Introducción
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En congruencia con esta tesis deberemos preguntarnos colectivamente si
tenemos la voluntad y las condiciones para contribuir a la construcción de un
nuevo proyecto de nación que incluya como uno de sus ejes fundamentales el
fortalecimiento de los espacios rurales y la revaloración de la agricultura. Damos
por sentado que existe una base de información suficiente en el personal
académico de centros regionales en torno a los hechos más recientes y relevantes
de la coyuntura política nacional: declaración de emergencia fiscal, recortes a la
educación pública, endurecimiento político del régimen, hegemonía de las
empresas transnacionales, principalmente.
Una somera recapitulación sobre los rasgos más gruesos que definen al siglo XIX
mexicano, permite caracterizarlo como el traumático espacio de construcción del
Estado Nación. También podemos sostener que el siglo XX fue el de la búsqueda
de la justicia social y el desarrollo, en correspondencia con el escenario mundial
en el que se pusieron en juego las grandes utopías. En cambio, la primera década
del siglo XXI encierra en nuestro país datos y señales propios del siglo XVIII
novohispano en términos de polarización social, restitución de privilegios a
sectores oligárquicos, desarticulación del tejido social, predominio de los poderes
fácticos, exclusión de vastas capas de la población y ausencia de un proyecto
nacional, principalmente y mutatis mutandi.
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mercado interno fortalecido; con equidad social y menos pobreza; con democracia
y sin ciudadanos de segunda en el campo; con sustentabilidad e intercambios más
justos entre el campo y la ciudad.
Por ello, al resaltar las grandes asignaturas que siguen pendientes para nuestro
país después de un siglo de profundas transformaciones que, pese a todo, no se
han logrado traducir en la equidad, la democracia y la soberanía, destacamos la
necesidad de un replanteamiento de las políticas públicas hacia el medio rural,
que necesariamente debe acompañarse de un viraje en el estilo de desarrollo y de
una revaloración nacional de la agricultura, como condición para pensar el
desarrollo sustentable en México. Al mismo tiempo, desde las unidades de
producción, las comunidades, las organizaciones de productores y las regiones, se
requiere impulsar el fortalecimiento y multiplicación de experiencias diversas con
los contenidos planteados, de manera que las políticas puedan irse encontrando
con los procesos construidos desde los espacios locales y regionales, y en el
entendido de que desde estos espacios se hace posible la construcción de
opciones más sustentables para los habitantes del medio rural y para la
humanidad entera.
Para concluir este apartado, vale destacar que el esfuerzo modernizador del
liberalismo porfirista, empeñado en aprovechar las ventajas comparativas y los
vastos recursos naturales del país, quedó finalmente obturado por una estructura
social sumamente rígida y polarizada que impedía ampliar el mercado interno, así
como por la vulnerabilidad frente a las fluctuaciones del mercado internacional de
las materias primas.
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hipótesis de que si el proyecto neoliberal logra prevalecer en nuestro siglo, los
cincuenta años durante los cuales la agricultura jugó un papel sustantivo para el
país, y la producción campesina un lugar central, constituirán, a fin de cuentas y
pese a los innegables avances productivos alcanzados, sólo un largo e infructuoso
paréntesis entre nuestra época y el porfiriato, en términos de equidad, soberanía y
democracia. Y desde esta perspectiva la existencia de Chapingo como proyecto
de educación pública emanado de la revolución también habrá sido en vano.
Considérese, en este contexto, que en pleno siglo XXI en México persisten formas
porfirianas de explotación y está incumplida la demanda del sufragio efectivo. Así,
las nuevas tiendas de raya en Guanajuato y los peones acasillados en
plantaciones cafetaleras y bananeras de Chiapas y Tabasco, además de un
sistema político con instituciones al servicio de la oligarquía, nos indican la
magnitud de las tareas que como país tenemos por delante.
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En lo tecnológico podemos encontrar en el campo mexicano aplicaciones
biotecnológicas y hasta cibernéticas, pero el hecho más relevante es el
agotamiento del modelo insumista, la regresión tecnológica derivada de las
estrategias defensivas de las unidades de producción campesinas y la
persistencia de la llamada tecnología tradicional.
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ambos elementos dieron lugar a la caída de la rentabilidad en prácticamente todas
las ramas de la producción agropecuaria.
Con todo ello, la ecuación neoliberal derivó en un rotundo fracaso, en gran medida
porque la emigración y los flujos de remesas funcionaron como resguardo de la
economía rural y soporte de las estrategias campesinas de sobrevivencia.
Subjetivamente los hombres del campo se negaron a desprenderse de la tierra
que habían conquistado sus padres o abuelos, y objetivamente las familias
contaron con recursos líquidos para abortar la ecuación neoliberal. En
consecuencia, los principales objetivos de la modernización del sector quedaron
lejos de alcanzarse1.
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En un informe del Banco Mundial de 2005 se declara que en México, cerca del 35 %, -unos 7.3
millones de personas - de la población rural no percibe lo suficiente para adquirir la canasta básica
de alimentos, cifra muy por encima del 20% del promedio nacional y el 11% en áreas urbanas. Ello
se ve reflejado tanto en las tasa de pobreza que apenas ha bajado de 57 % a 54 % desde el año
1989 a la fecha, como en la tasa de indigencia que ha aumentado en medio punto desde dicha
fecha, situándose en la actualidad en 28.5 %.
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ostensible e irreversible2; y la creciente y explosiva migración de trabajadores y
productores rurales a Estados Unidos se profundizó.
En efecto, por citar sólo un dato en esta coyuntura de precios agrícolas altos,
deben considerarse las consecuencias fiscales de que la tasa de dependencia de
las importaciones de granos básicos sea en promedio del 40%, de manera que el
31% del consumo nacional de maíz es importado. Así, aunque México ha logrado
ventajas competitivas con el TLCAN en algunos productos hortofrutícolas y
pesqueros, se estima que son sólo 100,000 los productores beneficiados por su
capacidad exportadora.
La situación del campo mexicano debe ser ahora vista y atendida desde una
perspectiva interdisciplinaria y considerando un conjunto de relaciones complejas
que involucran, entre otros, elementos como la política energética y alimentaria de
los Estados Unidos, el predomino de las grandes empresas agroalimentarias en
los mercados internacionales, el encarecimiento de los combustibles fósiles y la
búsqueda de energéticos alternativos, el crecimiento de la demanda de granos por
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De acuerdo con varios informes nacionales (estudio de BANAMEX-CITIGROUP, INEGI, Banco de
México, Secretaria de Agricultura) durante 2004 se perdió un 36 % de los empleos en el medio
rural (respecto al año anterior). El sector agropecuario aporta no más del 5.1% del PBI nacional,
pero de estas actividades dependen a lo menos el 25 % de la población del país (alrededor de 26
millones de personas); el salario promedio en el medio rural ha permanecido los últimos 3 años un
30% por debajo del promedio mínimo nacional; los beneficios que ha generado el TLC desde su
firma a la fecha, que ha elevado el comercio exterior agrícola desde 5,500 millones de dólares a
mas de 15,200 millones, no han llegado a la gran mayoría de la población rural (La Jornada, 12
febrero de 2005).
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el cambio de patrones de consumo en los países que tuvieron acelerado
crecimiento económico en la primera mitad de esta década, el debilitamiento de la
capacidad interna de producción de alimentos, y hasta el desplazamiento de las
inversiones especulativas al sector alimentario como producto de la baja
rentabilidad en otras esferas económicas.
Los escenarios para nuestro país son más que preocupantes: mayor reducción del
presupuesto al campo y la educación, inevitable devaluación del peso frente al
dólar, continua reducción de las remesas, aun cuando no se verifique la
repatriación masiva de los migrantes que cada vez encuentran más dificultades
para emplearse; caída de los precios del petróleo, y por si alguien dudara que la
crisis global ya está haciendo estragos en nuestro país, INEGI informó que 885
empresas cerraron tan sólo en el mes de agosto de 2008.
El ciclo abierto en 1979, año del ascenso al poder de Margaret Tatcher y en 1980
de Ronald Reagan, parece haber llegado a su fin, no sin antes haber derribado el
Muro de Berlín en 1989 y arriado la bandera de la hoz y el martillo en 1991. Pero
lo cierto es que la globalización financista nunca gozó de plena salud, si
recordamos el efecto tequila de 1995, el efecto Dragón en 1997, el efecto samba y
el efecto vodka en 1998, el efecto tango en 2002, y toda una serie de convulsiones
que en conjunto daban cuenta no sólo de la interdependencia de la economía
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global, sino principalmente de la fragilidad del capitalismo financista y la necesidad
de un marco regulatorio para el movimiento de los capitales.
Desde una perspectiva de largo aliento podríamos establecer que la fase superior
del capitalismo estudiada por los marxistas rusos a inicios del siglo XX no logró
reproducirse sobre sus bases tecnológicas, sociales, políticas y geoeconómicas,
de manera que entró en una profunda crisis, dando lugar a un largo periodo de
convulsiones que duró tres décadas, en las que a la primera guerra mundial de
1914-1918 y la revolución bolchevique de 1917, le suceden la gran depresión de
1929-1933, el ascenso del fascismo y finalmente la segunda guerra mundial de
1939-1945 que es a final de cuentas la partera de un nuevo modo de regulación,
cuyos fundamentos tecnológicos estaban sentados desde 1908, fecha de
aparición del Ford T, acompañados del salario de 5 dólares y la semana de 40
horas, que en 1914 eran acremente cuestionados por Wall Street.
Sin embargo el auge fordista –el capitalismo del siglo XX- sólo duró tres décadas,
si consideramos que en 1974 la economía mundial entró en recesión, sólo un año
después de que los Acuerdos de París determinaron la retirada del ejército
norteamericano en la guerra de Vietnam (o un poco menos si ubicamos a las
revueltas de 1968 como un parteaguas cultural y generacional). Esta fase de
expansión capitalista había sido construida sobre la base de una gran destrucción
de capitales e infraestructura e implicó desde luego nuevas reglas para el
funcionamiento de la economía mundial bajo la hegemonía de Estados Unidos,
pero también fue producto de un pacto social –a escala mundial- entre el capital y
el trabajo, garantizado por el Estado y sustentado en una base tecnológica que
permitió aumentos sostenidos de la productividad del trabajo durante tres
décadas, con un papel sobresaliente de la agricultura en la producción alimentaria
y de materias primas.
Para efectos del tema que nos ocupa, cabe destacar que en esta fase se
consolidó un modo de producir y de consumir altamente consumidor de energía y
depredador del ambiente. Es la época también del desarrollismo inaugurado por
Truman e identificado por los parámetros de la urbanización y la industrialización,
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desde una matriz eurocéntrica, economicista, tecnocéntrica y antropocéntrica
(Viola, 2000) también vigente en los países del capitalismo de estado, o del bloque
socialista.
La crisis del fordismo en los setentas y el desplome del socialismo real en los
ochenta abrieron la puerta a un capitalismo rapaz, devorador de hombres y
recursos naturales. Al ajuste estructural de los años ochenta, la concentración de
capitales y el desmantelamiento de las conquistas laborales pactadas durante el
fordismo, le siguió el neocolonialismo y una nueva acumulación originaria,
mediante la guerra o la apropiación de los recursos naturales, es decir, la
acumulación por despojo (Harvey, 2006). El Estado de Competencia preocupado
por fijar –a toda costa- al capital especulativo dentro de sus fronteras, sustituyó al
Estado de Bienestar comprometido con el desarrollo y la soberanía. Nuevamente
el capitalismo chorreando sangre y lodo por todos los poros, ahora bajo el dominio
del capital financiero y las grandes empresas multinacionales, con una base
tecnológica sumamente desarrollada, pero recurriendo al despojo, al trabajo
infantil y a la guerra imperial como antes del siglo XX.
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un capitalismo desregulado y rapaz. Ello obliga a asumir que vivimos una época
de cambio donde los expedientes están abiertos a nuestra participación
comprometida como universitarios y como ciudadanos.
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Los supuestos centrales del planteamiento neoliberal y la concepción que subyace en su
propuesta para la modernización del campo fueron expresados así:”La movilidad de los factores de
la producción es fundamental para lograr una asignación eficiente de los recursos. La apertura
comercial del sector reasignará los recursos hacia aquellas actividades en las que hay ventajas
comparativas. Por otro lado, la libertad de los ejidatarios y pequeños productores de celebrar
contratos entre sí y con terceros facilitará la conjunción de esfuerzos en escalas que permitan el
incremento de la productividad y rentabilidad de la actividad agropecuaria” (Téllez, 1994: 259).
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Es pertinente en esta coyuntura de crisis y desde una visión prospectiva volver los
ojos a la época de oro de la agricultura mexicana, entre 1940 y 1970, cuyas
funciones tributarias del crecimiento industrial y urbano son tan ampliamente
conocidas como poco retribuidas: (1) Aportar divisas para apoyar el desarrollo
industrial; (2) proveer a la industria con materias primas baratas; (3) producir
alimentos baratos para permitir salarios bajos; (4) transferir mano de obra barata y
disciplinada a la industria, y (5) funcionar como mercado para los nuevos
productos industriales.
Todas estas funciones son propias de lo que Blanca Rubio (2001) denominó
como el régimen articulado de la posguerra, cuyo rasgo principal fue que los
salarios estaban vinculados al precio de los alimentos. Corresponden también al
esfuerzo de industrialización sustitutiva de importaciones emprendido por los
gobiernos latinoamericanos desde inicios de la década de los treinta y que
colapsó en 1982 con la crisis de la deuda, abriendo paso a la reestructuración
neoliberal4 en la que la agricultura queda desarticulada de la producción industrial
y pierde sus funciones clásicas.
Lo anterior significa que en este siglo el campo mexicano debe ser visto desde la
óptica de la multifuncionalidad, pero teniendo como elemento sustantivo y su
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El agotamiento de la industrialización sustitutiva de importaciones que abre paso al ciclo
neoliberal se debe fundamentalmente a la incapacidad crónica de ahorro que caracteriza a las
economías latinoamericanas, expresada en un recurrente déficit de las cuentas externas, en la
medida en que no logran diversificar sus exportaciones y presentan una estructura industrial
desarticulada y dependiente de las importaciones de bienes de capital (Valenzuela, 1991). En
cambio, para Rubio (2001) la crisis de la industrialización sustitutiva de importaciones es producto
del agotamiento de las formas de explotación del trabajo obrero y campesino en las que se
sustentaba, mismo que se expresó en un lento crecimiento de la productividad en la industria y la
agricultura, con la consecuente caída de la ganancia industrial y el aumento de las importaciones
agrícolas (p. 56-88). Para Luis Llambí (1994) el agotamiento del régimen de industrialización
sustitutivo se debió a la incapacidad de los sectores exportadores, perjudicados por las políticas
cambiarias y comerciales, para aportar recursos que financiaran las etapas más avanzadas e
intensivas de la industrialización.
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razón de ser la producción de alimentos básicos. La producción interna de
alimentos básicos debe salvaguardarse por razones económicas, que tienen que
ver con el equilibrio de las cuentas externas, con los efectos multiplicadores de la
actividad agropecuaria sobre el conjunto de la economía nacional y con el
equilibrio interno de la economía; pero también por razones sociales, que implican
los empleos de más de tres millones de familias de productores que no pueden
competir en el mercado del TLCAN. En suma, la producción de alimentos resulta
fundamental para rescatar la soberanía alimentaria y dar sustento a la soberanía
nacional.
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Aquí radica uno de los principales motivos de crítica al enfoque de la llamada Nueva Ruralidad
que asume que los campesinos son resabios del siglo pasado, propios de una vieja ruralidad en la
que la producción de alimentos era abastecida por las cosechas internas y la agricultura estaba
articulada al conjunto de la economía. En cambio, sostenemos que lo que se ha dado en llamar la
Nueva Ruralidad en sentido estricto constituye la Ruralidad Neoliberal, en tanto conjunto de
transformaciones agrarias, demográficas, productivas y culturales que se derivan de la
reestructuración capitalista que sucede a la crisis del régimen de industrialización sustitutiva. Para
una discusión crítica sobre el enfoque de la Nueva Ruralidad véanse los artículos de Rubio, Arias y
Ramírez (2006) en la revista de la Asociación Latinoamericana de Sociología Rural (ALASRU).
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interesa aquí destacar es que la lucha por el desarrollo continúa y tiene múltiples
y diversos escenarios, entre los que destaca el de la conceptualización del campo
y sus funciones para el desarrollo del país.
Lo anterior significa que entre los múltiples aspectos que deben resolverse a favor
del campo mexicano está la configuración de una sólida institucionalidad
expresada en verdaderas políticas de Estado en cuyo diseño la UAch puede tener
un papel destacado.
La cuestión rural en nuestro país está muy lejos de quedar resuelta a cien años
del inicio de las grandes movilizaciones campesinas que concurrieron en la gran
rebelión agraria de 1910. Visto en su conjunto, el problema rural demanda
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grandes definiciones, entre las que se encuentra la renegociación del tratado de
libre comercio en su capítulo agropecuario. Junto con tales definiciones y más allá
de ellas, la crisis en que se encuentra el país impone un profundo viraje en la
conceptualización del campo y su lugar en la economía, la sociedad y la política
de la República. Como premisa para ello está la revaloración de la agricultura y su
aportación posible a la construcción de un proyecto de Nación para el siglo XXI.
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Para este fin las organizaciones destacan la necesidad de sanear la cartera vencida, apoyo para
capital de riesgo, reducción de tarifa nocturna de energía eléctrica, rescate y reestructuración de
adeudos con la CFE, estudio sobre el gas LP y reglamento de la Ley de Energía para el campo.
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Es amplio el campo en que los profesionales del SCRU pueden desplegar su
capacidad y experiencia. De manera que es posible y muy necesario contribuir
con los actores sociales en la construcción de propuestas de desarrollo regional
que garanticen a los habitantes del medio rural una perspectiva de vida que
satisfaga de forma sostenible sus necesidades alimentarias, culturales, educativas
y todas aquellas que hagan posible mejorar sus condiciones de vida y el
fortalecimiento de los espacios rurales.
A manera de conclusión
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gran viraje en nuestro país, en el que la agricultura está llamada a jugar un papel
de primer orden. Desde luego, nada está escrito y nuestro destino se resolverá
como producto de las luchas por el territorio y las luchas por el desarrollo que se
libran a lo largo y ancho del país.
Resulta un hecho incontrovertible que la sociedad rural mexicana, hoy como hace
cien años, es un espacio fragilizado en el que campean la pobreza y la
polarización social, la inseguridad alimentaria y la orientación exportadora de un
reducido número de explotaciones que han logrado insertarse en el mercado
estadounidense, mientras que para la gran mayoría de la población rural la
principal alternativa es la emigración o el trabajo precario. También es patente,
hoy como hace una centuria, la creciente presión de las empresas extranjeras,
acompañadas por el gobierno, sobre los recursos naturales de los ejidos y
comunidades.
Pese a este negro panorama que supondría la pérdida de un siglo completo para
nuestro país, la multiplicidad de estrategias que las familias y organizaciones
campesinas despliegan en los espacios regionales, la capacidad de adaptación
de la que Shanin llamó la clase incómoda, y la densidad de los lazos comunitarios
que persisten en buena parte de la sociedad rural de nuestros días, permiten
atisbar el futuro con moderado optimismo, entendiendo que los desafíos para
nuestro país son sumamente complejos, pero sabiendo que en el pasado hemos
contado con la inspiración y la voluntad para salir adelante.
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identificar estas acciones y construir los consensos para concentrar esfuerzos y
recursos. A ello se dirige en buena medida nuestro IV Congreso Resolutivo.
Bibliografía
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