Bien sabemos desde 1973 –o de antes- que la ciudadanía chilena ha estado y está viviendo
décadas de incertidumbre y perplejidad. Que –como concluye el Informe del Programa de
Naciones Unidad (PNUD) sobre Seguridad Humana, de 1998: “Chile presenta seguridad
macroeconómica, la gente se siente insegura respecto a su salud, su previsión, su empleo y
su educación, o sea , sobre su futuro. Que, cada vez más teme a “los otros”. Es decir, que ha
llegado a un punto límite en que se teme a sí misma. Hay desconfianza. La ciudadanía no se
siente interpretada ni protegida por quienes, formalmente, la han estado dirigiendo desde
hace algunas décadas. Necesita, por tanto, reflexionar. Evaluar críticamente los legados
históricos y proyectar su propia seguridad de futuro. Necesita crecer como sujeto social y
como actor histórico, que es lo mismo que crecer como ciudadano.
Pues hoy necesitamos, con urgencia creciente, asumir la historia como sujetos de ella. Pero
no como ciudadano-masa, ni fatigado ciudadano-elector, sino como ciudadanos
protagónicos, integrales, de máxima dignidad y creciente poder, impulsados por la
responsabilidad de resolver “soberanamente” los problemas de su propia historia.
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La construcción del Estado ha sido, mas a menudo que no, un proceso en que los poderes
fácticos” han avasallado a la ciudadanía.
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Alessandri –1925- mas devoto de la clase politica que de la masa ciudadana o de la
oficialidad joven, no convocó la –Asamblea- Constituyente, sino que designó un Comité
formado mayoritariamente por políticos y no por representantes directos de la Ciudadanía.
Y ese Comité redactó la Constitución de 1925.
La Constitución Política evacuada por ese Comité fue la antípoda de la evacuada por la
Asamblea Constituyente de trabajadores e intelectuales que se reunió espontáneamente en
marzo de 1925. Esa Asamblea – usualmente ignorada por políticos e historiadores- (había)
sistematizado el proyecto de Estado de los Movimientos sociales, recogiendo demandas que
se arrastraban desde el siglo anterior.
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Los “Golpes de Estado” que en Chile se han dado para “producir” la Ley no han sido
considerados ilegítimos, sino, al revés, como gestas heroicas que consumaron la hazaña de
la “estabilidad”. Los Golpes que ha intentado la ciudadanía contra eso, sin embargo, no se
han considerado “gesta nacional”, sino “atentados” contra la Ley.”
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En la teoria politica actual, sugestivamente, la sociedad civil se define asi : “se entiende por
sociedad civil a la esfera de relaciones entre individuos, entre grupos y entre clases sociales
que se desarrollan fuera de las relaciones de poder que caracterizaban a las instituciones
estatales”
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Como quiera que esto sea, la “gran política”, queda vedado por ello a la Clase Política
Civil, la que no debe entusiasmarse más allá de lo que implicaba la administración del
Estado y de lo que es mantener el orden público en primera instancia. Reduciendo a la CPC
a la condición de clase funcionaria y policía de amortiguación, respectivamente. De este
modo, por su origen y esencia instrumentales, el Estado de 1980 tiende, como tarea refleja,
instrumentalizar la clase política civil. Y a través de ésta, a los ciudadanos de carne y
hueso.
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En su articulo 1 , la Constitución señala que “el Estado reconoce y amapara a los grupos
intermedios a través de los cuales organiza y estructura la sociedad y les garantiza la
adecuada autonomía para cumplir sus propios fines especificos”. Es sabido que la sociedad
civil es la fuente de la legitimidad y la base irrenunciable de la soberanía. La asociatividad
natural es un derecho inherente a la soberanía y no un derecho “permitido” o “conferido”
por la Constitución. Sin embargo, la Constitución de 1980 reconoce “autonomía” a las
asociaciones civiles que declaran “fines específicos” de tipo económico, cultural, religioso,
etc; pero no político. La autonomía de la sociedad civil se acepta en todo lo que no es
político, Se acepta la libre iniciativa frente al Mercado, pero no frente al Estado.
La acción política es permitida sólo al interior de los partidos, y la acción de éstos sólo
dentro de las normas que fijan la Constitución y la Ley.
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Desde luego, la obra gruesa de la “modernización” fue la misma construcción del Estado
Neoliberal, que eliminó un “estorbo” e instalo un “instrumento” para la acumulación del
Capital.
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El problema histórico planteado por los partidos políticos en Chile ha consistido en que , el
dilema permanente de su doble lealtad, han tendido, en primera instancia, a recoger la
voluntad política de los movimientos sociales; pero , en una segunda, a identificarse con el
sistema procedimental del Estado. Recogen la demanda de cambio y mayor participación,
pero luego defienden el orden y la exclusión. Este vaivén pendular, repetido por un siglo y
medio, ha impedido que los “sectores de la sociedad que estaban anteriormente excluidos”
participen en las decisiones públicas y eliminen su situación de no-integración. El sistema
partidario chileno -”el mas desarrollado” de América Latina”- no ha logrado resolver, en su
larga vida, el problema esencial de la política: eliminar los altos déficit de integración y los
bajos índices de participación ciudadana.
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Después de 1989, los partidos oligárquicos han recobrado su perdida altivez histórica al
acapararse, de nuevo, tras un generalato, y el auto-garantizarse que la Constitución (su hada
madrina) los agigantara con esa (vieja) magia llamada hoy “sistema binominal”, que sobre
representa su minoría.
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Lo que se llamo “transición política” fue, por tanto, nada más que la reconstitución de la
política partidaria, en términos de su incorporación al sistema neoliberal impuesto por la
dictadura; lo que, a fin de cuentas, inició la legitimación “legal” de la Constitución de 1980.
Esto mismo hizo abortar el ramal popular de reconstrucción de la política”
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