índices de depresiones y falta de sentido…, en definitiva: signos
de tristeza para vivir. Y resulta que la tristeza, como decía Cicerón, es una
"enfermedad del alma". Igual esto te ha llevado a pensar en lo necesaria que es la
alegría y la felicidad en la vida cotidiana… y también a reparar en lo difícil que debe
ser encontrarla… y no digamos conseguirla. La alegría es necesaria, pues es signo
de que se han cumplido nuestras necesidades y esperanzas, pero… ¿quién es capaz
de conseguirla?
Quizás hayas pensado alguna vez que debe existir un secreto para ser feliz,
pero feliz de verdad, más allá de la simple satisfacción pasajera. Y casi seguro que
coincides con alguno de los grandes hombres que, pensando sobre la vida, han
llegado a intuir que el secreto de la verdadera alegría, algo tan necesario como
difícil, debe entrar en el ámbito de lo sobrehumano. Así B. Pascal, para quien las
alegrías del mundo son la mejor demostración de que la creación es imagen de
Dios, o F. von Schiller, quien escribe en la "Oda a la alegría" (con la que Beethoven
corona su novena sinfonía): "¡Alegría, hermoso destello de los dioses! Todos los
hombres vuelven a ser hermanos allí donde tu suave ala se posa".
Este anhelo que todos tenemos, halla una respuesta segura y sorprendente en
la Palabra de Dios, pues siempre que se habla de alegría en los libros sagrados,
ésta se refiere a la acción de Dios en la vida, a la comunión con Dios y con los
hermanos, en una palabra: a la fe. Durante muchos siglos fue ésta la experiencia
del pueblo elegido: la acción de Dios en la vida de Israel es motivo de alegría y
alabanza. Como se ve en innumerables salmos, la actuación del Señor es "nuestra
alegría y nuestro gozo" (Sal 118, 24).
Con la venida de Jesús, "el Mesías alegre" prometido por los profetas (cf Is 42,
4), se produce una asombrosa avalancha de alegría en el mundo (no tienes más
que leer los capítulos 1 y 2 de san Lucas para verlo). Tanto en el anuncio del Reino
que hace Jesús con sus parábolas y milagros, como en su trato con la gente, lo
verás como fuente de alegría, alegría que sobrepasa a la tristeza de la muerte en
su Resurrección. El Espíritu Santo que Cristo resucitado regala al que cree en Él
tiene como fruto precioso la alegría (Gal 5,22), que se convierte por ello en
distintivo de todo aquél que vive en el Reino de Dios (Rm 14, 17).
Por eso los cristianos encontramos la alegría al seguir a Cristo en la fe, como lo
han hecho tantos santos antes que nosotros. Y es que tu alegría, como cristiano,
tiene su fundamento en el triunfo de la Resurrección de Cristo, pues en ella la
salvación de cada hombre y la misma redención del mundo se han verificado: toda
realidad ha sido salvada. La fe en Cristo resucitado nos ayuda a ver que todo tiene
arreglo, todo tiene cumplimiento, todas nuestras aspiraciones están salvadas de la
frustración. Y además nos certifica que somos hijos de Dios, amados por un Padre
que nos cuida siempre, pues "nos lleva grabados en sus palmas" (Is 49, 16).
5. Hechos de vida en los que mi alegría haya sido medio para acercar a la gente
de mi ambiente a Dios.
A) Palabra de Dios
• El cristiano tiene como mandato estar alegre: 2 Cor 13, 11; Fp 2, 18; 3, 1;
4, 4; 1 Ts 5, 16. Sólo puede admitir la tristeza si le acerca a Dios: 2 Cor 7,
9-10.
• La alegría es fruto de la presencia del Espíritu Santo: Rm 14, 17; Gal 5, 22..
B) Magisterio de la Iglesia
Como compromiso personal podría buscar cada uno algo concreto que le tenga
triste, e iluminarlo con la fe para encontrar la alegría. También hacer con alegría
(sin poner mala cara) algo que nos cueste habitualmente (tareas pesadas,
aburridas, atender a algún compañero que nos sea especialmente cargante…). Otra
posibilidad es revisar si participo con alegría en las celebraciones litúrgicas a las
que suelo asistir, cambiando lo que sea necesario.
Objetivo
Tomar conciencia de que nuestra fe, recibida como un don, no la podemos vivir
y alimentar individualmente, sino con nuestros hermanos en el seno de la Iglesia.
Introducción
Todos los que estamos haciendo la presente campaña de revisión de vida
tenemos una cosa en común: nuestra fe en Jesucristo, regalada por el Espíritu, que
nos permite decir al Señor "Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Es seguro que
la inmensa mayoría de nosotros podamos concretar esta acción del Espíritu
donándonos la fe, en un rostro humano preciso con nombre y apellidos. Alguien, en
un momento dado de nuestra vida, nos presentó la grandeza de Dios. Y a partir de
ese momento, nosotros respondemos a la llamada y nos ponemos en camino tras
los pasos del Maestro. Siguiendo este proceso de nuestra historia llegaremos a la
Iglesia, pues esa persona a la que nos hemos referido, es seguro que estuviera en
su seno. Nuestros padres, un catequista, el párroco de nuestro pueblo, esa religiosa
que se cruzó en nuestro camino, un amigo que nos invitó a sus reuniones, etc, etc.
no nos presentaron sus vidas, sus ideas o sus convicciones, sino que nos
introdujeron en el seno de la Iglesia, "en el pueblo que Dios reúne en el mundo
entero" (CEC 752).
Nos dice el Concilio Vaticano II que "Dios quiso santificar y salvar a los hombres
no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo
que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa" (LG 9). De esta manera
podríamos decir que si el hombre es un ser social por naturaleza, el creyente debe
ser Iglesia por naturaleza. Es en su seno donde podemos vivir con plenitud nuestra
fe, pues es en ella donde podemos alimentarnos de la Palabra y del Cuerpo de
Cristo. A ella pertenecemos desde nuestro bautismo y a ella debemos unirnos
desde la madurez de nuestra fe. Y unirnos de una manera plena y consciente,
activa y participativa. Amándola y sintiéndonos orgullosos de pertenecer a ella y
con el constante deseo de darla a conocer a los demás. Mal entenderíamos la
misión de los laicos dentro de la Iglesia si pensáramos que somos meros
espectadores del trabajo de los sacerdotes, religiosos o consagrados. No habríamos
entendido los numerosos mensajes del Concilio a los seglares, la Exhortación
Apostólica Christifideles Laici de Juan Pablo II o las Cartas Pastorales de nuestro
Cardenal-Arzobispo, don Antonio María Rouco.
Así pues, cada uno de nosotros debe meditar a la luz del Espíritu, cuál es su
lugar dentro de ella, pues también es responsabilidad nuestra y necesita de nuestro
trabajo, de nuestra oración, de nuestra dedicación, de nuestro cariño. Al fin y al
cabo si trabajamos duramente para que nuestra familia tenga una casa digna, una
comida digna, un vestido digno, unos momentos de dispersión y de ocio dignos,
debemos trabajar también duramente para que las distintas necesidades eclesiales
se vean cubiertas. Y en este trabajo tener en cuenta los caminos que nos proponga
la Iglesia por medio de sus organizaciones o representantes. No como
francotiradores haciendo la guerra por nuestra cuenta, sino dentro de los proyectos
pastorales para conseguir esos fines. Todos nos alegramos cuando se nos indica
algún campo en el que podríamos trabajar, pero no podemos dejar de tener
iniciativas personales y también como Asociación para llegar a más gente y ser más
eficaces en el trabajo apostólico.
De ahí que sea fundamental conocer de primera mano qué es lo que en cada
momento desea de nosotros nuestro pastor, para lo cual nada más sencillo que
estar atentos a su predicación, escuchando su palabra o leyendo aquellos
documentos que con tanto trabajo y cariño elabora para nosotros, máxime desde
nuestro carisma de militantes de la Acción Católica, que nos llama a trabajar desde
nuestra responsabilidad, unidos entre nosotros a la manera de un cuerpo orgánico
junto con la jerarquía para conseguir el fin apostólico de la Iglesia, que no es otro
que la santificación de este mundo .
2.- Tomar algún hecho de vida en el que, a través de mi fe, yo haya atraído a
alguien al seno de la Iglesia, o por el contrario, cuando al ocultarla o no mostrarla
públicamente, alguien ha perdido la oportunidad de acercarse a ella.
3.- Presentar algún hecho de vida que muestre cómo he proclamado a los
demás con cariño y orgullo mi pertenencia a la Iglesia Católica, o si en alguna
ocasión no he manifestado dicha pertenencia ocultando así mi fe.
A) Palabra de Dios
• Las primeras comunidades son un ejemplo maravilloso de la vida en común
a través de la fe: Hch 2, 42-46; 4, 32-34; 5, 12-16.
• El apostol Pablo se dirige a los romanos para que se comporten los unos con
los otros dentro de la Comunidad "según la medida de la fe": Rom 12, 3,13.
Este mismo apostol presenta la fe en Cristo como razón de la unidad: Gal 3,
26-29, y llama a la unidad de los creyentes apelando a nuestra única fe: Ef
4, 1-6.
• En su epístola, san Judas nos muestra los deberes para con los demás
edificándonos sobre nuestra santísima fe: Ju 20-30.
B) Magisterio de la Iglesia
• Del n. 32 al 44, la ChL nos habla de los laicos y su llamada a la misión. Aunque
convendría la lectura de todos los números, recomendamos encarecidamente el
33.
Introducción
Todos tenemos o hemos tenido la experiencia de que es en el trato con los
demás y cuando salimos de nosotros, cuando nos encontramos con nosotros
mismos. Aún así, y con esta experiencia tan vital, muchas veces no respondemos
como deberíamos a lo que nuestra fe nos propone, y la reacción que nos provoca, o
que nos parece más sencilla, es encerrarnos en nosotros mismos. Sin embargo,
sabemos que la fe es un don de Dios, y como el Papa nos dice en la NMI, por su
naturaleza está abierta a la caridad. Por eso no podemos dejar de proyectarnos
hacia la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano (NMI 49). Esta
caridad implica muchas veces negarse a uno mismo, saliendo de sí al encuentro del
otro, haciendo realidad aquello que Jesús mismo nos dice: "quién quiera seguirme,
que cargue con su cruz y me siga" (Mc 8,34).
Esta dinámica de amor a Dios y al hermano, que lleva implícita la fe, nos la
muestra el mismo Jesús en su mandamiento del Amor: "Amaos unos a otros como
yo os he amado" (Jn 13, 34). Por esto, nadie puede ser excluido de nuestro amor, y
es en los que están más cerca de nosotros, y especialmente en los pobres, donde
podemos encontrar el rostro de Cristo de una manera más patente, en cuanto que
Jesús mismo se ha querido identificar con ellos: "He tenido hambre y me habéis
dado de comer, he tenido sed y me habéis dado de beber" (Mt 25, 35-36).
Este testimonio precioso de Sta. Rosa de Lima nos puede ayudar a salir de
nosotros mismos, y a descubrir en nuestra vida el dinamismo propio de la fe,
poniéndola al servicio de los más necesitados para no sofocarla: "El día en que su
madre le reprendió por atender en la casa a pobres y enfermos, ella respondió a su
madre: cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No
debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Dios"
(CEC 2449).
2. Comenta hechos de vida que muestren que tus obras de caridad han nacido
de la oración, y de la relación con Cristo, y no por activismo o solidaridad mal
entendida.
4. Puedes poner en común hechos de vida en los que se vea como te interesas
por los problemas de los países más desfavorecidos y procuras enterarte de sus
males y al menos has rezado por ellos.
A) Palabra de Dios
• El mismo Jesús nos dice que todo aquel que quiera seguirle, es decir, no
negarle, ha de negarse a sí mismo, coger la Cruz y caminar tras Él. Porque
así salvará su vida: Mc 8, 34.
B) Magisterio de la Iglesia
• El cristiano debe aprender a hacer su acto de fe en Cristo interpretando el
llamamiento que él dirige desde el mundo de la pobreza (NMI 49-51) "la
caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras".
• El señor Cardenal ha escrito una Carta Pastoral que nos ayudar a la reflexión
de este tema: Desde luego conviene leer VIC nn.3-4.
Objetivo
Percibir que todo cristiano es apóstol en virtud de su Bautismo, llamado a
anunciar el Evangelio a toda criatura y a asumir esta misión divina con gozo, ilusión
y responsabilidad.
Introducción
El Papa Juan Pablo II (NMI 40) nos ha vuelto a llamar la atención sobre un
asunto de singular importancia en la vida de la Iglesia y de todo creyente: la
necesidad de la evangelización, que el apóstol de los gentiles, San Pablo, sintió
admirablemente en sus propias carnes: "ay de mi si no evangelizara"(1 Cor 9, 16).
Esta experiencia de Pablo ha de ser la de todo cristiano, cada uno según su estado
y condición.
En esta misión ilusionante nos preceden muchos hombres y mujeres, entre los
que podemos destacar a san Francisco Javier, el gran apóstol de Asia, patrono
universal de las misiones y santa Teresa de Lisieux, que se consumía por predicar a
Cristo en su Carmelo y que por su oración fue declarada patrona universal de las
misiones. Estos y muchos otros interceden por nosotros y nos estimulan a esta
misión que constituye "la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más
profunda" (EN 14).
A) Palabra de Dios
• El libro de los Hechos nos presenta a la Iglesia primitiva llena de celo por
anunciar a Cristo. Podemos verlo en todo el libro de Hechos. En concreto
puede valernos el apostolado de Felipe con el eunuco de la reina Candace
(Hch 8, 26-40) o el discurso de Pablo en el areópago de Atenas (Hch 17, 22-
34), como ejemplos de arrojo y celo por anunciar a Cristo..
B) Magisterio de la Iglesia