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La Relación Jurídico Penal-Constitucional del Derecho a la Vida.

Renato D. Pezoa Huerta


Departamento de Derechos Humanos

Crucial importancia y énfasis se ha prestado a la protección de determinados


bienes jurídicos, al punto máximo en que realmente, se busque que no exista una
conducta que pueda lesionarlos en un Estado de Derecho.
Es el hombre, en contra de lo que dice el hilemorfismo aristotélico, aquella
materia que contiene una sustancia, esa sustancia que conocemos como alma, y que da
su carácter superior entre el universo biológico en que se sitúa. No está demás decir, que
el hombre no es el único elemento biológico de este océano natural que está reconocido.
Si bien es cierto, el animal inferior ha cobrado importancia en su respeto y condición de
ser viviente, es un punto neurálgico en que el legislador deba enfatizar su protección a
los bienes jurídicos que pueda poseer dicho ser. En todo plano y orden de cosas, se
prevé que algún día se logre el respeto en condiciones de igualdad dentro de todos los
caracteres que componen la naturaleza. Pero a esto, debemos enfatizar, el
reconocimiento de las garantías que son propias del ser humano, aquellas que dan su
característica más elemental en la vida del Derecho.
Sabemos que el hombre es un ser vivo, por naturaleza racional. Su capacidad volitiva y
cognoscitiva, le permite desempeñarse y relacionarse dinámicamente en sociedad.
Generalmente, se espera un comportamiento moral, y consecuentemente exteriorizado,
en que el hombre logre tener una actitud idónea respecto a sus pares. Pero en la realidad,
este “deber ser” se encuentra superado por conductas lesivas, que propenden a buscar,
por parte del legislador, un medio adecuado para corregir la acción humana, y ante todo,
readecuar o reinsertar al ser lesivo, dentro de la sociedad.
Ya se hablaba desde antaño, que el ser humano, como sujeto social y animal político,
contrató “socialmente” un modelo político, jurídico y social para vivir. Se habla del
Contrato Social, y desde aquí se da inicio a la regulación de la conducta humana por
parte del superior jerárquico hacia sus subordinados, a través de normas jurídicas, que
disponen una adecuada regulación de la vida humana en sociedad.
Paulatinamente, el Derecho y la Ley, han cobrado fuerza en establecer un adecuado y
moderno “camino de vida” para el obrar humano. Se disponen hace varios siglos,
anteriores a los pensadores como Rosseau, Montesquieu y otros, sistemas modernos en
sociedades antiguas. El Sistema Jurídico Romano, es la base del Derecho Occidental.
Sentó los cimientos desde donde el Derecho actual comenzaría a regir, y a medida que
el tiempo pasa, se actualiza de acuerdo a las influencias que suscitan en la sociedad.
En el plano del Derecho Penal, esta no es una historia ajena. Se prevé iniciales modos
de aplicación del jus poenale en sistemas inexistentes como los tribales, que, basados en
la autotutela o sistema de la venganza privada, cobraban justicia “por mano propia” al
ocurrir un inadecuado acontecimiento. Las luchas por obtener justicia alcanzaban a
tribus enteras, clanes completos luchando por un único fin: la justicia.
Es una época en que la retribución de la pena alcanza su mayor esplendor, pero ocurre
que la trascendencia y evolución jurídico penal, se ve influenciada por el surgimiento de
nuevas corrientes, que sucesivamente, dieron diferente poder a lo que hoy constituye
nuestro Derecho Penal.
Si bien, Tito Livio, nos expone fielmente un suceso acontecido en los albores de la
naciente Roma, que alrededor del año 700 antes de Cristo: “Tulo, entonces, dice: ‘Metio
Fufecio, si tú fueras capaz de aprender la lealtad y el respeto a los tratados, te dejaría
con vida y yo mismo te impartiría esa enseñanza; pero, como tu manera de ser no tiene
remedio, al menos tú con tu suplicio enseñas al género humano a tener por sagrado lo
que tú has violado’…Acto seguido, hace traer dos cuadrigas y atar a Metio a sus carros
con los miembros extendidos; espoleados, después, los caballos en sentidos opuestos,
llevan a cada carro una parte del cuerpo despedazado, según las ataduras se habían
clavado en los miembros. Todos apartaron la vista de tan repugnante espectáculo. Fue
éste, por parte de los romanos, el primer y el último suplicio ejemplar poco acorde con
las leyes de la humanidad: en los demás, les cabe el orgullo que ningún pueblo recurrió
a castigos más humanitarios”.1
POLITOFF al respecto, nos comenta otro suceso, que ya relataba FOUCAULT en su
influyente obra, Vigilar y Castigar, el texto correspondiente a una ejecución por
Magnicidio el día 13 de abril de 1757, en la que al descuartizamiento precede y sigue
una serie de torturas de atrocidad muy semejantes al relato de Tito Livio. Esta sentencia,
ejecutada sobre Damiens el 13 de abril de 1757, por una tentativa fallida de homicidio
de Luis XIV, según como reproduce Michel Foucault2 disponía que al condenado
“deberán serle atenazadas las tetillas, brazos, muslos y pantorrillas, y su mano derecha,
asido en ésta el cuchillo con que cometió dicho parricidio, quemada con fuego de
azufre, y sobre las partes atenaceadas se le verterá plomo derretido, aceite hirviendo,
pez resina ardiendo, cera y azufre fundidos conjuntamente, y a continuación, su cuerpo
estirado y desmembrado por cuatro caballos y sus miembros y troncos consumidos en el
fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas al viento”.
A partir de esto, sabemos que no es hasta el siglo XVIII donde se inicia el surgimiento
de un Derecho Penal humanitario, dirigido a proteger la vida humana, ya que como
comenta JIMÉNEZ DE ASÚA, la cárcel no era sino un recinto donde el imputado debía
esperar su condena y, eventualmente, su ejecución, lo que da fuertes razones a que el
Derecho Penal de aquel entonces, sea tomado por los liberales, cumpliendo la promesa
de la protección de la libertad y dignidad humanas.
Focalizándonos en ciertas ideas generales del Derecho Penal, sabemos que este también
se encuentra muy ligado en materia Constitucional respecto de la protección de
determinados bienes jurídicos, que en nuestro caso, exclusivamente, se encuentran
asociados a las disposiciones del Capítulo III de nuestra Constitución Política de la
República, y por ende, existe en el Derecho Penal, bajo la más importante fórmula
elíptica que posee en nuestro ordenamiento jurídico nacional,3 una sanción predispuesta
a proteger y tomar determinadas acciones en consecuencia de la lesión de las garantías
humanas. Para dar una cabal anotación al respecto, bien jurídico, es un interés, que
ampara el legislador, prohibiendo conductas que puedan lesionarlo. Pero este interés es
socialmente importante, también lo es moralmente. Al respecto, cabe anotar que el bien
jurídico más importante, es la vida, aquella existencia biológica misma, que da en sus
aspectos más elevados y perfectos, origen a toda relación social.
En esta materia, el bien jurídico y su protección, se encuentran en la Constitución,
norma fundamental que entrega las únicas restricciones al legislador para proceder en su
reconocimiento y vital resguardo. ROXIN nos señala que los bienes jurídicos son
circunstancias dadas o finalidades que son útiles para el individuo y su libre desarrollo
en el marco de un sistema social global estructurado sobre la base de esa concepción de
los fines o para el funcionamiento del propio sistema.
El Bien Jurídico nos entrega sutilmente cual es el fin propio del Derecho Penal, que,
deductivamente, se encuentra en la protección de estos. Ciertamente, ante dicha

1
Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación, Libro I, Cap. 28,9-10.
2
Surveiller et punir. Naissance de la prison, Paris, 1957
3
Al respecto, Etcheberry que entrega una definición de ley penal en dos palabras: Fórmula Elíptica. Ante
todo Pezoa, sitúa el concepto de Etcheberry en catalogar de esta forma al Código Penal Chileno.
circunstancia, lo notable aquí es la relación jurídica entre el Derecho Penal que está
contenido en la Constitución y el Derecho Penal que está contenido en la Ley Penal.
Clásicamente se considera a la Constitución del Estado, como la fuente primigenia de
donde emanan, en lo posible, no taxativamente, todas las garantías que han de proteger
al ser humano que está subyugado a su imperatividad. Es preciso destacar, que no es
esta exposición, un trabajo dedicado al estudio de los bienes jurídicos a profundidad, ya
que el tema a cuestionar, es la relación penal y constitucional respecto al derecho de la
vida.
Se ha dicho que la vida es el derecho más importante, más amplio, el bien jurídico más
protegido a lo largo de la historia, pero ciertamente, su protección puede conllevar
muchas situaciones que ameriten, el desmedro y gravamen de otros bienes jurídicos.
Al respecto, el derecho a la vida tiene un reconocimiento supralegislativo, categorizado
como constitucional, y se asegura a través del Artículo 19º Nº 1, que dispone “Artículo
19º. La constitución asegura a todas las personas: 1º, El derecho a la vida y a la
integridad física y psíquica de la persona”, es un hecho por lo tanto que encuentra la
máxima legitimidad dentro del ordenamiento jurídico nacional, al tratarse del sustento
primordial para el sujeto del derecho. Por consiguiente, en materia penal, los delitos
más graves son los que atentan contra la vida en sus aspectos más primarios, esto es, las
lesiones corporales, el homicidio, y otros atentados corporales. Por esto, se denomina
que es el derecho a la vida en su acepción más restringida al vocablo. Pero al remitirse
al libro II del Código Penal, encontramos que el legislador no se refiere a la protección
propiamente tal de la vida, sino, al titular de esta, porque designa como título “Crímenes
y simples delitos contra las personas”.
Antiguamente, se designaba persona, al conjunto de atributos propios del ser humano
que constituían su personalidad humana. Así, cualquier gravamen en sus atributos,
debía ser sancionado. De esta forma, el Art. 44º del Código Civil, se refiere al dolo, y
habla de “la persona del otro”, por tanto, encontramos que el vocablo persona es
completamente amplio al sentido, y su protección no solo está vinculada a los delitos
que atenten contra la vida, sino, que respecto de todos aquellos que puedan infligir
detrimento sustancial en el ser humano.
Considérese desde el punto de vista netamente de protección a los Derechos Humanos,
un antecedente de vital importancia jurídico penal, y es en la evolución del mismo, a
transformarse en medidas de seguridad. Estas medidas de seguridad propenden a evitar
eventuales delitos o reincidencias, no debe confundirse en lo absoluto con el fin de la
pena, sea esta retribucionista, prevencionista general o especial respectivamente.
Cuando hablamos de este derecho humano que constituye la vida, hablamos del más
grande de los derechos y bienes jurídicos por proteger. A esto, se suma la exacta
finalidad que tiene el pasar por inadvertido un factor de suma relevancia para el
derecho, que es también en este plano de vital importancia, pero comúnmente se debe
aplicar la protección de la vida humana como un fin jurídico completamente dirigido a
proteger a un potencial titular de derechos y obligaciones.
Si bien es cierto, la conminación de una pena en un plano retribucionista, trasgrede
totalmente los derechos humanos. Claro está que el motivo de este trabajo es analizar el
aspecto fundamental de la persona natural, pero ciertamente, su protección conlleva a
que muchas veces, deba ponerse en riesgo garantías fundamentales como el honor, la
libertad, e incluso, en un directo sentido como ocurre en el derecho comparado, a privar
la vida del infractor.
Cabe preguntarse al respecto, considerando la evolución y poca influencia que presta la
autotutela o venganza privada en la vida social y jurídica, ¿Cómo es posible que una
entidad superior, como lo es el Estado a través de los Tribunales de Justicia, sea capaz
de determinar mediante una pena, la lesión a los bienes jurídicos de una persona?
Ciertamente es un hecho que quien delinque (Quia peccatum est) debe ser castigado
para que no incurra denuevo (ne peccetur), lo que supondría examinar indudablemente
cual teoría del fin de la pena es óptima para esta situación.
La legitimidad que se otorga al Estado como un “Aparato Corrector” por medio de los
Tribunales de Justicia que establece la ley, se entiende que surge por medio del Contrato
Social, que favorece al Estado a corregir de un modo u otro, las acciones indebidas que
susciten dentro de su territorio, pero ciertamente, otro inconveniente, y muy capcioso,
es posible deducir al momento de utilizar a la persona humana como un instrumento de
escarmiento para evitar la “imitación de los pares” ante un determinado delito. Es la
teoría de la Prevención General como fin de la pena, la que entrega un cierto
antecedente que permite comprender, como el Estado sancionatorio, utiliza a una
persona para evitar que la gente realice determinados delitos. Es el caso concreto en el
plano comparado, como Estados Unidos, divulga por medio de las telecomunicaciones,
macabras enseñanzas para que los ciudadanos contemplen y reflexionen del adecuado
actuar, como ocurre en las transmisiones de pena de muerte desde los recintos
carcelarios norteamericanos.
Por otro lado, la Teoría Prevencionista Especial, que involucra que el individuo
(especial) no cometa nuevamente los delitos perpetrados, y tiene su fundamentación
correcta en tres formas: Primero, asegurando a la comunidad frente a los delincuentes,
mediante el encierro de estos; intimidando al autor, mediante la pena, para que no
cometa futuros delitos; y tercero, preservándole de la reincidencia mediante su
corrección. Es un problema, una vez más, intentar preservar los derechos humanos del
reo, en virtud de los actos cometidos. En primer lugar, encerrándolos, es una trasgresión
presuntamente legítima para dar cabida a la corrección, que no es más que un intento de
reinserción social tácito, y que se consuma mediante la intimidación del mismo
individuo, afectando muchas de las garantías que este posea.
Hablar de una teoría retribucionista, es hablar del pasado. Anacrónica en su origen, la
retribución como fin de la pena, no es más que la conminación de una pena por mano
propia, y aunque esta logró su humanización por los esfuerzos liberales, propende a la
lesión excesiva de los derechos humanos, sin establecer un claro método de la forma en
que puede ser ayudado y enseñado el reo. El Estado, es hoy la principal institución
capaz de delimitar la retribución como fin penal, pero claramente, supone la trasgresión
inequívoca de los derechos de la persona imputada.
La pena es un imperativo categórico, se castiga porque se ha delinquido, pero ante los
esfuerzos propios del legislador de suponer un método plausible para lograr la
humanización extrema del derecho penal, cabe preguntarse ante todo si, ¿realmente es el
delincuente una persona que merezca un trato humano, considerando la gravedad del
acto que ha cometido?
La respuesta es compleja, y deja abierta la discusión por parte de la doctrina, pero
eventualmente debemos regirnos por el ámbito de aplicación de las innumerables
convenciones en materia de Derechos Humanos que están en vigencia, y que no
excluyen al delincuente como un “subhumano”4, sino, que lo incluyen dentro de la gran
masa humana de la que es parte.
Pero el problema más grande está en el Derecho Comparado, que, en muchas
situaciones, ha optado por la retribución de la pena. En otras latitudes, se puede ver una
especie de “Ley del Talión” de origen estatal, que sanciona como expresa el adagio,
“ojo por ojo, diente por diente”, suponiendo la eventual retribución al delito cometido.
4
En este sentido, ROXIN, utiliza el término subhumano para referirse a los delincuentes.
Entendiendo estas situaciones, es preciso referirse al meollo del tema, y dirigirse a la
protección del Derecho a la Vida, consagrado en nuestra Constitución, y al Derecho
Penal, como aquella rama que opta por las sanciones ante una eventual trasgresión a
dicha disposición.
Los Derechos Humanos son un conjunto de facultades e instituciones que, en cada
momento histórico, concretan las exigencias de la libertad, igualdad y dignidad humana,
las cuales, deben ser reconocidas por los ordenamientos positivos nacionales e
internacionales. Es entonces como luego de los procesos de conquista en materia de
Derechos Humanos, nuestro ordenamiento jurídico no está ajeno al reconocimiento y
goce de las garantías que son reconocidas a la humanidad toda.
Como ya se mencionó precedentemente, la Constitución Política de la República, sitúa
la protección de la vida en su Capítulo III, específicamente en el primer numeral de la
sección dogmática de este cuerpo legal: el reconocido Artículo 19º.
Cuando este artículo dice “asegurar”, significa dejar firme, dejar solidamente
establecido algo. En este sentido, la prerrogativa para conservar la existencia del ser
humano, es a través del Derecho a la Vida. Es el primerísimo de los derechos e incluso
el constituyente la protege desde su inicio natural. Pero ante todo, si ya la Constitución
establece una protección a la vida, debemos encontrar un claro sistema sancionador en
caso de su lesión. A este respecto, el Derecho Penal es el más indicado.
El Código Penal Chileno, sitúa en su Título VIII, bajo el título de “Crímenes y simples
delitos contra las personas” la más eficiente protección en caso de lesión.

Sabemos que el Homicidio como figura penal, goza de causalidad lesiva, y es innegable
que por más teorías que se esbocen o políticas criminales que se ensayen, el objetivo de
desterrar el más grave delito contra la vida resulta inviable. Así, el Artículo 390º, 391º y
392º del Código Penal, disponen, “Art. 390 El que, conociendo las relaciones que los
ligan, mate a su padre, madre o hijo, sean legítimos o ilegítimos, a cualquier otro de sus
ascendientes o descendientes legítimos o a su cónyuge, será castigado, como parricida,
con la pena de presidio mayor en su grado máximo a muerte.

Art. 391 El que mate a otro y no esté comprendido en el artículo anterior, será penado:
1 Con presidio mayor en su grado medio a presidio perpetuo, si ejecutare el homicidio
con alguna de las circunstancias siguientes:

Primera. Con alevosía.

Segunda. Por premio o promesa remuneratoria.

Tercera. Por medio de veneno.

Cuarta. Con ensañamiento, aumentando deliberada e inhumanamente el dolor al


ofendido.

Quinta. Con premeditación conocida.

2 Con presidio mayor en sus grados mínimo a medio en cualquier otro caso.

Art. 392 Cometiéndose un homicidio en riña o pelea y no constando el autor de la


muerte, pero sí los que causaron lesiones graves al occiso, se impondrá a todos éstos la
pena de presidio menor en su grado máximo.
Si no constare tampoco quiénes causaron lesiones graves al ofendido, se impondrá a
todos los que hubieren ejercido violencia en su persona la de presidio menor en su grado
medio.

Art. 393 El que con conocimiento de causa prestare auxilio a otro para que se suicide,
sufrirá la pena de presidio menor en sus grados medio a máximo, si se efectúa la
muerte.

Ahora bien, el delito de homicidio es completamente un delito tipo “género” que sitúa
esta lesión a todas las personas propensas a ser víctimas por tal tipo penal.
En virtud de esto, los delitos de infanticidio, patricidio, femicidio, entre otros, solo
tienen una relación de género especie en comparación del homicidio.
De las materias procesal penales, la disconformidad de la sanción aplicada al autor del
delito, parece totalmente inadecuada. La masa popular prefiere la pena de muerte ante
dicho evento consumado, pero ciertamente, es un práctico ejemplo de retribución de la
pena, en desmedro del principio de proporcionalidad de las penas y los delitos.
Si bien es cierto nuestra propia Constitución contradice de forma expresa el Derecho a
la Vida, la pena de muerte aun vigente en Chile para casos contemplados bajo ley de
quórum calificado, no son aplicables en la práctica, lo que supone, una norma poco
feliz, del punto de vista que su efectividad e injerencia en el plano sancionatorio es nula.
La pena de muerte como ya es sabido, no puede reimplantarse en un sistema que ya la
ha abolido, es contrario al avance de los Derechos Humanos que, en el plano nacional,
han cobrado una vigencia absoluta.
El Homicidio como conducta intermedia entre el Derecho Constitucional en relación a
los Derechos Humanos del Artículo 19º Nº 1 y el Derecho Penal, es el delito
excesivamente más grande que reconoce la ley penal. En realidad, la legislación lo que
quiere hacer es presentar por parte del Constituyente, un bien jurídico determinado, de
rango Constitucional, y que su reconocimiento le otorga la calidad de Garantía
Fundamental. Por otro lado, el Derecho penal es el medio más efectivo ante la lesión de
dicho bien jurídico, ya que contempla en su tipificación, expresamente la protección
absoluta con una determinada conminación penal al individuo que lo transgreda. Todo
limitado al Código Penal.
Por su parte, existen discrepancias sobre la calidad moral y la real importancia que
presenta el Derecho a la Vida frente a otras situaciones, de las cuales, nuestro país no
está ajeno.
Existen determinados grupos étnicos que frecuentan en calidad consuetudinaria, incurrir
en una determinada figura penal como lo es el Homicidio. El avance en materia de
Derechos Humanos se ha preocupado excesivamente de esto al crear la Convención 169
de la OIT, y Chile estuvo pendiente al ratificar dicha convención, que no pueden
excluirse minoritariamente y de forma sistemática, determinados grupos tribales.
Lo que se pretende al entrar en vigencia esta Convención, es, a parte de erradicar la
discriminación entre los habitantes de la nación, díganse estos, Indígenas y “los otros”,
también buscar una forma de sancionar lo que para los sectores étnicos, es considerado
“costumbre”.
Bien es sabido que han existido y aun se prevé que existen, grupos aborígenes que
lesionan de forma indiscriminada, determinados bienes jurídicos y en su correcta
derivación, los Derechos Humanos. La importancia en realizar la inclusión
chilenoétnica, que por parte del interés que tiene el legislador al legislar a favor de la no
realización de actos lesivos, debe ir orientada a que estos (aborígenes) no realicen
ciertos actos constitutivos de delito, para que de un modo u otro, sean parte de la
realidad social, económica y jurídica del país. Pero en cuestión se plantea a la doctrina
un determinado hecho constitutivo de lesión, aun cuando existe por parte del
Constituyente la libertad de culto consagrada en el numeral 6º del Art. 19 de la Carta
Fundamental, que expresa la libertad de culto y de todas las creencias sin que estas se
opongan a la moral, a las buenas costumbres o al orden público. Ahora bien, conociendo
por el sector normativoconstitucional la prohibición de determinados actos de culto que
transgredan las condiciones que el mismo constituyente establece, ¿cuál es la
explicación correcta que debe realizarse al momento de sancionar un acto realmente
valorado como consuetudinario por el grupo étnico, siendo que ha superado por parte de
estos, la vigencia en el tiempo y el espacio?
Debe ser un fomento a la reflexión y el debate doctrinal, como también para el lector.
Cuando se trata de la protección de los derechos humanos, existe ciertamente una
vinculación legal entre las ramas del Derecho para evitar una posible lesión, lo cuál se
traduce en las normas de prevención del Derecho Penal. Pero así mismo, la legislación
se preocupa de los actos actuales e inminentes, que vean la posibilidad de lesionar
gravemente, como es el caso del Derecho a la Vida, un determinado bien jurídico.
Realmente existe esa voluntad del legislador penalista y del Constituyente, en unirse
férreamente para sancionar y reconocer determinadas disposiciones en el ordenamiento
jurídico nacional.

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