Anda di halaman 1dari 2

V Domingo de Cuaresma (C)

Domingo V de Cuaresma (ciclo C)


La pretensión más secreta del hombre, queridos hermanos, es la de poder
presentarse ante Dios diciendo: “Yo he cumplido tu Ley; ahora cumple Tú conmigo,
dándome el premio eterno”. Es lo que san Pablo llama, en la segunda lectura de
hoy, “la justicia mía, la de la ley” (Flp). El evangelio de hoy nos sitúa ante la
verdadera elección que tiene que hacer todo hombre: la de pretender ser justo ante
Dios por el cumplimiento de la Ley, o la de aceptar, por la fe, la misericordia de Dios
que se nos ofrece en Cristo.
La ley de Dios dada a Moisés ordena contundentemente: “Si alguno comete
adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera deben ser castigados
con la muerte” (Lev 20,10). Los acusadores de esta mujer sorprendida en adulterio –
el varón con el que adulteraba, al parecer, se había escapado- eran de esas
personas que entienden que lo más importante es hacer cumplir la Ley con todo su
rigor, porque es ese cumplimiento el que determina la posición del hombre frente a
Dios, su poder o no poder acceder a la salvación, su poder pertenecer o no
pertenecer al Pueblo de Dios. (También hoy en día…).
La Buena Noticia que el evangelio de hoy nos trae consiste en decirnos que lo
que determina nuestra relación con Dios no es el cumplimiento de su santa Ley, sino
la fe en la misericordia divina que se nos ofrece en Cristo Jesús, perdonándonos
nuestras culpas.
Lo primero que hace el Señor es hacer ver que nadie está libre de pecado
que, como afirma san Pablo en la Carta a los Romanos, todos hemos pecado (Rm
3,10) y nadie será justificado ante Dios por las obras de la ley (Rm 3,19). Así,
cuando Jesús hizo esta revelación, quienes esperaban alcanzar su justicia por el
cumplimiento de la ley, se marcharon de allí, porque se hizo evidente su pecado, su
no-cumplimiento de la ley de Dios.
En cambio aquella mujer sorprendida en adulterio, no se marchó sino que
permaneció junto a Jesús. Ella había aceptado que su justicia no vendría nunca del
cumplimiento de la Ley y esperaba alcanzarla por la misericordia de Dios que se nos
ofrece en Cristo. Y no se equivocó. Ella escuchó las benditas palabras: Tampoco yo
te condeno. Vete y, en adelante, no peques más. Así alcanzó la “justicia que viene
de Dios y se apoya en la fe” (Flp). “La mujer merecía ser perdonada, ella que, tras la
partida de los judíos, permaneció sola con Jesús”, escribe san Ambrosio. Ella intuyó

1
V Domingo de Cuaresma (C)

que sólo Jesús era capaz de amarla a pesar de su pecado, y por eso permaneció
junto a él, que no había venido a llamar a los justos sino a los pecadores (Mt 9,9).
Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante, no peques más. Con estas
palabras el Señor, como dice san Agustín, “dio sentencia de condenación, pero
contra el pecado, no contra el pecador”. La misericordia divina no declara que el mal
no tiene importancia, que el pecado no es pecado. Lo es. Y su malicia objetiva es
tan grande, aunque se cometa por debilidad, que merece justamente la muerte,
como sentenciaba el libro del Levítico a propósito del adulterio y como afirma san
Pablo a propósito de todo pecado: el salario del pecado es la muerte (Rm 6,23). La
misericordia divina nunca oculta, ni disimula, la verdad. La misericordia divina lo que
hace es conceder tiempo al pecador, para que éste se arrepienta y entregue a Dios
el sacrificio que Él acepta: un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias
(Sal 50,19).
Que también cada uno de nosotros, queridos hermanos, sepamos agradecer
al Señor el tiempo que nos da en esta vida, y que lo empleemos para ofrecerle el
sacrificio que Él ama: el de un corazón agradecido, contrito y humillado. Amén.
* * *
“Escribía sobre el suelo el mismo dedo que había escrito la Ley (Ex 31,18). Los
pecadores serán inscritos sobre la tierra y los justos en el cielo, como Jesús dijo a
sus discípulos: Alegraos porque vuestros nombres están escritos en el cielo” (San
Ambrosio).

“Puesto que Cristo te ha rescatado, que la gracia te corrija, mientras que un castigo
hubiera podido golpearte, pero no corregirte” (San Ambrosio).

“Cuantos se alejan de ti serán escritos en el polvo, porque han abandonado la fuente


de agua viva, han abandonado al Señor” (Jr 17,13).

“De allí marchó Jesús al monte, pero al monte de los Olivos, monte fructuoso, monte
del ungüento, monte del crisma. ¿Dónde era conveniente que enseñase Cristo sino
en el monte de los Olivos? El nombre de Cristo viene de la palabra griega Xrisma,
que es unción en latín. Nos ungió precisamente porque nos habilitó para luchar
contra el diablo” (San Agustín)
Rvdo. D. Fernando Colomer Ferrándiz.

Anda mungkin juga menyukai