Anda di halaman 1dari 236

prohistoria 10 - 2006

Índice

editorial ....................................................................................................................... 7

historia... .................................................................................................................... 9

“Recolección, economía campesina y representaciones de los


montaraces en Santiago del Estero, siglos XVI a XIX” ....................... 11
JUDITH FARBERMAN

“Una Iglesia a la medida del Estado: la formación de la


Iglesia nacional en la Argentina (1853-1865)” ....................................... 27
MIRANDA LIDA

“Entre la ley y el azar. La trama vincular del mundo


político-empresarial de la frontera sur pampeana
en el siglo XIX” ........................................................................................... 47
ANDREA REGUERA

“Familia, redes y alianzas en la gran empresa española:


el holding Comillas (1857-1890) ” ............................................................ 73
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA

“Víctor Mercante: agente político e intelectual


del campo educativo en la Argentina de principios
del siglo XX” ................................................................................................ 93
LUCÍA LIONETTI

“Mulheres sem mordaça X tropa de choque: estratégias


de lutas políticas no contexto das greves policiais
no estado do Paraná (Nota prévia)” ........................................................ 113
HILDA PÍVARO STADNIKI

3
…políticas de la historia ....................................................................................... 133

“Carlos Martínez Shaw y la historia marítima total” ............................. 135


JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ TORRES

“Después del infierno, ¿qué? Algunas claves sobre experiencias


postraumáticas” ........................................................................................... 145
ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA

inicios... ....................................................................................................................... 171

“Réquiem para un cóndor ciego. Juan Lavalle


según la visión estetizada de la dupla Sabato-Falú” .............................. 173
ARIEL MAMANI

reseñas ......................................................................................................................... 185

REVEL, Jacques Un momento historiográfico. Trece ensayos de historia social, por


María Inés Carzolio

DESCIMON, Robert et RUIZ IBAÑEZ, José Javier Les ligueurs de l’exil. Le


refuge catholique français après 1594, por Anne Dubet

DIEFENDORF, Barbara B. From Penitence to Charity. Pious Women and the


Catholic Reformation in Paris, por Marco Penzi

ALONSO GARCÍA, David Una corte en construcción. Madrid en la Hacienda


Real de Castilla (1517-1556), por Anne Dubet

EDOUARD, Sylvène L’empire imaginaire de Philippe II. Pouvoir des images et discours
du pouvoir sous les Habsbourg d’Espagne au XVIe siècle, por Marco Penzi

ANDÚJAR CASTILLO, Francisco El sonido del dinero. Monarquía, ejército y


venalidad en la España del siglo XVIII, por Rafael Guerrero Elecalde

4
prohistoria 10 - 2006

DALLA CORTE, Gabriela Casa de América de Barcelona (1911-1947). Comillas,


Cambó, Gili, Torres y mil empresarios en una agencia de información e influencia
internacional, por Lea Geler

CAVIGLIA, Mariana Vivir a oscuras. Escenas cotidianas durante la dictadura, por


Lucía Brienza

CARREÑO, Karina L. Noches alegres, muchachas tristes. La prostitución legal en


Tandil (1870-1910), por Gisela Sedeillan

TERÁN, Oscar –coordinador– Ideas en el Siglo. Intelectuales y cultura en el siglo


XX latinoamericano, por Diego Mauro

CESANO, José Daniel En el nombre del orden. Ensayos para la reconstrucción


histórica del control social formal en Argentina, por Carolina Piazzi

WAINERMAN, Catalina La vida cotidiana en las nuevas familias ¿Una revolución


estancada?, por Lilia Mariana Vazquez Lorda

ALIATA, Fernando La ciudad regular. Arquitectura, programas e instituciones en el


Buenos Aires posrevolucionario, 1821-1835, por Cecilia M. Pascual

BONAUDO, Marta –directora– Los actores entre las palabras y las cosas, por
Florencia Rodríguez Vázquez

PALACIO, Juan Manuel La paz del trigo. Cultura legal y sociedad local en el desarrollo
agropecuario pampeano, 1890-1945, por Lisandro Gallucci

5
www.latindex.unam.mx
prohistoria es una publicación científica indepen-
diente, de carácter anual, editada por el grupo del
mismo nombre. Promueve debates disciplinares e
interdisciplinares y difunde resultados de investiga-
ción básica o estudios historiográficos. Se distribuye
por venta, canje o donación en países de América y
Europa. Publica investigaciones originales, elabora-
das sobre fuentes de primera mano; la orientación
temática se publicita en su propio sitio web. Recibe,
para su evaluación por réferis, trabajos de historia-
dores y otros investigadores provenientes de las
ciencias sociales comprometidos con la producción
de un conocimiento científico crítico y reflexivo.
prohistoria 10 - 2006

EDITORIAL

Como todos los años, puestos a redactar el texto editorial de nuestra revista las sugerencias
y los cuestionamientos se entremezclan con las dudas… ¿qué sentimos que debemos decir
en esta oportunidad? Si la pregunta fue recurrente, esta vez resuena en un contexto singu-
lar: estamos presentando nuestro décimo número y las cifras redondas tientan. Inducen al
festejo, a la conmemoración, a la reflexión.
En el aspecto interno, podemos festejar que nos sigue moviendo el mismo optimis-
mo, las mismas ganas, el mismo empuje… esa fuerza fue la que nos ayudó a sortear rigu-
rosos obstáculos de índole material, anímica o de organización. No sólo nos golpeó fuerte
la crisis de 2001/2002; como todo grupo, también debimos afrontar momentos críticos en
lo que concierne a la relación entre nosotros mismos, tejido que posibilitó la emergencia y
la continuidad de este proyecto. No pocas veces hemos tenido la sensación de estar embar-
cados en una empresa que necesita de más puntos de apoyo de los que la sostienen y hemos
tratado de suplir esas faltas con esfuerzo. Todo esto dura felizmente diez años. Que no es
poco, aunque, según la poética del tango, es apenas la mitad de nada. Y es cierto que, la
mitad de nada, no es poco.
La ocasión para celebrar, sin embargo, no nos exime de nuestros defectos: hemos
sido celosos guardianes del más acendrado de los mismos. El inveterado retraso de dos o
tres meses en el que incurrimos respecto de los tiempos que nos proponemos ante la salida
de cada número. Nuestra pretensión de publicar en primavera, cada año, nos encuentra con
el verano iniciado. El deseo de poner en manos de los autores y de las autoras su trabajo
publicado en tiempo y forma se superpone con aquello de no perder el ritmo… y entonces
nos sucede nuevamente que la salida de un número queda montada con la preparación del
siguiente.
Durante estos años hemos tratado que nuestros editoriales expresen, de la manera
más sintética posible, algunas de las preocupaciones que sentimos frente a las realidades
que nos interpelan. Seleccionar un punto donde hacer síntesis de aquello que es invariable-
mente renuente a dejarse resumir en unos breves párrafos, sigue siendo tenso y difícil, pero
valga de nuevo el intento.
Recapitular sobre diez años de vida de una revista en clave de relación con su entor-
no, por su densidad, excede lo que podemos volcar en estas reflexiones. No obstante,
puede advertirse un éntasis en la columna: desde 1997 a la fecha hemos transitado coyun-
turas atravesadas por los vaivenes de los gobiernos argentinos –y ciertamente no fueron
fáciles– pero también por acontecimientos que marcaron la transición entre dos siglos a
escala planetaria: las mutaciones del neoliberalismo (y sus mudanzas), los mega atentados
del 11 S y del 11 M, las nuevas empresas bélicas norteamericanas que jalonan el sórdido
estado de guerra permanente en el cual la administración Bush parece haber encontrado
medio y fin, los conflictos entre palestinos e israelíes, y las catástrofes naturales potencia-
das por excesos advertidos, imprevistas por negligencia o corrupción, por incumplimiento

7
de acuerdos y por simple desidia, formaron parte de nuestros reales cotidianos durante
esta década.
Afectados lejana, cercana, directa o indirectamente por estos procesos, en medio de
algunos y, siempre, agentes de la parte que nos toca en cada todo, nos movió el primer día
y nos mueve (hoy aún más) a difundir producción de conocimiento histórico la convicción
de que conocer tiene mucho que ver con querer.
Y esto es una elección. En este frente –que no es el único en el que cada uno de
nosotros juega, que no es el único que nos define– hemos elegido y seguimos eligiendo
construir este vehículo para difundir trabajos que, aparte de su calidad, no tienen mucho
en común: se sostienen desde lugares heterogéneos y se piensan desde paradigmas dife-
rentes, a veces reñidos entre sí y con los nuestros. Esta ha sido nuestra elección cualitativa,
y nuestra forma de trabajar contra la ignorancia, la indiferencia y la intolerancia. Los diez
años de vida de esta revista son, sobre todo, nuestro humilde tributo al trabajo colectivo de
escritura de la historia. Labor que entendemos como voluntad de producción de conoci-
miento, de tolerancia y de sincero interés por el otro.

Rosario, diciembre de 2006

8
historia…

Festejan 10 añitos con nosotros


Judith Farberman
Miranda Lida
Andrea Reguera
Martín Rodrigo y Alharilla
Lucía Lionetti
Hilda Pívaro Stadniki
La tarjetita de cumple es diseño de: Marcelo Móttola
R ecolección, economía campesina y representaciones
de los montaraces en Santiago del Estero, siglos XVI a XIX

JUDITH FARBERMAN

Resumen Abstract
El artículo analiza la participación de los pro- This article analyzes the importance of gathering
ductos de recolección –miel, cera, grana y so- products –honey, wax, cochineal and, above all,
bre todo algarroba– en la economía campesi- carob bean– in the peasant economy of Santiago
na de Santiago del Estero desde la conquista del Estero province from the Spanish Conquest
hasta fines del siglo XIX. Entre otras varia- to the end of the XIXth Century. Among other
bles, se analiza el peso que históricamente tu- variables, this paper deals with the historic
vieron las condiciones ambientales, la compe- relevance of the environmental conditions, the
tencia con otros grupos por los mismos recur- competition with other groups to obtain the same
sos, la combinación con otras actividades cam- resources and the combination with other agrarian
pesinas y las estrategias migratorias en el pa- activities and migratory strategies among the
trón de subsistencia de las comunidades de los peasant communities on the banks of the Dulce
ríos Dulce y Salado. Por fin, la segunda parte and Salado rivers. Finally, the last part is dedicated
se concentra en los recolectores. Se intenta to the gatherers. The goal is to track down the
reconstruir el perfil tipo de estos sujetos pen- profile of these subjects that were conceived in
sados por la literatura de los siglos XIX y XX two different ways by the XIX and XXth
de dos maneras opuestas: como hijos ociosos Centuries literature. On one hand, they were seen
de la abundancia de los recursos del monte o as lazy people –thanks to the overabundance of
bien como víctimas de la escasez de un am- wild resources and, on the other hand, as victims
biente hostil of the scarcity of a fragile environment.

Palabras clave Key words


Recolección – Santiago del Estero – econo- Gathering – Santiago del Estero – peasant
mía campesina – migraciones economy – emigration

Recibido con pedido de publicación el 22/12/2005


Aceptado para su publicación el 25/02/2006
Versión definitiva recibida el 02/06/2006
Judith Farberman es Profesora de la Universidad Nacional de Quilmes
y es investigadora del CONICET
jfarberman@unq.edu.ar

FARBERMAN, Judith “Recolección, economía campesina y representaciones de los montaraces en


Santiago del Estero, siglos XVI a XIX”, prohistoria, año X, número 10, Rosario, Argentina, primavera
2006, pp. 11-26.
JUDITH FARBERMAN “Recolección, economía campesina...”

Introducción
“La industria forestal, abatiendo los árboles de nuestra inmensa selva
ha dado impulso, sin duda, a las actividades y al progreso de la provin-
cia, pero ha extinguido la industria popular y doméstica, diremos de la
miel y la cera, que en tiempos no lejanos, a fines del siglo pasado era
un seguro medio de subsistencia para una gran masa de población que
vivía feliz de los productos de la selva como de un maná del cielo”.1


S
eguro medio de subsistencia”, “maná del cielo”, “vida feliz”... Corría el año 1935
cuando Orestes Di Lullo escribió su bello libro sobre la alimentación popular en
Santiago del Estero. Para entonces, el monte había caído bajo el hacha: era el pre-
cio del “progreso de la provincia”. En este sentido, sus palabras cargadas de nostalgia –y
de crítica– evocaban la imagen de un pasado idealizado de abundancia y prosperidad.
Otros observadores, que conocieron los mejores tiempos de aquel paisaje que Di Lullo
tanto añoraba, interpretaron que la abundancia tenía una doble faz y que aquel acceso fácil
a los recursos había modelado una sociedad rural ociosa y disipada.2 El destino de bebida
fermentada de varios de los dones del monte, y en particular de la algarroba, fortalecían
ese estereotipo tan impresionista, en definitiva, como el anterior.
Por fin, una tercera imagen, igualmente potente, convivió con las del “país de Jauja”
que acabamos de mencionar. Esta vez, el énfasis estaba puesto en la escasez y en los
sujetos que, expulsados por la miseria, se ocupaban de la recolección de “frutos del ham-
bre” como la algarroba. Estas vainas dulces, reserva de los frecuentes años de mala cose-
cha, constituían para estos observadores el alimento prioritario de la población pobre.3
Con seguridad, a forjar esta imagen contribuyó la originaria identificación del consumo de

1 DI LULLO, Orestes La alimentación popular de Santiago del Estero, El Liberal, Santiago del Estero,
1935, p. 72. La crítica más dura al sistema de obrajes, así como una lúgubre pintura de las consecuencias
sociales del desmonte, se encuentran en otra obra del mismo autor: El bosque sin leyenda, Arcuri y Caro,
Santiago del Estero, 1937. Al idealizar el paisaje santiagueño del pasado, Di Lullo denunciaba una catástro-
fe ecológica y social de su presente.
2 Vayan otros ejemplos del siglo XIX. En el informe de Josep de Iramain al Consulado, se afirma que el
monte de Santiago “contribuye a la manutención de sus moradores con sus frutas silvestres como son la
Algarroba blanca y negra de lo que se hace una Aloja muy medicinal [...] y también de ella se hacen patayes
que todo ello lo es de mucho alimento a esta plebe por la connaturalidad qe estan a estas comidas, también
producen estos montes el chañar, Mistol y otros infinitos frutos silvestres que en varias estaciones del año
alivian a sus habitantes. Progresaría rápidamente esta Ciudad, y su comprensión si su mesma abundancia
no motivar a sus gentes a entregarse al Ocio y si la industria se apoderara de ellos”. AGN IX, 4-6-4.
Idénticas observaciones en Alejandro Gancedo, según quien los campesinos de Santiago “desde fines de
Diciembre hasta fines de Febrero, su vida la pasan en continuas diversiones ocasionadas por la abundante
aloja que se prepara del algarroba”. GANCEDO, Alejandro Memoria histórica y descriptiva de la provin-
cia de Santiago del Estero, Santiago del Estero, 1885, p. 283.
3 Las citas podrían multiplicarse. Lozano, por ejemplo, decía del algarrobo “que hay infinitos en la provincia
de Tucumán que con su dulcísimo fruto dan provisión de bastimentos para todo el año a la gente pobre,
especialmente en la jurisdicción de Santiago del Estero”. LOZANO, Pedro Historia de la conquista del

12
prohistoria 10 - 2006

algarroba y de la recolección como prácticas exclusivamente indígenas, opuestas a la agri-


cultura y a la “vida civilizada” y casi a merced de la naturaleza.4
Más allá de los estereotipos citados, la literatura arqueológica e histórica nos confir-
ma que la recolección de frutos silvestres fue realmente una actividad económica primor-
dial y plurisecular en Santiago del Estero. Desde tiempos prehispánicos hasta fines del
siglo XIX, el monte chaqueño –que cubría más de las tres cuartas partes de la superficie de
la actual provincia– supo compensar los resultados de una agricultura en extremo contin-
gente, amenazada por la sequía y por las crecientes extraordinarias, integrándose a una
economía de “recursos compartidos”. En el periodo colonial, a la tradicional recolección
de mieles, frutos y plantas tintóreas, se sumó el aliciente de la valorización mercantil de la
miel, la cera y la cochinilla, que devinieron en rubros de vital importancia en los circuitos
locales y regionales y componentes habituales del tributo indígena.5 Por lo tanto, aunque la
furia arrasadora del obraje no abatió ni mucho menos el jardín del Edén, lo cierto es que
sepultó todo un mundo de relaciones entre la sociedad y la naturaleza que por siglos había
contribuido a la trabajosa reproducción material de las comunidades campesinas de San-
tiago.
Este artículo se ocupa de la recolección y de los montaraces mesopotámicos en el
largo periodo comprendido entre la conquista y los comienzos del siglo XIX. El análisis se
desplegará sobre dos ejes: el primero apunta a la participación de los recursos silvestres y
de la recolección en el espectro más amplio de la producción agraria indígena y campesina

Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, Imprenta Popular, Buenos Aires, 1873 [1754], p. 243. Muchos años
después, Tomás de Iriarte, que veía Santiago del Estero a “una de las provincias más pobres de la República
Argentina” confirmaba su impresión atendiendo a que “el alimento de los habitantes es miserable, consiste
principalmente en el algarrobo [...] y en una fruta allí muy abundante llamada mistol”. IRIARTE, Tomás
Memorias, Sociedad Impresora americana, Buenos Aires, 1944, p. 129. Por último, para Lorenzo Fazio
(que oscilaba entre las tesis de la abundancia y de la escasez) la algarroba “...representa la base de la
alimentación para la gente pobre en los años lamentables por escasas cosechas”. FAZIO, Lorenzo Memoria
descriptiva de la provincia de Santiago del Estero, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos
Aires, 1889, p. 107.
4 En un horizonte más amplio que identificaba el atraso provincial con la perduración de la cultura indígena,
presente, entre otras cosas, en la alimentación y en la difusión del quechua. En este contexto, Lorenzo Fazio
se alegraba de que aquellos “retoños errantes de las tribus dispersadas de los quichuas” estuvieran apren-
diendo “a ser honrados trabajadores” con hábitos de ahorro y aspiraciones de progreso. En el pasado que
los peones estaban a su juicio dejando atrás “era su alimento un pescado cualquiera, un pedazo de carne
seca [...] cuando no era un simple puñado de algarroba”. FAZIO, Lorenzo Santiago del Estero. Su presente,
su pasado, su porvenir. Producciones e industrias, Conferencia dada en el Centro Industrial Argentino,
Imprenta La Patria Italiana, Buenos Aires, 1886, p. 32.
5 El comercio de productos silvestres era mucho más que un mero complemento en la economía santiagueña.
Tal como ha demostrado Silvia Palomeque, aún a fines del periodo colonial y a pesar de encontrarse ya en
decadencia, miel, cera y cochinilla conformaban el segundo rubro exportable de la jurisdicción. Completa-
ban el espectro de las exportaciones ganado y ponchos de alta calidad (a Buenos Aires). PALOMEQUE,
Silvia “La circulación mercantil en las provincias del Interior, 1800-1810”, en Anuario del IEHS, núm. 4,
Tandil, 1989, p. 155 y de la misma autora “Notas sobre las investigaciones en historias regionales. Siglos
XVIII y XIX”, en Revista de Historia, núm. 5, Neuquén, 1995, pp. 117-131.

13
JUDITH FARBERMAN “Recolección, economía campesina...”

y en el calendario de las familias rurales. En este sentido, se considera la intervención de


dos factores que presionaron sobre la población rural acotando sus opciones: el servicio
personal, el tributo indígena y la agregaduría –que marcan diferentes lazos de dependencia
en este largo plazo– y, en segundo lugar, la nueva posibilidad abierta por las migraciones
temporarias –una estrategia que se revela progresivamente importante por lo menos hacia
el ocaso de la colonia. Como telón de fondo, los cambios climáticos, bien conocidos gra-
cias al desarrollo de la climatología y la geografía históricas, serán considerados en el
relato, en la medida en que condicionaron la oferta de recursos y las estrategias adoptadas.
Un segundo eje de análisis se refiere más puntualmente a los recolectores. Y aquí
deben distinguirse dos situaciones. Por un lado, encontramos a los montaraces que reco-
gen para vender –por su cuenta o a través de intermediarios– miel, cera y cochinilla.
Fuentes diversas nos muestran que “indios cristianos” y “salvajes”, “pudientes” y
“conchabados” y comerciantes de diversa calaña conformaban un heterogéneo conjunto
de montaraces en la dinámica fronteriza del Salado. Podemos identificar en ellos a los
antecesores de aquellos recolectores especializados que las fuentes del siglo XIX llaman
“mieleros” y que perviven aún en la memoria colectiva. Por otro lado, debe considerarse
específicamente la recolección de algarroba que, en principio, carece de valor mercantil.
En este sentido, las descripciones folclóricas concuerdan con la impresión que nos trans-
miten otras fuentes y es que la totalidad de la población campesina se trasladaba al monte
para recoger las vainas al inicio del verano.6 Sin embargo, como se anticipó, creemos
reconocer un grupo de “recolectores netos”, aquéllos identificados primero con los indios
y luego, aún más genéricamente, con “los más pobres” (que, obviamente, solían incluir-
los). Si bien es indudable que “los más pobres” calmaban el hambre con la algarroba, es
posible sostener que los excluidos de la posibilidad de migrar –por sexo, por edad o por
razones circunstanciales– se encontraban también entre los recolectores, aportando su cuota
a un sistema diversificado de obtención de recursos que perduró hasta la extinción del
monte.

Los recursos del monte y su apropiación


Santiago del Estero conservó durante siglos su patrón de asentamiento ribereño: al sur de
la actual ciudad, un conjunto de aldeas y parajes rurales situados a escasa distancia se
extendía sobre las orillas de los ríos Dulce y Salado. Era ésta un “área de riesgo”, depen-
diente de los desbordes y los cambios de curso de los ríos que, alternativamente, sepulta-
ban las aldeas bajo los bañados o las privaban del recurso del agua, forzando su
relocalización.7 En compensación, la cercanía a la diagonal fluvial hacía posible una agri-

6 La Encuesta Nacional de Folclore de 1920 registra como fiesta del “tako pallana”, en la que “intermina-
bles caravanas de gente” se reúnen para la juntada. La fiesta se iniciaría con un baile al son del arpa,
formando la multitud “verdaderas romerías bajo los seculares algarrobos de Santiago”. Encuesta de Santia-
go del Estero, La Ceja, Caja 8, carpeta 260 (Informante Feliciano Bustamante, de 63 años).
7 HERRERA, Roberto “Territorio y clima en Santiago del Estero. Siglos XVIII y XIX”, en Informe de Beca
de Perfeccionamiento del CONICET, Mendoza, 1999, p. 25, mimeo.

14
prohistoria 10 - 2006

cultura de aluvión de altísimos rendimientos, que aprovechaba el limo depositado en las


móviles “islas” fértiles que emergían al retirarse las crecientes. El monte chaqueño –que
con abundancia cubría la zona entrerriana, especialmente en su sector oriental– moderaba
con su sombra las temperaturas, preservando la humedad y la fertilidad del suelo. En este
ecosistema extremadamente frágil, la agricultura, la recolección, la caza y la pesca con-
fluían en un patrón de subsistencia mixto. Más adelante repasaremos detalladamente este
complejo patrón de subsistencia –objeto, por su larga perduración, de estudios históricos y
arqueológicos–;8 por el momento, vamos a concentrarnos en la oferta de recursos silves-
tres.
Recordemos, en primer lugar, que Santiago del Estero pertenece a la provincia
fitogeográfica del Chaco, y que las especies de mayor difusión son las características de su
porción semiárida. Aunque el quebracho colorado (Schinopsis lorenzii) fue en el pasado el
dominante forestal de la región, hoy ocupa ese lugar el algarrobo blanco y negro (Prosopis
alba y Prosopis nigra).9 Una sucinta descripción fitogeográfica debe incluir además al
mistol (Zizyphus mistol), al chañar (Geoffrea decorticans) y a las palmeras (Copernicia
alba), típicas estas últimas de las zonas inundables. Los arbustos más notables son la tusca
(Acacia aroma), el churqui (Acacia aven), la brea (Cercidium australe), el atamisqui
(Capparis atamisquea) y la jarilla (Larrea divaricata), que crecen en los ambientes más
secos. Por fin, las áreas de mayor salinización, sólo admiten el cardón (Stetsonia coryne),
el ucle (Cereus validus) y el jume (Salicornia ambigua). Como ya fue señalado, muchos
de estos recursos –en particular la algarroba, el chañar, los cogollos de palmera y el mistol,
además de la miel– se hallaban en el corazón de la economía mixta de los pobladores
mesopotámicos desde antes de la conquista, aumentando su participación en los ciclos de
sequía.
Quedando fuera del marco temporal de este trabajo las dos grandes intervenciones
antrópicas que modificaron estructuralmente el paisaje santiagueño –la canalización del
río Dulce y la actividad obrajera– consideramos que las dos variables fundamentales que
incidieron en el grado de participación de los recursos silvestres en las economías domés-

8 Este modelo de acceso a los recursos es de origen prehispánico y fue corroborado tanto por la arqueología
como por el análisis de las crónicas. Ver al respecto LORANDI, Ana María y LOVERA, Delia Magda
“Economía y patrón de asentamiento en la provincia de Santiago del Estero”, en Relaciones de la Sociedad
Argentina de Antropología, 1972, Tomo XI, pp.173-191 y la síntesis reciente de BONNIN, Mirta y
LAGUENS, Andrés “Esteros y algarrobales. Las sociedades de las Sierras Centrales y la llanura santiagueña”,
en TARRAGÓ, Myriam Los pueblos originarios y la conquista, Sudamericana, Buenos Aires, pp. 147-
186. La continuidad del acceso compartido a los recursos durante la colonia y hasta la expansión obrajera
fue estudiada por PALOMEQUE, Silvia “Los esteros de Santiago. Acceso a los recursos y participación
mercantil. Santiago del Estero en la primera mitad del siglo XIX”, en Data. Revista de estudios andinos y
amazónicos, núm. 2, La Paz, 1992, pp. 9-62.
9 MORELLO, Jorge y ADAMOLI, Jorge Las grandes unidades de vegetación y ambiente del Chaco Argen-
tino, INTA, Buenos Aires, 1974, segunda parte: “Vegetación y ambiente de la provincia del Chaco”; OLA,
Ulf et ál. La naturaleza y el hombre en el Chaco Seco, Facultad de Ciencias Agropecuarias de la Universi-
dad de Córdoba, Salta, 1994.

15
JUDITH FARBERMAN “Recolección, economía campesina...”

ticas fueron los cambios climáticos –que a su vez inciden en el caudal y comportamiento
de los ríos– y las posibilidades más o menos directas de acceso del campesinado a otros
recursos.10 En cualquier caso, es lógico suponer que el proceso incontrastable de destruc-
ción de recursos que introdujo el dominio hispano redimensionó el papel de la recolección
en una población flagelada por una abrupta e inestimable caída demográfica.
Varios factores confluyen en este cuadro tan sombrío y el cambio climático no es
menor entre ellos. En efecto, como ha demostrado María del Rosario Prieto, tras atravesar
un ciclo particularmente húmedo y frío que coincidió con las entradas exploratorias y la
conquista, se ingresó desde fines del siglo XVI en un periodo de mayor aridez, que duró
hasta 1640 y que presenció sequías catastróficas, hambrunas y plagas de langosta.11 En
este escenario desfavorable se organizaron las encomiendas, alterando aún más la capaci-
dad de las comunidades sometidas a servicio personal para proveer a su propia subsisten-
cia. En el nuevo marco de fragilidad, la recolección de algarroba como principal alimento
silvestre redobló su importancia, tanto para los indígenas –por entonces el grupo consumi-
dor exclusivo– como para los españoles, que encontraban en la abundancia de un alimento
tan saludable como ubicuo el mejor pretexto para eludir sus deberes elementales de
feudatarios.
En este sentido, no sorprende en absoluto que las primeras ordenanzas locales de
1576 reglamentaran la recolección de la algarroba. Su autor, Gonzalo de Abreu, no desco-
nocía el valor de las vainas como “fruto del hambre”, en la medida en que incentivaba su
cosecha “atento a que no se coge tanto trigo y maíz como es necesario para el sustento de
los españoles y naturales”. La algarroba, pues, fue “sancionada” como alimento indígena y
como tal se convirtió en objeto de disputa interétnica. De aquí que las ordenanzas presen-
taran los espacios de recolección como escenarios conflictivos, especialmente en tiempos

10 La red de canales del río Dulce, según el memorialista Lorenzo Fazio, seguía siendo exigua a fines del siglo
XIX, por lo que suponemos que su impacto no era demasiado relevante en el periodo que estudiamos.
FAZIO, Lorenzo Memoria..., cit., pp. 39-40. No obstante, un trabajo reciente le atribuye a las acequias
coloniales efectos más relevantes sobre el ecosistema y la desestructuración del sistema agrario prehispánico.
Ver PALOMEQUE, Silvia “Santiago del Estero y el Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destruc-
ción de las tierras bajas en aras de la conquista de las tierras altas”, en PALOMEQUE, Silvia –directora–
Actas del Cabildo Eclesiástico. Obispado del Tucumán con sede en Santiago del Estero, 1592-1667,
Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 2005.
11 PRIETO, María del Rosario “Variaciones climáticas en el NOA durante el período colonial”, en REBORATTI,
Carlos De hombres y tierras. Una historia ambiental del noroeste argentino, Proyecto Desarrollo Agroforestal
en Comunidades Rurales del Noroeste Argentino, Salta, 1997, pp. 66-75; PRIETO, María del Rosario,
HERRERA, Roberto y DUSSEL, Patricia “Las condiciones climáticas durante la conquista y colonización
del noroeste argentino (1580-1710)”, en Actas del I Congreso de Investigación Social. Región y Sociedad
en Latinoamérica. Su problemática en el noroeste argentino, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad
Nacional de Tucumán, 1996; HERRERA, Roberto y DUSSEL, Patricia “Eventos climáticos extremos y
ambiente en le Santiago del Estero de la segunda mitad del siglo XVIII”, en Proyecto NOA, núm. 3, Junta
de Andalucía, Sevilla, 1992, pp. 7-33.

16
prohistoria 10 - 2006

de seca.12 Por fin, replicando otros testimonios de observadores civiles y eclesiásticos,


Abreu ordenó el estricto control de las “juntas”, las borracheras rituales que concluían la
estación de la cosecha de algarroba y que de inmediato fueron asociadas a la idolatría y a
la hechicería. Esta faceta de la actividad recolectora es la única tomada en cuenta en el
siguiente cuerpo legislativo –el de Alfaro de 1611 y 1612–, relegando a un segundo plano
su valor económico de subsidio de la economía colonial.13
Uno y otro cuerpo de ordenanzas, como ha sido subrayado, disponían formas de
apropiación de la energía indígena radicalmente distintas: si Abreu legalizaba el servicio
personal, Alfaro lo prohibía e intentaba su reemplazo por un tributo fijo. Es sabido que la
eficacia de esta medida fue relativa porque tanto el innegable poder de los feudatarios a
nivel local como el alto grado de desestructuración que se abatió sobre las comunidades
indígenas –especialmente después de la derrota de los rebeldes calchaquíes– jugaron en
contra de su aplicación. Como consecuencia, en vastas zonas del Tucumán el servicio
personal se mantuvo indemne y las ordenanzas fueron letra muerta.14
No obstante, en Santiago del Estero los pueblos de indios demostraron una conside-
rable resistencia y los cambios entre un sistema de trabajo y otro beneficiaron efectiva-
mente a los grupos encomendados (al menos en el mediano plazo), brindándoles, además,
argumentos para hacer valer sus derechos frente a la justicia.15 Para apreciar estas transfor-
maciones a nivel local, permítasenos contrastar el funcionamiento de una encomienda
santiagueña pre-alfariana con el “nuevo” régimen tributario que, muchos años después de
las ordenanzas, ilustra la Visita de Luján de Vargas de 1693.
Soconcho y Manogasta son un ejemplo de encomienda temprana bastante bien docu-
mentado. Gracias a los informes del administrador, sabemos que hacia 1585 unas 800
personas estaban adscriptas a los repartimientos. El espectro productivo era muy

12 ABREU, Gonzalo de “Ordenanzas dadas por Gonzalo de Abreu para el buen tratamiento de los indios en las
provincias del Tucumán y estableciendo reglas para su trabajo”, 1576, en LEVILLIER, Roberto Goberna-
ción del Tucumán. Papeles de gobernadores en el siglo XVI, Madrid, 1920, Vol. I, p. 36. Un buen examen
del papel de la recolección en las ordenanzas en NOLI, Estela “La recolección en la economía de subsisten-
cia de las poblaciones indígenas: una aproximación a través de fuentes coloniales (piedemonte y llanura
tucumano santiagueña, gobernación de Tucumán)”, en ASCHERO, Carlos, KORSTANJE, María Alejan-
dra y VUOTO, Patricia En los tres reinos. Prácticas de recolección en el cono Sur de América, Universi-
dad Nacional de Tucumán, 1999, pp. 205-215.
13 En palabras de Laura Quiroga, las ordenanzas de Alfaro demuestran el desplazamiento del “...eje de control
colonial hacia los aspectos simbólicos de la recolección”. De aquí el énfasis en el disciplinamiento de la
actividad. Ver QUIROGA, Laura “Los dueños de los montes, aguadas y algarrobales. Contradicciones y
conflictos coloniales en torno a los recursos silvestres. Un planteo del problema”, en ASCHERO, Carlos,
KORSTANJE, María Alejandra y VUOTO, Patricia En los tres reinos..., cit., pp. 217-226.
14 Ver BOIXADÓS, Roxana y FARBERMAN, Judith “Sociedades indígenas y encomienda en el Tucumán
colonial. Un análisis comparado de la Visita de Luján de Vargas”, en Revista de Indias, Sevilla, en prensa.
15 FARBERMAN, Judith “Feudatarios y tributarios a fines del siglo XVII: tierra, tributo y servicio personal en
la visita de Luján de Vargas a Santiago del Estero (1693)”, en FARBERMAN, Judith y GIL MONTERO,
Raquel –compiladoras– Los pueblos de indios del Tucumán colonial: pervivencia y desestructuración,
UNQ-Ediunju, Buenos Aires, 2002, pp. 59-90.

17
JUDITH FARBERMAN “Recolección, economía campesina...”

diversificado: además del obraje de lienzos de algodón, en los pueblos se recogían trigo y
maíz, se criaban aves de corral y se cazaban perdices y palomas. Miel, cera y hasta pesca
en los días de cuaresma completaban los bienes entregados al administrador. Los indios se
ocupaban también en el transporte y estaban sujetos a la mita en trabajos públicos, y hasta
las mujeres y ancianos, en teoría exceptuados de servicio personal, contribuían a los “apro-
vechamientos” hilando algodón y confeccionando alpargatas de chaguar. 16 Esta
sobreexplotación del trabajo indígena, que el informe del administrador describe con elo-
cuencia, incidió en el quebranto demográfico al que diferentes observadores hicieron refe-
rencia –siempre de manera impresionista– a lo largo del siglo XVII.
Recién en 1673 volvemos a contar con padrones para los pueblos mencionados. Para
entonces, sólo 295 personas figuraban adscriptas a los repartimientos, número que se redu-
cía a poco más de un centenar veinte años después, cuando la visita de Luján de Vargas.
Más allá de la escasa confiabilidad de los padrones como fuente estadística (particular-
mente de los más tardíos), más allá del ausentismo, de la multiplicación de indios libres y
del mestizaje –que sin dudas contribuyen a explicar la desarticulación de las encomien-
das–, la brutal contracción demográfica sigue apareciendo como un dato insoslayable. Y,
no obstante, las condiciones de existencia de estos escasos y lejanos descendientes de los
trabajadores de los obrajes textiles del siglo XVI parecían haber mejorado en términos
relativos. En efecto, la visita de Luján de Vargas de 1693 muestra que para entonces el
tributo dominaba ampliamente sobre el servicio personal a la vieja usanza. Aunque los
bienes y los servicios coincidieran en muchos casos con los de fines del siglo XVI –texti-
les, miel, cera, trabajo agrario y fletes de carretería– ahora el tributo se descontaba de los
jornales y especies entregadas al encomendero hasta alcanzar los cinco pesos y la produc-
ción de cada encomienda tendía a la especialización. Aunque los reclamos de los tributa-
rios advertían que los encomenderos pagaban precios abusivamente bajos por la produc-
ción indígena, también reconocían el abono de las demasías en hilado, miel y cera y del
tiempo de trabajo excedente.17 Por otra parte, tanto los bienes como el trabajo en los que el
tributo se sustanciaba ya no estaban bajo el control exclusivo del grupo encomendil. Sec-
tores otrora subordinados de la elite lograron acceder a ellos pagando jornales y compran-
do directamente a los productores los mismos bienes y servicios comprendidos en el tributo.
Hecho este largo rodeo, regresemos nuevamente al problema que nos atañe. Ya se
dijo que durante el periodo prehispánico la recolección era un componente altamente sig-
nificativo, especialmente importante en tiempos de seca, de un sistema mixto y diversificado
cuyo equilibrio vino a alterar el régimen colonial. Una vez organizada la explotación de las
encomiendas, los grupos indígenas –ocupados continuamente en satisfacer la interminable
voracidad de sus feudatarios– terminaron por apoyarse más que en el pasado en la recolec-
ción de frutos silvestres que, en un principio, sólo ellos consumían. Esto coincidió, ade-

16 “Carta de Francisco Arévalo Briceño”, en Biblioteca Nacional, Colección Gaspar García Viñas, núm.
2562, 1585.
17 FARBERMAN, Judith “Feudatarios...”, cit.

18
prohistoria 10 - 2006

más, con un periodo seco, lo cual pudo haber redoblado el apoyo en la recolección, tal vez
generando disputas por el recurso entre diferentes grupos. Por último, a fines del siglo
XVII, el siguiente corte temporal que establecimos como referencia, las comunidades ha-
bían recobrado buena parte del tiempo que podían destinar a la propia reproducción y, a la
vez, la miel y la cera se posicionaron como bienes de gran valor mercantil que, además,
sólo en parte ingresaban en la esfera del tributo.
Claro que las sociedades indígenas compartían entonces un patrón de subsistencia
muy distinto del que describían los cronistas del siglo XVI o desnuda la Arqueología.
Habían incorporado a la producción comunitaria especies vegetales y animales europeas
–Luján de Vargas destaca las importantes sementeras de trigo de algunos pueblos y la
posibilidad de una minoría de tributarios de arar “con sus propios bueyes”– y estaban muy
bien integrados a los mercados coloniales donde vendían (por lo general a través de merca-
deres intermediarios) su producción textil, la cera y la miel que eventualmente recogían y,
sobre todo, su propio trabajo en las cosechas y fletes de carretas. Sin embargo, en este
horizonte de mercantilización de la producción y de la mano de obra, el monte (especial-
mente en la zona del río Salado) se mantuvo como un territorio conflictivo pero de acceso
relativamente libre. En el monte chaqueño, los indios de los pueblos –además de los pobla-
dores de otras condiciones étnicas, sociales o jurídicas que ya los habían superado amplia-
mente en número– competían con los “gentiles” guaycurú por estos recursos por todos
apreciados. La disputa por los productos de recolección pasó a formar parte de las comple-
jas dinámicas fronterizas, aún poco conocidas, del siglo XVIII.

“Bárbaros” y “cristianos” en el monte chaqueño


Los estudios de climatología histórica caracterizan al siglo XVIII a partir de la variabili-
dad. Desde 1710, se alternaron marcados ciclos secos y húmedos, mientras que en la se-
gunda mitad del siglo fue habitual la recurrencia de fenómenos climáticos extremos. Salvo
breves interregnos “normales”, desde 1770 y hasta 1805 la tendencia dominante apuntó
hacia la aridez, con grandes secas (con sus secuelas de pérdida de cosechas y ganado) e
inviernos muy rigurosos.18 Una consecuencia documentada en la cartografía fue el cambio
de curso del río Salado que ocasionó el abandono de estancias y poblados –como los de
Mopa y Yuquiliguala–, forzando el éxodo de los pobladores fronterizos.19
También en el interior del territorio chaqueño la movilidad en busca de recursos tuvo
que acentuarse. En este sentido, aunque asociando el fenómeno a la acción depredadora de
las etnias chaqueñas, varios autores sostienen que el Chaco sufrió una intensa degradación
ambiental durante el siglo XVIII y que serían fundamentalmente razones ecológicas las

18 Según María del Rosario Prieto, los cambios climáticos del periodo se explican por la acción conjugada del
fenómeno ENOS (El Niño Oscilación Sur, que causaría en nuestra región tanto inundaciones como se-
quías) y las repercusiones de la Pequeña Edad Glaciar, responsables de las bajas temperaturas.
19 HERRERA, Roberto Territorio..., cit., pp. 15-16.

19
JUDITH FARBERMAN “Recolección, economía campesina...”

que empujaron a los pueblos del interior hacia las tierras de los españoles.20 En todo caso,
las respuestas que articuló el estado colonial no se hicieron esperar. Las entradas de Urizar
(1710), Arache (1731) y Martínez de Tineo (1749) y la instalación de fortines y misiones
fueron sus resultados más concretos. A partir de entonces, las ciudades y las estancias de la
zona quedaron algo más protegidas, pero el precio fue la militarización permanente de la
población masculina e ingentes erogaciones de dinero.21 La intensidad del conflicto dismi-
nuyó durante la segunda mitad del siglo XVIII, pero no ocurrió lo propio con los aportes
monetarios y militares de las jurisdicciones fronterizas.22
En Santiago del Estero el peso de la guerra recayó con particular intensidad en los
pueblos de indios fronterizos que, anticipando su destino de fortines, se convirtieron en
precarias barreras de contención. Del mismo modo, la erección de las dos misiones jesuíticas
dependientes de la cabecera santiagueña –San José de Petacas y Concepción de Abipones–
requirió de esfuerzos suplementarios de los pobladores del Salado, y en particular de los
sujetos a tributo, encargados de construir las instalaciones y de sembrar para proveer a las
necesidades alimentarias de los grupos reducidos. En este contexto, los dispositivos de
poder coloniales colocaron en veredas opuestas a los indios “cristianos” (cada vez más
asimilados a los “soldados” y progresivamente exentos de tributo a cambio de esa carga) y
a los “bárbaros” allende el río Salado.
Así es que en el monte chaqueño del siglo XVIII podemos localizar una disputa por
los mismos recursos entre sociedades que han desarrollado percepciones diferentes de la
territorialidad y de sus derechos sobre ella. No hay acuerdo sobre si las diferentes etnias
chaqueñas establecían territorios de usufructo exclusivo en el interior del monte o si las
áreas de caza y recolección se compartían. En cualquier caso, es probable que los monta-
races santiagueños fueran considerados una presencia intrusa en un espacio que segura-
mente conocían de forma más sumaria que sus vecinos.23 Para el campesino santiagueño,
20 VITAR, Beatriz Guerra y misiones en la frontera chaqueña del Tucumán (1700-1767), Consejo Superior
de Investigaciones Científicas, Madrid, 1997 y SAEGER, James Schofield The Chaco Mission Frontier.
The Guaycuruan Experience, The University of Arizona Press, Tucson, 2000, pp. 23-24 para quien la caza
y el sobrepastoreo fueron los principales responsables de la degradación ambiental. La mayor demanda de
bienes producidos en el interior del Chaco y accesibles para la sociedad hispano criolla a través del comer-
cio es una variable más a tener en cuenta siguiendo a NESIS, Florencia Los grupos mocoví en el siglo
XVIII, Sociedad Argentina de Antropología, Buenos Aires, 2005, p. 60.
21 GARAVAGLIA, Juan Carlos “La guerra en el Tucumán colonial: sociedad y economía en un área de fron-
tera (1660-1760)”, en HISLA, núm. IV, Lima, 1984, pp. 21-35; VITAR, Beatriz Guerra..., cit.
22 Hay consenso en que la erección de reducciones jesuíticas y las entradas de Espinoza y Dávalos (1759) y
especialmente la de Matorras (1760) –ésta última con fines reduccionales– contribuyeron a mantener la
calma, a pesar de su eficacia sólo relativa. Por último, con la expulsión de los jesuitas y en consonancia con
la política borbónica, nuevas expediciones pacificadoras (Gerónimo Matorras en 1774 y Gabino Arias en
1780) señalaban un nuevo contexto de predisposición al “pactismo” por parte de las autoridades coloniales
que no obtendría mejores resultados en los albores del periodo republicano. VITAR, Beatriz Guerra..., cit.
23 Sobre los abipones y su territorialidad, LUCAIOLI, Carina Los grupos abipones hacia mediados del siglo
XVIII, Sociedad Argentina de Antropología, Buenos Aires, 2005, pp. 117-122; sobre mocovíes, NESIS,
Florencia Los grupos mocoví..., cit. Las autoras hipotetizan la inexistencia de territorios de caza exclusivos,
diferenciándose de la posición de James Schofield Saeger.

20
prohistoria 10 - 2006

indígena o no, algarroba y miel eran un complemento fundamental de la dieta; también lo


eran para los guaycurúes del Chaco meridional. Entre abipones y mocovíes la recolección
de la algarroba era una ocupación femenina que revestía una significación religiosa equi-
parable a la que la caza reunía para los hombres, y algo similar ocurría con la miel, prota-
gonista de buena parte de la producción mítica chaqueña y objeto de intercambio privile-
giado con el mundo blanco.24
El registro de los peligros que las incursiones en el monte implicaban para los “in-
dios cristianos” es más que abundante y entendemos que el cacique de Matará, el más
importante pueblo de indios del río Salado, no mentía al afirmar que entre sus hombres “no
son pocos los que han muerto a mano del enemigo” en ocasión de “la labranza de la cera
que con ello buscamos nuestro sustento”.25 Pero también podían existir confluencias, y los
variopintos contingentes de recolectores que se internaban en el monte, a veces por su
cuenta pero más a menudo conchabados por algún comerciante, nos permiten adivinarlas.
Es así que un expediente de 1736 nos sorprende refiriéndose a una expedición mielera de
la que participaban dos indios tributarios (uno de Matará y otro de Soconcho), un mulato
fugitivo y un vilela bautizado en las reducciones. Quizá lo más curioso (a nuestros ojos) es
que el mencionado mulato trabajara en calidad de conchabado de los indios tributarios,
verdaderos especialistas en actividades montaraces.26
Las postrimerías del periodo colonial no habrían de atenuar la importancia de los
productos de la recolección con valor mercantil ni los conflictos con los “dueños” del
monte. Por el contrario, a pesar de la creciente hostilidad de las etnias chaqueñas posterior
a la dispersión de las reducciones, la extracción y el mercadeo de miel y cera se generali-
zaron en los curatos del Salado para convertirse en la principal actividad.27 Un informe del
párroco de Guañagasta, pueblo de indios devenido en fortín fronterizo, nos ilustra que,
además de las labranzas de maíz, sus feligreses se ocupaban “entre febrero y julio” de
recoger cera y miel.28 Entre ellos, se destacaban algunos sujetos más “pudientes” que se
internaban con sus propios caballos o conchababan a terceros para melear, y que operaban
a menudo como comerciantes locales, en reemplazo de los antiguos encomenderos y ma-

24 SAEGER, James Schofield The Chaco Mission..., cit. p. 53; METRAUX, Alfred “Estudios de etnografía
chaquense”, en Anales del Instituto de etnografía americana, 1944, Tomo V, pp. 263-312; LEVY STRAUSS,
Claude Dal miele alle ceneri, Il Saggiatore, Milán, 1970, pp. 55-69.
25 AGN, Documentos diversos, Leg. 33, f. 304, 1807.
26 AGP, Trib. 10, 801, 1736.
27 Según el padre Dobrizhoffer “a los abipones no les cuesta el menor trabajo buscar y retirar los panales
ocultos en las selvas. [...] La cera denominada por los Abipones Loapal y los Guaraníes Yraitin, no se usa
entre los indios [...] Pero si acaso tienen alguna cera en casa la entregan a los Españoles contra cualquier
juguete o baratillo”. DOBRIZHOFFER, Martín Historia de los Abipones, Facultad de Humanidades, Uni-
versidad Nacional del Nordeste, Resistencia, 1967 [1783], pp. 523-524.
28 Archivo del Arzobispado de Córdoba, Leg. 20, Exp. 1, 1805. Cabe destacar que a fines del siglo XIX
Alejandro Gancedo establecía un cronograma diferente para la recolección de la miel, que ocuparía a los
pobladores entre marzo y mayo. Tal vez el empobrecimiento del monte influyera entonces en el acortamien-
to de los tiempos de la recolección. GANCEDO, Alejandro Memoria histórica..., cit.

21
JUDITH FARBERMAN “Recolección, economía campesina...”

yordomos. Junto a ellos, otros forasteros merodeaban por las aldeas del Salado: en 1805 ya
eran una presencia antigua, como las Actas Capitulares del siglo XVIII lo demuestran,
registrando su paso y su generalizada modalidad de venta –el fiado de mercaderías.

De vuelta a la algarroba
Aunque en principio no parecía gozar de valor mercantil, la modesta algarroba se venía
imponiendo como el más precioso de los dones del monte.29 Ya se habló de su valor como
“fruto del hambre” –considérese además que, en contraste con la miel y la cera, la algarro-
ba es más abundante en los periodos de seca–; ha llegado el momento de pensarla integra-
da en el abanico de actividades de subsistencia del campesinado santiagueño.30 Y se dice
“campesinado” porque al menos desde el siglo XVIII el consumo de la algarroba se había
generalizado y también la población mestiza, cada vez más numerosa, había incorporado a
su dieta los recursos de la recolección. Como expresaba el padre Paucke, en el siglo XVIII
también “...la gente ordinaria de los españoles compra y usa esta fruta” aunque lo haga
bajo la forma de patai, pan de harina de algarroba.31
Veamos pues con más detalle el lugar de la algarroba en las “opciones” alimentarias
de los pobladores de Santiago. En un extenso artículo de hace ya algunos años, Silvia
Palomeque reconstruyó, a partir de un corpus variado de fuentes, el sistema de acceso a los
recursos de la población campesina de nuestra región en la primer mitad del siglo XIX.32
El modelo que ella propone diferencia tres umbrales hipotéticos de acceso a los recursos:
la apropiación directa de los productos de caza, pesca, algarroba, miel y cera; el acceso
algo más dificultoso al ganado mayor y a la tierra inundable –este último efectivo sólo a
cambio de una renta en trabajo o agregaduría– y la participación de los campesinos en el
mercado para satisfacer sus necesidades de yerba, tabaco y textiles europeos, entre otros
bienes. El conchabo y las ventas de miel, cera y artesanías, entre las que descollaban los
muy reputados textiles, serían para Palomeque los medios más generalizados para conse-

29 Encontramos una sola y tardía mención sobre el comercio de la algarroba en el libro del viajero británico
Hutchinson, según quien “en Saladillo se hace negocio con la algarroba, pues dos carretas vienen cargadas
de ella a la posta”. HUTCHINSON, Thomas Josep Buenos Aires y otras provincias argentinas, Buenos
Aires, 1945 [1865], p. 147. Las presunciones de Hutchinson no parecen verificarse en el periodo anterior.
30 Las arbóreas del género prosopis florecen cuando las temperaturas alcanzan cierto valor y no siguen el
periodo de lluvias como las prosopis arbustivas. La producción de frutos es muy errática de un año a otro
pero, en cualquier caso, es cierto que ésta aumenta a medida que disminuyen las lluvias, alcanzando valores
de 50 a 100 kg de frutos secos por árbol adulto. Además, a menor humedad, mayor tiempo se prolonga la
conservación de las chauchas en el suelo. KARLIN, Ulf y DÍAZ, Raúl Potencialidad y manejo de algarro-
bos en el árido subtropical argentino, SECYT, Buenos Aires, 1984.
31 PAUCKE, Florián Hacia allá y para acá (una estada entre los indios mocobíes 1749-1767), UNT, Buenos
Aires, 1948, Tomo II, p. 244. Paucke menciona también un consumo diferencial de la algarroba por parte
de la elite: el de aloja aguada. En sus palabras “los españoles más distinguidos vuelcan también sobre la
fruta machacada una cantidad mayor de agua [...] llaman a esta bebida aloja”. El comentario es por lo
menos llamativo ya que la aloja goza de pésima fama y es caracterizada como bebida indígena en todas las
fuentes de origen hispano.
32 PALOMEQUE, Silvia “Los esteros...”, cit.

22
prohistoria 10 - 2006

guir el dinero. Dentro de este esquema, la recolección de la algarroba reforzaría el


plurisecular patrón mixto de acceso a los recursos, manteniendo su lugar de “fruto del
hambre” y de alimento principal de la población más pobre y menos integrada al mercado.
Este modelo es muy atractivo y algunos de sus términos bien podrían aplicarse a
periodos anteriores. En principio, por basarse en la diversificación de actividades, un mo-
delo de subsistencia como el descripto le impondría al campesino santiagueño un calenda-
rio anual muy apretado, con cuatro meses (de noviembre a febrero) de muy duro trabajo
(en ese periodo se sembraría el maíz de temporal, se cosecharía el trigo y se recogerían la
algarroba, el chañar, las tunillas, la cochinilla y, al final de la temporada, también el maíz
en las tierras inundables). En contraste, mayo y agosto serían los meses más “livianos”, los
de la siembra del trigo y de productos hortícolas como el zapallo, la sandía, el anco y el
melón en las tierras bañadas, además de la recolección de la miel y la cera, que empezaría
en febrero (si confiamos en nuestro informante eclesiástico). Por último, los cogollos de
palmera (documentados como “fruto del hambre”) y los frutos de la tusca serían recolecta-
dos entre abril y agosto.
Sin embargo, este exigente cronograma excluye una estrategia que fue ganando im-
portancia con el tiempo: la emigración estacional hacia otras regiones.33 Por lo menos
desde la segunda mitad del siglo XVIII, y al ritmo del ascenso del litoral, la siempre ávida
de jornaleros campaña porteña fue un destino frecuente de los santiagueños, representan-
do un componente central en el espectro de actividades reseñadas.34 Dichas migraciones
se realizaban de dos maneras diferentes, ambas ampliamente documentadas. La primera
consistía en un ciclo largo, que fijaría la partida de los migrantes en coincidencia con la
estación seca, la mejor en lo que hace a la transitabilidad de los caminos y, según testimo-
nios tardíos (Fazio), se concluiría en diciembre, en coincidencia con la recolección de la
algarroba. Este ciclo migratorio, tal vez anual, tendría por objeto el conchabo en estancias
para cumplimentar las tareas fijas del establecimiento, y nos despierta alguna duda respec-
to de la teórica fecha de regreso, que se superpone con picos estacionales en la campaña de
Buenos Aires. El segundo ciclo, en cambio, se iniciaría a fines de la primavera o principios
del verano y sería el del peón cosechero. En los dos casos, nos parece que, coherentemente
con su plena integración en los mercados de bienes y mano de obra, los santiagueños
emigraban atraídos por la perspectiva de regresar de Buenos Aires con unos reales en el
bolsillo y no escapando de la sequía.35

33 Para Palomeque las migraciones en busca de trabajo asalariado representarían ante todo estrategias coyun-
turales, conducentes a reparar las consecuencias negativas de los años secos. A su juicio, el conchabo
estaría “más regulado por los ciclos climáticos que por otras causas” habida cuenta de que “el conjunto de
actividades no parece dejar tiempo para la migración”. PALOMEQUE, Silvia “Los esteros...”, cit., p. 47.
34 FARBERMAN, Judith “De las provincias de arriba. Labradores y jornaleros del interior en la campaña
porteña 1726-1815”, en Población y Sociedad, núm. 8, 2002, pp. 3-39.
35 Entre quienes fijan la partida de los migrantes durante el invierno se encuentran Amadeo Jacques y Lorenzo
Fazio. Otros testimonios, en cambio, se refieren a ciclos migratorios más cortos, probablemente limitados a

23
JUDITH FARBERMAN “Recolección, economía campesina...”

Lo cierto es que en diciembre los pueblos mesopotámicos solían quedar desiertos


porque migrantes y recolectores de algarroba los abandonaban. Aunque, como también lo
registran algunas fuentes, es posible que los “años estériles” en Santiago acentuaran el
éxodo (como también las perspectivas de una buena cosecha en Buenos Aires), no pode-
mos dejar de considerar a la migración como una estrategia habitual y, aún más, como
modeladora de la estratificación de esta sociedad rural.36
Es necesario ampliar la última afirmación con ejemplos concretos. Gracias a las
revisitas de pueblos de indios de 1786 y 1807 (que registran con sus datos a los ausentes
temporarios y también a algunos ya considerados definitivos) conocemos el perfil, por
otra parte muy previsible, de los migrantes al litoral.37 Se trataba de varones, generalmente
jóvenes (el promedio de edad de los migrantes solitarios de los pueblos de Soconcho y
Matará –dos de los más importantes– era de 27,7 y 30,4 años respectivamente) y con
frecuencia solteros. Fuera de los pueblos de indios, los censos generales disponibles no
registran los datos de los ausentes, pero las bajísimas tasas de masculinidad en las cohortes
correspondientes a las edades activas los recuerdan con elocuencia.38
Pero hay algo más. Siguiendo las revisitas, comprobamos que eran sobre todo los
hombres incluidos en redes de parentesco amplias los que se hallaban en condiciones de
migrar. Quienes no contaban con tales apoyos, atenderían sus trabajos múltiples en Santia-

la duración de la cosecha de trigo en Buenos Aires. Así, según Beaumont es “en la estación de las cosechas”
cuando “de ochocientos a mil de ellos emigran a las provincias del sur y trabajan como segadores”.
BEAUMONT, J. A. B. Viajes por Entre Ríos, Buenos Aires y la Banda Oriental, Hachette, Buenos Aires,
1957, p. 215. Lo mismo confirma Hutchinson, que describe la despedida de un grupo de santiagueños y sus
mujeres “la tarde del 4 de febrero” en Buenos Aires y otras provincias..., cit., p. 166. Por último, vale la
pena citar la carta del “Intendente y Comandante General de Armas de la Provincia” Gavino Ibañez al
Director Supremo, fechada el 28 de noviembre de 1817. Según Ibáñez, “por más esfuerzos q.e he echo para
la aprención de desertores del Exto. Auxiliar del Perú nativos de esta jurisdicción, me contestan los com.tes
de la campaña que este es tiempo que se trasladan a la desa capital con motivo de las cosechas de trigo; por
lo qe. si V.E. tubiese a bien ordenar qe se han registrados, pr el pelo cortado que para cubrir esta seña se
ponen trenzas añididas, sería mui del cazo; y asi es qe el qe no cayese en esa fuese aprendido en esta”. AGN
X, 5-9-6. Con seguridad, Buenos Aires no era el único destino de los santiagueños. Es, sin embargo, el que
aparece mencionado con mayor frecuencia y el espacio en el que el material censal nos permite ubicarlos.
36 Dos ejemplos breves como muestra. En las Actas Capitulares del 13 de diciembre de 1798 se considera la
suspensión del desagüe de las calles “en atenz.n a que la gente de trabajo que lo ha de verificar se resiste o
excusa a dha continuación por los excesivos calores de la estación y lo que es más por lograr el tiempo de
cosechar la algarroba en que fundan su principal subsistencia y la de sus familias”. Actas..., cit., Vol. V,
p. 282; el subrayado es nuestro. En 1807, la visita de los pueblos de indios debió suspenderse por estar los
tributarios “en la mayor parte ausentes en la siega de trigo en la [jurisdicción] de Buenos Ayres”. Contribu-
ye también al éxodo “la suma esterilidad que padecían aquellos campos”. AGN, Documentos Diversos,
Leg. 33.0.
37 FARBERMAN, Judith “Los que se van y los que se quedan: migraciones y estructuras familiares en Santia-
go del Estero (Río de la Plata) a fines del período colonial”, en Quinto Sol. Revista de Historia Regional,
núm. 1, Universidad Nacional de La Pampa, Santa Rosa, 1997, pp. 7-40.
38 FARBERMAN, Judith “Familia, ciclo de vida y economía doméstica. El caso de Salavina, Santiago del
Estero, 1819”, en Boletín del Instituto Ravignani, núm. 12, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos
Aires, 1996, pp. 33-59.

24
prohistoria 10 - 2006

go o bien partirían definitivamente para establecerse lejos de su tierra: en otras palabras, el


potencial migratorio quedaba definido por la extensión de la red de parentesco.39 ¿Cuál
sería, por contraste, el perfil de los recolectores de algarroba? Nuestra impresión –obvia-
mente construida sobre fuentes no seriales– es que remite a un grupo más heterogéneo que
el de los migrantes. En este grupo abundaban las mujeres, los ancianos y los niños: en otras
palabras, la recolección de algarroba podía ser el recurso típico del excluido (estructural o
coyunturalmente) de la posibilidad de migrar.
Resumiendo: por carecer de valor mercantil, por su relativa abundancia y ubicuidad,
por su rol de “fruto del hambre” o reserva para los años de malas cosechas, la algarroba se
ganó el sitial de alimento de los menesterosos. Las otras razones de la asociación algarro-
ba-pobreza, en cambio, remiten a los sujetos, a los recolectores. Como se dijo ya, si bien el
consumo de la algarroba se generalizaba a toda la población campesina, la recolección
como actividad hundía sus raíces en el mundo material y simbólico indígena, uniendo en
una práctica común a los indios “cristianos” de los pueblos y a los “bárbaros” del Chaco.
Pero, además, la recolección de algarroba era la tarea de los que se quedaban –ancianos,
mujeres, niños y hombres jóvenes que, por su pobreza en parientes o a la espera de su turno
para migrar, no podían partir. Allí donde la migración era un componente estructural en la
economía, esta línea representa una divisoria de aguas en lo social, y las imágenes del que
retorna de Buenos Aires con algún efectivo y del que se queda en Santiago para recoger el
pan de los pobres se encontrarían, siguiendo nuestra interpretación, en las antípodas.
Por supuesto que, por debajo de los recolectores, estaban quienes ni siquiera podían
aventurarse en el monte a buscar su sustento. Un expediente judicial nos proporciona un
bello ejemplo de esta situación: preguntada por su ocupación, una india anciana y sola
sostuvo que “estaba echada a perder y que sólo con hilar a trueque de algarroba se man-
tiene”.40 ¿Existe una forma más elocuente de expresar la miseria y la desprotección? No
llama la atención que la pobre mujer fuera estigmatizada como hechicera...

Conclusiones
Recorrimos a lo largo de estas páginas un trayecto que arrancó con los prolegómenos de la
conquista, se detuvo brevemente en la colonia temprana (1550-1600) y a fines del siglo
XVII (nuestro hito fue la Visita de Luján de Vargas), presenció la emergencia de un área de
frontera bélica en el río Salado (desde fines del siglo XVII hasta 1780 aproximadamente)
para concluir en una época –signada en términos macrorregionales por el ascenso del
litoral– que supera las revoluciones de independencia y se prolonga por lo menos hasta
mediados del siglo XIX. Para cada uno de esos momentos, intentamos reconstruir con
grandes trazos el abanico de opciones de subsistencia a mano de la población rural, las

39 Los trabajos de José Mateo sobre Lobos dan cuenta de este fenómeno desde principios del siglo XIX. Ver de
MATEO, José “Población y producción en un ecosistema agrario de la frontera del Salado (1815-1869”, en
REGUERA, Andrea y MANDRINI, Raúl Huellas en la tierra, IEHS, Tandil, 1993, pp. 161-190.
40 AGP, Trib. 11, 890 [1715]. El subrayado es nuestro.

25
JUDITH FARBERMAN “Recolección, economía campesina...”

facilidades de acceso a cada una de ellas y la importancia de los recursos silvestres en el


conjunto.
En apretada síntesis, y retomando los aportes de otros autores, se sostuvo que la
recolección (en particular de algarroba), consustancial del patrón de subsistencia de las
comunidades indígenas prehispánicas, pasó a subsidiar el sistema de encomienda y sus
beneficiarios en la colonia temprana. Fue entonces que la algarroba se transformó simultá-
neamente en una “bendición” para el encomendero y en el “fruto del hambre” de las comu-
nidades indígenas. La destrucción de la sociedad nativa y de su sistema de acceso
diversificado a los recursos tuvo como telón de fondo un ciclo climático seco que redobló
la necesidad de apoyarse en la recolección. En paralelo, el significado religioso que las
“juntas y borracheras” revestían para los grupos dominados no escapó a las autoridades
coloniales. Así fue que las actividades de recolección pasaron a ser, cuanto menos, contro-
ladas. Mantener la “policía” durante la estación del “desorden” y la “disipación” fue el
modo de prevención de “idolatrías” en estas tierras tan lejanas.
Para el tercer momento que fijamos, y que por razones documentales señalamos a
fines del siglo XVII, los recolectores ya no eran únicamente los indios en encomienda. La
debacle demográfica de la población originaria, el mestizaje, la liberación de una parte
–imposible de mensurar pero seguramente importante– de los grupos antes tributarios y la
progresiva extinción de los feudos modificaron necesariamente las relaciones sociales de
producción. Ahora, este campesinado indígena disponía de más tiempo para dedicarle a su
propia subsistencia y, a la vez, se había integrado al mercado colonial ofreciendo su pro-
ducción y su trabajo. En particular, la miel y la cera eran bienes codiciados y la Visita
permite constatar que ya abundaban los mercaderes interesados en adquirirla por su cuen-
ta. En cuanto a la algarroba, podemos inferir que retornó al lugar complementario que
originariamente había tenido aumentando, no obstante, su importancia en los años de ma-
las cosechas. Por fin, la militarización de la frontera fue otro proceso que arrancó en este
periodo y que mantuvo su protagonismo en adelante. Además de dificultar las incursiones
de los recolectores (¿o de hacerlas visibles?) separaba más tajantemente que en el pasado
a los montaraces “cristianos” y “gentiles”.
En el último periodo considerado, abierto aproximadamente hacia 1780, las migra-
ciones se impusieron como una estrategia de supervivencia decisiva entre las poblaciones
de Santiago. Y aquí, nuevamente, la recolección subsidiaba a una población campesina en
la que la acumulación de fuerza de trabajo (a través del parentesco y del mantenimiento de
dependientes) y las condiciones de posibilidad de migración al litoral marcaban las dife-
rencias sociales. En esta estratificación, los principales recolectores eran las mujeres, los
viejos y los niños; vale decir, tenemos en ellos la contracara de los migrantes.
En un sistema tan complejo de acceso a los recursos, que fue readaptándose
flexiblemente a los distintos y sucesivos desafíos, no es difícil imaginar el significado de la
tala del monte para los pobladores rurales. Otra geografía y otra historia se iniciaban en
Santiago, pero quedan fuera del alcance de este trabajo.
Bernal, 21 de diciembre de 2005

26
U na Iglesia a la medida del Estado:
la formación de la Iglesia nacional en la Argentina (1853-1865)
*
MIRANDA LIDA

Resumen Abstract
Este artículo aborda el proceso de la forma- This article studies the process of formation of
ción de la Iglesia nacional en la Argentina en the state Church in Argentina, in parallel with
paralelo con el proceso de formación del Esta- the process of nation-state building during the
do, en el periodo de la organización nacional. state organization period. The creation of
La creación de diócesis y arquidiócesis respon- dioceses and archdioceses responded to a
dió a un proyecto político que se vinculó es- political project directly related with debates
trechamente con los debates sobre la forma- about the nation-state building and the problem
ción del Estado y el federalismo. En este sen- of federalism. Thus, the role played by the
tido, el papel jugado por el Estado en la cons- argentine nation-state in the construction of the
trucción de la Iglesia argentina fue mucho más argentine Church was more important and
importante y significativo, según creemos, que determinant than the influence and the power of
el influjo y la capacidad de decisión de la San- the Saint Siege, even in an era of romanization.
ta Sede, y ello incluso en una era de romani-
zación.

Palabras clave Key words


Iglesia Católica argentina – relaciones con la Argentine Catholic Church – relationships with
Santa Sede – diócesis – arquidiócesis – Esta- te Holy See – dioceses – archdioceses – nation-
do nacional – romanización state – romanization

Recibido con pedido de publicación el 29/02/2004


Aceptado para su publicación el 04/05/2005
Versión definitiva recibida el 27/06/2005
Miranda Lida es Becaria postdoctoral Universidad Torcuato Di Tella-CONICET
mlida@utdt.edu

LIDA, Miranda “Una Iglesia a la medida del Estado: la formación de la Iglesia nacional en la
Argentina (1853-1865)”, prohistoria, año X, número 10, Rosario, Argentina, primavera 2006, pp.
27-46.
* Agradezco los comentarios de los evaluadores anónimos de Prohistoria.
MIRANDA LIDA “Una iglesia a la medida del Estado...”

1. Introducción

L
a formación de la Iglesia nacional luego de Caseros fue el resultado de la concu-
rrencia de dos actores, uno de ellos verdadero protagonista, el otro simple actor de
reparto: por un lado, el Estado que se estaba formando, verdadero hacedor de la
Iglesia nacional; por el otro, la Santa Sede que, si bien introdujo su primer delegado apos-
tólico en 1858, tuvo una limitada libertad de movimiento, dado que el Estado sólo estaba
dispuesto a tolerarla en la medida en que le resultara conveniente. A pesar de que se trata
de los mismos actores que participaron de la “invención” de la Iglesia que sucedió a la
reforma rivadaviana –en los términos de Roberto Di Stefano–, no hablaremos aquí de
romanización: la Iglesia nacional se conformó en 1865 a la medida del Estado que se
estaba formando, y al precio de expulsar al delegado apostólico Marino Marini.1
Eludimos la utilización del concepto de romanización en el periodo que va de Case-
ros a la organización nacional porque creemos que la formación de la Iglesia nacional era
considerada por los actores involucrados en este proceso como un asunto puramente esta-
tal: el establecimiento de relaciones regulares con la Santa Sede, tal como se ensayó en la
década de 1850 a instancias del propio Urquiza, se debió, ante todo, a la necesidad de
resolver el acuciante problema político acerca de la definición y el ejercicio de la sobera-
nía, problema que había ingresado al centro de los debates políticos rioplatenses en 1810.2
Trataremos de mostrar que el modo en el que se tejieron las relaciones con la Santa Sede
en la década de 1850 fue ante todo una materia en la que estaba en juego la soberanía,
cuestión por lo demás polémica y problemática en una década donde el Estado nacional no
sólo era una entidad bastante endeble sino, además, sometida a fuertes contradicciones
internas.3 Que la construcción de la Iglesia nacional constituyera un asunto de interés pura-
mente estatal se verifica en la completa ausencia en esa década de debates eclesiológicos
que abordasen el problema de qué Iglesia construir, con qué prerrogativas y libertades, a
diferencia de lo que había ocurrido entre 1822 y 1835, según ha estudiado Di Stefano. No
hubo en los años 1850s. quien se molestara en discutir, seriamente y hasta sus últimas

1 DI STEFANO, Roberto El púlpito y la plaza. Clero, sociedad y política de la monarquía católica a la


república rosista, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004. Asimismo, este autor ha interpretado de acuerdo con la
idea de romanización el proceso que va de 1853 a 1865 en otro trabajo: “el año 1865 representa al mismo
tiempo el nacimiento de la Iglesia argentina y la [...] conclusión del operativo iniciado a fines de la década
de 1820 por parte de Roma para entablar lazos con las iglesias perdidas en aquellas latitudes ignotas”.
Historia de la Iglesia argentina. Desde la conquista hasta fines del siglo XX, Grijalbo-Mondadori, Buenos
Aires, 2000, p. 302.
2 Acerca de los debates en torno a la soberanía remito a los trabajos de CHIARAMONTE, José Carlos
Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la nación argentina (1800-1846), Ariel Historia, Buenos Ai-
res, 1997; “Acerca del origen del Estado en el Río de la Plata”, en Anuario IEHS, núm. 10, Tandil, 1995;
“El federalismo argentino en la primera mitad del siglo XIX”, en CARMAGNANI, Marcello –coordina-
dor– Federalismos latinoamericanos: México, Brasil, Argentina, FCE-El Colegio de México, México,
1993.
3 Acerca del proceso de formación del Estado federal en la segunda mitad del siglo XIX, véase BOTANA,
Natalio “El federalismo liberal en Argentina: 1852-1930”, en CARMAGNANI, Marcello –coordinador–
Federalismos latinoamericanos..., cit.

28
prohistoria 10 - 2006

consecuencias, si las relaciones con Roma afectarían o no las prerrogativas de los diversos
gobiernos diocesanos o los cabildos eclesiásticos; el consenso en torno a la necesidad de la
construcción del Estado era tan grande luego de 1853 que no fue necesario remover las
aguas del debate eclesiológico.
Para entender por qué la Confederación buscó denodadamente establecer relaciones
regulares con la Santa Sede es necesario señalar que las relaciones con cualquier potencia
extranjera –tal es el modo en que se consideraba a los Estados pontificios– son materia de
soberanía; es decir, que sólo un Estado soberano, que se precie de tal, puede entablar
relaciones diplomáticas con Estados extranjeros. Los años de revolución, guerra y frag-
mentación política que sucedieron a 1810 habían visto nacer sucesivos ensayos, por parte
de los estados provinciales, de entablar relaciones con la Santa Sede, y era ésta una situa-
ción que no podría ser de ningún modo tolerada en el marco de un Estado que se quería
moderno; de manera tal que Urquiza –fiel heredero de Rosas en este punto– se ocupó de
concentrar en sus manos el manejo de las relaciones exteriores. Es por ello que para Urquiza
no bastaba meramente con nombrar obispos; era necesario contar con un delegado apostó-
lico. Y así como la definición y el ejercicio de la soberanía involucraba el manejo de las
relaciones exteriores, ello suponía también otras cuestiones: por un lado, el ejercicio del
monopolio del patronato nacional, que desde 1810 había sido debatido y combatido;4 por
otra parte, la confección de un presupuesto nacional de culto que disolviera de una vez y
para siempre el confuso y multiforme sistema de diezmos que sobrevivió en el interior del
país hasta 1853.5 Relaciones exteriores, patronato y presupuesto estatal eran todas mate-
rias que hacían a la definición de la soberanía. Para la década de 1850 la concepción de la
soberanía que predominaba era puramente moderna y unitaria, en abierto contraste con las
ideas que la revolución de independencia había movilizado. Según la moderna idea de la
soberanía, las leyes uniformes e iguales para todos no admitían excepciones de ningún
orden: todos, incluidas las más altas dignidades eclesiásticas, debían acatarla sin objecio-
nes. En la medida en que para Urquiza la reafirmación de una idea moderna de soberanía
constituyera una prioridad, entablar relaciones con la Santa Sede se convirtió en una tarea

4 El patronato había sido reconocido desde 1810 como una atribución inherente a la soberanía, y si bien tanto
la Asamblea del año XIII como las constituciones de 1819 y 1826 intentaron establecer el principio del
patronato nacional, en la práctica quedó supeditado a las disputas entre las soberanías provinciales y el muy
debilitado poder central, y en este sentido se halla estrechamente entrelazado al problema de la formación
del Estado. De esta manera, la idea de un patronato de carácter nacional es a su modo inédita en 1853.
Véase CHIARAMONTE, José Carlos Ciudades, provincias, Estados..., cit.; TAU ANZOÁTEGUI, Víctor
Formación del Estado federal argentino (1820-1852). La intervención del gobierno de Buenos Aires en
los asuntos nacionales, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1965; LIDA, Miranda “Fragmentación de la sobera-
nía, fragmentación del patronato. La Revolución de independencia y el ejercicio del patronato en las igle-
sias rioplatenses”, en IX Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, Córdoba, 24 al 26 de sep-
tiembre de 2003.
5 Cada provincia hizo de los diezmos lo que quiso: ya sea redistribuirlos en el clero local, suprimirlos o
aprovecharlos con otros fines, en buena medida militares. Acerca de los diezmos en las provincias del
interior puede verse AUZA, Néstor Tomás “Los recursos económicos de la Iglesia hasta 1853. Antecedentes
del presupuesto de culto”, en Revista histórica, 8, 1981.

29
MIRANDA LIDA “Una iglesia a la medida del Estado...”

urgente. Si Urquiza se esforzó por entablar relaciones con el Papado fue porque se veía
sometido a crecientes dificultades en su afán por construir el Estado: estaba en juego el
monopolio de la soberanía en manos del Estado nacional, todavía disputado por los pode-
res provinciales. Y mientras estuvo en disputa el ejercicio de una soberanía que se conce-
bía como unitaria, el delegado apostólico fue bienvenido en la ciudad de Paraná, centro
político de la Confederación.
No obstante, una vez producida la organización nacional, la soberanía dejó de ser el
eje de las preocupaciones políticas. Ya integrada Buenos Aires al orden nacional, y conver-
tida en el espejo civilizatorio en el cual las provincias del interior debían mirarse, nuevas
concepciones políticas aparecieron, predominantemente liberales, donde se manifestaba
la preocupación por el desarrollo de una opinión pública moderna, el ejercicio y los límites
de las libertades políticas, las dificultades y virtudes de la descentralización administrati-
va, entre otros ítems6 (pero no debe considerarse al liberalismo como sinónimo de
anticlericalismo, dado que Mitre se preocupó sobremanera por la Iglesia, a tal punto que se
encargó de gestionar la elevación de Buenos Aires a sede arquidiocesana). El debate polí-
tico estaba dominado por el problema del federalismo, en el cual el caso norteamericano se
presentó como el ejemplo a seguir; en este contexto, la discusión acerca del lugar de Bue-
nos Aires en la escena nacional estaba a la orden del día.7 La dirigencia política porteña
que había triunfado en 1861 se empeñaría en conservar el lugar hegemónico al que se
sentía destinada, no estaba dispuesta a admitir una Iglesia que no tuviera por centro a
Buenos Aires. En este marco, era tan importante convertir a Buenos Aires en sede
arquidiocesana como quitarse de encima el peso de un delegado apostólico que había sido
firme aliado de Urquiza; Marini no se sentiría a sus anchas en Buenos Aires. Y una vez sin
él, la Iglesia porteña pudo, a partir de 1865, pasar a ocupar el lugar que aquel dejaría
vacante, a la par que la ciudad de Buenos Aires se convertía en el centro político de un
Estado federal que le concedió al puerto una posición privilegiada.
En fin, consideramos que fueron las transformaciones en el orden estatal las que
moldearon, configuraron y constituyeron la forma que adoptó la Iglesia nacional, y el lugar
que le tocó a Roma en este proceso fue simplemente un eco de estas transformaciones, en
las cuales Urquiza en primer lugar y Mitre más tarde, jugaron papeles decisivos. De hecho,
el delegado romano Marino Marini deseaba establecer la sede arzobispal en Paraná; Mitre,
en cambio, la fijó en Buenos Aires.8 Y si bien las actitudes de Urquiza y Mitre parecen

6 Véase SÁBATO, Hilda La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires, 1862-1880,
Buenos Aires, Sudamericana, 1998; LETTIERI, Alberto “De la república de la opinión a la república de las
instituciones”, en BONAUDO, Marta Capitalismo, Estado y orden burgués (1852-1880), Nueva Historia
Argentina, Tomo IV, Sudamericana, Buenos Aires, 1999.
7 BOTANA, Natalio “El federalismo liberal...”, cit.; y del mismo autor La tradición republicana. Alberdi,
Sarmiento y las ideas políticas de su tiempo, Sudamericana, Buenos Aires, 1984.
8 BRUNO, Cayetano “El presidente Mitre y el retiro del delegado apostólico monseñor Marino Marini (1862-
1865)”, en VI Congreso Internacional de Historia de América, Academia Nacional de la Historia, Buenos
Aires, 1982.

30
prohistoria 10 - 2006

completamente antitéticas, en verdad no lo son tanto. Si Urquiza apeló a Roma no fue


porque el primero sintiera una filial inclinación por la Santa Sede que lo llevaba a aceptar
la romanización, mientras que el segundo, que se encargó de desplazar a Marini, rezumaría
un furibundo anticlericalismo; en realidad, los dos actuaron políticamente, urgidos por los
problemas que los acechaban: la supervivencia de las autonomías provinciales en el pri-
mer caso, la hegemonía de Buenos Aires en el segundo. En este sentido, Urquiza y Mitre se
parecían más de lo que hubieran estado dispuestos a admitir.
Dividiremos este trabajo en tres secciones. En primer lugar consideraremos las con-
diciones en las que se hallaban las iglesias rioplatenses a la hora de la caída de Rosas,
poniendo énfasis en la profunda distancia que las separaba por entonces de una Iglesia
nacional unitaria; de este modo, podremos precisar los motivos por los cuales el Estado en
formación se vio urgido a emprender la tarea de construir la Iglesia nacional. En segundo
lugar, abordaremos las medidas adoptadas por el gobierno de la Confederación que, pese
a diversas dificultades, se esforzó por construir la Iglesia nacional; de hecho, fue a fines de
1853 cuando se comenzó a hablar con asiduidad de la “Iglesia argentina”. Los hombres de
la Confederación tenían plena conciencia de que la Iglesia debía ser construida, a tal punto
que comparaban a Urquiza con Napoleón Bonaparte, dado que se esperaba del primero la
celebración de un concordato con la Santa Sede que serviría de base para la construcción
de la Iglesia nacional:
“estamos de pleno acuerdo [...] sobre la alta mira de V.E. de ocuparse
del arreglo y organización de la Iglesia Argentina –le escribía Facun-
do Zuviría a Urquiza, a fines de 1853– [...] coronará á V.E. de una
gloria igual ó mayor q.e la de Caseros y solo parecida á la q.e obtuvo
Bonaparte cuando cerrando la época revolucionaria [...] abrio la de
orden, paz y organizacion social, empezando p.r la organizacion reli-
giosa de la Francia consignada en el inmortal concordato de 1804”.9
Sin embargo, el concordato fue un proyecto que quedó trunco, y Urquiza tuvo que
lidiar con fuertes dificultades para llevar adelante su empresa de construir la Iglesia nacio-
nal. Pero, como veremos, finalmente fue Mitre años después quien se encargó de cosechar
un fruto que había sido sembrado en 1853; no obstante, Mitre lo hizo a su manera.

2. El legado de la revolución de independencia


Decíamos que una concepción moderna de la soberanía –en lo que atañe a las materias
eclesiásticas– contempla el monopolio del manejo de las relaciones exteriores, el ejercicio
del patronato nacional y la administración de un presupuesto nacional de culto. El caso es
que las tres materias presentaban muchos interrogantes e incertidumbres a la hora de la
caída de Rosas. Si bien el monopolio de las relaciones exteriores fue una materia en la que

9 Carta de Facundo Zuviría –ministro de Culto de la Confederación– a Urquiza, 10 de diciembre de 1853,


AGN, VII, Urquiza, Legajo 73, f. 239b. La bastardilla es nuestra.

31
MIRANDA LIDA “Una iglesia a la medida del Estado...”

Rosas había logrado completo éxito, había sido al precio de despojar a las provincias de su
parte en este asunto; de hecho, en la década de 1820, las provincias cuyanas habían sabido
entablar por cuenta propia relaciones con la Santa Sede.10 En los años de Rosas todo inten-
to en este sentido había permanecido bloqueado, pero ello no impidió que la provincia de
Entre Ríos acariciara, en los tramos finales de la era rosista, el proyecto de acudir a la
Santa Sede para establecer en el Litoral una nueva diócesis.11 Una vez derrotado Rosas, el
monopolio del manejo de las relaciones exteriores no encontró obstáculos en la Confede-
ración; no obstante, el éxito fue menos evidente en lo que hacía al ejercicio del patronato
nacional, monopolio que Rosas jamás había concentrado en sus manos.12 Urquiza se esfor-
zó por imprimirle al patronato un carácter nacional aunque, envuelto en profundas difi-
cultades, debió ceder –según veremos– atribuciones a las provincias en materia de
patronato.13
Fue el cordobés Mariano Fragueiro, a la luz de Caseros, quien advirtió que el patro-
nato, concebido bajo un carácter nacional, contribuiría a la formación del Estado nacional,
superando de este modo el aislamiento entre las provincias; en sus propias palabras: “de-
clarar que corresponde el Poder Ejecutivo Nacional la presentación de Obispos [...] sería
contribuir a la unión de la Nación”.14 Pero cuando en 1853 la Constitución depositó en el
Poder Ejecutivo nacional el ejercicio del patronato, el poder central no obtuvo fácilmente
en sus manos el control sobre la Iglesia. No porque la Iglesia se resistiera al ejercicio del
patronato por parte del poder civil (en la Confederación, al menos, no se manifestaron
resistencias; sin embargo, algo distinto ocurría por entonces en Buenos Aires, donde ya en
la década de 1850 comenzaron a escucharse voces que reclamaban una mayor libertad

10 Acerca del caso cuyano puede verse VERDAGUER, José Aníbal Historia eclesiástica de Cuyo, Milán,
1931-1932; también, LIDA, Miranda “Fragmentación eclesiástica y fragmentación política. La Revolución
de Independencia y las iglesias rioplatenses (1810-1830)”, en Revista de Indias, núm. 231, 2004, pp. 383-
403.
11 Acerca del caso de Paraná, véase ÁLVAREZ, Juan José Memoria histórica acerca del origen que tuvo la
diócesis de Paraná, Paraná, 1889, pp. 3-10.
12 Un dictamen de un fiscal del estado de Buenos Aires en 1848 admitía esta situación al afirmar que: “los
Exmos. Gobiernos de las Provincias retienen y ejercitan en sus respectivos territorios el mismo patronato
[...] Desde que esto es así, ¿cómo podría promoverse ante otra cualquiera autoridad punto alguno concer-
niente al régimen interior de la Diócesis sin que de ello tenga cuando menos conocimiento el gobierno de la
provincia en que se halla constituida cuando incumbe a dicho gobierno velar e intervenir [...]?”. “Dictamen
del fiscal del Estado [Lahitte] del Gobierno de Buenos Aires sobre la cuestión suscitada en la provincia de
San Juan con motivo de algunos breves de secularización”, 26 de enero de 1848, Registro oficial de la
provincia de Buenos Aires, 1849, Vol. 28, pp. 135-6.
13 Es por ello que en 1854 Derqui se lamentaba de la falta de unidad de las iglesias de la Confederación:
“altamente extraño sería [...] que todavía tuviese la Iglesia Argentina no un centro común donde recurrir en
sus necesidades sino muchos patronos y otras tantas dificultades consiguientes”. Nota dirigida al Goberna-
dor del Obispado de Córdoba, Paraná, 17 de octubre de 1854, en AGN, Confederación, 1854-1860, X-42-
7-11.
14 FRAGUEIRO, Mariano Cuestiones arjentinas, Copiapó, 1852, p. 12. Acerca de su obra puede verse
HALPERIN DONGHI, Tulio Proyecto y construcción de una nación (1846-1880), Ariel, Buenos Aires,
1995, pp. 27-28.

32
prohistoria 10 - 2006

para la Iglesia con respecto al poder civil);15 más bien, porque el poder central debió en-
frentar la vieja costumbre que tenían los poderes provinciales de ejercer por sí mismos el
patronato sobre sus iglesias, tomando decisiones a nivel local que ponían un freno a la
formación de una Iglesia nacional, unitaria y articulada.16 En realidad, hasta 1853 había
habido múltiples patronos –cada gobernador lo era en su territorio–, circunstancia que
dificultaba todo esfuerzo por construir una Iglesia nacional; incluso después de haber sido
jurada la Constitución, hubo provincias que no se resignaron a ceder al poder central el
ejercicio del control sobre su Iglesia local –así el caso de San Luis, que en su constitución
provincial sentó el principio de que conservaba el derecho de patronato, que debió ser
refutado por el poder central.17 En la práctica, como veremos, los gobiernos provinciales
siguieron reclamando, en la medida en que pudieron, el patronato sobre las iglesias loca-
les, entorpeciendo muchas veces la marcha del poder central que pugnaba por establecer
una Iglesia nacional.
El patronato era materia decisiva porque constituía un derecho gracias al cual las
provincias se habían adjudicado durante décadas –en especial, luego de la crisis de 1820–
la administración de los diezmos, que pasaron a quedar incluidos en el conjunto de las
rentas de cada provincia.18 Mientras el patronato se distribuía entre los diversos poderes
provinciales, los diezmos rara vez llegaban a ser percibidos por las cabeceras episcopales,
dado que cada provincia que componía las diócesis decidía el destino de los diezmos a su
arbitrio y era frecuente que los retuviera en sus manos, en lugar de entregarlos a una cate-
dral que se hallaba ubicada muchas veces por fuera del territorio provincial.19 Así, por
ejemplo, el Provisor de la diócesis de Cuyo informaba en 1854 que la sede episcopal jamás

15 En la Confederación se reclamaba sobre todo que el poder central ejerciera con firmeza el patronato en
detrimento de los poderes locales; por ejemplo, véase el informe del Vicario foráneo de Jujuy, reproducido
en El Nacional Argentino, 20 de abril de 1854, que constataba que “nuestra diocesis consta ahora de cinco
provincias mandadas ahora por autoridades de mayores atribuciones que antes, independientes entre sí:
estas y otras razones que de esta se derivan deben presentar muchos obstaculos”. En Buenos Aires, en
cambio, el derecho de patronato fue objetado; en este sentido, puede verse la participación de Federico
Aneiros –más tarde, arzobispo de Buenos Aires– en el debate sobre los aranceles parroquiales, sesión del 3
de agosto de 1855, Sala de Representantes de la Provincia de Buenos Aires 1854, 1855 y 1856, Buenos
Aires, 1883. Federico Aneiros reclamó en esta ocasión que el poder civil no coartara la libertad de la Iglesia
de Buenos Aires y su capacidad de legislar y sancionar la disciplina eclesiástica. Algo similar puede tam-
bién leerse por esos años en Félix Frías que discute la legitimidad del derecho de patronato en “La Iglesia y
el Estado”, La Religión, 23 de enero de 1858.
16 El ejercicio del vicepatronato a nivel local tenía sus orígenes en los años coloniales y había sido reconocido
por la Ordenanza de Intendentes.
17 La constitución de San Luis no fue aprobada por el Congreso de Paraná. Véase la sesión del 24 de agosto
de 1855, Actas de las sesiones de la Cámara de Diputados (Paraná) 1854-1855-1856, Buenos Aires,
1886.
18 Véase nota 5; para el caso de Buenos Aires, DI STEFANO, Roberto “Dinero, poder y religión: el problema
de la distribución de los diezmos en la provincia de Buenos Aires”, en Quinto Sol, 4, 2000, pp. 87-115.
19 La diócesis de Salta comprendía cinco provincias, la de Córdoba dos y la de Cuyo tres; la de Buenos Aires,
por su parte, incluía las provincias del Litoral.

33
MIRANDA LIDA “Una iglesia a la medida del Estado...”

había percibido los diezmos correspondientes a la provincia de Mendoza porque su go-


bierno había decidido redistribuirlos entre el clero parroquial local, sin entregar ni un peso
a la cabecera de la diócesis, con sede en San Juan.20 Así, cuando en 1853 el Gobierno de la
Confederación suprimió los diezmos, no hizo más que despojar a los gobiernos provincia-
les de una fuente de ingresos de la que estos hasta entonces habían podido disponer a
discreción.21 Según indicaba Facundo Zuviría, ministro de Culto de la Confederación, “las
irregularidades provienen de [...] la independencia de todas las provincias en la adminis-
tración de sus rentas, inclusa la decimal y la varia distribución que de esta hacían las
respectivas provincias”.22 En este sentido, consideramos que el problema de la supresión
de los diezmos y la conformación del presupuesto de Culto debe ser comprendido a la luz
del problema de la formación del Estado, y la puja permanente entre poderes locales y un
debilitado poder central.23 La supresión de los diezmos y la elaboración del presupuesto de
Culto significaba, en fin, depositar en las manos del poder central la posibilidad de dispo-
ner de las rentas destinadas a una Iglesia que, se esperaba, debía ser de carácter nacional,
y ya no fragmentaria.24 Desde la óptica del poder central, sólo una vez constituida la Igle-
sia nacional los poderes locales perderían cualquier tipo de influjo sobre la administración
de unas rentas de las que el Gobierno nacional quería despojar a las provincias; no eran,
por cierto, las únicas rentas que se hallaban en esta condición: tal era el caso de las aduanas
interiores.25 En este sentido, Mariano Fragueiro había advertido en 1850 que los diezmos
en nada contribuían a la renta pública, y proponía por consiguiente su supresión.26 Para los

20 Y ello ocurría, decía el Provisor, “sin intervención de la autoridad eclesiástica”. “Informe del provisor de
San Juan de Cuyo, Timoteo Maradona”, El Nacional Argentino, 9 de abril de 1854.
21 En 1853 el Congreso Constituyente de Paraná dispuso la supresión de los diezmos y el 5 de enero de 1854
el Gobierno de la Confederación dictó un decreto que estipulaba los montos que el presupuesto de Culto
destinaría, de ahí en más, al sostenimiento del mismo.
22 “Memoria del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública”, por Facundo Zuviría, Paraná, 30 de
junio de 1855, reproducida en El Nacional Argentino, 12 de julio de ese año.
23 En este sentido, Pedro Goyena dijo años más tarde que la Constitución de 1853, reformada en 1860,
estableció que la Iglesia se hallaba “nacionalizada”, precisamente porque el presupuesto de Culto adquirió
un carácter nacional. Una vez unificado el país, la provincia de Buenos Aires, no obstante, no quiso resig-
nar el sostenimiento del culto en su territorio, de ahí que a la hora del debate sobre la reforma constitucional
de la provincia en 1873 se incluyera una cláusula –a propuesta de Goyena– que autorizaba al gobierno
provincial “a sostener el culto, junto con el gobierno nacional”. Véase la sesión del 28 de julio de 1871,
Debates de la Convención Constituyente de Buenos Aires 1871-1873, La Tribuna, Buenos Aires, 1877,
Vol. 1, p. 558.
24 Sin embargo, el presupuesto de Culto no despojó a la Iglesia de las contribuciones de los fieles ni deshizo
los vínculos entre las iglesias locales y sus respectivas feligresías, dado que el presupuesto sólo contempla-
ba el sostenimiento de los cabildos catedrales y las sedes episcopales. Así, las parroquias continuarían
siendo financiadas por aranceles, limosnas y primicias.
25 Acerca de la política fiscal de la Confederación véase MARICHAL, Carlos “Liberalismo y política fiscal: la
paradoja argentina, 1820-1862”, en Anuario IEHS, 10, Tandil, 1995.
26 FRAGUEIRO, Mariano “Diezmo”, en Organización del crédito, Imprenta de Julio Belín, Santiago, 1850,
pp. 245-247. Fragueiro advertía que los diezmos bloqueaban la formación de un mercado nacional; se

34
prohistoria 10 - 2006

hombres de la Confederación, pues, la organización nacional era una tarea que no podía
separarse de la construcción de la Iglesia; según Facundo Zuviría, “Iglesia y Estado siem-
pre han caído o se han levantado juntos; la desorganización del uno siempre ha traído la
desorganización del otro”.27 Esta desorganización se verificaba en una profunda crisis en
las vocaciones sacerdotales, una abrupta caída en el reclutamiento del clero y el desmoro-
namiento de los seminarios e institutos destinados a la formación del mismo.28
Y redundaba, además, en un profundo descalabro de la geografía eclesiástica. El
descentralizado ejercicio del patronato tuvo por consecuencia, asimismo, la desarticula-
ción de las jurisdicciones eclesiásticas, que quedaron sometidas a constantes tironeos en-
tre los poderes locales y que le acarrearían al Gobierno más de una jaqueca luego de 1853.
Así, Urquiza declaraba al inaugurar las sesiones legislativas de 1854 que
“el gobierno constitucional encontró los negocios eclesiásticos en un
lamentable desarreglo causado por el aislamiento de que han salido
las provincias confederadas. Cuatro diócesis compuestas cada una de
diversas provincias que no reconocían dependencia política común en
asuntos eclesiásticos no podían establecer un gobierno regular [...] que
sólo podía partir de un centro común que no existía”.29
La afirmación de Urquiza era acertada en cierto sentido: la Revolución había sumido
al clero del interior del país en una verdadera crisis institucional; sólo Buenos Aires logró
mínimamente salir a flote de ella con la reforma rivadaviana.30 Pero, en rigor, no estaba
demasiado claro que la Confederación estuviera compuesta por cuatro diócesis: la dióce-
sis de Cuyo había sido erigida en los años de Rosas, pero su creación no gozaba de legiti-
midad porque las provincias de la Confederación no le habían cedido a Rosas el ejercicio
del patronato, por lo tanto, éste no podía modificar el mapa eclesiástico sin el visto bueno
de las provincias involucradas. De esta manera, a la caída de Rosas, el poder central debió
reafirmar en 1855 que la diócesis gozaba de plena legitimidad y que la autoridad episcopal
cuyana debía ser obedecida por igual en las tres provincias que la componían: véase, pues,
cómo el poder central se esforzaba por apuntalar el gobierno de la diócesis en pos de hacer

trataba de un impuesto que se percibía antes de que el producto llegara al mercado y ello impedía que
pudiera ser considerado como una parte de la renta pública.
27 Circular de Facundo Zuviría a las diócesis de la Confederación del 19 de diciembre de 1853, transcripta en
El Nacional Argentino, Paraná, 22 de diciembre de ese año. Al respecto, véase AUZA, Néstor Tomás “La
política religiosa de la Confederación. El censo de 1854”, en Revista histórica, Buenos Aires, 1979.
28 En este sentido, por ejemplo, DI STEFANO, Roberto “Abundancia de clérigos, escasez de párrocos: las
contradicciones del reclutamiento del clero secular en el Río de la Plata”, en Boletín de Historia Argentina
y Americana Dr. Emilio Ravignani, Buenos Aires, 1997-1998, pp. 16-17.
29 “Mensaje del Presidente de la Confederación Argentina al abrir las sesiones del primer congreso legislativo
federal”, Cámara de Senadores. Actas de las sesiones del Paraná correspondientes al año de 1854, Bue-
nos Aires, 1883, p. XXXI.
30 Para el caso de Buenos Aires, véase DI STEFANO, Roberto El púlpito y la plaza..., cit., segunda parte; para
el caso de las diócesis del interior del país, LIDA, Miranda “Fragmentación eclesiástica...”, cit.

35
MIRANDA LIDA “Una iglesia a la medida del Estado...”

frente a las tendencias autonomistas a nivel local... no es difícil imaginar que con tales
antecedentes la diócesis de Cuyo no sería en el futuro nada fácil de gobernar.31 Las provin-
cias del Litoral, por otra parte, dependían de la diócesis de Buenos Aires y se hallaban de
hecho sometidas a una autoridad eclesiástica “extraña” a la Confederación, que ésta no
estaba dispuesta a reconocer, situación que urgió a Urquiza a atender con dedicación los
asuntos eclesiásticos; en la práctica, las iglesias del Litoral estuvieron gobernadas por los
curas de las iglesias matrices de cada provincia, munidos en algunos casos de facultades
especiales para ello. Por ejemplo, el de Paraná obtuvo del papa la facultad de confirmar, a
pesar de no tener carácter episcopal porque –según expresaba uno de los agentes de la
Confederación en Roma– “siempre es mas apreciable sean estas licencias concedidas por
el mismo Santo Padre, que no por otra autoridad subalterna...”32 Para el Gobierno de la
Confederación era preferible, sin duda, apelar al papa en lugar de recurrir a la sede episcopal
porteña para obtener tales licencias. Pero ésta era finalmente una solución poco convin-
cente, porque conducía a una creciente fragmentación de las iglesias del Litoral entre los
distintos curas de las matrices provinciales; según el Gobierno de la Confederación, el
resultado era la “falta de unidad, de sistema y de coherencia en el régimen eclesiástico, que
más que otro alguno pide estas condiciones como esenciales á la índole de su poder”.33
Fueron, pues, dos las condiciones que ponían de relieve la necesidad de atender con
urgencia los asuntos eclesiásticos y constituir, de ser posible, una Iglesia nacional, en cuyo
centro Urquiza intentó colocar a la ciudad de Paraná: en primer lugar, la secesión con
Buenos Aires, cuyas consecuencias se hicieron sentir con fuerza luego de que Escalada
asumiera el obispado porteño;34 en segundo lugar, las tendencias autonomistas de las pro-

31 En 1855 el Congreso de Paraná debió ratificar que el obispado de Cuyo había sido legítimamente erigido,
desoyendo los reclamos provinciales de las provincias cuyanas. Rosas había creado la diócesis con reser-
vas, porque carecía del patronato nacional, y sólo gozaba del derecho de exequatur con respecto a las bulas:
“expidió las bulas de que se trata porque como encargado de las relaciones exteriores estuvo en su derecho
para hacerlo como á un documento que procedía del Exterior; pero de ninguna manera podía traducirse este
procedimiento como acto jurisdiccional de un patronato que no ejercía y para el que no estuvo jamás
autorizado por los pueblos de la Confederación”, indicaba la Comisión de Legislación del Congreso de
Paraná, sesión del 10 de julio de 1855, Cámara de Senadores. Acta de las sesiones de Paraná correspon-
dientes al año de 1855, Buenos Aires, 1883, p. 93.
32 Carta de Salvador Ximénez a Urquiza, Roma, 30 de diciembre de 1851, transcripta en MACCHI, Manuel
E. Urquiza y el catolicismo, Castelvi, Santa Fe, 1969, p. 144. También puede verse al respecto la carta de
Juan María Gutiérrez (ministerio de Relaciones Exteriores de la Confederación) a Alberdi, Paraná, 10 de
enero de 1856, transcripta por CENTENO, Francisco “La diplomacia argentina ante la Santa Sede”, en
Revista de derecho, historia y letras, XXXII, 1909, p. 470.
33 “Parte oficial. Departamento de Justicia, Culto e Instrucción Pública”, firmado por Urquiza y Facundo
Zuviría, transcripto en El Nacional Argentino, Paraná, 5 de julio de 1855.
34 El fallecimiento del obispo Medrano en 1851 liberó por un momento a las provincias del Litoral del peso de
Buenos Aires. Pero la inminente consagración de Escalada que fue designado a mediados de 1854 como
obispo diocesano de Buenos Aires incrementó la preocupación del gobierno de la Confederación. “El S.or
Escalada [...] no recavará el asentimiento del Govierno de la Confederación para ejercer en estas provincias
su autoridad episcopal”, según carta del gobierno a Salvador Giménez (Agente de la Confederación en

36
prohistoria 10 - 2006

vincias que, si bien fueron un poco retaceadas por el ejercicio del patronato nacional por
parte del poder central, no por ello permanecerían fácilmente aplacadas, como veremos en
el siguiente parágrafo. El Gobierno central carecía de un eficiente monopolio en el ejerci-
cio del patronato, prerrogativa que se vio frecuentemente disputada por los poderes pro-
vinciales, incluso después de la Constitución de 1853.

3. La construcción de la Iglesia en los años de Urquiza


En los años sucesivos, el poder central intentó hacer todo lo posible para colocarse en el
papel de árbitro y enfrentar los conflictos con los poderes locales. Sus intervenciones iban
en detrimento de las atribuciones que pretendían ejercer los gobiernos provinciales con
respecto a las iglesias locales; en 1854, por ejemplo, el Gobierno central se dirigía al de
Mendoza para evitar que el Gobernador provincial presionara al Provisor de la sede
episcopal ubicada en San Juan, y algo similar ocurría ese mismo año en relación con el
Gobierno de San Luis.35 En 1855, finalmente, Urquiza declaró que había logrado superar
los conflictos que asolaban a la Iglesia cuyana;36 no obstante, su éxito fue relativo porque
los conflictos persistirían y se agravarían en los años subsiguientes. Y a medida que ellos
se multiplicaron por doquier en las diócesis de la Confederación, Urquiza advirtió que el
poder central no podía bastarse a sí mismo en la tarea de hacer frente a las múltiples
dificultades que suponía la construcción de una Iglesia nacional unitaria. Sólo quedaba un
recurso al cual apelar: a saber, Roma. Desde 1854 el Gobierno de la Confederación había
expresado su confianza en que el inminente arribo de un nuncio colaboraría en la tarea de
poner orden en las iglesias, junto con el poder civil al que contribuiría a apuntalar. En este
sentido el ministro de Culto Facundo Zuviría expresaba que:
“con la proxima venida del Nuncio Apostólico pedido a Su Santidad
ve S. E. acercarse el término de las dificultades y desgracias q.e por
mas de cuarenta años han aquejado á la Iglesia Argentina, y desearia
que en este corto periodo que falta al remedio de tantos males no [...]
aumenten los obstáculos á la mas pronta y completa organización de
la República”.37

Roma), Paraná, 10 de octubre de 1854, AGN, Confederación 1854-1860, X-42-7-11. En 1856, Alberdi
constataría que “el señor Escalada sólo ejerce hoy legalmente su obispado en una tercera parte del territorio
de la Iglesia”. “Memorial presentado al Gobierno de la Santa Sede sobre la situación política de la Repúbli-
ca Argentina con respecto a los intereses generales de la Iglesia”, Roma, 14 de mayo de 1856, Obras
Completas, La Tribuna Nacional, Buenos Aires, 1886, Vol.6, p. 78.
35 Acerca de los conflictos en el gobierno de la diócesis cuyana puede verse VERDAGUER, José Aníbal
Historia eclesiástica..., cit., Vol. 2, p. 321 y ss.
36 “Mensaje del Presidente de la Confederación al Congreso legislativo Federal en su primera sesión ordina-
ria”, reproducido en El Nacional Argentino, 7 de junio de 1855.
37 Nota de Facundo Zuviría dirigida al deán de la Iglesia de Salta, Paraná, 9 de diciembre de 1854, en AGN,
Confederación 1854-60, X-42-7-11. Las primeras gestiones de la Confederación ante la Santa Sede tuvie-
ron lugar desde comienzos de 1853.

37
MIRANDA LIDA “Una iglesia a la medida del Estado...”

Puede verse, pues, que el recurso a Roma, la formación de la Iglesia Nacional y la


formación del Estado no son problemas en absoluto independientes. La apelación a Roma
y el eventual arribo de un delegado de la Santa Sede tendrían, además, dos consecuencias
adicionales igualmente deseables para el gobierno de la Confederación. Por un lado, refor-
zarían la posición del poder central dado que, según se estimaba, la presencia de un dele-
gado apostólico en Paraná le conferiría al gobierno de Urquiza un alto grado de “popula-
ridad [...] en toda la Confederación”.38 Por otra parte, en caso de contarse con la presencia
de un delegado romano, la Confederación ya no tendría nada que envidiarle a Buenos
Aires, que corría con la ventaja –entre otras– de ser sede episcopal, a diferencia de la
ciudad de Paraná; no es casual que en torno a las relaciones con Roma se tejieran intrigas
e incluso una sorda “competencia” entre la Confederación y Buenos Aires, en pos de
obtener el beneplácito de Roma.39 Mientras, se ponía en marcha la idea de erigir una
diócesis con sede en Paraná, medida que se consideraba acorde con la “dignidad de la
provincia entrerriana”.40
Pero los negocios con Roma seguían una marcha por lo común lenta –el delegado
apostólico arribaría recién en 1858–, y los conflictos eclesiásticos entre los poderes loca-
les no pudieron ser eliminados en un santiamén: los gobiernos provinciales continuaron
invocando el derecho de patronato, incluso luego de jurada la Constitución, a la par que
oponían resistencia a las autoridades eclesiásticas no residentes en su territorio, por lo cual
el poder central consideró necesario tomar medidas al respecto. Con este objeto, el Go-
bierno emitió un decreto en los inicios de 1855 con el que pretendía ordenar el ejercicio
del patronato y retacear las atribuciones que los gobiernos provinciales no deseaban resig-
nar; así, nació el decreto del 1º de marzo de ese año que establecía que los gobiernos
provinciales podían ser considerados vicepatronos sólo por delegación del Gobierno cen-
tral, con facultades que se limitaban a la presentación de candidatos para los beneficios
menores del territorio provincial (no así los mayores, que comprendían –entre otros– a los
canónigos de las iglesias catedrales, por tratarse de diócesis que abarcaban a diversas
provincias).41 Este decreto no impidió, sin embargo, que el Gobierno central se viera so-
metido a innumerables dolores de cabeza dado que, después de emitido, no había ya ma-

38 Según carta de Facundo Zuviría a Urquiza, Paraná, 8 de enero de 1854, transcripta en CENTENO, Francis-
co “La diplomacia argentina...”, cit., p. 160.
39 Alberdi denunciaba en 1858 que “los enemigos de la Confederación Argentina no dejan de esparcir la
cizaña con el fin de lograr las simpatías en Roma y el gobierno pontificio a favor de Buenos Aires”. Nota de
Alberdi al Ministro de Relaciones Exteriores, Roma, 6 de junio de 1858, transcripta en CENTENO, Fran-
cisco “La diplomacia argentina...”, cit., p. 51.
40 Según palabras de Salvador Jiménez, agente de la Confederación en Roma, en carta dirigida a Facundo
Zuviría, Roma, 26 de octubre de 1854, transcripta en CENTENO, Francisco “La diplomacia argentina...”,
cit., p. 413. El proyecto de erigir una diócesis en Paraná había sido considerado por Urquiza desde los años
finales del gobierno de Rosas, pero topó entonces con la decidida oposición de este último. Al respecto
puede verse el relato de Juan José Álvarez –más tarde, deán de Paraná– Memoria histórica..., cit.
41 “Decreto del Departamento de Culto”, El Nacional Argentino, 1º de marzo de 1855.

38
prohistoria 10 - 2006

nera de negarle a los gobernadores de provincia su título de vicepatronos locales, título


que no dejarían de utilizar en su provecho.42 Así, los conflictos, lejos de solucionarse, se
agravaron. Los gobiernos provinciales no dejaron nunca de reclamar el vicepatronato y de
ejercerlo con amplia libertad. Por ejemplo, en 1856 el Gobernador de la provincia de San
Juan apresaba al Provisor de la diócesis por haber atentado contra el ejercicio del
vicepatronato y, peor aún, solicitó el apoyo de sus pares de las demás provincias cuyanas
en un acto que fue considerado por el Gobierno central como una flagrante amenaza de
sedición.43 La intervención del poder central, pues, no se hizo esperar y resolvió deshacer
lo obrado por el Gobierno provincial. Para ello se amparaba en el dictamen del fiscal del
Estado, Ramón Ferreyra, que argumentó que, en primer lugar, el vicepatronato ejercido
por el Gobierno provincial –en virtud del decreto de 1855– no lo autorizaba a obrar en
relación con aquellos beneficios cuya jurisdicción se extendía a toda la diócesis y excedía
el radio de la provincia, como era el caso del gobernador del obispado.
Luego, más significativo aún, el Fiscal expresó el principio que sirvió en los años de
la Confederación para dirimir las controversias entre la Iglesia y el Estado, que se hallaba
fundado, como veremos, en una concepción unitaria de la soberanía; el precepto en cues-
tión se limitaba a expresar –por más obvio que parezca– que sólo la Iglesia y el Estado
podían legítimamente disputar materias inherentes al ejercicio del patronato. Debemos
precisar qué se entiende aquí por cada uno de los términos involucrados en esta definición.
Cuando aquí se dice la “Iglesia”, el Gobierno de la Confederación indicaba que sólo reco-
nocería como interlocutor válido al Papado; de tal modo que ninguna “autoridad subalter-
na”, ninguna instancia intermedia perteneciente a la jerarquía eclesiástica, podía pretender
tomar decisiones junto con el poder central en torno al ejercicio del patronato o disputar
terreno en esta materia. En fin, sólo una Iglesia fuertemente romanocéntrica era considera-
da el interlocutor legítimo para un poder central que se quería fuertemente constituido. Por
otra parte, cuando se decía “el Estado” se hacía referencia al poder central, de tal modo
que se le quitaba a cualquier gobierno provincial el derecho de objetar el modo en el cual
el gobierno de la Confederación resolvía los asuntos sometidos al patronato nacional. En
fin, la Confederación sólo se disponía a reconocer como interlocutor válido a la Santa
Sede o sus vicarios:
“no hay mas jueces competentes en la materia que los soberanos polí-
ticos ó eclesiásticos [...] Su Santidad ó sus delegados son los únicos
competentes para reclamar; ningún empleado ó beneficiado puede

42 Hubo provincias que en virtud de este decreto incorporaron en sus respectivas constituciones el derecho de
vicepatronato sobre la Iglesia local y lo conservaron incluso durante décadas. Por ejemplo, la provincia de
San Juan renunció definitivamente al vicepatronato recién en 1909 (véase “El vicepatronato”, La Buena
lectura, 20 de marzo de 1909) y Corrientes renunciaba a él en la reforma constitucional de la provincia de
1913 (véase “Vicepatronato”, El Pueblo, 26 de julio de 1913).
43 Dictamen de Ramón Ferreyra, Paraná, 5 de febrero de 1857, transcripto en El Nacional Argentino, 17 de
febrero 1857.

39
MIRANDA LIDA “Una iglesia a la medida del Estado...”

desobedecer ni suspender el cumplimiento de la ley suprema del Esta-


do que no reconoce otro juez de sus errores en los actos soberanos. De
otro modo sería tolerar con mengua una especie de veto á los subditos
argentinos para pedir reconsideraciones y turbar las conciencias, ha-
ciendo dudosa la obediencia”.44
La “ley del Estado”, concebida como “suprema” por el jurista de la Confederación,
no admitía que fuera objetada o disputada por ninguno de sus “súbditos”; era éste un
lenguaje que no se hallaba muy lejano al del absolutismo.
Es, en fin, una idea unitaria de la soberanía la que aquí vemos florecer: el Estado
soberano no admitía por debajo de sí a ninguna otra instancia con la que debiera lidiar que
reclamara el ejercicio de la soberanía, desautorizando en este sentido a las autonomías
provinciales que aún pretendían ejercer el vicepatronato con total libertad de acción; ad-
mitía únicamente como interlocutor legítimo a otro Estado igualmente soberano, la Santa
Sede (“el soberano eclesiástico”).45 Sobre esta idea moderna de soberanía se sustentaba, al
mismo tiempo, tanto la formación de un Estado central que luchaba por su legitimidad ante
los poderes locales, como el reconocimiento de los derechos de una Iglesia romanocéntrica:
se trataba de dos fenómenos que en la mente de los hombres de la Confederación no
podían escindirse. En este sentido, pues, consideramos que los problemas inherentes a la
formación del Estado se hallaban en las bases de la Iglesia nacional cuyos pilares se esta-
blecieron en estos años, con su creciente vinculación y dependencia con respecto a Roma.
Era éste un Estado que luchaba para que se lo reconociera como soberano por parte de
provincias de larga tradición autonomista; en estas condiciones, Urquiza no tardó en reco-
nocer la jerarquía de Roma en la Iglesia universal, a fin de hacer frente a la persistente
ingobernabilidad de las iglesias locales, sometidas al influjo de poderes provinciales acos-
tumbrados a manejarlas a su arbitrio. El principio enunciado transmitía, en fin, una con-
cepción unitaria de la soberanía que se deseaba ver realizada tanto en el poder eclesiástico
cuanto en el civil.
Veamos cómo se hacía uso de este argumento, que no sólo pretendía minimizar la
libertad de acción de los gobiernos provinciales –como ocurrió, según indicamos, en el
conflicto relativo a la diócesis de Cuyo– sino también descalificar, entre otras, a la voz de
los cabildos eclesiásticos locales y las jerarquías diocesanas. Así ocurrió ante un conflicto
que se desarrolló en Salta cuando el Senado del clero decidió hacer oídos sordos al obispo

44 Dictamen de Ramón Ferreyra, Paraná, 5 de febrero de 1857, transcripto en El Nacional Argentino, 17 de


febrero 1857.
45 En cambio, en la primera mitad del siglo XIX las concepciones eclesiológicas prevalecientes en el Río de la
Plata expresaban muchas veces ideas de la soberanía que no coincidían con ésta: así, podía considerársela
escalonada a lo largo de diversas jurisdicciones de distinta jerarquía. Al respecto, LIDA, Miranda “Gregorio
Funes y las iglesias rioplatenses, del Antiguo Régimen a la Revolución”, tesis de doctorado, Universidad
Torcuato Di Tella, 2003. Para una conceptualización de la idea moderna de soberanía pueden verse, entre
otros, MATTEUCI, Nicola “Soberanía”, en BOBBIO, Norberto et al Diccionario de política, Siglo XXI,
México, 1997; CHIARAMONTE, José Carlos “El federalismo argentino...”, cit.

40
prohistoria 10 - 2006

electo José Colombres; las bulas de este último tardaban en llegar de Roma, por lo cual el
Cabildo consideró que podía nombrar libremente un vicario capitular para que ejerciera la
jurisdicción diocesana hasta que ellas arribaran.46 El Gobierno nacional replicó que no
estaba dispuesto a reconocer a dicho vicario como interlocutor válido porque, argüía, “en
las altas cuestiones sobre el patronato nacional no pueden ser parte ni los gobernadores de
las provincias ni los gobernadores de los obispados”.47 Sólo Roma, pues, podía objetar el
ejercicio del patronato y, en suma, la política religiosa llevada a cabo por la Confedera-
ción; ninguna autoridad “subalterna”, tanto eclesiástica como civil, podría disputarle al
poder central el lugar que éste reivindicaba para sí: se recurría a Roma a fin de ver reafir-
madas medidas que el Estado nacional ya había tomado y, en el mismo acto, ver disminui-
dos los poderes –eclesiásiticos y civiles– de carácter intermedio y local. La construcción
de una Iglesia nacional a la que se deseaba colocar bajo las riendas de Roma se hallaba,
pues, fuertemente entrelazada con el problema de la formación del Estado.
Pero, en rigor, la respuesta de Roma a las gestiones diplomáticas procedentes de la
Confederación no satisfizo cabalmente los deseos de quienes las impulsaban, y dio origen
a contradicciones y problemas aún más serios para el poder central. En 1857, cuando ya se
había puesto en marcha el reclamo de que fuera erigida una nueva diócesis con sede en
Paraná a fin de liberar a las provincias del Litoral del influjo de Buenos Aires, Roma desig-
nó nada menos que al obispo porteño Escalada como delegado apostólico para la Confede-
ración, título que le permitió al prelado inmiscuirse en los asuntos eclesiásticos de las
diócesis mediterráneas, en nombre de Roma. Esta designación vino a colación del conflic-
to que el obispo electo José Colombres sostenía en Salta con su Cabildo eclesiástico,
porque éste no quería admitir la legitimidad de la jurisdicción que Colombres pretendía
ejercer; en este contexto, Roma designó a Escalada como su delegado a fin de que lograra
que Colombres fuera reconocido por el Cabildo eclesiástico de Salta y, en efecto, así lo
hizo.48 Todo ello no podía más que agravar las cosas: no es difícil imaginar que la interven-
ción de Escalada en la Iglesia salteña, a nombre de Roma, resultó intolerable para el go-
bierno de Urquiza, que no estaba dispuesto a admitir que, tras un largo conflicto, fuera el
Obispo porteño quien viniera a lograr que el Cabildo eclesiástico salteño reconociera fi-
nalmente la autoridad de Colombres, demostrando de este modo su capacidad de arbitrar
sobre una diócesis de la Confederación.49 Puede verse, pues, que la lealtad del Gobierno
de la Confederación a Roma dejaba mucho que desear: sólo estaba dispuesto a acatar las

46 Véase el intercambio de notas entre el Cabildo eclesiástico salteño y el Gobierno nacional transcriptas en El
Nacional Argentino, 19 de febrero de 1857.
47 Resolución de Del Carril, vicepresidente de la Confederación, El Nacional Argentino, 17 de febrero de
1857.
48 Véase la nota de José Colombres enviada al Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Salta, 7 de
enero de 1857, transcripta en El Nacional Argentino, 7 de marzo de ese año.
49 El Ministro de Culto objetó la intervención de Escalada. Véase la “Memoria del Ministro de Justicia, Culto
e Instrucción Pública”, transcripta en El Nacional Argentino, 11 de julio de 1857.

41
MIRANDA LIDA “Una iglesia a la medida del Estado...”

decisiones romanas en la medida en que ellas sirvieran para afianzar el poder del Estado.
Su prioridad era, sin duda, la consolidación del poder estatal.
Hubo que esperar el arribo del delegado apostólico Marino Marini, establecido en
Paraná a comienzos de 1858, para que las iglesias de la Confederación ingresaran en un
cauce tanto más regular. Marini estableció el vicariato apostólico de Paraná, que sirvió de
base para la creación de la diócesis en 1860; igualmente se procedió a ubicar a los obispos
de las diversas diócesis de la Confederación en sus sillas, que todavía permanecían vacan-
tes. Recién allí comenzó a fortalecerse la tendencia en pos de una mayor centralización
eclesiástica, según constataría el vicario apostólico de Paraná: “por fortuna he podido
obtener hasta el presente los mas halagueños resultados en cuanto al punto capital; a saber
la centralizacion del Poder Eclesiastico en esta capital”.50 La presencia de Marini contri-
buyó, entre otras cosas, a darle a las iglesias de la Confederación una mayor uniformidad,
tanto en lo que hace a la liturgia como a la disciplina eclesiástica, a través de algunas
medidas que fueron impulsadas junto con el gobierno. Así, se iniciaron en 1858 las gestio-
nes para reducir el número de los días festivos en las diócesis de la Confederación, que
hasta entonces carecían de uniformidad al respecto, dado que en las provincias del Litoral
regía desde 1848 una reforma que había puesto en marcha Mariano Medrano; no se logró
sin resistencias, puesto que en la Cámara de Diputados de la Confederación hubo quien
reclamó que esa era una prerrogativa que le correspondía exclusivamente a las provin-
cias.51 Finalmente, gracias a la intervención de Marini, se obtuvo una respuesta favorable
de la Santa Sede que uniformó el calendario litúrgico de la Confederación, que concidiría
a su vez con el de Buenos Aires.52 También Marini concertó con el poder civil imprimirle
un mayor rigor a la disciplina eclesiástica; de allí emanó una disposición que prohibía la
admisión de jubilaciones de canónigos con menos de 40 años de “servicios” en la Iglesia,
que contrastaba con las disposiciones sumamente laxas de los gobiernos provinciales que
hasta 1853 las habían concedido generosamente.53
Y en pos de fortalecer la tendencia unitaria que Urquiza quería imprimirle a la Igle-
sia, el Gobierno admitió que Marini ejerciera su cargo de delegado apostólico con una
inmensa libertad de acción –libertad que luego Mitre, como veremos, no estuvo dispuesto

50 Nota del Vicario apostólico del Paraná al Gobierno, Paraná, 27 de noviembre de 1858, transcripta en El
Nacional Argentino, 9 y 10 de diciembre de 1858.
51 En los términos de Tiburcio López, “si se solicitaba un arreglo uniforme respecto de la disminución de los
días festivos en toda la Confederación se atacaría la soberanía provincial porque ésta era la única compe-
tente para establecer días festivos que sean observados en esa provincia”. Sesión del 27 de agosto de 1858,
Cámara de Diputados. Actas de las sesiones de Paraná 1858, Buenos Aires, 1886.
52 Véase la “Memoria Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública”, El Nacional Argentino, 1º de junio
de 1860.
53 Véase al respecto el dictamen de Ramón Ferreyra sobre jubilación de canónigos, Paraná, 31 de octubre de
1860 en Colección de vistas fiscales y resoluciones en asuntos administrativos, de culto, diplomáticos y
civiles por el Dr. D. Ramón Ferreira, fiscal de la Nación, Imprenta de Pablo Coni, Buenos Aires, 1864, pp.
55-56.

42
prohistoria 10 - 2006

a reconocerle. Pío IX le había conferido a Marini una amplia gama de facultades para
ejercer en la Confederación el cargo de delegado apostólico. Entre otras cosas, Marini
estaba facultado para actuar como una instancia de apelación en las causas matrimoniales
y todas aquellas correspondientes al fuero eclesiástico, de tal manera que el delegado
apostólico desplazaría en buen grado a los gobiernos diocesanos en la administración de la
justicia eclesiástica;54 podía, además, conferir beneficios eclesiásticos en nombre de la
Santa Sede –a excepción de los de carácter episcopal– y presentar a Roma los candidatos
para las iglesias catedrales. Y si bien esta amplia gama de facultades fue objetada con
severidad por un dictamen del tribunal de justicia de Paraná que sostenía que “dejaría
ilusoria en el territorio de la Confederación la jurisdicción contenciosa de los ordinarios”,
Urquiza no vaciló en hacer oídos sordos a este dictamen y admitió sin restricciones las
facultades que Pío IX le había conferido a Marini, de tal modo que le dio su exequatur sin
reservas a la designación del delegado apostólico.55 La última palabra, pues, la tuvo Urquiza.
Puede verse que Urquiza estaba dispuesto a depositar en Marini facultades que aten-
taban contra las de los propios obispos de la Confederación, en pos de contribuir a confe-
rirle a la Iglesia nacional un centro del cual hasta entonces había carecido, colocando por
encima de los ordinarios un árbitro privilegiado, el propio delegado apostólico. De este
modo, el árbitro de la Iglesia argentina encontraría su sede en Paraná, donde se hallaba
instalado Marino Marini; así, Paraná no sólo sería el centro político de la Confederación,
sino que se consagraba además como un centro de carácter eclesiástico, a pesar de que su
diócesis no fue erigida sino hasta 1860: a falta de una sede episcopal, y menos aún
arquidiocesana, la presencia del delegado apostólico le confería a Paraná un carácter nodal
en la geografía eclesiástica y política de la Confederación. Contra ello, como veremos,
Mitre desplazaría el centro hacia Buenos Aires en los años subsiguientes y con este fin se
vería obligado a desplazar, también, al delegado apostólico.

54 Hasta 1888, el matrimonio estaba regulado por el derecho canónico y administrado por los tribunales
eclesiásticos, cuyas decisiones afectaban el destino de las familias y sus bienes. Los tribunales de justicia
eclesiástica se hallaban organizados en América por la bula Exposcit debitum dictada por Gregorio XIII en
1572, por la cual se establecía que las causas eclesiásticas no podían ser llevadas en apelación a la Santa
Sede, principio que se mantuvo vigente hasta el Concilio Plenario Latinoamericano de 1899. Por lo tanto,
las facultades conferidas a Marini, que lo habilitaban a actuar como instancia de apelación, iban en contra
del espíritu de la bula de Gregorio XIII, de allí que no tardaran en despertar objeciones. Acerca de la bula
Exposcit debitum, véase LIDA, Miranda “Gregorio Funes...”, cit. Para un análisis de los debates en torno a
la justicia eclesiástica en años de Rosas, DI STEFANO, Roberto El púlpito y la plaza..., cit., pp. 218-232.
55 El dictamen del Superior Tribunal de Justicia de Paraná está datado en Paraná el 5 de febrero de 1858. El 13
de febrero, sin embargo, Urquiza daba el pase o exequatur, sin reservas, a la bula de Pío IX del 14 de agosto
de 1857 que concedía el título de delegado apostólico a Marini con la amplitud de facultades que hemos
señalado. Ambos documentos, junto con la bula de Pío IX, se hallan transcriptos en Fallos de la Suprema
Corte de Justicia Nacional con la relación de sus respectivas causas, Buenos Aires, 1864, Serie I, Volu-
men I, Causa XXX (“Sobre retención de bulas de Marino Marini”), pp. 180 y ss.

43
MIRANDA LIDA “Una iglesia a la medida del Estado...”

4. Mitre, la organización nacional y la Iglesia nacional


Luego de 1862, a Marini ya no le resultó tan fácil pretender arbitrar sobre la Iglesia argen-
tina. Veamos un ejemplo: en 1862 fallecía en Paraná el obispo Segura y el Cabildo ecle-
siástico procedió entonces a nombrar un vicario capitular, designación que fue objetada
por el Gobierno de Mitre porque, se decía, no se lo había consultado en su calidad de
patrono. En esta ocasión, Marini intervino en la disputa entre el poder central y el Cabildo
eclesiástico local en pos de defender los “derechos” de este último y se dirigió en mayo de
1863 al Gobierno, pero su intervención no fue admitida. A modo de réplica, un dictamen
del fiscal del Estado sostuvo que todos aquellos que ejercían jurisdicción contenciosa
–incluido el propio delegado apostólico, dadas las facultades con las que contaba– no
escapaban de la jurisdicción del patrono nacional y debían rendir cuentas al Gobierno.56
Marini consideró que la mejor manera de salir del paso era promover la creación de una
sede arquidiocesana, propuesta que fue elevada al Gobierno el 10 de noviembre de 1863,
en los siguientes términos: “solamente en la institución de un Arzobispado en la República
pueden encontrar fácil solución muchas cuestiones de derecho eclesiástico, contentándose
el que suscribe con indicar las de apelación y de nombramiento de vicarios capitulares”.57
En la mente de Marini, la propuesta de crear una sede arquidiocesana –en lo posible en
Paraná– estaba destinada a aplacar los ánimos y las objeciones que la propia presencia del
delegado apostólico y sus múltiples facultades despertaban; de existir una sede arzobispal
ubicada por debajo del delegado apostólico, sería el metropolitano el que arbitraría en los
conflictos y ya no lo haría el delegado apostólico, que podría permanecer por encima de
ellos sin involucrarse directamente. Sin embargo, Marini no logró su cometido, dado que
el Gobierno desestimó su propuesta. Más aún, diez días después, Mitre descalificó a Marini
de manera contundente al reclamar la necesidad de revisar el modo en el Urquiza había
aceptado las bulas que designaban a Marini como delegado apostólico; según entendía
Mitre, las bulas concedidas por Pío IX le otorgaban, de modo inadmisible,
“una autoridad superior a la que por las Leyes de la Iglesia Universal
ejercen los Obispos y Metropolitanos [...] es uno de los primeros de-
beres del gobierno mantener en toda su integridad la independencia de
la Iglesia [...] no permitiendo en su seno el establecimiento de autori-
dades que menoscaben la jurisdicción de los ordinarios”.58
Este fue el puntapié inicial que culminó con el alejamiento del delegado apostólico
en 1864. Y no casualmente se pospuso hasta su partida la decisión de erigir una arquidiócesis
en Buenos Aires; una vez alejado Marini, la nueva arquidiócesis porteña ya no tendría

56 Véase el dictamen en Fallos de la Suprema Corte..., cit., p. 199.


57 Nota de Marino Marini dirigida el ministro de Culto Eduardo Costa, 10 de noviembre de 1863, reproducida
como anexo en la Memoria presentada por el Ministro de Estado en el Departamento de Justicia, Culto e
Instrucción Pública al Congreso nacional de 1864, Buenos Aires, 1900, p. 46.
58 Poco después, un fallo de la Corte Suprema avalaba al Presidente. Tanto la declaración de Mitre como la
decisión de la Corte se hallan transcriptos en Fallos de la Suprema Corte..., cit.

44
prohistoria 10 - 2006

necesidad de lidiar con la presencia de un delegado apostólico que se convertía en un


estorbo, a los ojos de Mitre, para el ejercicio de la jurisdicción eclesiástica. La construc-
ción de la Iglesia Nacional se alcanzó, pues, al precio de prescindir del delegado apostóli-
co y, al igual que el Estado, tuvo su centro en Buenos Aires.
De ahí en más, el árbitro de la Iglesia argentina, al que el Gobierno de Mitre apelaría
en caso de conflicto con las diócesis del interior del país, no era ya el delegado apostólico
designado por Roma, sino más bien el titular de la nueva sede arquidiocesana, a la sazón,
Buenos Aires. En efecto, en 1866 un nuevo conflicto con la Iglesia local de Cuyo desenca-
denado por la escasa legitimidad de la que todavía gozaba allí la sede episcopal –el cura de
la iglesia matriz de San Juan pretendió hacer las veces de obispo, durante una sede vacan-
te– concluía “felizmente”, según declararía el Gobierno, gracias a la intervención del arzo-
bispo porteño Mariano Escalada:
“felizmente gracias a la interposición del señor Arzobispo que en ejer-
cicio de la jurisdicción de que acababa de ser investido con la aproba-
ción del gobierno nombró al Pbro. D. Rizzerio Molina vicario capitu-
lar de aquella Diócesis, puso término al conflicto y alejó un motivo
más de agitación en aquellas provincias tan trabajadas por la sedición
y la anarquía”.59
Al igual que Urquiza, Mitre debió hacer frente a la amenaza de la anarquía que
provenía de las iglesias del interior del país, y sus respectivas provincias, y admitió la
necesidad de un árbitro que en 1866 se tomaría la libertad de designar un vicario capitular
para la Iglesia cuyana; sin embargo, Mitre pudo encontrar el árbitro en la propia Buenos
Aires y ya no le fue necesario acudir a Roma por él.60

5. Conclusión
En suma, el proceso de construcción de la Iglesia nacional que se desarrolló entre 1853 y
1865 tuvo al Estado como principal protagonista; éste, sin duda, no se hallaba de ningún
modo consolidado, aspecto que fue decisivo para determinar el curso que siguió la propia
institución eclesiástica. Pero ambos procesos marcharon al mismo ritmo: lejos de contra-
decirse, convergieron en una misma dirección. Las instituciones eclesiásticas debieron

59 Memoria presentada por el Ministro de Estado en el departamento de Justicia, Culto e Instrucción Públi-
ca al Congreso Nacional de 1867, Imprenta del Comercio del Plata, Buenos Aires, 1867, p. VII.
60 Su papel de árbitro se vio además reforzado por el modo en el cual se organizaron los tribunales eclesiásti-
cos de la Argentina en 1866, según un decreto que Mitre concertó con Escalada que convirtió a Buenos
Aires en la principal sede de apelación para la Iglesia argentina, en detrimento de la Santa Sede. El decreto
se halla transcripto en GOYENA, Juan Digesto eclesiástico argentino. Recopilación de leyes, decretos,
bulas pastorales, constituciones, etc. que se refieren a la Iglesia nacional ampliada con diversas disposi-
ciones estensivas a toda la administración, Buenos Aires, 1880, pp. 61-62. Acerca de los fundamentos de
este decreto, LIDA, Miranda “De los recursos de fuerza o de las transformaciones de la Iglesia y del Estado
en la segunda mitad del siglo XIX”, en Boletín del Instituto Ravignani, en proceso de evaluación.

45
MIRANDA LIDA “Una iglesia a la medida del Estado...”

superar una serie de escollos, muchos de ellos heredados de la época colonial –según ha
mostrado Roberto Di Stefano– antes de constituirse bajo la forma de una Iglesia nacional,
de carácter unitario. En ese largo proceso, las iglesias locales y los respectivos gobiernos
provinciales debieron resignar atribuciones y autonomía: los diezmos, la libertad para re-
solver a su arbitrio cuestiones de jurisdicción y disciplina, entre otros aspectos. No fue un
proceso fácil para las instituciones eclesiásticas ni para el Estado en formación. En lo que
a la Iglesia atañe, tanto las relaciones con la Santa Sede, como la resolución de la difícil
cuestión del patronato y las modificaciones que tuvieron lugar en la geografía diocesana,
fueron materias que no permanecieron de ningún modo ajenas a las transformaciones esta-
tales; más aún, fueron las transformaciones estatales las que les imprimieron su rumbo.
Buenos Aires, junio de 2005

46
E ntre la ley y el azar
La trama vincular del mundo político-empresarial
de la frontera sur pampeana en el siglo XIX

ANDREA REGUERA

Resumen Abstract
Entre la ley y el azar hace referencia a un mo- Between the Law and the Hazards refers to a very
mento muy particular de nuestra historia ar- particular moment of Argentine history. A period
gentina, el de la construcción de un orden le- where the construction of law and order was build
gal que, entre otros pilares, se basó en la con- upon a conception of private property of the land
cepción privada de la propiedad de la tierra y as well as private appropriation of wealth. We
la apropiación de riqueza. Orientando nuestra turn our view towards the southern region of
mirada hacia el sur de la provincia de Buenos Buenos Aires province all through the 19th
Aires, a lo largo del siglo XIX, lo que vamos a century, in order to observe a process of expansion
ver es un proceso de expansión de la frontera, of the frontier line which included the settlement,
con poblamiento, ocupación, distribución e occupation, distribution and incorporation of new
incorporación de las nuevas tierras al proceso lands to the productive process. It is the aim of
productivo. Las formas que este proceso ad- our work to study the forms this process actually
quirió constituyen el objeto del presente tra- took.
bajo.

Palabras clave Key words


Trama vincular – mundo político-empresarial Networks – political-bussines world – frontier
– frontera – pampeana line – Pampas

Recibido con pedido de publicación el 21/02/2006


Aceptado para su publicación el 24/04/2006
Versión definitiva recibida el 16/06/2006
Andrea Reguera es Profesora en la Universidad Nacional del Centro
de la Provincia de Buenos Aires (UNCPBA), Tandil, Argentina
e investigadora del CONICET
areguera@ciudad.com.ar

REGUERA, Andrea “Entre la ley y el azar. La trama vincular del mundo político-empresarial de la
frontera sur pampeana en el siglo XIX”, prohistoria, año X, número 10, Rosario, Argentina, primavera
2006, pp. 47-72.
ANDREA REGUERA “Entre la ley y el azar...”

E
ntre la ley y el azar hace referencia a un momento muy particular de nuestra histo-
ria argentina, el de la construcción de un orden legal que, entre otros pilares,
se basó en la concepción privada de la propiedad de la tierra y la apropiación de
riqueza. Orientando nuestra mirada hacia el sur de la provincia de Buenos Aires, a lo largo
del siglo XIX, lo que vamos a ver es un proceso político y económico de expansión de la
frontera, con poblamiento, ocupación, distribución e incorporación de las nuevas tierras al
proceso productivo. Las formas que este proceso adquirió constituyen el objeto del pre-
sente trabajo.1
Mucho se ha discutido sobre el tema de la frontera,2 y no es nuestra intención entrar
aquí en una disquisición conceptual sobre el término; sí queremos imprimirle al movi-
miento de expansión que se inicia para nuestro espacio regional en 1779 –época del virrey
Vértiz– y finaliza con la Campaña del Desierto del gral. Julio A. Roca en 1879, un cariz
relacional, donde la ocupación del espacio, el asentamiento de población, la formación de
estancias, la distribución de tierras, el traspaso de tierras públicas a manos privadas y la
participación en el proceso de distribución de la riqueza, sean comprensibles a partir del
empleo del concepto de red social. Este se ha generalizado ampliamente en los últimos
años a partir, especialmente, de los estudios sobre inmigración, lo cual no quita, sin embar-
go, la importancia que su utilización ha tenido en su aplicación a otras temáticas, como los
estudios empresariales.3 Este enfoque pone el énfasis en los llamados “recursos relacionales”,

1 Hace un tiempo que venimos trabajando sobre este tema, del cual han resultado los siguientes artículos:
REGUERA, Andrea “Vínculos personales en los negocios con la tierra. Empresas y empresarios en la
frontera sur bonaerense del siglo XIX”, en JUMAR, Fernando –editor– Empresarios y Empresas en la
Historia Argentina, Documento de Trabajo núm. 3, UADE (Universidad Argentina de la Empresa), Buenos
Aires, 2002 e “Historia de un largo conflicto familiar en el siglo XIX. El caso de los Gómez: patrimonio,
pleitos y arreglos entre hermanos”, en BARRIERA, Darío y DALLA CORTE, Gabriela –compiladores–
Espacios de familia. ¿Tejidos de lealtades o campos de confrontación? España y América, siglos XVI-XX,
Jitanjáfora Morelia Editorial, Colección Historia e Historiografía, México, 2003, T. I. Una primera versión
del trabajo que aquí desarrollo fue la ponencia presentada a las X Jornadas Interescuelas/Departamentos de
Historia, Rosario, 20-23 de septiembre de 2005. Agradezco a Alejandro Fernández sus comentarios, como
así también la participación de toda la mesa.
2 Los estudios sobre la frontera son ricos y variados. Véase, entre otros, HALPERIN DONGHI, Tulio “La
expansión ganadera en la campaña de Buenos Aires (1810-1852)”, en DI TELLA, Torcuato y HALPERIN
DONGHI, Tulio –editores– Los fragmentos del poder, J. Álvarez, Buenos Aires, 1969; CORTÉS CONDE,
Roberto El Progreso Argentino, 1880-1914, Sudamericana, Buenos Aires, 1979. En este sentido, nos pare-
ce interesante tomar en consideración lo expresado por WEBER, David “Turner, la Escuela de Bolton y la
Frontera”, en ARRIAGA WIESS, V. A. et al –compiladores– Estados Unidos visto por sus historiadores,
Instituto Mora-UAM, México, 1991, T. I, cuando dice que la frontera es tanto un medio humano como
geográfico, que representa la interacción entre hombres, instituciones y medio físico, y de ahí la tensión
existente entre personalismo e institucionalización.
3 Para un tratamiento sobre el tema, véase RAMELLA, Franco “Por un uso fuerte del concepto de red en los
estudios migratorios” y MOUTOUKIAS, Zacarías “Narración y análisis en la observación de vínculos y
dinámicas sociales: el concepto de red personal en la historia social y económica”, ambos en BJERG,
Mónica y OTERO, Hernán –compiladores– Inmigración y redes sociales en la Argentina Moderna, CEMLA-
IEHS, Tandil, 1995. También, BERTRAND, Michel, MOUTOUKIAS, Zacarías y POLONI-SIMARD,

48
prohistoria 10 - 2006

es decir, aquellas relaciones personales que han servido para la consecución de un deter-
minado objetivo. Puesto en perspectiva, el uso de este concepto nos interesa para analizar
el grado de integración económica de un espacio y el dinamismo político de su funciona-
miento.
El entramado social, sujeto a una serie de intercambios, se caracteriza por un conjun-
to diferencial de relaciones, consanguíneas y de alianza (sobre la base de pactos, acuerdos
y obligaciones). Estas relaciones dan cuenta, por un lado, de un vínculo de inclusión y
pertenencia, y por el otro, de obediencia y lealtad. Esto nos presenta un cuadro de tensio-
nes sociales, de dominación e integración, visto desde los individuos, de los actores socia-
les, que tienen poder estructurante al ser portadores de reglas, valores y prácticas, en un
momento atomizante de la sociedad argentina (primera mitad del siglo XIX), gobernada
más por el personalismo político que por instituciones organizadas.
Esto nos permitirá reflexionar en torno a la importancia que los vínculos
interpersonales tuvieron en la constitución de un tejido de variaciones empresariales en la
pampa argentina del siglo XIX. Para ello, tomaremos como estudio de caso el espacio del
partido de Tandil (en el sudeste de la provincia de Buenos Aires) desde su fundación, en
1823 –como Fuerte Independencia–, hasta 1923, lo cual nos permitirá una identificación
más precisa de los actores sociales y una descripción más fina de los vínculos que los
relacionaban a fin de avanzar en el análisis y periodización de los grupos sociales. Tam-
bién será necesario (y es una tarea que estamos emprendiendo) consultar los discursos de
los miembros del cuerpo legislativo y de los tribunales, memorias, obras, biografías y
autobiografías de personajes del momento.
En ese periodo tuvieron lugar varios procesos políticos, económicos y sociales que
nos permiten contextualizar nuestro estudio de caso: la emancipación del Río de la Plata;
la expansión de la frontera hacia el sur; la instalación de guardias, fuertes y fortines; la
ocupación, apropiación e incorporación de tierras al proceso productivo; la distribución
oficial de tierras públicas a manos privadas de acuerdo a una cierta legislación vigente y la
formación de estancias. Todo ello nos invita a reflexionar sobre el peso que tuvieron cier-
tos individuos y ciertos grupos familiares y sociales en dotar al proceso de transición capi-
talista en la Argentina de una armazón legal e institucional que corroboró en la norma lo
que se venía dando en la práctica.
En 1779 se crearon las Guardias de Chascomús, Ranchos, Monte, Lobos, Navarro y
Luján, alrededor de las cuales, en tierras realengas, se asentó población y se formaron
estancias. En Chascomús, dice Guillermo Banzato,4 Miguel Rodríguez –uno de los herma-

Jacques –organizadores– dossier “El análisis de los grupos sociales: balance historiográfico y debate críti-
co”, en Anuario IEHS, núm. 15, Tandil, 2000.
4 BANZATO, Guillermo y QUINTEROS, Guillermo “La ocupación de la tierra en la frontera bonaerense. El
caso de Chascomús, 1779-1821”, en Estudios/Investigaciones, núm. 11, 1992 y BANZATO, Guillermo
“Ocupantes y propietarios legales en la región noreste del río Salado. Chascomús, Ranchos y Monte entre
1779-1850”, en GIRBAL-BLACHA, Noemí y VALENCIA, Marta –coordinadoras– Agro, tierra y política.
Debates sobre la historia rural de Argentina y Brasil, UNLP, La Plata, 1998.

49
ANDREA REGUERA “Entre la ley y el azar...”

nos de Martín Rodríguez– y su cuñado, José Liborio Rivero, fueron agraciados con una de
las más grandes donaciones de tierras. Después de la independencia, las ocupaciones se
legalizaron por medio de compras hechas al Estado en moderada composición o mediante
donaciones del Directorio.
En 1823, cuando Martín Rodríguez5 –brigadier general e importante propietario de
tierras en Chascomús– llegó a la zona donde levantó el Fuerte Independencia (Tandil), lo
acompañaban 2773 hombres.6 El fuerte era una avanzada en la lucha contra el indio que,
de alguna manera, seguía un camino ya transitado por los mismos indios y por explorado-
res científicos, expedicionarios militares, pulperos y pobladores.7 Con ese objetivo, fueron
naciendo las postas y los fuertes. Así, se fue formando una extensa red de comunicación
espacial entre el centro porteño y los nuevos puntos de apoyo de la frontera, pero también
significó un corredor que facilitó el intercambio de productos y el asentamiento de hombres.

“Movimientos de la frontera en la provincia de Buenos Aires”


Fuente: GORRAIZ BELOQUI, Ramón Tandil a través de un siglo, Buenos Aires, 1958

5 Gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1820 y1824.


6 Hubo una primera expedición en 1820. La segunda, que fue la fundacional, salió de Buenos Aires el 14 de
febrero de 1823, hacia la Guardia de Lobos y del Monte y estuvo compuesta de 259 carretas, 1768 hombres
de caballería (294 del Regimiento de Húsares de Buenos Aires, 330 de Blandengues de la Frontera, 220 de
Caballería patricia, 216 del Escuadrón de Colorados y 708 Voluntarios de Campaña), 575 de infantería, 80
de artillería con 7 piezas y 6 mil caballos. En Kaquel-Huincul se les unió una tropa de 200 blandengues y
150 milicianos y de ahí marcharon al Chapaleofú. RODRÍGUEZ, Martín Diario de la Expedición al De-
sierto, Editorial Sudestada, Buenos Aires, 1969, p. 35; SARCIAT, Pedro A. El Pago de Chapaleofú, Casa
Editora Julio Suárez, Buenos Aires, 1945, p. 30; GORRAIZ BELOQUI, Ramón Crónicas del Tandil de
ayer, UNCPBA, Tandil, 1978, pp. 28-51.
7 GORRAIZ BELOQUI, Ramón Crónicas..., cit., p. 11, menciona que, según estimaciones del geógrafo de
Martín Rodríguez, en 1815 ya había en la zona serrana de Tandil nutrieros con ranchos propios y familias
que criaban y aquerenciaban caballos, vacas y ovejas y negociaban sus productos en las pulperías de las
guardias fronterizas.

50
prohistoria 10 - 2006

En el periodo colonial, cuatro caminos salían desde Buenos Aires hacia el interior:
uno, al oeste, se dirigía a Mendoza; otro, al norte, a Tucumán y el Alto Perú, con un tercer
camino que llegaba hasta el Paraguay; y un cuarto, al sur, que conducía a Magdalena y
Chascomús (1779). Este último, se bifurcó en dos, en un primer momento afianzó la ruta
por Dolores (1817) y Ayacucho (1865), y en un segundo momento abrió la que baja por la
laguna de Monte. Particularmente, nos interesa la primera bifurcación, ya que muchos
enfiteutas y primeros propietarios del partido del Chapaleofú provenían de esos pagos.
Para comenzar, el propio fundador del fuerte, el brigadier general Martín Rodríguez, cu-
yos padres, Fermín Rodríguez y Thadea Rodríguez, fueron propietarios de tierras y gana-
do en la zona del Pago de la Magdalena; su padre desempeñó, hasta su muerte, la Coman-
dancia de Chascomús.
Los propios avatares de la vida política porteña dificultaron, según los postulados
ideológicos del reformismo liberal de Rivadavia, un correcto traspaso de las tierras públi-
cas a manos privadas. Por decreto de 1822 se prohibía la enajenación de la tierra pública y
se creaba el sistema de enfiteusis.8 Este consistía en un arrendamiento a perpetuidad, con
lo cual se convirtió en una cuasi propiedad. Como la ley no limitó la superficie que se
otorgaría a cada solicitante y no fijó disposición alguna que obligara a poblar, se produje-
ron verdaderos acaparamientos que ocasionaron fuertes ganancias, merced al subarriendo
en parcelas menores y a la libertad del enfiteuta de transferir su derecho. La alta demanda
que los productos agropecuarios, en especial los cueros, estaban teniendo en el mercado
internacional, estimuló la expansión. En total, bajo esta ley, se entregaron ocho millones
de hectáreas.9
Con Juan Manuel de Rosas10 se afianzó el poder económico y político de ese grupo
de hombres al convertirlos, gracias a la promulgación de una serie de leyes (en 1834 la de

8 Lo que se quería evitar era que la tierra pasara a manos privadas debido a las dificultades financieras por las
que estaba atravesando el gobierno argentino en ese momento: inestabilidad política interna y endeuda-
miento externo. La tierra, de esta manera, aparecía como una buena garantía para la obtención de préstamos
internacionales y como fuente de ingresos regular en concepto de su arrendamiento. Por ello, se estableció
la fijación de un canon cada 10 años de un 8% anual del valor de las tierras si eran de pastoreo y un 4% a las
de “pan llevar” (agricultura). Las diferencias en el canon respondían, indudablemente, al tipo de especiali-
zación productiva que estaba teniendo la economía de Buenos Aires por entonces. El valor de las tierras
sería establecido por un Jury de cinco propietarios vecinos. Véase CÁRCANO, Miguel Ángel Evolución
histórica del régimen de la tierra pública, Eudeba, Buenos Aires, 1972 [1917]; CORTÉS CONDE, Rober-
to El Progreso..., cit.; INFESTA, María Elena y VALENCIA, Marta “Tierras, premios y donaciones. Bue-
nos Aires, 1830-1860”, en Anuario IEHS, núm. 2, Tandil, 1987; SABATO, Hilda Capitalismo y ganadería
en Buenos Aires. La fiebre del lanar, 1850-1890, Sudamericana, Buenos Aires, 1989; INFESTA, María
Elena “La enfiteusis en Buenos Aires, 1820-1850”, en BONAUDO, Marta y PUCCIARELLI, Alfredo
–compiladores– La problemática agraria, CEAL, Buenos Aires, 1993 y “Avance territorial y oferta de
tierras públicas. Buenos Aires, 1810-1850”, en Anuario IEHS, núm. 12, Tandil, 1997; VALENCIA, Marta
“Las tierras públicas en Buenos Aires: políticas y realidades en la segunda mitad del siglo XIX”, en Anuario
del CEH, núm. 1, 2001.
9 CORTÉS CONDE, Roberto El Progreso..., cit., p. 151.
10 Gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1829 y 1832 y de 1835 a 1852.

51
ANDREA REGUERA “Entre la ley y el azar...”

donaciones por premios militares; en 1836 la de venta; en 1839 la de fidelidad política), en


propietarios de muchas de las tierras que poseían en enfiteusis. Si bien no estaban obliga-
dos a comprarlas, de todos modos, si no las adquirían, perdían sus derechos. Para lograr
esto, Rosas contaba con el consenso de un círculo íntimo, según testimonio de su sobrino
Lucio V. Mansilla,11 formado por amigos, compadres y familiares, todos exponentes de las
fortunas más importantes del Buenos Aires de entonces, que vislumbraban, con la expan-
sión de la frontera, mejores perspectivas de enriquecimiento y poder.12 Desde este punto
de vista, el costo de transacción fue equivalente a cero y las costas por acceder a la propie-
dad podían ser enjugadas con la producción de la misma.
“Sólo un hombre, un Anchorena, tuvo verdadera influencia sobre él
[...] pertenecía a un grupo de hacendados cuya gran profiláctica con-
sistía en recetar un gobierno fuerte [...] Aquí hay que distinguir entre
un gobierno ‘fuerte’ y un gobierno de ‘fuerza’. El primero excluye el
favor como regla, tiene algo de impersonal; el otro no tiene más regla
que siendo amigo para torcer la ley y ampararlo. Es algo más y peor
que un gobierno de partido excluyente; es un gobierno esencialmente
personal, cuasi de familia”.13
Rosas pertenecía a dos de los grupos familiares más importantes y ricos de la época,
dueños de estancias y de un capital social poderoso. Por el lado paterno, a los Ortiz de
Rozas, y por el lado materno, a los López Osornio.14 Hijo de León Ortiz de Rozas, militar
(cadete del ejército español, luego teniente del Regimiento de Infantería de Buenos Aires,
más tarde administrador de los bienes de la Corona y finalmente capitán Real), y de Agus-

11 Se trataba de sus parientes Tomás Manuel (casado con Clara Zúñiga) y Juan José de Anchorena, Victorio
García Zúñiga (padre de Clara), Tomás Guido, Felipe Arana (cuya hermana, Estanislada Arana estaba
casada con el otro hermano Anchorena, Nicolás), Juan N. Terrero, José María Rojas y Patrón, Felipe
Ezcurra (su cuñado, casado con su hermana Gregoria Ortiz de Rozas), Manuel Vicente y Ramón Maza
(éste último casado con Rosita Fuentes, hermana de la nuera de Rosas, Mercedes Fuentes, casada con su
hijo Juan e íntimas amigas de Manuelita), Simón Pereyra y otros más. En 1833 nació la Sociedad Popular
Restauradora que, en su mayoría, estaba compuesta por esta clase de hombres, comerciantes y hacenda-
dos. MANSILLA, Lucio V. Rozas. Ensayo histórico-psicológico, Editorial Bragado, Buenos Aires, 1967
[1898].
12 QUESADA, Ernesto La época de Rosas, p. 72, dice que Rosas “obligó a sus enemigos a emigrar, humilló
a los que le eran indiferentes, no toleró sino amigos” (que, más que reciprocidad y confianza, terminó
significando obediencia paralítica).
13 Se trata de Tomás Manuel de Anchorena que, en su larga carrera política (que incluyó el haber sido regidor
de la ciudad de Buenos Aires, cabildante, congresista, diputado), fue su ministro de Gobierno y Relaciones
Exteriores hasta 1832, año en que renunció por razones de salud. MANSILLA, Lucio V. Rozas..., cit., p.
103.
14 La llegada de los Ortiz de Rosas a Buenos Aires, provenientes de España, se remonta al año 1742, mientras
que la de los López Osornio al año 1680. RAMOS MEJÍA, José María Rosas y su tiempo, Emecé, Buenos
Aires, 2001 [1907], p. 73. Véase también MANSILLA, Lucio V. Entre-Nos, El Ateneo, Buenos Aires,
1928, pp. 231-240.

52
prohistoria 10 - 2006

tina López Osornio, hija de Clemente López Osornio, sargento mayor de milicias, coman-
dante de fronteras y rico hacendado en el pago de la Magdalena, dueño de la estancia el
Rincón de López, heredada luego por su hija y en donde se criaron Juan Manuel de Rosas
y sus 9 hermanos vivos15 (los otros 10 murieron).
Para José M. Ramos Mejía, “estos años de ires y venires, de malandanzas y venturas
por la campaña entera, recorriendo al par de ella la ciudad, el ejército y la sociedad, el
cortijo y la venta, la pulpería y las trochas y caminos de toda la provincia, le dieron aquel
conocimiento de la vida del que sacó después tanto provecho”.16 En 1811, Juan Manuel
pasó a dirigir, por orden de su padre, la estancia El Rincón y en 1813 se casó con la hija de
Juan Ignacio Ezcurra (comerciante) y Theodora Arguibel, doña Encarnación Ezcurra y
Arguibel con quien tuvo dos hijos, Juan Bautista y Manuela.17 Allí fue cuando se independizó
de los negocios familiares y formó sociedad con Juan N. Terrero, su gran amigo y consuegro
(su hija Manuela se casaría en el destierro, en Inglaterra, con su hijo, Máximo Terrero), y
con Luis Dorrego,18 para la explotación de ganadería, saladero y exportación de carne
salada a Río de Janeiro y La Habana, estableciendo el primer saladero de la provincia de
Buenos Aires, Las Higueritas, en Quilmes. La sociedad también compró tierras. En 1817
adquirió 18 leguas en la Guardia del Monte, donde fundó la estancia Los Cerrillos, al sur
del Salado;19 al mismo tiempo, en 1815, fue nombrado oficial de milicias y luego ascendi-
do, en 1820, por su amigo Martín Rodríguez, a coronel de Caballería siendo, además,
diputado por el partido de San Vicente en la Sala de Representantes, adquiriendo gran
influencia política en la campaña que tuvo fuerte predicamento en los sucesos posteriores.
Años más tarde fue nombrado comandante general de campaña y formó su regimiento, los
Colorados del Sur. En el año 1821, se asoció con sus primos Juan José y Nicolás Anchorena,
a quienes terminó vendiendo su estancia Los Camarones y administrando no sólo ésta sino
otras dos de sus explotaciones: El Tala (situada entre Kakel-Huincul y Monte Grande) y

15 Se trata de: Gregoria que casó con Felipe Ezcurra y Arguibel (Tesorero General del Estado de Buenos Aires
y hermano de Encarnación Ezcurra); Andreina que casó con Francisco Seguí (comerciante); Prudencio que
casó en primeras nupcias con Catalina Almada y luego con Etelvina Romero; Gervasio (que permaneció
soltero); María Dominga que casó con Tristán Nuño Valdez; Mercedes que casó con Miguel Rivera (médi-
co); Agustina que se casó con el general Lucio Mansilla; y Juana de la Cruz que murió soltera.
16 RAMOS MEJÍA, José María Rosas..., cit., p. 98.
17 Juan Bautista casó con Mercedes Fuentes y tuvieron un hijo, Juan Manuel; y Manuela casó con Máximo
Terrero y tuvieron dos hijos, Manuel y Rodrigo.
18 Dorrego se retiró de la sociedad en 1821 y en 1837 finalizó la asociación entre Rosas y Terrero, aunque no
su amistad. SALDÍAS, Adolfo Historia de la Confederación Argentina, Biblos Editorial, Buenos Aires,
1929, T. I, p. 19.
19 Menciona Darwin: “Dormimos en una de las grandes estancias del general Rosas. Estaba fortificada y era
tan extensa, que me hizo creer, en medio de la oscuridad reinante, que era una ciudad protegida por una
fortaleza. Por la mañana vi inmensos rebaños de ganado, pues el general tenía aquí 74 leguas cuadradas de
terreno. En otro tiempo había en esta posesión unos 300 guardas y capataces, que bien organizados hacían
frente a todos los ataques de los indios”. DARWIN, Charles Diario del viaje de un naturalista alrededor
del mundo, Elefante Blanco, Buenos Aires, 2003 [1ª ed. en inglés 1845], p. 146.

53
ANDREA REGUERA “Entre la ley y el azar...”

Las Dos Islas.20 Era el gestor de grandes negocios rurales para los Anchorena, dice Ibarguren,
de cuyas utilidades participaba en una cuarta parte, según lo convenido, sin riesgo de
pérdidas y al mismo tiempo obtenía importantes préstamos por parte de éstos al 1% y
1,5%. Existía una estrecha vinculación económica y una gran influencia política de los
Anchorena sobre Rosas.
“Su reputación de hombre de empresa; la confianza de que gozaba
entre los principales hacendados, así por la invariable rectitud de sus
procederes, como por la serie de negocios felices que con ellos hacía;
y la simpatía que despertaba entre los sencillos campesinos, un traba-
jador opulento descendiente de los antiguos gobernadores del país,
proporcionáronle a Rosas al cabo de algunos años la dulce satisfac-
ción de ser el poderoso señor de la grande área de tierra donde había
caído su incesante sudor, y, con esto, la facilidad de acometer en el sur
de Buenos Aires cualquier empresa, por magna que fuese, con mayo-
res probabilidades de éxito que ningún otro argentino”.21
“Rozas no se hizo; lo hicieron los sucesos, lo hicieron otros, algunos
ricachos egoístas, burgueses con ínfulas señoriales –especie de aristo-
cracia territorial que no era, por cierto, la gentry inglesa–, pero a la
cual ofrecía garantizar sus intereses por el simple hecho de ser uno de
ellos. El discurso que Felipe Arana pronunció como presidente de la
Sala de Representantes en 1829, en la ceremonia de asunción al cargo
de Gobernador de la Provincia de Buenos Aires por parte del Gral.
Rosas, es más que elocuente y representativo del pensamiento de un
grupo que comenzaba a dirigir los destinos no sólo de la provincia
sino del país entero”. 22
“Si el orden y el bienestar de la provincia dependen de la ejecución de
las Leyes Patrias; que sea, señor, desempeñada por los que le profesan
amor, y que ligados a ella por vínculos y relaciones poderosas, hallen
su interés personal en la utilidad pública; fortaleced estos vínculos, y
haced sentir prácticamente que la fortuna pública, la seguridad de los
derechos recíprocos de todos los habitantes, la conservación de las
propiedades, y la defensa de la seguridad personal, no será en lo suce-
sivo sometida a la capacidad de genios extraños, turbulentos...”23

20 IBARGUREN, Carlos Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo, Ediciones Theoría, Buenos
Aires, 1972 [1930], p. 82.
21 SALDÍAS, Adolfo Historia de..., cit., p. 22.
22 MANSILLA, Lucio V. Rozas..., cit., p. 103.
23 ARANA, Enrique (h) Rosas en la evolución política argentina, Instituto Panamericano de Cultura, Buenos
Aires, 1954, pp. 59-60.

54
prohistoria 10 - 2006

Aunque Encarnación Ezcurra le advertía a su marido, en una carta enviada al Cam-


pamento del Colorado en 1833, que: “...a mi ver nunca mejor que ahora te debes retraer
cuanto sea posible de los magnates que no hacen otra cosa que explotarte para vivir ellos
con más comodidad y sólo te muestran amistad porque te creen como en realidad sos un
don preciso, hasta el lindo déjalos que marchen solos hasta que palpen su nulidad que no
tardará muchos días.”24 La “Revolución de los restauradores”, dice Ramos Mejía,25 fue su
obra. Mientras Rosas expedicionaba en el desierto, una serie de sucesos, que terminaron
en 1833, preparaba a mediados de octubre ese movimiento trascendental que pasó examen
a la “fidelidad política”.
¿Cómo logró este grupo, constituido por comerciantes, estancieros y militares, no
sólo la expansión territorial de la provincia sino el afianzamiento y reproducción de sus
negocios? Es claro que este conjunto ligado por lazos de parentesco y amistad, pero sobre
todo por la comunidad de intereses hacia una misma vocación profesional –hacer de la
política la empresa más rentable de sus vidas–, logró mantener una larga continuidad –aun
atravesando situaciones tumultuosas– sosteniendo, a través de acuerdos, pactos e influen-
cias, la representación pública26 para digitar códigos, leyes y decretos que normaran y
regularan la vida de “todos” los “ciudadanos”. Entre las que nos interesan en este estudio,
las leyes de tierras. Sobre la base del uso del crédito y de la venta de fondos públicos y
tierras, se calculaban los recursos ordinarios y extraordinarios de la administración rosista,
aunque el uso que se hiciera de los mismos (dinero, tierras y ganado vacuno, lanar y caba-
llar) se basaba en una política patrimonialista asentada en premios y donaciones por favo-
res y lealtades.
La singularidad de la distribución oficial de la tierra en propiedad, ¿fue condición
para el desarrollo capitalista? ¿Qué fue lo que creó la clase de los propietarios poderosos?
Las relaciones de propiedad son relaciones sociales, y si bien los enfiteutas y los propieta-
rios no redactaron de manera directa las leyes sobre tierras, influyeron sobre ellas. Las
políticas sobre tierras afectaron el desarrollo histórico de las relaciones sociales a largo
plazo. En palabras de Rosa Congost,27 parafraseando el caso europeo, habría un proceso
de propietarización, contrapuesto al de campesinización, que fue resultado de una serie de
medidas legales producto de la voluntad de poder de una minoría que creyó “en el princi-
pio individualista de la forma y el estado del derecho” y en la “creación de las condiciones

24 Transcripta de su archivo personal por RAMOS MEJÍA, José María Rosas..., cit., p. 403.
25 RAMOS MEJÍA, José María Rosas..., cit., p. 404.
26 Tanto en la Sala de Representantes (Juan José, Tomás Manuel y Nicolás Anchorena, Victorio García Zúñiga,
Sebastián Lezica, Juan Pedro Aguirre, Felipe Arana, Juan N. Terrero) como en cargos públicos (ministerios
y comisiones a cargo de Tomás Manuel y Nicolás Anchorena, Victorio García Zúñiga, Felipe Arana, Tomás
Guido, Faustino Lezica, José María Rojas y Patrón, Felipe Senillosa, Lucio Mansilla).
27 CONGOST, Rosa “Sagrada propiedad imperfecta. Otra visión de la revolución liberal española”, en Histo-
ria Agraria, núm. 20, 2000, p. 89. De la misma autora, “Pratiques judiciares, droits de propriété et attitudes
de classe”, en Etudes Rurales, núm. 149-150, 1999 y “Property Rights and Historical Analyses: What
Rights? What History?”, en Past & Present, núm. 181, 2003.

55
ANDREA REGUERA “Entre la ley y el azar...”

de realización de la propiedad”. La promulgación de leyes, consagrando a la propiedad


como un derecho absoluto e inviolable, requería no sólo de un aparato jurídico para poner
el nuevo orden en funcionamiento, sino del acompañamiento de autoridades competentes
(comandantes de campaña y jueces de paz) para asegurarlo y defenderlo. Por ello, bucea-
remos en la clase de vínculos que ligaron a los propietarios entre sí, no sólo como grupo
sino con las autoridades nacionales y provinciales, lo cual nos permitirá explicar la consti-
tución de un poder político en la región en manos de los más poderosos terratenientes.
Los movimientos oficiales de la frontera tendieron a asegurar los intereses ganaderos
de los propietarios, ya que los caballos y las reses vacunas eran considerados por los
indígenas como el botín más preciado. Esta franja transicional se convirtió, algunas veces
y en ciertas zonas, en fuente constante de problemas y litigios debido a la disputa entre
pequeños y medianos productores directos, afincados de largo tiempo en tierras fronteri-
zas, y los grupos de comerciantes y hacendados que, vinculados a la exportación de cueros
–y ya no de plata, debido a la descomposición del espacio virreinal y al cambio de eje
económico–, comenzaban a esgrimir y hacer valer sus derechos de propiedad.
El arbitraje corría por cuenta de funcionarios que formaban parte de un Estado en
formación y que tenía que resolver, antes que nada, y en medio de un clima de tensión e
inestabilidad política, problemas jurisdiccionales de soberanía, tratando de adecuar los
proyectos políticos a los nuevos intereses de los sectores dominantes.28 De esta manera, el
modelo de organización que se debatía pululaba en medio de una puja de poderes por
construir un consenso que llevara al orden y a la estabilidad, entre el peso teórico de lo
público-institucional y la práctica de lo privado-individual.
La política de expansión de la frontera, en el periodo independiente, se produjo a
través de sucesivas comisiones expedicionarias, a fin de analizar la situación de la pobla-
ción y el problema con los indios y el corrimiento y establecimiento de la línea de fronte-
ras, que implicaba la incorporación y organización del territorio. La primera de ellas (1823)
se estableció después de 44 años de la instituida por el virrey Vértiz (1779); la siguiente se
efectuó a los 10 años (1833) con Juan Manuel de Rosas, llevando el límite de la frontera
hasta el río Colorado;29 y la tercera y última a los 46 años de la anterior, en 1879, con Julio
A. Roca y su Campaña del Desierto, que llevaría el límite hasta el río Negro.

28 La literatura en torno a este tema es amplia y variada; véase, entre otros, CHIARAMONTE, José Carlos La
crítica ilustrada de la realidad. Economía y sociedad en el pensamiento argentino e iberoamericano del
siglo XVIII, CEAL, Buenos Aires, 1982; HALPERIN DONGHI, Tulio Una nación para el desierto argen-
tino, CEAL, Buenos Aires, 1982; GELMAN, Jorge Un funcionario en busca del estado. Pedro Andrés
García y la cuestión agraria bonaerense, 1810-1822, UNQ Editorial, Bernal, 1997.
29 En 1827, Juan Manuel de Rosas fue nombrado Comandante de Milicias de la Campaña y a pedido del
gobernador Manuel Dorrego, se le encargó “no sólo la celebración y conservación de la paz con los indios,
sino también la preparación de un plan destinado a extender las fronteras del sur”. IBARGUREN, Carlos
Juan Manuel de Rosas..., cit., p. 101. Así dispuso la fundación del Fuerte Federación (hoy Junín), 25 de
Mayo, en el paraje Cruz de Guerra, y Bahía Blanca en el año 1828.

56
prohistoria 10 - 2006

En este sentido, es dable reconocer, como señala Saldías,30 la importancia de la Me-


moria que elevó Rosas al Directorio en 1819, según expreso pedido de ese gobierno para
que, junto a Juan José de Anchorena y el Dr. Vicente A. Echeverría, detallasen el modo y
forma de realizar la internación de los habitantes en la campaña. En este documento, Rosas
expresaba que
“para asegurar la propiedad y la vida en la campaña, es indispensable
ante todo, poner el sur al abrigo de los ataques de los perturbadores
del orden y cuantos vagabundos recorren en unión de los indios la
zona de tierra comprendida entre la línea exterior del Salado, frente al
fortín de Lobos y la Sierra, ocupando el campo vacío entre la línea de
las estancias y la de las Tolderías”.
La Memoria fue aceptada por Pueyrredón y por una comisión de hacendados que
dictaminó a favor, pero los acontecimientos del año 1820 vinieron a truncar la ejecución
del Plan de Operaciones que Rosas recién pudo concretar en el año 1833.
De todos modos, en el primer movimiento después de la Revolución, como dijimos,
se fundó el Fuerte Independencia (1823) que, originariamente, contó con 400 hombres y
adonde llegaba toda clase de vivanderos y mercaderes no sólo para comerciar sino tam-
bién para asentarse. En 1833, según Juan Manuel de Rosas, “...los buenos resultados de la
expedición tendrán grande influencia en la marcha de los negocios públicos”.31 Su objeti-
vo “es hacer la guerra al indio ladrón y asesino para asegurar las fronteras de la provincia
y establecer en los campos, siempre amenazados por el malón del bárbaro, la paz y el
orden”.32
La administración jurídica quedó en manos de los jueces de paz, en vinculación
directa con el gobernador de la provincia, hasta el surgimiento de las municipalidades
electivas, y la defensa del territorio a merced de comandantes y soldados reclutados arbi-
trariamente.

30 SALDÍAS, Adolfo Historia de..., cit., p. 23.


31 “... y en los privados también, en particular los suyos. La legislatura premió a Rosas con la donación de la
isla Choele-Choel en recompensa por su exitosa campaña contra los indios, pero a pedido de éste se le
permitió reemplazarla con la propiedad de más de 60 leguas de campo (162000 has.), donde éste dispusie-
ra. También le otorgó una medalla, una espada de oro y una banda al “ilustre defensor que engrandeció la
provincia y aseguró sus propiedades”. GÁLVEZ, Manuel Vida de Juan Manuel de Rosas, Claridad, Buenos
Aires, 1997 [1940], p. 183 e IBARGUREN, Carlos Juan Manuel de Rosas..., cit., p. 195. SALDÍAS,
Adolfo Historia de..., cit., p. 33, advierte que el Poder Ejecutivo autorizaba a negociar un crédito de un
millón y medio de pesos m/c con el objeto de costear los gastos de la expedición, afectando a su cargo la
tierra pública y asignando para el servicio de los intereses un impuesto de doce reales que pagaría cada
cabeza de ganado introducida para el consumo y saladeros, pero no podría proveerle de vestuario, municio-
nes, pertrechos, caballadas ni ganado para el consumo. No obstante esto, Rosas resolvió costear la campaña
con sus propios recursos y el de sus amigos. Comandó una expedición de 2010 hombres secundado por el
gral. Ángel Pacheco.
32 IBARGUREN, Carlos Juan Manuel de Rosas..., cit., p. 285.

57
ANDREA REGUERA “Entre la ley y el azar...”

Una vez instalados los fuertes, una comisión de ingenieros se encargaba de mensurar
y amojonar los terrenos que el gobierno daría en explotación a todos aquellos que quisie-
ran instalarse en la frontera: solares, quintas, chacras y estancias. Si bien es posible que
esta propuesta gubernamental haya atraído a mucha gente, las cosas no sucedieron tal cual
las disposiciones legales sino según las particularidades reales. La tierra quedó, rápida-
mente, en manos de enfiteutas, a través de las denuncias correspondientes, que a partir de
las leyes de Rosas se convirtieron en propietarios. En el medio, promedió un traspaso de
derechos de enfiteusis que llegó a constituir un verdadero mercado. La enfiteusis intentaba
asegurar la producción de las tierras manteniendo, el Estado, la propiedad como garantía
de deuda pública.33
En 1833, el Departamento Topográfico realizó una estimación de la tierra pública
existente en el interior de la frontera, sobre la base de los cálculos estadísticos fundados en
las mensuras practicadas por dicha oficina, de 11616321 has., de las cuales el 58% (2268,35
leguas, o sea 6124545 has.) estaba dado en enfiteusis, y al exterior de 32516100 has.34
En el periodo rosista, por las diferentes leyes, se dieron:
1) Donaciones incondicionadas (1834 a 1840) bajo la forma de:
a) Premios por acciones militares: ley de 1834 (8500 boletos) y 183535 un total de
193,50 leguas (522450 has.) entre 123 personas (de ellas 18 personas
escrituraron 106,45 leguas: de éstas, después de Rosas se confirmaron 74,95
leguas y se reconocieron derechos a los tenedores de acciones por 87,05 le-
guas).
b) Fidelidades políticas: ley de 1839 un total de 663 leguas (1790100 has.): entre
293 personas (de ellas 6 personas escrituraron 35 leguas).
c) Simples donaciones (sin especificar los motivos): decretos de 1840 y 1841:
51,3 leguas (138510 has.): entre 4 personas (todas escrituradas) y 714,3 leguas
(1928610 has.): entre 297 personas (de ellas 9 personas escrituraron 86,25
leguas). Todas estas donaciones fueron anuladas a la caída de Rosas: tanto las
escrituradas como las acciones pendientes de escrituración. Sólo se atendió el
reclamo de ex enfiteutas por 54 leguas.

33 Para un estado de la cuestión sobre el tema de la tierra, véase, entre otros, FERREYRA, Ana Inés “La tierra
en Argentina, de la colonia a la organización nacional. Producción historiográfica y fuentes para su estu-
dio”, en Boletín de Fuentes. América Latina en la Historia Económica, núm. 16, 2000 y BANZATO,
Guillermo “Expansión territorial bonaerense, 1780-1880. Aportes de la historia local”, en Anuario del
CEH, núm. 1, 2001.
34 Otros cálculos fueron los de Felipe Senillosa, en una sesión de la Junta de Representantes en 1839, estimó
la superficie dada en enfiteusis en 3 mil leguas; Eduardo Saguier calculó, para el periodo 1822 a 1838,
3547 leguas; y María Elena Infesta, considera que el total del área enfiteútica cedida por el Estado entre
1823 y 1840, según las escrituras consultadas en la Escribanía General de Gobierno, fue de 2482,75 leguas.
INFESTA, María Elena y VALENCIA, Marta “Tierras...”, cit.
35 Premios por acciones militares: ley 1834: 60 (31,5 las conservó y 28,5 fueron repartidas) + 50 = 110 leguas;
ley 1835: 17; decreto de 1837: 21,25; decreto de 1839: 24,75; decreto de 1839: 5 y decreto de 1840: 15,50.
INFESTA, María Elena y VALENCIA, Marta “Tierras...”, cit.

58
prohistoria 10 - 2006

El total general fue de 907,8 leguas (2451060 has.). Se retiraron 862,55 leguas y de
los boletos retirados se escrituraron 192,7 leguas entre 24 personas.
2) Ventas: ley de 1836: 1500 leguas (4050000 has.), para 1839 se habían vendido
1300 (3510000 has., el 85%) entre 267 personas.
Por esta Ley de Ventas (1836) se autorizaba al Gobierno porteño a vender 1500
leguas de campo, baldías o en enfiteusis. La prioridad la tendrían los enfiteutas sin obliga-
ción de compra. Se podía vender hasta la cantidad de un millón de pesos (lo que se percibía
en concepto de canon enfiteútico era de 60 mil pesos), y la inversión de dicha suma servi-
ría para solventar los gastos de la campaña al desierto de Rosas (1833), pago de la deuda
atrasada y circulante, y cubrir la emisión de más de 2 millones de billetes por parte de la
Tesorería. Las tierras enfiteúticas tenían un valor de 5 millones de pesos y las libres de esos
contratos 19 millones. El Estado, a través de la venta, percibiría mayores aportes por la
contribución directa debido al aumento de la producción.36
Los precios de venta fueron: $5000 la legua en el interior del Salado; $4000 desde la
línea de frontera hasta Tandil; y $3000 fuera de la frontera. Los precios eran tan bajos que
podían considerarse correspondientes a un tercio de su valor. El pago podía hacerse al
contado (con un descuento) o en cuotas. Debían firmar letras por las sumas a pagar e
hipotecar todos sus bienes. El pago podía hacerse en moneda corriente, billetes de tesore-
ría o en ganado, o en una combinatoria de las tres.
El bloqueo francés y las urgencias del erario público explican algunos cambios en la
disposición de la ley. En 1838, Rosas dispuso la renovación de los contratos enfiteúticos
por 10 años más y la venta de aquellas tierras cuyos enfiteutas no hubieran abonado el
canon correspondiente.
A la caída de Rosas se inició un proceso de revisión de toda la legislación del periodo
que afectó a las donaciones, a los premios militares, a la fidelidad política y a todos aque-
llos ocupantes que no poseían títulos legales.37 Para estos últimos, se dispuso, a partir de
1857, el arrendamiento, dándose prioridad a los ex enfiteutas y a los mismos ocupantes.
Después de Rosas, las ventas continuaron consolidando el régimen liberal de la tie-
rra pública, que tuvo en la ley de 1878 su consagración definitiva, a través de un sistema de
suscripción de acciones que permitiría financiar la campaña militar de Roca.38 En 1879,
con la Campaña del Desierto, 4 mil leguas (10800000 has.) de tierras vírgenes fueron

36 INFESTA, María Elena y VALENCIA, Marta “Tierras...”, cit.


37 La ley de 1858 anuló las donaciones efectuadas entre 1829 y 1852, aún cuando hubiesen sido hechas en
pago de servicios y constasen en escritura, y los premios a la fidelidad. Los premios por combates contra los
indios fueron reconocidos. En total, volvieron al Estado 117,75 leguas (317925 has.). De la época de Rosas,
de las 192,7 leguas escrituradas, se reconocieron, por la vía de las excepciones, 163,95 leguas (442665
has.). INFESTA, María Elena y VALENCIA, Marta “Tierras...”, cit.
38 Ley de agosto de 1857: 100 leguas (270 mil has.); ley de octubre de 1857: 1400 leguas (3780000 has.); ley
de 1859: 100 leguas (270 mil has.); 1864: 740 leguas (1990000 has.); 1867: 350 leguas (945 mil has.);
1871: 1370 leguas (3690000 has.) y 1878: 1481 leguas (3990000 has.). Para completar este tema, véase
SABATO, Hilda Capitalismo..., cit., pp. 59-61.

59
ANDREA REGUERA “Entre la ley y el azar...”

incorporadas a la estructura productiva de la región pampeana. Por la ley de 1884 fueron


vendidas, de manera condicionada, 1320 leguas (3560000 has.) y por la ley de recompen-
sas a los militares, fueron distribuidas 1900 leguas (5130000 has.) entre 541 personas.
En líneas generales, es posible afirmar que desde el primer gobierno de Juan Manuel
de Rosas (1829) hasta el gobierno del gral. Julio A. Roca (1904), el Estado argentino dio o
vendió 32447045 hectáreas en la región pampeana.
Estas leyes crearon una sociedad de propietarios que sería el fundamento político de
un proyecto que en el discurso fue liberal e igualitario, pero en la acción elitista y exclu-
yente, y que por más críticas e intentos de transformación que haya tenido (la de una
sociedad de propietarios en una sociedad campesina), el peso de los intereses de una clase
económica vinculada al Estado pudo más que la propuesta de ideas igualitarias y progre-
sistas, marcando una alarmante continuidad en la ostentación de privilegios.
Los actores de nuestro estudio eran propietarios en un partido de la provincia de
Buenos Aires en el siglo XIX, el partido de Tandil. Para ello, identificaremos, en primer
lugar, a los 16 enfiteutas originales y luego a los 25 primeros propietarios legales que tuvo
el partido. Obviamente, lo que identifica la unidad de la categoría es que detentaban un
derecho legal sobre la tierra, aunque a su interior hubiera una gran diversidad, y ésta no
tenía que ver con el lugar que ocuparan en una escala de magnitud estructural, sino con el
grado de poder que detentaban en la sociedad. Ese poder, por más que estuviese material-
mente fundado en un cierto nivel de riqueza, estaba relacionado con el grado de prestigio
y de autoridad adquirido, marcando una dependencia del reconocimiento de los otros que
reposaba en el seno vincular caracterizado por los lazos de parentesco (filiación directa o
indirecta), amistad, vecindad o compadrazgo. Aquí, entonces, es posible identificar a los
individuos, por un lado, y a los grupos familiares, por el otro.
Individuos que extendían su área de influencia desde el centro metropolitano, o de
zonas de antiguo asentamiento –como Chascomús, Magdalena o Dolores–, hacia zonas
nuevas, acompañando el corrimiento de la frontera y, por ende, en algunos casos, la insta-
lación de sus familias, formando importantes patrimonios territoriales y familias extensas.
¿Quiénes eran estos enfiteutas? De la denuncia más antigua, Bernardo José de Ocampo,
sabemos que era un presbítero. De muchos, no hemos podido conseguir aún datos (Domin-
go Anglada, Nicolás Guerra, Ramón Larrea, Jacinto Pi, José María Sagari, Jacobo Varela
y Enrique Videla). Del resto, sabemos que algunos ya tenían enfiteusis en otros partidos,
siendo, algunos de ellos, personajes importantes como José Benito Miguens,39 Juan N.

39 José B. Miguens, pertenecía a una familia de antiguo arraigo en la región. Hijo de Francisco Miguens,
quien a su vez era hijo de Marcos Miguens, un gallego llegado al Río de la Plata a mediados del siglo XVIII,
en 1770 ya tenía adjudicadas tierras en el Pago de la Magdalena y en 1796 pobló campo al sur del Salado.
José Benito formó una sociedad familiar con sus hermanos, Felipe Santiago y Eusebio, denunciando en
1827 7,3 leguas en el Chapaleofú y 12,5 leguas en el partido de Ayacucho, en total llegaron a tener 19,8
leguas (53460 has.). En 1826 fue Juez de Paz del recién creado partido de Dolores y Monsalvo. UDAONDO,
Enrique Diccionario Biográfico Argentino, Imprenta y Casa Editora Coni, Buenos Aires, 1938 y CUTOLO,
Vicente O. Nuevo Diccionario Biográfico Argentino (1750-1930), Elche, Buenos Aires, 1968.

60
prohistoria 10 - 2006

Fernandez,40 Manuel Arroyo y Pinedo41 y Pedro Burgos.42


La media luna del sudeste bonaerense, rica en tierras fértiles, fue un seguro corredor
de inversiones para comerciantes, milicianos, hacendados y políticos ávidos de ampliar
horizontes y de hacer uso de conocimientos, influencia política e información.
A diferencia de Infesta, para quien la mayoría de los enfiteutas en la provincia de
Buenos Aires se convirtieron en propietarios, en nuestro caso sólo uno de los 16 enfiteutas
originales accedió a la propiedad de la tierra que tenía en enfiteusis (Lorenzo A. de Iriarte
o Uriarte). Otros accedieron a la propiedad de otras parcelas (José B. Miguens y Pedro P.
Ponce) y en otros partidos de la provincia (Juan N. Fernández, Pedro Burgos).
Por otro lado, es importante remarcar las transferencias que se hicieron de los dere-
chos de enfiteusis entre particulares: con primeros, segundos, terceros y cuartos traspasos.
Al principio, según lo investigado por Infesta y Valencia para toda la provincia, fueron un
poco anárquicas y luego quedaron registradas en la Escribanía Mayor de Gobierno. Los
momentos de mayor movimiento de los negocios corresponden a los años 1826-27 y 1833-
34, sobre todo éste último, previo a la venta de tierras que comenzó en 1836. Esto puede
sugerir que las ventas motorizaron las transferencias entre particulares y éstas impulsaron
la acumulación. Veamos en el cuadro 1 quienes fueron los propietarios.

40 Juan N. Fernández fue otro gran hacendado de la provincia de Buenos Aires. Miembro fundador de la
Sociedad Rural Argentina (1866). Era propietario de la estancia Los Manantiales en Chascomús, desde
donde irradiaron sus inversiones en tierras. Entre 1822 y 1830 obtuvo un total de 86,5 leguas (233550
has.). En el Chapaleofú denuncia 7,5 leguas aunque las traspasó para establecerse en la estancia El Carmen
(partido de Necochea). UDAONDO, Enrique Diccionario..., cit. y CUTOLO, Vicente O. Nuevo Dicciona-
rio..., cit.
41 Manuel Arroyo y Pinedo, amigo y socio de Juan Martín de Pueyrredón, alcanzó el grado de teniente coronel
de las milicias porteñas. Ubicado en la línea política de Rivadavia, fue regidor del Ayuntamiento porteño en
1812 y de 1820 a 1824 representante de la Legislatura, presidiendo en varios periodos dicho cuerpo. En esa
fecha, militaba en la logia los Caballeros de Buenos Aires adicta al gobernador Martín Rodríguez y a su
ministro Rivadavia. En 1825 fue director del Banco Nacional y formó parte de la Comisión del empréstito
británico. En 1826 presidió el Congreso Constituyente que sancionó la Constitución de 1826 que consagró
como primer presidente a Bernardino Rivadavia. En 1828 denunciaba 11,8 leguas en el Chapaleofú, te-
niendo además 26 leguas en Gral. Guido (su estancia El Sauce distaba 5 leguas de Dolores). En total, era
dueño de 37,8 leguas (102060 has.). En 1829 fue electo diputado, pero el advenimiento de Rosas al poder
lo eliminó de la función pública. Falleció en Buenos Aires, donde había nacido en 1778, en 1839. Estaba
casado con María Felipa Pérez del Puerto (uruguaya). UDAONDO, Enrique Diccionario..., cit. y CUTOLO,
Vicente O. Nuevo Diccionario..., cit.
42 Pedro Burgos, amigo y compadre de Juan Manuel de Rosas, también provenía de Chascomús. Dueño de
una tropa de carretas, denunciaba en 1827 11,2 leguas en el Chapaleofú, teniendo además 4 leguas en Pila.
En 1832, formando parte del Regimiento 5° de Milicias de Caballería de Campaña, fundó el Fuerte San
Serapio Mártir del Arroyo Azul y en 1833 acompañó a Rosas en la Campaña al Desierto. DE ANGELIS,
Pedro “Diario de la Comisión nombrada para establecer la Nueva Línea de Frontera al Sur de Buenos Aires
bajo la Dirección del Coronel Juan Manuel de Rosas”, en Obras y Documentos, Plus Ultra, Buenos Aires,
1972, T. VIII A.

61
ANDREA REGUERA “Entre la ley y el azar...”

Cuadro 1
Enfiteutas y propietarios del Partido de Tandil

N° Año Enfiteutas Leguas Año Leguas Propietarios


1 1824 Bernardo J. 13,8 1837 2,6 1) Laureano Salinas
de Ocampo 1837 2,6 2) Santiago Abalos
1838 5,5 3) Pedro González
2 1826 Juan N. 7,5 1837 7,5 4) Manuel Zenón Duval
Fernández
3 1827 José Benito 7,3 1837 7,3 5) Francisco Sáenz Valiente
Miguens
4 1827 Pedro 11,2 1838 11,2 6) Felipe B. Arana
Burgos 1,5
1,8
5 1827 José María 5,3 1837 5,3 7) José Benito Miguens
Sagari
6 1827 Jacobo 4,7 1838 4,7 8) y 9) Felipe Santiago y
Varela Eusebio Miguens
7 1828 Nicolás 12,8 1838 6 10) Francisca Ibarra y
Guerra 1838 11) Pedro Córdoba
6 12) Simón Pereyra
8 1828 Victorino 4 1837 2 13) Gerónimo Morales
Aristegui 1839 2 14) Inocencia F. de Ponce de León
9 1828 M. Arroyo 11,8 1838 11,8 15) Hipólito Piñero
y Pinedo
10 1828 Jacinto Pi 12,7 1838 1,7 16) Manuel Morillo
1838 10,9 17) Pedro Pablo Ponce
11 1828 Enrique 12,5 1839 3 18) José A. Castaño
Videla 1839 3 19) Juana López
1839 6,5 20) J.A. Castaño y Juan Reynoso
12 1828 Domingo 12 1838 5 21) y 22) Ramón e Ignacio Gómez
Anglada
13 1828 Ramón 11,6 1838 11,6 Ramón e Ignacio Gómez
Larrea
14 1830 Pedro Pablo 12,7 1838 6,7 23) Felipe Vela
Ponce 1838 12
1838 2
1835 4
1839 6
15 1832 Marcelino 12 1836 12 24) José M. Saavedra
Pareja
16 1832 Lorenzo A. 10,7 1833 10,7 25) L. A. de Uriarte
de Uriarte
Fuente: Catálogo General de Mensuras

62
prohistoria 10 - 2006

¿Quiénes eran estos nuevos propietarios? Nuevamente, como en el caso de los


enfiteutas, no poseemos datos completos para todos, sólo de algunos, lo cual nos va a
permitir seguir algunos casos en particular, en especial para analizar los vínculos. Para
ello, es necesario analizar cómo se fueron dando los traspasos, quiénes fueron los propie-
tarios más importantes y cuáles fueron los grupos familiares que permanecieron en propie-
dad hasta comienzos del siglo XX.
De estos 25 primeros propietarios, el mayor porcentaje se desprendió por partes o en
forma entera de la propiedad de manera inmediata o promediando la década de 1850, en
tanto que aquellos que habían reunido un importante patrimonio, por encima de las 10
leguas, considerada la media de las parcelas otorgadas en enfiteusis, hicieron el traspaso
del dominio al cumplirse su ciclo de vida. Esto hace resaltar un pequeño grupo de diez
grandes propietarios (cuadro 2). De ellos, tomaremos los que lograron conservar la pro-
piedad de la tierra desde 1838 hasta por lo menos 1928, que son los datos aportados por la
Guía rural del partido de Tandil.
Cuadro 2
Grandes propietarios del Partido de Tandil (1838)

N° Año Propietario Leguas Hectáreas

1 1839 Pedro José Vela 18,7 50.490


2y3 1838 Ramón e Ignacio Gómez 16,6 44.820
4 1838 Felipe Arana 14,5 39.150
5 1836 José Manuel Saavedra 12 32.400
6 1838 Pedro Pablo Ponce 12 32.400
7 1838 Hipólito Piñero 11,8 31.860
8, 9 y 10 1833 Lorenzo A. de Uriarte 10 27.000
11 1838 Felipe S., Eusebio y 10 27.000
José B. Miguens

Total: 105,6 = 285.120 has. (1)

Fuente: Catálogo General de Mensuras


(1) De las 161 leguas cuadradas que tenía el partido, estos 10 propietarios concentraron 105,6 leguas.

En 1864, los 25 propietarios pasaron a ser 35; en 1890, 93; en 1909, 252; en 1923,
309 y en 1928, 298. Cotejando estos datos con el número de habitantes para el total del
partido, vemos que el porcentaje de propietarios para 1864, según los datos del Censo
Nacional de 1869, fue de 0,7% sobre un total de 4870 personas; para 1890, según el Censo
Provincial de 1890, fue de 0,8% sobre un total de 10673 personas; y para 1909, según los
datos del Censo Nacional de 1914, fue de 0,7% sobre un total de 34061 personas. En todos

63
ANDREA REGUERA “Entre la ley y el azar...”

los casos, no sobrepasó el 1%, mientras que el número de habitantes se duplicó y triplicó.
Esto habla, entonces, de un virtual monopolio de la propiedad de la tierra.
Cuadro 3
Propietarios del Partido de Tandil de 1838 a 1928
Total Miembro del Grupo Total de
Primer de Has. Familiar que sigue siendo Parentesco Has. Has. en
Propietario en 1838 propietario en 1928 1928
Pedro J. Vela 50.490 Inés Vela de Troncoso Hija 10.799 16.199
Ricardo García Nieto político 5.400

Ramón Gómez 22.410 Rosaura Machado de Gómez Nuera 2.814


Sara Gómez Machado Nieta 6.296
de Figueroa Gómez
Raúl Agote Bisnieto político 261
Sara Figueroa de Agote Bisnieta 961
Elena A. Figueroa Bisnieta 961
Juan A. Figueroa Bisnieto 961
Miguel C. Figueroa Bisnieto 961
Emilio Delpech Nieto político 665
María Luisa Nieta 1.110
López de Guitardi

Felipe Arana 39.150 Mercedes Arana Nieta 1.957 21.904


Elena Bilbao de Aguirre Nieta 1.658
Mercedes Bilbao de Pérez Nieta 3.070
Martínez
Alcira Quirno Costa de Bilbao Nieta política 1.928
Pascuala Bilbao de Vicuña Nieta 2.560
A.D Llambí Arana Bisnieto 2.337
Eduardo Arana Nieto 2.049
Arminda Zelis de Arana Nuera 2.338
Miguel Arana Zelis Nieto 2038
Daniel Arana Nieto 1.969

Hipóli Hipólito 31.860 Raimundo Piñero Bisnieto 3.150 3.150

Fuente: Catálogo General de Mensuras y Guías Rurales de 1909, 1923 y 1928

De estos grandes propietarios del partido y la zona, me interesaría contraponer dos,


justamente los que tuvieron vínculos políticos con Juan Manuel de Rosas.
El primer caso es el de los hermanos Pedro José y Felipe Vela. Estos llegaron a tener
un total de 64 leguas cuadradas en el partido del Chapaleofú (172800 has.). Con la actual
delimitación entre los partidos, sus tierras quedaron distribuidas de la siguiente manera:

64
prohistoria 10 - 2006

32,5 leguas correspondientes a la estancia Loma Partida quedaron entre el partido de


Rauch y Ayacucho y 31 leguas entre el partido de Tandil y Juárez.
El origen de los hermanos Vela no es claro. Pedro José Vela nació en San Carlos
(Uruguay) en 1790. En 1823 se casó en Buenos Aires con Petrona Vázquez y tuvieron 14
hijos. Se considera que Pedro José Vela y su hermano Felipe fueron los primeros comer-
ciantes que tuvo el Fuerte Independencia (Tandil, 1823),43 obteniendo tierras –primero en
enfiteusis y luego en propiedad– de forma inmediata. Como comerciantes, tenían patentadas
11 carretas (cobraban 100 pesos el flete) y además de proveer de reses para el consumo de
la guarnición, eran prestamistas.
Si bien ambos hermanos se iniciaron juntos en el comercio y en la inversión de
tierras, pronto emprendieron caminos diferentes. Mientras Felipe, federal y amigo perso-
nal de Rosas, se dedicó, además de su actividad de estanciero, a la política, ejerciendo el
cargo de juez de paz en Bahía Blanca (1836 a 1841) y luego en el partido del Chapaleofú
(1841 a 1858),44 con sede en su estancia Loma Partida, Pedro José se dedicó enteramente
a la empresa agropecuaria. Cuenta Juan Fugl en sus memorias45 que en oportunidad de
hacer una visita al estanciero Ignacio Gómez, éste le dijo: “Si ha venido al país a quedarse
debe Ud. [...] respetar y obedecer las autoridades de la localidad, que son el Juez de Paz,
don Felipe Vela, el Alcalde, don Daniel Arana, el comandante, don Rosendo Parejas [...],
el Teniente Alcalde, don Rómulo Zabala y a mí, que he sido Alcalde”.
La fuente es sumamente rica y conviene seguir leyendo un poco más, dice Fugl:
“Durante mis primeros años de colono las autoridades no me ayuda-
ron a defender mi propiedad. El comandante era un hombre bueno
pero, como militar, no le tocaba intervenir en esas cosas. El alcalde
era hijo de Arana, el ministro favorito de Rosas y no se iba a ocupar
de bagatelas. El juez de paz no era malo pero vivía lejos, en su estan-

43 SALDÍAS, Adolfo Historia de..., cit., T. III, p. 56, menciona que cuando en 1833 en la Expedición del
Desierto, se agotaron los artículos de consumo, Rosas se vio obligado a emitir con su sola garantía vales
hasta por valor de cien mil pesos, para pagar a los comerciantes y vivanderos que le vendían lo necesario.
Esos vales circularon como moneda corriente en manos de comerciantes del Fuerte Argentino (Bahía Blan-
ca) como Felipe Vela y otros.
44 Los jueces de paz duraban un año en sus funciones y eran elegidos por el gobernador. A semejanza de éste,
concentraban la suma del poder público, pues a su cargo estaba la administración del poder judicial, el
manejo de los asuntos municipales, la policía y la jefatura de la guarnición militar. Podían descargar parte
de estas facultades en los alcaldes de cuartel y tenientes alcaldes y cobraban un sueldo de $130. Al ser los
sueldos tan magros, como concesión, los jueces eran autorizados a carnear diez reses mensuales de marcas
desconocidas y destinar la carne a la partida y los cueros al gobierno. El juez era el encargado de imponer el
orden y para ello contaba con una partida constituida por un sargento y diez soldados. El primer juez de paz
del partido del Chapaleofú data de 1839. SUÁREZ GARCÍA, José María Historia del Partido de Lobería,
Buenos Aires, 1949, T. I, pp. 163-164.
45 Colono dinamarqués llegado a Tandil en 1848. FUGL, Juan Abriendo surcos, Altamira, Buenos Aires,
1973, p. 46.

65
ANDREA REGUERA “Entre la ley y el azar...”

cia. En tal situación, lo único que me valía era infundir respeto entre
los vecinos...”46
En Tandil, Pedro José Vela adquirió, en 1835, 4 leguas de campo correspondientes al
cnel. Martiniano Rodríguez que había sido agraciado por la Ley de Premios Militares. En
1838, adquirió 2 leguas más, esta vez a Gregorio Guerrico, que las había obtenido en
mayor proporción de su padre Manuel José Guerrico (amigo de Rosas), también beneficia-
do por la Ley de Premios Militares con una extensión de 5 leguas cuadradas. En 1838,
adquirió 6,7 leguas que correspondieron a la enfiteusis de 12,7 leguas que él mismo había
adquirido en 1834 de la enfiteusis de Pedro Pablo Ponce, quien a su vez había poseído esta
extensión en enfiteusis desde 1830. En 1838, adquirió también 12 leguas más que le ha-
bían sido transferidas en enfiteusis por José Valiero en 1835, poseyéndolas éste desde
1828 en enfiteusis. En 1839, Vela adquirió otras 6 leguas de campo producto de una trans-
ferencia de derechos de enfiteusis que había obtenido de Juana Bravo en 1837; ésta, a su
vez, las había obtenido de Santiago Tobal en 1834 y éste de Benito Passo, quien había
tenido esta extensión en enfiteusis desde 1828. Cuando Vela obtuvo la transferencia de
esta extensión en 1838, transfirió 3 leguas al cnel. Narciso del Valle, 3 leguas a Remigio
Islas y adquirió 6 leguas al Estado.47 Su patrimonio, en el partido de Tandil, sumó en total
30,7 leguas.48 El total de 49,8 leguas que tenía en la provincia, las pagó: 12,6 en cuotas de
moneda corriente (era moneda devaluada debido al efecto de la inflación); 12 en billetes
de tesorería; 19,2 en ganado y 6 leguas combinando ganado y moneda.
Cuando Pedro José Vela falleció en Buenos Aires en 1857, su patrimonio fue hereda-
do por su esposa y sus 14 hijos. En 1863 se practicó la mensura de sus bienes para proceder
a su testamentaría. Las 31 leguas de campo que Vela poseía entre el partido de Tandil y
Ayacucho fueron divididas en 24 lotes: 6 lotes de 2 leguas cada uno, 3 lotes de 1 legua y
media y 15 lotes de 1 legua. En 1878 se produjo la testamentaría de Petrona Vázquez de
Vela y los campos de Tandil quedaron para Inés V. de Troncoso, Teresa V. de Fontán,
Eduarda V. de Alvear, Petrona V. de Valdivieso y Felipe Tobías Vela.
El otro caso es el de Felipe Benicio Arana y Andonaegui. Nació en Buenos Aires en
1786. Hijo de José Joaquín de Arana (regidor, defensor de menores, alcalde de segundo
voto y cónsul fundador del Real Tribunal del Consulado de Buenos Aires) y María de las
Mercedes de Andonaegui y Herrera Sotomayor y Rivadeneyra (hija del gobernador y capi-
tán general de las Provincias del Río de la Plata entre 1682 y 1691). Cursó estudios en el
Real Colegio de San Carlos y luego se recibió de abogado en la Universidad de San Felipe
en Santiago de Chile. Inició una carrera política que lo tuvo como asistente al Cabildo

46 FUGL, Juan Abriendo surcos, cit., p. 50.


47 Narciso del Valle, Jefe del Regimiento 5° de Milicianos del Sur, destacado en Arroyo Grande, y Martiniano
Rodríguez formaron parte de la expedición fundadora de Bahía Blanca a cargo del cnel. Estomba.
48 Archivo Histórico, Dirección de Geodesia de la Provincia de Buenos Aires, Catálogo General de Mensuras,
Duplicados correspondientes al Partido de Tandil (en adelante AHG-PT), Mensuras 11-13-19-21-63;
CUTOLO, Vicente O. Nuevo Diccionario..., cit. y GUZMAN, Y. Las estancias del Tandil, Azul, 1998.

66
prohistoria 10 - 2006

abierto del 22 de mayo de 1810, luego asesor del gobierno en 1811, síndico procurador
general del Cabildo y luego uno de los tres miembros, junto a Juan José de Anchorena y
Manuel H. de Aguirre, de la Comisión Investigadora Secuestros que procesó al régimen de
los asambleístas del año XIII. Fue luego diputado y presidente de la Legislatura de Buenos
Aires (1827-1832) y ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Juan Ma-
nuel de Rosas (1835): fue el protagonista de los tratados Arana-Mackau (1840) y Arana-
Southern (1849).
Una de las características de Arana, remarcada por Ramos Mejía, Saldías y otros, fue
su prudencia y misticismo, relacionada seguramente con su vinculación a la filosofía su-
persticiosa anterior al año 1819, momento que marcó el tránsito entre el escolaticismo
rutinario y la filosofía moderna. En su juicio de sucesión, hemos encontrado que fundó una
Pía Memoria de Misas para el Sagrado Corazón de Jesús los primeros viernes de cada mes
en la iglesia de San Ignacio.49
En 1816 se casó con Pascuala Beláustegui (hija del comerciante español Francisco
Antonio de Beláustegui y Melchora Rodríguez y Sacristán de origen uruguayo) y tuvieron
9 hijos (3 fallecieron de niños y 2 no dejaron descendencia), llegando a formar no sólo una
gran familia sino también un importante patrimonio de un valor de $6734470 consistente
en fincas urbanas ($3350000), campos ($3110000), poblaciones ($71880) y bienes mue-
bles ($202590).50
El origen de su patrimonio territorial, que es el que nos interesa aquí, data de 1827,
cuando Pedro Burgos obtuvo 11,2 leguas cuadradas en enfiteusis. En 1832, transfirió su
derecho a Juan Enrique Coe (marino norteamericano residente en Buenos Aires) quien, en
1834, lo transfirió a la Firma Davison-Door&Cía. quienes, a su vez, el mismo año, lo
transfirieron a Felipe Arana. Este, finalmente, compró en 1838 la extensión al Estado en
$43650. A su vez, el Estado otorgó a Felipe Arana en 1835 una enfiteusis de 1,5 leguas (a
$508 el canon) que éste compró en 1838. Y, por otro lado, Juan E. Coe tomó en 1833 una
extensión de 1,8 leguas en enfiteusis y en 1834 la transfirió a Felipe Arana (pagando $74
de canon), quien terminó comprándola al Estado en 1838.51 De esta manera, Felipe Arana
reunió un total de 14,5 leguas cuadradas (39150 has.) en el partido de Tandil. Todas las
transacciones comerciales tuvieron lugar en la ciudad de Buenos Aires, donde Arana tenía
sus compromisos políticos. El pago de las 14,5 leguas se efectuó en ganado para abasto del
ejército en la frontera al precio de $46 las vacas y $50 los novillos de 2 años para arriba, de
esta forma entregó 300 vacas ($13.800) y 597 novillos ($29.850). Con lo cual, el pago de
la propiedad de la tierra se solventó con su propia explotación.
El patrimonio se mantuvo sin variantes durante 27 años, de 1838 a 1865, año del
fallecimiento de Felipe B. Arana. A su muerte, sus herederos, por Consejo de Familia,

49 Se trata de $500 m/c mensuales que requerían un capital de $100000 m/c colocado al 6% anual.
50 CUTOLO, Vicente O. Nuevo Diccionario..., cit. y Juicio de Sucesión de Felipe Benicio Arana (AGN,
Legajo 3548).
51 AHG-PT, Mensuras 2-42-51-57-73-85.

67
ANDREA REGUERA “Entre la ley y el azar...”

decidieron liquidar extraoficialmente, con intervención de todos los interesados, la testa-


mentaría, no sólo para abreviar los trámites sino también para allanar cualquier diferencia
que pudiera ocurrir, solicitando, después, la aprobación judicial de todo lo ejecutado. Así,
se procedió a inventariar todos los bienes, a fijar el precio de los inmuebles, hacer tasar el
de los muebles y establecer reglas para la repartición. El patrimonio territorial se dividió
entre: Pascuala Beláustegui de Arana, su esposa, que recibió 4921 has., y sus hijos: Pascuala
(casada con Luis Bilbao), que recibió 10805 has. –por voluntad de su padre su herencia
fue mejorada en la mitad del quinto de sus bienes, la otra mitad le correspondió a su
esposa–; Melchor, 8099 has.; Daniel, 11009 has.; Felipe de la Paz, 5471 has. y Mercedes
que, fallecida, fue heredada por su esposo José Roque Pérez y sus 8 hijos: Felipe, Carlos,
Eduardo, Ricardo, Alberto, Mercedes, María y Ernestina Pérez Arana.52
De todos los hermanos Arana, Daniel fue el que mayor renombre tuvo en la ciudad
de Tandil. Fue alcalde del cuartel 1 (1840-1852) y propietario de una casa de comercio,
además de miembro fundador de la Sociedad Rural Argentina. En 1849, el juez de paz,
Felipe Vela, cumpliendo disposiciones gubernativas, remitió a Buenos Aires una terna de
jueces de paz para el año 1850 proponiendo como primer candidato a Daniel Arana:
“Dn. Daniel Arana, Federal neto, Patria Buenos Aires, edad 30 años,
estado soltero, color blanco, domicilio cuartel 1º de este Partido, ejer-
cicio hacendado, sabe leer y escribir, ha servido con su persona y bie-
nes a la sagrada causa Nacional de la Federación y a este Juzgado de
Paz en todo cuanto se le ha ocupado. Es Alcalde de este Partido desde
el año 1841, cuyo empleo ha desempeñado con asierto, patriotismo y
devoción a la sagrada causa Nacional de la Federación. Su capital es
como de cien mil pesos y consiste en ganados y giro comercial, admi-
nistra a la vez sus intereses y los de su Sr. Padre Dr. Dn Felipe Arana,
hase ocho años que es vecino de este Partido donde tiene su residencia
fija. Reune las aptitudes y patriotismo necesario para desempeñar el
cargo de Juez de Paz.”53
Varias virtudes lo habilitaban para ser apto al cargo recomendado: ser hijo de un
federal consagrado y ser él mismo portador de la misma causa, su posición socio-económi-
ca de hacendado y atestiguar un capital de cien mil pesos, consistente en ganado y giro
comercial. Curiosamente, la tierra no aparece mencionada, bien podría suponerse que la
categoría hacendado hace referencia a la propiedad más que a la hacienda, como sinónimo
de ganado, y seguramente esto debe haber sido así, pues el ganado-hacienda debió pacer
en algún lado.
Después de siete años de la partición hereditaria, comenzaron a observarse diversas
enajenaciones a través de ventas y traspasos sucesivos entre familiares y con otras perso-

52 Juicio de Sucesión de Felipe Benicio Arana.


53 Cámara Comercial e Industrial de Tandil Album Histórico-Biográfico de Tandil, 1823-1923.

68
prohistoria 10 - 2006

nas. En la Guía de 1909 y 1928 figuran los herederos de la segunda generación Arana que
siguieron conservando parte del patrimonio. Todos aparecen domiciliados en la ciudad de
Buenos Aires y algunos en Europa, por lo tanto, la administración de sus propiedades
quedó en manos de mayordomos y administradores y la explotación en manos de arrenda-
tarios.54 Pocos miembros de la familia se afincaron en las tierras, y aquellos que lo hicieron
tuvieron, incluso, activa participación en la vida política de la comunidad. Estos fueron (la
sexta generación) los que lograron conservar, de alguna manera, hasta el día de hoy, parte
de lo que fuera originalmente el patrimonio familiar.
La idea de contraponer estos dos casos tiene que ver con que uno (Vela), de raíces
rurales (comerciales y de tierras), pasó al desempeño de la política, convirtiéndose en la
máxima autoridad extensiva del poder central en la frontera. Sus órdenes eran leyes. Por el
contrario, Arana, de culta educación y prolífica y prolija carrera universitaria y política, de
claras raíces urbanas, invirtió en la compra de fincas urbanas y de tierras (administradas
por sus hijos). Ambos hombres, de vinculación amical y política con Juan Manuel de Ro-
sas, llegaron a ser importantes propietarios, tanto que el patrimonio territorial que acumu-
laron les permitió sostener a su parentela hasta 1930 (y hasta el día de hoy).
La amistad, y sobre todo la amistad política, superaba los propios lazos familiares.
La amistad significa confianza, reciprocidad e intercambio de servicios entre iguales, ya
que hay un reconocimiento de la capacidad de acción del otro y de su poder.55 ¿Cuál era el
correlato económico en el cual se encuadraban estas relaciones políticas teñidas tanto de
rivalidad como de adhesión? Claramente, en lo que hace al proceso de construcción de un
proyecto nacional por parte de grupos sociales bajo inspiración ideológica liberal, coinci-
dían en la defensa de un derecho –sagrado, absoluto e inviolable– que era el de la propie-
dad privada.
Si bien no hemos encontrado vínculos que ligaran a los grupos familiares de nuestro
caso entre sí, hemos constatado la importancia de las relaciones con la autoridad política
central en el acceso a la información, tierras, bienes e influencia política. Incluso, a pesar
de las contradicciones que enfrentaron a los estancieros en 1839 –la Revolución de los
Libres del Sur–,56 observamos una importante cohesión de grupo ante el enemigo común

54 Por razones de espacio no hemos incluido toda la información aportada por las Guías de Propietarios
(1909, 1923 y 1928), sólo hemos seleccionado algunos datos de interés. También, GUZMAN, Y. Las estan-
cias..., cit.
55 Véase IMIZCOZ, José María “Communauté, réseau social, élites”, en CASTELLANO, Juan Luis y DEDIEU,
Jean-Pierre –editores– Réseaux, familles et pouvoirs dans le monde ibérique à la fin de l’Ancien Régime,
CNRS Editions, París, 1998, p. 54. También, GUERRA, Francois-Xavier México. Del Antiguo Régimen a
la Revolución, FCE, México, 1988 y AYMARD, Maurice “Amitié et convivialité”, en ARIES, Phillippe y
DUBY, Georges –coordinadores– Histoire de la Vie Privée, Seuil, París, 1999, T. 3.
56 Esta revolución, nacida en Dolores en 1839, bajo la conducción del cnel. Manuel Rico y Pedro Castelli,
pronto se extendió a los partidos de Chascomús, Monsalvo y al sur del Salado, donde contó con la partici-
pación de los estancieros Eustoquio Díaz Vélez, Ambrosio Crámer, Jacinto Machado, José Benito Miguens
y otros. Finalmente, la sublevación fue vencida por el gral. Prudencio Rosas, hermano de Juan Manuel, jefe
de los Regimientos 5° y 6° de Caballería, que tenía su asiento y residencia en Chascomús. A raíz de este

69
ANDREA REGUERA “Entre la ley y el azar...”

–en este caso, los malones indios–57 que ponía en peligro no sólo sus vidas sino también
sus intereses económicos. En este sentido, el coronel Benito Machado fue el gran protago-
nista de la defensa de los intereses agropecuarios en la costa sur en la segunda mitad del
siglo XIX.58 En varias de esas incursiones, logró rescatar no sólo a los “cristianos” cauti-
vos sino también al preciado botín que acostumbraban robar: miles de cabezas de ganado
vacuno y caballadas.
Caído Rosas, Machado regresó de su exilio y se dirigió a su recuperada estancia del
sur, en la Lobería, zona invadida permanentemente por indios. A raíz de ello, en 1854
organizó, como comandante de Guardias Nacionales del partido de Lobería, el Regimien-
to número 17, llamado Regimiento Sol de Mayo en razón del lugar (partido de Tres Arro-
yos) donde en 1857 se libró uno de los combates más sangrientos contra los indios. En
1858, fue ascendido a teniente coronel de Caballería de Línea. Después de Pavón (1862),
regresó a Tandil y fue nombrado jefe de la Frontera Costa Sur.59 Machado representaba
toda una autoridad en el campo del dominio militar y en la defensa de los derechos propie-
tarios.

Consideraciones finales
No se era simplemente propietario: a ello se sumaban cargos políticos y grados militares,
en donde los intereses particulares se mezclaban con las cuestiones generales. En ese

acontecimiento, el gobierno de la provincia propuso la creación de 9 secciones más que se agregaron a las
14 que se mandaron a crear. En 1830, el territorio de la campaña había sido dividido en 21 secciones.
SARCIAT, Pedro A. El Pago..., cit.
57 Después de la caída de Rosas, en 1852, volvió a recrudecer el problema de los malones indios (1855-1876).
El pueblo de Tandil sufrió cuatro malones en un mismo año, 1855 (marzo, septiembre, noviembre y di-
ciembre). A consecuencia de ello, en 1867, hubo un intenso debate en el Congreso de la Nación que
finalizó con la aprobación del proyecto de llevar la línea de la frontera sur hasta los ríos Negro y Neuquén,
como barreras naturales, mediante la conquista militar. Esta se realizaría una vez terminada la Guerra del
Paraguay (1865-1870) y superada la crisis de 1873. Véase, NAVARRO FLORIA, Pedro “El desierto y la
cuestión del territorio en el discurso político argentino sobre la frontera sur”, en Revista Complutense de
Historia de América, Vol. 28, 2002.
58 Benito Machado nació en Chascomús en 1823. Hijo de Jacinto Machado y Juliana Lamadrid pertenecía,
como su padre, al Partido Unitario y fue perseguido por su supuesta participación en la Revolución de los
Libres del Sur y, por ello, fusilado su padre y su hermano Mariano. Sus bienes, estancias y propiedades en
Chascomús, Tuyú y Lobería, fueron embargados; por lo tanto, debió emprender, como tantos otros, el
camino del exilio pasando a Montevideo donde inició su carrera militar. DEL VALLE, Antonio G. El
Coronel Don Benito Machado. Apuntes históricos, Tandil, 1908 y ROMEO, Salvador (h) Machado en el
sur, Tandil, 1934.
59 En 1874, adhirió a la causa mitrista en nombre de la antigua amistad que lo unía al gral. B. Mitre. Derrota-
do, volvió a exiliarse en Uruguay y, después de firmado el Pacto de la Conciliación, regresó a Tandil donde
se retiró hasta 1880, año en que participó, a favor de Buenos Aires, en el enfrentamiento entre el goberna-
dor de la provincia, Carlos Tejedor, y el presidente de la nación, Nicolás Avellaneda. Derrotado, volvió a
exiliarse en Montevideo de donde regresó en 1882 y fue reincorporado al Ejército. A partir de ese momento
se instaló en la ciudad de Buenos Aires, aunque finalmente regresó a Tandil donde murió en 1909. DEL
VALLE, Antonio G. El Coronel..., cit.

70
prohistoria 10 - 2006

entrelazamiento, cualquier actividad, política, económica o militar, se convertía en una


empresa.60
Si bien son claras las raíces foráneas de estos hombres, tanto urbanas como rurales,
es posible reconocer una primera instalación en sus establecimientos rurales, para luego,
indefectiblemente, regresar a la gran ciudad para la educación y el casamiento de los hijos.
En la zona de frontera se vislumbra un primer recambio generado, sobre todo, por el
fin de los ciclos de vida, la subdivisión de esos inmensos patrimonios entre los numerosos
miembros de las extensas familias; como consecuencia se produjo, como fenómeno, en
primer lugar el ausentismo, y en segundo lugar una reconfiguración de las propiedades por
efecto de la compra y venta producida entre hermanos, parientes y vecinos.
Muchos de estos hombres se conocían entre sí y formaban parte de lo que se conside-
raba un proceso de construcción de un orden político donde, desde diferentes posturas
ideológicas, niveles de riqueza y ocupaciones económicas, sentían pertenecer a un deter-
minado grupo social. Grupos definidos ya no por categorías jurídicas sino socio-económi-
cas y en donde las formas de jerarquía y de relación cambiaban en función de la ideología
dominante en la época. Las actividades sociales hacían al ambiente de la política y de los
negocios, donde era propicio cultivar vínculos, sobre todo amicales. Una de las fuentes
más importantes para analizar este tipo de relaciones es la correspondencia, donde es po-
sible reconocer en el vocabulario y en los tonos intimistas el grado de confianza y versati-
lidad expresado.
Las relaciones interpersonales se presentan como un espacio articulador de poder,
que regula los intereses comunes y los enfrentamientos más allá del cuadro institucional.
De esas relaciones, se desprende una serie de obediencias y de traiciones en una clara
competencia individual. Hay un modelo de dominación que no cambió.
Esto implica pensar en términos de una trama de centralización y aglutinación polí-
tica alrededor de una figura central (Rodríguez, Rosas, Roca) a partir de la cual, en un
contexto socio-histórico específico, se configuraron vínculos y prácticas que permiten com-
prender la construcción y deconstrucción de multiplicidad de proyectos y estrategias que
se formularon.
Por un lado, tenemos a los individuos y a las familias, entrelazados entre sí por
vínculos parentales, y por otro lado, tenemos a esos mismos individuos y a esas mismas
familias formando parte de grupos sociales, cuyos integrantes se fueron vinculando por
adhesiones políticas o sociales que los hicieron sentirse parte de lo mismo. Esta clase
poderosa experimentó continuos cambios en su constitución y comportamiento, aunque
existió una continuidad en las bases de acumulación y en las formas de distribuir las rentas

60 En general, las fortunas estaban constituidas por fincas urbanas, chacras ejidales, casas de comercio, tropas
de carretas, estancias, etc. Véase, GARAVAGLIA, Juan Carlos “Patrones de inversión y ‘élite económica
dominante’: los empresarios rurales en la pampa bonaerense a mediados del siglo XIX”, en GELMAN,
Jorge; GARAVAGLIA, Juan Carlos y ZEBERIO, Blanca –compiladores– Expansión capitalista y transfor-
maciones regionales, IEHS-La Colmena, Buenos Aires, 1999.

71
ANDREA REGUERA “Entre la ley y el azar...”

y obtener los beneficios, donde el favor y la influencia política seguían siendo los pilares
de la construcción de cualquier proyecto. Detrás de toda teoría, hay una práctica encarnada
por aquellos que quieren el control del poder.
La propietarización de la tierra, como dice Rosa Congost, es un proceso histórico
asociado al derrotero ideológico liberal que afirmaba la propiedad privada como un dere-
cho sagrado e inviolable. La constitución de los propietarios como grupo también es una
construcción histórica que reconoce en su conformación elementos heterogéneos.
¿Cómo se llega a la propiedad de la tierra y cómo una persona se convierte en propie-
taria? Son dos cuestiones que, en apariencia semejantes, implican procesos diferentes. El
primero hace referencia a mecanismos legales que el Estado pone en funcionamiento a fin
de enajenar un bien generador de la riqueza. El segundo, alude a mecanismos individuales
que los hombres ponen en funcionamiento a fin de concretar sus objetivos y aprovechar un
momento, el posible, en la conjunción de la coyuntura histórica y de su ciclo vital. Aquí
encontramos estrategias individuales y familiares que tienden a la ponderación de vínculos
interpersonales para la consecución de beneficios, privilegios y obtenciones. Estas rela-
ciones caracterizaron el momento de transición al capitalismo, sistema “impersonal” si se
quiere, según los postulados de los modelos perfectos, imprimiéndole una especificidad
esencial. Estos vínculos, que ligan a los hombres entre sí, les permitirían manejar un cúmu-
lo de información que los haría estar en el espacio adecuado y en el momento justo.
Tandil, diciembre de 2005

72
F amilia, redes y alianzas en la gran empresa
española: el holding Comillas (1857-1890)*

MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA

Resumen Abstract
A partir de la dimensión inicialmente colonial (y des- Regarding the colonial beginnings (and international,
pués internacional) del grupo empresarial Comillas, later on) of the major Spanish business corporation
la mayor corporación empresarial española de finales by the end of the XIX century, Comillas Group,
del siglo XIX, el trabajo se interroga sobre la utilidad this paper inquires upon the use of the “network”
de la noción de red aplicada al devenir de algunas em- concept applied to the evolution of said corporation
presas de dicha corporación (la naviera Compañía (the shipping company Compañía Transatlántica;
Transatlántica, la factoría de construcciones mecáni- the factory of mechanic constructions Arsenal Civil
cas Arsenal Civil de Barcelona, la firma minera Socie- de Barcelona; the mining firm Sociedad Hullera
dad Hullera Española y la Compañía General de Ta- Española and the Compañía General de Tabacos de
bacos de Filipinas). En el artículo se hace un doble Filipinas). The concept of “network” is used here in
uso de la noción de “red”: (1) como organización de two different senses: (1) as an independent
empresas independientes que proveían de servicios a organization of companies which provided services
una empresa central; y (2) como conjunto de relacio- to a central company; and (2) as a series of
nes interpersonales tejidas por los impulsores de di- interpersonal relationships tied by the promoters of
chas empresas, algunas de las cuales operaban en con- such companies which, in some cases, operated within
textos institucionales diferentes y geográficamente ale- different institutional and geographically remote
jados. Y se apunta, para concluir, hasta qué punto esas contexts. Finally, it aims at examining to what extent
redes personales pudieron conseguir importantes aho- such personal networks resulted in important cost
rros en los costes de información y de negociación de savings as regards information and negotiations for
las firmas estudiadas. the studied firms.

Palabras clave Key words


Grupo Comillas – redes – familia – empresa – España Holding Comillas – networks – family – enterprise
– Spain

Recibido con pedido de publicación el 03/11/2005


Aceptado para su publicación el 25/02/2006
Versión definitiva recibida el 06/03/2006
Martín Rodrigo y Alharilla es Profesor de la Universitat Pompeu Fabra, Barcelona
martin.rodrigo@upf.edu

RODRIGO y ALHARILLA, Martín “Familia, redes y alianzas en la gran empresa española: el


holding Comillas (1857-1890)”, prohistoria, año X, número 10, Rosario, Argentina, primavera
2006, pp. 73-92.
* Este trabajo recoge y perfecciona versiones anteriores presentadas como comunicaciones en el X Simposio
de Historia Económica, celebrado en Bellaterra (Barcelona) en enero de 2005, dedicado al “Análisis de
Redes en la Historia Económica”, así como en el VIII Congreso de la Asociación Española de Historia
Económica (Galicia, 13-16 de septiembre de 2005) en la sesión “La formación del tejido empresarial en
España (siglos XIX y XX): el papel de los grupos y las redes empresariales”. Agradezco los comentarios de
los relatores, Jesús M. Valdaliso y Núria Puig, en ambos encuentros.
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA “Familia, redes y alianzas...”

E
n la segunda mitad del siglo XIX, Antonio López y López, primer marqués de Co-
millas, articuló desde Barcelona un vasto grupo empresarial integrado por diferen-
tes compañías de diversos sectores de actividad. A partir de su empresa naviera
–A. López y Cía– creada en 1857, López participó de forma activa en la constitución de
dos bancos diferentes (el de Crédito Mercantil, en 1863, y el Banco Hispano Colonial, en
1876) en los cuales encontró el apoyo necesario para impulsar otras empresas, particular-
mente en el periodo 1880-1882, es decir, en plena febre d’or. Firmas aseguradoras como
La Previsión, compañías ferroviarias como el Crédito General de Ferrocarriles o el Ferro-
carril de Alcantarilla a Lorca o empresas como la Compañía General de Tabacos de Filipi-
nas nacieron bajo el impulso del primer Marqués de Comillas. Su prematura e inesperada
muerte, en enero de 1883, obligó a su hijo Claudio López Bru a desarrollar otros proyectos
apenas esbozados por su padre, singularmente una explotación carbonífera en Aller
(Asturias), iniciativa que desembocaría en la Sociedad Hullera Española. Buena parte del
carbón producido en dichas minas era comprado por Caminos de Hierro del Norte de
España, firma ferroviaria de la cual los marqueses de Comillas (primero Antonio López y
después su hijo Claudio) fueron vicepresidentes. Además, a finales del siglo XIX, Claudio
López Bru impulsó y financió otras iniciativas empresariales: industriales, como el Arse-
nal Civil en Barcelona, unos astilleros en Matagorda (Puerto Real) o como la Refinería
Colonial de Badalona, dedicada al ramo del azúcar; comerciales, como Olalde y Cía., J.
Puigdollers Maciá, Sociedad en Comandita o Pedro Pladellorens y Cía.1
En definitiva, durante el último cuarto del siglo XIX, en buena medida a iniciativa de
los dos primeros marqueses de Comillas, nació y se consolidó un grupo empresarial inte-
grado por empresas financieras, navieras, ferroviarias, aseguradoras, comerciales, agra-
rias, industriales y mineras. Probablemente, la mayor corporación empresarial de la eco-
nomía española en los últimos lustros del siglo XIX y los primeros años del XX. Más
diversidad y amplitud, si cabe, tenía la dimensión geográfica de un conjunto denominado
en su época grupo catalán: a partir de Barcelona, los escenarios de su actividad abarcaron
no sólo otros territorios de la España peninsular (Madrid, Andalucía, Asturias) sino, espe-
cialmente, territorios repartidos por diversos continentes. A caballo de los siglos XIX y
XX, el grupo Comillas estuvo presente en Cuba, Filipinas, Marruecos y la Guinea española.
Una imagen posible de la corporación Comillas nos la presentaría como una red
cuyos extremos abarcarían ciudades situadas en cuatro continentes y separadas las unas de
las otras por miles de kilómetros. A partir de esa realidad, es decir, de la dimensión interna-
cional (colonial, en sus inicios) del grupo Comillas, me propongo analizar la utilidad de la
noción de red aplicada al devenir de algunas empresas de la corporación. Basaré mi análi-
sis, en primer lugar, en la firma naviera del grupo, la Compañía Trasatlántica (en su prime-
ra etapa, A. López y Cía.), alrededor de la cual se estableció una red u organización de
empresas independientes que ofrecían numerosos servicios (trámites aduaneros, estiba y
desestiba de los buques, publicidad y venta de billetes, carboneo de los vapores) en espa-

1 RODRIGO, Martín Los marqueses de Comillas, 1817-1925. Antonio y Claudio López, LID, Madrid, 2000.

74
prohistoria 10 - 2006

cios geográficos lejanos y en contextos institucionales diferentes. Una verdadera red de


proveedores articulada en torno a una empresa central como fue la Compañía Trasatlántica.2
La amplia literatura generada alrededor de este tipo de redes empresariales se ha
apoyado en ejemplos de empresas centrales de montaje, dedicadas a la producción de
bienes industriales y no a la producción de servicios. La flexibilidad de este tipo de redes,
frente a la rigidez de las grandes corporaciones empresariales, se ha valorado como uno de
los ejes de transformación de la organización empresarial en la crisis de los sistemas de
producción en cadena, característica de esa segunda ruptura industrial de finales del siglo
XX.3 En el caso que nos ocupa me basaré, sin embargo, en una empresa centrada en la
oferta de servicios de transporte a larga distancia (pero no en la producción de bienes
industriales) a finales del siglo XIX. Plantearé, asimismo, la eventual utilidad del concepto
“red” en una segunda acepción, analizando hasta qué punto la red de relaciones
interpersonales tejida por los impulsores de la naviera pudo ser el instrumento utilizado
para garantizar un ambiente de plena confianza entre los diversos agentes, en cada uno de
los diferentes lugares y niveles de decisión; de la empresa naviera, en particular, y de la red
nacional e internacional de casas consignatarias, en general.4 Extenderé mi análisis, por
último, a otras firmas del grupo Comillas, singularmente a la Compañía General de Taba-
cos de Filipinas.

La empresa naviera: despacho central, delegaciones y consignatarios


Bajo la forma jurídica de una sociedad regular colectiva, tres parejas de hermanos (los
López López, los Satrústegui Bris y los Eizaguirre Bailly) constituyeron en enero de 1857
la naviera A. López y Cía. Los hermanos Satrústegui y los hermanos Eizaguirre, además,
eran primos. Y cuatro de los socios fundadores (Antonio y Claudio López, Joaquín Eizaguirre
y Patricio Satrústegui) se habían enriquecido previamente en Santiago de Cuba, donde ya
habían compartido el interés por diferentes negocios.5 En definitiva, nos hallamos ante un
caso de sociedad de amigos fundada por socios relacionados entre sí, bien por vínculos de
parentesco bien por lazos de amistad. Una sociedad de amigos que funcionaba como un
grupo familiar extenso.6 Cuatro de sus socios fundadores tenían la condición de gerentes
aunque, como se analizará más adelante, correspondió sólo a uno, Antonio López, la ini-
ciativa de los negocios. El primer domicilio social de A. López y Cía. se estableció, entre

2 Una definición de este tipo de organización empresarial en LANGLOIS, Richard N. y ROBERTSON, Paul
L. Empresas, mercados y cambio económico, Proyecto A Ediciones, Barcelona, 2000, especialmente pp.
126-134.
3 PIORE, Michael J. y SABEL, Charles F. La segunda ruptura industrial, Alianza, Madrid, 1990.
4 Sobre la importancia de la confianza como una variable significativa en la organización de las empresas,
CASSON, Mark The Organization of International Business, Vol. II “Studies in the Economics of Trust”,
Edward Elgar, Aldershot, 1995.
5 RODRIGO, Martín Los marqueses..., cit., pp. 18-25.
6 PRIOR, Ann y KIRBY, Maurice “The Society of Friends and the Family Firm, 1700-1830”, en Bussines
History, 35, 4, 1993, pp. 66-85.

75
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA “Familia, redes y alianzas...”

marzo de 1857 y octubre de 1868, en Alicante. Dado que su principal gerente, Antonio
López, residía en Barcelona, y que ninguno de los otros tres gerentes tenía su residencia en
Alicante, debieron delegar la potestad de administrar la empresa en uno de sus altos em-
pleados, Eliso de Olalde, encargado a partir de 1860 de la marcha cotidiana de la naviera.7
No se trataba, sin embargo, de un mero empleado: Eliso de Olalde se había casado con
Bernarda Satrústegui Bris, hermana de dos de los socios fundadores de A. López y Cía.,
Patricio y Joaquín Marcos Satrústegui, de los que se convirtió en cuñado. Olalde abandonó
Alicante en 1868 para avecindarse en la capital catalana, donde ejerció como secretario
particular de Antonio López, especialmente en todo aquello que refería a su actividad
inmobiliaria. Su mudanza coincidió con el traslado del domicilio social de A. López y Cía.
de Alicante a Barcelona. Una decisión que se explica exclusivamente porque su principal
gerente, Antonio López, residía en la capital catalana, pero no por cuestiones de carácter
logístico. Y es que el puerto de Barcelona apenas tenía importancia para la actividad na-
viera de la compañía: para la carga y descarga de sus buques en la capital catalana, A.
López y Cía. no disponía de infraestructura propia sino que se servía de una de las princi-
pales casas consignatarias de la ciudad, D. Ripol y Cía. Por cierto, uno de los socios geren-
tes de la firma Ripol era Perfecto Manuel de Olalde, hermano de Eliso además de cuñado
de Patricio Satrústegui tras su boda con Inés Satrústegui Bris.
Desde 1861, año en que la naviera se había alzado con el servicio oficial para la
conducción del correo y de los soldados a las Antillas, el puerto central para sus vapores
transatlánticos había pasado a ser el de Cádiz.8 Inicialmente, sus gerentes habilitaron a la
casa Abarzuza Hermanos como su firma representante en la capital gaditana. No obstante,
pronto crearon una sociedad (con idéntico nombre, A. López y Cía., pero con personalidad
jurídica diferenciada), al frente de la cual situaron a José Andrés Fernández Gayón, primo
segundo de Antonio López y su socio en Santiago de Cuba. Además, José Gayón se había
casado con Marta Barrie Labrós, convirtiéndose así en cuñado de Patricio Satrústegui,
consorte a su vez de Georgina Barrie. Con el tiempo, en 1881, una de las hijas del matri-
monio Gayón-Barrie, María, se casaría en Barcelona con Claudio López Bru convirtién-
dose en la segunda marquesa de Comillas.
Tras la temprana muerte de José Gayón, en enero de 1867, correspondió al hermano
de su mujer y cuñado de Patricio Satrústegui, Carlos Barrie Labrós, asumir la dirección de
las oficinas de A. López y Cía. en el puerto gaditano. Diez años después, en 1878, le
sucedió Manuel Eizaguirre Bravo, hijo del que fuera fundador de la empresa A. López y
Cía., Joaquín Eizaguirre. En ese mismo año, en mayo de 1878, se produjo una nueva

7 Archivo Histórico Provincial de Alicante, Protocolos Notariales, José Cirer Palou, escritura de poder espe-
cial de 13 de noviembre de 1860. Poderes prorrogados en 1862 tras la reforma de la sociedad. Cfr. Manual
de José Cirer Palou, escritura de 4 de diciembre de 1862.
8 MANRIQUE DE LARA, José Gerardo La marina mercante ochocentista y el puerto de Cádiz. A. López y
Cía. y el emporio gaditano de la Trasatlántica, Caja de Ahorros de Cádiz, Cádiz, 1973; RODRIGO,
Martín “Entre Barcelona, Cádiz y Ultramar: la Compañía Trasatlántica, 1862-1932”, en DDAA Catalunya
y Andalucía en el siglo XIX, Fundació Gresol, Cornellà, pp. 105-126.

76
prohistoria 10 - 2006

contrata social que permitió la incorporación a la Casa López de dos nuevos socios: Claudio
López Bru y Joaquín del Piélago, hijo y yerno, respectivamente del “jefe” Antonio López,
que aportaron su trabajo pero nada de capital.
Evidentemente, la red de oficinas centrales de la empresa (desde su primer despacho
en Alicante hasta la delegación de Cádiz, pasando por la gerencia en Barcelona) estuvo
siempre controlada por los integrantes de una extensa red familiar. En la firma A. López y
Cía. la selección de los altos empleados de la naviera se hizo atendiendo primordialmente
a la existencia de vínculos familiares con alguno de sus gerentes. La familia actuó, en
definitiva, como una empresa de red de confianza que vinculaba entre sí a los altos em-
pleados con los socios capitalistas de la compañía. Un argumento que refuerza los análisis
que han atribuido a la “confianza” un papel esencial a tener en cuenta en la sociología de
las empresas.9
Más allá de la gerencia de Barcelona y de sus oficinas en Cádiz, la naviera A. López
y Cía. se vio obligada, por razones de su actividad, a organizar una red de casas consignatarias
que alcanzaba la totalidad de puertos que cubrían sus líneas. En lugar de dotarse en cada
puerto con infraestructura propia, estableciendo delegaciones, los gerentes de A. López y
Cía. optaron por apoderar a firmas mercantiles de las ciudades portuarias en cuestión.
Además, prácticamente en todos los puertos de cabecera de sus líneas (y también en algu-
nas escalas) decidieron comanditar las compañías elegidas. Solamente en unos pocos ca-
sos (como en San Juan de Puerto Rico con la casa Sobrinos de Erquiaga) se limitaron a
servirse de firmas consignatarias. Ahora bien, para el resto de puertos importantes, los
gerentes de A. López y Cía. establecieron sólidas redes basadas tanto en la aportación de
capital comanditario a las firmas seleccionadas como, sobre todo, en la recuperación y el
reforzamiento de vínculos personales de todo tipo.
Para atender sus vapores en el puerto de Santander, por ejemplo, la naviera A. López
y Cía. optó por establecer una firme alianza con el empresario local Ángel Bernardo Pérez.
Natural de Cantabria (como cuatro de los fundadores de A. López y Cía.), Ángel B. Pérez
había emigrado en su juventud a Cuba, concretamente a Cienfuegos, en busca de mejor
fortuna. Allí tuvo oportunidad de compartir negocios con sus paisanos, los hermanos Anto-
nio y Claudio López. De hecho, la firma Antonio López y Hermano, de Santiago de Cuba,
acostumbraba a enviarle esclavos para que Ángel Bernardo Pérez los vendiese posterior-
mente en Cienfuegos, repartiéndose después los beneficios de la operación. En 1853 Án-
gel B. Pérez dejó la Gran Antilla para regresar a Santander, fundando ese mismo año la
firma comercial Pérez y García. Ocho años después, en 1861, se casaba con Carolina
Eizaguirre, hermana de dos de los socios fundadores de A. López y Cía. Y doce años
después, en 1873, coincidiendo con la incorporación del puerto cántabro como cabecera
de la línea transatlántica de A. López y Cía., Ángel B. Pérez acordaba con sus cuñados, los
Eizaguirre, y con sus antiguos socios, los López, una reforma de su compañía que les

9 NOTEBOOM, Bart “Trust as a Governance Device”, en CASSON, Mark y GODLEY, Andrew Cultural
Factors in Economic Growth, Springer, 2000, pp. 44-68.

77
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA “Familia, redes y alianzas...”

incorporaba, por medio de A. López y Cía., como socios comanditarios y les asignaba un
24 por 100 de las ganancias totales de la nueva empresa. A cambio, la firma Ángel B. Pérez
y Cía. se encargaría de la consignación de los vapores de la naviera catalana.
No sería éste el único caso en el que los indianos que conformaron A. López y Cía. se
asociaban con otros indianos enriquecidos, como ellos, en Cuba. Ya comenté que, en un
primer momento, delegaron como sus apoderados en Cádiz a la razón Abarzuza Herma-
nos. Esta compañía fue fundada en La Habana en la década de 1830 por Fernando y José
de Abarzuza para dedicarse a “toda clase de negocios mercantiles por cuenta propia y en
comisión”.10 Ambos hermanos debieron abandonar la capital cubana a mediados de la
década de 1840 para instalarse en Cádiz, donde mantuvieron su dedicación a la actividad
mercantil y, sobre todo, al comercio marítimo. Por otro lado, el primer representante de A.
López y Cía. en La Coruña fue Eusebio da Guarda, socio primero y gerente después de la
razón comercial Viuda de J. Menéndez y Cía., edificada con capitales acumulados en Cuba,
en buena medida merced al tráfico de esclavos. Además, las relaciones entre los hermanos
López y Da Guarda se remontan a los años de estancia de los primeros en la Gran Antilla.11
La isla de Cuba tuvo siempre una importancia destacada para la naviera. No sólo por
haber sido el espacio de acumulación donde los socios de A. López y Cía. (y algunos de
sus consignatarios) lograron el capital que les había permitido impulsar su ulterior activi-
dad empresarial en la Península, sino también por ser el destino final de su línea oficial
transatlántica desde 1861. Para la carga y descarga de sus vapores en Santiago de Cuba, la
casa López delegó en la firma J. Bueno y Cía., de la que tomó parte del capital en forma de
comandita.12 Por otro lado, a la hora de elegir casa consignataria para el puerto de La
Habana los gerentes de A. López y Cía. se asociaron con una de las firmas mercantiles más
notables de la capital cubana: la sociedad de Samá Sotolongo y Cía. Una poderosa y ren-
table empresa nacida en 1832 a iniciativa de los hermanos Salvador, Juan y Jaime Samá
Martí, a los que se había sumado, en 1858, Pedro Sotolongo. Tras la muerte de su principal
gerente, Salvador Samá, los socios de A. López y Cía. se incorporaron como socios capi-
talistas de Samá Sotolongo y Cía. aportando entonces, en 1868, 250 mil pesetas en forma

10 Archivo Nacional de Cuba, Tribunal de Comercio, legajo 258.


11 En el balance final de Antonio López y Hermano de Santiago de Cuba figuraba una partida de más de 25
mil pesetas “en las expediciones que estaban pendientes de cuenta mitad con E. da Guarda de la Coru-
ña”. Cfr. Archivo Histórico de Protocolos de Barcelona, Manual de Ramón de Miquelerena de 1863,
escritura de 2 de junio de 1863. Sobre la firma Menéndez, ALONSO ÁLVAREZ, Luis “Comercio exte-
rior y formación de capital financiero: el tráfico de negros hispano-cubano, 1821-1868”, en Anuario de
Estudios Americanos, Tomo LI, núm. 2, 1994, pp. 75-92. Una biografía del personaje en MEIJIDE,
Antonio “Eusebio da Guarda y el Instituto de 2ª enseñanza de La Coruña”, La Voz de Galicia, La Coru-
ña, 1991.
12 Archivo Histórico de Protocolos de Barcelona, Manual de Luis G. Soler Pla de 1892, 2ª parte, escritura
de poderes de 9 de marzo de 1892, f. 1147 y ss; Manual de 1896, 3ª parte, escritura de poderes de 19 de
junio de 1896, f. 2725-2729.

78
prohistoria 10 - 2006

de capital comanditario. Cifra que ocho años después, en 1876, se había multiplicado por
cinco hasta alcanzar 1.250.000 pesetas.13
Los vínculos entre los gerentes de A. López y Cía., de Barcelona (y singularmente
Antonio López), con los socios de Samá Sotolongo Cía., de La Habana, (especialmente
con Pedro Sotolongo) se modificaron en 1876 cuando Antonio López actuó como el cata-
lizador de un empréstito de ciento veinticinco millones de pesetas a la Hacienda española
para hacer frente a los gastos de campaña generados por la Guerra de los Diez Años en
Cuba. Un préstamo que no sólo le acabaría valiendo a Antonio López la concesión del
título de marqués de Comillas sino que, además, daría origen al Banco Hispano Colonial.
El primer presidente del nuevo Banco fue Antonio López, mientras que su primer gerente
fue Pedro Sotolongo, hasta entonces socio de Samá Sotolongo y Cía., de La Habana. La
elección obedeció a una decisión personal del primer Marqués de Comillas. A finales de
1876 Sotolongo abandonaba la isla y trasladaba su residencia a Barcelona. Esta decisión
forzaba la disolución de Samá Sotolongo y Cía. Entonces, la naviera A. López y Cía. debió
elegir una nueva firma habanera a la que consignar sus vapores. Optaron por asociarse con
el portugalujo Manuel Calvo.14
El 27 de diciembre de 1876 se creó en La Habana la sociedad M. Calvo y Cía., con
un capital equivalente a un millón de pesetas aportado en partes iguales por Manuel Calvo
Aguirre y por la naviera A. López y Cía.15 Además, al constituirse, también a finales de
1876, el primer Consejo de Administración del Banco Hispano Colonial, Manuel Calvo
fue el único de sus treinta integrantes que residía en Cuba. Por otro lado, la transforma-
ción, en 1881, de la naviera A. López y Cía. en Compañía Trasatlántica colocó a Calvo
como su único vicepresidente. De hecho, la amistad entre Antonio López (y después su
hijo Claudio) con Manuel Calvo debió ser tan profunda que al morir este último (viudo y
sin hijos legítimos) decidió nombrar como “único heredero universal a Don Claudio López
Bru, [segundo] marqués de Comillas, por lo que le debo de cariños y atenciones durante su
vida, y por ser hijo del mejor amigo que conté en el mundo”.16 Algunos autores, como
Elena Hernández Sandoica, han sugerido que la amistad entre Manuel Calvo y Antonio
López venía de su etapa de juventud, coincidiendo con los años que el segundo había
pasado en la isla de Cuba.17 En resumen, allá donde era posible, una experiencia de rela-

13 RODRIGO, Martín “Con un pie en Catalunya y otro en Cuba: la familia Samá, de Vilanova”, en Estudis
Històrics i Documents dels Arxius de Protocols, XVI, 1998, pp. 359-397.
14 Archivo Nacional de Cuba, Miscelánea de Expedientes, legajo 1673, exp. At: Expediente relativo a la
disolvencia de la sociedad empresaria de vapores correos trasatlánticos de Samá Sotolongo y Cía., y a la
formación de otra de igual clase por los Sres. Don Manuel Calvo, Don José Olano y Don Francisco Torres.
15 Archivo Nacional de Cuba, Protocolos Notariales, Manual de Nicolás Villageliu de 1876, 2ª parte, escritu-
ra de 27 de diciembre de 1876, f. 1266 y ss.
16 Fundación Manuel Calvo, copia de varios particulares de la escritura de protocolización del testamento
ológrafo del señor Manuel Calvo y Aguirre.
17 HERNÁNDEZ SANDOICA, Elena Pensamiento burgués y problemas coloniales en la España de la Res-
tauración, 1875-1887, Tesis Doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 1982.

79
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA “Familia, redes y alianzas...”

ción personal previa antecedía a la selección de los consignatarios. De hecho, estas redes
de confianza basadas en la amistad (y, en cierta medida, también en otro tipo de relaciones
personales como el paisanaje, así como en las experiencias compartidas en los años que
los fundadores de la naviera habían pasado en Cuba durante su juventud) resultaron abso-
lutamente funcionales para disminuir las incertidumbres derivadas de una actividad em-
presarial que operaba en contextos geográficos e institucionales tan lejanos como variados.
Desde la creación de la naviera A. López y Cía. quedó claro, de forma explícita y en
documento público, a quién correspondía tomar las decisiones estratégicas, es decir, quién
tenía, en última instancia, el control de la empresa. En los primeros estatutos de la firma, en
1857, todos los socios (comanditarios y gerentes) acordaron que “el gefe de las casas será
D. Antonio López y López a quien como tal corresponderá la iniciativa de los negocios”.
El traslado ulterior del domicilio social, de Alicante a Barcelona, en 1868, reforzó el con-
trol de López sobre la compañía. De hecho, se produjo entonces una reforma de su escri-
tura social en la que se convino “en no fijar término alguno a la sociedad reservando ese
derecho al Jefe Don Antonio López y López, que hará la liquidación y quién además podrá
libremente separar a cualquiera de los socios”.18 La identificación del primer Marqués de
Comillas con la naviera fue tal que al aceptar “con orgullo” el título de Grande de España
que le ofreció Alfonso XII, en 1881, lo hizo “como blasón inestimable de la Marina de que
forma parte mi empresa de correos trasatlántica”. No resulta arriesgado afirmar, como
hizo en su día Luis Díez de Pinedo, que “Don Antonio López es la historia de la Compañía
Trasatlántica”.19 En virtud de esa realidad, es decir, del profundo ascendente de Antonio
López sobre la firma naviera, cabe pensar que las relaciones personales que López había
ido tejiendo a lo largo de su trayectoria vital pudieron trasladarse a la empresa, en diferen-
tes formas.
Así sucedió, por ejemplo, con sus relaciones con Ignacio Fernández de Castro, rico
naviero gaditano oriundo, como López, de Comillas. En su juventud, Antonio López había
acudido a su paisano Fernández de Castro en busca de ayuda. A causa de una reyerta
callejera, la justicia perseguía al joven López. Entonces, consiguió que Ignacio Fernández
de Castro le escondiese en una de sus fragatas y le embarcase rumbo a Cuba. Con esa
deuda de gratitud empezó la exitosa “aventura americana” del que acabaría siendo primer
Marqués de Comillas. Décadas después la fortuna, firme aliada de López, había dejado de
sonreír a los Fernández de Castro. En la primavera de 1867 la firma Ignacio Fernández de
Castro y Cía., de Cádiz, se vio obligada a declarar suspensión de pagos. El posterior acuer-
do con los acreedores obligó a sus gerentes a realizar el activo de la empresa para hacer
frente a los compromisos pecuniarios contraídos. Antonio López acudió entonces en auxi-

18 Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, Manual de Sebastián Carbonell de 1857, escritura de 11 de


enero de 1857; Archivo Histórico Provincial de Alicante, Protocolos Notariales, Manual de José Cirer
Palou de 1868, escritura de 28 de abril de 1868.
19 Duque de Maura Pequeña historia de una grandeza. El marquesado de Comillas, José Porter, Barcelona,
1949, p. 93 (el énfasis es mío). DÍEZ DE PINEDO, Luis “La Compañía Trasatlántica”, en Revista General
de Marina, 1942 (agosto), pp. 143-165.

80
prohistoria 10 - 2006

lio de quien le había ayudado en su mocedad. A través de la firma A. López y Cía. compró,
en los primeros meses de 1869, fincas y barcos de la firma gaditana por un valor cercano
superior a las 150 mil pesetas, facilitando así liquidez a sus paisanos. No resultó, sin em-
bargo, suficiente, y en el verano de 1869 los Fernández de Castro debieron solicitar una
segunda suspensión de pagos. En palabras de María del Carmen Cózar “la coyuntura eco-
nómica del momento, caracterizada por la escasez de numerario, entorpecía las ventas.
[No obstante] Antonio López ayudará a la sociedad familiar comprando la mayor parte de
sus bienes”. En efecto, en los meses siguientes, antes de concluir 1869, A. López y Cía.
volvió a comprarles diferentes bienes inmuebles además de la balandra Manila. En total,
les proporcionaron otras 150 mil pesetas.20
En pago por el favor recibido tiempo atrás, López ayudó a salvar el honor de Ignacio
Fernández de Castro que, a pesar de sus 78 años, pudo pagar a sus acreedores hasta el
“último real”. Se aprecia hasta qué punto López era capaz de devolver, con creces, un
viejo favor, es decir, de actuar en justa reciprocidad con un viejo amigo. Ahora bien, para
hombres de negocios, como López, las amistades tenían obviamente un valor instrumen-
tal. En definitiva, se daba en función de lo que se había recibido. Y se esperaba recibir en
función de lo que se había dado. En palabras de otro empresario, enriquecido también en
Cuba, Agustín Goytisolo Lezarzaburu, sobre la relación de presunta amistad que le unía,
precisamente, con Manuel Calvo (consignatario en La Habana de la naviera A. López y
Cía.): “No creas que yo confío mucho en ese amigo, aunque creo que puede serme útil
quizás, pues como comprenderás yo tengo bastante experiencia para desconfiar de casi
todo el que se llame amigo. De algo me han de servir los años que tengo y los desengaños
que he tenido que experimentar”.21
La ascendencia de Antonio López sobre la firma naviera se mantuvo tras el cambio
en la razón social de la empresa. Es decir, tras el paso, en 1881, de la sociedad colectiva A.
López y Cía. a la sociedad anónima Compañía Trasatlántica. El primer gerente de la “nue-
va” Trastlántica fue su yerno y paisano, Joaquín del Piélago Sánchez de Movellán, socio
industrial de la naviera desde mayo de 1878. Por otro lado, al fallecer Antonio López en
enero de 1883, le correspondió a su hijo Claudio (cuñado, por lo tanto, del gerente) suce-
derle en la presidencia de la firma naviera. Ni el cambio en la razón social de la empresa ni
la sucesión en la dirección de la compañía (del “jefe” Antonio López a la bicefalia encar-
nada por su hijo y yerno respectivos) modificaron, en lo esencial, la vigencia de los víncu-
los personales en la configuración de la estructura jerárquica de la naviera. El tándem
López Bru-Del Piélago siguió habilitando como consignatarios de la naviera a hombres de

20 CÓZAR, María del Carmen Ignacio Fernández de Castro y Cía., una empresa naviera gaditana, Univer-
sidad de Cádiz, Cádiz, 1998, p. 54 y pp. 211-222. “Como dato curioso [señala la autora] basta destacar aquí
que los Fernández de Castro nunca necesitaron pasaje para viajar en los buques de la Trasatlántica, en
recuerdo de aquel remoto viaje en el que el capitán Ignacio Fernández de Castro embarcó en su fragata,
rumbo a Cuba, a su joven paisano necesitado de ayuda”.
21 Fundación Goytisolo, Fondo Agustín Goytisolo Lezarzaburu, caja 97, exp. 47: carta de A. Goytisolo a su
esposa Estanislaa Digat, escrita en Cienfuegos (Cuba) el 1º de abril de 1878.

81
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA “Familia, redes y alianzas...”

negocios vinculados con ellos o con los antiguos socios gerentes de A. López y Cía., por
lazos personales. No obstante, no siempre fue posible. No consta, por ejemplo, ninguna
relación personal previa ni con el consignatario de la Compañía Trasatlántica en Vigo,
Antonio López de Neira, ni con sus representantes en Bilbao, los Bergé. Ahora bien, se
trata de casos que ilustran la excepción pero no la regla. El agente de la naviera en San
Sebastián, por ejemplo, fue Luis Calisalvo, antiguo secretario particular de Patricio
Satrústegui, socio fundador de A. López y Cía. Y es que allá donde era posible, la amistad
(o, en su defecto, como se dijo, otro tipo de lazos interpersonales como el paisanaje o las
experiencias compartidas) precedía a la elección de los consignatarios de la naviera. En
este sentido, veamos que sucedió con su delegación en el puerto marroquí de Tánger.
La renegociación del convenio entre la Compañía Trasatlántica y el Ministerio de
Ultramar marcó una ampliación de las líneas de la naviera a partir de 1887. Desde esa
fecha, Tánger se sumó a los puertos visitados por sus vapores. La Trasatlántica decidió
asociarse con el catalán Francisco Torras Manresa, probablemente el empresario más des-
tacado de la colonia española de Tánger. No obstante, al fallecer éste, en noviembre de
1887, debieron habilitar como consignatario de la naviera catalana a su yerno, el también
catalán Rodolfo Vidal Batlló, gerente de la firma tangerina Viuda de Torras e Hijo. Dos
años y medio después, en junio de 1890, la Compañía Trasatlántica forzó un cambio en la
razón social de su firma consignataria en Tánger. La empresa pasó a llamarse Vidal Wemberg
y Cía. tras la incorporación como (único) socio gerente de Juan Gustavo Wemberg. Recién
casado con Trinidad Alcobé Arenas, el sueco Juan G. Wemberg era, por lo tanto, yerno de
Emeterio Alcobé, a su vez secretario particular de los marqueses de Comillas. En definiti-
va, Claudio López Bru decidió que era preciso situar en la empresa tangerina a un emplea-
do de su total confianza y para ello la dirección de la naviera obligó a Wemberg a dejar su
residencia en Sant Gervasi para desplazarse a Tánger. Y es que las 125 mil pesetas que
sumaba el capital de Vidal Wemberg y Cía. fueron aportadas íntegramente, en forma de
comandita, por la Compañía Trasatlántica.22

Prácticas compartidas: del Arsenal Civil de Barcelona a Tabacos de Filipinas


pasando por la Hullera Española
Al igual que en la naviera, en las otras firmas del grupo Comillas es posible apreciar cómo
la existencia de lazos familiares acabó siendo una buena vía (sino la mejor) para acceder a
los puestos de responsabilidad en las diferentes empresas. Esa fue una de las múltiples

22 Arxiu Nacional de Catalunya, fondo Güell-Comillas, 2.6.1. Archivo Histórico de Protocolos de Barcelona,
Manual de Luis G. Soler Pla de 1891, 4ª parte, escritura de 16 de julio de 1891, fol. 3305 y ss. Al parecer,
Wemberg debió acelerar la ceremonia de su boda que se celebró el mismo mes que se constituyó la firma
tangerina. Cfr. Manual de Luis G. Soler Pla de 1890, 3ª parte, escritura de cartas dotales de 18 de junio de
1890. Tanto Rodolfo Vidal como Juan G. Wemberg accedieron a la gerencia de la firma tangerina por su
condición de yernos respectivos de Rodolfo Vidal y de Emeterio Alcobé. Sobre la importancia de la
“yernocracia” en este tipo de redes comerciales, FERNÁNDEZ, Paloma El rostro familiar de la metrópoli.
Redes de parentesco y lazos mercantiles en Cádiz, 1700-1812, Siglo XXI, Madrid, 1997.

82
prohistoria 10 - 2006

dimensiones en que se expresó la profunda relación entre familia y empresa (o si se prefie-


re, entre el ámbito de las relaciones familiares y el de las actividades empresariales) en la
corporación Comillas. Pero no fue la única. El incuestionable ascendente, por ejemplo,
que Antonio López había ejercido sobre las empresas del grupo Comillas fue mantenido
por su hijo y sucesor al frente de la corporación, Claudio López Bru. Ambos (y especial-
mente el segundo Marqués de Comillas) actuaron como verdaderos pater familias de sus
empresas. La red Comillas debía funcionar (y funcionó) como una gran y jerárquica fami-
lia en la que todos estaban obligados a obedecer de forma diligente a sus superiores según
una estructura vertical, propiamente piramidal, en cuya cúspide se situaban los marqueses
de Comillas. En consecuencia, para los López la selección de los altos empleados de sus
empresas en función de la existencia de determinados vínculos familiares (y de otros lazos
interpersonales) debía servir para garantizar la fidelidad de éstos a sus superiores y, singu-
larmente, hacia sus propias personas. Veamos diversos ejemplos tomados de diferentes
empresas de la corporación: del Arsenal Civil de Barcelona, de la Sociedad Hullera Espa-
ñola y de Tabacos de Filipinas.
La sociedad industrial Arsenal Civil de Barcelona se creó en noviembre de 1891 con
un capital aportado por la Compañía Trasatlántica y por su presidente, el segundo Marqués
de Comillas.23 El primer presidente del Arsenal Civil fue Emeterio Alcobé, hasta entonces
secretario particular de Claudio López Bru y antes empleado del Crédito Mercantil, banco
impulsado y finalmente dirigido por el primer Marqués de Comillas. Alcobé presidió un
reducido equipo administrador en el cual ingresaron, desde el primer momento y a pesar
de su juventud, los hermanos ingenieros Enrique y Antonio Satrústegui Barrie (este último
como administrador gerente del Arsenal Civil), hijos de Patricio Satrústegui. Las vincula-
ciones de ambos hermanos con la red Comillas no acabaron, sin embargo, aquí. Enrique
Satrústegui, segundo barón de Satrústegui, se incorporó en 1896 al Consejo de Adminis-
tración de Norte, en 1904 al de la Trasatlántica, y al de la Sociedad Española de Consrucción
Naval en 1908. Participó, además, en la Junta Central de la Liga Marítima Española, grupo
de presión acaudillado, entre otros, por el segundo Marqués de Comillas. Y fue uno de los
cinco miembros del reducido Consejo de Administración de la familiar Banca López Bru,
creada en 1920.
Su hermano Antonio Satrústegui, por su parte, se había casado en 1892 con Isabel
López Díaz de Quijano, hija de Claudio López y López (socio de su padre ya en Santiago
de Cuba) y, por lo tanto, prima hermana del segundo Marqués de Comillas. Años después,
en 1900, Antonio Satrústegui Barrie compró, en nombre de su primo político Claudio
López Bru, la mina de antracita Isabel, en Villanueva de la Peña (Palencia). Meses des-
pués, a partir de su puesta en marcha, correspondió a su hermano Jorge Satrústegui Barrie,
ingeniero como él, actuar como director de las minas palentinas del Marqués de Comillas.
Junto a Emeterio Alcobé y a los hermanos Satrústegui, en la reducida Junta de Gobierno

23 RODRIGO, Martín “La industria de construcciones mecánicas en Cataluña: el Arsenal Civil de Barcelo-
na”, en Revista de Historia Industrial, núm. 16, 1999, pp. 163-176.

83
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA “Familia, redes y alianzas...”

del Arsenal Civil participaron otras dos personas: el ingeniero Juan Brunet Alsina, director
facultativo de la empresa, y Severino Izaguirre. Este último había actuado junto a Perfecto
Manuel de Olalde como socio gerente de la firma D. Ripol y Cía., consignataria de A.
López y Cía. en Barcelona. Años después se acabó integrando en la estructura de personal
de la propia naviera alcanzando, en 1885, el puesto de sub-administrador gerente,
jerárquicamente justo por debajo de Joaquín del Piélago. En definitiva, la marcha del
Arsenal Civil de Barcelona se encomendó a un reducido equipo directivo compuesto, en
su gran mayoría, por personas muy cercanas al segundo Marqués de Comillas. Una prácti-
ca que, en cierta manera, se reprodujo en las minas hulleras de Asturias, propiedad del
Marqués de Comillas desde 1883.
Claudio impulsó la explotación de sus asturianas minas de carbón primero a título
particular, después bajo la forma de una sociedad civil de cuentas en participación y final-
mente, desde 1892, como una sociedad de responsabilidad limitada, la Sociedad Hullera
Española. Le secundó como gerente su primo carnal Santiago López Díaz de Quijano,
primer marqués de Quijano e hijo de Claudio López y López, socio fundador de la compa-
ñía naviera. A pesar de que la actividad extractiva de la empresa se desarrollaba en el coto
de Aller (Asturias), Santiago López no abandonó su domicilio de Barcelona, ciudad en la
que residió, por lo tanto, la gerencia, así como el Consejo de Administración de la firma
minera. Además de él, otros miembros de la extensa red López ocuparon puestos de mayor
o menor responsabilidad en la empresa. Manuel Rubio Massó, por ejemplo, primo del
segundo Marqués de Comillas, entró como ayudante del representante de la Hullera Espa-
ñola en Gijón.24 De hecho, poco parecían importar las cualidades profesionales de los
empleados frente a sus relaciones familiares.25 De eso se quejó un empleado del departa-
mento de contabilidad de la firma minera, José de Sola, al despedirse de la empresa, en
1897, para aceptar una plaza en la sucursal del Banco de España en Barcelona, criticando
tratos de favor para Fernando de Olalde Satrústegui y para el sobrino del vicegerente de la
compañía.26

24 HUNOSA, Archivo de la Sociedad Hullera Española, s. 3, caja 4 (clasificación provisional) El gerente le


catalogaba como “persona de toda confianza”, mientras que uno de los Secretarios del segundo marqués de
Comillas, José P. De Gayangos, le describía como “hermano del Sr. Rubio [Rafael] a quien conoció V. en
Madrid. Los dos son hijos de una prima de Dª Luisa [Bru Lassús, marquesa viuda de Comillas] y parientes
por lo tanto de D. Claudio. Rafael Rubio era militar […] y dejó la carrera por haberle nombrado D. Claudio
representante en Madrid de la Compañía General de Tabacos de Filipinas […] Su hermano Manuel estaba
empleado en Norte, según creo […] Lo conozco poco, pero no creo que sea una lumbrera”.
25 El peso de las relaciones familiares en las empresas del grupo Comillas era conocido, incluso, por sus
clientes y usuarios. Un juez destinado a Filipinas se quejó del servicio recibido en su viaje de Manila a
Barcelona a bordo del vapor España, de la Compañía Trasatlántica, afirmando que “en cuanto a la alimen-
tación corren versiones a bordo que nada se le puede advertir al mayordomo, por ser este sobrino de un
empleado de influencia en la Compañía, siendo una potencia a bordo”. RODRIGO, Martín Los marque-
ses..., cit., p. 178.
26 HUNOSA, Archivo de la Sociedad Hullera Española, carta de José de Sola a Félix Parent, en Barcelona a
21 de marzo de 1897 denunciando la contratación de “Don Fernando de Olalde, joven, de 26 ó 27 años (y
primo de D. Antonio Satrústegui)… [al que] para darle 40 duros mensuales idearon un libro de Depósitos

84
prohistoria 10 - 2006

Como puede verse, los mismos apellidos que ayudaron a configurar la naviera de los
Comillas (López, Satrústegui, Olalde) así como algunos de sus familiares (Rubio, Molins)
los encontramos entre los empleados de la Hullera Española. Se trata, en este caso, de
miembros de una segunda generación, es decir, nacidos en los años centrales del siglo XIX
y, por lo tanto, con una edad similar a la del segundo Marqués de Comillas. De hecho, a
pesar del cambio generacional, las prácticas en las empresas del grupo Comillas siguieron
siendo las mismas. En concreto, en la selección del personal de la firma minera (como
antes en la naviera) se premió la pertenencia a la extensa red familiar a la que hago conti-
nuas referencias.
Veamos hasta qué punto estas prácticas se reprodujeron en la Compañía General de
Tabacos de Filipinas (en adelante, Tabacalera). Esta empresa nació para cubrir buena parte
del vacío que la Hacienda insular dejaría en Filipinas tras la decisión gubernamental de
proceder al desestanco del tabaco en el archipiélago. Su capital fundacional fue aportado,
en partes iguales, por el primer Marqués de Comillas, el Banco Hispano Colonial, el Cré-
dito Mobiliario Español y el Banco de París y de los Países Bajos (en adelante Paribas).
Las dos últimas eran empresas financieras de capital mayoritariamente francés que habían
compartido previamente negocios con el grupo Comillas (los primeros, a través del Banco
de Castilla; los segundos, merced al interés que compartían en los ferrocarriles de Norte).
La constitución de la firma tabacalera tuvo lugar en Barcelona el 26 de noviembre de
1881.27 Además de la Junta de Accionistas, sus órganos directivos eran el Consejo de
Administración, los Comités de Madrid y de París y la Junta Delegada de Manila. De sus
veinticuatro consejeros, seis residían en París, siete en Madrid y once en Barcelona, donde
la sociedad tuvo su domicilio. De hecho, las decisiones de calado las tomaba el núcleo de
Barcelona, ya que la asistencia de los consejeros no catalanes a las reuniones era bastante
escasa. Incluso en la escritura de fundación de la Tabacalera, el Paribas estuvo representa-
do por Isidoro Pons y el Crédito Mobiliario por José Carreras, empresarios muy vincula-
dos a los Comillas. El primer Consejo de Administración de la firma tabacalera, que “por
aclamación unánime nombró por su Presidente al Excmo. Sr. D. Antonio López y López”,
se realizó en Barcelona el 28 de noviembre de 1881, con la asistencia de López, su hijo
Claudio, su yerno Eusebio Güell, los propios Pons y Carreras, el banquero Manuel Girona
y el industrial José Ferrer Vidal, “únicos [consejeros] que actualmente residen en esta
ciudad”.28 La firma Tabacalera del grupo se constituyó, pues, como una empresa de capital

para el cual no crea se necesita ninguna ciencia, teniendo además la ventaja de no servir para nada”. Habló
también de “el Sr. Molins, sobrino de Don Emeterio Alcobé [vicegerente de la Hullera Española, que] lleva
en esta oficina tres años menos que un servidor […] pues bien, entrando con 25 duros, al año siguiente le
pusieron 30, y al siguiente, o sea el año pasado, le aumentaron el sueldo a 8’33 pts”.
27 Un resumen del proceso de constitución en GIRALT, Emili La Compañía General de Tabacos de Filipinas,
1881-1981, Edición privada de la empresa, Barcelona, 1981, pp. 23-30. Una visión diferente de la vida de
la empresa en IZARD, Miquel “Dependencia y colonialismo: la Compañía General de Tabacos de Filipi-
nas”, en Moneda y Crédito, núm. 130, 1979, pp. 47-89.
28 Archivo Histórico de Protocolos de Barcelona, Manual de Luis G. Soler Pla de 1881, 6ª parte, fol. 5413 y ss,
escritura de 26 de noviembre de 1881.

85
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA “Familia, redes y alianzas...”

mixto franco-español. Ahora bien, en las relaciones entre los promotores catalanes y los
accionistas franceses (organizados en torno al Comité de París) no se aprecia impronta
alguna de vínculos personales de ningún tipo, más allá de la debida cortesía. Es más, aun
compartiendo riesgos al cincuenta por ciento, la relación entre Barcelona y París no fue
una relación entre iguales. Las decisiones las tomó siempre el núcleo de Barcelona. En
consecuencia, tanto el Comité de París como el de Madrid tuvieron un escaso papel en la
marcha de la empresa, quedando toda la iniciativa en manos de los accionistas catalanes.
No en vano, en el artículo 25 de los estatutos fundacionales se había establecido explícita-
mente que ambos “Comités debían proceder con el acuerdo previo del Consejo y dentro de
las instrucciones que este le comunique”.29
El primer presidente de la firma Tabacalera, Antonio López (fallecido precisamente
horas después de la primera Junta de Accionistas de la empresa) había conseguido que los
franceses secundasen su iniciativa a cambio de asegurarles una cierta rentabilidad. Cabe
calificar, pues, a la relación establecida entre accionistas franceses y catalanes como una
mera relación financiera. Tanto el Crédito Mobiliario Español como el Paribas habían
apoyado la iniciativa del Banco Hispano Colonial y de su presidente con un afán exclusi-
vamente inversor. Así se explica que, a pesar de no haberse completado el inicial desarro-
llo de la empresa en Filipinas, los dos primeros ejercicios sociales (1882 y 1883) se salda-
sen con el reparto a los accionistas de un beneficio equivalente al siete por ciento del
capital desembolsado.
No obstante, en los dos ejercicios siguientes (1884 y 1885) Tabacos de Filipinas no
pudo repartir dividendo alguno. Los accionistas franceses de la Compañía intentaron apro-
vechar esa eventualidad, acaecida un año después de la muerte de su primer Presidente,
para intentar conseguir un mayor poder dentro de la empresa. El joven Claudio López Bru,
sucesor de su padre al frente de la misma, mantuvo las cosas como estaban, limitándose a
facilitarles la información precisa para no tensar demasiado la cuerda y reservándose el
control de Tabacalera a favor del núcleo de Barcelona. En esa estrategia, el control de la
información resultó clave.30 Ciertamente, al segundo Marqués de Comillas le preocupaba

29 Archivo Histórico de Protocolos de Barcelona, Manual de Luis G. Soler Pla de 1881, 6ª parte, fol. 5413 y ss,
escritura de 26 de noviembre de 1881.
30 Arxiu Nacional de Catalunya, Fondo Tabacos de Filipinas, correspondencia del Presidente Claudio López
Bru al Vicedirector Clemente Miralles de Imperial, carta fechada en Madrid a 5 de diciembre de 1884: “Mi
querido Clemente: [...] La carta de Mr. Émile [Pereire II], por un lado, pide ciertas explicaciones [y] por
otro trata de plantear la cuestión de [las] atribuciones del Comité de Paris. Este segundo extremo es de
demasiada importancia para resolver en él sin madura reflexión y por lo mismo hay que evitar el contestar
acerca de él, de momento, para lo cual creo que lo mejor [es] que empiece V. su contestación a Mr. Émile
diciéndole que ausentes de Barcelona D. Pedro [Sotolongo] y yo, no le es a V. posible contestar a su carta,
que se halla v. en el deber de consultarnos [...] Puede v. decirle que ha tratado de tenerlos al corriente de
cuanto ha creído v. de interés para el Comité [...] Termine v. advirtiendo que todas estas explicaciones las
da v. por cuenta propia pero que tiene v. la seguridad de que al darlas se anticipa v. a mis deseos que v.
conoce de hacer evidente en toda ocasión nuestro propósito de mantener vivas las amistosas relaciones que
entre nosotros han mediado hasta ahora”.

86
prohistoria 10 - 2006

no “enojar” a los inversores de París, aunque no tenía mayor problema en ocultarles infor-
mación relevante si lo juzgaba preciso.31 Así sucedió, por ejemplo, en el verano de 1884,
cuando Tabacalera declinó financiar la construcción del ferrocarril de Manila a Dagupán.
Les ocultó entonces sus intenciones con la esperanza de convencerles para que, desde
París, asumiesen parcial o totalmente la construcción de una línea ferroviaria que, una vez
en marcha, reportaría beneficios para la firma tabacalera.32
En definitiva, a diferencia de la red articulada en torno a la Trasatlántica, los vínculos
interpersonales (familiares, de amistad, basados en el paisanaje) no tuvieron importancia
alguna en la forma en que se establecieron y mantuvieron las relaciones entre los marque-
ses de Comillas y los accionistas franceses de la firma Tabacalera. Ahora bien, algunos de
esos vínculos ayudaron claramente en la configuración de la estructura de la empresa,
empezando por la elección de su primer gerente, Clemente Miralles de Imperial, un perso-
naje vinculado por lazos de parentesco con los Comillas.33 Casado con la viuda de José
Gayón, Marta Barrie Labrós, Miralles de Imperial se convirtió, por lo tanto, en cuñado de
Patricio Satrústegui y en padrastro de las hermanas Marta y Josefa Gayón Barrie. Al casar-
se esta última, en 1881, con Claudio López Bru, Miralles de Imperial se transformó en
consuegro del primer Marqués de Comillas, y poco después, por decisión expresa de éste,
asumió el puesto de vicedirector (es decir, de gerente en ejercicio) de la firma tabacalera.34

31 Arxiu Nacional de Catalunya, Fondo Tabacos de Filipinas, correspondencia del Presidente Claudio López
Bru al Vicedirector Clemente Miralles de Imperial, carta fechada en Madrid a 30 de noviembre de 1891, en
relación con un estudio “sobre ingresos y gastos de las ventas” del tabaco elaborado, país por país, para
detectar que mercados debían abandonar. “Creo que conviene [realizar el trabajo] para evitarnos pérdidas y
además para que no puedan hacernos desde Paris alguna observación enojosa”.
32 Arxiu Nacional de Catalunya, Fondo Tabacos de Filipinas, correspondencia del Presidente Claudio López
Bru al Vicedirector Clemente Miralles de Imperial, carta fechada en Comillas a 27 de agosto de 1884:
“Pregunte v. a Otto Pereire si estaría dispuesto a hacer la construcción [...] Haga vd. igual consulta a
Navarro y Benzo y a los de Manchester. Al escribir a todos ellos mire v. de decirles que la Compª ha juzgado
desfavorablemente este negocio y que probablemente no entrará en él, pero que [...] No, no les diga v. nada
de esto, podría retraerles de ir al negocio por su cuenta y puede que a nosotros nos convenga que entren en
él”.
33 La primera estructura gerencial de la Tabacalera estuvo integrada por cuatro cargos: director, vicedirector,
secretario y contador. Los cargos de director y de secretario fueron ocupados, respectivamente, por el em-
presario de origen cubano Pedro Sotolongo y por el abogado y escritor vasco Arístides de Artiñano, los
cuales ocupaban idéntica responsabilidad en el Banco Hispano Colonial. El ejercicio cotidiano de las fun-
ciones gerenciales, sin embargo, no recayó en Sotolongo sino en el vicedirector de la firma Tabacalera,
Clemente Miralles de Imperial.
34 Tras el fallecimiento de su primera esposa, Josefa Gayón, en 1882, y del primer Marqués de Comillas, en
enero de 1883, Clemente Miralles de Imperial y Claudio López Bru consolaron su duelo en un célebre viaje
por el norte de África en el que participó también el sacerdote y poeta Mn. Cinto Verdaguer; cfr.
VERDAGUER, Jacint De Tánger a Sant Petersburg. Excursions i viatges, Tusquets, Barcelona, 2003.
Tiempo después, Clemente Miralles de Imperial acabaría casándose, en segundas nupcias, con Montserrat
Arnús Fortuny, hermana de su yerno Manuel Arnús (consorte de Marta Gayón Barrie y por lo tanto cuñado
del segundo Marqués de Comillas).

87
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA “Familia, redes y alianzas...”

A partir de 1883, el tándem López Bru-Miralles de Imperial resultó equivalente al


que el segundo Marqués de Comillas mantenía en la empresa naviera con su cuñado Joa-
quín del Piélago y al que sostenía con su primo Santiago López en la Hullera Española.
Unas relaciones de familia (entre presidente y gerentes de las tres empresas) que tuvieron
su eco en la marcha de las tres compañías. Valga como ejemplo la cordial regañina que
Claudio López Bru hizo a Clemente Miralles de Imperial con motivo de un encuentro que
éste había tenido con el gran rival de los Comillas, el Marqués de Campo: “Quise decir a
Vd. que prefería que no le viese Vd. como no fuera en el acto de la subasta. Dadas nuestras
relaciones de familia [le espetaba López] me disgustaba que fuera V. a casa de Campo.
Hoy ya no hay que hablar más de ello”.35 Como muestra el ejemplo de Miralles de Impe-
rial, una buena vía de acceso al empleo, también en la Tabacalera, pudo nacer de los
vínculos personales (familiares y de otro tipo). En el verano de 1886, por ejemplo, se
presentó ante su Presidente el veterano hombre de negocios cubano Perozo, a quien éste
no dudó en dar trabajo. Al presentarlo a Clemente Miralles de Imperial, el segundo Mar-
qués de Comillas le significaba: “D. Pedro [Sotolongo, Director de la Tabacalera] le cono-
ce mucho. Le ha tenido de cajero y contador en su casa [de La Habana] muchos años [...]
Me ha gustado”.36 De hecho, el nieto del propio Sotolongo, el cubano Pedro Ildefonso
Sotolongo de los Santos, entró a trabajar en el verano de 1891 en la empresa. El rápido
crecimiento de su sueldo (que se multiplicó por tres en siete años) parece confirmar un
trato favorable a los empleados con vínculos familiares.
Por último, cabe señalar que en Tabacos de Filipinas, como en la Compañía
Trasatlántica, el paisanaje fue una de las vías que facilitaba el acceso al empleo. En 1925,
por ejemplo, a la muerte de Claudio López Bru, había en el archipiélago asiático unos
cincuenta trabajadores originarios de la pequeña villa de Comillas (empezando por uno de
sus directores, Antonio Correa), mientras que a bordo de los vapores de la naviera trabaja-
ban otros tantos empleados.37 Una de las consecuencias de esa política de selección de
personal en la que primaban, en primer lugar, los vínculos personales de todo tipo (para
atender, a continuación, recomendaciones y favores), tuvo a mediano y largo plazo conse-
cuencias negativas para la marcha de la firma tabacalera. La propia persona de Jaime Gil

35 Arxiu Nacional de Catalunya, Fondo Tabacos de Filipinas, correspondencia del Presidente Claudio López
Bru al Vicedirector Clemente Miralles de Imperial, carta fechada en Comillas, el 19 de agosto de 1884.
36 Arxiu Nacional de Catalunya, Fondo Tabacos de Filipinas, correspondencia del Presidente Claudio López
Bru al Vicedirector Clemente Miralles de Imperial, carta fechada en Madrid a 29 de julio de 1886. Al tomar
la decisión, Claudio López Bru debió tener en cuenta asimismo el perfil del candidato al que asignó respon-
sabilidades comerciales de acuerdo con sus conocimientos lingüísticos y empresariales. Inicialmente le
colocó al frente de la expansión comercial en los Estados Unidos, aunque no cerró la puerta a su ocupación,
también en tareas comerciales, por el continente asiático. En palabras a Miralles de Imperial: “Conoce la
materia por haber sido fabricante en los E.U. [...] Si desisten vds. de lo de los Estados Unidos, que repito
debe ser solo ante la seguridad de un fracaso, podría mandarse a Perozo para ponerlo al frente de la sección
de ventas en Manila y para viajar en Asia. Parece adecuado para ello. Habla bien inglés”.
37 BAYLE, Constantino El segundo marqués de Comillas, Don Claudio López Bru, Razón y Fe, Madrid,
1928, p. 290.

88
prohistoria 10 - 2006

de Biedma nos ilustra sobre la vigencia de estas prácticas setenta y cinco años después de
la constitución de la compañía. Recién acabados sus estudios, el joven poeta pudo ingresar
como abogado de Tabacos de Filipinas precisamente por su condición de hijo, sobrino,
nieto y tataranieto de personas vinculadas a la amplia red Comillas.38 Gil de Biedma reali-
zó en 1956 un viaje a las Filipinas, del cual nació una descripción interesante de la Compa-
ñía en el archipiélago y un análisis demoledor de la pervivencia de las prácticas que hemos
analizado. Según Gil de Biedma Tabacos de Filipinas había
“permanecido invariable [...] conserva[ndo] aun claramente la fisono-
mía de una empresa colonial [...] la Compañía ha proseguido hasta
hace muy poco con su tradicional política de esplendido aislamiento
[...] Los numerosos empleados españoles forman el núcleo de la Ad-
ministración de la que vienen a ocupar todos los puestos clave [...] De
esos empleados, sólo un 18 % habla y escribe correctamente el inglés,
mientras que el 48 % ignora el inglés más elemental”.
El rasgo más preocupante, no obstante, venía dado por la estructura jerárquica de la
empresa, homologada a una gran familia que se cimentaba, por encima de todo, en el
principio de autoridad. Según Gil de Biedma,
“la Administración [en Manila] carece de suficiente autonomía [...]
Los Jefes actúan casi siempre, con un ojo puesto en el efecto inmediato
que sus decisiones, aún en cuestiones de detalle, puedan producir en
Barcelona [...] Algo parecido a lo que ocurre entre la Dirección en
Barcelona y la Administración General en Manila sucede entre esta
última y nuestra organización en provincias”.39
El contrapunto necesario a la estructura empresarial descrita por Jaime Gil de Biedma
exigía una actitud omnipresente de su máximo responsable. De hecho, mientras ejerció la
dirección del grupo Comillas (entre 1883 y 1925) Claudio López Bru desarrolló diaria y
cotidianamente una frenética actividad no sólo al frente de la Tabacalera sino encabezando
asimismo las otras empresas de la corporación, de lo que han dado buena cuenta sus
hagiógrafos.40 El segundo Marqués de Comillas podía, de esa manera, estar puntualmente

38 Su padre Luis Gil de Biedma había sido consejero de la Hullera Española antes y después de la guerra civil;
su tío José, Conde de Sepúlveda, era en 1956 consejero de la Trasatlántica, compañía de la que Javier Gil de
Biedma Vega de Seoane era entonces Secretario General. Su abuelo Javier Gil Becerril había sido el apode-
rado en Madrid del Marqués de Comillas, cargo que debía a su enlace con Isabel Biedma, nieta de Atanasio
de Oñate, consejero de la naviera desde 1882 y hasta su muerte.
39 GIL DE BIEDMA, Jaime Retrato del artista en 1956, Lumen, Barcelona, 1991.
40 GASCÓN, Miguel Luz sin sombra. El marqués de Comillas, Comillas, 1925. Recoge el testimonio de su
último secretario particular, Luis Cabañas, que afirmaba que incluso en sus últimos años, Claudio López
Bru “trabajaba tanto, que era incomprensible cómo un hombre a su edad y después de una vida consagrada
por entero al trabajo, tuviera aún energías para realizar la formidable tarea que efectuaba a diario [...] Su

89
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA “Familia, redes y alianzas...”

informado de todo. A él le correspondía dar el visto bueno a las propuestas de los emplea-
dos de las diferentes compañías aunque a menudo se reservaba, incluso, la toma de deci-
siones. Y, en todo caso, intentaba que no se le escapase ningún detalle, por nimio que
fuese. Los testimonios en ese sentido son abrumadores. En el caso de la Trasatlántica, por
ejemplo, Claudio López Bru era el encargado de resolver las sanciones impuestas no sólo
a los trabajadores sino incluso a los pensionistas de la naviera. En Tabacos de Filipinas,
por otro lado, intervino en temas tan dispares como poco relevantes, opinando sobre los
efectos de los gorgojos que parasitaban las plantas tabaqueras, aportando ideas concretas
para el diseño de las cajas del tabaco e, inclusive, ordenando cómo debía ser la cocina
instalada a bordo de un vaporcito de la empresa, por poner tres ejemplos.41 Probablemen-
te, donde mejor pudo apreciarse esa dimensión del segundo Marqués de Comillas como
pater familia de sus empresas (y de sus trabajadores) fue en su explotación minera asturia-
na.42 No en vano, la Hullera Española ha sido objeto de diferentes análisis por su capaci-
dad para expresar los objetivos, alcances y limitaciones del paternalismo empresarial.43
No consta que el Marqués de Comillas visitase el coto de Aller más que en dos momentos
de su larga vida, en 1892 y 1893. Claudio aprovechó ambas visitas para hacer gala de su
magnanimidad aceptando todo tipo de peticiones de su gran familia. Asuntos que, con una
indicación suya, pasaban después a la dirección de las minas para su cumplimentación

único vicio fue el trabajo”, p. 31. También el primer Marqués de Comillas acreditó una actividad cotidiana
muy intensa. Como debió reconocer su principal detractor, su cuñado Pancho Bru, Antonio López “sólo
poseía dos [de las cualidades necesarias al gran comerciante] [...] la memoria [...] y la actividad que es
justo convenir era extraordinaria y hasta asombrosa”. Cfr. BRU, Francisco La verdadera vida de Antonio
López y López por su cuñado Francisco Bru, Barcelona, 1885, p. 33.
41 Arxiu Nacional de Catalunya, Fondo Tabacos de Filipinas, correspondencia del Presidente Claudio López
Bru al Vicedirector Clemente Miralles de Imperial, cartas fechadas en Madrid, 22 de noviembre de 1884
[“Dígale vd. a D. Lope que casi más que la calidad del tabaco importa que los envases llamen la atención,
entren por el ojo. Vidal podría dibujar una marca adecuada para las cajas de cedro (sabor asiático filipino).
El papel que cubre los cigarros debe también tener estilo”]; 7 de mayo de 1885 y 8 de mayo de 1886: “Creo
peligroso el sistema que propone D. Lope para hacer la comida de la tripulación. Es preferible incurrir en
el pequeño gasto de instalar una cocina que andar con fogones portátiles en el buque”.
42 Como ha señalado Constantino Bayle, el segundo Marqués de Comillas “tenía el concepto cristiano de la
familia, que abarca a todos los que del cabeza dependen”. BAYLE, Constantino El segundo marqués...,
cit., p. 301. Berta Pensado remata afirmando que Claudio López Bru se sentía “el verdadero padre y
servidor del obrero”. Cfr. PENSADO, Berta “El marqués de Comillas”, en Temas Españoles, 83. Cabe
añadir que, apelando a la responsabilidad social de los pater familia, Claudio impulsó la constitución de la
Asociación de Padres de Familia de Cataluña contra la Inmoralidad a principios de 1893, cuyo domicilio
situó en su residencia particular en Barcelona.
43 SHUBERT, Adrián Hacia la revolución. Orígenes sociales del movimiento obrero en Asturias, 1860-
1934, Crítica, Barcelona, 1984; SIERRA, José El obrero soñado. Ensayo sobre paternalismo industrial
(Asturias, 1860-1917), Siglo XXI, Madrid, 1990; GARCÍA, José Luis Prácticas paternalistas, Ariel, Bar-
celona, 1996. Dos análisis centrados en la dimensión paternalista de Claudio López Bru en: FAES DÍAZ,
Enrique “Una aproximación a la patronal ‘ultracatólica’ de la restauración: la propuesta laboral del segun-
do marqués de Comillas”, en Sociedad y Utopía, núm. 21, 2003, pp. 85-109, y “Poder político y poder
económico en la Restauración: una interpretación divina (la singular formulación del segundo marqués de
Comillas)”, en Historia y Política, núm. 9, 2003, pp. 9-39.

90
prohistoria 10 - 2006

definitiva.44 En palabras de Adrián Shubert, en sus visitas el Marqués de Comillas “dispen-


saba favores más al estilo de un señor feudal que de un capitalista del siglo XIX”.45

Vínculos personales, relaciones horizontales y decisiones verticales


en el holding Comillas
Este somero trabajo, realizado a partir de diferentes empresas del grupo Comillas, pone de
relieve la utilidad de integrar el análisis de los vínculos familiares (y de otras relaciones
sociales) en el estudio de determinadas actividades empresariales. En el caso que nos ocu-
pa, la progresión y el éxito del primer Marqués de Comillas (considerado por muchos un
claro ejemplo del self-made-man) no se explican sin tener en cuenta la estrecha vincula-
ción registrada entre su iniciativa como hombre de negocios y sus relaciones de familia. La
mayoría de los socios que lo acompañaron en sus primeros negocios cubanos fueron fami-
liares suyos (su hermano, su primo, su suegro y dos de sus cuñados), a los que cabría sumar
Patricio Satrústegui y su primo Joaquín Eizaguirre. Los López, los Satrústegui y los
Eizaguirre ofrecen un periplo vital similar: nacidos en poblaciones costeras de la cornisa
cantábrica, emigraron en su juventud a Santiago de Cuba donde consiguieron acumular el
capital suficiente para regresar a la Península y emprender nuevas iniciativas, empezando
por la firma A. López y Cía. De hecho, los fundadores de la naviera conformaron una
extensa familia caracterizada, además, por una cierta tendencia endogámica entre los inte-
grantes de la segunda y tercera generaciones. Una familia extensa (encabezada inicialmen-
te por Antonio López, primus inter pares) que controló en todo momento la firma naviera.
Así, en este caso, la relación de agencia entre propietarios y administradores de la compa-
ñía (o sea, entre socios capitalistas y altos empleados) se vio sustituida por el conjunto de
relaciones personales antes descritas.
Las redes personales (basadas no sólo en la familia sino también en la amistad, el
paisanaje o la experiencia compartida de la emigración) ayudaron, asimismo, a configurar
la red de empresas que proveían a la naviera de determinados servicios en los diferentes
puertos de sus líneas. En lugar de internalizar estos servicios abriendo delegaciones en
cada puerto, los gerentes de la Trasatlántica optaron por externalizarlos en beneficio de
diversas firmas mercantiles, cuyos socios principales habían mantenido o seguían mante-
niendo algún tipo de relación con alguno de los gerentes de la naviera. La elección de casas
amigas para configurar esta red de proveedores significó un ahorro importante en los cos-
tes de información y de negociación, mientras que se esperaba que la confianza basada en
las relaciones de amistad garantizase los intereses comprometidos por la naviera.46 Esta

44 HUNOSA, Archivo de la Sociedad Hullera Española, “Asuntos tratados en Ujo del 14 al 19 de octubre de
1892” y “Asuntos varios que se han apuntado para su resolución ulterior, durante la estancia del Excmo. Sr.
Marqués de Comillas del 29 de septiembre al 10 de octubre 1893”.
45 SHUBERT, Adrián Hacia la revolución..., cit., p. 116.
46 Sobre la importancia de la confianza como mecanismo minimizador de los costes de transacción, CASSON,
Mark “Entrepreneurship and Business Culture”, en BROWN, Jonathan y ROSE Mary B. –editors–
Entrepreneurship, Networks and Modern Business, Manchester, 1993.

91
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA “Familia, redes y alianzas...”

externalización adoptó, no obstante, una forma híbrida, a medio camino entre la red de
proveedores independientes sensu stricto y un sistema basado en delegaciones propio de
una estructura de integración vertical. Mientras la naviera se mantuvo como sociedad re-
gular colectiva, sus gerentes optaron por que A. López y Cía. participase en el capital de
sus principales casas consignatarias con un porcentaje que llegó, en algún caso, hasta el 50
por 100 del total. Y al convertirse en sociedad anónima, en 1881, su presidente, el Marqués
de Comillas, pasó a convertirse en el titular de dichas comanditas.47 De esa forma, a través
de la propia figura de su presidente y a pesar del cambio de razón social, entre la firma
matriz y las casas consignatarias se mantuvieron unos vínculos que iban más allá de los
estrictos compromisos contractuales.
La profunda interrelación entre empresa y familia, apreciable en la firma naviera,
imprimió carácter a la forma de abordar otros negocios. No en vano, las buenas familias de
Barcelona se referían a los integrantes del grupo Comillas como los Trasatlánticos.48 Si-
guiendo las propuestas de la economía evolutiva, diríamos que buena parte de las rutinas
apreciables en la sociología empresarial de la naviera se transmitieron a las otras firmas
promovidas por los marqueses de Comillas. De hecho, si consideramos a las empresas de
la corporación Comillas como estructuras de gobierno (e incluso si hacemos extensivo
dicho análisis al propio grupo empresarial como tal) no cabe duda de que su principal
característica radica en su contenido marcadamente jerárquico. Un estilo empresarial
inaugurado por el primer Marqués de Comillas (el “jefe” Antonio López) y mantenido y
desarrollado por su hijo, Claudio López Bru. Padre e hijo mostraron, en todo momento,
una escasa capacidad de delegación, limitada siempre a personas de sus respectivos círcu-
los familiares más cercanos. Ambos ejercieron en todo momento como los verdaderos
pater familias de las empresas que dirigían. Diríamos, en este caso, que frente a la noción
de red, que presupone relaciones horizontales, la estructura de gobierno de la corporación
se caracterizaba por su configuración vertical. Y en el vértice superior de la pirámide se
encontraba la incuestionable autoridad del Marqués de Comillas.
Barcelona, noviembre de 2005

47 No se trata de un cambio irrelevante. Lo que habían sido ganancias de la empresa pasaron a ser, a partir de
1881, ingresos particulares de su Presidente. Por ejemplo, en el periodo 1885-1890 el segundo Marqués de
Comillas obtuvo de su comandita en la casa consignataria de Santander, la firma Ángel B. Pérez y Cía.,
unas ganancias superiores a las 180 mil pesetas.
48 MCDONOGH, Gary W. Las buenas familias de Barcelona, Omega, Barcelona, 1989.

92
V íctor Mercante: agente político e intelectual
del campo educativo en la Argentina de principios del siglo XX*

LUCÍA LIONETTI

Resumen Abstract
Víctor Mercante fue el responsable pedagógi- Víctor Mercante was responsible for the
co de la reforma educativa de 1916, por la cual pedagogical aspects of the educational reform
se redujo la obligatoriedad escolar a cuatro años of 1916, by means of which mandatory schooling
y se creó una Escuela Intermedia para varo- was reduced to four years and an Intermediate
nes. Un año después de que la reforma queda- School for men created. A year after the reform
ra sin efecto, el pedagogo publicó su obra La was rolled back, the pedagogue published his
crisis de la pubertad y sus consecuencias pe- work The crisis of puberty and its pedagogical
dagógicas, en la que asumió la defensa de esa consequences, in which he came to the defense
iniciativa. Este texto lo reveló como una figu- of the aforementioned initiative. This text, showed
ra con una fuerte proyección en la sociedad. him as a character with strong predicament in
En este trabajo se busca dar cuenta de ese he- society. Throughout this paper we strive to
cho social para mostrar, a partir de su acción account for that social fact to reveal, from the
individual, de qué modo ese cuerpo de profe- vantage point of his individual action, the ways
sionales de nuevo cuño se transformó en agen- in which a body of a wholly new kind of
tes políticos e intelectuales de la esfera públi- professionals turned into political and intellectual
ca a partir de la disposición de un capital cul- agents in the public sphere due to their possession
tural. of certain cultural capital.

Palabras clave Key words


Argentina – educación – maestro – agente po- Argentina – education – teacher – political and
lítico e intelectual – esfera pública intellectual agent – public sphere

Recibido con pedido de publicación el 08/02/2005


Aceptado para su publicación el 09/06/2005
Versión definitiva recibida el 15/11/2005
Lucía Lionetti es miembro del Departamento de Historia-Instituto de Estudios Histórico-Sociales
“Prof. Juan Carlos Grosso” y Profesora de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad
Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Tandil, Rep. Argentina
lucialionetti@ciudad.com.ar

LIONETTI, Lucía “Víctor Mercante: agente político e intelectual del campo educativo en la Argentina
de principios del siglo XX”, prohistoria, año X, número 10, Rosario, Argentina, primavera 2006,
pp. 93-112.
* Agradezco la atenta lectura de este trabajo de las colegas Olga Echeverría y Sandra Gayol, así como los
sugerentes comentarios y aportes de los evaluadores.
LUCÍA LIONETTI “Víctor Mercante: agente político...”

L
a sanción de la ley 1420 de educación común, gratuita, laica y obligatoria hizo
posible que el lema de la generación del ’80 en Argentina, “gobernar es educar”,
se concretara. Sin embargo, a principios del siglo XX, sus logros fueron puestos
en duda. Las alentadoras cifras que, para muchos, eran la muestra del triunfo de la
civilización, según otros, eran un signo evidente de los magros resultados alcanzados por
ese modelo de escuela pública. Para estos últimos, el despliegue discursivo con el que se
había engalanado el carácter misional de la escuela desbordó a una institución que no
conseguía acortar la brecha entre lo que se esperaba y, finalmente, podía concretar. Frente
a las marcadas expectativas que se depositaron en la educación, y al preocupante cuadro
social que se percibía, cualquier logro que hubiera conseguido aparecía como de mediano
alcance.1
Voces como las de Matías Sánchez Sorondo, director general de Escuelas de la pro-
vincia de Buenos Aires, hablaron de recuperar el orden perdido reformando la escuela
pública, para lo cual se debía “enseñar a todos, pero no enseñar las mismas cosas [...] es
necesaria la diferenciación, en el período de mínima a máxima, según los sexos, el medio,
la zona, la asistencia escolar y las características regionales”.2 Para otros, como el norma-
lista Antonio Díaz, era importante recordarles a los alumnos que “desde ese asiento duro y
sin respaldo podrán llegar hasta el sillón presidencial de la República, si se tiene talento y
virtudes cívicas”.3 Esta apuesta democratizadora consideraba a la escuela primaria como
un monumento nacional y no sería obra patriótica derribarlo para levantar otro, sino que
era “imprescindible perfeccionarlo y elevarlo”.4 En el mismo sentido Reyes Salinas, quien
luego ocupara el cargo de ministro de Instrucción Publica en tiempos de Yrigoyen, recla-
mó por echar sin temores “vino nuevo en nuestros odres viejos”.5
La controversia alcanzó su punto de inflexión en el contexto de la presentación del
plan de reforma educativa de las escuelas primarias, los Colegios Nacionales y las Escue-
las Normales, impulsado por Carlos Saavedra Lamas, ministro de Culto, Justicia e Instruc-
ción Pública. La propuesta que elevó al Poder Legislativo en 1915 apeló a una profusa y
contundente argumentación pedagógica, a partir de la cual se justificó la urgencia de cam-
biar el rumbo de la educación pública en el nivel primario y medio. La reforma fue puesta
en práctica por un año, para ser derogada durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen.
El normalista Víctor Mercante, miembro de ese cuerpo homogéneo de profesionales
que surgió al amparo de las políticas de Estado, fue protagonista clave en aquellos días.

1 Uno de los puntos más conflictivos era el elevado número de deserción escolar, particularmente de los
varones a partir del 4º grado. Según el censo oficial de 1915, sobre un total de alumnos inscriptos de
909979, la asistencia media era de 744755. En una población de aproximadamente 8 millones de personas,
asistirían a la escuela alrededor del 8,5%.
2 La Nación, núm. 15587, 1915.
3 El Monitor de Educación Común, Año XXXIV, núm 517, 1916, p. 22. En adelante, El Monitor.
4 El Monitor, Año XXXV, núm. 528, 1916, p. 86.
5 El Monitor, Año XXXV, núm. 528, 1916, p. 86.

94
prohistoria 10 - 2006

En 1918, publicó su obra La crisis de la pubertad y sus consecuencias pedagógicas, con-


siderada “la más importante de Hispanoamérica y la más revolucionaria”,6 dando cuenta
de la autoría intelectual de la reforma. La aproximación a la figura de Mercante, y el
análisis aguzado del texto, revela aristas novedosas para el campo de la historia social de
la educación, como la conformación de un campo pedagógico y el protagonismo de un
normalista en la esfera política de su tiempo.
Atendiendo a ese escenario social y político que impulsó la reforma, este trabajo es
un primer avance de una investigación en la que interesa estudiar el proceso de
profesionalización del magisterio. Para comenzar a transitar la temática, se analiza el pen-
samiento de este referente de campo pedagógico y, en particular, la mencionada obra, en la
que se advierte el lenguaje científico al que apeló para contrarrestar los argumentos de
aquellos que habían cuestionado la medida de Saavedra Lamas. El autor y su texto devienen
disparadores de una grilla de cuestiones a seguir indagando, como las singularidades de la
conformación del normalismo –con sus vacíos y discusiones conceptuales a la hora de
abordarlo como la conquista de la profesionalización–; la conformación un campo peda-
gógico, con sus límites y alcances en la conquista de la autonomía –teniendo en cuenta que
la educación, por entonces, fue promovida y tutelada por el Estado– y la inesperada pre-
sencia pública de estos nuevos agentes políticos e intelectuales en la Argentina de fines del
siglo XIX y principios del XX.

Los nuevos agentes políticos e intelectuales del campo educativo


La búsqueda de un personal idóneo para garantizar la puesta en marcha del sistema públi-
co de enseñanza, 7 hizo imprescindible fijar políticas destinadas a promover la
profesionalización del magisterio.8 En el año 1870, un primer paso concreto a favor de ese
cometido se consiguió con la creación de la Escuela Normal de Paraná. Como se afirmó,
con la profesionalización de los educadores se conseguiría “la conquista del puesto de
honor que teóricamente se señala”.9 Se supuso que el pasaje por esos “ritos de institu-
ción”10 generaba el status de la profesión y su visualización social positiva. La formación
debía apuntar específicamente al aprendizaje de los “roles” y a la internalización de los
aspectos sociales y simbólicos que implicaban el ejercicio del magisterio.
Si bien no se puede equiparar la situación del magisterio a la construcción del ideal
profesional, al énfasis en la carrera, la educación especializada y la meritocracia que se

6 MERCANTE, Víctor Una vida realizada (mis memorias), Imprenta Ferrari, Buenos Aires, 1944. El citado
comentario lo hace en el prólogo del texto Horacio Malter Terrada, p. 5.
7 Sobre esta cuestión se puede consultar el trabajo de ALLIAUD, Andrea El maestro como categoría social:
génesis y desarrollo en Argentina (1880-1915), CEAL, Buenos Aires, 1993, p. 14.
8 Al respecto un trabajo ilustrativo para interiorizarse sobre las diversas teorías que se han elaborado sobre
las profesiones es el de GONZÁLEZ LEANDRI, Ricardo Las profesiones. Entre la vocación y el interés
corporativo. Fundamentos para su estudio histórico, Editorial Catriel, Madrid, 1999.
9 El Monitor, Año XI, núm. 214, 1892.
10 Cfr. PITT-RIVERS, Julian y PERISTIANY, John C. –editores– Honor y gracia, Alianza, Madrid, 1992.

95
LUCÍA LIONETTI “Víctor Mercante: agente político...”

gestó en el caso de los médicos11 y los abogados, lo cierto es que se habló de profesionalizar
a los educadores. La carrera de educador fue revestida de un discurso simbólico que apun-
tó a una formación normalista y a su correlato, la obtención de un título habilitante, al
tiempo que se apeló a la imagen del apostolado, el sacerdocio y el sacrificio que revestía a
la función de un carácter misional.12 Al respecto, la hipótesis que orienta la línea de trabajo
a seguir considera que a la hora de hablar de profesionalización del magisterio es necesa-
rio diferenciar la formación del magisterio de la carrera como formadores de maestros, es
decir, como profesores y profesoras de escuelas normales. Si la primera estuvo condicio-
nada por los sobresaltos de planes de estudio que se cambiaban permanentemente y se
orientó fundamentalmente a la captación de alumnas, el profesorado apuntó a una capaci-
tación y especialización pedagógica que fue un referente para América Latina.
Si bien se asistió a una feminización del magisterio, cabe señalarse que no fueron
pocas las voces que se pronunciaron a favor del invalorable aporte del maestro varón para
educar a los niños mayores. A fines de los años 1890s. y a principios del siglo XX, se
hicieron más corrientes los pronunciamientos en pos de recuperar a los varones en el ejer-
cicio del magisterio. El “afeminamiento” de los jóvenes parecía tener como causa princi-
pal la ausencia del hombre para conducirlos. Ese era un síntoma que comenzaba, en prin-
cipio, en el ámbito de la familia y que se continuaría en la escuela.
Con sus reconsideraciones, idas y vueltas en la implementación de planes de estudio,
lo que efectivamente consiguieron aquellas políticas fue convertir al normalismo en el
“símbolo de la escuela laica”.13 A partir de su función y de la disposición de un capital
cultural,14 el magisterio conectó comunidades y sectores sociales distantes entre sí cum-
pliendo su “misión” de socializar a las nuevas generaciones de ciudadanos en la cultura
“nacional”. La construcción de su perfil laboral hizo posible la generación de un “habitus”15

11 Las formas de ejercicio del poder, la búsqueda colectiva de prestigio y los procesos de “clausura social” en
el campo de la profesionalización del “arte de curar” se han analizado en: GONZÁLEZ LEANDRI, Ricardo
Curar, persuadir, gobernar. La construcción histórica de la profesión médica en Buenos Aires, 1852-
1886, Colección Biblioteca de Historia de América, 19, CSIC, Madrid, 1999.
12 Al respecto Safartti sostiene que en la conquista de la profesionalización se evocaron aspectos de una
legitimidad tradicional que ayudaron a garantizar su papel para la constitución de un mercado para los
servicios profesionales. SAFARTTI LARSON, Magalli The Rise of Professionalism: A Sociological Anályisis,
University of California Press, Berkeley, 1979.
13 Esta imagen ha sido presentada por los investigadores que han analizado el papel de los educadores en la
escuela pública de la III República Francesa. Entre esos trabajos podemos mencionar: OZOUF, Jacques
Nous les maitres d’école. Autobiographies d’instituteurs de la Belle Epoque, Gallimard-Julliard, Paris,
1973 ; OZOUF, Jacques y OZOUF, Mona La République des Instituteurs, Gallimard, Paris, 1992. Además
de los distintos tratamientos que se han consultado para ver de qué modo el magisterio se consolidó como
un referente político e intelectual para el caso de Europa y los Estados Unidos, se han examinado aportes
que estudian el magisterio en los países de América Latina. En ese sentido, un trabajo que nos ha iluminado
particularmente es el de PALACIOS, Guillermo La Pluma y el Arado. Los intelectuales pedagogos y la
construcción socio cultural del “problema campesino” en México, 1932-1934, El Colegio de México,
México, 1999.
14 BOURDIEU, Pierre Capital cultural, escuela y espacio social, Siglo XXI, Madrid, 1997.
15 BOURDIEU, Pierre Capital cultural..., cit., pp. 32-33.

96
prohistoria 10 - 2006

que permaneció en el tiempo y fue transferido dentro de la institución formadora y repro-


ducido por los propios actores de la educación. Con ciertas contradicciones en el discurso,
y con la permanente denuncia por la mala retribución que recibían en el cumplimiento de
la tarea, los maestros y maestras que hicieron su pasaje por el normalismo fueron al mismo
tiempo presentados como los “sacerdotes de los tiempos modernos” por su vocación de
servicio, entrega y humildad.
Un efecto inesperado de aquellas medidas fue la creciente participación de los miem-
bros del magisterio en cuestiones de tipo políticas. Fueron frecuentes las expresiones que
daban cuenta de un normalismo expuesto a “la insaciable política aldeana que arrojaba a la
calle a viejos y competentes servidores e improvisa pedagogos a algún favorito que mero-
dea en las altas regiones”.16 Las denuncias hacían referencia a la burocratización del ma-
gisterio y, específicamente, a que los varones habían sido los más expuestos a caer en ese
mal de la empleomanía.17 No fue menor el registro de denuncias y de exoneraciones que se
hicieron en contra de maestros y maestras acusados de participar en contiendas políticas, a
pesar de que existía una disposición que prohibía toda forma de acción partidaria de los
empleados del Estado.18 Los educadores participaron de la esfera pública y política19 y de

16 La Nación, 23 de marzo de 1894.


17 Nótese el carácter que le da al magisterio Leopoldo Lugones, que en su momento se desempeñó como
inspector general y colaborador cercano del ministro de Instrucción Pública durante el segundo gobierno de
Roca, Osvaldo Magnasco, cuando expresaba: “un proletariado magistral, cuyas consecuencias están visi-
bles en el vergonzoso espectáculo de las oficinas públicas asediadas de postulantes y de influencias [...] es
el despilfarro de la enseñanza. [...] producto de una confusión, el magisterio no es una profesión liberal,
sino una carrera esencialmente burocrática cuya demanda depende de las necesidades del Estado”. El
Monitor, Tomo XXXII, 1905, p. 86.
18 Se puede mencionar a modo de ejemplo aquella que dispuso el entonces presidente de la nación Julio A.
Roca, a través de su ministro, por la cual destituyó a varios profesores de colegios nacionales y escuelas
normales por haber tomado participación en actos que el gobierno reputaba de carácter político, infringien-
do una disposición anterior que lo prohibía terminantemente: “Considerando perniciosa para los intereses
superiores de la educación la injerencia activa en las contiendas de los partidos locales por parte de las
personas que ejercen el magisterio o funciones íntimamente ligadas con él, quienes tienen el deber moral de
no tomar participación en movimiento de tal carácter [...] que en consecuencia deben adoptarse las medidas
disciplinarias que reclaman la actitud de los empleados aludidos [...], se resuelve: Suspender sin goce de
sueldo por el término de dos meses: al Director Francisco Soler en sus funciones de rector del Colegio
Nacional de Paraná, a los Sres. Ricardo Poitem, Ernesto A. Bavio, Avelino Herrera, Alfredo Villalba, Mar-
tín Herrera y Juan J. Nissen, como profesores de éste establecimiento y escuela normal mixta, y al Sr.
Fermín Usín en el cargo de inspector nacional de instrucción primaria de Entre Ríos. Suspender por igual
término a profesores de la escuela normal de maestras de San Juan, Sres. Macedonio Leiva, Modesto T.
Leites y José Echavarría”. La Nación, 14 de septiembre de 1900. Nótese que entre los nombres que resultan
reconocidos y que fueron sancionados se encontraba Ernesto A. Bavio que fuera posteriormente un recono-
cido inspector y estrecho colaborador durante la gestión de Ramos Mejía.
19 Al respecto, entre otros trabajos podemos citar: SABATO, Hilda “Citinzenship, Political Participation and
the Formation of the Public Sphere in Buenos Aires, 1850s-1880s”, en Past and Present, núm. 136, agosto
de 1992 (publicado en Entrepasados, Año IV, núm. 6, 1994); SABATO, Hilda y CIBOTTI, Emma “Hacer
política en Buenos Aires: los italianos y la escena pública porteña 1860-1880”, en Boletín del Instituto de
Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 2, tercera serie, primer semestre de 1990;

97
LUCÍA LIONETTI “Víctor Mercante: agente político...”

esa republicanización de la política.20


Asimismo, por su formación pedagógica, devinieron en referentes de opinión. Esa
formación pedagógica, según Tedesco, habría sido una expresión del positivismo en tanto
ideología dominante del periodo.21 El signo del ideal absoluto del conocimiento a través
de la ciencia natural y su método, habría determinado el nacimiento de la Pedagogía como
una extensión de las ciencias naturales aplicadas al estudio del hombre. El descubrimiento
de las leyes de la enseñanza y del aprendizaje facilitaría alcanzar la meta proyectada.
La formación de estos “normalizadores laicos” habría garantizado el centralismo y
verticalismo de ese sistema, cerrando el círculo.22 Como una alternativa a esa postura
sistémica se habría dado la corriente democrática-radicalizada, con su cuestionamiento a
la acumulación arbitraria de poder por parte de la burocracia educacional. Nombres como
el de Carlos Vergara, Benjamín Zubiaur, José Berruti, Mithieu y Rosario Vera Peñaloza
habrían sido expresión de esta corriente. Los socialistas Alicia Moreau de Justo, Juan B.
Justo y Elvira Rawson de Dellepiane fueron, por su parte, una corriente dentro de esa línea
educativa. Esas “alternativas” habrían sido formuladas desde varios fundamentos políti-
cos-ideológicos: conservadores, democráticos-radicalizados, socialistas y anarquistas. Los
tres últimos constituyen el campo problemático de la educación popular.23
Sin embargo, a la luz de ciertas evidencias, puede considerarse que la conformación
de ese sistema público de enseñanza apeló a una “filosofía ecléctica”24 y a una suma de
contribuciones de amplio sustento ideológico liberal.25 Sobre la base de esos aportes, se

SABATO, Hilda y LETTIERI, Alberto –compiladores– La vida política en la Argentina del siglo XIX.
Armas, votos y voces, FCE, México, 2003; BONAUDO, Marta “De representantes y representados: Santa
Fe finisecular (1883-1893)”, en SABATO, Hilda –coordinadora– Ciudadanía política y formación de las
naciones. Perspectivas históricas de América Latina, FCE, México, 1999; TASSIN, Etienne “Identidad,
ciudadanía y comunidad política: ¿Qué es un sujeto político?, en QUIROGA, Hugo, VILLAVICENCIO,
Susana y VERMEREN, Patrice Filosofía de la ciudadanía. Sujeto político y democracia, Homo Sapiens,
Rosario, 1999. Una perspectiva de análisis que atiende a la conformación de la esfera pública en la frontera
nortpatagónica se encuentra en PRISLEI, Leticia Pasiones sureñas. Prensa, cultura y política en la Fron-
tera Nortpatagónica (1884-1946), Prometeo Libros-Entrepasados, Buenos Aires, 2001.
20 ALONSO, Paula “En la primavera de la historia. El discurso político de la década del Ochenta a través de
su prensa”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 15,
1er. semestre, 1997.
21 TEDESCO, Juan Carlos “El sistema educativo argentino, 1930-1935”, en Historia Integral, CEAL, Bue-
nos Aires, 1973.
22 PUIGGRÓS, Adriana Sujetos, Disciplina y Curriculum: en los orígenes del sistema educativo argentino
(1885-1916), Editorial Galerna, Buenos Aires, 1990, p. 41.
23 PUIGGRÓS, Adriana Sujetos, Disciplina..., cit., pp. 41-42.
24 El Monitor, Año XVIII, núm. 301, 1898.
25 Claramente lo expuso en su informe el director de la Escuela Normal de Paraná, Victoria, cuando comentó:
“Desde su fundación, la Escuela ha dogmatizado en esta materia, no habiendo tenido autores ni investiga-
dores en el cuerpo docente, pues los libros de Torres, únicos que han salido de esta cátedra, son más bien
recopilaciones originales. Sin embargo, la enseñanza ha sido siempre un dogmatismo ecléctico, entre lo
mejor y tal vez por esta circunstancia, por lo de haber alumnos y profesores leído y comentado todo lo que
se ha escrito o ha llegado en materia educativa en el país, la Pedagogía no ha tenido predilecciones por

98
prohistoria 10 - 2006

asiste a un proceso de conformación de un campo pedagógico26 que tuvo su propia dinámi-


ca, más allá del régimen oligárquico de la Argentina y su proyecto modernizador a partir
de la educación.
Desde ese punto de vista se puede decir que muchos de esos maestros y maestras
tuvieron aspiraciones intelectuales. Como lo expuso Elliot Freidson, existe una creciente
confluencia teórica entre los términos “intelectual” y “profesional”, más allá de mantener-
se atentos a las realidades y tradiciones distintas de su procedencia.27 En un sentido
abarcativo y difuso del término, tal como lo propone José Álvarez Junco, el rasgo funda-
mental del intelectual es que crea, administra o difunde cultura, esto es, signos, símbolos y
palabras dotados de un significado aceptado por una comunidad humana; el intelectual es,
por encima de todo, un “publicista o educador en el sentido más amplio de estos térmi-
nos”.28 Como sostiene Foucault, hace bastantes años que los intelectuales han adquirido
una forma más concreta y específica de actuación. Surgió así el intelectual “específico” en
oposición al “universal”.29
Los docentes normalistas de alto rango fueron parte del colectivo de liberales
reformistas30 que participaron de las políticas sociales impulsadas por el sector más
modernizador de la clase gobernante, con el objeto de imponer una política civilizadora
que garantizara la estabilidad de la nación. Aunque los más altos directivos, ministros y
presidentes del Consejo fueron cargos ocupados por miembros de la elite de las profesio-
nes tradicionales,31 no se puede desconocer que algunos normalistas alcanzaron el “honor
y prestigio” de ser referentes del movimiento educativo de aquellos años. Víctor Mercan-
te, Nicolás Pizzurno, Andrés Ferreyra, Rodolfo Senet, Ernesto Bavio, junto a figuras apa-
rentemente contrapuestas como las de Benjamín Zubiaur, Carlos Vergara y Julio Barcos,

escuelas, ni sistemas, ni métodos determinados en la cátedra. Justo es decirlo, sin embargo: su orientación
es científica y en sus secciones diferentes, se conoce a Pestalozzi, Spencer, Herbart, Compayré, Berra como
a Rousseau, Locke, Gréardg, Mercante”. Memoria de Culto, Justicia e Instrucción Cívica, Talleres Tipo-
gráficos Penitenciaría, 1909, Tomo II, p. 389. En adelante Memoria.
26 Aquí se retoma la noción de campo analizada en BOURDIEU, Pierre Cosas Dichas, Gedisa Editorial,
Barcelona, 1993, p. 144.
27 FREIDSON, Elliot Profession of Medicine: A Study in the Sociology of Applied Knowlwdge, Harper and
Row, New York, 1970.
28 ÁLVAREZ JUNCO, José “Los intelectuales: anticlericalismo y republicanismo”, en TUÑON LARA, Marcelo
Los orígenes culturales de la II República, Siglo XXI, Madrid, 1993, p. 102.
29 Cfr. FOUCAULT, Michel Estrategias de poder, Obras esenciales, Paidós, Barcelona, 1992, Vol. II, pp.
49-51.
30 Esta es una categorización utilizada en el texto de ZIMMERMANN, Eduardo Los liberales reformistas. La
cuestión social en Argentina (1890-1916), Sudamericana-Universidad de San Andrés, Buenos Aires, 1994.
31 Al respecto, en el trabajo de González Leandri se analiza la conformación de una elite profesional docente
como fracción subordinada que habría perdido ante la competencia que libraron con las elites de las profe-
siones tradicionales por el dominio de la abstracción teórica y el control académico de la cuestión educati-
va, elementos de gran importancia a la hora de legitimar de manera simbólica una actividad profesional.
GONZÁLEZ LEANDRI, Ricardo “La elite profesional docente como fracción intelectual subordinada.
Argentina: 1852-1900”, en Anuario de Estudios Americanos, LVIII-2, julio-diciembre, Sevilla, 2001.

99
LUCÍA LIONETTI “Víctor Mercante: agente político...”

sólo por mencionar algunos nombres, acompañaron esas políticas educativas que les per-
mitieron desempeñarse dentro de la administración como maestros, profesores normales,
inspectores y autores de tratados educativos. Asimismo, los nombres de Alicia Moreau,
Raquel Camaña, Elvira Rawson de Dellepiane, Matilde Filgueira de Díaz, Cecilia Grierson,
Rosario Vera Peñaloza, Alfonsina Storni y Herminia Brumana fueron el indicio claro de
esa inesperada presencia pública de las educadoras.

El pensamiento pedagógico de Víctor Mercante


Víctor Mercante fue un exponente de la profesionalización del magisterio. Nació en Merlo
el 21 de febrero de 1870. Hijo de chacareros italianos, recibió una beca para estudiar en la
prestigiosa Escuela Normal del Paraná. Fue regente y catedrático en la Escuela Normal de
San Juan, que fuera fundada por Manuel de Antequeda. Sus vínculos sociales y políticos le
permitieron ser electo diputado de la Legislatura de esa provincia por la Unión Cívica
Nacional, a los veintidós años. En los años 1890s. lo nombraron Director de la Escuela
Normal de Mercedes (provincia de Buenos Aires). Ocupó el cargo de Inspector del Conse-
jo Nacional de Educación. Cuando Joaquín V. González, como ministro de Instrucción
Pública durante la presidencia de Quintana, creó la Universidad de la Plata, lo nombró
asesor técnico y director de la sección de Pedagogía. Tiempo después se creo la Facultad
de Ciencias de la Educación, siendo nombrado primer decano. En sus funciones consiguió
dotar a la Universidad de uno de los gabinetes más completos de Psicología, creó y dirigió
durante once años la revista Archivos de pedagogía y Ciencias Afines, donde se reflejó
toda la actividad de profesores y alumnos. Su amistad y admiración a la figura de José
Ingenieros lo llevó a relacionarse y ser estrecho colaborador de Ramos Mejía. Participó,
junto a Ramos Mejía y Veyga, del primer comité de redacción de los Archivos de
Criminología y Psiquiatría. Fue autor de numerosos artículos y monografías publicados
en la Revista de Filosofía y La Prensa. Autor de varias obras pedagógicas, entre ellas: La
educación del niño y su instrucción, Enseñanza de la Aritmética, Metodología especial de
la enseñanza primaria, Vida y obra de Florentino Ameghino; contribución a su conoci-
miento. En 1927 publicó Maestros y educadores, obra destinada a exaltar por la fuerza
moral a los “grandes servidores de la vida noble de la juventud”. Le siguieron Tut-Ankh-
Amón y la Civilización de Oriente, El paisaje musical, Cuentos, Los estudiantes. Ocho
dramas líricos, a los que pusieron música autores argentinos: Ollantay, Frenos, Lázaro,
Raquela, La Flor del Impé, El Carnaval, Lin Calel, San Francisco de Asís. Fue miembro
del Consejo Superior de la Sociedad Científica Argentina, de la Sociedad de Psicología de
Buenos Aires, de la Sociedad Biotipológica, de la International de paidología de París, de
la American Academy of Political and Social Science de Pensilvania, honorario de la So-
ciedad Franklin, de la Intenational Kindergarten. Murió en su viaje de regreso en Los
Andes el 20 de septiembre de 1934, luego de asistir al Segundo Congreso Panamericano
de Educación que se celebrara en Chile.
Su obra pedagógica se inspiró en los aportes de la psicología experimental, de allí el
respeto y consideración que recibiera de Lombroso. Si el “gran positivista italiano” estu-

100
prohistoria 10 - 2006

dió la psicología de veinte mil criminales y delincuentes, no menor fue el número de niños
y adolescentes que pasaron por los “tests” de Mercante y de sus discípulos inmediatos. Sus
estudios contemplaron datos sorprendentes como talla, diámetro craneal, peso, ángulo de
Cunir, diámetro bromático, dinamometría, capacidad vital, acuidad visiva y auditiva, orien-
tación, tiempos de reacción, memoria, fatismos.
Le preocupó analizar dos cuestiones: el conocimiento y la conducta. La conducta se
le aparecía como el principal problema en aquellas aulas que reunían a cincuenta, sesenta
o hasta setenta alumnos. Como comentaba frecuentemente, en ellas convivían alumnos
tercos, divertidos, tontos, truhanes, perversos, locuaces, taciturnos, buenos, tranquilos, gra-
ciosos, serios, educados. Supuestamente, las expulsiones y la seguidilla de readmisiones
no conseguirían “apagar el volcán [...] de aquella humanidad brutalmente amontonada en
un salón para ser domesticada por un maestro”.32 Una impresión dantesca que lo llevó a
estudiar los fenómenos de la masa o grupo escolar, calculando la influencia de cada factor
para elaborar su teoría pedagógica. La herencia, los factores físicos, lo doméstico, lo so-
cial, lo escolar cuidadosamente observado y clasificado, según explicó, le revelaron el
secreto del caos que advertía en las clases.
Sobre la base de esos análisis, consideró que la debilidad en la voluntad que manifes-
taba la juventud argentina sería un efecto de esa “guerra racial” entre las razas poco evo-
lucionadas y las razas cultas, no llegando a imponerse, en los países americanos, las ten-
dencias superiores. Por eso, tanto las escuelas como los colegios secundarios debían ela-
borar estrategias diferentes, una destinada a funciones superiores y otras preparadas para
una vida inferior, como por ejemplo las de las razas negra e india que no habrían llegado a
su proceso de adaptación al ambiente.33 Consideraba, por tanto, que la eficacia del proceso
de enseñanza dependía, en gran parte, del grado de homogeneidad que se alcanzara en el
grupo. Los grupos debían ser perfectamente parejos en inteligencia, atención, memoria,
etc., para lo cual eran imprescindibles los estudios antropométricos.34
Su investigación escolar-antropológica convirtió al aula en un laboratorio humano
con una gama de repertorios de comportamientos.35 El espacio escolar se transformó en su
lugar de experimentación y productor intelectual de un nuevo saber científico al que llamó
Paidología. A partir del conocimiento de esta ciencia se acompañaría la evolución natural
de los casos “normales” y se formulararían las instancias correctivas para los casos de

32 MERCANTE, Victor Una vida realizada..., cit., p. 127.


33 MERCANTE, Víctor La paidología. Estudio del alumno, M. Gleizer, Buenos Aires, 1927, pp. 301-303.
34 MERCANTE, Víctor La crisis de la pubertad y sus consecuencias pedagógicas, Ediciones Cabaut y Cia.,
Buenos Aires, 1918, p. 249.
35 Evidentemente existió un estrecho diálogo entre la Criminología y la Pedagogía a partir de la admiración
que Mercante tenía por los estudios de Lombroso. De todos modos, ese diálogo se mantuvo más allá de
estos personajes puntuales durante gran parte del siglo XX. A propósito un trabajo reciente en el que se hace
referencia a esa criminología positivista y su impronta en el “sentido común”, particularmente en la prensa,
CAIMARI, Lila Apenas un delincuente. Crimen, Castigo y Cultura en la Argentina, 1880-1955, Siglo
XXI, Buenos Aires, 2004.

101
LUCÍA LIONETTI “Víctor Mercante: agente político...”

“anormalidad”. La normalidad implicaba condiciones físicas, intelectuales y morales “re-


gulares”, por eso la educación para los “anormales” debería ser enmendativa apelando a
los métodos para corregir y luego formar nuevos hábitos. Con la pedagogía experimental,
supuestamente se llegaría a conocer matemáticamente a los alumnos, disponiendo de cua-
dros y diagramas, analizando aptitudes y estado de preparación de un curso, sus sentimien-
tos, la adecuación de un método, la velocidad de asimilación de los conocimientos, etc.36
En materia de educación no se podía improvisar, “el cálculo era el arbitrio eficaz de la
experiencia”.37
Concibió al niño como un “ser pasivo que se mueve bajo la acción de los estímulos
enérgicos, obligados por algo que, contrariando sus hábitos de inercia, los vuelva acti-
vos”.38 Su desánimo para el trabajo, su espíritu de desorden y pereza debían revertirse con
métodos basados en estímulos rápidos, económicos, eficaces y no penosos, sustentados en
la razón nacida de la experiencia. La enseñanza debía primero corregir y luego formar.39
Esas consideraciones lo llevaron a ocuparse centralmente de la elaboración de una meto-
dología que permitiera responder “qué debe enseñar el maestro y cómo debe enseñar” o,
en otros términos, “qué debe aprender el alumno y cómo debe aprender”. Para ello sería
necesario, primero, la formulación de un programa, y segundo, de un procedimiento. Lo
primero era la ciencia, lo segundo, el arte de transmitirla. Si se prefería una enseñanza en
la escuela primaria sin textos, sería necesario que se difundieran los libros de ejercicios de
problemas, los syllabus, los cuestionarios para todas las materias, desde la geometría hasta
la moral cívica; que los maestros las escribieran y se familiarizaran con ellos, impuestos
por las autoridades. Sólo así se salvaba la enseñanza del apocamiento de la que podía
“resultar un pueblo sin iniciativa, sin capacidad para conocer y sin criterio para apreciar,
aunque sepa leer; que leer sin pensar es el mayor peligro de una democracia...”40
36 Así se puede rastrear en su obra La paidología..., cit.
37 MERCANTE, Víctor Una vida realizada..., cit., p. 115
38 MERCANTE, Víctor Metodología especial de la enseñanza primaria, Ediciones Cabaut y Cia., Buenos
Aires, 1932, p. 71. Cabe señalar que esa percepción sobre la infancia tiene sus matices dentro del movi-
miento pedagógico de aquellos años, provocando una fuerte tensión discursiva con la tradición fröebeliana
que hacía referencia a los niños como los “angelitos” que había que formar desde sus primeros años en una
labor continua que hiciera posible concretar el “hombre de bien” del mañana. Por cierto, este discurso
impregnó fuertemente las prácticas, particularmente de las maestras, quedando asociado a la función ma-
ternal de la educación.
39 En ese sentido presenta una gran coincidencia de pensamiento con Rodolfo Senet, que apeló a las ciencias
biológicas para hallar los fundamentos de la educación; así, suponía el conocimiento psicofisológico nece-
sario y previo a la educación intelectual y moral del sujeto. Este conocimiento daría bases ontogenéticas a
los educadores. Definía la normalidad desde la psicofisología, enfatizando la necesidad del estudio de los
sujetos normales, y en el caso de la anormalidad y su corrección, proponía el estudio de los principales
estados patológicos, de manera que el educador pudiera aplicar sus conocimientos a los casos que trataba,
entendiendo que la educación era el medio para desviar y neutralizar taras patológicas y contrarrestar una
adaptación social perniciosa. Los aportes de este autor han sido trabajados en VEZZETTI, Hugo El naci-
miento de la psicología en la Argentina, Puntosur, Buenos Aires, 1988.
40 MERCANTE, Víctor Metodología especial..., cit., p. 3 Por eso concluye con su nueva propuesta pedagó-
gica afirmando: “...el espíritu de la nueva pedagogía diverge de la antigua, en que es el niño quien observa,

102
prohistoria 10 - 2006

El positivismo fue su principal fuente de inspiración; sin embargo, en sus escritos se


advierte la recuperación de importantes referentes del campo pedagógico y de todo aquel
aporte científico que fuera válido para encontrar respuestas a sus inquietudes. Inclusive se
adelantó a los postulados del movimiento de la “Escuela Nueva” que, en Argentina, alcan-
zó una mayor presencia en los años 1920s. y 1930s. Cabe señalar que el llamado
escolanovismo reforzó el concepto de educación atravesado por nociones médicas, psico-
lógicas e higienistas a tal punto que ésta llegó a ser sinónimo de higienización.41 Esas
nuevas teorías y prácticas educativas suponían que, a partir del contacto y la experiencia
de trabajo lograda con niños signados como “anormales”, se modificaría el monótono y
disciplinado orden escolar tradicional. La dimensión psicológica se convirtió en uno de los
más importantes elementos para tratar las disfunciones institucionales, a la que se sumó la
Biología y la Neurología. Además, fueron especialmente tenidos en cuenta los aportes de
la Pediatría y la Puericultura que brindaron conocimientos sobre la higiene y la salud física
y mental de la infancia; de esta manera, se pretendieron dar las condiciones para que las
prácticas escolares institucionalizadas generaran un marco normativo y adaptativo.42
Uno de los mayores aportes de ese movimiento, que se asumió como un movimiento
crítico, rupturista y renovador, fue el de plantear una enseñanza activa y en contacto con la
naturaleza. El joven Mercante, en sus primeros pasos en la docencia en San Juan, se anti-
cipó a ese postulado poniendo en experiencia sus habituales excursiones dominicales con
sus alumnos. Esa escuela al aire libre, solía decir, liberaba a los jovencitos de malas com-
pañías en una edad que estaban propensos a la corrupción. Encontraba en esas excursiones
una descarga oportuna a la motricidad que tanta indisciplina ocasionaba en las aulas. El
salón era un lugar donde fermentaban las pasiones e incompatibilidades de carácter y raza,
que resolvían en formidables desafíos o peleas. Tiempo después sus investigaciones le
darían la explicación del sentido que tenía, en los niños de 11 a 12 años, esa irrefrenable
tendencia a defender la dignidad. Esos sobrantes de motricidad eran coincidentes con el
período sexual y belicoso. Sobre la base de sus estudios sobre el púber elaboró su teoría
pedagógica de la que se nutriría la reforma de Saavedra Lamas.

interpreta y hace y no el maestro. En que el maestro dirige estas actividades, no las substituye. Es locomo-
tora que hace el recorrido, no el riel. El riel evita que descarrile y las graves consecuencias del accidente. El
maestro evita que se observe mal, se piense mal y se haga mal, cuando esto comprometiera el éxito que se
busca u ocasionara gastos inútiles de energía”.
41 Esta llamada “escuela activa” contó con figuras reconocidas, como la médica María Montessori y su expe-
riencia en Roma en la Casa dei Bambini. En Bélgica, con el Doctor Decroly. En Estados Unidos se puso en
práctica el funcionamiento de esta orientación educativa en Winetka, en los suburbios de Chicago. Precisa-
mente su inspirador, Dewey, fue llamado el Copérnico contemporáneo de la Pedagogía, porque había con-
seguido que pasara el centro de la actividad educacional del niño, en vez del maestro, convirtiendo al niño
en sujeto activo y no pasivo. En Francia, Coussinet y la Escuela Activa de Ferriere. En Austria, con la
puesta en marcha del idealismo científico de Natorp y la escuela del trabajo de Kerchensteirner.
42 Esta cuestión ha sido trabajada por CORAZZA, Sandra Poder-saber e ética da escola, Editora UNIJUÏ,
Ijuí, Brasil, 1995 y SAVIANI, Dermeval As teorias de educaçao e o problema da marginalidade, Univ. São
Paulo, São Paulo, 1996.

103
LUCÍA LIONETTI “Víctor Mercante: agente político...”

Los presupuestos pedagógicos-científicos de la reforma


Al leer detenidamente el texto que fundamenta la presentación del proyecto de reforma del
Ministerio, así como la defensa de los diputados oficialistas en el recinto de la Cámara de
Diputados, llama la atención del lector la profusa prosa inspirada en los aportes de disci-
plinas como la Pedagogía, la Psicología y la Medicina. Sobre la base de esos aportes fue
posible caracterizar los rasgos psico-físicos y emocionales de la población estudiantil a la
que apuntó la iniciativa: los púberes que cursarían la llamada Escuela Intermedia. La refe-
rencia a profesionales de estas disciplinas hace pensar en la acabada información que tanto
el ministro de Instrucción Pública de la Nación, Carlos Saavedra Lamas, como los legisla-
dores, contaban para ilustrar y defender los motivos científicos que impulsaron la reforma.
La mención del pedagogo Víctor Mercante se diluye entre la serie de nombres reconocidos
que se citan recurrentemente.
La reforma buscó modificar el sistema de enseñanza secundaria, para lo cual promo-
vió la reducción de la escolarización primaria, gratuita y obligatoria a cuatro años, a cuyo
primer grado se ingresaba después de cumplidos los siete años de edad. Los estudios conti-
nuaban en un ciclo intermedio de tres años, gratuito y no obligatorio, cursado después de
cumplidos los once años. El Ciclo Secundario, con núcleos de materias afines y correlati-
vas, comenzaba una vez que los alumnos aprobaran la Escuela Intermedia. Lo mismo se
estableció para comenzar los estudios en la Escuela Normal, distribuida en cuatro años
para el título de Maestro Normal y en siete para el título de Profesor Normal, y en la
Escuela Comercial, distribuida en tres años para el título de Perito Mercantil y en cinco
para el de Contador Público.
La reducción del ciclo obligatorio procuraba, según palabras del Ministro, luchar
contra el analfabetismo y restablecer el equilibrio social. Se trató de revertir aquel preocu-
pante cuadro de situación que mostraba la supuesta “disminución del sexo fuerte y viril
frente al mayor número de niñas que concluían sus estudios primarios”,43 y esa “tendencia
afanosa por asistir a la Universidad”.44 Las modalidades de enseñanza técnica en las escue-
las industriales, de artes y oficios y la intermedia fueron ideadas en función de ese propó-
sito. Las Escuelas Industriales fueron consideradas institutos de enseñanza técnica desti-
nadas a formar elementos dirigentes con preparación técnico-práctica para el trabajo in-
dustrial en las especialidades mecánica, eléctrica y química, como también constructores
de edificios y sobrantes de obra.45 Las Escuelas de Artes y Oficios servirían para formar
obreros hábiles y capataces de taller, dotados de conocimientos generales. La práctica de

43 SAAVEDRA LAMAS, Carlos Reformas orgánicas en la Enseñanza pública: sus antecedentes y funda-
mentos, Imprenta Argentina, Jacobo Peuser, Buenos Aires, 1916, Tomo II, p. 42.
44 SAAVEDRA LAMAS, Carlos Reformas orgánicas..., cit., p. 63.
45 SAAVEDRA LAMAS, Carlos Reformas orgánicas..., cit., p. 431. Se aclara: “Los alumnos de las escuelas
industriales pasan todos los talleres de ajuste, carpintería, herrería, fundición y de electrotécnica y ejecu-
tan, además, trabajos prácticos en los laboratorios de ensayo de materiales, fotografía, ensayo de máquinas
y química. La práctica de los alumnos en los talleres es diaria y tiene por objeto principal familiarizarlos
con técnica de trabajo”, p. 44.

104
prohistoria 10 - 2006

taller tendría en estas escuelas más importancia que en las industriales puesto que se pre-
tendía que en ellas se desarrollaran lo más posible las aptitudes manuales. En estas escue-
las se aprendería también conocimientos más indispensables de Aritmética, Geometría,
Física, Tecnología y Dibujo Industrial que necesitaban en los diferentes oficios. En las
Escuelas Intermedias, los alumnos debían adquirir, al lado de una preparación teórica ge-
neral, una o más aptitudes manuales.
La reforma impulsó nuevos debates y controversias. Para algunos había cercenado
el espíritu de la ley 1420, y para otros había quedado a mitad de camino porque mantenía
el enciclopedismo y no conseguía formar la mano de obra. Más allá de los cuestionamientos,
lo evidente es que buscó canalizar parte de la población estudiantil hacia una capacitación
general para las actividades manuales. La educación oficial ofrecería otras alternativas,
sobre todo, para los varones que optaran por continuar en la escuela intermedia. Como se
declaraba en su texto, se pretendía “dar una orientación práctica, con la perspectiva de una
educación fácil y una función remunerativa que agiliza energías, encauza la vida sin anti-
cipar orientaciones que las personas mismas después podrán adquirir en su curso”.46
Finalmente, al año de que se ejecutara fue derogada por el ministro Reyes Salinas, en
un elocuente guiño de su gestión educativa. En 1918, Víctor Mercante publicó La crisis de
la pubertad y sus consecuencias pedagógicas (de siete capítulos y 452 páginas), en la que
se presentó como el mentor intelectual de la reforma. En este texto, que sorprende al lector
por la densidad de su información y conocimientos, explicó en sus palabras preliminares
que fue convocado para ocupar el cargo de Director de Enseñanza Secundaria y Especial
para asesorar en las reformas de los colegios y universidades que se proponían impulsar.
Según sus propias expresiones, “no economizó esfuerzos para traducir en prácticas sus
convicciones nacidas de la experiencia, la observación y del estudio, rectificadas y ratifi-
cadas durante más de veinte años de consagración a la enseñanza”.47
El plan de estudios se habría sustentado en fundamentos de orden científico, pedagó-
gico y legal, contemplando ese periodo entre la infancia y la adolescencia en el que la
escuela y el colegio habrían librado un combate de predominio produciendo una situación
caótica. Consideró que tuvieron en contra el tiempo para explicar la reforma y convencer
a un país en el que todos se ocupaban de la educación. La falta de tiempo habría impedido
que arraigara la reforma, rompiendo con prácticas tradicionales y con la situación de pro-
fesores acostumbrados a las cátedras de tres a cuatro horas y de padres satisfechos con el
certificado que abría a sus hijos las puertas de la Universidad.
Los censos educativos habían mostrado que, particularmente los varones, concluían
su escolarización primaria en el 4° grado. La escuela intermedia tendría la intención de
salvar ese inconveniente. Su propósito era generar armas para la defensa de los alumnos
completando la educación común, despertando vocaciones, disciplinando las actividades
prácticas.

46 SAAVEDRA LAMAS, Carlos Reformas orgánicas..., cit., p. 110.


47 MERCANTE, Víctor La crisis..., cit., p. 8.

105
LUCÍA LIONETTI “Víctor Mercante: agente político...”

Una escuela así concebida justificaba la continuación de la primaria en estudios se-


cundarios y profesionales, y tenía sentido la obligación escolar hasta los 14 años. Provoca-
tivas fueron sus palabras cuando sostuvo que
“...con una educación de este tipo, en aquellos países donde la indus-
tria era el primer resorte de la riqueza y el bienestar, el obrero dejaría
de ser el semianalfabeto peligroso que sabe leer; la juventud, entrega-
da a los estudios superiores, dejaría de mirar con fruncido ceño todo
lo que pudiera encallecer sus manos. [...] Dentro de cada hombre debe
estar el obrero, porque el hombre vale por lo que produce y realiza.
Una enseñanza viril, reduce a cantidades mínimas a los ociosos por-
que mil ocasiones ofrecerán ocupación a sus manos”.48
Frente a esa enseñanza primaria excesiva y los improductivos colegios nacionales
secundarios, lo que se debía conseguir era un tipo de educación que preparara a los jóve-
nes, entre los 14 y 15 años, para que se ganaran el sustento con un trabajo digno y que no
mendigaran empleos de los poderes públicos. Una formación que, por otra parte, se ajus-
taría a las necesidades de los jóvenes ya que
“...los fisiólogos y educacionistas admiten que el organismo sufre una
crisis algo así como una metamorfosis [...] Tal estado, no es el más
propicio a una actividad mental intensa, pero sí a una disciplina ma-
nual; razón ésta del carácter intuitivo, ejercitativo y prevocacional de
los programas de cultura intermedia y de acentuación de la manual y
técnica”.49
Su propuesta se basó en su experiencia profesional de la docencia y en sus conoci-
mientos sobre lo que se entendía como “crisis de la pubertad”. La Psicología, la Medicina
y la Fisiología le permitieron explicar que, entre los 12 y 16 años, se alcanzaba “la madu-
ración sexual”, aunque las deformaciones de las costumbres civilizadas la extendían hasta
los 25 años, perpetuando la indolencia que señalaban los educacionistas. Fisiólogos como
Beaunis le permitieron comprender que en esa etapa se opera una evolución rápida de los
órganos genitales y una modificación profunda de la constitución orgánica. En ese ciclo de
la vida, el individuo comprendería la prioridad de conservar la especie, lo cual modificaría
la actividad psíquica generando nuevos sentimientos, deseos, emociones e ideas.
Analizó exhaustivamente cómo en la pubertad existen variaciones orgánicas en la
talla, el peso y la fuerza muscular, lo cual haría indispensable un plan de estudio reducido,
pero intenso y variado. Los cambios y transformaciones sexuales producirían un periodo
de crisis conmocional brusco que impulsaría a los adolescentes al juego por placer y por
necesidad, para gastar energía física. La escuela no se adaptaba a esas necesidades,

48 MERCANTE, Víctor La crisis..., cit., pp. 22-23.


49 MERCANTE, Víctor La crisis..., cit., p. 24.

106
prohistoria 10 - 2006

enclaustrando a los púberes, lo que generaba frecuentes actos de indisciplina. Las distintas
actividades en el taller o la granja, debidamente preparados, podían canalizar ese sobrante
de energía y favorecer el crecimiento del sistema muscular del adolescente. El juego, como
el “foot-ball” o el “tennis”, no era un mero esparcimiento, tal como lo entendían aquellos
padres que “juzgaban decente tres horas de jadeo tras una pelota, pero innoble una de
fatiga en carpir las eras de un huerto”.50
Sus estudios sobre 400 de sus alumnos le habían permitido comprender que esa
explosión de actividades se acompañaba, en el orden mental, por una depresión producto
de un “cretinismo transitorio”. Esa transformación, tanto mental como moral, sería más
enérgica en la mujer que en el hombre. Según indicó, en las jóvenes de esa edad la imagi-
nación se extravía en “raras sentimentalidades”, haciéndose más reservada, temerosa, ver-
gonzosa o bien, autoritaria y coqueta. Aquella sería la edad de las amistades tiernas, del
amor romancesco, de las ambiciones y de las grandezas. Por el contrario, la anatomía y
fisiología del varón sufren cambios definitivos. El mismo fenómeno se produce a nivel
psicológico. A partir de la pubertad, el varón llega por grados al apogeo de los atributos
intelectuales y morales de su masculinidad, y la mujer adopta los rasgos peculiares de su
sexo. La crisis psíquica, a menudo, sería más intensa en la mujer que en el hombre. En
absoluta sintonía con la representación de lo femenino que reproducía la cultura patriarcal
de aquellos tiempos modernos, sostenía que la despreocupación moral en que vive el alma
infantil de la joven le sucede el conocimiento de su situación sexual y el papel que le
incumbe en la vida. El secreto instinto de su verdadera misión, acentuaría la vida interior
con excesos de meditación, melancolía y la angustia expresada en llantos inmotivados. Su
ternura se consagraría a determinados pensamientos y personas. Ese exceso sentimental se
traduciría, en algunos casos, en misticismo.
Por su parte, el varón mostraría una sensación de vida que lo anima, y su inexperien-
cia lo tornaría presuntuoso, turbulento, osado, soñador, ardiente de inasibles quimeras. Se
hipertrofiaría su yo, sintiéndose hombre y alimentando ambiciones. Recordó las afirma-
ciones de Compayré que sostuvo que, a los quince años, el joven pretendía ser tomado en
serio, ser tratado como hombre. Por esa razón el púber se indisciplina, siendo incapaz de
persistir en una ocupación o actividad cualesquiera. Ese “desorden mental” los conduciría
a una progresiva inferioridad intelectual. Era aquella una razón más para proponer, des-
pués de los 11 años, una educación profesional y técnica. El desarrollo del sistema muscu-
lar, y su fuerza casi adulta, sería acompañado por una afectividad intensa, entre los 11 y los
16 años, a ejercitar las aptitudes manuales. Pero a todo esto también se debía sumar una
razón de orden económico: “la de que el país exige esta enseñanza a sus habitantes”.51
Sus observaciones le habían mostrado que la atención, la voluntad y la constitución
de los centros perceptivos distaban en función de los sexos. Supuestamente, la atención de
la mujer era más concentrada en el periodo infantil, y se volvía más indirecta y dispersa en

50 MERCANTE, Víctor La crisis..., cit., pp. 97-98.


51 MERCANTE, Víctor La crisis..., cit., p. 122

107
LUCÍA LIONETTI “Víctor Mercante: agente político...”

la pubertad, ocurriendo lo contrario en el hombre. En el varón la intensidad crecía, mien-


tras que en la mujer se debilitaba, perdiendo la situación tan privilegiada que tenía durante
la infancia. Un diagnóstico, por cierto, muy oportuno para una reforma que apuntó a la
continuidad de los estudios de los varones en la Escuela Intermedia y, eventualmente, para
que unos pocos siguieran el Colegio Nacional.
Esos cambios desencadenarían un sentimiento de profunda crisis. En ese punto se
explayó valiéndose de las afirmaciones de algunos intelectuales de la época que se pronun-
ciaron sobre la homosexualidad, el uranismo femenino y el tercer sexo.52 Comentó que
desde los 13 años, es la edad en la que
“el amor ofrece esas extrañas perversiones conocidas bajo el nombre
de homsexualidades y que atacan en forma de amistades solitarias,
primero de emoción fiamesca después, para resolverse, por último, en
uranismo [...] La función de las glándulas genésicas, dice Krafft-Ebing
(Psicopathies sexuales) trae consigo al libidinoso y se traduce en esta-
dos que afectan al carácter, a la voluntad y a la conducta del individuo,
particularmente durante el período en que los apetitos sexuales no son
satisfechos normalmente. El onanismo arroja cifras que Roux hace
alcanzar al 75%, es un vicio casi habitual del adolescente, que reper-
cute intensamente en sus actividades y que reclama métodos previso-
res, como la vida en campaña y una educación sexual”.53
Por otra parte, el joven púber manifiesta su tendencia a la haraganería y a la cruel-
dad. Una edad en la que confluirían virtudes sublimes y acciones heroicas pero también,
perversidades y extravíos condenables. Los antropólogos italianos –Marro, Angiolella,
Lombroso– habían notado la tendencia a la ambulación y la inasistencia a clases. Los
sentimientos estéticos, vinculados íntimamente con la vida sexual, sufrirían un profundo
cambio al comienzo de la pubertad, de allí que sería imprescindible idear un plan de con-
tenidos y estrategias didácticas, basados en la selección sexual e intelectual y en el mejora-
miento de la especie y de los conceptos.
Tanto en el varón como en la mujer adolescente, existe supuestamente una preferen-
cia por ejercitar las manos antes que por estudiar materias. Las jóvenes le habían mostrado
una inclinación por la pintura y la aversión hacia los “quehaceres femeniles” (modista,

52 Sobre estas inquietudes de principios de siglo que hablan de la “masculinización” de la mujer y la


“feminización del hombre” continúa siendo un trabajo de cita obligada el de SALESSI, Jorge Médicos,
maleantes y maricas, Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 2000. El texto de Mercante muestra el temor que
experimentaron muchos de los hombres de aquel tiempo ante la percepción de una hombría insuficiente,
que generó en encerramiento en una espiral de desconfianza y ansiedad que sólo pudo ser compensada a
través de la expresión, simbólica o efectiva, de alguna forma de violencia hacia quienes se consideraba
endebles, vulnerables pero al mismo tiempo peligrosas. Sobre esta cuestión un trabajo sugerente es el de
KAUFMAN, Michael “Masculinidad dominante, armadura que paraliza”, en LETRA S, 6 de abril de 2000.
53 MERCANTE, Víctor La crisis..., cit., pp. 182-187.

108
prohistoria 10 - 2006

bordadora). Se sentirían atraídas por la naturaleza aborreciendo la fatiga, por lo que busca-
rían ocupaciones amenas y un tanto románticas. Tareas como la telegrafía y la costura les
resultarían monótonas. Sus preferencias por leer Historia y Literatura, le indicaba que
serían menos propensas a las actividades manuales que los varones. En definitiva, los
sentimientos y la conducta durante la crisis pubertad revelarían las profundas variaciones
de acuerdo a la edad y el sexo, de allí que la escuela debía adaptarse a esas dos grandes
coordenadas.54
A partir de ese diagnóstico, abordó la cuestión de “la capacidad para aprender duran-
te la crisis”. El principio pestalozziano acerca de que “la medida de la enseñanza no es la
que el maestro puede dar, sino la que el niño puede recibir”, resultó oportuno para expla-
yarse sobre la pertinencia de la creación de la Escuela Intermedia. Su planteo central se
inspiraba en lo que Dewey había sentenciado cuando se refirió al “despilfarro de la educa-
ción”, que substraía al alumno de las influencias fecundas del sol y de la sociedad. El
propósito de la escuela era el de “hacerse amar el trabajo y hacerse detestar la vida muelle,
inútil e insulsa del holgazán”.55 De modo que el problema consistía en precisar qué se
entendía por enseñanza integral. No se debía confundir integralidad destinada a satisfacer
las exigencias del Estado con la integralidad destinada a formar un espíritu enciclopédico,
puesto que
“Es la nación que necesita ingenieros, naturalistas, historiadores, lite-
ratos, escultores, albañiles; no es el individuo que necesita ser ingenie-
ro, naturalista, historiador, literato, escultor, albañil, carpintero, por
parcial que concibamos ese enciclopedismo [...]. La enseñanza
integralmente es absurda”.56
Siguiendo al pedagogo cubano Aguayo, que había considerado “la escuela del traba-
jo como un gran taller donde cada actividad del niño, encuentra los estímulos, los motivos,
los instrumentos que necesita para ejercitarse”,57 presentó a las Escuelas Intermedias como
aquellas que preparaban “al nuevo luchador sin recelo para el trabajo, que es la mejor y la
más noble defensa de la vida”.58 Una escuela donde no se descuidaban aspectos tan esen-
ciales como la sensibilidad y la delicadeza, teniendo como marco de trabajo el ámbito de
la naturaleza. Con el dictado de dos o tres horas al día de contemplación atenta, de dos o
tres horas de ejercitación eficaz, de lectura de composición, de dibujo, de educación esté-
tica, de educación científica (ciencias naturales, geografía, física), realizadas “bajo el cielo
como techo”, se vigorizaban el razonamiento y la voluntad.
En cuanto al Colegio Nacional tenía una educación de tipo integral, en tanto contem-
plaba la unidad desde el punto de vista psicofisiológico, realizada con el núcleo de mate-

54 MERCANTE, Víctor La crisis..., cit., p. 239.


55 MERCANTE, Víctor La crisis..., cit., p. 274
56 MERCANTE, Víctor La crisis..., cit., p. 276.
57 MERCANTE, Víctor La crisis..., cit., p. 282.
58 MERCANTE, Víctor La crisis..., cit., p. 283.

109
LUCÍA LIONETTI “Víctor Mercante: agente político...”

rias afines que formaba la capacidad profesional para garantizar la agudeza de observa-
ción, razonamiento, comprensión, prontitud para asociar, habilidad para imaginar y des-
treza para hacer. Con esa enseñanza se pretendía desarrollar el intelecto, a partir de la
organización del conocimiento desde los centros de percepción.
La vocación de los alumnos estaría condicionada en su intensidad por el instinto, la
tendencia y la inclinación. A diferencia de otros normalistas argentinos, que apostaron a la
capacidad transformadora de la educación, estimó que la escuela no podía modificar el
instinto. En ese sentido, un punto cardinal era la cuestión de la descendencia que se altera-
ba al no ser concurrentes las líneas ancestrales y la adaptación. Precisamente el “debilita-
miento” en la juventud argentina, un mal que la escuela y el colegio no habían podido
combatir, se debía a que los hijos de los inmigrantes no contaron con las mismas condicio-
nes de ambientes y costumbres que sus ancestros, lo cual generaba las grietas en el modo
de ver, pensar y querer.
Otro aspecto que abordó fue el de “la organización y el gobierno de la enseñanza”
que debía imperar durante la crisis. Retomó nuevamente los aspectos abordados a lo largo
del texto, para pronunciarse sobre un aspecto no resuelto desde el mismo momento que se
puso en marcha el imperativo de “educar al soberano”. A la hora de marcar el límite entre
las políticas educativas del Estado y el respeto a la libertad individual, otra vez se escudó
en su saber para comentar:
“La enseñanza obligatoria parécese a la obligación de guardar precep-
tos higiénicos, porque las enfermedades constituyen un peligro para la
colectividad. El individuo pertenece al Estado, se debe a los demás,
bien poco a sí mismo. De este concepto deriva el cultivo y el desarro-
llo de aptitudes que lo hagan útil a sus semejantes, en forma de que el
esfuerzo se traduzca en un máximo de rendimiento. Pero nadie resiste
a ser educado sino cuando se contrarían sus tendencias o se exigen
ejercicios en los que su capacidad se excede. La ley ha querido preve-
nirse contra la desidia del padre, quien dispone del hijo hasta una edad
avanzada. Pero la ley, [...] no podría ordenar funciones para las que no
ha llegado la oportunidad físico-psicológica”.59
Por allí pasaba, según su criterio, la falacia de los argumentos de quienes criticaron
la reforma por atentar contra la ley sancionada en 1884. Las estadísticas demostraban que
el primer año era cursado en los establecimientos secundarios por alumnos que sólo habían
presentado el certificado de 4° grado. La presión de los padres había llevado a la violación
de la reglamentación, poniendo en duda que el nuevo ministro Salinas pudiera conseguir
que se respetara su resolución de exigir el 6° grado. La intención de la reforma había sido
la de recuperar el espíritu de la ley 1420, superando aquella pasividad en la enseñanza
práctica de los jóvenes destinados a la agricultura, el taller y a los oficios menores, activi-

59 MERCANTE, Víctor La crisis..., cit.

110
prohistoria 10 - 2006

dades a las que se congregaban sin capacidad, desagradados y dispuestos a rehuirlos para
entregarse a la vida parásita, sin profesión. De modo que, “quienes combatieron el plan del
ex-ministro doctor Saavedra Lamas, tuvieron sólo una razón para hacerla: la repugnancia
de ver con el delantal del artesano a sus hijos, porque no lo habían usado ellos”.60
Cuando explicó la readecuación de los Colegios Nacionales con la eliminación de
los exámenes de ingreso y la presentación de un plan de estudios con grupos de materias
afines, detalló cómo se organizaría y se administraría el sistema reformado. Una enseñan-
za que articulaba un carácter integral en la formación durante los primeros años con un
ciclo que pretendía educar para habilitar a los jóvenes en el ejercicio de las actividades
manuales.
Finalmente, en sus últimas páginas se explaya profusamente para identificar como
zurdismo a aquella tendencia que veía, sentía, pensaba, hacía y se conducía al revés de los
que el sentido común o la razón elemental aconsejaban. Habían contribuido a su creci-
miento los nuevos medios de comunicación, pero sin duda la causa profunda era otra:
“Una investigación privada, llena de dificultades, nos dio alrededor
del 20% de niños cuyos padres o abuelos habían sufrido enfermedades
venéreas. Estaban ellos, formados en esa masa de holgazanes, distraí-
dos, abúlicos e incorregibles recalcitrantes. ¿No serían, tal vez, el 50%;
no habría, en otros, taras de un alcoholismo ancestral? Por este lado
hay secretos, del mal que lamentamos, tan graves como la subversión
de valores traída por la confluencia de las razas sufrientes de Europa.
De esta suerte no son problemas políticos ni pedagógicos los que de-
ben intranquilizarnos, sino higiénicos y étnicos”.61
Este comentario, que no deja de sorprender conociendo los orígenes de su autor,
muestra descarnadamente, sin intermediaciones del lenguaje pedagógico, la sensación de
un mundo trastocado frente a la emergencia del cosmopolitismo. Esa incertidumbre recla-
mó nuevamente el orden para encauzar la dinámica del progreso. El ropaje científico del
discurso pedagógico de Mercante fue expresión y, al mismo tiempo, instrumento de la
reacción ideológica de su tiempo. Sus ideas pedagógicas, como se dijo, tenían un propósi-
to correctivo. La Pedagogía era el instrumento para propiciar la reforma de un sistema
educativo que con el paso del tiempo había generado desconcierto.
Si para los años 1880s. la escuela, con su sentido democratizador, parecía la gran
aliada para concretar la estabilidad política y social tan ansiada, a principios del siglo XX
aparecía como responsable de generar el “desequilibrio social”. Las voces de la elite cues-
tionaron ese modelo de educación porque creaba la peregrina y engañosa idea de un ascen-
so social. Vale preguntarse hasta qué punto aquello era el producto de una ilusión o había
datos de la realidad que lo corroboraban. Después de todo, allí estaba el ejemplo del hijo

60 MERCANTE, Víctor La crisis..., cit., pp. 337-338.


61 MERCANTE, Víctor La crisis..., cit., p. 419.

111
LUCÍA LIONETTI “Víctor Mercante: agente político...”

de inmigrantes chacareros de Merlo que logró, a partir de su capital técnico y simbólico,


conseguir el capital relacional y político necesario para alcanzar el reconocimiento peda-
gógico y una carrera exitosa dentro de la burocracia estatal.
La mirada sobre este sujeto individual y su pensamiento pedagógico, permite
complejizar aquellos análisis que centran su interés en cuestiones de macro políticas, y que
han presentado el normalismo con enfoques un tanto simplistas y unilineales. Habrá que
seguir indagando sobre esa relación entre las políticas tuteladas por el Estado que promo-
vieron la capacitación de los maestros y maestras y la capacidad de acción de estos sujetos
sociales. La realidad social revela que los llamados “normalizadores” fueron mucho más
que meros instrumentos de las políticas verticalistas y centralistas de las autoridades na-
cionales.
La pródiga labor de Mercante lo muestra como uno de los exponentes más notables
del campo pedagógico. La obra que se ha elegido para analizar en este trabajo es una
demostración evidente de la densidad de su conocimiento y su amplia formación pedagó-
gica, según los paradigmas científicos del momento. Todos sus esfuerzos se volcaron, en
ese sentido, a construir una teoría pedagógica que se consagrara a través del reconocimien-
to institucional y científico. Una instancia, por otra parte, insoslayable en aquella búsque-
da de prestigiar y salvaguardar los intereses profesionales de los auténticos especialistas
en una materia en la que se solía opinar e improvisar en exceso, según sus propias palabras.
Tandil, noviembre de 2005

112
M ulheres sem mordaça X tropa de choque:
estratégias de lutas políticas no contexto das greves
policiais no estado do Paraná (Nota prévia)

HILDA PÍVARO STADNIKY

Resumen Abstract
A categoria aqui denominada de mulheres sem The category here denominated of women
mordaça ganhou visibilidade nacional ao without muzzle got national visibility when
assumir a tarefa de defender a bandeira de re- assuming the task of defending the flag of the
ajuste salarial dos maridos policiais e proibidos husbands policemen’s wage adjustment and
de manifestar-se em movimentos grevistas. As forbidden of manifesting in movements
mulheres revelaram práticas políticas até então strikers. The women revealed political practices
inusitadas, que podem ser tomadas como novas until then unusual, that can be taken as new
formas de manifestação de cidadania ou atri- forms of citizenship manifestation or political
butos políticos do feminino no âmbito das attributes of the feminine in the extent of the
relações de gênero. Destacamos as marcas de gender relationships. We detached the marks
sensibilidades femininas na apropriação e uso of feminine sensibilities in the appropriation
de espaços urbanos estratégicos à segurança and use of strategic urban spaces to the public
pública, que acabaram por imprimir novos safety that ended for printing new behaviors
comportamentos e tramas de resistência das and plots of the protagonists’ resistance in
protagonistas em cena e o enfrentamento da scene against the riot squad of the military
tropa de choque da Polícia Militar do Paraná. police of Paraná.

Palabras clave Key words


Mulheres – relações de gênero – atributos do Women – gender relationships – attributes of
femenino – resistencia – cidadania the feminine – resistance – citzenship

Recibido con pedido de publicación el 16/09/2003


Aceptado para su publicación el 21/02/2004
Versión definitiva recibida el 26/6/2004
Hilda Pívaro Stadniky é docente do Programa de Mestrado de História
da Universidade Estadual de Maringá, linha de pesquisa
“Fronteiras, populações e bens culturais”
hilda@onda.com.br

STADNIKY, Hilda Pívaro “Mulheres sem mordaça X tropa de choque: estratégias de lutas políticas
no contexto das greves policiais no estado do Paraná (Nota prévia)”, prohistoria, año X, número
10, Rosario, Argentina, primavera 2006, pp. 113-132.
HILDA PÍVARO STADNIKY “Mulheres sem mordaça...”

Introdução

P
retendemos discutir a inserção de práticas políticas de mulheres de policiais militares
no contexto grevista da polícia militar que se inaugurou no ano de 2001, no Brasil,
em novos termos, alcance e proporções. A conjuntura grevista das polícias civil e
militar ganhou extensão em vários Estados e obteve desdobramentos inéditos e
diferenciados, o que nos possibilita uma divisão do movimento em dois momentos: a fase
de maio e a fase julho. No Paraná podemos acrescentar uma terceira fase, ao longo de
julho de 2002, marcada pela retomada das questões anteriores. Igualmente, a resposta
política dos Estados, palco das greves policiais, foi diferenciada, proporcionando
desdobramentos distintos, com nível de intervenção e violência variado.
Essa categoria de mulheres, aqui denominadas de mulheres sem mordaça, ganhou
visibilidade no espaço público nacional a partir do momento que assumiu a tarefa de ser
porta voz e defender a bandeira de reajuste salarial dos maridos engajados na corporação
policial e proibidos pelo regulamento de manifestar-se através de movimentos grevistas.
As mulheres, representantes de várias regiões do Paraná, se organizaram em acampamentos
em frente dos principais quartéis da Polícia Militar do Estado, revelaram práticas políticas
até então inéditas, que podem ser questionadas e tomadas como inovadoras formas de
manifestação de cidadania ou novos atributos políticos do feminino.1 Podem ser vistas,
ainda, como novas expressões de sensibilidades femininas reveladas publicamente e que
refletem usos inusitados de determinados espaços urbanos, quer do interior quer da capital
do estado.
Podemos questionar, ainda, a natureza destas formas de manifestação e lutas das
mulheres no âmbito militar e analisar o nível de seu envolvimento político junto aos demais
setores organizados da sociedade, a exemplo, partidos políticos e sindicatos das mais di-
versas categorias.
As fontes para tal discussão são os jornais escritos e televisionados,2 cujas imagens
são ilustrativas do poder de manifestação, confronto e resistência dos agentes históricos
1 Interessante discussão acerca da cidadania está presente em BONACCHI, Gabriela y GROPPI, Ângela
–orgs– O dilema da cidadania. Direitos e deveres das mulheres, Editora da Unesp, São Paulo, 1995.
Tradução de Álvaro Lorencini. Em boa medida, em Only paradoxes to offer, cuja publicação primeira data
de 1996, pela Harvard University Press, Joan W. Scott retoma a trajetória de militantes feministas francesas
ligadas diretamente à representação política e à luta pela cidadania das mulheres. Consultar SCOTT, Joan
Walach A cidadã paradoxal. As feministas francesas e os direitos do homem, Editora Mulheres, Florianópolis,
2002. Tradução de Élvio Antonio Funck.
2 No processo de crítica interna de tais fontes há que se considerar aspectos importantes: que o controle da
mídia em mãos de grupos políticos impede a diversidade de pontos de vista e acesso pulverizado de
informação de qualidade, a diversidade editorial sofre, abafa a cobertura original, utiliza cópia padrão do
conteúdo das agências nacionais ou locais e das empresas controladas pelo mesmo grupo, notícias reais são
suprimidas, freqüentemente filtram notícias legítimas, seja pela censura direta de donos e editores ou por
meio de autocensura por parte dos jornalistas, falta de transparência e abertura permite que interesses
políticos e governamentais sejam reproduzidas para a opinião pública. Em boa medida, o recente movimento
internacional pela democratização da mídia prioriza a diversidade no lugar da monotonia, o controle cidadão
no lugar da escolha corporativa, o desenvolvimento cultural no lugar do lucro, e o discurso público no lugar
das relações públicas.

114
prohistoria 10 - 2006

sem mordaças diante do poder do Estado objetivado através dos coturnos e escudos da
tropa de choque, que incorpora também policiais femininas. Somam-se a elas as entrevis-
tas com as mulheres, expressões da participação feminina na resistência e no enfrentamento
final com os 700 soldados da tropa de choque do Batalhão da Polícia Militar do Paraná.
A produção acadêmica mais recente tem realçado as especificidades históricas da
formação da polícia civil e militar no Brasil. De igual modo, em um paralelo com as
corporações policiais de alguns países europeus, particularmente a Inglaterra, e Estados
Unidos, ela tem destacado a trajetória de mudanças ao longo do século XX que redefiniram
seu perfil, papel e forma de inserção na sociedade.3
No caso brasileiro, há uma somatória de elementos que se conjugam, fazendo com
que questões básicas se apresentem na forma de fatores que ajudam a ampliar o foco da
questão no presente. Historicamente, no Brasil, as polícias civil e militar ocuparam espaços
paralelos, embora específicos, nos assuntos pertinentes à segurança pública. Isto resultou
em corporações com estruturas próprias em função da diferenciação de atribuição, alçada,
circunscrição e da carreira. A polícia militar, a que particularmente nos interessa, deve
subordinação ao exército, estruturando-se hierarquicamente nos seus moldes e submetendo-
se aos imperativos legais que regulam a vida militar.
Em boa medida, a precariedade da cultura política dos policiais militares deriva
daquela subordinação e se explica pela não sindicalização da categoria. A história recente
do país tem revelado uma corporação policial militar atenta às questões políticas e preocu-
pada em implementar mudanças nos respectivos Regimentos Disciplinares Estaduais, vi-
sando a flexibilização de normas relativas ao exercício da cidadania política.
Na medida em que os policiais militares têm se perfilado na defesa de tais
reivindicações, a pauta de suas demandas passou a contemplar outros itens. As condições
de trabalho, a remuneração e o plano de carreira têm sido objeto dos novos discursos cujas
reivindicações ultrapassaram os muros dos quartéis. A isto se soma a questão da paulatina
e rápida privatização da segurança pública por meio da armadilha do segundo emprego.
Entretanto, as normas do regimento disciplinar e a divisão da carreira em segmentos
isolados são aspectos importantes para explicar os limites impostos à politização dos dis-
cursos e às práticas reivindicatórias dos policiais militares. Estes são impedidos de partici-
par de manifestações públicas, de sindicalizar-se e de promover greves, de modo que a
corporação deve manter-se avessa aos movimentos sociais que poderiam comportar suas
aspirações políticas e sociais.4
Ao elencarmos tais fatores limitadores à inserção política dos policiais militares nos
movimentos de cunho reivindicatório, pretendemos chamar a atenção para uma conjuntura
marcada por aspectos inéditos ao longo dos anos de 2001 e 2002. Em primeiro lugar,

3 Indispensável consultar BRETAS, Marcos Luiz Ordem na cidade. O exercício cotidiano da autoridade
policial no Rio de Janeiro: 1907-1930, Rocco, Rio de Janeiro, 1997. Tradução de Alberto Lopes.
4 Consultar GOHN, Maria da Glória Teorias dos movimentos sociais. Paradigmas clássicos e contemporâneos,
Edições Loyola, São Paulo, 1997.

115
HILDA PÍVARO STADNIKY “Mulheres sem mordaça...”

inaugurou-se um cenário de movimentos grevistas que atingiram vários estados e, em se-


gundo lugar, policiais civis e militares marcaram presença e participação conjunta. Os
desdobramentos de tais greves, bem como as soluções dadas ao impasse da segurança
pública, foram distintos. Isto nos levou a identificar duas fases na conjuntura grevista
nacional, desdobradas nos meses de maio e julho de 2001.
Contudo, o aspecto mais inusitado ficou por conta da experiência impressa pelo
movimento de mulheres de PMs do Paraná, única na sua dinâmica e organização. Os
desdobramentos de tais movimentos no Paraná contemplaram três fases, sendo que as duas
primeiras (maio e julho de 2001) estiveram em sintonia com as greves de policiais de
outros estados e delas o governo paranaense apropriou-se dos instrumentos de
enfrentamento, ancorado na truculência,5 como veremos ao longo da discussão.
O texto aqui apresentado é recorte de uma pesquisa mais ampla, que abarca todas as
fases do movimento das mulheres de PMs no Paraná, e tem o caráter de nota prévia.6 Ora,
nossa proposta se restringe à análise do movimento de julho de 2001 (segunda fase) e
sujeita-se aos impasses teóricos e metodológicos de temas e problemas da história do
tempo presente. A terceira fase, própria do movimento do Paraná, foi o desdobro das eta-
pas anteriores e eclodiu em setembro de 2002, sustentando as mesas reivindicações. A
solução derivou de entendimento e acordo com o governo do Estado que, através de
mensagem à Assembléia, propôs reajuste salarial à categoria e a ser pago em parcelas.

Desdobramentos dos protestos de mulheres de PMs: cronologia e iconografia


Decorridos quase 60 dias após o encerramento dos protestos que paralisaram por uma
semana vários quartéis da PM do Paraná (primeira fase-maio 2001) e das negociações com
o governo do Estado, mulheres de policiais militares voltaram a se manifestar em 16 de
julho. Acampadas, elas passaram a noite em frente ao quartel-geral da PM, em Curitiba, e
impediram a troca de turno da manhã. Além da reivindicação da ampliação da gratificação
especial para os policiais, acrescentam novo argumento para a manifestação, pois as mulheres
alegam que muitos PMs foram punidos devido aos protestos anteriores.7 As mulheres

5 Estamos nos referindo à greve dos policiais militares de Tocantins. Cabos e soldados da PM tomaram com
as famílias o quartel do 1° Batalhão em um movimento iniciado em 22 de maio de 2001 e encerrado em 12
dias. O movimento foi marcado por um clima de grande tensão e resultou num confronto com tropas do
Exército que promoveram o cerco do quartel, sem que as reivindicações fossem atendidas.
6 Uma discussão sobre “as mulheres sem mordaça no contexto das greves policiais no Brasil, ao longo de
2001, (primeira fase)”, foi originalmente apresentada no III Congreso Europeo de Latinoamericanistas
(Amsterdam-2002) “Cruzando Fronteras em América Latina”, junto do GT “Homens, mulheres e
desenvolvimento político”, sob coordenação de Dra. Marta Zabaleta. A divulgação dos primeiros reesultados,
na forma de cronologia e iconografia do movimento de mulheres de PMs, foi recebida com a conotação de
denúncia das práticas truculentas do governo do Estado do Paraná, contraditórias, portanto, com a imagem
internacional do estadista em questão.
7 “Mulheres de PMs voltam a protestar”, Correio do Povo, Porto Alegre, 17 de julio de 2001. Na realidade.
Inúmeros foram os depoimentos no interior do Estado, denunciando a variedade de punições aplicadas.
Desde a alteração das escalas de férias de policiais previamente aprovadas, mudanças nas escalas de turnos,

116
prohistoria 10 - 2006

retomaram, portanto, a prática de impedir a entrada e saída de soldados no quartel, sendo


que o quartel da PM de Paranaguá também foi bloqueado pelas esposas de militares.8 A
perspectiva era a reabertura das negociações com o governo do Paraná. Contudo, o secretário
de Segurança Pública, José Tavares, antecipou-se e ressaltou que “é impossível qualquer
aumento”.9
O movimento de mulheres de policiais militares ganhou força em Curitiba com a
chegada de 50 manifestantes do interior e litoral do Estado que se juntaram ao acampamento
nas entradas do quartel do Comando Geral e do setor de abastecimento de viaturas da
PM.10 Na estimativa do movimento, cerca de 500 mulheres eram esperadas para engrossar
a manifestação. Não estava prevista qualquer iniciativa que comprometesse o policiamento
até o fim do prazo dado para que o governo se pronunciasse quanto às reivindicações.
“Mas o governo está muito quieto, não se manifesta”, reclamava Mari Santos, apontada
como uma das líderes do movimento. Mari adianta que se o governo continuar se omitindo,
a greve vai ser inevitável.11
Ao se incorporar novo item na demanda do movimento, o fim das punições impostas
a cerca de 500 policiais em todo Estado que participaram da paralisação anterior, encerra-
da em 21 de maio, adquiriu a conotação de denúncia de represálias.12 Ao renovar as
reivindicações de melhorias salariais e trabalhistas aos seus maridos, mulheres prometem

comprometimento da qualidade das refeições servidas, maior rigor na censura imposta à corporação, até
detenção de soldados nas próprias guarnições em conseqüência de simples suspeita de simpatia e apoio ao
movimento. Tais denúncias vieram a público através das vozes femininas, exclusivamente, e isto revela,
não só o clima inquiridor que se instalou, mas, sobretudo as condições reinantes no aparato militar.
8 “Policiais discutem mobilização no RS”, Correio do Povo, Porto Alegre, 17 de julio de 2001. Repercussões
da conjuntura reivindicatória dos policiais civis e militares se fazem sentir em vários estados. A Federação
das Entidades de Classe da Área de Segurança Pública do Rio Grande do Sul se reúne para discutir a
política salarial das categorias que compõem a segurança pública e a organização de um possível movimento
de civis e militares no Estado. O encontro deve resultar no agendamento de uma assembléia geral da
categoria. Contudo, a forma assumida de “movimento de mulheres de PMs” tem sua originalidade de
iniciativa no Paraná.
9 “Mulheres de PMs passam a noite diante de cuartel”, Gazeta do Povo, Curitiba, 16 de julio de 2001.
10 No setor nenhuma viatura fez o abastecimento, quando o normal é realizar cerca de mil abastecimentos
diários. “Somos favoráveis ao movimento, mas se não compareço ao quartel, sou dado como desertor e a
minha situação complica”, declarou um tenente ali presente. Cf. “Movimento das mulheres de PM ganha
reforço”, Folha de Londrina, Londrina, 17 de julio de 2001.
11 “Movimento das mulheres de PM ganha reforço”, Folha de Londrina, Londrina, 17 de julio de 2001. O
presidente da Associação de Defesa dos PMs Ativos, Inativos e Pensionistas, Eliseu Furquim, avalia a
mobilização como uma represália à atitude do governo em relação à categoria. “O objetivo é o protesto, mas
não descarto a possibilidade de greve”, disse. Segundo a Associação, há 18 mil policiais ativos e 5 mil
reservistas em todo o Estado.
12 O tenente Assunção, do Comando Geral da PM declarou que “supõe que essas punições tenham aconteci-
do, mas que estariam respaldadas pelo departamento jurídico”. Assunção também não quis divulgar seu
nome completo. Cf. “Mulheres de PM fecham mais um cuartel”, Folha de Londrina, Londrina, 17 de julio
de 2001.

117
HILDA PÍVARO STADNIKY “Mulheres sem mordaça...”

tomar atitudes radicais caso não haja acordo. “A população vai ficar sem segurança, mas
temos que correr o risco” alertava Mari.
Por sua vez, a Associação das Mulheres de Policiais Militares de Londrina comunicou
ao comando da Polícia Militar que a entidade não iria aderir ao protesto em todo o estado,
por não concordar com o fechamento de quartéis.13 Mulheres farão protesto frente ao 5º
Batalhão da Polícia Militar de Londrina de apenas ‘um dia’ em apoio às mulheres de
Curitiba e dizem que não irão impedir a entrada e saída de viaturas. Contudo, um grupo
dirigiu-se a capital para apoiar o movimento local. Segundo uma das esposas que
coordenam o movimento, “elas pretendem alertar o governo estadual sobre a força da
família dos militares, que incluem a polícia militar, rodoviária, florestal e bombeiros”.
Esclareceu, do mesmo modo, “que o movimento atual não tinha ligação com a Associação
de Mulheres que organizou a paralisação de maio, mas que defendia o fim das punições
dos militares”.14
O movimento de mulheres ganhou nova dimensão a partir do fechamento do 17º
Batalhão da PM, em são José dos Pinhais, responsável por 22 municípios da Região Me-
tropolitana de Curitiba. Elas chegaram no início da madrugada de 17 de julho e a estratégia
foi permitir a entrada dos policiais, mas não a saída. A cada troca de turno, mulheres
tentavam impedir a saída dos policiais, gerando sempre um pequeno tumulto. Elas alegavam
que o movimento era um lembrete do término do prazo para que o governo apresentasse
proposta de aumento salarial para a categoria e o fim das punições aos militares que
participaram dos protestos de maio. Célia Araújo, outra expressão das manifestantes, garantia
que o movimento iniciado há três dias não iria impedir a saída dos policiais às ruas, pelo
menos até o próximo dia 21, quando se esgotaria o prazo para o governo se manifestar
sobre a situação salarial dos policiais. “Se o governo não atender nossas reivindicações,
não vai ter policiamento”, reafirmava.15 Por outro lado, aguardava-se o reforço de mulheres
de PMs de Cascavel, Ponta Grosa, Rio Negro e Foz do Iguaçu.

13 “Mulheres de PMs em Londrina não vão aderir à manifestação”, Gazeta do Povo, Curitiba, 17 de julio de
2001.
14 O subcomandante do 5º BPM, major Devaldir Amadei, informou que o “comando estava adotando medi-
das para continuar atendendo bem a comunidade, caso as mulheres fossem para frente do quartel e garantiu
que até agora ninguém foi punido pelo Inquérito Policial Militar, ainda não concluído”. Acrescentou que
somente o comandante geral da PM, Gilberto Foltran, pode anistiar os PMs que participaram do movimento
das esposas e avaliar as reivindicações salariais. Cf. “Esposas de PMs protestam amanhã em Londrina”,
Folha de Londrina, Londrina, 17 de julio de 2001.
15 “Mulheres de PM fecham mais um cuartel”, Folha de Londrina, Londrina, 17 de julio de 2001. Em nota, o
governo afirma que “superadas as limitações financeiras, permanece à disposição para o diálogo construtivo”.
Informa também que a média salarial da PM teve uma evolução de 116% nos últimos seis anos. Segundo o
governo, o salário médio da PM hoje é de R$ 1.050,53. O valor é contestado pelas mulheres. Segundo
Sônia, que preferiu não divulgar seu nome completo por medo de represálias, “o marido, que trabalha há 20
anos na PM e atua como 2º sargento recebe cerca de R$ 950,00 bruto”. Célia Araújo também contesta os
números divulgados pelo governo. “A média salarial é de R$ 600,00.” Cfr. “Mulheres de PM fecham mais
um cuartel”, Folha de Londrina, Londrina, 17 de julio de 2001.

118
prohistoria 10 - 2006

Em Ponta Grossa, mulheres de PMs recorreram a novo expediente. Cerca de 15


esposas de PMs acamparam, a partir de 17 de julho, acompanhadas de seus filhos então em
férias escolares, em frente ao 1º Batalhão da Polícia Militar, responsável pelo patrulhamento
de toda a cidade e pelo abastecimento das viaturas. O prédio não foi bloqueado e a estratégia
das manifestantes era ir ao centro da cidade tentar convencer os policiais a retornar ao
quartel e aderir à manifestação. Contudo, mulheres de PMs e policiais se enfrentaram no
final do dia quando as manifestantes tentaram impedir a saída de viaturas do prédio. O
episódio se deu em decorrência de denúncia de que o comando da polícia estava abastecendo
e retirando as viaturas do quartel, para evitar que a manifestação programada prejudicasse
o futuro policiamento na cidade.16
O movimento, na capital, ganhou novos contornos e passou a ser caracterizado por
confrontos corporais e agressões físicas. Duas mulheres de policiais militares ficaram
machucadas, no início da tarde de 18 de julho, após um princípio de confronto em frente
ao 12º Batalhão da Polícia Militar, no Bairro Santa Quitéria. Algumas mulheres foram pela
manhã ao 12º BPM para protestar contra a prisão de quatro policiais, efetivada na véspera,
pois alegavam que era punição pela participação no movimento de maio. Apesar de
justificarem que não tinham intenção de impedir a entrada e saída de policiais, chegaram a
fazer uma barricada com pedras e tijolos, em uma das entradas. Segundo elas, por volta de
meio-dia, “o major Esaú Borges de Sampaio, comandante do batalhão, agarrou Izabel
Neves e Vânia Zanella pelos braços e derrubou-as no chão, dando ordem para que algumas
motos deixassem rapidamente o local. Izabel bateu a cabeça e foi atendida no Hospital do
Trabalhador”. Mais à frente, “Romildes também teria sido agredida e, nervosa, acabou
desmaiando, sendo recolhida ao Hospital Militar, para exames”.17
Novos incidentes marcaram a manifestação de mulheres de policiais militares em
Curitiba. Na madrugada de 18 de julho elas abordaram o carro de dois policiais do 13º
Batalhão, que patrulhavam a área do quartel-central onde estavam acampadas, e tentaram
esvaziar os pneus do veículo. Porém, acabaram brigando com os PMs. Crianças e mulheres
foram empurradas e uma foi agredida com chutes.18 Na madrugada de 20 de julho, foi
registrado um ato de vandalismo contra um armário do sistema de telefonia próximo ao
quartel. O equipamento foi arrombado e fios de pelo menos 1.200 linhas foram cortados.
O comando da PM passou a suspeitar que o ato tinha como objetivo interromper o sistema
de atendimento do número 190. As mulheres, contudo, negaram a autoria do atentado.19

16 “Mulheres de PMs iniciam protesto em Ponta Grossa”, Gazeta do Povo, Curitiba, 18 de julio de 2001.
17 O tenente-coronel Neuri Pires de Oliveira, chefe da Comunicação Social da PM, disse que não houve
confronto, mas um bate-boca entre as manifestantes e policiais que iriam sair para o serviço. Segundo ele,
seis motos estavam deixando o batalhão, quando Izabel Neves teria tentado correr para impedir a saída. Um
capitão teria se colocado em frente a ela, provocando uma queda. De acordo com Oliveira, o major Sampaio
acompanhou “de longe” o que estava acontecendo. Cf. “Mulheres de PMs se ferem em piquete no PR”, O
Estado de São Paulo, São Paulo, 19 de julio de 2001.
18 “Paraná - Mulheres de PMs feridas”, O Estadão, São Paulo, 19 de julio de 2001.
19 “Movimento das mulheres de PMs ganha reforço”, Gazeta do povo, Curitiba, 21 de julio de 2001.

119
HILDA PÍVARO STADNIKY “Mulheres sem mordaça...”

Acrescentaram que haviam recebido ameaças de subalternos de oficiais militares durante


a madrugada de domingo no acampamento. “Essa noite, um oficial me empurrou e tentou
colocar álcool na barraca”, relatou Sandra Hansen.20
Mulheres de Policiais Militares radicalizaram o movimento pela manhã de 22 de
julho, em Curitiba. Revoltadas com o teor da entrevista concedida pelo comandante geral
da Polícia Militar, Gilberto Foltran, em duas rádios da Capital, elas murcharam os pneus
de uma viatura da PM e a colocaram bloqueando o trânsito nos dois sentidos da Avenida
Getúlio Vargas, em frente ao Quartel Geral da PM, gerando um congestionamento no cen-
tro da cidade.21 O momento mais tenso do dia aconteceu quando agentes do Batalhão de
Polícia de Trânsito e da Diretoria de Trânsito tentavam orientar o caótico transito na região.
As mulheres empurraram os agentes obrigando-os a saírem do local e prometeram que
iriam liberar o trânsito apenas depois que houvesse uma negociação com o governo.
“Há nove dias estamos acampadas, mas não vão conseguir enfraquecer
nosso movimento. Se o governo prometer que vai reajustar o salário
dos nossos maridos em 38% a partir do ano que vem, levantamos
acampamento agora. Caso contrário ficaremos aqui e não deixaremos
ninguém passar, ameaçou Roseli Maia”.22
Um transtorno extra resultou do comprometimento da elaboração da folha de paga-
mento da PM, para o mês de julho, pois as alterações na folha são processadas mensalmente
no departamento financeiro do Quartel Geral, do bairro Rebouças, onde as mulheres estavam
acampadas, sem permitirem que se trabalhasse no local. A folha deveria incorporar no mês
de julho as alterações salariais de 650 policiais militares beneficiados com o aumento de
130% sobre o soldo (para os que trabalham internamente nas penitenciárias) e 60% (para
os que trabalham do lado de fora dos presídios). Do mesmo modo, os policiais que tinham
direito às gratificações, férias, pensões ou haviam solicitado empréstimos, receberiam apenas
o salário-base do mês por conta da inviabilização da nova folha de pagamento. “As mulheres
impediram a entrada dos funcionários no quartel prejudicando os próprios maridos”,

20 “Mulheres de PMs prometem passeata até o Palácio”, Folha de Londrina, Londrina, 23 de julio de 2001.
21 Pela manhã, o comandante Fontana afirmou durante as entrevistas que tentou por diversas vezes negociar
com as mulheres, mas elas mostraram-se irredutíveis. Disse que o governo estava acenando com a
possibilidade de pagamento de R$100,00 para os PMs que fizessem horas-extras e que daria aumento de
130% para os que estão trabalhando internamente nas penitenciárias do Estado. “Só negociaremos com
elas se abandonarem o movimento”, afirmou o comandante. “Ele está nos desafiando. O aumento de 130%
é para uma minoria. Por isso fechamos o trânsito”, rebateu a mulher de PM, Rosângela de Souza. Quanto às
punições aos PMs que participaram de manifestações, informou o Comandante que se forem injustas serão
retiradas. “Isso é mentira. Um PM que levou a marmita para a mãe que participava do movimento ficou
detido por quatro dias em um quarto isolado, apesar de ter informado ao comandante que a punição era
injusta”, rebateu Vania Zanella. Cf. “Mulheres de PMs prometem passeata até o Palácio”, Folha de Londrina,
Londrina, 23 de julio de 2001. “Mulheres de PMs bloqueiam rua em Curitiba”, Gazeta do povo, Curitiba,
23 de julio de 2001.
22 “Mulheres de PMs prometem passeata até o Palácio”, Folha de Londrina, Londrina, 23 de julio de 2001.

120
prohistoria 10 - 2006

concluiu o diretor financeiro do Q.G., coronel Justino Sampaio. “Como a folha de paga-
mento é rodada pela Secretaria Estadual de Administração, o salário dos PMs não ficará
comprometido. Mas, como as alterações não puderam ser feitas, o ressarcimento das perdas
acontecerá no próximo mês”, explicou o secretário de Administração, Ricardo Smijtink.
“O governo quer enfraquecer o movimento fazendo com que a opinião pública fique con-
tra nós. Quer nos culpar pelo problema no pagamento dos policias este mês, mas a culpa é
do governo que não negociou conosco”, retrucou Isabel Neves.23
Tão logo se iniciou o acampamento de mulheres em Curitiba, a Procuradoria Geral
do Estado solicitara ao juiz da Vara da Fazenda Pública para que reconsiderasse a ordem
judicial dada no final de maio, durante a primeira manifestação de esposas de PMs.24 O
juiz Orestes Dilay determinou a imediata liberação da entrada dos quartéis em todo o
Estado. Proferida a sentença, de pronto as mulheres foram intimadas a liberar os portões
para que o trabalho dos policiais pudesse ser retomado sem impedimentos. Desde o início
do movimento, a troca de turnos na Polícia Militar não era feita. Em caso de resistência por
parte das manifestantes, o governo estaria amparado legalmente para usar força policial.
“Há uma autorização legal para usarmos a força policial que permite remover pessoas e
objetos. Há ainda uma multa diária que incidirá sobre elas”, informou o procurador geral,
Joel Coimbra. O procurador ressaltou que a atitude do governo se fez necessária para
garantir a segurança pública.25
Concomitantemente, o governador Jaime Lerner, irritado com os coronéis que não
conseguiam frear as manifestantes, havia estipulado prazo para que os comandantes
resolvessem o impasse. A medida seguinte seria a troca imediata do comando, entre eles o
coronel Gilberto Foltran. “Cargo de confiança é cargo de confiança”, insinuou Tavares. O
secretário de Segurança afirmou também que o governo iria apelar para ações individuais
contra as mulheres. “Já identificamos as mulheres e elas responderão pelos atos que
cometeram”, disse Tavares, ao se referir aos bloqueios dos quartéis e destruição de viaturas.
O governador Jaime Lerner dava sinais de intolerância ao movimento de mulheres.
“Avançamos o máximo que podíamos, mas agora não dá mais para admitir desrespeito.
Com serenidade vamos fazer cumprir a lei”, disse Lerner, antes mesmo de saber o conteúdo
da sentença judicial. Lerner havia antecipado que o Estado estava tomando medidas na
Justiça para sufocar as manifestações.26
A madrugada de 24 de julho foi tensa frente ao Quartel Geral, onde cerca de 70
mulheres estavam acampadas. Uma bomba de efeito moral foi lançada na Avenida Getúlio

23 “Movimento das mulheres suspende salário de PMs”, Folha de Londrina, Londrina, 23 de julio de 2001.
24 A 1ª Vara de Justiça da Fazenda Pública de Curitiba havia determinado a volta imediata ao trabalho dos
policiais militares. A liminar, concedida pelo juiz Salvatore Astuti, também estabelecia o pagamento de
multa diária de R$ 100 mil às quatro entidades que representavam os policiais, caso continuassem o protes-
to. As entidades referidas na ação são Associação de Defesa dos Direitos dos Policiais Militares Ativos,
Inativos e Pensionistas (Amae), Sociedade Beneficente de Subtenentes e Sargentos (SBSS), Associação de
Cabos e Soldados da Polícia Militar e Associação das Esposas de Policiais Militares do Paraná.
25 “Juiz manda mulheres de PMs desobstruírem quartéis”, Folha de Londrina, Londrina, 24 de julio de 2001.
26 “Juiz manda mulheres de PMs desobstruírem quartéis”, Folha de Londrina, Londrina, 24 de julio de 2001.

121
HILDA PÍVARO STADNIKY “Mulheres sem mordaça...”

Vargas, em frente ao acampamento. “Não pudemos dormir a noite toda com medo de
sermos retiradas brutalmente daqui. Depois que a bomba foi jogada, ficamos circulando
pelo quarteirão. Isso que o governo está fazendo conosco é tortura psicológica”, afirmou a
mulher de PM, Vania Canassa.27 Segundo Vera Lúcia Rubbo, a bomba foi atirada de um
carro branco. “A gente não vai sair daqui, só se for na bala”, disse Sirléia Batista, mostran-
do pedaços da bomba. Por volta das 10 horas, policiais com capuzes engrossaram a
manifestação das mulheres. “Estamos desde o começo e vamos até o final”, afirmou um
deles.28
Esposas e policiais haviam programado para este dia um protesto em frente ao Palácio
Iguaçu, sede do governo estadual, cujo início seria uma passeata a partir do Comando
Geral da Polícia Militar. Segundo o planejado, os maridos recolheriam as viaturas nos
quartéis e participariam do protesto para tentar uma audiência com o governador Jaime
Lerner. Em apoio às mulheres “que estão sofrendo pressões psicológicas”, conforme nota
enviada à imprensa, os PMs que estivessem de folga, recolheriam por 24 horas, as viaturas
nos quartéis até que se obtivesse uma resposta do governo. Ainda, encapuzados, fariam
uma corrente em volta do Quartel e seguiriam em passeata até o Palácio Iguaçu, onde
promoveriam um apitaço de quinze minutos “em homenagem ao governador Jaime
Lerner”.29
Em tom de ameaça renovado, o secretário de Segurança Pública prenunciou que se
depois da passeata até o Palácio Iguaçu as mulheres não deixassem o acampamento, a
Polícia Militar iria retirá-las de lá. “Elas que voltem para as suas casas para cuidar de suas
vidas. Se decidirem continuar praticando ações reprováveis, a PM vai agir como em qualquer
outro movimento irregular”, ameaçou o secretário.“Vamos ficar aqui com nossas crianças
e mulheres grávidas. Não queremos transformar isso aqui em uma praça de guerra. Se
usarem de violência para nos retirarem daqui, não vamos reagir. O nosso movimento é
pacífico. Só estamos reivindicando os direitos dos nossos maridos”, rebateu Roseli Maia,
uma das líderes do movimento.30
Depois de 10 dias acampadas em Curitiba, o último dia de manifestações foi marca-
do pela incerteza, boataria, barulho e até espionagem. Cerca de 70 policiais militares
encapuzados aderiram ao movimento de mulheres para garantir a segurança delas. Eles

27 “PMs encapuzados aderem ao movimento das mulheres”, Folha de Londrina, 24 de julio de 2001. Londrina.
Houve notícias que indicaram que 7 bombas de festim explodiram na madrugada junto ao acampamento
das mulheres de PMs em frente ao Comando Geral da PM. Contudo, nenhuma manifestante ficou ferida.
Após as explosões as mulheres discutiram com os policiais que se posicionaram nas sacadas do prédio,
vestidos de preto e portando armas numa ação para pressiona-las. Uma das pistas da rua Getúlio Vargas
continuava bloqueada entre as ruas Marechal Floriano Peixoto e Santo Antonio. Cf. “Bombas assustam
mulheres de PMs”, Gazeta do Povo, Curitiba, 24 de julio de 2001.
28 “Mulheres de PMs cancelam protesto no PR”, O Estado de São Paulo, São Paulo, 24 de julio de 2001.
29 “Mulheres de PMs prometem passeata até o Palácio”, Folha de Londrina, Londrina, 23 de julio de 2001.
30 “PMs encapuzados aderem ao movimento das mulheres”, Folha de Londrina, Londrina, 24 de julio de
2001.

122
prohistoria 10 - 2006

participariam da passeata até o Palácio Iguaçu, que acabou por ser cancelada. Contudo, a
promessa dos PMs intitulados “Abandonados pelo Governo” de recolher as viaturas por
24 horas nos quartéis não foi cumprida. “Não houve grande adesão dos PMs porque o
governo ordenou que os policiais que estivessem de folga ficassem aquartelados ou fizessem
hora-extra nos presídios”, justificou um policial encapuzado. A notícia que passou a circu-
lar entre os manifestantes era de que, saindo de frente do Quartel General em passeata, os
encapuzados seriam presos. Sentindo-se ameaçados pelos boatos, junto com as mulheres,
apoiados por um caminhão de som, formaram uma espécie de corrente humana em volta
do Quartel, gritando palavras de ordem e promovendo um apitaço. As sirenes de algumas
viaturas que estavam com os pneus murchos foram ligadas. No final, em meio ao choro de
várias mulheres, todos cantaram o Hino Nacional e rezaram.31
Para conter as viaturas, as mulheres passaram a telefonar para o Batalhão da Polícia
de Trânsito e comunicavam a ocorrência de um acidente na esquina das ruas Getúlio Vargas
e Alferes Poli. Quando a viatura chegava para o atendimento, elas obrigavam os agentes a
deixarem o carro caracterizado em frente ao quartel, onde o trânsito estava impedido em
um dos sentidos. “As viaturas vão parar de qualquer jeito, nem que para isso tenhamos que
radicalizar”, disse Isabel Neves, líder do movimento.32
Homens da Polícia Reservada (P2) também contribuíram para o clima de tensão.
Infiltraram-se no meio do tumulto –um deles estava disfarçado de bêbado. No meio da
tarde, ele e mais dois aproveitaram a desatenção de um encapuzado, de Maringá, cercaram-
no e pegaram seus documentos. Os documentos foram recuperados depois que o grupo de
manifestantes cercou os P2, no interior de um estabelecimento comercial, de onde foram
expulsos em um cenário de muitos empurrões. Contudo, quem roubou a cena na tarde
chuvosa foi o soldado Marton, de Londrina, visto caminhando tranqüilamente no meio dos
protestos, fardado e com a insígnia. Segundo ele, veio dar apoio ao movimento “de cara
limpa”. A polícia está marginalizada. Moramos em favelas. Posso ser expulso por dizer
isto sem capuz, mas não vou deixar que me tirem a dignidade”. 33
Entretanto, a adesão dos policiais encapuzados trouxe novos temores às mulheres,
pois se receava que a tropa de choque fosse acionada para retirá-las de frente do quartel, o
que poderia gerar confronto. “Se insistirem em continuar praticando ações reprováveis,
não tenha dúvida que a Polícia Militar vai agir, no estrito cumprimento da lei e manutenção
da ordem pública”, ratificou o secretário de Segurança Pública.34 Em contrapartida, no
começo da noite, a manifestação de mulheres de soldados da PM ganhou apoio do presi-
dente do Movimento Nacional dos Direitos Humanos, Narciso Pires. A entidade coletou

31 “Mulheres de PMs cancelam protesto no PR”, O Estado de São Paulo, São Paulo, 24 de julio de 2001.
32 “PMs encapuzados aderem ao movimento das mulheres”, Folha de Londrina, Londrina, 24 de julio de
2001.
33 “Dia marcado por incerteza, boataria, tensão e espionagem”, Gazeta do Povo, Curitiba, 25 de julio de
2001.
34 “Mulheres de PMs cancelam protesto no PR”, O Estado de São Paulo, São Paulo, 24 de julio de 2001.

123
HILDA PÍVARO STADNIKY “Mulheres sem mordaça...”

declarações das manifestantes, que se sentiram agredidas pela ação dos companheiros de
seus maridos. Todo esse material seria encaminhado ao governador Jaime Lerner. “Não se
pode tratar dessa maneira os movimentos sociais”, disse.35 Durante à tarde, o arcebispo de
Curitiba, Dom Pedro Fedalto, também tentou intervir para evitar o protesto, reivindicando
do governador Jaime Lerner que não fosse realizada a desocupação, para evitar agressões
e violência contra as mulheres.
A ação seguinte desencadeada pelo governo do Estado foi acionar a Tropa de Cho-
que e soldados bloquearam a rua onde as mulheres se concentravam, junto à entrada do
Quartel Geral da Polícia Militar.36 A área foi cercada pelo Batalhão de Trânsito e, por volta
das 18h15, integrantes da Tropa de Choque, de outras unidades e da Polícia Feminina
iniciaram a operação de retirada das manifestantes.37 Em clima de muita tensão, mulheres
gritavam palavras de ordem, dizendo que não iriam se entregar.38 Depois de fechar as ruas
que cercam o quartel, policiais militares da Tropa de Choque, de batalhões e alunos da
escola da Polícia Militar começaram a retirar as manifestantes. O clima era de desespero,
as mulheres choravam. Cerca de 70 policiais encapuzados encaravam o cordão de PMs, a
cinqüenta metros de distância –os dois grupos estavam armados. Exatamente às 18h27,
com os escudos de choque à frente, os policiais começaram a caminhada em direção aos
manifestantes e alguns empunhavam metralhadoras e escopetas.
No início da desocupação, as mulheres deram as mãos e rezaram. Depois, elas pediram
aos policiais do Batalhão de Choque que se juntassem ao movimento. Como não houve
adesão, a estratégia de algumas foi se deitar no chão para dificultar a retirada. Os policiais
avançaram, alguns com armas em punho, para a Rua Getúlio Vargas, empurrando todos os
que estavam à frente. Nenhum tiro foi disparado, mas a PM foi firme e rígida, com empurrões.
Com um cordão humano fechando a extensão das duas pistas da Getúlio Vargas, empurrou
pela via todas as pessoas que estavam entre a Marechal Floriano e a João Negrão. Algumas

35 “Crise na PM: Manifestantes prometem ofensiva”, Folha de Londrina, Londrina, 25 de julio de 2001.
36 O mandado judicial obtido pela Procuradoria Geral do Estado autorizava o uso de força policial para
remoção de pessoas e objetos que estivessem bloqueando ou impedindo o funcionamento dos quartéis.
Toda a operação foi comandada pelo comandante de Policiamento da Capital, coronel Aramis Serpa, e
acompanhada pelo comandante geral da PM, coronel Gilberto Foltran. Cf. “Policiais cumprem ordem judi-
cial e liberam portões do Quartel Geral”, Agência Estadual de Notícias, Curitiba, 25 de julio de 2001.
Setecentos policiais militares e duzentos cadetes deram fim a manifestação das esposas de PMs, no começo
da noite. A ação foi o cumprimento de dupla ordem judicial, uma da central de inquéritos e outra da vara da
fazenda pública, para desobstruir o Quartel Central, em Curitiba. Cf. “Tropas da PM sufocam movimento
de mulheres”, Gazeta do Povo, Curitiba, 25 de julio de 2001.
37 Às 17h30, o Bptran fechou os acessos de ruas ao quartel e meia-hora mais tarde chegaram as tropas. Os
cadetes chegaram pelo outro lado e isolaram as saídas perpendiculares à rua Getúlio Vargas - do Quartel
Central, no Bairro Rebouças. Cf. “Tropas da PM sufocam movimento de mulheres”, Gazeta do Povo,
Curitiba, 25 de julio de 2001.
38 Houve confusão quando agentes do serviço reservado da Polícia Militar teriam tentado identificar alguns
dos soldados encapuzados que apoiavam o protesto, entre os quais havia homens armados. Não houve
registro, contudo, de disparos. Cf. “Tropa de Choque cerca mulheres de PMs”, Gazeta do Povo, Curitiba,
24 de julio de 2001.

124
prohistoria 10 - 2006

mulheres foram derrubadas, outras desmaiaram, mas os policiais colocaram os escudos à


frente e continuaram a avançar. Outras chutaram as viaturas e tentaram agredir os policiais
que cumpriam a ordem judicial. Muitas das manifestantes que se recusavam a deixar o
local foram retiradas pelo contingente da Polícia Feminina, em viaturas da polícia.
Revoltadas, algumas mulheres que se deitaram no chão também terminaram sendo arrastadas
para dentro do camburão, chorando.39
A operação resultou na prisão de quatro PMs e de quatro mulheres, duas delas ado-
lescentes, de acordo Izabel Schutz Neves, da coordenação do movimento. Em um clima de
comoção, houve choro de policiais femininas no momento de retirar as manifestantes.
Uma mulher desmaiou e teve de ser levada ao hospital. Houve denúncia de uso de bombas
de gás lacrimogêneo contra as mulheres durante a operação.40 O comando da polícia
informou que uma oficial foi agredida. Do contingente utilizado pela PM, 91 eram policiais
femininas.
São conflitantes os números de mulheres detidas e de policiais que participaram da
operação de retirada. Segundo o coronel Aramis Serpa, comandante da operação, foram
presas três mulheres “que estavam exaltadas e avançaram contra os policiais”. Conforme
as líderes do movimento, ocorreram cinco prisões e as detidas foram levadas para o 2º
Distrito Policial.41 A assessoria de imprensa, por sua vez, não soube dizer quantas pessoas
foram detidas. O governo informa, em sua nota, que foram utilizados 300 policiais na
operação. Contudo, o número contrasta com cálculos de policiais encapuzados que estavam
no local para apoiar as mulheres. Para eles, havia pelo menos 600 homens na ação, enquanto
que órgãos da imprensa anunciaram a participação de 700 soldados.42
Roseli Maia Brendali dos Santos e Rosicler Bonatto, duas das líderes do movimento
de mulheres de PMs, foram detidas na noite de 24 de julho no 2º Distrito Policial de
Curitiba por resistirem e desobedecerem à ordem judicial de desocupação de área pública
(conforme lei 9099 do Código Penal). Elas foram liberadas na madrugada, após prestarem
depoimento e responderão processo no Juizado Especial Criminal de Curitiba. Traumatizada,
Roseli Maia, que levou vários chutes e murros durante a operação policial, fez exames de
lesões corporais no Instituto Médico Legal de Curitiba.
“Vou processar os dois policiais que bateram em mim. Tenho os nomes
deles, mas ainda não posso divulgá-los por orientação do meu
advogado. Estou com hematomas nas pernas, barriga e braços. Isso o
que fizeram foi uma violação aos direitos humanos. Tenho vergonha

39 “Tropas da PM sufocam movimento de mulheres”, Gazeta do Povo, Curitiba, 25 de julio de 2001.


40 “Mulheres são retiradas à força no PR”, Folha de São Paulo, quarta-feira, São Paulo, 25 de julio de 2001.
Dos 150 manifestantes que estavam no local, cinco mulheres teriam sido presas - inclusive uma menina de
11 anos, chamada Franciele. Cf. “Tropas da PM sufocam movimento de mulheres”, Gazeta do Povo, Curitiba,
25 de julio de 2001.
41 “Governo usa 700 PMs para retirar mulheres de PMs”, Folha de Londrina, Londrina, 24 de julio de 2001.
42 “Mulheres de PMs são retiradas de cuartel”, Estado de São Paulo, São Paulo, 24 de julio de 2001.

125
HILDA PÍVARO STADNIKY “Mulheres sem mordaça...”

da humilhação pela qual passei. Foi um ato de covardia do governo


mandar mais de 300 policiais para retirarem 30 mulheres de frente do
quartel”.43

Foto: Pedro Serápio


Uma mulher que não queria deixar o local é
retirada à força por três policiais femininas

Segunda ela, “não deverá participará mais do movimento porque está respondendo
processo e tem medo de se manifestar”. Durante a liberação do Quartel General, mulheres
retrucavam que isso é apenas o começo, garantindo que protesto não acabou e prometiam
mantê-lo. “A manifestação não acabou, está só começando”, ameaçou Vânia Zanella. “Não
fomos derrotadas, porque para tentar acabar com o protesto foram mobilizados todos estes
policiais,” ressaltou. Na sua avaliação, o movimento de mulheres saiu fortalecido.44
Na versão da PM, não houve violência na operação. Com a chegada dos policiais,
uma parte das manifestantes se afastou do local. As demais mulheres optaram por uma
resistência pacífica, deitando-se no chão.Oito manifestantes que resistiram ao cumprimento
da ordem judicial teriam sido detidas. Não houve adesão, nem qualquer manifestação
contrária à ordem judicial por parte dos policiais militares que participaram ou assistiram
a desocupação.45 Até os policiais militares que estavam encapuzados para defender suas
mulheres foram confrontados pelos companheiros. “Nós estamos lutando por vocês”,

43 “Mulheres de PMs presas foram liberadas”, Folha de Londrina, Londrina, 25 de julio de 2001. Elas terão
que responder a processo penal, mas fizeram exames de lesões corporais e ameaçam processar seus agressores.
44 “Crise na PM: Manifestantes prometem ofensiva”, Folha de Londrina, Londrina, 25 de julio de 2001.
45 “Policiais cumprem ordem judicial e liberam portões do Quartel Geral”, Agência Estadual de Notícias,
Curitiba, 25 de julio de 2001.

126
prohistoria 10 - 2006

Foto: Gaceta do Povo

127
HILDA PÍVARO STADNIKY “Mulheres sem mordaça...”

gritavam os encapuzados. “Vocês ainda vão nos agradecer.” Os policiais que fizeram a
desocupação retiraram os crachás que os identificavam. 46
Ninguém conseguiu entrar nas ruas próximas ao quartel e nem mesmo a imprensa
teve acesso ao local.47 Após a retirada das barracas que o grupo de mulheres mantinha no
local, o portão principal do quartel foi reaberto. Com a retirada dos manifestantes, uma
barreira policial isolou o Quartel do Comando Geral da PM e cerca de 100 soldados
mantiveram o Quartel Central em Curitiba cercado com o propósito de impedir o regresso
das mulheres ao acampamento e garantir a volta dos PMs ao trabalho. As mulheres
afirmavam que apesar da ordem judicial de despejo, não estava descartada a hipótese de
acamparem novamente. Isabel Neves reafirmava que elas não iriam desistir e adiantava
que uma reunião estava agendada com o objetivo de definir os rumos do movimento.48
Foi rápida a operação para a retirada dos participantes –iniciada às 12 horas, com o
recrutamento dos policiais, e concluída depois das 19 horas. Foram empregados policiais
do Batalhão de Choque, do Comando de Operações Policiais Especiais, praças da Escola
da PM e policiais femininas. A maioria retirou da farda a tarja de identificação.
Na avaliação do governador Jaime Lerner o movimento de mulheres de PMs tinha
sido infiltrado por lideranças políticas e justificou que a ação da polícia militar de dispersão
de mulheres dos PMs teve o objetivo de garantir a segurança da população.
“Estávamos preocupados com a possibilidade do movimento tentar
impedir os policiais de assegurar o policiamento nas ruas. Nós esta-
mos investindo em segurança. Instituímos o seguro de vida, compra-
mos coletes a prova de bala, mais viaturas e armas. Além disso, conce-
demos remuneração especial de R$ 100,00 de gratificação para policiais
que correm risco nas ruas e de até 130% para os que servem em
presídios”.49

46 “Mulheres de PMs são retiradas de cuartel”, Estado de São Paulo, São Paulo, 24 de julio de 2001.
47 Nem mesmo o deputado federal Florisvaldo Fier (PT-PR), que pretendia ver a situação das mulheres que
tinham ficado no cerco. «É uma vergonha para o governo do Paraná e uma vergonha para os paranaenses»,
afirmou. “Mulheres de PMs são retiradas de cuartel”, Estado de São Paulo, São Paulo, 24 de julio de 2001.
48 “Quartel Geral da PM continua cercado por PMs”, Gazeta do Povo, Curitiba, 25 de julio de 2001. “PM
encerra operação de retirada de manifestantes em Curitiba”, Gazeta do Povo, Curitiba, 25 de julio de
2001.Curitiba Em São Paulo, mulheres de PMs, policiais militares da reserva e policiais civis realizaram
ontem um ato em protesto ao reajuste concedido pelo governo. Com faixas, nariz de palhaço e apitos, cerca
de 600 pessoas -segundo os organizadores- participaram da manifestação no largo São Francisco (centro da
capital paulista). Certificados de persona non grata para o secretário Marco Vinício Petrelluzzi foram
distribuídos durante o ato. Cf. “Mulheres são retiradas à força no PR”, Folha de São Paulo, quarta-feira,
São Paulo, 25 de julio de 2001.
49 Lerner: “Queremos garantir segurança da população”, Gazeta do Povo, Curitiba, 25 de julio de 2001. A
referida gratificação foi incorporada aos vencimentos dos policiais militares e no mês subseqüente deixou
de ser paga.

128
prohistoria 10 - 2006

No início da noite, um pequeno grupo de manifestantes ainda permanecia acampado


em frente ao 14º Batalhão da PM em Foz do Iguaçu.50 Em Apucarana, as esposas dos
integrantes do 10º Batalhão de Polícia Militar não aderiram oficialmente ao movimento.51
Tão logo a administração da PM voltou ao trabalho, o tenente coronel Neuri de
Oliveira advertiu que os policiais encapuzados que foram identificados seriam punidos. “A
punição disciplinar será de acordo com a gravidade de cada caso individual, indo de
advertência até prisão”.52

Novos personagens e público imaginado


Acreditamos que a contribuição da discussão do objeto proposto reside na análise dos
novos perfis, contornos, atributos e papéis das mulheres diante dos modelos de
desenvolvimento impostos pelo processo de globalização que acaba por produzir novas
fronteiras e desafios, e por conseqüência, a exigir novas formas e estratégias de lutas polí-
ticas. Propusemo-nos a imprimir uma nova dimensão, visando superar o nível meramente
econômico, e alcançar aspectos descuidados ou desapercebidos como as múltiplas maneiras
disponíveis aos oprimidos e privados da fala de oferecer resistência e canalizar politicamente
suas demandas através de práticas originais e inovadoras. Ainda, a revelar marcas de sen-
sibilidades femininas na apropriação e uso de espaços urbanos estratégicos à segurança
pública em benefício dos intentos do movimento, que acabaram por imprimir novos
comportamentos e tramas de resistência das protagonistas em cena.
Por outro lado, na perspectiva da abordagem de gênero e do feminismo, uma discussão
mais ampliada no contexto brasileiro nos possibilita avaliar em que medida as mulheres
podem avançar no conjunto, não apenas das demandas políticas, mas, sobretudo de
estratégias da organização e das lutas políticas colocadas no campo da conquista e ampliação
da cidadania.53 Nesta perspectiva reside, entre outros tantos, um grande e provocador desa-
fio historiográfico, que implica, sobretudo, discutir a masculinidade como uma identidade

50 “Governo usa 700 PMs para retirar mulheres de PMs”, Folha de Londrina, Londrina, 24 de julio de 2001.
51 “Policiais cumprem ordem judicial e liberam portões do Quartel Geral”, Agência Estadual de Notícias,
Curitiba, 25 de julio de 2001.
52 “PM cerca Quartel Central para evitar novos protestos”, Gazeta do Povo, Curitiba, 25 de julio de 2001.
53 Nesta perspectiva, interessante recorrer a CAMURÇA, Sílvia “A política como questão: revisando Joan
Scott e articulando alguns conceitos”, in ÁVILA, Maria Betânia –org– Textos e imagens do feminismo:
mulheres construindo a igualdade, SOS Corpo, Recife, 2001, pp. 131-190. Igualmente importante a
contribuição de ÁVILA, Maria Betânia “Feminismo, cidadania e transformação social”, en ÁVILA, Maria
Betânia –org– Textos e imagens..., cit, pp.13-71; BRUSCHINI, Cristina y UNBEHAUN, Sandra G. –org–
Gênero, democracia e sociedade brasileira, Fundação Carlos Chagas/Editora 34, São Paulo, 2002;
CORRÊA, Marisa –org– Gênero e cidadania, Pagu/Núcleo de Estudos de Gênero, Campinas, 2002. Sob a
ótica da lógica familiar e não da perspectiva contratualista dos direitos cidadãos individuais, um exemplo
que insere as mulheres em contextos que visam melhorar a condição de classe e solidariedade coletiva é o
do Movimento dos Sem Terra, ligado à produção e à expropriação do capital. Não se reivindica para as
“mulheres sem mordaça” papel similar ao das mulheres dos Sem Terra, que acompanham seus maridos com
filhos, em uma lógica de solidariedade corporativa familiar e social.

129
HILDA PÍVARO STADNIKY “Mulheres sem mordaça...”

genérica, culturalmente específica e socialmente funcional, compreender porque a afirmação


pública é central na condição masculina.54
Ao longo do movimento de mulheres de PMs constatamos a organização de discur-
sos vários, quer o da imprensa, quer o do governo do estado. Embora se considere a
diversidade em algumas questões, ambos foram marcados por uma sintonia na afirmação
de que o movimento era desorganizado e sofria da ausência de liderança. Na prática, as
próprias matérias divulgadas por todos os jornais, locais e nacionais, eram nuançadas por
dados e fatos que se contrapunham às alegações rotineiras que, aliás, faziam jus ao caráter
oficial impresso pela Agência Estadual de Notícias. O acervo de fotos produzido, de signi-
ficado iconográfico irrefutável, por si só é expressão da dinâmica e da contundência da
ação de mulheres impressas ao movimento reivindicatório, de inequívoco caráter político.
A visibilidade do movimento das mulheres sem mordaça foi resultado, antes de tudo,
das estratégias que tais personagens inauguraram em novas cenas no enfrentamento da
política de segurança pública, colocada em questão na conjuntura nacional face às greves
de policias civis e militares em vários Estados.55 As mulheres também revelaram preparo
sobre aspectos burocráticos, em particular sobre os horários de troca de turno, estratégias
e eficácia do bloqueio de portões e saída de carros dos quartéis da PM, controle do esque-
ma e do setor de abastecimento de viaturas da PM. O conjunto de conhecimentos e
informações sobre tais aspectos operacionais, a apropriação e controle diuturno das funções
a eles pertinentes possibilitaram a geração de fatos novos que passaram a garantir e marcar
a presença do movimento nos principais meios de comunicação.
Na verdade, o movimento de esposas de PMs teve assegurado sua visibilidade local
e nacional ao apropriar-se da mídia enquanto lócus privilegiado da ação política em si e
superar seu caráter de mero mecanismo de divulgação de atos e discursos. É este um dos
aspectos diferenciadores dos mais modernos movimentos sociais que se distanciam daqueles
da fase pré-política, quando o diálogo e a negociação eram inviáveis, pois se valem do uso

54 Vale a pena recorrer à afirmação de que todo ato masculino pressupõe um público imaginado ao qual há
que se demonstrar a quem cabe o controle da situação, quem é o mais forte, para estar à altura do poder
social reconhecido a seu sexo. Que a masculinidade “é um código incorporado a uma organização de uma
sociedade e que faz parte de suas estruturas”. TOLSON, Andrew The limits of masculinity: male identity
and the liberated woman, Harper and Row, New York, 1977, p. 7 y ss.
55 Um bom exemplo disto é a proposta do Sindicato dos Delegados de Polícia de São Paulo.Um curso para
ensinar as mulheres de policiais militares a invadir ou bloquear a entrada de companhias e batalhões da
Polícia Militar é a mais nova arma das entidades de classe das Polícias Civil e Militar para a campanha
salarial em São Paulo. “Vamos ensinar desde aspectos jurídicos até noções de psicologia”, afirmou o presi-
dente do Sindicato dos Delegados de Polícia, Paulo Siqueto. O curso deverá ser ministrado na sede da
Associação dos Oficiais da Reserva da PM. “Devemos estar preparados para a possibilidade de o governo
se negar a negociar. Se não houver acordo, a alternativa será extremar o movimento”, afirmou. O curso
deverá ter 20 horas de duração, dividas em quatro dias. As mulheres também devem ser instruídas sobre
aspectos burocráticos, como os horários de troca de turno, para que saibam bloquear a saída de carros dos
quartéis. As entidades de classe da polícia defendem reajuste salarial de 41,04% para todos os funcionários
da Secretaria da Segurança Pública. “Mulher de PM aprenderá a bloquear quartéis”, O Estado de São
Paulo, São Paulo, 24 de julio de 2001.

130
prohistoria 10 - 2006

de meios avançados de comunicação, a exemplo da mídia, de computadores e da Internet.


Não basta, pois, criar fatos novos, mas é preciso que gerem impactos em amplos setores da
opinião pública. Em termos práticos, os meios de comunicação tanto se prestam a objeti-
vos do governo como do feminismo e para isto é preciso ocupar as brechas de acesso
dispostas aos movimentos de mulheres, a quem resta, contudo, cuidar de imprimir conteúdo
e densidade aos discursos.56
Do mesmo modo, é interessante retomar o julgamento equivocado do governador
Jaime Lerner ao afirmar que o movimento de mulheres de PMs tinha sido infiltrado por
lideranças políticas. Na verdade ele institui um paradoxo. Esta sua atitude pretende negar
não apenas o expressivo aspecto de politização das mulheres, cujas demandas representavam
reivindicações particulares de um contingente da população vedado de participar de
movimentos sociais, mas, sobretudo a liderança das esposas de PMs. Contudo, ele acaba
por admitir formalmente o caráter organizativo, em forma de movimento. Idêntica
contundência de significado reside na manifestação do Secretário de Justiça: “Elas que
voltem para as suas casas para cuidar de suas vidas”. O Estado não só outorga estatuto e
estende atributos ao movimento de esposas de PMs. Sobretudo, reconhece a expressão de
gênero e práticas políticas de mulheres em um dos mais significativos movimentos sociais
urbanos do Paraná recente. Cabe-nos, portanto, reafirmar o pressuposto de que a busca das
estratégias e táticas de ação nos revela não só as articulações políticas do movimento de
mulheres de PMs, mas, sobretudo, o percurso para a análise da circunscrição político-
partidária de seus militantes, que se traduz a partir de agora em fase subseqüente de pesquisa.
Afirmar que as mulheres de PMs foram simplesmente porta-vozes de seus maridos
seria reducionismo demasiado. Tal juízo se constituiria em desqualificador de todas as
práticas femininas vivenciadas no âmbito dos momentos distintos do movimento em nível
de todo o estado do Paraná. A iconografia do movimento dá conta de ilustrar os novos
perfis e atributos de mulheres em situações de confronto com o aparato repressor do Esta-
do apegado a instrumentos truculentos de controle dos movimentos sociais, indistintamen-
te rurais ou urbanos.
Esta mesma conjuntura de crise na segurança pública comportou inúmeras
manifestações grevistas e reivindicatórias de policiais civis e militares e outros Estados.
No Rio Grande do Sul, a Federação das entidades de classe da área de segurança encaminhou
ao governo do estado uma proposta de reajuste de 25%. No Distrito Federal, as negociações
giravam em torno de 28% e cogitava-se a hipótese de paralisação em caso de insucesso nas
pretensões. No Estado de São Paulo, as entidades lutavam por 41% de incremento no
salário-base e a contrapartida do governo foi reajuste de 6 a 10% no salário base e de 30 a
35% no piso salarial. Em Pernambuco, policiais civis iniciaram greve em 3 de julho, rei-
vindicando aumento de 28%, contudo, a greve foi julgada ilegal. Na Bahia, a paralisação

56 Nesta direção estão as idéias de JORDÃO, Fátima Pacheco cujo artigo “Desenvolvimento de estratégias e
táticas de comunicação no espaço da mídia de massa”, in Revista de Estudos Feministas, V. 8, núm. 2,
UFSC, Florianópolis, 2000, pp. 243-256.

131
HILDA PÍVARO STADNIKY “Mulheres sem mordaça...”

dos policiais teve início em 5 de julho, estendeu-se pó 13 dias e culminou com o aceite de
reajuste de 21%. Em 18 de julho, os policiais civis e militares de Alagoas iniciaram um
movimento grevista, reivindicando salário-base de R$ 1200. No Pará, por sua vez, a
pretensão era reajuste de 30%, com a proposta de greve a partir de 1° de agosto.
E, em boa medida, o tratamento que o governo do Paraná dispensou ao movimento
de mulheres sem mordaça derivou da solução que o governo federal impôs à greve dos
policiais militares de Tocantins, contrastante com as intervenções negociadas nos
movimentos reivindicatórios de vários Estados.57 Em Palmas, cabos e soldados da PM
tomaram com as famílias o quartel do 1° Batalhão, em movimento iniciado em 22 de maio
de 2001 que se estendeu por 12 dias e coincidiu com a primeira fase do movimento de
esposas de PMs no Paraná. Os 11 quartéis do Estado de Tocantins foram ocupados por
PMs grevistas, mulheres e crianças, sendo que viaturas, armamentos e munição ficaram
sob controle dos grevistas, vislumbrando-se um cenário de confronto com as tropas federais
chamadas para cercar os quartéis.
A título de conclusão, julgamos interessante observar mudanças significativas na
composição do mundo urbano paranaense, especialmente as cidades de médio porte, mar-
cadas por novas atitudes e comportamentos políticos que, em geral, se associam a
experiências políticas oposicionistas. Além disso, a conjuntura política paranaense de 2001
comportou outros elementos distintivos. Uma forte pressão popular contra o processo de
privatização da Companhia Paranaense de Energia Elétrica resultou na mobilização de
vários setores da população, com destaque para a manifestação estudantil e de trabalhadores.
A isto se associa o clima tenso entre os servidores públicos que demandavam por um novo
plano de cargos e salários e por reajustes salariais, aos quais se juntaram os policiais mili-
tares. Neste cenário merece destaque o longo processo reivindicatório de professores de
primeiro e segundo graus, bem como dos servidores das universidades, sem reajuste de
salário desde 1995. Não devemos deixar de considerar os respingos políticos dos resulta-
dos das urnas de 2000 em todo o Estado, nuançados pelos votos contestadores ao governo
reeleito, bem como as perspectivas políticas de forças oposicionistas que se colocavam
face ao novo pleito eleitoral de 2002.
Maringá, setembre 2003

57 A reivindicação era um reajuste de 47% e direito à gratificação por risco de vida. Todas as viaturas e
armamentos de Tocantins estão sob o controle dos grevistas. São espingardas, revólveres, fuzis e até grana-
das. “Nós não queremos trocar tiros com ninguém, mas se for preciso usaremos o que temos para nos
defender”, disse o sargento Emanoel Aragão da Silva, líder do movimento grevista. Além do Exército, a
Polícia Civil foi encarregada da segurança da cidade. Contudo, o problema é que o armamento e a munição
dos policiais civis também ficaram estocados no quartel do 1º Batalhão. “Exército pode invadir o quartel da
PM em Tocantins”, A Tarde, 29 de julio de 2001.

132
… políticas de la historia

Brindan con nosotros


José Antonio Martínez Torres
Carlos Martínez-Shaw
Alejandro García García

Sirve las copas a lápiz: Marcelo Móttola


E NTREVISTA
Carlos Martínez Shaw
y la historia marítima total
JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ TORRES

Carlos Martínez Shaw es uno de los principales de Cataluña, en cuyas páginas se ocupa de la
impulsores de la historia marítima del Antiguo crítica de libros de historia moderna y de litera-
Régimen en España. Buen conocedor de las pre- tura asiática. Experto en la cultura oriental de la
ocupaciones temáticas y metodológicas de la es- Edad Moderna, la ha divulgado entre el público
cuela de los Annales, sus investigaciones sobre hispano en una serie de importantes exposicio-
el comercio catalán con América durante los si- nes de carácter nacional e internacional comi-
glos XVII y XVIII, inspiradas en el magisterio sariadas junto a Marina Alfonso Mola, profeso-
de Pierre Vilar, desmontaron el tópico de la ex- ra de Historia Moderna en la Universidad Na-
clusión de Cataluña con anterioridad a la autori- cional de Educación a Distancia (Madrid). Pro-
zación de Carlos III. Nacido en Sevilla en 1945, fesor invitado en varias universidades europeas
Carlos Martínez Shaw ha sido Catedrático de y americanas, en su amplia producción biblio-
Historia Moderna de la Universidad de Barcelo- gráfica como autor y editor destacan los siguien-
na (1984-1993) y Presidente del desaparecido tes títulos: Cataluña en la Carrera de Indias,
Centro de Estudios de Historia Moderna “Pierre 1680-1756 (Crítica, Barcelona, 1981), Spanish
Vilar” (1984-1994). Desde 1993 es Catedrático Pacific. From Magallanes to Malaspina
de Historia Moderna en la Universidad Nacio- (Lunwerg, Barcelona, 1988), Séville XVIe siècle,
nal de Educación a Distancia (Madrid), donde de Colom à don Quichotte (Autrement, París,
compagina la docencia con la dirección de una 1992), La emigración española a América,
serie de proyectos sobre el comercio exterior es- 1492-1824 (Archivo de Indianos, Oviedo, 1992),
pañol durante los siglos XVII, XVIII y XIX. Está El Derecho y el Mar en la España Moderna
vinculado como redactor o asesor a numerosas (Universidad de Granada, Granada, 1995), His-
revistas de historia y cultura, entre las que so- toria de Asia en la Edad Moderna (Arco/Libros,
bresalen Hispania, L´Avenç, Drassana, Revista Madrid, 1996), Europa y los Nuevos Mundos,
de Historia Social, Cuadernos de Historia de siglos XV-XVIII (Síntesis, Madrid, 1996), El
España (Buenos Aires) y Secuencia (México). galeón de Manila (Ministerio de Educación
Pertenece a las Reales Sociedades Bascongada y Cultura y Deporte, Sevilla, 2000), Oriente en
Matritense de Amigos del País. Es redactor de la Palacio (El Viso, Madrid, 2003) y El sistema
History of Mankind publicada por la UNESCO. atlántico español, siglos XVII-XIX (Marcial
Colaborador asiduo de El País y El Periódico Pons, Madrid, 2004).

Recibido con pedido de publicación el 18/11/2004


Aceptado para su publicación el 16/04/2005
Versión definitiva recibida el 22/08/2005
José Antonio Martínez Torres es Profesor en la UNED
almasit@hotmail.com

MARTÍNEZ TORRES, José Antonio “Carlos Martínez Shaw y la historia marítima total”, prohistoria,
año X, número 10, Rosario, Argentina, primavera 2006, pp. 135-143.
JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ TORRES “Entrevista...”

El comercio catalán y la polémica del Lo que salió a la luz fue el esfuerzo de


libre comercio Cataluña por encontrar una vía fácil para el
P: Vd. empezó estudiando el comercio ca- comercio con América, del que había que-
talán indirecto de los siglos XVII y XVIII, dado excluida, no por ninguna argumenta-
¿dónde arranca la motivación por este estu- ción legal sino por la incapacidad de inte-
dio? ¿En qué punto se encontraba dicha te- grarse en ese pesado instrumento del comer-
mática cuando Vd. desarrollaba su investi- cio que fue el “sistema de flotas y galeones”.
gación? ¿Qué lecturas y qué documentos le Con la recuperación de Cataluña a finales
inspiraron? ¿Cuáles fueron los resultados del siglo XVII, la burguesía catalana intentó
obtenidos? ¿Qué sabemos hoy del tráfico no paliar su incapacidad de crear instrumentos
privilegiado del periodo 1756-1778, “conti- comerciales haciendo uso del “sistema de
nuación lógica y necesaria”, según sus pro- registros sueltos”, implantado fortuitamente
pias palabras, de Cataluña en la Carrera de a partir de la guerra contra Inglaterra en 1739,
Indias? y montando todo un aparato de penetración
mercantil en los puertos andaluces y ameri-
R: La primera inspiración para Cataluña en canos.
la Carrera de Indias vino de mi asistencia Efectivamente, hoy día los trabajos sobre
en Sevilla, en 1967, a uno de los coloquios el comercio de Cataluña con América no es-
internacionales de historia marítima que ha- tán terminados. Si bien se ha cubierto la eta-
bían nacido en París en 1956. Entonces, tuve pa del libre comercio a través de los traba-
ocasión de escuchar a diversos profesores jos de José María Delgado y de John Fisher,
que trataban sobre esos temas, y fundamen- todavía está pendiente de estudio el periodo
talmente a Valentín Vázquez de Prada, que de 1756 a 1778; sólo se ha hecho el comer-
habló de “los caminos de Cataluña en el co- cio privilegiado gracias al libro de José Ma-
mercio americano” y de la falta de un traba- ría Oliva. No obstante, el comercio no privi-
jo sistemático sobre esta cuestión. Por ello, legiado, que siguió en paralelo a la Compa-
cuando me trasladé a Barcelona, a los pocos ñía de Barcelona, efectivamente falta por
meses después del coloquio, recurrí al doc- hacer. Para esa investigación no he encon-
tor Valentín Vázquez de Prada para que me trado ningún colaborador. Existe la docu-
dirigiera la tesis doctoral sobre ese tema don- mentación, basta con ir de nuevo al Archivo
de faltaba esa investigación concreta. General de Indias para encontrar los regis-
La base fundamental de mi investigación tros de los barcos.
fue el libro de Pierre Vilar, Cataluña en la
España Moderna (1962), y el resto de su P: ¿En qué medida el comercio colonial his-
obra empírica y teórica. Para realizar el es- pano pudo proporcionar motores capaces de
tudio de ese comercio indirecto me basé en iniciar, acelerar o simplemente apoyar una
la documentación que se custodia en el Ar- revolución industrial?
chivo General de Indias y en toda una serie R: Responder a esta pregunta implica teori-
de archivos catalanes, no sólo de Barcelona, zar sobre los orígenes de la revolución in-
sino también de algunas de las ciudades más dustrial: orígenes internos a través de la te-
implicadas en el comercio colonial: Arenys, sis de Maurice Dobb, orígenes externos a
Canet, Mataró, etc. través de la tesis de Paul Sweezy. En fin, es

136
prohistoria 10 - 2006

un debate tan extenso que una respuesta te, el libre comercio (1778) las hizo saltar
unívoca no existe. Lo único que puede de- todas. Todo esto tuvo una repercusión indu-
cirse es que los beneficios del comercio co- dable en Cataluña, y los datos, los datos es-
lonial no fueron capaces por sí solos de ge- trictos, lo único que avalan es que el comer-
nerar una revolución industrial. cio colonial catalán sufrió un incremento ex-
Nosotros, deslumbrados en un primer traordinario a lo largo del periodo de vigen-
momento por el comercio colonial, pensa- cia del libre comercio.
mos que el comercio ultramarino superaba P: Los clásicos trabajos de Earl J. Hamilton
al resto de los sectores comerciales. Sin em- y Pierre Chaunu mostraron una relación muy
bargo, hoy estamos en condiciones de afir- estrecha entre la metrópoli y sus colonias, y
mar que no: el desarrollo del comercio colo- dieron por sentado que los ritmos coyuntu-
nial no sólo no condenó al olvido a otros rales de éstas determinaban los del resto de
comercios sino que los potenció. Este sería los territorios que componían la Monarquía
el caso del comercio en el Mediterráneo du- hispánica en la Edad Moderna. Tal visión, a
rante el siglo XVIII, que se vio fortalecido pesar de haber sido cuestionada por los tra-
por la expansión generalizada de Cataluña. bajos de Michel Morineau, John TePaske-
P: ¿Qué significó realmente el libre comer- Herbert S. Klein y Carmen Yuste, todavía si-
cio? gue pesando mucho historiográficamente. ¿A
R: La valoración del libre comercio también qué cree Vd. que es debido?
ha dado lugar a un amplio debate R: Parafraseando a Fernand Braudel, yo di-
historiográfico. José María Delgado, en los ría que las mentalidades son “prisiones de
trabajos que ha dedicado a esta cuestión, ha larga duración”. Cuesta mucho trabajo que
tratado de minusvalorar el papel del libre las investigaciones se abran camino dentro
comercio en el desarrollo de los últimos años de los paradigmas dominantes de la interpre-
de la vida económica catalana. Josep Fonta- tación historiográfica. A eso obedece el que
na, en sus explicaciones, también ha recogi- se sigan manteniendo toda una serie de tra-
do esta idea y la ha potenciado. Yo siempre bajos ya muy clásicos como el de Hamilton,
he detectado en estas tesis no un respeto es- que es del año 1934, y que tenga que ser siem-
tricto a lo que los documentos dicen, sino pre el punto de partida para la discusión
una óptica nacionalista catalana que tiende historiográfica. Pero en cualquier caso, lo que
a rebajar todos los logros de la dinastía sí se puede decir es que hay como mínimo
borbónica. Y en este caso concreto, a minus- dos planos en los que tendríamos que re-
valorar una medida política como el libre flexionar y debatir.
comercio, que representó para Cataluña el En primer lugar, habría que reflexionar
fin de todas las barreras que el comercio ca- sobre el papel del sector del comercio colo-
talán había ido encontrando a lo largo de su nial dentro de la composición del Producto
historia. El “sistema de registros sueltos” sig- Nacional Bruto. ¿Qué supuso? Si se pudiera
nificó saltar una barrera, la concesión de la reducir a un término estadístico, ¿qué impli-
Compañía de Barcelona (1756) significó caba? Es muy difícil responder a estas cues-
saltar otra, la libertad del comercio de Bar- tiones, ya que entre otros muchos factores
lovento hizo saltar muchas otras y, finalmen- hay que tener en consideración los papeles

137
JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ TORRES “Entrevista...”

dinamizadores de los impactos metálicos. tanto tiempo. Es cierto que hay una “deca-
Leandro Prados de la Escosura, en dos en- dencia española” en el siglo XVII. No obs-
sayos complejos, difíciles, pero desde luego tante, esta “decadencia española” del siglo
desarrollados con mucha inteligencia, ha XVII no impide que España siga siendo una
intentado dar una respuesta a tales pregun- potencia de primera magnitud en la centuria
tas.1 En su opinión, hay que relativizar el siguiente. En el siglo XVIII, cuando se ha-
papel que la historiografía ha dado a la pér- bla de las grandes potencias, uno todavía se
dida de las colonias, ya que ningún sector está refiriendo a Inglaterra, Francia, Holan-
de la economía española, ni siquiera el más da y España. Esas eran las grandes poten-
dañado, se vio afectado sino en modestos cias. Nadie deja de tener presente el papel
porcentajes. que desempeñó España en las guerras inter-
Hay que tomar estas elucubraciones con nacionales. España fue decisiva en conflic-
mucha cautela. No obstante, son una idea tos internacionales tan trascendentales como
para reflexionar. En una economía altamen- la Guerra de los Siete Años (1756-1763) o
te feudalizada, como era la economía espa- la independencia de las Trece Colonias
ñola de los siglos XVI y XVII, hay que pen- (1776-1783).
sar que una parte importante de la economía
no se veía afectada por los flujos del oro y la La historia marítima “total” y el pacífico
plata. Además, hay que tener en cuenta que español
una buena parte de este metal apenas llega-
P: Del comercio indirecto a la emigración
ba a España ya salía de ella para pagar la
española a América pasando por las pesque-
política exterior española. Hasta tal punto
rías, la legislación, la cultura marítima, etc.,
esto era así que un historiador norteameri-
¿cómo explica todos estos cambios? Esta-
cano, Dennis Flynn, ha dicho que el oro y la
mos ante cuestiones que convergen dentro
plata sirvieron esencialmente para pagar la
de una historia marítima que pretende ser
política imperial y el patrimonio artístico de
“total” en el sentido que le dieron Lucien
España.
Febvre, Marc Bloch, Fernand Braudel y
En segundo lugar, habría que seguir re-
Pierre Vilar. ¿Qué diferencia a la forma de
flexionando sobre el significado de la “de-
hacer historia marítima de antes de 1956
cadencia española”. Durante los siglos XVI,
–celebración en París del Primer Coloquio
XVII y XVIII España fue un imperio uni-
Internacional de Historia Marítima dirigido
versal repartido por los cinco continentes.
por Michel Mollat du Jourdin– con la que se
Con los medios de la época, mantener el
practica hoy, casi cincuenta años después?
imperio más grande de toda la historia uni-
¿Qué campos requieren un mayor estudio?
versal fue una empresa colosal y tuvo ene-
migos colosales. Fue un verdadero milagro R: Hace ya bastantes años que di un salto
mantener esta estructura imperial durante desde una mera historia del comercio hacia

1 PRADOS de la ESCOSURA, Leandro De Imperio a nación. Crecimiento y atraso económico en España


(1780-1930), Alianza, Madrid, 1988; La independencia americana: consecuencias económicas, Alianza,
Madrid, 1993.

138
prohistoria 10 - 2006

la conceptualización de una verdadera eco- lados, las capitanías del puerto, las cofradías
nomía marítima, donde el comercio por esta de marineros y pescadores, etc. Y finalmen-
vía se unía a otras actividades complemen- te hay otra historia más, la historia cultural
tarias que tenían lugar en las ciudades por- del mar. El mar genera una cultura privativa
tuarias. Estas actividades eran la construc- que, en principio, es la cultura de los mari-
ción naval, la pesca, el aprovechamiento de neros. Marineros que tienen una religión
la sal, de las algas, etc. Progresivamente, he sumamente supersticiosa; marineros que tie-
ido incorporando más cuestiones a este in- nen una solidaridad de grupo muy fuerte
terés por unas economías muy en contacto porque están obligados a compartir un espa-
con el mar. He llegado a pensar hasta en los cio muy estrecho; o marineros que se expre-
molinos de marea movidos por la fuerza del san a base de señales y golpes de silbato (el
mar o en la historia de los faros y las señales fragor del mar impide comunicar las órde-
marítimas. Existe todo un mundo marítimo nes de otro modo). En definitiva, que hay
que ahora mismo está beneficiándose del
todo un mundo de los comportamientos en
exotismo del mar y de “la llamada del mar”
relación con el mar que está todavía por ex-
que diría Josep Conrad. Pero dejando apar-
plorar y que lentamente se van incorporan-
te la literatura, puede hacerse una concep-
do a esta historia marítima “total” que es un
tualización perfecta de lo que llamaríamos
ideal a cumplimentar.
una historia marítima.
Una historia marítima es aquella que com- P: Con demasiada frecuencia se atribuye, en
prende todos los aspectos de la vida huma- no pocos libros de Historia, el descubrimien-
na en conexión con el mar. Esta especifici- to de las islas del Pacífico a los ingleses en
dad nació por influencia de la escuela de el siglo XVIII, y se olvida que marinos es-
Annales y de los coloquios marítimos inter- pañoles como Ruy López de Villalobos o
nacionales patrocinados por Michel Mollat Andrés de Urdaneta navegaron por esas la-
du Jourdin. Empezó siendo una historia de titudes en el siglo XVI. ¿Qué explica esta
la economía marítima, primero del tráfico falta de memoria histórica internacional?
comercial y luego de la construcción de los
R: La decadencia española de los siglos XIX
barcos y del transporte por vía marítima,
y XX, en un momento en que se estaba cons-
estudiando no sólo las compañías para el
truyendo la historiografía positivista y pos-
comercio marítimo sino también las compa-
teriormente la historia científica moderna, ha
ñías para la construcción y la explotación
del barco como medio de transporte. Más hecho que una gran parte de la historia de
tarde, la historia marítima ya no sólo com- España haya quedado en bruma en los cená-
prendía la economía marítima sino que tam- culos internacionales. Esto no quiere decir
bién empezó a extenderse a una historia so- que no haya habido historiadores españoles
cial. Al comienzo, esta historia social era la que hayan estudiado los descubrimientos del
historia de los marineros, de la gente que vive Pacífico. Sí que los ha habido, pero no han
del mar, de sus salarios, de sus huelgas, etc. tenido proyección internacional. Todo esto
Más allá, hay una historia institucional, que ha hecho que la historiografía anglosajona
comprende el derecho marítimo, los consu- haya sido la predominante a la hora de enfo-

139
JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ TORRES “Entrevista...”

car fenómenos de la historia universal en los también ha sido silenciado, bien por la
que habían estado implicadas varias nacio- historiografía portuguesa, que ha señalado
nes. Se ha hecho, en cualquier caso, una in- con mucho énfasis que las misiones religio-
terpretación sesgada de las hazañas de los sas en Etiopía estaban exclusivamente bajo
holandeses, franceses e ingleses frente a los la órbita portuguesa, o bien por los historia-
logros españoles. Esta situación se está co- dores ingleses, que atribuyeron a James Bruce
rrigiendo no sólo por parte de la uno de los grandes descubrimientos del pa-
historiografía española actual, sino también dre Pedro Páez, el de las fuentes del Nilo azul.
incluso por parte de la historiografía de es-
tos otros países. Señalaré algunos ejemplos. P: Entre 1565 y 1815 el galeón de Manila
Las exploraciones españolas en el Pacífi- vinculó el eje Veracruz-Acapulco-Manila-
co durante el siglo XVI son las únicas que Sevilla. Es cierto que en la historia de esta
realmente exploran la totalidad de este océa- vasta y exótica ruta hubo naufragios, muer-
no. Y lo exploran con casi dos siglos de anti- tes y hasta alguna que otra captura; no obs-
cipación a las exploraciones francesas, ho- tante, nadie puede dudar de la existencia de
landesas e inglesas. Estas exploraciones a un importante trasiego de mercancías e ideas.
veces han sido reivindicadas por historiado- En fin, ¿qué aportó exactamente el galeón
res que no pertenecen al ámbito hispano. Tal de Manila a la sociedad española y america-
es el caso del australiano Oscar Spate, que na del Antiguo Régimen? ¿Cuánto queda hoy
ha llamado al periodo que fue de 1513 a 1607 de la mixtura cultural de antaño?
la época del océano Pacífico como Spanish R: El galeón de Manila fue una vía comer-
lake. ¿Por qué? Porque efectivamente ahí cial de primera importancia para un tráfico
están las exploraciones de Ruy López de que, desde el punto de vista de las mercan-
Villalobos, Andrés de Urdaneta y otras mu- cías, era un tráfico sencillo. Fundamental-
chas más. Desde la gran vuelta al mundo de mente lo que iba hacia Manila era plata, por-
Magallanes-Elcano (1519-1522), hasta la
que había una gran demanda de ella en ese
última expedición de Pedro Fernández de
área del “Pacífico de los ibéricos”. Por otra
Quirós (1605-1607), que llevó al desembar-
parte, lo que llegaba en sentido inverso eran
co en las islas de las Nuevas Hébridas, los
sobre todo sederías y porcelanas, que eran
españoles fueron los primeros en descubrir
las dos grandes estrellas de este comercio.
islas en la Micronesia, en la Melanesia y en
la Polinesia. Es decir, los españoles fueron Naturalmente también se transportaban es-
los primeros europeos en esas latitudes. pecias y lacas japonesas. Todas estas mer-
Otro ejemplo para insistir en esta falta de cancías se distribuyeron por todo el Imperio
memoria histórica lo proporciona la recien- español en América gracias a los mercaderes
te conmemoración del cuarto centenario de que, desde Oaxaca o ciudad de México, acu-
la llegada a Etiopía del padre Pedro Páez dían a la feria de Acapulco. Eso hacía que,
(1564-1622), que fue un jesuita español que desde Lima hasta Santa Fe de Nuevo Méxi-
evangelizó en Abisinia. Uno de sus logros co, se encontraran sedas o porcelanas chinas
fue la conversión al catolicismo de los em- en lugares muy remotos. Ahora bien, el co-
peradores Za-Dengel y Susenios. Todo esto mercio del galeón no llegaba con facilidad

140
prohistoria 10 - 2006

hasta Sevilla en los siglos XVI y XVII. Las ces por circunstancias meramente azarosas.
mercancías orientales en el puerto de Sevi- A eso quiero también añadir mi condición de
lla eran más bien escasas porque la mayor “hombre esponja”, de persona que siempre
parte se quedaba en México. Nada más hay ha tenido los oídos abiertos a todo aquel que
que ver los museos y conventos españoles podía enseñarme algo. Por tanto, la nómina
comparados con los museos y conventos de todos mis maestros sería muy larga. Di-
mexicanos. Allí, en México, uno puede en- cho esto, tengo que indicar, en primer lugar,
contrar sedas, mantones, biombos, colchas, a mi profesor en la Universidad de Sevilla,
porcelanas, tibores, etc. En España es muy José Manuel Cuenca, que me enseñó los ru-
difícil encontrar estos productos chinos pro- dimentos del oficio de historiador. En segun-
cedentes de la ruta del Galeón. Hay, y tene- do lugar, le debo la dirección de mi tesis doc-
mos constancia de ello, pero no en las mis- toral en la Universidad de Barcelona a
mas proporciones que en México. Valentín Vázquez de Prada, cuyo apoyo tam-
Naturalmente, también hay una reexpor- bién fue decisivo. Quizás la influencia inte-
tación de lo que se había exportado desde lectual más grande que se haya ejercido so-
España a América. Es decir, por la interpo- bre mi modo de entender la historia sea la de
sición mexicana hay una exportación de la Pierre Vilar. Para mí, Pierre Vilar fue un pa-
lengua castellana, de la religión católica, de dre intelectual. De Pierre Vilar conservo
la arquitectura, de la iconografía y hasta de muchos momentos en la memoria, pero so-
la cocina. En el siglo XX la ausencia de Es- bre todo conservo su permanente interés por
paña en Filipinas y la larga ocupación por la historia, su exigencia teórica y la genero-
parte de los Estados Unidos ha contribuido sidad de entregar su tiempo permanentemente
a la paulatina desaparición del legado hispa- a los jóvenes. He leído una y otra vez todos
no. No obstante, todavía se conserva en los sus libros, algunos de ellos con verdadera
idiomas locales (muchos de ellos contienen delectación, como su último gran libro, las
palabras castellanas), en la religión (Filipi- memorias que publicó primero en catalán y
nas es el único país asiático con mayoría luego en castellano, Pensar históricamente
católica entre su población), en la gastrono- (1997).
mía, etc. Finalmente, tengo que citar a don Anto-
nio Domínguez Ortiz que ha sido, sin duda
La historia de la España moderna: alguna, el maestro de todos los modernistas
maestros y enseñanza españoles. Yo también tuve la suerte de tener
una relación privilegiada con él hasta los úl-
P: A lo largo de su carrera docente e investi-
timos días de su vida. De don Antonio aprendí
gadora Vd. ha tenido la suerte de conocer a
esa voluntad de estar constantemente al ser-
muchos historiadores, ¿quiénes le han deja-
vicio del trabajo. Don Antonio era un hom-
do una huella más profunda en el terreno
bre de una cultura extraordinaria, un hombre
profesional y personal?
de un saber historiográfico enorme y, al mis-
R: Me considero un privilegiado por haber mo tiempo, era la más modesta de las perso-
tenido la ocasión de aprender de tantos sa- nas que uno cabe imaginar. Tenía la modes-
bios como se han cruzado en mi vida, a ve- tia del auténtico sabio.

141
JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ TORRES “Entrevista...”

P: Entre el 9 y el 13 de agosto del 2004 Vd. Pero además el uso de la palabra España
dirigió un importante seminario2 en la Uni- se ha complicado por el secuestro del pa-
versidad Internacional Menéndez Pelayo triotismo español por parte de los vencedo-
(Santander) cuyo objetivo era “reflexionar res de la Guerra Civil, por parte de los fran-
sobre casos que puedan ayudar en asuntos quistas que utilizaron la consigna del resta-
actuales de gobierno”. Siguiendo con este blecimiento del patriotismo español frente a
análisis de actualidad, y haciéndome eco de los “rojos”. Eso ha hecho que todos aque-
aquellas personas que no pudieron asistir, llos que se enfrentaban con la dictadura fran-
¿podría indicarnos por qué razón la palabra quista tuvieran una tendencia a rechazar la
España se está convirtiendo en un tabú de palabra España. De hecho, actualmente tam-
difícil manejo para los historiadores espa- bién asistimos al secuestro del patriotismo
ñoles? español, cuando un partido político como el
R: El seminario de Santander responde a un PP, que en cierto modo es heredero de mu-
múltiple haz de intereses. Por una parte, al chas de las actitudes del viejo franquismo,
acusa al PSOE de ser mal defensor de la
interés actual por encajar determinadas co-
unidad de España. En definitiva, hay que
munidades históricas dentro de España. Y,
evitar la utilización partidista del concepto
por otra parte, al interés que últimamente me
España. España es hoy una realidad de con-
lleva a intentar escribir una historia amplia
vivencia formada por más de cinco siglos de
del Imperio español durante la Edad Moder-
historia, y también es un valor patrimonial
na. Allí se debatió sobre todas estas cuestio-
que entre todos tenemos obligación de con-
nes. Los resultados no sé si fueron buenos o
servar.
malos, pero a mí me dejaron muy satisfe-
cho. P: En una serie de trabajos dedicados a la
En cuanto al uso de la palabra España, he ilustración española Vd. ha afirmado que el
de decir que yo no tengo ningún problema movimiento ilustrado del reinado de Carlos
en utilizar la palabra España. Para nada. Es- III (1759-1788) tuvo su origen en el reinado
paña es mi país por encima de todo. España de Felipe V (1700-1746), todavía muy des-
es una unidad constituida a través de los si- conocido en muchos aspectos. ¿Este germen
glos, y si se quiere ser muy estricto, como no habría que buscarlo incluso en el reinado
mínimo a partir de finales del siglo XV. Lo de Carlos II (1665-1700), momento en el que
único que ocurre es que hay unas sensibili- se dio una importante corriente científica de
dades nacionalistas, especialmente en Cata- la mano de novatores tales como Juan de
luña, que han preferido acentuar los elemen- Cabriada, Vicente Mut o Juan Bautista
tos de desunión frente a los elementos de Juanini?
unión. En Cataluña existe esta sensibilidad R: En algún sentido los novatores que Vd.
desde el siglo XVII. Y a esta sensibilidad ha señalado son el elemento más pre-ilustra-
catalana se han unido, ya en pleno siglo XIX, do que tenemos; lo que ocurre, es que este
la vasca y la gallega, esta última en mucha elemento estaba articulado con absoluta in-
menor medida. dependencia del poder político. Es decir, que
2 Titulado “Reinos, Monarquía hispánica e Imperio español: las raíces del pluralismo”.

142
prohistoria 10 - 2006

son pre-ilustrados en el sentido de una pues- tante, hay que decir que en España práctica-
ta al día de la ciencia española en paralelo mente no se ha hecho nada por remediar esta
con la ciencia moderna que se estaba hacien- situación. Es más, la historia de la América
do en Europa. Desde ese punto de vista, pre- colonial está en retroceso dentro de las uni-
figuraron algunas de las actitudes que luego versidades españolas. Cada vez se habla me-
se vieron en los ilustrados españoles del si- nos de ella, cada vez cuesta más trabajo a
glo XVIII. Ahora bien, si nosotros hablamos nuestros colegas hispanoamericanos encon-
de una ilustración como una elaboración trar interlocutores con los que intercambiar
cultural e ideológica, que sirvió de base o de puntos de vista.
referente al despotismo ilustrado, no pode- P: Para concluir, ¿qué libros de historia le
mos retrotraernos al reinado de Carlos II.
han influido más?
Hay que esperar a la primera mitad del siglo
XVIII, con la llegada a España de Felipe V. R: Los libros de historia que en mí ejercie-
Esto no significa en absoluto descalificar a ron una mayor influencia cuando estudiaba
los novatores ni nada por el estilo. Los la carrera en la Universidad de Sevilla fue-
novatores tienen un papel fundamental den- ron La Civilización del Renacimiento en Ita-
tro de la historia de España desde que fijara lia (1864) de Jacob Burckhardt, El otoño de
en ellos su atención ese gran profesor que es la Edad Media (1919) de Johan Huizinga,
José María López Piñero. La crisis de la conciencia europea (1939) de
P: ¿Por qué razón la historia de España y la Paul Hazard y El Mediterráneo y el Mundo
de América, unidas durante algo más de tres Mediterráneo en tiempos de Felipe II (1949)
siglos, se estudian separadamente en las es- de Fernand Braudel. Dos de ellos, los dos
pecialidades de historia moderna y contem- primeros, se los compré a los bouquinistes
poránea? del Sena en mi primera salida a París. Toda-
vía los conservo como oro en paño.
R: Hay que partir de una base: estudiar por
Nada más empezar el doctorado en la
separado la historia de España y la historia
Universidad de Barcelona, Cataluña en la
de la América española, con sus prolonga-
España Moderna (1962) de Pierre Vilar, se
ciones en Filipinas, es una aberración. No se
convirtió en mi libro de cabecera. Su lectura
puede entender una historia separada de la
fue una auténtica revelación para mí. Desde
otra. La influencia de América en España fue
decisiva durante los tres siglos del Antiguo entonces manifesté mi adhesión absoluta a la
Régimen, tanto desde el punto de vista de la obra de Pierre Vilar. Finalmente, también ha
llegada de las remesas de oro y plata, como ejercido una gran influencia sobre mí la obra
desde el punto de vista de la emigración en- historiográfica de Josep Fontana, desde su
tre una y otra orilla. Son muchos los histo- primer libro, La historia (1974), hasta el úl-
riadores que tienen la pluma cansada de es- timo, La historia de los hombres (2001).
cribir en contra de esta separación; no obs- Madrid, noviembre de 2004

143
D espués del infierno, ¿qué?
Algunas claves sobre experiencias postraumáticas

ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA

Resumen Abstract
Desde la mirada de la experiencia clásica ale- From the point of view of the classical German
mana, comentamos tres procesos de violencia experience, we make comments on three
social que traumatizaron a la gente que los vi- processes of social violence that traumatize
vió, y las estrategias de superación que debie- those who lived them through, and the strategies
ron poner en marcha. they had to activate in order to overcome them.

Palabras clave Key words


Violencia – reconciliación – Colombia – Violence – reconciliation – Colombia – South
Sudáfrica – Ruanda Africa – Rwanda

Recibido con pedido de publicación el 14/04/2005


Aceptado para su publicación el 15/05/2005
Versión definitiva recibida el 20/06/2005
Alejandro García García es profesor e investigador
de la Universidad de Murcia, España
alexg@um.es

GARCÍA GARCÍA, Alejandro “Después del infierno, ¿qué? Algunas claves sobre experiencias
postraumáticas”, prohistoria, año X, número 10, Rosario, Argentina, primavera 2006, pp. 145-170.
ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA “Después del infierno ¿qué?...”

Convivir con Auschwitz

P
osiblemente nadie refleje con tal fidelidad el aturdimiento postraumático como el
payaso Schnier, ese personaje literario inventado por el profundo y compasivo
Heinrich Böll (Opiniones de un payaso).
Es la Alemania de los años 1950s., un país de ciudadanos doloridos, no tanto por la
pérdida de una guerra como por el choque emocional que supuso reconocer lo irreconoci-
ble. Günther Grass acaba de decirlo: “Alemania terminó vencida, y el primer gran golpe
para nosotros fue asimilar lo que había ocurrido en los campos de concentración. El pro-
blema primordial, entonces, fue digerir aquello, intentar entenderlo.”1 Porque, efectiva-
mente, no les cabía la coartada de la inocencia. Ellos, más que nadie, reconocían su propia
complicidad, ninguno podía negarse a sí mismo su propia y activa participación (o acepta-
ción pasiva en el mejor de los casos) en el brutal trauma que habían vivido. Quien lo supo
después, en todo caso, fue el resto del mundo. Sólo así se explica la polémica generada en
1997 a raíz del libro del historiador americano Daniel Goldhagen Los verdugos volunta-
rios de Hitler. Los alemanes corrientes y el holocausto, en el que escribe la biografía del
batallón policial 101 de Hamburgo. Esta unidad, compuesta por 550 hombres, la mayoría
reservistas, tuvo como misión el asesinato en masa de docenas de miles de civiles en los
territorios ocupados de Polonia, países bálticos y Bielorrusia. La perplejidad surgió al
constatar que este batallón de carniceros no estaba compuesto por fanáticos nazis, sino por
gente corriente de Hamburgo, panaderos, tenderos, obreros, oficinistas. Eran reservistas,
gente que por edad estaba excluida de la Wermacht. La mayoría de ellos residían en barrios
obreros e incluso eran votantes habituales, antes de 1933, de los partidos de izquierda,
SPD y KPD. Solo el 8% estaba afiliado al partido nazi y ninguno fue obligado a participar
en los asesinatos en masa. La víspera de su primer “trabajo” se les dio incluso oportunidad,
si alguien tenía escrúpulos morales, de no participar en la acción directa, pero sólo una
decena renunciaron. Lo que nos viene a decir el libro de Goldhagen es que el enloquecido
e inhumano régimen hitleriano, reforzado con la coartada de guerra total, convirtió a ciu-
dadanos corrientes y a ejemplares padres de familia en verdugos activos, y moralmente
anestesiados, del asesinato en masa.2
Muchos años antes, en 1947, el filólogo Victor Klemperer había publicado un fasci-
nante libro (LTI: la lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo) en el que además de
narrar su inverosímil experiencia de sobreviviente judío en Alemania, describía el profun-
do proceso de transformaciones semióticas que se apoderó de ese país a partir de 1933.
Proceso orientado a crear un nuevo código de signos (no sólo lingüísticos), para reinstalar
en el corazón del pueblo alemán valores, conductas y expresiones que a pesar de su evi-

1 El País, 27 de febrero de 2003.


2 La Alemania de Hitler estaba atiborrada de fríos criminales de guerra que en lo privado eran “amantísimos
y tiernos padres de familia”. Ver si no las Memorias del comandante de Auschwitz, Rudolph Hoss o los
relatos de Tom Lampert en Una sola vida. Ocho historias de guerra, Destino, Barcelona, 2004, entre los
cuales sobresale la historia del oficial S.S. Erich B., que a pesar de su voluntad, debió abandonar las
ejecuciones masivas en Bielorrusia aquejado de fuertes dolores hemorroidales.

146
prohistoria 10 - 2006

dente anti-naturalidad, de su inhumana frialdad, fueran asimilados como expresión de una


nueva y excitante normalidad (desproveerlos de su alma y transplantarles un lenguaje nue-
vo, un lenguaje esquemático, maniqueo y atrabiliario).
Tras el apocalíptico y wagneriano final de la experiencia nazi en el Berlín de 1945,
recomponer los tejidos desgarrados (personales y colectivos), volver a insuflar el sentido
de la vida, requirió para los alemanes enfrentarse a su propio demonio (trauma), verlo de
frente, reconocerlo y asumirlo. Fue necesario que gentes como Heinrich Böll, Günter Grass,
Peter Handke, R. M. Fassbinder y tantos más ofrecieran con su arte un espejo en el que se
identificaran.
Alemania es hoy, acaso, el ejemplo más exitoso de recuperación postraumática, la
sociedad que más inclusivamente ha resuelto el vínculo con su enloquecido pasado y que
con elocuencia universal ilustra sobre la capacidad de superar los traumas. Pero con una
condición: no bajar la guardia. Así se infiere de las palabras del canciller Schröder en la
conmemoración del 60º aniversario de la liberación de Auschwitz:
“Aunque la inmensa mayoría de los alemanes que viven hoy día no
tienen ninguna culpa del holocausto, arrastran una responsabilidad
especial. El recuerdo de las víctimas del nazismo forma parte de la
identidad nacional alemana. La tentación de olvidar y reprimir los re-
cuerdos es grande, pero no sucumbiremos a ella. Alemania no debe
olvidar la crueldad y el dolor inflingidos a millones de personas. El
recuerdo del nacionalsocialismo y de sus crímenes es una obligación
moral. No sólo se lo debemos a las víctimas, a los supervivientes y a
sus familiares, sino también a nosotros mismos.”

Un boceto colombiano (o sobre la banalidad del mal)


Si a Alemania le bastaron seis enloquecidos años para liberar su inmensa capacidad
destructiva, no conozco en el hemisferio occidental otro país que, como Colombia, haya
vivido durante tanto tiempo bajo una situación tan autodestructiva de violencia civil. Des-
de 1948 (prescindamos de las más de 20 guerras y guerritas del siglo XIX coronadas por la
Guerra de los Mil Días) han sido más de 50 años de violencias espasmódicas que proba-
blemente han dejado medio millón de muertos. En ocasiones se trató de una guerra abierta,
como la de 1948 a 1958 (conocida como La Violencia), que costó 250 mil vidas,3 otras
veces han sido conflictos más selectivos pero igualmente letales. Si tradicionalmente la
violencia estuvo asociada al ancestral enfrentamiento entre liberales y conservadores (cuyo
enunciado partidista camuflaba una disputa más estructural por el control de las tierras, de
la riqueza, del poder en suma), en el último tercio del siglo XX se produjo un cambio

3 Un antecedente de las actuales comisiones de la verdad sobre crímenes y violación de derechos humanos
sería el informe que sobre La Violencia presentaron Fals Borda, Umaña Luna y Guzmán Campos en 1963
titulado La violencia en Colombia.

147
ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA “Después del infierno ¿qué?...”

sustancial, tanto en la naturaleza del conflicto como en los actores que intervenían. En
1958 las cúpulas políticas liberales y conservadoras, con un país devastado y temerosas de
su propia supervivencia física, sellaron una alianza para repartirse el poder y poner fin a la
Violencia, el Frente Nacional. Pero en este nuevo orden diseñado desde Bogotá, queda-
ban, en la práctica, excluidos millones de campesinos que lo habían perdido todo, que
debieron emigrar a otras tierras sin protección alguna y abandonados a su suerte.
Entonces aparecía en escena un nuevo actor, la guerrilla FARC. Nacidas en 1966, las
FARC eran en sus orígenes un brazo armado que brindaba protección y se nutría de una
población campesina dejada a su destino. Aunque, con el tiempo, la guerrilla se convertiría
también en la referencia armada de una izquierda civil y urbana, excluida del sistema y
exterminada físicamente cuando decidió probar suerte en el juego político, como ocurrió
con la experiencia de Unión Patriótica.4 En los años 1970s. emergía otro grupo, más o
menos estructurado, que también pedía presencia y reconocimiento social: el narcotráfico.
Era el más perturbador por lo impredecible de sus acciones, e irrumpió en la contienda con
una agresividad extrema para hacer valer sus derechos y encontrar un lugar en cuanto clase
económica emergente a la que se criminalizaba y excluía del concierto nacional. Pero esto
no era todo, aún quedaba lo peor: a principios de los años 1980s., con una guerrilla fuerte
y diseminada por todo el país, el Ejército nacional –desbordado e incapaz de recuperar
territorios– apostó por privatizar la guerra, es decir, estimular la creación de ejércitos de
autodefensa privada que, fuera de toda convención, llevasen a los campos una guerra de
verdadero exterminio contra las guerrillas y la población civil que las apoyaba.
En 1987 el Magdalena Medio era, sin duda, la región con mayor número de asesina-
tos de toda Colombia. Aquí se libraba una feroz guerra de posiciones entre paramilitares y
Ejército por un lado y guerrilla por otro. Se trata de una región selvática que a partir de los
años 1970s. comenzó a ser ocupada por campesinos procedentes de todos los rincones de
Colombia. Al llegar como colonos, debían tumbar la selva hasta abrir espacios que les
permitieran sembrar. Habían llegado huyendo de la violencia de sus regiones de origen y
de la miseria ocasionada por la pérdida de tierras como consecuencia de las disputas libe-
ral-conservadoras. El Magdalena era en esa época un territorio vacío sin presencia de
Estado (cero sanidad, educación o administración pública) y por su carácter de confín era
un lugar ideal donde emprender nueva vida o en su caso camuflarse (refugium pecatorum).
Cuando en 1970 las FARC entraron por primera vez a la región lo hicieron con la consigna
“Venimos a acompañarlos, a ponernos a su servicio en estas soledades”. Sustituyeron al
Estado, pusieron orden en el acceso a la tierra, dieron seguridad ciudadana y prestaron
servicios sociales. Se convirtieron en un verdadero ejército, en un “ejército del pueblo”.
La gente común recuerda que aquellos “eran tiempos donde vivíamos felices, bien aveni-
dos y en paz”. Pero esta “pax guerrillera” duró 7 años y comenzó a transformase en infier-
no cuando desde el Estado se ordenó al Ejército recuperar el Magdalena y expulsar a la

4 En cuatro años (1986-90) fueron asesinados 1500 candidatos a concejales de la Unión Patriótica y sus dos
candidatos presidenciales: Jaime Pardo Leal (1987) y Bernardo Jaramillo (1990).

148
prohistoria 10 - 2006

FARC. Era lo mismo que había ocurrido 15 años antes en Marquetalia, cuando desde el
Parlamento nacional se pidió al Ejército que acabara con una serie de comunidades de ex-
perseguidos liberales que habían encontrado en las selvas del Tolima un rincón donde
emprender una nueva vida. Los políticos de Bogotá comenzaron a llamarlas “repúblicas
independientes” y, efectivamente, el Ejército las desalojó a fuerza de napalm en 1963. En
el Magdalena, 15 años después, no hubo napalm, pero sí una presión asfixiante sobre la
población civil cuyo corolario era un interminable conteo de asesinatos selectivos de per-
sonas a las que el Ejército consideraba amigas de la guerrilla. En este momento de gran
presión sobre la población campesina, las relaciones sociales comenzaron a envenenarse.
El Ejército mataba a amigos de la guerrilla, la guerrilla mataba a amigos del Ejército, se
instaló el miedo y apareció la desconfianza, la delación y el silencio para sobrevivir, en
suma, lo que los campesinos gráficamente llamaron Criminal Ley del Silencio.
Tras varios años de presión, el Ejército reconocía finalmente su incapacidad para
controlar la selva y mucho menos ganarse a la población, y apostaba entonces por otra
estrategia: implicar directamente a la población civil en el conflicto. Estimular la creación
de grupos armados entrenados por el mismo Ejército y financiados por ganaderos y, sobre
todo, por un narcotráfico que se estaba convirtiendo en terrateniente regional, es decir,
traspasar a manos privadas la guerra por la recuperación de la región. Al apostar por el
paramilitarismo, el Estado colombiano estaba llamando de nuevo, como tantas veces lo
había hecho antes, al enfrentamiento civil entre la población rural puesto que, al igual que
las FARC, el paramilitarismo se nutría invariablemente de campesinos. Era la eterna rueda
de una guerra inacabable a la que periódica y sistemáticamente el poder convocaba. Una
pedagogía con la que los poderosos habían educado durante siglos al pueblo llano de
Colombia, hasta envilecerlo por la sangre. “O matas o te matan”, era el cuaderno de ruta
que todo colombiano había aprendido al nacer.
Cuando irrumpieron los paramilitares saltaron todas las alarmas, su estrategia con-
sistía en concentrar todo el terror sobre la población civil, tanto en asesinatos individuales
como, preferiblemente, en masacres. Su máxima era “o te vienes con nosotros o eres hom-
bre muerto”. Era una guerra por la ocupación de espacios que perseguía ganarse a la gente
mediante el terror u obligarla a desalojar la región. Por su parte, este nuevo esquema de
violencia comenzó a enloquecer a la guerrilla y a instalar la paranoia en las cabezas de sus
comandantes locales (Frente XI y Frente XIII) induciendo a una enfermiza sospecha sobre
la lealtad campesina. Las delaciones y ejecuciones sumarias se pusieron a la orden del día
y las exigencias de sostén a la población civil acabaron siendo abusivas.
En este proceso de verdadero exterminio hubo un área especialmente castigada, la
del río Carare, cuyo núcleo urbano era La India. A mitad de 1987 sus pobladores estima-
ban que en ocho años habían sido asesinadas 500 personas, sobre una población de 7 mil.
“Pero los que seguíamos con vida estábamos más muertos que vivos, nadie sabía que sería
de uno al día siguiente.” Lo peor para la gente era el clima emponzoñado en el que trans-
currían sus vidas, la alegría se había marchitado, hablar era peligroso, las amistades tam-
bién, negarse a un servicio de alguno de los bandos era suicida, pero brindárselo también

149
ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA “Después del infierno ¿qué?...”

porque el contrario lo tendría en cuenta. La violencia se había instalado en sus vidas, pero
lo peor de todo era que comenzaba a convertirse en un instrumento de gran eficacia para
obtener beneficios privados y de paso corromper el alma de muchos ¿No dijo Brecht hace
años que “la violencia ayuda donde la violencia impera”?
Quizá las siguientes dos historias basten para intuir un cuadro de situación: Luis
Eduardo Ramírez, “el Zarco” como lo conocían, era más que un amigo para las FARC, era
un hombre de su íntima confianza, les reclutaba gente, organizaba suministros y su palabra
era ley en la guerrilla. Pero en algún momento se dejó corromper por el poder que detentaba.
Como ganadero en ascenso que era, iba aumentado la contrata de trabajadores. En octubre
de 1981, denunció a la guerrilla que cinco de sus peones eran informantes del Ejército; él
mismo fabricó las pruebas. Las FARC, sin más dilaciones, los ejecutaron en la misma
finca. Días después se comenzó a saber que el Zarco los había hecho matar para ahorrarse
los seis meses de salarios que les debía. A la semana, la guerrilla descubrió la patraña y fue
en busca del Zarco para ajustar cuentas, pero había huido horas antes. Para salvar su vida
se había pasado al enemigo, al comando paramilitar de Puerto Boyacá, llevándose consigo
una valiosa información que comprometía a cientos de personas. Desde ese día sus anti-
guos vecinos y conocidos se convertirían en objetivos a eliminar.
Otros se servían de su amistad con los armados para decidir sobre la vida y la muerte
de los demás, cual jueces en la sombra.
“La guerrilla dio demasiado poder a algunas personas, civiles, con-
fiando en ellas para que decidieran quienes eran los ‘indeseables’, a
quienes había que suprimir. Ese poder las hacía sentirse superiores. Si
alguien quiere hacer matar a una persona, simplemente le decía a la
guerrilla ‘fulano es un sapo, es un informante del ejército, o es un tipo
perjudicial’, y se acabó. Es un poder arbitrario e injusto. Aunque ese
tipo de personas era una minoría, aquí hubo bastante gente que tuvo
ese alcance. En una ocasión la guerrilla nos llamó a tres hombres de su
confianza, uno de ellos era mi compadre, para decidir si se mataba o
no a una persona. Se trataba de un tipo que había matado a su mujer en
un arranque de celos cuando la encontró en la cama con otro. No se si
eso merece la muerte o no, a lo que me refiero es a la ligereza con que
se tomaban decisiones. De los tres hombres que allí acudimos, dos
estaban de acuerdo con ejecutarlo. Mi compadre soltó: ‘a ese hijueputa
tenían que haberlo matado ya.’ Al acusado no lo conocíamos, era de la
parte alta del río, no sabíamos qué tipo de persona era, simplemente
que en un ataque de locura había acabado con su esposa. ¿Qué interés
podía entonces tener mi compadre para hacerlo asesinar? Interés, nin-
guno, era la rutina, la costumbre de hacer matar a la gente en esa for-
ma, sin más trámite. No le importaba si era buena o mala persona o las
circunstancias de lo que había hecho. Yo no estuve de acuerdo con
matar a ese hombre así nomás y bregué para convencer al comandante

150
prohistoria 10 - 2006

Abelardo de que se hicieran más indagaciones y de momento le respe-


taran la vida. Así quedó la cosa. Pero ¿qué pasa? que en el futuro ya no
me llamarían. Si se presentaba el caso y estaban dispuestos a matar a
alguien, ya no me iban a convocar porque conocían que yo no estaba
de acuerdo.”5
El “Zarco”, el “compadre” y gentes que como ellos eran miembros activos y
sostenedores de la violencia, probablemente estaban demasiado ocupados en sobrevivir
matando como para proponer una reflexión ética. Simplemente actuaban con automatismo
según el pathos de “la ley de la selva”. Pero para la mayoría campesina era infinitamente
mayor el sufrimiento encajado por la violencia que la rentabilidad que les podía generar.
Jorge Suárez, campesino de la región, lo expresaba con elocuencia:
“El problema estaba en nosotros, en el interior de las personas. Nues-
tro problema se generó hace bastantes años y llegó un momento en
que nos tocó concienciarnos y acabar con esa mala vida que nosotros
mismos habíamos engendrado de violencia. Habíamos adquirido vi-
cios de los que éramos los auténticos responsables por haber permiti-
do que entre nosotros se hubiera generado ese horror. Cuando nos
dimos cuenta de cómo andaban las cosas, ya los señores de las armas,
guerrilleros y paramilitares conocían nuestras debilidades y por tanto
pensaban que podían hacer con nosotros lo que les daba la gana. Por
eso es en nuestro interior donde comenzamos a desarrollar la batalla
final para desterrar por siempre la violencia.”
Era una enfermedad que también comenzaba a corroer a algunos guerrilleros que, en
silencio, se sentían a sí mismos, cada vez más, muertos moralmente. Juan Roy, del Frente
XI de la FARC, se sinceraba con este observador: “Más que el peligro que pudiéramos
correr en los combates, lo que nos estaba hiriendo moralmente eran las órdenes que tenía-
mos que cumplir, como el caso de ejecutar a una persona sabiendo que no había averigua-
ciones que la culparan con certeza”.

Una ética de la reconciliación


Pero fue en este infierno, y justo en el momento de más asfixia, cuando algo empezó a
cambiar. Todo se inició el domingo 17 de mayo de 1987. Como todos los domingos, era
día de mercado y, desde las selvas, miles de colonos habían acudido a la India. A mediodía,
cuando la multitud era más numerosa, se presentó en el pueblo una compañía del Ejército
acompañada de varias docenas de civiles armados (paramilitares). Reunieron a la gente

5 Testimonio de Manuel Serna. Sobre los testimonios que provienen de trabajo de campo: los de los colonos
del Carare fueron recogidos a lo largo de varios años; el de Manuel Serna (citado en esta nota y en la 11),
durante septiembre de 1999. Los de Piñeros (notas 7 y 9) en agosto de 1995 y los que se refieren a Josué
Vargas (nota 10) durante septiembre de 1995.

151
ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA “Después del infierno ¿qué?...”

y el oficial al mando les largó el habitual discurso amenazante, aunque esta vez con un
ultimátum, exigiendo a los reunidos que tomaran las armas que les traían. Les dio una
semana para que decidieran: “O aceptan nuestras armas, o abandonan la región o se mue-
ren ¿Algún comentario?”, concluyó el oficial.
Desde el público, alguien dio un paso adelante y se dispuso a hablar. Era Josué
Vargas, un hombre de 40 años muy conocido en el río, que tenía fama de rebelde y había
tenido roces continuos con los armados (la guerrilla lo consideraba un díscolo y el Ejército
un mal ejemplo), pero todos lo juzgaban honesto y transparente. Paradójicamente, esa
franqueza que tantos problemas le había causado (en un mundo donde todos callaban) le
permitió, quizás, seguir con vida. “Conociendo a Josué y lo directo que era en sus juicios,
cuando tomó la palabra todos nos temimos lo peor” recuerda Manuel Serna.
“Señores militares, ustedes han venido a violentarnos. Nos están rega-
lando 400 millones de pesos en armas, pagados por el estado y en
cambio se nos crean problemas para darnos créditos. Para la guerra
hay todos los recursos disponibles pero para la paz hay que pelear
cada peso. Vea, capitán, ¿cuánta gente armada hay en Colombia? Ha-
ciendo un cálculo por lo bajo tenemos que hay unos 100.000 militares,
otros tantos policías, quizá 20.000 guerrilleros, paramilitares,
autodefensas, sicarios y mafias ni se sabe. Y ¿me quieren decir ustedes
de qué ha servido todo eso, qué han arreglado? Nada se ha soluciona-
do, mejor dicho, en Colombia hay más violencia que nunca. Nosotros
hemos llegado a la conclusión de que no tiene objeto que nos armemos
nosotros también.6 Lo que necesitamos son créditos, herramientas y
tractores para mover la tierra. Usted, como miembro del ejército na-
cional, en vez de incitarnos a que nos matemos los campesinos entre
nosotros tendría que cumplir con lo que está escrito en la Constitu-
ción, que es defender al pueblo colombiano. Y con respecto a estos
campesinos armados que usted nos trae como ejemplo, aquí todos los
conocemos, han sido violentos antes y lo son ahora. Puede usted lle-
varse a estos señores amigos suyos, no nos interesan. No tenemos in-
tención de irnos con ustedes ni con la guerrilla. Nosotros tenemos que
buscar nuestra propia solución.”
Josué habría sido hombre muerto si la masa presente no hubiera respondido, sin
pensarlo, con un aplauso cerrado. Eso salvó a Josué pero los comprometió a todos. “En ese
momento comprendimos que o nos decidíamos ya a dar el paso de sacar a la luz pública
una organización que luchara por la paz, o estábamos acabados, la India la arrasaban”.7 A

6 “La violencia crea mas problemas de los que resuelve, y por tanto nunca conduce a la paz”, palabras de
Martín Luther King.
7 Testimonio de Hector Piñeros, “El Llanero”.

152
prohistoria 10 - 2006

los pocos días, un grupo de campesinos decidió fundar una asociación civil con la que
garantizarse personería jurídica y a través de la cual expresar que se consideraban en resis-
tencia civil al conflicto; la bautizaron como Asociación de Trabajadores Campesinos del
Carare (ATCC).
La consigna bajo la que comenzaron a firmar sus circulares (“Morir antes que ma-
tar”, o “No nos declaramos enemigos de nadie”) iba a ser inevitablemente incomprendida
en un escenario tan polarizado. Ni Ejército, ni guerrilla, ni paramilitares estaban progra-
mados para encajar una excepción. “Si no son amigos son enemigos”, según el maniqueísmo
de la guerra. Por tanto, la posibilidad de sobrevivir sin alinearse dependería de su capaci-
dad para oír a los armados pero también para convencerlos sobre la índole de su neutralis-
mo. Sería, pues, en el frente de la palabra, en el diálogo, donde Josué y los demás deberían
jugarse la vida. Darse a entender y entender a los demás, o como expresaron en una consig-
na “confuciana” con la que comenzaron a moverse por la región: “Entender a los que no
nos entienden”. En un conflicto centenario como éste donde, a fuerza de rutina, nunca
hubo adversarios sino enemigos, con la brutal devaluación de la vida que supone, buscar
espacios de consenso podía sonar a chino, pero operados a escala regional creaban un
escenario inédito.
Las FARC, por principio, los trataron de ilusos (“en esta tierra hay que definirse”), y
sospecharon que la ATCC era una jugada de sus enemigos. “¿Por qué si siempre hemos
sido amigos ahora nos abandonan?” les preguntaba el comandante Vidal a un grupo de
gentes que habían ido a exponerle su decisión. Y a uno de ellos, a Manuel Serna, viejo
amigo le decía: “Y usted Manuel que siempre ha sido tan amigo nuestro ¿cómo se le ocurre
ahora declarase contrario?”. Manuel esprintó: “No compañero, en ningún momento me
puedo yo declarar contrario de ustedes. Lo que pasa es que yo ahora soy un tipo más
constituido que antes, ahora tengo más experiencia y más conocimiento y nunca, en ningu-
na forma, he dejado de ser quien soy. Lo que pasa es que en la forma que ustedes van yo ya
no les puedo acompañar, pero nunca seré enemigo de ustedes”.
Si el idealismo de la ATCC les resultó, en un principio, risible a los bandos armados,
comenzó a convertírseles en un problema cuando la masa campesina, obedeciendo a un
instinto gregario de “tensión grupal”, acudía compacta a las asambleas internas o se des-
plazaba en multitud, tanto ante los comandantes guerrilleros como ante los cuarteles, para
reafirmar sus posiciones (“como íbamos miles no se atrevían a matarnos, eso habría sido
una bomba en el mundo”). La sorpresa ante la acción colectiva, que rompía por su rapidez
el automatismo del conflicto, congeló durante semanas una respuesta articulada para la
que no había precedentes. Fue un tiempo de oro que los campesinos del Carare y la ATCC
aprovecharon para recorrer diversas oficinas y despachos de Bogotá, viajar a los munici-
pios vecinos para crear redes de amigos y, en general, darse a conocer. Salir de la invisibilidad
a la luz.
Uno de los éxitos de la ATCC, y el escudo de salvación, fue su capacidad de movili-
zar a la totalidad de la gente del río. A sus asambleas públicas asistían miles de personas y
a las reuniones con los comandantes guerrilleros o a las citaciones con el Ejército iban

153
ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA “Después del infierno ¿qué?...”

igualmente miles. Se desplazaban en canoas, andando, en autobuses. Otra virtud que con-
tribuyó a protegerlos fue la decisión de hablarlo todo en público, de ser transparentes en lo
que hacían e informar de lo que dialogaban con unos y otros. En definitiva, de romper la
Ley del Silencio. Una anécdota lo ilustra:
El 7 de enero de 1988, la ATCC ha invitado a una reunión en La India a políticos y
periodistas para explicarles el alcance del proceso de paz. Momentos antes del comienzo
una periodista de Vanguardia Liberal (diario de Bucaramanga) se acerca a Josué Vargas y
en un aparte le susurra al oído “Ahora que no nos oye nadie ¿podría usted hacerme una
relación de la violación de los derechos humanos en la región y de sus responsables?”. “Si
señorita, con mucho gusto, pero como ahora vamos a comenzar, le prometo que después le
comento”. La reunión duró dos horas, a cuyo final, después de agradecer la asistencia,
Josué se dirigió al público: “Aquí, una periodista me ha preguntado si confidencialmente
le puedo dar relación de las violaciones de derechos humanos aquí en la región. Sepa usted
señorita periodista que desde que nos hemos organizado nos hemos acostumbrado a ha-
blarlo todo en público. Fue lo primero que hicimos para acabar con la Criminal Ley del
Silencio. Y si, con mucho gusto le voy a contar lo que me ha pedido, pero aquí, ante todos”.
Como era habitual, Josué no tuvo reparos en exponerlo.

Un relato pormenorizado de los hechos se ha contado ya en otro lugar;8 lo que se


pretende aquí es reseñar el proceso de reflexión interna, aprendizaje y superación a través
del cual miles de personas sintieron renacer sus vidas y con el que buscaron dejar atrás un
pasado que consideraban, sin excepción, un infierno. La propuesta de los campesinos del
Carare era en esencia una ética de la reconciliación, cuyo imperativo inicial surgía del
rechazo a la violencia como solución de conflictos, la identificación de las legítimas dife-
rencias y la búsqueda de una aproximación a través del diálogo. En el viciado contexto
regional se trataba de una vía revolucionaria y notoriamente peligrosa porque desactivaba
la justificación de la violencia al apostar por el diálogo y por no considerar a nadie enemi-
go, sino interlocutor.
“Nuestra vida anterior nos llevo a no tener a nadie como enemigo,
sino como interlocutor; es decir, que aunque ha habido siempre perso-
nas y grupos que se han declarado enemigos de nosotros, nosotros
nunca lo hemos considerado como tales, porque considerar a alguien
como enemigo es cerrar todas las puertas para una posible solución de
los conflictos que nos separan; declarase enemigo de alguien es no
creer que el otro puede cambiar, que con el diálogo franco y cercano
se pueden empezar a cambiar las relaciones y a buscar las soluciones
adecuadas para que todos crezcamos. Nosotros pensamos que ésta es
la mejor forma de hacer lo que tanto vivió y anunció Jesucristo: la

8 GARCÍA, Alejandro Hijos de la Violencia. Campesinos de Colombia sobreviven a “golpes” de paz, Los
Libros de la Catarata, Madrid, 1996.

154
prohistoria 10 - 2006

comprensión del enemigo. Es que comprender las razones de los ene-


migos es precisamente no considerar al otro mi enemigo, sino como
alguien con el cual pueda entablar una relación distinta y buscar nue-
vos rumbos para mejorar la vida; es reconocer en el otro la posibilidad
de un cambio a partir de propuestas que le muestren otras perspectivas
más humanas.”9
¿Y la extraña consigna de “Entender a quienes no nos entienden” que tanto perturbaba?
“Para nosotros hubo otra cosa que también marcó mucho la relación
con los otros grupos y personas que pensaban distinto de nosotros y
veían las cosas por otro lado: el querer entender siempre las razones
de fondo que llevaban a estas personas a mirar la vida de otra forma
distinta a la nuestra. Esto nos permitió no juzgar sino comprender; es
decir que no formuláramos juicios definitivos que dejaran anulados a
los que no pensaran y actuaran como nosotros, sino que tratáramos de
descubrir, reconocer y comprender el por qué de lo que hacían. Lo
más importante de esta actitud asumida por nosotros fue que nos per-
mitió acercarnos siempre a todos los grupos y personas. De la misma
manera, nosotros pudimos entender que los que nos agredían o se de-
claraban enemigos de nosotros, lo hacían porque ‘no sabían lo que
hacían’. Con esta actitud pudimos asumir todas las dificultades con la
libertad de no ir a dejar a un lado a nadie, sino de integrarlo a lo que
queríamos para la región.”10
Con la renuncia a juzgar se borraba la ecuación maniquea amigo-enemigo y se reco-
nocía que, aunque todos eran culpables en la medida en que mataban, a fin de cuentas
todos eran igualmente producto de una cultura aberrante en la que la muerte ajena llevaba
siglos normalizada.
“Con todo eso, pudimos darnos cuenta de que la mayoría de esas per-
sonas que participaron en acciones violentas contra los campesinos
creían que estaban haciendo lo mejor para arreglar la situación del
país y de la región. A la hora de la verdad todos pensaban que lo que
hacían era lo mejor, no se daban cuenta del mal tan grande que nos
estaban haciendo. Cuando fundamos la ATCC caímos en la cuenta de
que la mayor tragedia nacional es la buena conciencia con que muchos
colombianos asesinan.”

9 Testimonio del Llanero.


10 Testimonio de Josué Vargas.

155
ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA “Después del infierno ¿qué?...”

Superar la Ley del Silencio era también huir de las acusaciones directas, una peculiar
ruptura con el pasado basada en un reconocimiento íntimo de la propia responsabilidad en
la violencia.
“Nosotros desde que nos fundamos fue con el objetivo único de bus-
car una salida pero no un choque. ¿Para qué vamos a chocar?, y las
denuncias son un choque, lo aprendimos muy bien en los años de la
Criminal Ley del Silencio. De ahí, por ejemplo, en el caso de los mili-
tares hemos evitado esos choques; en el caso de la guerrilla también
los hemos evitado. Quisiera agregar una cosa; nosotros pensamos en
la Asociación que allí el deber de nosotros en caso de problemas no es
acusar a nadie sino hacerle ver las cosas que pueden ser errores, pero
sin ir a acusar a nadie ni a publicarlo. Entonces todo eso ha llevado
entre nosotros es al diálogo, nunca ir a acusar a nadie ante alguien que
lo castigue o lo fusile. Nosotros comprendimos que la mejor forma de
solucionar los graves problemas de la región era el diálogo, la comu-
nicación con las personas con las cuales queríamos salir adelante y
con las que se oponían a ello. Realmente consideramos que no había
otra salida porque esta era la forma más humana de hacerlo.”
Para los cristianos locales, tanto evangélicos como católicos, la filosofía de la ATCC
fue vivida como un proceso de perdón. Don Simón Palacios, pastor adventista en la India,
así lo interpretaba:
“En este proceso también pudimos comprender y sentir lo que signifi-
ca y produce el perdón cristiano. Jesucristo siempre asumió el perdón
como la propia responsabilidad por el otro, como la necesidad de car-
gar con las debilidades del otro para ayudarle a cambiar, a ver otra
perspectiva de vida. El perdón no implica entonces el olvidar las faltas
del otro, sino comprometerse con el otro para que en el acercamiento
a él lo fuera transformando. Esta manera de vivir el perdón fue la que
asumimos y practicamos radicalmente. No se trataba simplemente de
olvidar lo que los otros nos habían hecho, sino de acercarnos a ellos
para proponerles una forma de vida nueva, para que se empezaran a
comprometer en la construcción de una comunidad que viviera la paz
y el desarrollo, para realizar formas de vida más acordes con lo que
somos y queremos. Esta realidad del perdón que hemos asumido nos
ha mostrado que es la mejor manera de seguir viviendo y que es la
mejor inversión que podemos hacer para el futuro de nuestros hijos y
del país.”
El padre Arbeláez, párroco de Cimitarra y visitador de la India, completa:

156
prohistoria 10 - 2006

“Lo que estos campesinos están haciendo es una réplica de la manera


como Dios siempre nos ha tratado a los hombres. Por más que nos
hayamos alejado de Él, nunca nos ha dejado solos y siempre nos ha
regalado su Palabra, su Fuerza, su Amor. El método que Dios ha utili-
zado siempre con el hombre es el de buscarle el lado para ver cómo le
ayuda a cambiar, cómo le permite una vida mejor, y esto por medio de
la comunicación. Como se puede ver claramente, ellos no hicieron
sino lo que siempre ha venido haciendo Dios: buscar al otro no para
rechazarlo, ni para destruirlo, sino para invitarlo amistosamente a que
cambie su manera de actuar y de ver las cosas, y que por medio de un
acuerdo dialogado se pueda buscar la mejor para todos.”
Esta singular ética de la reconciliación, aunque aparentemente natural y espontánea,
era en realidad resultado de un intenso proceso de aprendizaje:
“No es que fuéramos sabios para hacer lo que hicimos, es que no nos
quedó otra salida. Tampoco es que fuéramos personas extraordinarias
de grandes alcances, sino que teníamos mucha experiencia por las vio-
lencias que todos habíamos vivido desde que éramos niños. Todos
conocíamos bien la situación y sabíamos los grandes peligros a los
que nos enfrentábamos, pero por conocer bien la región y distinguir
desde antiguo a muchos de los que ahora mandaban en los armados,
podíamos bregar para hacernos entender. Lo que yo quiero aclarar es
que en el grupo de los iniciales cada uno cumplía su función, cada cual
enriqueció a los demás en aquello que era fuerte. Josué por ejemplo
dándonos fuerza a todos con su gran ánimo. El Llanero con sus gran-
des cualidades para el diálogo. Yo mismo porque, al haber sido grande
amigo de ellos, conocía como nadie a las FARC y no me rechazarían la
palabra. Don Simón Palacios porque como pastor religioso reconfor-
taba a los de menos espíritu. Salomón Blandón porque era un hombre
sin dobleces y directo del que era difícil no confiar. Y así los demás.”11
Cada día de sobrevivencia era un triunfo para la ATCC, una demostración de que era
posible la vida sin armas. Y ello ocurría en una Colombia que vivía la etapa más cruda de
sus violencias, con varias guerras cruzadas: paramilitares, Ejército y guerrillas en el cam-
po, sicarios y mafias en la ciudad, políticos de izquierda exterminados por poderes ocul-
tos, narcos haciéndose la guerra y, por si fuera poco, Pablo Escobar enfrascado en una
guerra a bombazos contra el Estado. En el Carare iban a cumplir dos años de paz y soñaban
con grandes proyectos,12 pero para los medios de información no existían. Éstos, hipnoti-

11 Testimonio de Manuel Serna.


12 En un memorable discurso el 29 de junio de 1989 Josué señalaba: “Somos un ejemplo para el pueblo
colombiano y vamos a derrotar las secuelas de la violencia que aun quedan en nuestras mentes. Y vamos a

157
ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA “Después del infierno ¿qué?...”

zados por la guerra que acontecía a sus puertas, bombardeaban al público con detalladas
crónicas en rojo. Los diarios El Tiempo y El Espectador, la revista Semana o la televisora
Caracol ganaban dinero a fuerza de titulares sangrientos y lo que hicieran unos civiles sin
armas en un remoto lugar de Colombia no les interesó. Salvo alguna nota en Vanguardia
Liberal de Santander y cierta referencia en El Tiempo, los cubrió un manto de silencio.
Tuvo que reaparecer la tragedia para ser, por fin, conocidos nacionalmente. En fe-
brero de 1990 fue asesinado Josué Vargas junto a dos miembros de la ATCC y a la perio-
dista Silvia Duzán, mientras cenaban en un restaurante de Cimitarra. Josué se había con-
vertido en un hombre incómodo para los poderes locales, su pedagogía pacifista y el efecto
demostración que transmitía su carisma lo convertían en un potente líder regional. Los
autores materiales del crimen fueron cinco sicarios paramilitares, pero como la investiga-
ción demostró después, en la ejecución hubo un complejo apoyo logístico de policía local
y militares de Cimitarra (Magdalena Medio). Para la gente del Carare, la muerte de Josué
y los demás fue un duro golpe, pero les permitió seguir reafirmándose en la estrategia de
paz. Los medios informativos se lanzaron sobre la ATCC para que señalara culpables (era
parte del negocio) pero en el Carare eludieron hacer acusaciones personales. Conocían a
los autores materiales pero, ¿qué sentido tenía denunciarlos, sabiendo que la orden había
venido “desde muy arriba”? Para protegerse debían evitar la espiral de venganzas, y las
denuncias la alimentaban. Cuando el juez de instrucción repetidamente les preguntaba,
respondían: “los ha matado la violencia y el odio”.
Paradójicamente, la repercusión que tuvo la muerte de Josué ayudó a la superviven-
cia de la ATCC. La experiencia del Carare comenzó a ser conocida internacionalmente y
en diciembre de ese mismo año recibían desde Estocolmo la noticia de la concesión del
“Nobel Alternativo de la Paz” (The Right Livelihood Award). Años después, obtendrían
otro galardón internacional, el premio anual “We are a people” otorgado por Naciones
Unidas (1995).
Al tiempo que la ATCC era visualizada internacionalmente, nuevas experiencias de
resistencia civil surgieron en Colombia. Como en el Carare, eran iniciativas locales y ais-
ladas, que nacían en escenarios de cruda violencia con el mismo estilo de conflicto: dispu-
ta territorial y población civil suministrando muertos. En 1994 fueron los gobernadores
indígenas del Urabá quienes hicieron saber que la guerra estaba exterminando a sus pue-
blos (doblemente agredidos en tanto que campesinos y además indígenas) y que fundaban
la Organización Indígena de Antioquia (OIA) para “Defender nuestros derechos, trabajan-
do por el fortalecimiento de nuestras organizaciones al margen del conflicto armado. Esta-
mos por una opción civil, democrática, pluralista y participativa que nos permita vivir, reír,

erradicarlas definitivamente mediante nuestra gran obra. Queremos hacer respetar nuestros derechos como
seres pensantes, como mentes creativas y como grandes valores humanos para que no sean atropellados por
cualquiera. ¿Por qué no queremos las armas? Porque no podemos seguir pensando en medir la capacidad
humana, el valor humano, la capacidad creativa, en la boquilla de un fusil, en la punta de un proyectil,
porque así era como se calibraba aquí y se medía el valor humano”.

158
prohistoria 10 - 2006

soñar y amarnos. Queremos morirnos de viejos.” En 1997 la población de San José de


Apartadó, en el Urabá, se declaró Comunidad de Paz13 y ese mismo año la ciudadanía del
municipio de Mogotes (Santander), rehenes asimismo de la guerra entre paramilitares y
ELN, resolvieron constituirse en Asamblea Municipal Constituyente. En 1999 el munici-
pio de Tarso (Antioquia) se sumó a la iniciativa de Mogotes y abrieron una propuesta
nacional conocida como Red de Municipios en Asamblea Constituyente (31 en la actuali-
dad).
Teniendo en cuenta que el Gobierno colombiano siempre ha despreciado los diálo-
gos regionales (el gobierno de Uribe apuesta por un recrudecimiento de la guerra que
acabe militarmente con la insurgencia), y dada la degradación y ferocidad del conflicto
colombiano, la sola existencia de las comunidades de paz es en sí misma un éxito y cons-
tituye la demostración de que es posible superar la barbarie. A pesar de las adversidades,
las experiencias de resistencia civil pacífica han ido más allá de la mera neutralidad ante
los actores armados. En general estas comunidades civiles ha sido capaces de formular
propuestas de vida alternativas al modelo global del que partían, poniendo énfasis en pro-
cesos económicos de sello comunitario o en el despliegue de relaciones democráticas más
horizontales y rubricadas por lo que declaman como “autogobierno”.

De resiliencias y otros temas africanos


En cierto modo, la manera como Alemania asumió su pasado tras 1945 o como los campe-
sinos de Colombia reaccionaron a la violencia, son actitudes colectivas que, aplicadas al
ámbito de la conducta individual, se reconocerían como procesos de resiliencia. La
resiliencia concibe que los reveses traumáticos sufridos pueden servir finalmente de palan-
cas de superación y mejora, siempre que haya un reconocimiento del trauma y se desee la
superación. Boris Cyrulnik, neuropsiquiatra francés, especializado en niños con infancias
traumáticas, ha escrito el libro de referencia sobre procesos de resiliencia: Los Patitos
Feos. Una infancia infeliz no determina la vida.14 En él, Cyrulnik ofrece un desgraciado
repertorio de infancias en el extremo, de niños que vivieron sus primeros años en condicio-
nes traumáticas, con experiencias de infinito dolor: malos tratos generalizados, violencias
psicológicas inconcebibles, aislamiento y exclusión social, etc. Cyrulnik, a través de una
selección de varias docenas de historiales, recorre el proceso que llevó a unos niños pre-
destinados a la marginalidad y a la delincuencia (al patíbulo en suma), a desplegarse a la
vida, readaptándose, no ya a la “normalidad” de un vivir funcional, sino a existencias de
notorio éxito en sus entornos, privados y públicos. Unos convirtiéndose en apreciados

13 Una noticia desde San José de Apartadó informa que el 19 de febrero del 2005, Luis Eduardo Guerra y otras
siete personas han sido asesinadas. Guerra fue el redactor del reglamento interno de la Comunidad de Paz
y sus vecinos acusan a los militares con sede en Carepa de ser los autores. Entre las víctimas, muertos a
palos, hay tres niños cuyos cuerpos, igual que los demás, fueron descuartizados. El Tiempo, Bogotá, 28 de
febrero de 2005.
14 CYRULNIK, Boris Los patitos feos. Una infancia infeliz no determina la vida, Gedisa, Barcelona, 2002.

159
ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA “Después del infierno ¿qué?...”

escritores,15 otros en deportistas o profesionales de éxito, algunos inundando a los demás


del amor y la compasión que ellos nunca habían tenido.16
La resiliencia sería, así, la capacidad que tiene el ser humano, o la comunidad, para
afrontar las adversidades y salir incluso transformados. Algunos autores definen la resiliencia
como la capacidad de respuesta inherente al ser humano, a través de la cual se generan
reacciones adaptativas frente a situaciones de crisis o de riesgo. Esta capacidad deriva de
la existencia de una reserva de recursos internos de ajuste y afrontamiento, ya sean innatos
o adquiridos. De este modo, la resiliencia refuerza los factores protectores y reduce la
vulnerabilidad frente a las situaciones riesgosas. Pero, sea innato o adquirido, el recurso
adaptativo requiere de unas premisas no negociables. La primera es que sin culpabilidad
no hay moralidad, la dotación de contenido histórico a la propia peripecia salva al niño de
lo impensable ya que le confiere un pasado pensado. Pero también opera la convicción de
que él es responsable de lo que le ha ocurrido, ya que es esa convicción la que permite a
todo ser humano convertirse en sujeto de su destino, en autor de sus actos y no en un objeto
zarandeado, golpeado por las circunstancias, sumiso.17 Pero sabemos que el combate he-
roico para superar el trauma se convierte, en sí mismo, en un mito fundador: el relato
heroico produce un efecto defensivo, es decir, si no fabricaran un mito estos niños queda-
rían despersonalizados por el trauma.18 Finalmente, y lo más interesante desde el prisma
social, los lisiados por el pasado pueden darnos lecciones, el hecho de haber sido heridos
los vuelve sensibles a todas las heridas del mundo y los invita al lecho de todos los sufri-
mientos.19
¿Qué se entiende por resiliencia? El arte de navegar en los torrentes; la negación del
determinismo lineal; el reconocimiento de que la cicatriz nunca es segura; el que la fanta-
sía constituye el recurso interno más preciado; la convicción de que sin culpabilidad no
hay moralidad; el amor y el perdón como ingredientes de la recuperación; el humor como
mecanismo de readaptación a la vida.
¿Cómo encajar, a la luz de los procesos de resiliencia, la historia de la Sudáfrica post
apartheid, por ejemplo?
Antes de que Mandela saliera de la cárcel de Roben Island, en 1990, concurrían
todas las condiciones para que el país se ahogara en sangre, no había una injusticia mayor
en el mundo. Por una parte, los blancos sudafricanos, los ciudadanos más mimados del
planeta, administraban un trato brutal, o en su caso paternalista, a los negros, aunque por

15 Es el caso de Jean Genet, cuya infancia en orfanatos y adolescencia en las cárceles quedó registrada en su
Diario de un ladrón, Madrid, 1994. Jean-Paul Sartre reflexionó sobre ello en Saint Genet, comédien et
martir, Gallimard, Paris, 1952.
16 Es el caso de Tim Guénard, cuyo libro de memorias Más fuerte que el odio, Gedisa, Barcelona, 2003, ha
sido un fenómeno editorial en Europa.
17 CYRULNIK, Boris Los patitos feos..., cit., p. 146.
18 CYRULNIK, Boris Los patitos feos..., cit., p. 144.
19 CYRULNIK, Boris Los patitos feos..., cit., p. 33.

160
prohistoria 10 - 2006

debajo de ello albergaran hacia los negros sentimientos de culpa y por tanto de miedo.20
Por otra parte, 20 millones de seres humanos, rutinariamente tratados como fieras, ence-
rrados en jaulas (homelands) y con acceso muy limitado a los servicios básicos de salud y
educación. A los diseñadores del apartheid no se les escapó ningún detalle segregador,
mucho menos en el terrero educativo. De los pecados del apartheid, el más terrible proba-
blemente fue mantener dominados a los negros ofreciéndoles una educación deliberada-
mente inferior. ¿Qué trato esperaban recibir los blancos si algún día la mayoría negra
tomaba el poder? Una mayoría a la que se habían dedicado a despojar de humanidad. Ese
oscuro presentimiento también lo compartían, en privado, muchos de los dirigentes inter-
nacionales que solapadamente “comprendían” el temor de los blancos. Aparentemente el
apartheid dejaba en herencia un profundo trauma psicológico, un orden profundamente
antinatural sin una mínima urdimbre de base para construir la sociedad multirracial con la
que muchos soñaban, especialmente el Congreso Nacional Africano (CNA).
El CNA, desde su misma fundación, apostó por una Sudáfrica en la que convivieran
blancos y negros y Mandela, desde la cárcel, había mostrado una radical resistencia a
buscar compensaciones por los crímenes del apartheid. Pero debido a la degradación de la
que partía la población negra, se necesitaba un tratamiento de choque, había que reeducarla
para sacarla del lodo ancestral en la que se había revolcado, para satisfacción de los blan-
cos. Los negros, especialmente los varones, carecían de autoestima, tendían a sentirse
permanentemente humillados y esto les hacía tener hacia los blancos sentimientos de infe-
rioridad y por tanto de resentimiento. Con los años, la nueva Sudáfrica debió poner en
marcha un gigantesco proceso de educación en el que a través de la televisión –principal-
mente por medio de noticieros, series televisivas y programas de entretenimiento– se fue
convirtiendo a la Sudáfrica post-apartheid en un apasionante experimento de recupera-
ción postraumática.
Si para los negros se trataba de un proceso de recuperación de dignidad y apacigua-
miento del rencor, para los blancos era simplemente vencer el miedo. De Klerk debió
convencer a su gente de que no había otra alternativa, tenían que vivir juntos y en paz. Diez
años después los mayores temores de los afrikaners no se han cumplido, su lengua no sólo
no está prohibida sino que se reconoce oficialmente (se utiliza en tribunales y parlamento)
su religión (iglesia reformada holandesa) no ha sufrido persecución, sus propiedades han
sido respetadas en lo esencial. En las elecciones de 1999, los partidos separatistas blancos
–como el Frente para la Libertad Afrikaner– prácticamente desaparecieron.
Probablemente para entender la Sudáfrica post-apartheid no haya historia más elo-
cuente que la narrada por Jonh Carlin sobre el encuentro del líder de la extrema derecha
boer, von Maltitz, con Nelson Mandela, y después con Terror Lekota, otro destacado miem-
bro del CNA: “La gente está agradablemente sorprendida y yo estoy orgulloso de Nelson

20 El escritor sudafricano Ryan Malan (nieto del arquitecto del apartheid) ha sido, quizá, el mejor cronista de
los miedos, vergüenzas y egoísmos que habitaron durante décadas a los blancos. Mi corazón de traidor: un
exiliado sudafricano regresa para enfrentarse a su país, su tribu y su conciencia, Anagrama, Barcelona,
1992.

161
ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA “Después del infierno ¿qué?...”

Mandela, no discrepo en absoluto de sus objetivos fundamentales. Solo espero que poda-
mos ayudarle” dice Eddy von Maltitz, jefe del grupo de extrema derecha RCC (Resisten-
cia Contra el Comunismo).
Hace seis meses este hombre aseguraba que tenía 7 mil luchadores bien entrenados.
Conspiraba para detonar 2 mil bombas en todo el país en la semana anterior a las eleccio-
nes del 27 de abril de 1994. “No pedimos la república boer, no pedimos nuestra patria,
vamos a apropiarnos de ella” decía. Sin embargo, desde el espasmo preelectoral en el que
estallaron tres bombas en Johanesburg con la muerte de 21 personas, la extrema derecha
permanece callada.
El momento decisivo para Eddy ocurrió una noche, dos semanas después de las
elecciones, cuando telefoneó a Radio 702 de Johanesburg para hablar con el invitado que
tenían en el estudio, Nelson Mandela.
–Este país se verá inmerso en un baño de sangre si sigue paseándose
con los matones comunistas, le advirtió von Maltitz.
–Eddy, le considero un sudafricano digno de respeto y no tengo ningu-
na duda de que si nos sentamos a intercambiar nuestros puntos de
vista, yo me acercaré a los usted y usted a mí.
Eddy se sintió completamente desarmado.
–Vamos a hablar Eddy.
–De acuerdo, señor Mandela.
Al recordar la conversación, exclama:
“Tengo que decirle que nos caímos estupendamente”. Desde enton-
ces, la conducta del presidente no ha hecho más que fortalecer su fe
recién hallada. “Es la forma que ha tenido de extender la mano a los
boers. Me cautivó, es un hombre honrado, tiene integridad y compa-
sión. Es un hombre que ha hecho un gran sacrificio por su causa; lo
contrario de De Klerk que no ha hecho un sacrificio jamás en su vida”.
A Eddy también le ha cautivado Terror Lekota, el primer ministro del
Estado libre de Orange elegido gracias al 88% de votos que obtuvo el
CNA.
“Terror me llamó varias veces para que fuera a su fiesta de cumplea-
ños en la gran mansión de Bloemfontein. Fue una decisión difícil, pero
ya había convencido a la extrema derecha de que había que dar una
oportunidad a esa gente. Fui y nos entendimos muy bien. Estoy orgu-
lloso de Terror, se apoya verdaderamente en las raíces. El Partido Na-
cional nunca me invitó a esa mansión, nunca se ensuciaron las manos
con las raíces”.

162
prohistoria 10 - 2006

Lekota, además hizo algo que no había hecho ningún dirigente del
Partido Nacional: le agradeció en persona la aportación que había he-
cho a la economía con su granja lechera. “Si hubiera que elegir clara-
mente entre al CNA y el Partido Nacional, elegiría al CNA”.
–Mire: “no quiero ser deshonesto. Estaba equivocado. Esas personas
decían que iban a nacionalizar, que iban a quitarnos la tierra. Antes de
las elecciones esperábamos que hubiese saqueos masivos en las ciuda-
des, una anarquía total, un desinterés absoluto. Por eso convoqué a los
Perros de la Guerra. Ahora les he desmovilizado, me he jugado el
cuello, así que me interesa que las cosas vayan bien. Quiero contribuir
a evitar la violencia.”21
Mandela y el CNA apostaron por una de las estrategias más sabias y generosas que se
han conocido en tiempos recientes: resolver un enorme problema de forma pacífica y ex-
traordinariamente madura. Se han realizado dos grandes experimentos: ver si un pueblo
pobre y oprimido puede emerger de la oscuridad a la luz, de la humillación a la dignidad y
si dos razas históricamente enemistadas pueden vivir juntas, en paz y con respeto. El pro-
ceso sudafricano podría ser visto como un ejemplar proceso de resiliencia. Desde hacía
años Mandela, desde prisión, enviaba señales a su gente para evitar venganzas y tender
lazos. Esa fue la clave para dejar sin argumentos a una derecha egoísta que creía inevitable
una guerra civil. Del mismo modo que para la población negra fue una pedagogía del
perdón, la demostración de que para convivir bajo el mismo techo era indispensable reco-
nocerse.

El corazón de las tinieblas


Pero si en Sudáfrica ocurría un milagro que seducía al mundo, no lejos de allí, mientras se
celebraban las elecciones que hicieron presidente a Mandela (abril de 1994), en Ruanda un
millón de personas comenzaron a ser descuartizadas a machete por sus vecinos, en un
concienzudo y metódico proceso que duró doce semanas.22 Como es sabido, el genocidio
se desató a raíz del atentado con misil contra el avión en que viajaban los presidentes de

21 CARLIN, John Heroica tierra cruel, Seix Barral, Barcelona, 2004, p. 193 y ss.
22 Según cifras del Gobierno ruandés (abril de 2004), en el genocidio murieron 937 mil personas, en su
mayoría tutsis y hutus moderados. Su impacto provocó, además, el éxodo de 2 millones, que se refugiaron
en el Congo, Tanzania, Burundi y Uganda y 1,5 millones abandonaron sus casas y se desplazaron por el
interior del país. Un 70% de las víctimas del genocidio, según Cruz Roja, fueron mujeres, la mitad de las
desplazadas sufrieron violaciones. Según cifras de UNICEF, 95 mil niños quedaron huérfanos. No obstan-
te, según los datos de Cruz Roja, la cifra ha alcanzado los 400 mil, debido también al SIDA –con una alta
prevalencia agravada debido a que menos de un 1% de la población tiene acceso a medicamentos. El 49%
de los hogares está encabezado por menores de 15 años y el 34% está a cargo de mujeres viudas. Además,
cerca de 300 mil personas, en un país cuya población asciende hoy a 8,2 millones, tiene algún tipo de
discapacidad como consecuencia de los brutales ataques (Cruz Roja Española).

163
ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA “Después del infierno ¿qué?...”

Ruanda (Juvenal Habyaramana) y Burundi (Cyprien Ntaryamira,), el 6 de abril de 2004.


La gran matanza se venía preparando, desde hacía meses, de forma metódica, con el cono-
cimiento de Naciones Unidas, de la Unión Europea y del gobierno norteamericano.23 To-
dos sabían que se aproximaba una hecatombe, y Occidente facilitó el camino. El resumen
de lo que se viviría esos meses lo resume el título que el periodista Phillip Gourevitch dio
a su libro sobre Ruanda: Queremos informarle de que mañana seremos asesinados junto a
nuestras familias.24
Una particularidad del genocidio ruandés fue la abrumadora fisicidad de la muerte,
espacialmente todos los rincones del país, sus 11 mil colinas, acabaron envueltas en el
ejercicio de las matanzas y no hubo lugar que se librara. Ello llevó a que toda la población,
sobre todo la rural, fuera testigo directo de la mortandad y por tanto actuara, en el mejor de
los casos, como cómplice pasiva. El estilo de matar, a machetazos y descuartizando a las
víctimas, exigió un número desproporcionado de verdugos, que diariamente trabajaron en
un íntimo cuerpo a cuerpo con sus víctimas. No se trató de una incontrolada y fugaz explo-
sión homicida, sino de un trabajo metódico, sistemático, concienzudo que duró 3 meses.
Los escuadrones de verdugos locales se levantaban rutinariamente cada mañana para irse
al “trabajo”, es decir buscar, cercar y “rajar” durante ocho o diez horas a las víctimas, hasta
volver exhaustos por la noche a casa, devorar la cena que los esperaba, embriagarse de

23 Fue una tragedia que Occidente conocía de antemano. Lo confirma la publicación, el 17 de junio de 2002,
de 16 documentos secretos del Archivo Nacional de Seguridad (ANS) de Estados Unidos, como el famoso
fax del genocidio que el general canadiense Romeo Dallaire envió el 11 de enero de 1994 –meses antes de
que dieran comienzo las masacres– al entonces responsable de operaciones de paz de Naciones Unidas, un
tal Kofi Annan. El documento recogía una conversación entre Dallaire y un informante del Gobierno hutu
en la que éste le alertaba sobre la organización de grupos paramilitares –el interahamwe– entrenado para
matar cada uno a “1.000 tutsis en 20 minutos”. “Están registrando a todos los tutsis de Kigali [...] sospecha
que es para exterminarlos [...] si los [cascos azules] belgas recurren a la fuerza varios de ellos serán asesina-
dos forzando su retirada [...] quieren provocar una guerra civil”. Una profecía que se cumplió a partir del 6
de abril de ese año. Dallaire solicitaba permiso para desmantelar los depósitos de armas hutus. Naciones
Unidas se lo denegó. Nada más iniciarse la crisis, Estados Unidos se convirtió en el principal mentor de una
retirada apresurada de los cascos azules. Pero los documentos del ANS prueban que Washington conocía
perfectamente el alcance de la catástrofe. Así, un texto informativo redactado el 11 de abril de 1994 para
Frank Wisner, número tres del Pentágono, anunciaba “cientos de miles de muertos [...] un baño de sangre
que se extenderá a Burundi [...] millones huirán a Uganda, Tanzania y Zaire [...]”. El mismo texto, sin
embargo, aclaraba que Estados Unidos no intervendría “hasta que se restablezca la paz”. Es más, un tele-
grama del Departamento de Estado estadounidense fechado el 15 de abril exhortaba a sus representantes en
la ONU a solicitar “la completa retirada” de los soldados de Naciones Unidas de Ruanda “tan pronto como
sea posible”. Según revela otro telegrama del 29 de abril hasta ahora secreto, la asistente del Departamento
de Asuntos Africanos de Estados Unidos, Prudence Bushnell, llegó incluso a telefonear al coronel Theoneste
Bagasora, coordinador oficial del genocidio, para expresarle la “preocupación” de su país por lo que acae-
cía en la pequeña nación africana. Bagasora fue después condenado a perpetuidad por el Tribunal Interna-
cional de Arusha. Varios de los informes iban dirigidos a Warren Christopher, entonces secretario de Esta-
do. Pero la política de Washington no cambió un ápice. Los textos demuestran que ni tan siquiera se
atrevían a denominarlo “genocidio”. ESPINOSA, Javier El Mundo, 19 de junio de 2002.
24 Edición española en Destino, 1998.

164
prohistoria 10 - 2006

uruagua (vino de plátano fermentado) en la cantina y descansar del duro trabajo del día
para estar dispuestos mañana.
En la población tutsi se internalizó el sentimiento de que no había escapatoria, de
que en esta ocasión iban a morir todos, Dios los había abandonado y cualquier resistencia
era absurda, lo único que esperaban era morir rápido, sin dolor, rezando porque la pericia
del verdugo con el machete les ahorrara una lenta agonía. Frente a ellos, la mayoría hutu
observaba su martirio en un estado de anestesia moral indolora. Testigos de la banalidad
con que los Interahamwe y sus socios mataban a miles, esa mayoría vivía en un autismo
complaciente y aceptaba como “normal” que sus vecinos, sus amigos o, incluso, familiares
cercanos fueran asesinados. La aceptación cómplice era dulcificada por el propio interés
(“algo nos caerá de los muertos, más tendremos a repartir”) y justificada porque la desapa-
rición de los tutsis había sido concebida por los jefes políticos y era por tanto una “deci-
sión de Estado”. Años después, uno de los cabecillas locales, Joseph Desiré Bitero, se
justificaba: “Yo era profesor, estaba comprometido. Obedecí y maté. En un partido no
decide cualquier jefe cualquier cosa. Yo era titulado en pedagogía, pero no era quién para
pensar acerca de las consignas políticas de nuestros jefes. Lo único en lo que tenía que
pensar yo, era en la forma de hacerlo.” En ésta metódica y rutinaria acción hay algo que
nos recuerda el estilo funcionarial con que Adolf Eichmann describía en Jerusalén el traba-
jo prolijo, burocrático y objetivo con que los nazis, y él mismo, acometieron desde 1942 la
solución final. No hay un gramo de perturbación moral en Eichmann (epítome del eficaz
funcionario), sino al contrario una especie de narcótico bienestar amparado en el hecho de
que si los altos funcionarios del Estado, sus superiores jerárquicos, no sólo no se oponían
a una solución tan violenta y sangrienta sino que se aplicaban con pasión a ella, ¿quién era
él, un funcionario medio, para albergar reparos de conciencia? “En aquel momento sentí
algo parecido a lo que debió sentir Poncio Pilatos, ya que me sentí libre de toda culpa”,
confesó Eichmann al tribunal que lo juzgaba.25
Pero en Ruanda, alguna señal de reconocimiento de culpa debió producirse en la
mente de las masas complacientes cuando, en silencio y sin que mediara consigna, dos
millones de hutus emprendieron una autómata huida hacia el vecino Zaire. Los movía,
naturalmente, el miedo a las represalias del Frente Patriótico Ruandés que el 4 de julio
entró por fin en la capital, Kigali. Pero los que huían no eran sólo los asesinos materiales,
sino el 30% de la población del país, es decir una masa que asumía implícitamente su culpa
y temía al castigo.
En el contexto africano el genocidio ruandés impactó como un mazazo, resucitando
el viejo demonio del “África no tiene solución”. Intelectuales y humanistas del continente
que llevaban años enfocando su lente hacia el sur, fascinados por el modo en que Mandela
estaba reinventando el futuro, redescubrían que el infierno seguía en casa: “Si Sudáfrica es
nuestra esperanza, Ruanda es nuestra pesadilla” escribía el nigeriano Kole Omotoso. Él,
que como muchos otros intelectuales había emprendido lo que llamó “migración al sur”

25 ARENDT, Hanna Eichmann en Jerusalen, Lumen, Barcelona, 1999, p. 174.

165
ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA “Después del infierno ¿qué?...”

para ser testigo directo del proceso de reconciliación sudafricano, se encontraba ahora con
esto.26
Pero Ruanda iba a deparar alguna sorpresa más. Cuando en Naciones Unidas todo
eran cábalas sobre el futuro del diezmado país y de las venganzas que razonablemente
vendrían, un rumbo inesperado comenzó a abrirse paso. Los nuevos dueños del poder, el
FPR, mayoritariamente tutsi, y su jefe Paul Kagame, anunciaron que renunciaban a la
venganza, llamaban a la población a un proceso de reflexión sobre lo ocurrido y abrían la
puerta a todo tipo de mecanismos que facilitaran la reconciliación. Según resumía Jean-
Claude un ex-seminarista tutsi sobreviviente: “La venganza no nos sirve. Lo que tenemos
que hacer es aprender a vivir juntos otra vez. Mirar al otro no como a un asesino sino como
a alguien igualmente víctima de la pobreza, de la miseria Y de la ignorancia, que es el
origen de todo.”
¿Cómo era posible que el gobierno, formado en su mayor parte por jóvenes guerrille-
ros cuando llegó al poder en 1994, optara por la reconciliación cuando acababa de ver
asesinadas a sus familias? Aloysea Inymba, durante años responsable del programa de
reconciliación nacional, lo resume: “En su momento tuvimos muchas discusiones sobre el
tema. Pero nos pareció que no teníamos alternativa. Si no, habríamos entrado en un ciclo
continuo de venganza, la gente seguiría matándose hasta la eternidad.” Aunque reconcilia-
ción no es olvido, como siempre ha enfatizado el presidente Kagame, que volvió a insistir
en el X aniversario del genocidio: “No queremos que el recuerdo se borre, queremos que
esté en la memoria. Ahora y dentro de 50 años.” Ni impunidad: lo que el gobierno ruandés
proponía no era amnistiar a asesinos, sino oírlos y juzgarlos. Que reconocieran su culpa y
buscaran la clemencia de los damnificados.
En noviembre de 1994 el Consejo de Seguridad de NU resolvió crear un tribunal
internacional para Ruanda (TPIR) con sede en Arusha (Tanzania), 14 jueces en esta sede y
el fiscal en Kigali. La iniciativa era un desagravio por las omisiones y culpas de la comu-
nidad internacional, su huida de Ruanda en el momento en que todavía las matanzas po-
drían haberse evitado. El TPIR fue concebido más como un escaparate internacional de
advertencia a futuros criminales de guerra que como un sistema eficaz de administrar jus-
ticia y se le adjudicó competencia sobre los cuadros dirigentes, es decir varias decenas de
personas.27 Pero juzgar al resto resultó ser una carga insuperable para el sistema judicial de
Ruanda. Hasta ahora, los tribunales especiales sólo han podido juzgar a menos de un 6%
de los detenidos por sospecha de participación y en el año 2002 quedaban 125 mil internos

26 OMOTOSO, Kole Migración hacia el sur, Bellaterra, Barcelona, 1998.


27 El historial del Tribunal de Ruanda es desalentador. En 1997, el inspector general de las Naciones Unidas,
Karl Paschke, descubrió que había gran derroche e incompetencia en la oficina principal de la administra-
ción del Tribunal en Arusha. También mencionó negligencia en la aplicación de los programas por parte de
los funcionarios de las Naciones Unidas en Nueva York. Paschke concluyó que el Tribunal era disfuncional
en todas las áreas administrativas. Por su parte M. Pillay, juez en Arusha, reconocía en el año 2000 que el
TPIR no estaba teniendo el impacto que se deseaba sobre la población de Ruanda, aunque los juicios se
transmitían por radio desde Tanzania. El País, 15 de octubre de 2000.

166
prohistoria 10 - 2006

en las instalaciones de detención, la inmensa mayoría a la espera de juicio. Según el go-


bierno ruandés, juzgarlos a todos podría llevar 100 años y el país no podía permitirse
mantener en las cárceles a tanta gente. Para determinar el grado de compromiso en la
ejecución de la matanza se arbitraron cuatro categorías: la uno, la más grave, incluía a
individuos que presuntamente organizaron, instigaron, dirigieron o tuvieron un papel par-
ticularmente extremo en la violencia. La dos sería la de los homicidas directos, sus cómpli-
ces y los que ejecutaron acciones intencionales que condujeron a la muerte. Los de la
categoría dos que no confesaran, enfrentarían encarcelamiento por un máximo de entre 25
años y condena perpetua, si eran condenados. La categoría tres contenía a personas acusa-
das de otros asaltos serios contra individuos. La cuatro cubría a personas que cometieron
crímenes contra la propiedad.
Los de la categoría uno seguirían siendo juzgados por el TPIR pero ¿qué hacer con
los de las categorías dos, tres y cuatro? Habría que inventar algo, recurrir a mecanismos
flexibles y eficaces que al tiempo que administraran justicia fuesen ágiles.28 Y los ruandeses
descubrieron que ese algo ya estaba inventado, estaba en la tradición, en la legendaria
“democracia bajo el árbol” africana. Aquí los tribunales populares se conocían tradicional-
mente como Gachacha, y estaban compuestos por ancianos y notables de las comunidades.
Las Gachachas siempre habían sido las instancias naturales de resolución de conflictos
(Gachacha en kinyaruanda, lengua local, designa el espacio de hierba en el que se dictaba
justicia).
El recurso a la Gachacha era un experimento que nacía de la necesidad, una apuesta
arriesgada que podía no ser comprendida afuera, como fue el caso de Amnistía Internacio-
nal, que objetaba el carácter extrajudicial de estos tribunales,29 pero como respondió el
fiscal general de Ruanda, Gerald Gahima, el asunto era que “…los ruandeses comunes
participaron masivamente en las matanzas, por tanto juzgar violencias masivas de este tipo
no es simplemente un problema de derecho, sino también un problema político.” “La
Gachacha es una innovación en materia de justicia, nunca antes se ha intentado, y el obje-

28 En su informe a la Asamblea General del 18 de septiembre de 1998 sobre la situación de los derechos
humanos en Ruanda, el Secretario General ofrecía una panorámica desalentadora sobre la capacidad de la
justicia convencional para resolver el atasco. Había 125 mil personas en las cárceles a la espera de juicio.
29 “A Amnistía Internacional le preocupa el carácter extrajudicial de los tribunales Gachacha. Su legislación
no incorpora estándares internacionales de un juicio justo. Los acusados que aparecen ante los tribunales
no reciben garantías judiciales aplicables que aseguren que el juicio sea justo, aunque algunos podrían
confrontar sentencias máximas de condena perpetua. En su mayor parte, los que servirán de magistrados
Gachacha no poseen antecedentes legales o de derechos humanos. El entrenamiento abreviado que han
recibido es terriblemente inadecuado para la tarea, considerando la naturaleza y contexto complicados de
los crímenes cometidos durante el genocidio. La implementación de los tribunales gachacha también im-
plica inmensos problemas logísticos. Decenas de miles de detenidos tendrán que ser transferidos de las
prisiones centrales a sus comunidades locales para las audiencias Gachacha. El gobierno ruandés no ha
aclarado cómo y bajo qué condiciones se transportará, alojará, alimentará y tratará a los detenidos en el
ámbito local. El que el gobierno no haya tratado estos temas podría profundizar las condiciones crueles e
inhumanas sufridas por la población carcelaria de Ruanda”. Comunicado del 27 de junio 2002.

167
ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA “Después del infierno ¿qué?...”

tivo es arreglar el problema del alto número de sospechosos que actualmente están en la
cárcel por genocidio”, explicaba el presidente Paul Kagame. “Esto también tiene que ver
con la reconciliación y estamos ansiosos de comprobar si obtendremos los mejores resul-
tados con la Gachacha, en términos de reducción del número de prisioneros, pero también
en términos de reconciliación y de perdón”, añadía.
La mayoría de los ruandeses compartía las inquietudes del general Kagame. La
Gachacha era una verdadera experiencia, en el sentido estricto de la palabra. Parte de la
hipótesis de que, confrontados a sus familiares, a sus vecinos y a sus amigos, los genocidas
confesarían. Esta experiencia única en términos de crímenes contra la humanidad, preveía
que los ruandeses, en un deseo de reconciliación y de catarsis colectiva, dirían la verdad
sobre los hechos que se llevaron a cabo durante esos 100 sangrientos días. Toda la pobla-
ción mayor de edad fue invitada a participar en las Gachacha como testigos, en su contra
o a favor, y también como jueces o parte. En total, 258157 “sabios” fueron elegidos entre
la población. En promedio, habría cerca de 11 mil jurisdicciones, con 164 jueces por sec-
tor, los cuales durante seis semanas recibieron una capacitación impartida por 780 juristas.
“La operación es enorme y nos enfrentamos a muchos desafíos. El
primero concierne a los recursos, humanos y materiales, y el segundo
a la logística. Debido a que tendremos jurisdicciones en todos los ni-
veles administrativos, debemos poder coordinar, supervisar y dar se-
guimiento a todas estas jurisdicciones. Necesitamos vehículos para el
traslado de los detenidos y de los jueces, necesitamos prever lugares
de alojamiento para los prisioneros. Es un problema gigantesco”.30
También se plantearon algunas inquietudes sobre la protección de los testigos, no
sólo por su seguridad, sino también por sus vidas después de la Gachacha. El caso de las
mujeres que fueron violadas, ilustra bien el dilema que plantean estas jurisdicciones popu-
lares, ya que las víctimas deberían revelar los maltratos a los que se vieron sometidas,
delante de sus vecinos, sus amigos y sus familiares. Frente al riesgo de desviaciones, la
Comisión Nacional Ruandesa de Derechos Humanos estaba muy vigilante. “Pusimos en
marcha un programa de observación de las jurisdicciones Gachacha, tanto en su fase de
preparación como en su fase de funcionamiento y también tenemos pensado hacer un se-
guimiento posterior para ver cómo se aplicarán las sentencias”, confía Gasana Ndoba,
presidente de la Comisión. “Hay riesgos de desviaciones como en cualquier empresa nue-
va de esta magnitud: el primero es sobre la eventual incompetencia de los jueces, puesto
que no se trata de profesionales del derecho, aunque hayan recibido capacitación; en cuan-
to a la protección de las personas, se tomaron medidas serias”, precisa Ndoba. También

30 Testimonio de Aloysie Cyanzayire, vicepresidenta de la Suprema Corte y a cargo del Departamento de las
Gachacha.

168
prohistoria 10 - 2006

había otro problema serio, el de la verdad: “la Gachacha se basa en la idea de que la gente
va a decir la verdad, pero si no lo hacen entonces será un fracaso”.31

Un epílogo desde la cárcel de Rilima


¿Con que ánimo comparecerán los acusados ante las Gachachas? ¿Lograrán hacer creíble
su arrepentimiento? Esa es la clave.
Jean Hatzfeld, corresponsal de Liberation, consiguió autorización del gobierno ruandés
en 2002 para entrar en la cárcel de Rilima, cerca de Nyamatta, epicentro del genocidio
tutsi, y entrevistar a una decena de los verdugos de aquella masacre. Pertenecían a la
comuna de Nyamata y todos llevaban más de siete años en esta cárcel infame. Sus confe-
siones las ha recogido Hatzfeld en un libro, cuando menos, perturbador: Una temporada
de machetes.32 Todos confiesan llevar una vida desdichada desde el genocidio y la mayoría
experimenta, durante la noche, el infierno de sus pesadillas. Muchos se muestran corroídos
por el remordimiento.
Confrontados sobre lo que esperan del futuro hablan así:
Elie: Me he denunciado y les he contado mi culpa a las familias de las
personas a las que maté. Cuando salga, les llevaré regalos, cosas de
comer y de beber. Luego seguiré llevando una vida corriente, pero esta
vez de buena fe. Voy a mirar al vecindario con buenos ojos desde por
la mañana temprano. Quiero sembrar mi tierra, o soldar, o aserrar y
aceptar con buen ánimo los trabajos eventuales. O hacer de militar si
es necesario en situaciones patrióticas o peligrosas, pero sin apuntar ni
dispara el fusil. Ya no quiero matar ni siquiera a un salteador de caminos.
Pio: Si la providencia me ayuda a salir de al cárcel voy a volver a mi
colina. No le veo nada provechoso a irme a otra comarca para ocultar-
me a las miradas enfadadas. Una vida con una mancha es mejor que
una vida que no sea ya la mía. Si el olvido se muestra clemente se lo
agradeceré, voy a juntar paciencia y timidez. De todas formas todo el
mundo tiene que acostumbrarse al mal que ha vivido, aunque ese mal
se les presente de forma diferente a unos y otros.
Pancrace: A partir de ahora un destrozo muy grande separa a los muer-
tos de los vivos, pero éstos tienen que perseverar en este mundo. Cuando
vuelva a la colina les pediré a mis vecinos que vivamos en buena ar-
monía, pediré ayuda al tiempo para que surjan compromisos. Cuando
se inicien las tareas agrarias, les propondré ayuda mutua a los vecinos

31 GOUJON, Emmanuel “La verdad a prueba. Ruanda, el pueblo juzga a los acusados de genocidio”, en La
Jornada, México, 21 de julio de 2002.
32 HATZFELD, Jean Una temporada de machetes, Anagrama, Barcelona, 2004, pp. 208 y ss.

169
ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA “Después del infierno ¿qué?...”

tutsis. No se si la aceptarán como antes, pero se la ofreceré sin topes


para demostrar mis buenas intenciones.
Jean Batiste: Yo me noto más tranquilo desde que comencé a hablar.
Sin embargo quiero dejar clara una cosa: ahora hay una brecha en mi
vida, no se que les pasará a los demás. Pero sé que la clemencia de la
justicia o la compasión de las familias afectadas no podrán cerrarla
nunca. A lo mejor ni siquiera podría cerrarse con la resurrección de las
víctimas, a lo mejor ni siquiera mi muerte la cierra.
Fulgence: Juzgarnos resulta demasiado difícil, porque lo que hicimos
supera la imaginación humana. A quienes no tuvieron nada que ver
con esta situación les resulta demasiado difícil juzgarnos. Por ésta ra-
zón creo que debemos cultivar la tierra como antes, esta vez con bue-
nos pensamientos, demostrar arrepentimiento y dejar a Dios la tarea
demasiado pesada de castigarnos más adelante.
Leopold: Al que le haya tocado la gracia de la penitencia por la sangre
vertida, a ese le ha alcanzado la mano de la suerte. Lo mismo pasa con
el que acepta hablar sin temor a que lo puedan castigar más, el que
cuenta a los vecinos lo que hizo con el machete. Pero si sigue llevando
la mentira cargada a la espalda con la esperanza de esquivar los casti-
gos y los reproches, entonces se verá rechazado a mayor distancia aún
de su casa.
Adalbert: Cuando vuelva a Kibungo me ocuparé de mis campos y de
mi familia. Las matanzas y la cárcel me han hecho envejecer y me han
vuelto más moderado. No sé como irán las cosas con los supervivien-
tes. Hay gente en Kibungo que podrá comprenderme, pero sólo los
que agarraron un machete, como yo. A los tutsis les será imposible
entender, a ellos no se les puede pedir que compartan con el pensa-
miento lo que hicimos. Creo que su pena rechazará cualquier tipo de
explicación. A lo mejor la paciencia y el olvido ganan la partida. O a lo
mejor no.
Murcia, abril de 2005

170
inicios…

Le tocó el rito de iniciación a…


Ariel Mamani
Lo ejecutó al carbón: Marcelo Móttola
(¿se fijaron bien en los ojitos de este Quijote? Hmm)
R équiem para un cóndor ciego
Juan Lavalle según la visión estetizada de la dupla Sabato-Falú

ARIEL MAMANI

Resumen Abstract
Este artículo indaga las estrategias desplega- This article inquires about the strategies
das por Ernesto Sabato para la difusión de su suggested by Ernesto Sabato for the diffusion
particular visión de la historia argentina, es- of his point of view about argentinean history
pecialmente de la controvertida figura del ge- and in special, general Juan Lavalle’s life. The
neral Juan Lavalle. El deseo de terciar en el author, in his will of participating in the
campo intelectual y político lo llevó a ensayar intellectual and political field, essayed to diverse
diversas formas de participación en los com- forms of participation in its re-interpretation of
bates por la reinterpretación del pasado. Ro- past. His piece of work entitled Romance de
mance de la Muerte de Juan Lavalle, obra poé- la Muerte de Juan Lavalle has been written in
tico-musical realizada en colaboración con el collaboration with native music composer
músico folclórico Eduardo Falú, es abordada Eduardo Falú. My intention is to remark some
con la intención de analizar la construcción of the quarrels which took place in the field of
de discursos acerca del pasado desde ámbitos “memories” in the purpose of analyze the
historiográficos no tradicionales. construction of the differents discourses about
past from non traditional historical enclosures.

Palabras clave Key words


Ernesto Sabato – Historia – pasado – Juan Ernesto Sabato – History – past – Juan Lavalle
Lavalle – música – memoria – music – memory

Recibido con pedido de publicación el 15/02/2006


Aceptado para su publicación el 10/06/2006
Versión definitiva recibida el 02/07/2006
Ariel Mamani estudia Historia en la Facultad de Humanidades y Artes
de la UNR, Rosario, Argentina
mamaniariel@yahoo.com.ar

MAMANI, Ariel “Réquiem para un cóndor ciego. Juan Lavalle según la visión estetizada de la
dupla Sabato-Falú”, prohistoria, año X, número 10, Rosario, Argentina, primavera 2006, pp. 173-
184.
ARIEL MAMANI “Réquiem para un cóndor ciego...”

Introducción

E
l intento por acercarse al pasado puede darse a través de distintas esferas: una
ligada al ámbito profesional (dentro del llamado campo historiográfico), y otra
vinculada a la sociedad y a sus miembros, que también pretenden indagar en lo
ocurrido. Así, se generan múltiples maneras de acercamiento a los hechos pasados a tra-
vés de realizaciones artísticas, de celebraciones y conmemoraciones, de relatos no estric-
tamente científicos.
En la constitución de un campo historiográfico parece subyacer la imagen de una
demarcación clara entre la construcción social de los recuerdos y la Historia, como prácti-
ca disciplinar de tipo científica. Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla, ya que tanto la
Historia como la memoria son algunas de las formas existentes en nuestra sociedad para
acceder al pasado; estas aproximaciones no siempre son llevadas adelante por historiado-
res de tipo profesional, sino que también participan de ello historiadores no académicos,
científicos sociales formados en otras disciplinas, anticuarios, coleccionistas, militantes
políticos, funcionarios y burócratas, educadores y, también, artistas.
Estas formas de acercarse al pasado pueden brindarnos pautas para comprender cómo
una sociedad intenta dar cuenta de acontecimientos y procesos que ya tuvieron lugar, es
decir, cómo un colectivo social investiga su pasado (o lo inventa, niega u oculta). Los
hechos pasados revelan una extraña habilidad: desde las turbaciones que el presente ofrece
se resignifican, configurándose de esta manera los contornos de ese pasado, tornando más
o menos claros (según el caso) los perfiles de la significación de lo acaecido. El asunto es
que, muchas veces, de forma conciente o inconsciente, se manipulan1 los materiales con
los que se construye una imagen retrospectiva de los sucesos, de manera que se talla su
forma y se monta su estructura narrativa, definiendo lo que se elige perpetuar y el modo en
se que traman esos procesos. Pero las disímiles narraciones del pasado, al divulgar sus
interrogantes o sus certidumbres, inducen tanto a rechazo como a devoción. Por eso, mu-
chas veces los relatos tienen sus héroes y villanos, su enseñanza o moraleja, es decir, una
valoración que se desglosa como conclusión y que puede estar o no enunciada, pero que al
operar desde las inquietudes del presente, re-significa el pasado y, a su vez, propone tareas
para el futuro. De manera que el pasado muestra, muchas veces, falsas continuidades y, por
lo tanto, la selección de hechos y protagonistas del mismo permite asegurar la identidad de
un grupo, descartando lo que no resulta coherente con el presente de un colectivo de per-
sonas.

El cóndor ciego, la espada sin cabeza


En la década de 1930 comenzaba a circular entre los ambientes políticos e intelectuales
una imagen que vinculaba a la figura de Uriburu con la del general Juan Lavalle. Esta
singular operación (que, por extraña, no deja de repetirse con otros nombres en la cultura

1 Digo manipulan porque ese es el vocablo exacto. Los datos se trabajan, se manipulan. Utilizo este término
con toda su carga conceptual, buena y mala.

174
prohistoria 10 - 2006

intelectual e historiográfica argentina) de asimilar personajes y conductas del pasado con


hechos y protagonistas del presente, brinda interesantes posibilidades para analizar la cons-
trucción de discursos acerca del pasado, que se conforman muchas veces a través del
prisma del presente. ¿Qué se buscó con esta operación? Explicar la frustración de ciertos
círculos vinculados al golpe de Estado que derrocó a Yrigoyen, que se vieron rápidamente
desilusionados ante el comportamiento del general Uriburu. Es así que al compararlo con
el errático Juan Lavalle “…nos explicamos como un militar lleno de virtudes personales
[…] podía dejarse circunvenir por los peores consejeros, y con las mejores intenciones
cometer errores trascendentales”.2
De esta manera comienza a fijarse una imagen compleja en el colectivo, donde Lavalle
intenta ser justificado por haber ordenado el fusilamiento de Dorrego, ya que si bien: “el
acto poderoso por el que se recuerda –sobre todo– a Lavalle es el fusilamiento de Dorrego.
Este acto, a su vez, ha sido presentado como un noble acto de un militar extraviado por los
malos consejos de civiles intrigantes. Los ‘malos consejos’ de los civiles vienen a exculpar
a Lavalle”.3 De allí surgen los apelativos que se le dieron a Lavalle: cóndor ciego o la
espada sin cabeza. Es que Lavalle fue un brillante combatiente del cuerpo de Granaderos
a Caballo, especialmente seleccionado por San Martín, que combatió en el Ejército de los
Andes (esa es la razón de compararlo con un cóndor) y luchó a las órdenes de Bolívar en la
derrota final de los realistas. El fusilamiento de Dorrego se había dado en el marco de los
enfrentamientos civiles de la etapa ya independiente. Lavalle, jefe en 1828 de un alza-
miento militar contra Manuel Dorrego (en ese momento a cargo de la primera magistratura
de la provincia de Buenos Aires) lo capturó y, al parecer, inducido por sus consejeros
civiles,4 fusiló sin juicio al gobernador, proclamándose él mismo en ese cargo. Este violen-
to acto tendría, pues, dos víctimas y no una porque “Dorrego muere y es la gran víctima del
federalismo. Lavalle no muere pero permanece hundido en la desdicha […] que genera la
culpa”.5

El Romance a la Muerte de Juan Lavalle


En 1961 Ernesto Sabato publicó el libro Sobre héroes y tumbas, donde narra historias
paralelas, concéntricas, todas ellas comunicadas a través de un trasfondo épico: la derrota,

2 IRAZUSTA, Julio Ensayos históricos, La voz del Plata, Buenos Aires, 1952, p. 11, citado en HALPERIN
DONGHI, Tulio El revisionismo histórico argentino, Siglo XXI, Buenos Aires, 1970, p. 9. Ver también
CATTARUZZA, Alejandro “El revisionismo: itinerarios de cuatro décadas”, en CATTARUZZA, Alejandro
y EUJANIAN, Alejandro Políticas de la Historia. Argentina 1860-1960, Alianza, Buenos Aires, 2003.
3 FEINMANN, José Pablo La sangre derramada. Ensayo sobre la violencia política, Seix Barral, Buenos
Aires, 2003 [1998], p. 178.
4 Los civiles parecen haber sido Juan Cruz Varela, literato de la facción unitaria, y un joven Salvador María
del Carril, años más tarde vicepresidente de la Confederación Argentina, quienes le escribieron a Juan
Lavalle sendas cartas donde pedían la muerte de Dorrego.
5 FEINMANN, José Pablo La sangre…, cit., p. 179.

175
ARIEL MAMANI “Réquiem para un cóndor ciego...”

huida y muerte del general Lavalle a principios de la década de 1840.6 En la novela, Lavalle
y sus seguidores aparecen al comienzo y al final del relato en una especie de contrapunto,
mediante el cual el autor busca generar un efecto de circularidad, que muestre cómo a
través del tiempo se renuevan las principales contradicciones de la condición humana. En
realidad, son tres los relatos que se yuxtaponen. En un primer plano, la complicada rela-
ción entre Martín y Alejandra, que se desarrolla en Buenos Aires en los primeros años de la
década de 1950, y que culmina en forma trágica. Por otro lado, a modo de coro lejano, el
autor intercala el relato de la huída y muerte de Juan Lavalle y los soldados de su legión.
Por último, presenta el tétrico “Informe sobre ciegos”, a cargo de Fernando Vidal, con su
paranoica visión de la realidad. La figura del personaje Bruno Bassan funciona como alter
ego de Sabato, cuya contemplación lúcida y a la vez melancólica del entorno opera como
hilo conductor de la trama. Esta obra constituye una de las más difundidas de Sabato, que
cuenta con muchísimas ediciones en Argentina y traducciones a otros idiomas, siendo uno
de los trabajos referenciales del autor.
Sin embargo, a pesar de la extensa divulgación de esta obra, Sabato retomó el argu-
mento de la fatídica huída de Lavalle, ya no como una trama periférica dentro de otro
relato sino otorgándole centralidad:
“…sentí la necesidad de hacer algo de eso que aquéllos lograron, in-
vestigando todo lo que pude, hasta la correspondencia privada del
General Lavalle, pero luego dejaría que mi imaginación y esa oscura
inspiración que según los griegos era lo único que permite alcanzar la
obra de arte, me condujeran, casi diría me arrastraran, hacia aquel
trágico episodio del coronel Dorrego, a quien, sin duda, su antiguo
camarada de armas en las luchas por la Independencia admiraba…”7
De todas maneras, esta reutilización de materiales previos no es lo novedoso, sino
que la innovación reside en el cambio total de formato para llevar adelante dicho planteo,
ya que se desplaza de un soporte bibliográfico a uno sonoro. Al operar este cambio de
formato, también cambia, en cierto modo, el contenido. Esto se produce en pequeña esca-
la, ya que se respetan bastante las líneas publicadas, incorporándose o reformulándose
algunos elementos de la obra literaria. Hay que destacar que, además, la obra fue interpre-
tada en vivo en varias oportunidades por los propios autores, y sigue siendo presentada
con bastante frecuencia por diversos artistas, lo que le imprime una presencia (modesta, se
admite, pero presencia al fin) constante en ciertos ambientes culturales.
La obra fue compuesta en el año 1964 como una especie de conclusión personal del
autor sobre el tema, con la colaboración musical de Eduardo Falú. “Cuando salió la nove-
la, varios amigos me sugirieron la posibilidad de hacer una obra musical con el texto, quizá

6 Cfr. SABATO, Ernesto Sobre héroes y tumbas, Seix Barral, Buenos Aires, 2006.
7 Palabras de Ernesto Sabato en el boocket de la edición en disco compacto de FALÚ, Eduardo y SABATO,
Ernesto Romance de la Muerte de Juan Lavalle, número 2- 11172, Microfón, Buenos Aires, 1993.

176
prohistoria 10 - 2006

una suerte de oratorio, pero mi hijo Jorge Federico, apoyado por otros amigos, me dijo que
sería mejor hacerlo con un músico folklórico”.8 Habría, pues, un cambio en el soporte a
utilizar motivado por una decisión netamente estética, según se desprende de las palabras
de Sabato. De todos modos, el deseo de terciar en el campo intelectual y también político
llevaría a este escritor e intelectual argentino a una forma de participación más efectiva en
los combates por la reinterpretación del pasado y su vinculación con el presente. Siguien-
do esta línea, no resulta extraño este cambio de formato, en la búsqueda de un público más
popular, más amplio. La tarea puesta en marcha –elegida concientemente o no– no fue una
difusión del argumento, labor ya realizada en la novela sino, más bien, se propuso avanzar
un paso más en la reflexión sobre la tragedia y contradicciones del victimario-víctima Juan
Lavalle. Esta tarea de diseminación y penetración requirió, por lo tanto, un cambio en el
formato y en la distribución de los materiales.
La elección de Eduardo Falú como compositor e intérprete marchó también en este
sentido, ya que no se utiliza música académica (la que erróneamente llamamos clásica)
sino que se trata de música de raíz folklórica, más accesible a los grandes públicos. Este
tampoco es un dato menor, ya que desde principios de la década de 1960 esta música
gozaba de una renovada popularidad, con la profusión de múltiples intérpretes y un merca-
do discográfico y editorial de considerables dimensiones. Decía que la composición recayó
en Eduardo Falú que, además de contar con excelentes dotes compositivas e interpretativas,
es un artista que por entonces gozaba de su máximo nivel de reconocimiento. Se generó, a
través del cambio de soporte de la obra, de la musicalización vinculada a un mercado en
expansión y de la participación de un artista por demás convocante, una mayor receptividad
de las ideas del autor, que apuntaban a un sector más vasto del público, hacia una porción
que no era usualmente interpelada por medio de la lectura de un tipo de literatura culta y de
largo aliento.
La sinuosa trayectoria del autor, de una extensísima carrera y participación pública,
hace difícil catalogarlo dentro de una tradición literaria o intelectual determinada y, por lo
tanto, torna un poco más complicado el análisis de la obra. Joven científico brillante vincu-
lado al anarquismo, miembro del Partido Comunista después, renegado de la ciencia orientó
su vida hacia el arte, especialmente la literatura, produciendo escritos de ficción pero tam-
bién numerosos ensayos sobre política y cultura. Abandonó el Partido Comunista y era,
como la mayor parte del campo intelectual argentino de los años 1940s., opositor al go-
bierno peronista. Durante la “Revolución Libertadora” comenzó a rescatar a las masas
peronistas, diferenciándolas de sus dirigentes, posición que le acarreó problemas con el
Gobierno militar. Funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno de
Arturo Frondizi y muy posteriormente presidente de la CONADEP bajo el gobierno
alfonsinista; su dilatada trayectoria lo ha convertido en una especie de referente de las

8 Palabras de Ernesto Sabato en el boocket de la edición en disco compacto de FALÚ, Eduardo y SABATO,
Ernesto Romance…, cit.

177
ARIEL MAMANI “Réquiem para un cóndor ciego...”

clases medias argentinas, que creen ver en él al paradigma de intelectual comprometido


con la libertad y la justicia.
El disco original (en vinilo) fue editado en el año 1965 por el sello Philips,9
intercalándose los textos creados y relatados por Ernesto Sabato con la musicalización e
interpretación en voz y guitarra de Eduardo Falú, compositor, como ya se apuntó, de la
música de la obra. Cierta historiografía tradicional (en especial la que nutre los libros de
texto de la escuela media) pero también la historia no profesional y, en muchos casos, las
manifestaciones artísticas, propusieron una imagen heroica de los protagonistas de la his-
toria argentina. En Romance de la Muerte de Juan Lavalle Sabato intenta esquivar esta
fatal sacralización acostumbrada en los abordajes acerca de personajes del pasado argen-
tino; sin embargo, a pesar de dotar a los personajes de rasgos tan humanos como contradic-
torios, realiza una versión apologética de la actuación del general Lavalle, inscribiéndose
en la tradición de exculpar al militar.
Si bien la obra está inscripta en esta “revisión” de aspectos del pasado nacional, no
creo posible considerarla como una producción de corte revisionista, por otra parte en su
apogeo dentro del imaginario social argentino justamente en los años de producción de la
misma. Su autor no se vincula estrechamente con representantes de esta corriente y no
aporta ningún elemento nuevo en el análisis de los sucesos por él abordados, sino que
indaga en una particular forma de comprensión de los hechos, haciendo hincapié en la
carga moral provocada por la culpa acerca del fusilamiento de Dorrego y en cierta “maldi-
ción” que afectaría a Lavalle. Es decir, el autor convierte a Lavalle de victimario en vícti-
ma, mostrando la tragedia de su vida, el infortunio de sus actos. Haciendo referencia a lo
expuesto por Sabato en su novela Sobre héroes y tumbas, José Pablo Feinmann sentencia:
“convocó [Sabato], con su infalible efectividad, la adhesión, la emoción y el deslumbra-
miento de los sectores culturales medios argentinos”.10 Esta operación es optimizada en
Romance… a través de un formato mucho más accesible al gran público. Porque, hay que
decirlo, la obra es de una extraordinaria efectividad emotiva, contando con pasajes de
hondo sentimentalismo, vehiculizados por precisos versos y una musicalización exquisita.
La música resulta aquí de una ayuda portentosa para instrumentar una mayor carga emo-
cional en el relato, estetizando acontecimientos de un proceso histórico por demás com-
plejo, como fueron los enfrentamientos facciosos del siglo XIX. Por eso la musicalización,
con su extraordinario poder evocativo y sus fuerza expresiva, otorga a la cuidada narra-
ción, por decirlo de alguna manera, un plusvalor.

9 FALÚ, Eduardo y SABATO, Ernesto Romance de la Muerte de Juan Lavalle. Canto de Gesta, Philips
85519-PY, Buenos Aires, 1965. Hubo de esta versión (que contaba con la participación de Mercedes Sosa
como la voz de Damasita Boedo) una segunda y una tercera edición. Esta obra tuvo una segunda grabación,
años después, porque la cinta original no estaba en buen estado, el coro no se escuchaba bien y Sabato tenía
algunos problemas de dicción. Esta segunda versión, en ATC discos, contó con el aporte del Coral Santa
Cruz y de Perla Aguirre. Hay, a su vez, ya en formato de CD, una nueva grabación de 1993 editada por
Microfón (nº 2-11172); y su reedición en 1999 por el sello IRCO (nº CD 087) que es la versión utilizada
aquí para analizar la obra.
10 FEINMANN, José Pablo, La sangre…, cit., p. 179.

178
prohistoria 10 - 2006

Sabato se cuida prolijamente de no entrar en enfrentamientos historiográficos. Pare-


ce querer “colaborar con el común esfuerzo de unidad de los argentinos”, sin entrar en
duras polémicas. Por esa razón, apenas empezado el relato podemos notar esta falta de
vocación “combativa”: “Después de muchos años de exilio, el 2 de agosto de 1840, des-
embarcó en San Pedro [Juan Lavalle] para combatir contra Don Juan Manuel De Rosas.”11
La inclusión del “Don” es todo un signo, especialmente tratándose de Rosas, cuya figura
generaba fuertes rechazos y adhesiones en la época en que se escribió el Romance…12
Sabato no quiere desacreditar a nadie, no pretende injuriar a ningún sector, no utiliza
apelativos; la historia argentina se trataría, entonces, de un vano enfrentamiento entre pa-
triotas. El autor no se olvida de los padres fundadores de la Patria, incluyendo en diversos
momentos del relato tanto al general San Martín como a Manuel Belgrano.13 De esta mane-
ra, no se despega de cierta imagen tradicional en la primera historiografía argentina, que
idealizaba a los protagonistas del pasado del país:
“...la tendencia que primero dominó entre quienes comenzaron la ex-
ploración retrospectiva fue la de achacar todas esas discordias [en la
Historia Argentina], que venían a turbar el que debía haber sido con-
corde esfuerzo constructivo, a causas frívolas y anecdóticas; los prota-
gonistas de la etapa –se nos aseguraba una vez y otra– querían todos
sustancialmente lo mismo; en su versión más adecuada a la creciente
popularidad del culto a esos protagonistas como héroes fundadores...”14
El relato, realizado por el propio Sabato, adquiere en casi toda la obra un tono grave
y despojado de inflexiones pronunciadas, celebrando de esta manera una particular forma
de réquiem a la figura de Juan Lavalle. El temple sombrío y luctuoso es apenas quebranta-
do por la narración de unos pocos actos nobles entre tanta perfidia, de ahí que la composi-
ción poética se sature de vocablos tales como: derrota, traición, muerte, infortunio, que
operan como un leitmotiv de ríspidos significados y significantes. Eduardo Falú con su
guitarra administra una base musical a los severos versos de Sabato y junto al Coral Santa
Cruz y a la cantante Perla Aguirre animan los momentos específicamente musicales del
disco.

11 FALÚ, Eduardo y SABATO, Ernesto Romance…, cit., track núm. 1, 01:28.


12 Me resulta un poco difícil aseverar que los combates sobre las diferentes figuras de nuestro panteón nacio-
nal, tan virulentos en otras épocas, se hayan aquietado del todo ya. Ver EUJANIAN, Alejandro y BRODA,
Vanina “Introducción al dossier sobre Revisionismo Histórico Argentino”, en Prohistoria, Año VIII, núm.
8, 2004, Rosario, Argentina, primavera de 2004; al contrario (aunque no tanto) se puede observar
FEINMANN, José Pablo La sangre…, cit., especialmente la graciosa cita 77 de la p. 266.
13 “…soldado [Lavalle] a quién San Martín llamó el primer espada del ejercito Libertador”, (track núm. 17,
00:52); “La tierra de esta quebrada, piensa Lavalle, por la que hace tantos años […] tantos, pasó Manuel
Belgrano…”, (track núm. 15, 00:30). FALÚ, Eduardo y SABATO, Ernesto Romance…, cit.
14 HALPERIN DONGHI, Tulio Proyecto y construcción de una nación (1846-1880), Biblioteca de Pensa-
miento Argentino, Ariel Historia, Buenos Aires, 1995, T. II, p. 8.

179
ARIEL MAMANI “Réquiem para un cóndor ciego...”

Decisiones estéticas (y no tanto)


La obra posee una alta factura expresiva, utilizando una armonía tradicional y establecien-
do efectos climáticos de gran fuerza emocional. La música está enteramente basada en
ritmos folclóricos argentinos como el cielito, la chacarera, la zamba, aunque éstos son
subordinados por completo al texto, debiendo el compositor (en varios pasajes) modificar
esencialmente la forma musical original de la danza o ritmo elegido, para permitir la con-
tinuidad del relato o para no destruir la estructura de los versos.
“Luego de algunos ensayos con versos de 16 sílabas, comprendí que
por ese camino íbamos a llegar a una especie de imitación de aquellos
cantares del medioevo. Y entonces decidí mantener la prosa épico-
lírica del correspondiente fragmento de la novela, introduciendo las
coplas del tipo aún viviente en el folklore de estos países. Algunas de
esas coplas, como las que rememoran el fusilamiento de Dorrego, las
tomé directamente, [del folklore popular anónimo] otras, la mayoría,
las compuse yo mismo respetando el espíritu que las caracteriza. De
este modo traté de insertar nuestro romance en la gran tradición,
adecuándolo sin embargo a la sensibilidad de nuestro tiempo, evitan-
do un lenguaje arqueológico, ya que sólo podemos emocionar me-
diante la lengua que vivimos. De ahí que no haya vacilado en un ana-
cronismo como ‘tachito’”.15
Se conserva, así, el carácter dramático de la esencia de una cantata u oratorio clásico,
aunque en este caso la acción que se musicaliza, como se comentó antes, está relatada y no
siempre cantada (es decir, sin recurrir al recitativo típico de la cantata u oratorio clásico-
académico), lo que permite un acercamiento al argumento de la obra. Esta clase de compo-
siciones, muy extendidas en las décadas de 1960 y 1970, ensancharon una perspectiva
sorprendente en la música popular en Latinoamérica, pero también lograron constituir un
nuevo puente entre los saberes doctos y los populares, afirmando así las bases de un tipo de
arte que, sin dejar de contar con una amplia difusión, no abdica de intenciones estéticas y
formales más ambiciosas.
Resulta al menos sintomático que el repertorio de ritmos y danzas utilizados por Falú
para musicalizar Romance… no sean formas musicales típicas de las región en donde se
desarrolla principalmente la acción relatada (la quebrada de Humahuaca). Para ser más
claro, el compositor no trabajó con ritmos o danzas de la zona jujeña (como carnavalitos,
huaynos, ni siquiera yaraví –que es una forma lírica libre, no coreográfica, ideal para la
musicalización de los numerosos soliloquios de la obra). Eduardo Falú, al referirse a la
composición musical de la obra, sostiene: “fue como si el texto me dictara la música”,16

15 Palabras de Ernesto Sabato en el boocket de la edición en disco compacto de FALÚ, Eduardo y SABATO,
Ernesto Romance…, cit.
16 Diario Clarín, edición digital del sábado 7 de diciembre de 1996, http://www.clarin.com/diario/96/12/07/
espectáculos.

180
prohistoria 10 - 2006

por lo tanto, desde un plano estrictamente estético, el compositor se dejó llevar por su
inspiración musical guiada por los versos. Ninguna referencia a ritmos de raíz folclórica
de la región, como lo hace para las otras zonas que señala el Romance…, como el cielito
(para la provincia de Buenos Aires) o la chacarera (para el centro del país). Al parecer, la
composición sería ajena a cualquier inscripción racional que incorpore referencias musi-
cales programáticas en relación con el espacio donde se desarrolla el argumento central.
Sin embargo, en el texto, Sabato utiliza gran cantidad de referencias geográficas (la Que-
brada, el río Huacalera, la ciudad de Jujuy), pero sólo lo hace como mero paisaje, es decir
como indicadores apenas referenciales que adornan la trama. Por lo tanto, esta aparente
discontinuidad entre texto y música no es tal, ya que Sabato, a pesar de incorporar el
paisaje, nunca recupera realmente al espacio; aquel derrotero de Juan Lavalle y su legión
que relatan Sabato-Falú se produce sobre una extensión no vinculada con sus pobladores.
Durante el fantasmal viaje por la Quebrada que nos describe la obra, no hay mención
alguna a quienes habitan en aquél espacio y, por lo tanto, tampoco se hacen referencias a
las relaciones que se establecen en él.17
Lavalle había optado por trasladarse a Bolivia por el camino Real para cubrir la
retirada de los unitarios de Salta y Jujuy y, por lo tanto, no dispersar sus fuerzas por sende-
ros perdidos de la Quebrada. Este camino está trazado sobre una línea de poblados que ni
siquiera son nombrados, a pesar de que Lavalle fue abatido en San Salvador de Jujuy, su
cuerpo fue velado en Tilcara y, finalmente, fue descarnado en un paraje llamado Huacalera;
sin embargo, no se hace referencia a poblador alguno que preste ayuda, que brinde alguna
indicación o simplemente que se comunique con los miembros de la Legión. La extensión
está vacía. Sabato no desplegó acciones sobre ese espacio sino que lo volvió fantasmagó-
rico, borroso, lunar. Quizás esta sea una opción estética del autor, relacionada con el ori-
gen del relato. Recordemos que éste nace como una narración alterna de una trama princi-
pal (aparentemente ajena) donde Lavalle y sus seguidores no son más que un eco lejano.
Esta imagen espectral sería, pues, reforzada y dotada de sentido en esta fijación de un no-
espacio como tal.18 Hay, insisto, referencias al paisaje pero no a la gente que lo habita (que,
a pesar de no ser numerosísimos, están allí). Por lo tanto, la elección de Falú podría ser
tomada como una consecuencia lógica del tratamiento dado en el texto por Sabato al (no)
espacio. De esta manera, la vinculación entre el argumento histórico y medio geográfico
no deja de ser tradicional, historiográficamente hablando. Tal vez, una alternativa a lo
planteado anteriormente, es decir, a esta decisión puramente estética (más bien relativa a la
poética del autor), sería que Sabato hubiera sido influenciado, por su formación cultural y
académica, por una historiografía prescindente del espacio en sus análisis y relatos, que el
escritor refleja aquí de manera inconsciente pero clara.

17 Sobre el final, Sabato incorpora, no en el relato histórico sino en sus apreciaciones a un habitante y de una
manera no muy feliz: “Un viejo indio me ha contado que en ciertas noches de luna se aparece el espectro del
general […] pobre indio”. FALÚ, Eduardo y SABATO, Ernesto Romance…, cit., track núm. 15, 05:58.
18 “…en la soledad mineral, en esa desolada región planetaria…” relata Sabato. FALÚ, Eduardo y SABATO,
Ernesto Romance…, cit., track núm. 15, 04:54.

181
ARIEL MAMANI “Réquiem para un cóndor ciego...”

Estos reflejos (y anti-reflejos) pueden notarse también en la elección de los sujetos


trabajados en el relato. Al parecer, ya desde el título, el autor hace una elección en la
dirección de sentido. Es el Romance de la Muerte de Juan Lavalle, el personaje es este
errático militar: la identificación con una historia de héroes y personalidades principales
deviene, así, inequívoca. No es aquí donde Ernesto Sabato se quiere diferenciar de los
historiadores sino, más bien, en el tratamiento que le da al personaje histórico, analizándo-
lo en toda sus humana complejidad. Esa operación que realiza a la perfección no le impide
exculpar al militar (y, de paso, a varios otros militares).19 Sin embargo, a pesar de ser una
narración centrada en Lavalle y sus cavilaciones, Sabato incorpora varios personajes en la
trama: Damasita Boedo (amante del General); el coronel Alejandro Danel; el general
Pedernera (segundo de Lavalle) y el sargento Aparicio Sosa. En este último, el autor depo-
sita la imagen anónima de aquellos a los que la historia tradicional no representa, y retrata
su nobleza primaria y su abnegación, “…muchos hombres como Aparicio Sosa, humildes
y pobres. Sin pedir nada, sin recibir nada, ofrecieron su vida únicamente por la libertad de
esta tierra.”,20 acercándose así una especie de “historia social” que busca recuperar al pro-
tagonista anónimo.
Hay en este Canto de Gesta, además, una búsqueda de determinados marcos de
continuidad entre pasado y presente, característica bastante pronunciada entre los accesos
al pasado (tanto desde la Historia profesional como desde otros sectores) que pretenden
imprimirle a su análisis y reflexión un carácter político activo, buscando expresar los dile-
mas, conflictos y problemas de la sociedad actual. Romance… se inscribe en esta posibili-
dad “borrando”, en algunos de sus pasajes, la diferencia entre el pasado y el presente:
“Este es el Romance de la Muerte de Juan Lavalle, la historia de la larga retirada de un
hombre atormentado por el recuerdo y el infortunio. Pido a los hombres y mujeres de mi
Patria que lo escuchen con respeto –federales y unitarios–…”21 Maneja, así, la posibilidad
de que aún continúen esos bandos en pugna en el presente argentino, para colocar más
adelante, en boca de Lavalle, lo que en realidad Sabato quiere decir: “…por una Patria que
aún no se sabía lo que era, que aún no sabemos lo que es”.22 De manera que se trató de
participar, de una manera particular, en una disputa por otorgar nuevos sentidos a ciertos
procesos históricos pero dentro de una trama política y cultural devota a zanjar en el pasa-
do los combates del presente.

19 “…que fueron ellos, los hombres de cabeza los que me indujeron a cometer aquél crimen con cartas insidio-
sa. No vos Danel, ni Lamadrid, ni ninguno de los que tenemos nada más que un brazo para empuñar el sable
y un corazón, para ayudarnos a enfrentar la muerte”. FALÚ, Eduardo y SABATO, Ernesto Romance…, cit.,
track núm. 13, 03:49.
20 FALÚ, Eduardo y SABATO, Ernesto Romance…, cit., track núm. 14, 02:11.
21 FALÚ, Eduardo y SABATO, Ernesto Romance…, cit., track núm. 1, 00:37.
22 FALÚ, Eduardo y SABATO, Ernesto Romance…, cit., track núm. 15, 00:53.

182
prohistoria 10 - 2006

Conclusión
Como afirma Paul Ricœur, la memoria es el presente del pasado.23 Pero, a su vez, siguien-
do a este autor, deberíamos distinguir entre los simples recuerdos y la memoria. Mientras
aquellos serían fragmentarios y se nos presentarían, las más de las veces, en forma desor-
denada, la memoria brinda a los sujetos, o a un colectivo, una continuidad indivisible,
confiriendo sentido a las acciones que se realizan en el presente. Para Ricœur, estas accio-
nes están orientadas y sometidas a una redefinición continua en el hoy, ya que se encuen-
tran influenciadas tanto por los significados que se otorgan a las experiencias acumuladas
como por los proyectos y aspiraciones que encierra un tiempo futuro que es imaginado o
proyectado, paradójicamente, a partir de lo ya vivido. Por su parte, la memoria construye
una especie de estrategia que otorga un repertorio de sentidos y configura los relatos posi-
bles para una comunidad: inscribe en ellos su economía de memorias y olvidos, de incer-
tidumbres y certezas.24
Está claro que Ernesto Sabato y Eduardo Falú no pretendieron realizar una obra de
corte historiográfico; sin embargo, queda expuesto que, dentro de una forma artística, se
trata de una particular manera de indagación del pasado. De todos modos, observamos
cómo, en el relato verbal, Sabato se aleja y se acerca al ámbito historiográfico (más bien a
sus bordes), reproduciendo o diferenciándose de las prácticas tradicionales de la Historia.
La selección y la organización de las experiencias pasadas que los recuerdos indivi-
duales y colectivos trazan es la expresión de una labor activa de los modos de construcción
de la memoria intersubjetiva, en la que se interrelacionan múltiples grupos: familia, secto-
res sociales, étnicos, religiosos, educativos, intelectuales, artísticos, etc.25 En este sentido,
el Romance de la Muerte de Juan Lavalle incita a un áspero espacio de reflexión sobre un
pasaje particularmente sangriento de la historia argentina, donde el autor busca respuestas
en el campo artístico ya que no cree posible encontrarlas mediante la investigación:
“Cuando decidí tomarlo para mi novela, no era, en modo alguno el
deseo de exaltar a Lavalle, ni de justificar el fusilamiento de otro gran
patriota como fue Dorrego, sino el de lograr mediante el lenguaje poé-
tico lo que jamás se logra mediante documentos de partidarios y ene-
migos; intentar penetrar en ese corazón que alberga el amor y el odio,
las grandes pasiones y las infinitas contradicciones del ser humano en
todos los tiempos y circunstancias, lo que sólo se logra mediante lo
que debe llamarse poesía…”26

23 RICŒUR, Paul La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido, UAM Ediciones, Madrid, 1999.
24 SONDERÉGUE, María “Los relatos sobre el pasado reciente en Argentina: una política de la memoria”,
http://www.prodiversitas.bioetica.org/nota32.htm.
25 SONDERÉGUE, María “Los relatos…”, cit.
26 Palabras de Ernesto Sabato en el boocket de la edición en disco compacto de FALÚ, Eduardo y SABATO,
Ernesto Romance…, cit.

183
ARIEL MAMANI “Réquiem para un cóndor ciego...”

Existe, por lo tanto, un acercamiento del autor a la contienda política y a la disputa


intelectual, quizás debido a cierta frustración personal en la esfera de la política (ya clara-
mente establecido en Sobre héroes y tumbas), constituyendo este modo de trabajo una de
las herramientas imprescindibles de dicha intervención. De manera que cierta (mucha)
nostalgia volcada en esta obra concluye estetizando al proceso histórico, terminando por
quitarle todo su carácter dinámico y conflictivo; es la lógica estética la que teje una trama
de traiciones, desdichas e infortunios para los protagonistas, al parecer sólo movidos por
ideales prístinos.
Rosario, febrero de 2006

184
reseñas

Globos, bonetes y silbatos para:


María Inés Carzolio - Anne Dubet
Marco Penzi - Rafael Guerrero Elecalde
Lea Geler - Lucía Brienza - Gisela Sedeillan
Diego Mauro - Carolina Piazzi
Lilia M. Vázquez Lorda - Cecilia M. Pascual
Florencia Rodríguez Vázquez - Lisandro Gallucci
Repartió el cotillón: Marcelo Móttola
REVEL, Jacques Un momento historiográfico. Trece ensayos de historia social,
Manantial, Buenos Aires, 2005, 283 pp. ISBN 987-500-090-2, por María Inés Carzolio
(UNLP-UNR)

J
acques Revel, formado en la tradición de los Annales, se reconoce miembro y heredero
de la historiografía ligada a esa experiencia editorial. El programa de los Annales ha
aproximado al historiador francés al movimiento de confrontación abierta y decidida
entre la Historia y las ciencias sociales. La posición privilegiada de Revel entre los
annalistes dota a su selección de ensayos de una significación singular: la de un historiador
comprometido con cierta línea investigativa, pero que hace gala de un espíritu abierto a
las innovaciones y de un profundo rigor profesional.
La recopilación se inicia con una elección particular: “Historia y ciencias sociales:
los paradigmas de los Annales” (1979), el primero de una serie de artículos con los cuales
ensaya “una serie de tentativas sucesivas para reformular el diálogo inestable entre las
disciplinas sociales y la historia”, en un “momento” que se abre en los años 1970s. y cuyos
efectos profundos han concluido con las antiguas certezas que permitieron superar recu-
rrentes crisis. La crisis comenzó con los paradigmas funcionalistas, pero también abarcó la
concepción sistémica de la sociedad y la idea de progreso, ocasionando un debate que ha
permanecido inconcluso. Así, reivindica para Annales una forma de hacer historia con
ganancias y pérdidas: la historia global representaba el rechazo hacia una división dema-
siado estricta entre los saberes y las competencias disciplinarias, en la convicción de la
coherencia del campo de las ciencias sociales.
En “Recursos narrativos y conocimiento histórico” (1995) replantea el debate que
artículos como el de Lawrence Stone y otros habían suscitado acerca de los magros resul-
tados de la Historia científica y su crisis, señalando los límites de su agotamiento. Luego
del régimen de acontecimientos propalados por la Revolución francesa y de la historiografía
consolidada en el siglo XIX, el pasado ya no hablaría del presente. En adelante, hacer
historia sería reconstruir la cadena de razones que permite relacionarnos de manera inteli-
gible con lo que nos es ajeno. A comienzos del siglo XX, Simiand postulaba una ciencia
unificada de la sociedad cuyo canon epistemológico sería la Sociología. Cuestionaba los
presupuestos del método positivo en puntos esenciales: el acontecimiento y el relato. Tan-
to desde el positivismo lógico y de la epistemología de la historia que se inspiró en el
mundo anglosajón, como desde la práctica de los propios historiadores que generó mode-
los complejos, se continuó este cuestionamiento, y hoy el relato sólo es recuperado como
recurso.
En “La biografía como problema historiográfico” (2003), enfoca una inflexión nota-
ble del género, que en la actualidad se destina a mostrar lo atípico. Tres tipos de biografía
histórica constituyen tentativas para adaptarse a la historia social: a) la biografía serial,
cuyo ejemplo clásico es la prosopografía (que conlleva el riesgo de ruptura con la expe-
riencia histórica efectiva), b) la biografía reconstruida en contexto, tal como la practicó
Lucien Febvre en su historia de las mentalidades, o bien enmarcada en la teoría del habitus
y c) la biografía reconstruida a partir de un texto, no siempre autobiográfico, para restituir
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

su espesor que se busca explicar mediante la interpretación contextual (su riesgo es la


sobreinterpretación). Revel nos pone en guardia contra cierto peligro del género: “tiende a
racionalizar lo existente y hacernos aparecer la experiencia biográfica bajo el signo de la
necesidad”, es decir, transformarla en destino, eliminar la elección del sujeto.
En “Mentalidades”, rememora el contexto intelectual de su surgimiento. La primera
obra histórica importante fue Los reyes taumaturgos de Marc Bloch. El interés sobre obje-
tos fue compartido también por Lucien Lévy-Bruhl y Marcel Mauss, y luego por Febvre y
otros profesores de la Universidad de Estrasburgo. La preocupación central de este artícu-
lo se dirige a la consideración de la obra de Michel Foucault. En Historia de la locura, a
Foucault le preocupa el cómo y no el por qué, pasando históricamente de un modelo a otro.
Revel detecta divergencias notables entre sus trabajos y la historia de mentalidades. En
primer lugar, entre las formas discursivas y la hipótesis durkheimniana de mentalidad co-
lectiva. En segundo lugar, para Foucault los regímenes de visibilidad no dependen de una
historia de las “formas de percepción” como para Febvre, sino de una articulación origi-
nal, fechada, entre lo que se ve y lo que se enuncia en el nacimiento de “un lenguaje de las
cosas”. En tercer lugar, si bien la historia de las mentalidades y Foucault tratan niveles
culturales sincrónicos e identificados por el sistema de las diferencias que los oponen, los
conjuntos culturales que construía la primera eran sistemas legibles en una matriz psicoló-
gica y en un régimen narrativo de escritura de la historia. Sin embargo, la historia de
mentalidades se acerca a su modelo de la exégesis, es decir, de su “comentario”. Sus
cuestionamientos implican una fuerte advertencia acerca del empleo acrítico de los con-
ceptos foucaultianos y sobre las formas en que su obra ha sido recibida por los historiadores.
En “Microanálisis y construcción de lo social” ubica historiográficamente a la
microhistoria italiana, pero también a la francesa, como una reacción contra cierto estado
de la historia social y la manera como construye sus objetos, particularmente el modelo
que entró en crisis a fines de los años 1970s. y comienzo de los 1980s. La propuesta
microhistórica sería una traducción de esa crisis y, al mismo tiempo, el elemento que con-
tribuye a precisarla. La propuesta de modelos que permiten integrar los itinerarios y opcio-
nes individuales, admiten que lo “excepcional” se vuelva “normal”, ya que su validez no
consiste en una verificación estadística. El recurso a la narrativa conecta con las opciones
del actor frente a la incertidumbre.
Otra consecuencia de la crisis multiforme de la historia es examinada por Revel en
“La carga de la memoria: Historia frente a memoria en Francia hoy”: la del defasaje produ-
cido entre Historia y memoria en la Francia actual. Distingue tres formas de producción de
memoria: la conmemoración (celebración de los hechos decisivos del pasado nacional), la
patrimonialización (propiedad colectiva de los franceses) y la “producción de memoria” o
la instauración de “un nuevo régimen de la memoria” (que implica “la afirmación de una
irreductible diferencia y la de una diversidad esencial de la comunidad nacional”). Esta
última forma se opone al modelo francés de integración, rompiendo una tradición de histo-
ria nacional, donde la nación francesa llenó la triple función de afirmar una identidad,
garantizar una continuidad y reforzar una comunidad de destinos. La multiplicación de las

188
prohistoria 10 - 2006

tentativas historiográficas por reconstruir una memoria en plural responde a una demanda
de inteligibilidad, expresada en la explosión de la memoria, y a la convicción de que la
identidad de Francia ya no puede ser considerada una certeza sino un interrogante. Pero la
respuesta a la demanda tiene un límite; si bien las solicitudes del presente exigen dar res-
puesta al déficit de la imagen de nación, al mismo tiempo, deben contener los desbordes de
la memoria.
El renovado interés de los historiadores por el Derecho y las reformulaciones sobre
el mundo institucional inspiran “La institución y lo social” (1995). La tendencia a la
institucionalización de lo social, dominó un fecundo momento de la investigación francesa
ligada a la aproximación macrosocial durkheimiana y al tratamiento estadístico de los
datos. Tal modelo no era capaz de establecer relaciones entre los actores individuales. La
imagen del Estado Leviatán fue reemplazada por la de un espacio social irregular, discon-
tinuo, señalando un desplazamiento del foco de atención, del poder a las relaciones de
poder. El sensible análisis historiográfico de Revel nos conduce desde la crítica a las for-
mas más cosificadas de lo institucional hasta su desplazamiento a la relación entre las
acciones y las normas, donde la negociación es inseparable de su realización en el seno de
las relaciones sociales.
El tema de la “cultura popular“, “objeto improbable”, le merece un doble abordaje.
El primero en “La cultura popular: usos y abusos de una herramienta historiográfica” (1986),
a través del examen de las categorías de análisis que a ella se refieren, los rasgos que se le
atribuyen, las tradiciones que afirman su existencia y los modelos que acuñaron; el segun-
do en “El revés de la Ilustración: los intelectuales y la cultura “popular” en Francia (1650-
1800)” (1995), plantea el problema de la relación entre la cultura ilustrada y las prácticas
populares. Tras la recapitulación de la definición del objeto y las corrientes interpretativas
adheridas al estudio de la cultura popular, Revel propone que, si mantenemos por comodi-
dad la categoría cultura popular, no debemos “cosificarla” atribuyéndole autores u obje-
tos específicos, sino que “hay que buscar sus huellas en el nivel de las prácticas culturales
distintivas o, más exactamente, en la distancia que constituye esa característica distintiva.”
Como prácticas sociales, se definen unas en relación con las otras y precisan sus objetos en
el interior de un campo propio, el cultural, en el que todos los actores están a la vez relacio-
nados y son autónomos, capaces de crear respuestas que les permitan articular su identidad
colectiva y reconocer la existencia de las distancias culturales.
En “La Corte, lugar de memoria” (1993), Revel pone en juego y actualiza las inter-
pretaciones sociológicas y los testimonios de la literatura cortesana. Centro y modelo de la
sociedad absolutista, también es el centro de un estado: “una forma particular de organiza-
ción social y una modalidad de ejercicio del poder” cuyos ecos lejanos parecen aún per-
ceptibles en el aparato simbólico que acompaña al presidente de Francia.
Utiliza cuatro elementos para ordenar una perspectiva múltiple: la Corte como lugar
de memoria, su paradoja funcional: elevar-rebajar, la lógica de sus rangos, la finalidad del
control de las apariencias, su excepcionalidad y su prolongado influjo. La Corte era un
espacio público donde todo debía ser visible. En Francia, esta regla concernía en primer

189
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

lugar al rey –cuyo cuerpo encarnaba de manera tangible la majestad y el principio de la


soberanía– y a su familia. Por consiguiente, no es paradójico que los sucesores del Rey
Sol, que intentaron reservarse un espacio privado, lo pagaran caro. Voltaire hizo un pane-
gírico de Luis XIV y de su Corte, a quienes atribuía un papel civilizador. Versalles era la
obra que mejor resumía su genio y que mostraba el carácter inconmensurable de su poder,
según alude el simbolismo cosmológico. El mecenazgo Real de Luis XIV pulía el gusto, el
lenguaje, una sociabilidad distintiva, que llevaban “el cuño del príncipe”. Estos rasgos
sobrevivieron como un residuo fósil en la V República –según Revel– al amparo de una
fuerte autoridad presidencial, sin parangón en regímenes semejantes. Pero la sociedad de
Corte no nace de la concepción sobredimensionada del poder soberano, sino que la parti-
cularidad francesa consiste en proporcionarle una escena para la imposición de su imagen
y el despliegue de sus efectos.
Su interés acerca de la sociedad cortesana se refleja también en “María Antonieta en
sus ficciones: la puesta en escena del odio” (1996), donde resignifica el empleo de la
literatura panfletaria. Los panfletos (canciones, libelos, libros) no interesan ya como fuen-
tes, sino como soporte de representaciones que, en este caso, informan acerca de catego-
rías, valores y estereotipos que conformaron el discurso colectivo sobre la Reina. Los
panfletos relatan ficciones que resultaron creíbles y eficaces al construir, poco a poco, una
reina de papel que reemplazó a la real hasta borrarla por completo.
Revel analiza los fundamentos del poder del rumor. El rumor surgió en la Corte, pero
se amplificó en la ciudad y cuanto más se difundía el texto, menos necesitaba arraigarse en
la realidad, ya que producía otra que hacía pasar a segundo plano a la persona real. La
mayor parte de las escenas evocadas por la literatura panfletaria pertenecen a la vida priva-
da, que normalmente no es compatible con la representación de las personas de la realeza.
Allí se halla el origen de una degradación de la representación, a la que torna trivial y
ridícula, reformulando por completo la realidad que pretendía evocar.
En estilo claro y de agradable lectura, el conjunto de ensayos propone un panorama
de ciertos temas de la historiografía de los últimos decenios. Los anima una perspectiva
optimista acerca de la crisis de la Historia, pero cautelosa, a veces, respecto a los caminos
de su superación.

DESCIMON, Robert et RUIZ IBAÑEZ, José Javier Les ligueurs de l’exil. Le refuge
catholique français après 1594, Champ Vallon, Paris, 2005, 318 pp. ISBN 2-87673-
425-7, por Anne Dubet (Université Blaise Pascal – Clermont-Ferrand)

E
l libro de Robert Descimon y José Javier Ruiz Ibáñez llena un vacío historiográfico,
al estudiar lo que los autores denominan un “non ‘lieu de mémoire’”. En efecto,
casi no fue estudiado el exilio de los Ligueurs entre 1594 y las primeras décadas
del siglo XVII. Descimon y Ruiz Ibáñez lo explican por la lectura finalista que se dio de
los acontecimientos históricos en dos épocas. A principios del siglo XVII, se impuso un
necesario olvido, condición ineludible de la reconciliación entre los antiguos Ligueurs y
los que habían optado por apoyar a Enrique IV. Además, cuando se trataba de los exiliados

190
prohistoria 10 - 2006

franceses de finales del siglo XVI, se adoptó la visión que habían dado de ellos sus adver-
sarios políticos, los “católicos reales” (o realistas) y los “políticos”: la de un grupo de
traidores, el partido de España y el de los clérigos, movido más por la codicia (las miríficas
pensiones del rey de España) que por un auténtico celo religioso. La historiografía que se
construyó en el siglo XIX adaptó este discurso a sus propios propósitos, la explicación de
la conformación del Estado moderno. En el relato lineal de la imposición progresiva de la
idea monárquica, no cabía la existencia de una conciencia disonante. Por lo tanto, ésta se
redujo a su dimensión política –dejando de lado la cultura religiosa de los exiliados– y se
insistió otra vez en la traición, un crimen de lesa majestad, cometida por los Ligueurs del
refugio. Mayor simpatía suscitaban los hugonotes exiliados asimilados, de forma tal vez
anacrónica, a un ideal de tolerancia que floreció en el siglo XVIII. Yendo a contracorrien-
te de este discurso historiográfico, Descimon y Ruiz Ibáñez optan deliberadamente por
una “indiferencia metodológica”.
¿Cuál es el interés de esta historia? La introducción del libro ofrece dos razones,
ampliamente desarrolladas en el cuerpo del texto. Primero, estudiar el refugio Ligueur
permite conocer mejor un aspecto más del proceso de confesionalización que afectó a
Europa occidental en aquella época. Un análisis pormenorizado de las trayectorias y los
motivos de los exiliados lleva, en efecto, a insistir en cierta indefinición de sus afiliacio-
nes, así como en las de sus adversarios en la guerra civil de fines del siglo XVI. En segundo
lugar, y como corolario, un análisis “contextualizado”, que intenta reconstruir a cada paso
la formación del grupo de refugiados, sus cambiantes ideales y sus relaciones, también
flexibles, con Francia, aparece como la mejor forma de entender en qué consistió la ruptu-
ra con el proyecto político de Enrique IV y cómo se generó dicha ruptura. En otros térmi-
nos, comprender mejor el significado de la llegada del primer Borbón al trono francés.
Precisamente, ambos autores insisten en su voluntad de “comprender”. Añadiré un tercer
motivo, en el que no se hace hincapié en la introducción, pero que parece manifiesto al filo
de la lectura. Los autores no sólo estudian al grupo de refugiados en sí sino también en su
relación con la Monarquía española y, al hacerlo, aclaran aspectos interesantes de la toma
de decisiones de dicha Monarquía, cuya política aparece, como consecuencia, menos li-
neal de lo que supusieron, aquí también, ciertos relatos posteriores.
Toda la demostración se basa en un estudio pormenorizado de la constitución del o
de los grupos de exiliados en varios territorios de la Monarquía española –esencialmente
los Países Bajos, el ducado de Milán y Castilla–, así como de su disolución progresiva,
después de la paz de Vervines (1598). Los autores consultaron ricos fondos de variada
naturaleza (protocolos notariales, testimonios y memoriales diversos, publicados o manus-
critos, listas de pagos e impagos a los refugiados, correspondencias de responsables y
consultas de los Consejos, etc.) en Bélgica, España, Francia e Italia. Esto les permite deli-
near trayectorias individuales, de las que da fe un útil “Diccionario de los Ligueurs refu-
giados, principalmente en Bruselas”, incluido como apéndice. Algunas de ellas cobran
especial relieve. Así, se agradecen las páginas dedicadas al polemista Jean Boucher, a
algunos de los jefes de fila del “refugio noble” (el duque de Aumale, Jacques de Colas, el

191
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

mariscal de Rosne y Denis de Roissieu) o a Henri de Saureulx, fundador del hospital de


San Luis de los Franceses, en Madrid. Pero más allá de estas figuras, también se trata de
reconstruir la “subjetividad” de varios Ligueurs, elemento indispensable a la comprensión
del proceso de confesionalización aludido. Asimismo, los autores estudian las relaciones
que se establecieron entre los refugiados, entre éstos y las múltiples autoridades españolas
con las que entraron en contacto, en Madrid, Bruselas o Milán, y por fin, entre los exiliados
y los parientes que dejaron en Francia. Los títulos de los tres capítulos del libro dan buena
cuenta de su estructura: 1. El origen de los refugiados. 2. ¿Qué pastor, si no es el rey
católico? Los refugiados y el poder español. 3. La comunidad: caracterización, relaciones,
disolución.
El resultado es una pintura del exilio atenta a los procesos de cambio y a los resortes
de la acción individual. El refugio Ligueur se compuso de varias olas de emigrantes que
optaron por el exilio en condiciones distintas y recompusieron en sus lugares de acogida
(esencialmente en Países Bajos) grupos y solidaridades bien diferenciados. Así, los auto-
res distinguen varios tipos de refugio: el refugio noble, constituido por clientelas nobles
percibidas como tales tanto por sus integrantes como por las autoridades españolas en los
primeros años, aunque, al reducirse las posibilidades de protección de los patrones al filo
del tiempo, varias “hechuras” entraron en contacto directo con la Monarquía española; los
Ligueurs de las ciudades (en particular París, Amiens, La Fère y Marsella), entre los que se
destacaban eclesiásticos, letrados o militares, así como un reducido grupo de financieros.
Estos grupos se recompusieron de forma separada en Bruselas y, posteriormente, Tournai
–dejando aparte a los marselleses, refugiados en Italia–, creándose varios grupos de fami-
lias que consiguieron convivir algunos años. Pero no dejan de advertirse contactos entre
los eclesiásticos y los letrados, los letrados y las clientelas nobles. Incluso, entre 1595 y la
paz de Vervines, el conjunto de los refugiados instalados en Bruselas aparecía como una
verdadera “comunidad”. Ésta se definía por su propia identidad, en particular, la concien-
cia de ser un “pueblo elegido” víctima de un “martirio colectivo”, que acompañaba una
sensibilidad religiosa particular. También la definía un proyecto político que evolucionaba
al filo de las dos rupturas que supusieron el reconocimiento de Enrique IV por parte del
Papa (1595) y la paz de 1598. Al respecto, se notará que el exilio no fue concebido como
tal en los primeros años: para la mayor parte de los refugiados, se trataba de continuar la
guerra desde fuera. En cuanto a la adhesión a Felipe II, no fue inmediata (en los primeros
tiempos se buscó un aliado antes que un soberano) ni universal (varios Ligueurs se nega-
ron a acogerse a territorios de la Monarquía española por no aceptarlo como eventual
soberano). Tampoco aparecía como el resultado mecánico de las pensiones españolas, de
pago irregular, ni de la propaganda española, que no arrancó antes de 1595. Por fin, la
comunidad de refugiados se definía por una estructura jerárquica que se revela en los
textos colectivos dirigidos a las autoridades de Bruselas y Madrid, y que éstas aceptaron.
Tal estructuración se fue dislocando después de 1598, cuando varios refugiados optaron
por el retorno a Francia, mientras que otros eligieron la integración a su país de acogida,
ingresando en el clero, el ejército y la administración española o pasando a ejercer allí su

192
prohistoria 10 - 2006

oficio. El capítulo III ofrece aquí un estudio detallado de los factores de estas elecciones
individuales o, en muchos casos, familiares: pesaban en ellas tanto las posibilidades de ser
perdonado y volver a encontrar un estatuto digno en Francia como las capacidades de
integración en la Monarquía española. Así, mientras que los eclesiásticos y los soldados,
los mercaderes y los artesanos no tenían demasiadas dificultades en ejercer su oficio en los
Países Bajos, la integración de los letrados fue más difícil. Por otra parte, conviene adver-
tir que en muchos casos la ruptura con Francia no fue total. Muchos refugiados conserva-
ron vínculos con su tierra de origen, donde dejaron parientes, y pudieron administrar sus
bienes y desarrollar políticas matrimoniales desde lejos. Así, se observan verdaderos re-
partos de las funciones entre los parientes exiliados y los que se quedaron, fruto de estra-
tegias que tendían a la conservación de la familia, fuera cual fuera la evolución política.
El estudio del “movimiento de las opiniones […] complejo” y la “subjetividad” de
los actores obliga a complicar la oposición binaria entre los Ligueurs y los “católicos
reales” partidarios de Enrique IV. Los autores lo hacen de varias formas. Primero, en su
nutrida introducción, ponen de relieve una sensibilidad religiosa distinta, que se apartaba
de la tónica dominante de la Iglesia católica. Se caracterizaba por una preferencia por los
santos mártires y formas de superstición cada vez menos aceptadas por Roma. Este interés
por la cultura religiosa de los Ligueurs, más allá de sus discursos políticos, da la medida de
lo que los separaba de sus contendientes. Permite, también, entender las trayectorias indi-
viduales de los refugiados no como simples traiciones y sumisiones a un monarca extran-
jero, sino como el fruto de convicciones profundas. Así, en los años 1594-1597, Descimon
y Ruiz Ibáñez observan no sólo una “comunidad” del refugio, sino una verdadera lógica de
“partido”. Varios refugiados optaron por Felipe II más por radicalismo que por amor a
España, y para muchos –fuera de las clientelas nobles– el vínculo clientelar no es suficien-
te para explicar la elección personal de la huida (cap. I). Por otra parte, el estudio pone de
relieve la estrecha relación que unía una sensibilidad religiosa distinta a las opciones pro-
piamente políticas de algunos de los refugiados, pues su concepción de la religión afectaba
su visión del vínculo entre Estado e Iglesia, entre el monarca y Dios. Si Boucher evolucio-
nó en su proyecto político, permanecía en pie el abismo que lo separaba de los “católicos
reales”: donde uno hablaba de consensus populi y argumentaba a favor de cierta subordi-
nación del rey a Roma, los otros le conferían al soberano una carga sagrada, haciendo de él
un intercesor supremo, que tiene poco que ver con el proceso de secularización del cual
hablan algunos historiadores. Sin embargo, la oposición no siempre fue tan tajante. Así, a
partir de 1595, algunos Ligueurs y “católicos reales” evolucionaron hacia posiciones de
conciliación, una señal más de la inestabilidad de las afiliaciones que caracterizaba la
confesionalización. Fue preciso esperar varios lustros para que se definieran con más cla-
ridad las líneas de fractura y un hombre como Boucher pudiese exponer, en su testamento,
los credos fundamentales del refugio (cfr. en el epílogo). Otro nivel de análisis confirma la
ruptura que introdujo en Francia el acceso de Enrique IV al trono. Las dificultades de
varias familias de exiliados en reintegrarse a Francia al principio del siglo XVII confirman

193
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

a contrario que el primer Borbón creó una dinámica nueva de relación con las elites, en
particular a través de la venalidad de oficios, de la cual estos refugiados se vieron marginados.
La política de la Monarquía española que se desdibuja a lo largo del libro es intere-
sante. Primero, el estudio confirma lo que se observó en otros ámbitos: los canales de
decisión eran múltiples, a veces concurrentes, nunca unívocos. Así, la decisión de conferir
pensiones, ayudas extraordinarias y otros favores a los refugiados se podía tomar en Ma-
drid pero también en Bruselas, donde los gobernadores se beneficiaban de reducidas par-
celas de autonomía financiera, y era fruto de los pareceres en varias ocasiones opuestos de
responsables de Bruselas y de Madrid. Inútil decir que los refugiados intentaron sacar
partido, con éxitos variados, de los conflictos de poder y lograron, en algunos casos, impo-
ner su propia visión de la política a seguir, con lo que la decisión no fue únicamente una
imposición desde arriba. Corolario, una política de ayudas que variaba en función de las
relaciones de Felipe II y Felipe III con Enrique IV, pero también de la identidad de los
refugiados y los servicios que pudieran ofrecer, de las relaciones de fuerzas que existían en
la corte de Bruselas y de la evolución del estatuto de los Países Bajos en la Monarquía. A
partir de 1598, los monarcas españoles optaron por cierta prudencia, evitando retribuir
excesivamente a los refugiados demasiado visibles, como Boucher, para no suscitar con-
flictos con el rey de Francia, y esforzándose por transformar las mercedes por servicios en
puros actos de caridad para con refugiados desvalidos. En todo el periodo, esta política fue
una administración de la gracia Real. Los aliados políticos de la primera hora se transfor-
maron rápidamente en asistidos. Las reformas sucesivas de las mercedes, no aplicadas, o
sólo parcialmente, permitían recordar a los refugiados que se trataba de favores, consoli-
dándose así la dependencia de aquéllos. Incluso se tardó en contestar sus peticiones para
reforzar su fidelidad. Una política que, a todas luces, no se circunscribía al mantenimiento
de un partido español.

DIEFENDORF, Barbara B. From Penitence to Charity. Pious Women and the Catholic
Reformation in Paris, Oxford University Press, New York - Oxford, 2004, 340 pp.
ISBN 0-19-509582-0, por Marco Penzi (EHESS, París – prohistoria)

L
a historiadora americana Barbara Diefendorf relata en este libro el despegue y la
evolución de la pietas y de la caritas femeninas francesas en el siglo de los santos,
con una mirada particularmente centrada en la ciudad de París.
En el centro de este estudio se ubican las fundaciones de conventos femeninos en
Francia, entre 1600 y 1650. Contando los hechos y reconstruyendo los retratos de las
mujeres que estuvieron en el origen de estas fundaciones conventuales y más tarde carita-
tivas, la autora prueba que la gender history puede ser erudita, históricamente valiosa e
interesante para comprender el Antiguo Régimen y sus prácticas sociales, y también rele-
vante para todos los colegas, incluso para aquellos que parecen desinteresarse por este tipo
de historiografía por meros prejuicios.
Este trabajo sobre la contra-reforma católica francesa en femenino pone el acento
sobre dos puntos: primeramente, sobre una problemática historiográfica que ha considera-

194
prohistoria 10 - 2006

do el rol jugado por las mujeres en la ofensiva católica postridentina como menor. La
historiografía que estudió las fundaciones conventuales femeninas francesas ha continua-
do la línea de una literatura de época muy misógina, típica del siglo. Esta visión caracterís-
tica de una literatura del siglo XVII, mostraba a las mujeres devotas simplemente como
obedientes de las perentorias órdenes de los clérigos, de sus confesores o sencillamente
sumisas a las estrictas reglas de la vida monacal. Para la autora –que no esconde su insatis-
facción con tal historiografía desde las primeras páginas de la introducción–, el rol jugado
por las mujeres no solamente fue importante sino en muchos casos fundamental en el
desarrollo de la religiosidad de comienzos del XVII.
La historiografía revisionista –como la define la autora, es decir, aquella que analiza
los datos más allá de las tradiciones confesionales– se dedicó hasta ahora a minimizar la
importancia del lugar ocupado por las mujeres en la Reforma Católica. A menudo, las
mujeres que participaron fueron representadas como historias de vocaciones truncas, vi-
sión que no ha hecho sino reforzar la idea de que la Contra-Reforma Católica no sólo no
estaba atenta a las iniciativas femeninas sino que, además, era salvajemente hostil a las
mujeres mismas.
Diefendorf, pintando una serie de retratos de mujeres que trabajaron activamente en
este sentido, demuestra que la reconquista postridentina, para Francia, fue el fruto de una
vasta colaboración entre clérigos y laicos, pero sobre todo entre hombres y mujeres, en
partes iguales. La autora pone el acento en el hecho de que no fue la Iglesia la que encaró
la construcción de los conventos, sino que los mismos fueron levantados gracias a iniciati-
vas de particulares que, en el caso parisino, fueron mujeres laicas, casi siempre esposas o
viudas de ricos aristócratas y oficiales del rey.
Estas mujeres, hijas de la elite francesa de comienzos del siglo XVII, tuvieron enton-
ces un rol principal en la fundación y en la gestión de los conventos. Para el periodo en
estudio, ellas encontraron impulso tanto en un ardor religioso, que las muestra como fun-
dadoras pero también como religiosas y luego como administradoras, como en los clichés
sociales que pretendían que una viuda, si no se consagraba a Dios, debía al menos operar
a favor de los pobres. Así, ellas mostraban su moralidad a toda la sociedad.
El segundo punto sobre el cual Diefendorf basa su estudio está perfectamente resu-
mido en el título de su libro: de la penitencia a la caridad. Reconstruyendo la evolución de
la reconquista católica en femenino, la autora muestra los cambios en la espiritualidad
francesa durante el periodo comprendido entre el fin de las guerras de la Liga Católica y la
Fronda.
Esta evolución parte del análisis de que las primeras “devotas”, como la bienaventu-
rada Barbe Acarie, experimentaron sobre ellas mismas lo que fue, para Francia, una nueva
forma de religiosidad que encontraba sus raíces en el fervor místico penitencial que las
guerras de religión habían causado entre los católicos.
Esta espiritualidad, inclinada a la penitencia interior, era típica de los periodos agita-
dos de la guerra civil y de religión mantenida en Francia a finales del siglo XVI, acompa-
ñada de la visión de un mundo en vías de hundirse en el pecado y la herejía. Frente a estos

195
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

males, la respuesta de los católicos franceses había sido una investigación interiorizada de
una relación mística con Dios, pero también prácticas penitenciales duras –para las muje-
res siguiendo los ejemplos de Santa Catalina o Santa Teresa– a cumplir en privado con la
disciplina o públicamente en procesiones penitenciales típicas del periodo de la Liga.
Estas formas de religiosidad, esencialmente medievales, con el desarrollo del siglo
fueron progresivamente reemplazadas (aunque no completamente abandonadas) por una
búsqueda no de mortificación de la carne sino de la caritas hacia los otros, en particular las
mujeres.
Reconstruyendo este proceso, Diefendorf subraya la evolución que se operó en la
religiosidad de lo que la historiografía ha denominado el partido de los devotos.
De un origen que encuentra sus raíces en una investigación interiorizada, fruto del
periodo de guerras de religión y que es común a los católicos devotos (los liguistas) y a sus
adversarios (los politiques) –fueran ellos hombres o mujeres–, Diefendorf logra desmon-
tar la importancia de la predicación operada por San Francisco de Sales y San Vicente de
Paul sobre este cambio que caracterizó particularmente los establecimientos y fundaciones
de conventos femeninos hacia los años 1630s.
En esa época, durante la cual se sumaba a lo dicho la política del Cardenal de Richelieu,
que no apreciaba las formas de vida religiosa que se autoexcluían del mundo, la religiosi-
dad mística típica de las primeras fundaciones religiosas de comienzos de siglo fue reem-
plazada por el modelo de la caritas evangélica de Jesús (Mateo, 25, 40), ese que ayuda,
enseña y es amigo de los pobres. Esta evolución fue de la mano de otra visión del mundo,
de un cambio generacional, propio de la segunda generación de mujeres devotas, que no
habían conocido las privaciones y horrores de la guerra civil y que no habían compartido
con sus correligionarios esta onda de furor místico penitencial.
Barbara Diefendorf explica este cambio analizando particularmente las fundaciones
de órdenes femeninas, sus estatutos y su presencia en el mundo hasta el periodo que suce-
dió a la Fronda (hacia 1650), cuando comenzó una nueva era de religiosidad católica y de
ayuda a los indigentes diferente de las precedentes, ya que ella marcó el reclutamiento de
hombres sobre un sector de ayuda a los más desfavorecidos, que habría contrariado parti-
cularmente a las órdenes femeninas.
En este sentido, la fundación del Hospital General en 1656, fruto de la voluntad de la
Compañía del Santo Sacramento (una asociación religiosa católica únicamente masculina,
pero donde dominaba el secreto) marcó no solamente el fin de una época de actividad de
las mujeres sino también un cambio en el nivel de asistencia aportado a los débiles. La
misma fue cada vez menos expresión de una compasión típicamente cristiana, convirtién-
dose en una campaña para la reforma moral, dado que mendigos, vagabundos, prostitutas,
niños abandonados y enfermos mentales comenzaron a ser reclutados en las calles para
encerrarlos, incluso utilizando la fuerza si era necesario.

196
prohistoria 10 - 2006

ALONSO GARCÍA, David Una corte en construcción. Madrid en la Hacienda Real


de Castilla (1517-1556), Miño y Dávila, Buenos Aires, 2005, 230 pp. ISBN 84-95294-
67-2, por Anne Dubet (Université Blaise Pascal – Clermont-Ferrand)

E
l estudio de un sector reducido de la Hacienda Real –la organización en Madrid del
encabezamiento de las alcabalas pagadas al rey– le permite a David Alonso García
analizar la evolución de la relación entre el rey y una oligarquía local y, a través de
ella, las modalidades concretas del ejercicio del poder Real en un territorio.
Como lo anuncia su título, este libro asocia armoniosamente historia política e historia
financiera. Defiende una tesis contraria a la idea dominante: para el autor, Madrid no
estaba tan lejos de proyectos de Corte antes del año 1561, en que Felipe II sedentarizó su
Corte en la villa.
Dos argumentos se desarrollan en los 7 capítulos. En primer lugar, que Madrid era
un centro financiero mucho antes de 1561. La aspiración (no satisfecha nunca) de la villa
a convertirse en feria de pagos, la presencia de numerosos banqueros y cambistas españo-
les –o italianos naturalizados–, los vínculos comprobados entre hombres de negocios ma-
drileños y redes de banca internacional –en particular los mercaderes genoveses y alema-
nes– revelan un dinamismo financiero que no esperó al año 1561 para florecer. Por otra
parte, Madrid ocupaba un espacio notable en la Hacienda Real. El encabezamiento de las
alcabalas por la villa, para la misma aglomeración y una parte variable de su tierra, desde
fines del siglo XV, le valía al rey ingresos regulares. Éstos servían de situado firme a una
deuda consolidada (constituida de juros) en ligero aumento al filo del reinado. Por ello, la
participación directa de grandes financieros del rey, como sus tesoreros generales, en la
cobranza de las alcabalas de Madrid, no era una casualidad.
Como corolario, y segundo argumento, la sedentarización de la Corte no metamorfoseó
a Madrid, haciendo de un pueblo agrícola un gran centro financiero y administrativo de un
día para otro. Se estableció, en cambio, una relación política privilegiada entre la villa y el
rey Carlos V mucho antes de 1561. Esto se tradujo en el ámbito fiscal por la constante
negociación de las modalidades de administración de la alcabala. Por cierto, los actores
desarrollaban aquí discursos opuestos y complementarios. El Monarca pretendía conceder
graciosamente a la villa la autorización de encabezarse, para hacer justicia a sus vasallos y
protegerlos contra los odiados arrendadores de impuestos, y esperaba de Madrid manifes-
taciones concretas de su agradecimiento. Los regidores, al contrario, consideraban que la
licencia para encabezarse era la recompensa legítima de los servicios prestados al Rey, en
particular la acogida dada a la Corte. Pero en ambos casos, se trataba de intercambiar
favores y servicios. La primera merced del Rey fue la presencia frecuente de la Corte, que
le valió a Madrid ingresos fiscales más elevados y un crecimiento demográfico nada des-
deñable. La relación política que se establecía con el Rey pasaba por individuos. El autor
demuestra que si se pueden distinguir dos, e incluso tres, interlocutores en la negociación
de la alcabala –la Monarquía y la villa o la Monarquía, la villa y los hombres de nego-
cios–, los grupos estaban imbricados, los intereses mezclados. Así, varios regidores esta-
ban interesados –directamente o a través de parientes y asociados– en la Hacienda del Rey

197
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

y de la villa. Otros, o los mismos, combinaban oficios reales, hasta la cúpula de la adminis-
tración, y oficios municipales. Si David Alonso no pretende describir las redes de forma
exhaustiva, pone de relieve el papel de varios grupos familiares, algunos de los cuales
hicieron largas carreras al servicio de la Monarquía. A este respecto, uno puede lamentar
que el libro no comporte un índice patronímico que hubiera sido útil a los investigadores
interesados en el periodo.
El conjunto de la demostración se basa en un análisis pormenorizado de las modali-
dades de cobranza de las alcabalas, las relaciones entre los oficiales del rey y los oficiales
de la villa que participaban en ella, el monto de las rentas y su empleo. Esto da pie a
puntualizaciones útiles. El análisis pone de relieve la multiplicidad de las cajas. Así, el
encabezamiento de las alcabalas de Madrid se subdividía en una serie de ingresos que
constituían los situados particulares de los juros vendidos o regalados por el rey. Se adivi-
nan las consecuencias: era preciso tener buenas relaciones con el que pagaba efectivamen-
te el juro, más que con el receptor de la villa, para gozar de pagos regulares, o tener
suficientes informaciones sobre el detalle de las rentas que constituían las alcabalas para
poder obtener la “mudanza” del juro hacia sus partes más rentables. Los miembros de la
oligarquía y los financieros, claro está, tenían mejores oportunidades. Por otra parte, el
análisis de las modalidades de la cobranza invita a matizar visiones excesivamente esque-
máticas de las elecciones políticas que se hacen aquí. El lector puede verificar que cuando
la alcabala se ponía en administración directa (la fieldad) –siempre debido a la ausencia de
candidatos al arrendamiento o de contribuyentes dispuestos a encabezarse–, los individuos
solicitados eran los mismos que intervenían en las formas de administración delegada. Lo
cual diluye la frontera entre intereses privados y bien público. Por fin, la organización del
control contable, la dinámica de los procesos contra eventuales fraudes y la negociación de
las sentencias ocasionan reflexiones sugestivas, aunque el autor pudiera haberles dedicado
más espacio.
Uno de los mayores aportes del libro es que evidencia el beneficio a la vez político y
financiero que la villa sacaba de los impuestos del rey. Político, pues ella organizaba el
encabezamiento, lo que le permitía favorecer a ciertos contribuyentes y ejercer su liberali-
dad al distribuir las responsabilidades. O sea, ganar en influencia. Esta actividad también
le valía la gratitud del rey. A este respecto, David Alonso echa nueva luz sobre la conclu-
sión de las Comunidades, al mostrar cómo la negociación financiera le permitió a Madrid
obtener el perdón Real para algunos de sus vecinos, rebeldes, pero acomodados. Beneficio
financiero, pues si Madrid no lograba obtener la perpetuidad del primer encabezamiento,
el precio de éste se elevaba poco y parece evidente para todos que se hubiera pagado al rey
una suma muy superior si se hubiera cobrado el precio legal de la alcabala, un 10% de los
intercambios. Por otra parte, la villa llegó a controlar parte de las sobras del impuesto, la
diferencia entre la suma pagada por los contribuyentes y la entregada al rey por el encabe-
zamiento. Estas sobras eran suficientemente sustanciales como para suscitar un pleito en-
tre los hombres de negocios que participaban en la cobranza y la villa en los años 1540s. Al
final, la villa consiguió obtener que las sobras sirvieran para pagar las obras urbanísticas

198
prohistoria 10 - 2006

causadas por la presencia de la Corte. Inútil decir que provecho de la villa y provecho del
rey se confunden aquí.
En suma, el primer argumento de la demostración es ampliamente ilustrado. Madrid,
sin duda, era un centro financiero no desdeñable antes de 1561. El autor reconoce en su
conclusión que esto no explica por qué la villa se convirtió en Corte permanente del rey,
sino sólo porqué podía serlo. La Península Ibérica poseía, en efecto, plazas financieras
más notables. En cuanto a la dinámica negociadora suscitada por las alcabalas, otras ciu-
dades castellanas la pusieron en obra –incluso Madrid llegó a organizar acciones concerta-
das con otras ciudades, como Segovia. Así, la interpretación propuesta por Alonso García
no excluye las explicaciones de la elección de Madrid que dieron otros autores. Pero para
afinar las razones políticas y financieras que llevaron a Felipe II a convertirla en Corte
permanente, sería deseable poder establecer comparaciones con otras ciudades estudiando
su negociación fiscal con la Monarquía, así como reconstituir, si fuera posible, el punto de
vista del entorno Real. Este libro es una excelente invitación a hacerlo.

EDOUARD, Sylvène L’empire imaginaire de Philippe II. Pouvoir des images et discours
du pouvoir sous les Habsbourg d’Espagne au XVIe siècle, Honoré Champion, Paris,
2005, 416 pp. ISBN 2-7453-1229-4, por Marco Penzi (EHESS, París – prohistoria)

C
ontrariamente a lo que sugiere su título completo, el libro de Sylvène Edouard se
ocupa del imaginario político del reinado de Felipe II, mientras que el simbolismo
imperial de Carlos V sólo es considerado como punto de partida de la evolución
del discurso político del Rey Prudente.
El libro, fruto de una tesis doctoral, moviliza una multiplicidad de fuentes: relacio-
nes coetáneas, relatos de entradas regias, pinturas, grabados, discursos políticos, sermo-
nes, tratados literarios, relatos historiográficos, etc.
De hecho, trata de reproducir, para la España del siglo XVI, los análisis que varios
autores han realizado para Francia en la misma época. A causa de la amplitud del tema y de
la investigación requerida, el trabajo propuesto es realmente enorme.
El análisis de lo que la autora define como una enseñanza del imaginario, constituye
el hilo conductor que la lleva desde los primeros años públicos de Felipe II hasta sus días
finales.
Esta enseñanza muestra a un Felipe representado bajo varias formas: el “aventurero”
de las entradas y de los juegos de batalla simulados (típicos de las fiestas renacentistas) de
los primeros años, pasando por el rey (no emperador) hasta llegar al rey-prelado, práctica-
mente oculto a los ojos de sus súbditos de finales del siglo XVI.
El trabajo es admirable por el conjunto de fuentes movilizadas, pero, desgraciada-
mente, falta una conexión evidente entre un capítulo y el otro. Cada uno contiene cierta
visión explicativa del tema que no es uniforme y parece ser un desenvolvimiento aislado
de un aspecto dado de la representación del imaginario monárquico español. El sutil hilo
que los unía es, seguramente, muy precioso, se diría casi brocado, digno de las mejores

199
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

sedas del Renacimiento, pero en el conjunto de la obra falta el paciente trabajo de costura
que da cuerpo a una pieza inestimable.
Al margen de esta crítica, el libro de Sylvène Edouard analiza el largo recorrido de la
representación del simbolismo monárquico español bajo Felipe II. En su juventud, se re-
presentaba como caballero aventurero a través de sus magníficas entradas (el viaje acome-
tido a los Países Bajos en 1548-49 y las ceremonias de las entradas por el joven príncipe
son detalladamente descriptas) exhibiendo a sus súbditos, de esta manera, las calidades
que habían hecho de sí un buen soberano.
El desarrollo sucesivo de la educación monárquica muestra que estos juegos repre-
sentativos fueron sustituidos por los retratos oficiales, ya no de un joven príncipe sino de
un nuevo rey, los cuales proponían al espectador una imagen del soberano basada, esta
vez, sobre la responsabilidad y confianza que la función monárquica debía inspirar a sus
súbditos. Este estilo era la expresión de una nueva majestad Real. Los retratos servían,
hacia los años 1550s., para inaugurar una nueva era de la vida de Felipe pero también de la
representación.
El libro prosigue estudiando las sucesivas etapas del imaginario Real, que ha debido
suplir una falta de Imperio de Felipe frente a su padre, Carlos V. De esta manera, la heren-
cia simbólica, evocada en la imagen de las dos columnas, está llamada a callar según la
situación histórica y los acontecimientos y los proyectos políticos de la Monarquía. Así, al
imaginario troyano (de origen borgoñón) y a la legitimidad romana de los ancestros
Habsburgo, poco a poco se impuso otro simbolismo más centrado sobre el mito
providencialista y milenarista de origen medieval de la Monarquía española.
La autora lee la utilización simbólica en torno de la imagen de Felipe II ante todo
como la de un rey providencial en la lucha contra la herejía y los musulmanes (españoles y
no españoles), que tuvo su apogeo con la Santa Liga de 1571 –la cual, desde luego, no fue
la última cruzada de la cristiandad contra los turcos, como afirma la autora en la p. 146.
Siempre procediendo por etapas, según la sucesión temporal de los acontecimientos,
Edouard muestra los diversos cambios operados en el discurso simbólico: también el rey
mesiánico de la revuelta de los moriscos dejaría lugar a un rey Salomón que era al mismo
tiempo virtuoso, sabio, lúcido y reformador de la Iglesia –a través de la contra-reforma.
Según la interpretación de la autora, este viaje en el imaginario termina en el Esco-
rial, donde el soberano ya no era un rey-guerrero sino una suerte de rey-pontífice, que
tendía a alejarse cada vez más del mundo hasta devenir invisible, para acceder al Reino de
Dios al término de su viaje terrenal.
Felipe II, como un ave fénix –símbolo utilizado después de la muerte del rey– rena-
cería en un antiguo esplendor para ser acogido en el Reino de los Cielos.
El recorrido y el tema analizado en este libro son importantes y ameritan largamente
estudios ulteriores que puedan verificar o modificar las tesis de la autora. Pero, dada la
dificultad del objeto y del arco temporal analizado, este trabajo debe considerarse como
pionero en un nuevo espacio de investigación. La amplitud de la tarea propuesta está pro-
bablemente entre las fuentes de los defectos que el libro contiene. El lector se percatará de

200
prohistoria 10 - 2006

que el relato de los hechos es casi siempre muy resumido, impidiendo prácticamente toda
posibilidad de comprensión histórica, pero también, me parece, de contestación a las tesis
de la autora.
Para tomar un ejemplo, Felipe II parece ser un rey devoto, incluso penitente, antes
que un rey-pontífice que demanda perdón de sus pecados según un ritual ya conocido
desde la Edad Media, y del cual los últimos años de Carlos V son una demostración evi-
dente.
De otra parte, sería interesante analizar el simbolismo monárquico de Felipe II tam-
bién a través de sus incongruencias, así como mediante la herencia dejada al sucesor de la
Casa de Austria. Pero será éste el trabajo de otros. Otros que, sin duda, podrán utilizar el
apreciable esfuerzo capitalizado en L’empire imaginaire de Philippe II.

ANDÚJAR CASTILLO, Francisco El sonido del dinero. Monarquía, ejército y


venalidad en la España del siglo XVIII, Marcial Pons Historia, Madrid, 2004, 485
pp. ISBN 84-95379-90-2, por Rafael Guerrero Elecalde (UPV – prohistoria)

S
in que suene el dinero”. Así lo demandó Miguel Ric Egea en una carta dirigida al
“ oficial mayor de la secretaría del Despacho de Guerra en el proceso que inició pa-
ra la consecución de un despacho de coronel a favor de Alonso Villalpando Ric,
su sobrino.
Desde que Francisco Andújar Castillo elaboró su tesis doctoral sobre el ejército de
los Borbones, publicada con el título de Los militares en la España del siglo XVIII: un
estudio social (Universidad de Granada, 1991) ha ido introduciendo nuevas variables y
perspectivas en sus investigaciones, llegadas desde la historia social del poder o la nueva
historia política (como el patronazgo o el peso de la familia en la toma de decisiones
políticas), consiguiendo importantes progresos en el conocimiento de una institución tan
importante, y a la vez tan compleja, como era el ejército durante el siglo XVIII. Durante
este tiempo, por ejemplo, ha abordado cuestiones relacionadas con su educación, su privi-
legiado fuero o sobre los centros de poder militar y las Capitanías Generales.
Esta vez, bajo un título muy sugerente y prologado por el experto sobre la adminis-
tración española del Antiguo Régimen Jean Pierre Dedieu, presenta los resultados de sus
últimas investigaciones introduciendo un nuevo elemento, muchas veces olvidado, que
ayuda a conformar en toda su complejidad el cotidiano funcionamiento y la aparente rigi-
dez de la jerarquía de ascensos y nombramientos, como fue la venalidad en los cargos de la
oficialidad a lo largo de toda esa centuria.
Por lo tanto aborda, tomando como hilo conductor la institución militar, una de las
cuestiones olvidadas en el panorama historiográfico actual: la compraventa de los cargos
durante los reinados de los Borbones. Hasta ahora, y salvo alguna excepción, los plantea-
mientos han apuntado básicamente a que la racionalización empleada en las diferentes
administraciones que se llevaron a cabo a partir de la llegada al trono de Felipe V fue
acabando con este tipo de prácticas, lo que la diferenció de una época mucho más incierta
para la historia de España como fue el reinado de los últimos Austrias, donde las

201
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

incapacidades personales junto con las imperiosas necesidades de la Hacienda Real pro-
vocaron una multitudinaria venta de cargos y de honores en las diferentes administraciones
y ámbitos políticos y económicos de la Monarquía.
Perfectamente documentado con los legajos conservados en el Archivo General de
Simancas y el Archivo Histórico Nacional de Madrid, así como por los datos informatizados
albergados en la base de datos Fichoz mantenidos por Jean Pierre Dedieu, el repaso de la
Gaceta de Madrid y su sobresaliente experiencia en el conocimiento del ejército borbónico,
así como en el tratamiento de las fuentes documentales, Francisco Andújar consigue de-
mostrar que la venalidad se prolongó en España a lo largo del siglo XVIII y presenta los
cuatro mecanismos utilizados para la realización de estas operaciones.
El primero y el más extendido, definido como venalidad privada, se realizó a través
de asentistas y oficiales reclutadores que, ante la incapacidad de la Corona de reclutar las
tropas en momentos de guerra, recibieron despachos de oficiales en blanco a cambio de la
formación del regimiento completo, vestido y armado. Por otra parte, la venalidad pública
la iniciaba la propia secretaría del Despacho de Guerra por medio de una negociación
directa entre los futuros compradores y los intermediarios dedicados a buscar los posibles
inversores. Por último, los otros dos mecanismos fueron derivaciones de las descritas an-
teriormente y se desarrollaron durante los reinados de Carlos III y Carlos IV, respectiva-
mente.
Para la presentación de estos resultados, el libro se divide en cuatro partes muy rela-
cionadas con los diferentes reinados en España durante el siglo XVIII, insertando este
fenómeno en los contextos particulares de cada periodo y explicando, clara y minuciosa-
mente, los pasos llevados a cabo para la formación de los regimientos marcados por la
venalidad, como por ejemplo el regimiento de Lucena y el regimiento de Fusileros Reales
para el servicio de Artillería, durante el reinado de Felipe V.
Entre estos capítulos, quizás el más logrado sea el que se adentra en las operaciones
venales desarrolladas a través de la clientela del marqués de la Ensenada, en la que mues-
tra perfectamente, en lo referente a la venalidad, las redes establecidas en torno a la secre-
taría del Despacho de Guerra, durante los primeros años del reinado de Fernando VI.
Como bien contempla el autor, “la complejidad de la tarea de estudiar la venalidad
deviene del objeto mismo del estudio” (que se silencia tanto por parte del comprador como
por parte del vendedor, la Corona), lo que hace más meritoria la investigación. En ella
muestra, a lo largo de este tiempo, los valores monetarios que alcanzaron en la “almoneda”
los cargos de oficiales expuestos a la venalidad.
En cambio, no debemos pensar que todo se vende. Aunque este ejercicio no acabó en
los años menos belicosos, lo que colaboró a que algunas carreras militares –las más verti-
ginosas– pudieran fundamentarse enteramente en esta compraventa, es evidente que fue en
los periodos de guerra cuando los mecanismos de la venalidad se extendieron más amplia-
mente, por la falta de efectivos en el ejército y, cómo no, con la sempiterna escasez de
dinero en las arcas Reales.

202
prohistoria 10 - 2006

Asimismo, también pudieron realizarse compras ocasionales por parte de oficiales


que se sintieron necesitados de un espaldarazo a su carrera, por particulares que desearon
honores a través de un grado de oficial y no debemos olvidarnos de aquellos militares que
forjaron sus ascensos por el conducto “ordinario” sin recurrir a estas operaciones venales.
Por otra parte, Francisco Andújar contempla, acertadamente, el ennoblecimiento que
supuso esta vía rápida de entrada en los puestos de oficiales en el ejército. Para alcanzar
ciertos grados había que demostrar la nobleza de sangre, y la venalidad, junto con la flexi-
bilidad de los agentes del rey, abriría la puerta de la distinción a muchas familias prove-
nientes del comercio. También apunta la relación que pudo haber existido entre la conse-
cución de los grados de oficial y la inmediata obtención de un hábito de alguna de las
órdenes militares del momento.
A este respecto, hace un esfuerzo por determinar qué motivaciones les llevaron a
invertir en estas cuestiones y la procedencia y el origen social los demandantes de estas
operaciones venales. Sin ninguna duda, se trata de uno de los propósitos más ambiciosos y
complicados de este libro. La propia configuración de las redes sociales de las elites en el
Antiguo Régimen provoca que resulten escasas las clasificaciones en las clásicas catego-
rías sociales utilizadas hasta ahora, y que se haga necesaria una determinada investigación
sobre la compleja política familiar de colocación de sus vástagos en carreras en el marco
amplio de la Monarquía.
Además, en esta investigación se están proponiendo cuestiones relacionadas con el
poder absoluto del rey, que delegó parte de su “gracia” en diferentes agentes para poder
levantar regimientos y hacer frente a las necesidades militares de la Monarquía. Por otro
lado, en el texto quedan planteadas las propias contradicciones surgidas entre las grandes
políticas trazadas en los reales decretos y las reales órdenes y el ejercicio cotidiano del
poder, muy determinado por la imperante exigencia de la resolución de los problemas más
inmediatos.
Evidentemente, las consecuencias de estas ventas de los grados de oficiales provoca-
ron importantes carencias en los cuerpos militares españoles. Entre otras, niños con el
grado de capitán, coroneles sin ninguna experiencia en el ejercicio de las armas y, proba-
blemente, la frustración de aquellos oficiales de carrera que tuvieron que cumplir largos
años de servicio para la materialización de sus ascensos y que debieron compartir sus
espacios con estos otros militares, cuyo único mérito fue el dinero.
En definitiva, El sonido del dinero. Monarquía, ejército y venalidad en la España
del siglo XVIII supone una obra de obligada lectura para aquellos que se acerquen al
estudio del ejército borbónico, para los que investiguen sobre la sociedad del siglo XVIII,
para los estudiosos de la administración, así como para aquellos interesados por las formas
de gobierno y el reparto de poder en el Antiguo Régimen. Probablemente, Francisco Andújar
esté continuando con esta línea de investigación y pronto presentará nuevos e interesantes
resultados que darán más luz a un fenómeno tan importante como fue la venalidad y, en
general, al conocimiento del ejército durante el siglo XVIII.

203
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

DALLA CORTE, Gabriela Casa de América de Barcelona (1911-1947). Comillas,


Cambó, Gili, Torres y mil empresarios en una agencia de información e influencia
internacional, LID, Madrid, 2005, 373 pp. ISBN 84-88717-82-2, por Lea Geler
(Universitat de Barcelona)

P
recedido por las palabras de Antoni Traveria Celda, Iago de Balanzó y Solà y Francesc
Granell Trias, el libro de Gabriela Dalla Corte desarrolla en extenso el proceso
histórico de fundación y desenvolvimiento de las actividades sociales, empresariales
y comerciales de la Casa de América de Barcelona (CA) en la primera mitad del siglo XX.
Los prologuistas coinciden en destacar este libro como un aporte a la recuperación de la
memoria histórica de la labor de esta institución, y específicamente de las relaciones
establecidas entre Cataluña y América Latina. Si se insiste en este punto es porque aún
siendo fundamental su impacto en el proceso de expansión corporativa iberoamericana,
la CA no había sido un referente suficientemente estudiado y analizado hasta ahora.
La CA fue fundada en 1911 por miembros de la burguesía española (mayormente
catalana), encabezada por Francesc Cambó, Rafael Vehils y el Marqués de Comillas, con
la finalidad de recuperar la presencia de Cataluña en América después de la pérdida de las
últimas colonias españolas de Cuba, Filipinas y Puerto Rico a fines del siglo XIX. Es así
que en el marco del estudio de las redes de relaciones sociales, la autora hace hincapié en
el rol de la CA –entendida como una asociación internacional de comerciantes, empresa-
rios e intelectuales de la burguesía catalana-española y latinoamericana– como promotora
del desarrollo de esas mismas redes y sostenedora de una expansión comercial y empresa-
rial que abarcó un ámbito geográfico que trascendió los límites iberoamericanos para in-
sertarse también en Europa. Así, uno de los objetivos que se propone la autora –y que
consigue gracias a la extraordinaria cantidad de aportaciones archivísticas y
sistematizaciones de datos– es captar la originalidad de las experiencias asociativas barce-
lonesas. Según Dalla Corte, el asociacionismo transnacional barcelonés representado por
la CA sostuvo un espacio de sociabilidad –entendido como parte de la “cultura corporati-
va”– y también creó una suerte de agencia de concentración y distribución de información
iberoamericana mediante una profusa red de delegados de la CA que actuaban en diversos
puntos del espacio latinoamericano, recopilando información que era luego reenviada a la
casa central en Barcelona. De este modo, la autora propone que la CA permitió establecer
densas redes empresariales con una forma novedosa para la España de la primera mitad del
siglo XX, y permitió que se desarrollaran a través de ella prácticas de sociabilidad y de
agregación social que incidieron diferencialmente en las prácticas políticas y empresariales.
Mediante el ejemplo del empresario Francesc Cambó, cofundador y director de la
compañía de electricidad de capitales españoles con sede en Buenos Aires (CHADE) y de
la historia de esta empresa, la autora enhebra este tejido en red que muestra los estrechos
vínculos de la burguesía hispano-americana y el asociacionismo como eje organizador de
ciertas políticas económicas. Cambó, Vehils y el resto de los empresarios estudiados son
tomados por la autora como “referentes”, es decir, como componentes de una red de rela-
ciones más amplia que inciden en todos los ámbitos económicos.

204
prohistoria 10 - 2006

Con la finalidad de llevar a cabo esta investigación, Dalla Corte declara haber suma-
do principios básicos de la historia social, de la historia de la empresa y de la cultura, para
captar el momento particular en que la desestructuración de un orden estaba dando emer-
gencia a uno nuevo, tanto en América como en España (pérdida de las últimas colonias en
1898, Tratado de París, guerras mundiales, Guerra Civil española) y en donde el papel de
los Estados Unidos era cada vez más decisivo. En ese nuevo orden, los empresarios espa-
ñoles, en gran medida catalanes, se esforzaron por mantener los vínculos con el área ibero-
americana y la continuidad del flujo de inversiones, objetivo principal de la CA. Así, la
historiadora destaca que fue la iniciativa privada la encargada de desarrollar las relaciones
iberoamericanas, para lo cual se apoyó en la organización asociativa de la CA y en el
mencionado sistema de documentación e información que posibilitó la red de delegados
que la constituían. Las colecciones de este sistema de documentación e información –que
se encuentran actualmente en proceso de catalogación bajo su dirección– y el periódico El
Mercurio –cuyos editores promovieron la creación de la CA– constituyen las fuentes prin-
cipales sobre las que está basado el trabajo.
Finalmente, Dalla Corte demuestra con su libro que las empresas de servicios públi-
cos (como la CHADE, vinculada a través de la figura de Cambó a la CA de Barcelona)
pueden ser entendidas como “espacios de circulación de redes sociales y de circuitos de
poder económico” (p. 276). De este modo, según la historiadora, los grupos empresariales
se basaron en las prácticas asociativas “para vertebrar sus intereses productivos con los
mercantiles a través de corporaciones tales como las cámaras de comercio, en tanto orga-
nismos de defensa de los intereses empresariales, y la CA, en su calidad de agencia de
información iberoamericana” (p. 279). Si hasta el momento, y para el caso argentino, el
asociacionismo ha sido mayormente estudiado en relación con las asociaciones de
inmigrantes llegados de Europa, la investigación de Dalla Corte abre nuevas y enriquece-
doras posibilidades para el análisis de este tipo de relaciones sociales, ya que, además,
demuestra cómo la iniciativa privada suplantó al Estado en el papel de gestor de relaciones
comerciales entre España y América Latina en el contexto anterior a la llegada de los
gobiernos de carácter populista y su papel estatizador fundamental. Los espacios simbóli-
cos así generados, sustentados por redes sociales de burgueses iberoamericanos, son tierra
fértil para nuevas investigaciones que focalicen en la dinámica de las relaciones estatales y
privadas entre sí y con la sociedad civil como un todo, así como las estrategias empresaria-
les pero también políticas y económicas que del estudio de estos espacios y dinámicas
surgen a la luz.
La bibliografía que presenta el libro es actualizada y podrá servirle, así como el libro
en su conjunto, a todos aquellos investigadores que basen sus estudios en la historia econó-
mica y empresarial de España y de América Latina. Pero sobre todo, son aquellos que
desarrollen trabajos en el área de las redes sociales, el asociacionismo y el papel del Esta-
do, quienes podrán disfrutar de una investigación contundente y novedosa, que lleva, en
última instancia, a replantearnos acerca del papel de la mirada del historiador al momento
de juzgar las fuentes con las que trabaja y de evaluar los marcos metodológicos que utili-

205
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

zar. Este libro –acreedor del premio LID– desvela metódicamente las dinámicas de un
sector social para concretar sus intereses particulares en ámbitos regionales amplios, y
acerca al lector a la teoría de las redes sociales, una interesante herramienta a la hora de
encarar una investigación.

CAVIGLIA, Mariana Vivir a oscuras. Escenas cotidianas durante la dictadura, Aguilar,


Buenos Aires, 2006, 208 pp. ISBN 987-04-0343-3, por Lucía Brienza (UNR – CONICET)

E
n un momento en el cual han comenzado a abundar las investigaciones, reflexiones
y debates de todo tipo en torno a los años 1970s. en la Argentina, una indagación
sobre la vida cotidiana en ese periodo resultaba casi imprescindible.
Mariana Caviglia, licenciada en Comunicación Social, se propone avanzar en este
campo con un libro que tiene su origen en la tesis de grado de su carrera.
Son cada vez más numerosas las ocasiones en que distintos estudiosos se preguntan
por las condiciones sociales de implantación del Gobierno militar. Es decir, qué caracterís-
ticas ostentaba la sociedad argentina a mediados de los años 1970s. que posibilitaron no
sólo la instauración sino también la perpetuación, durante 7 años, de una de las dictaduras
más sangrientas de América Latina.
En esta dirección, Caviglia interroga a los argentinos que “suelen ser englobados
como ‘el resto de la sociedad’” (p. 13). ¿Existía un consenso tácito sobre los actos de
terrorismo perpetrados desde el Estado? ¿Se trataba de una anuencia silenciosa provocada
por la más violenta coacción? ¿Qué escala de grises podía situarse en medio de estos
extremos?
El libro de Mariana Caviglia pretende responder algunos de estos interrogantes:
“intento explorar cómo se construyeron, en la vida cotidiana, las di-
versas condiciones que hicieron posible el surgimiento, la instalación
y las consecuencias de la última dictadura militar argentina; es decir,
cómo el régimen militar tejió su hegemonía en el espacio de la
cotidianidad y llegó a ser posible, más allá de las conocidas razones
políticas, económicas, sociales internacionales, también porque en-
contró, creó o recreó allí condiciones sobre las cuales sostenerse”
(pp. 11, 12).
Sin embargo, Caviglia no explota en su escrito las múltiples aristas plausibles de ser
interrogadas alrededor de las razones del consenso social. Pilar Calveiro nos advertía,
hace ya varios años, que “la represión consiste en actos arraigados en la cotidianidad de la
sociedad, por eso es posible”.1 Pero la autora de Vivir a oscuras no logra poner de mani-
fiesto la posible relación entre represión y sociedad, en tanto se limita a recoger testimo-
nios sin llevar adelante un análisis profundo y crítico de ellos.

1 CALVEIRO, Pilar Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina, Colihue, Buenos
Aires, 2001.

206
prohistoria 10 - 2006

En la Introducción sostiene: “he intentado mantenerme fiel a las historias que me han
contado, sin juzgar ni hacer interpretaciones, aunque mi mirada sobre los acontecimientos
esté presente en el modo de construir esas escenas y en la elección de una forma de narra-
ción” (p. 14), e intenta hacerlo reduciendo su presencia a los tres textos que intercala entre
los testimonios. Pero es esa presunta fidelidad la que le resta riqueza al texto y lo despoja
de las características más atractivas de un trabajo de este tipo, sin lograr tampoco borrar su
posición, que se trasluce en los juicios que ella pretendidamente omite pero que están
presentes. A modo de ejemplo, podemos citar el siguiente: “Marta […] se oponía indefec-
tiblemente a toda lucha armada. Creía que esa no era la única salida y que el sacrificio de
una generación no llevaba al nacimiento de una sociedad mejor” (p. 51). Frente a la lectura
de estas líneas, resulta inevitable preguntarse: ¿sabía Marta que lo que venía de la mano
del “proceso” era el sacrificio de una generación? ¿O son palabras de la autora? Mejor
aún: ¿no se tratará del particular producto que resulta del encuentro entre un entrevistador
y un entrevistado? Todos los trabajos sobre testimonios orales hacen hincapié en lo ineludible
de la crítica de las fuentes, igual de indispensable que frente a los documentos escritos.2
Si bien Caviglia no es historiadora, los objetivos de su investigación nos remiten
necesariamente a los estudios agrupados bajo el tópico de “Historia de la vida privada”, en
tanto intenta mostrarnos, a través de los múltiples testimonios que componen su libro, las
dimensiones más íntimas de la subjetividad: de qué modo vivían el amor, la política, la
familia y la niñez, entre otras temáticas.
Pero si el texto no amerita ser incluido dentro de la producción historiográfica, es
más por la ausencia de los criterios de trabajo básicos del historiador que por la filiación
académica de origen de su autora. Nos referimos a lo que consideramos algunas de las
operaciones más importantes de la labor historiográfica, que le otorgan especificidad y
sentido social: la reflexión en torno a los datos recolectados; la actitud crítica frente a las
fuentes (orales y escritas); la puesta en relación de los modelos teóricos en juego en la
investigación; la explicitación de las categorías y conceptos elegidos para analizar el tema,
entre otros. Poner en evidencia estos procedimientos otorga solidez y riqueza a la tarea
científica.
Caviglia no consigue mostrar que los testimonios orales están marcados por la ten-
sión existente entre el pasado referido y el presente desde el cual se habla. No hace una
crítica de las fuentes que permita establecer esas distancias y es así que, por ejemplo, al
tomar uno de los testimonios afirma con sobrada contundencia: “Claudia […] el 24 de
marzo del ’76 se había sentido aliviada: era necesario que alguien pusiera orden frente al
caos, la confusión y la violencia extrema de dos bandos enfrentados a muerte” (p. 163). En
este caso, la entrevistadora no ahonda preguntando si esta concepción acerca del enfrenta-
miento era producto de la elaboración de la memoria o si efectivamente Claudia lo había

2 Aún con las reservas del caso, mostrar dicha necesidad de crítica a los testimonios es el objetivo del trabajo
de SARLO, Beatriz Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, Siglo XXI,
Buenos Aires, 2005.

207
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

vivido así en aquellos años, y en este último caso no se interroga por los motivos por los
cuales fue vivido de ese modo. Las fuentes orales se construyen sobre el presente y no hay
en este libro un análisis de esta particularidad.
La escasez de trabajo crítico genera una insuficiencia de análisis de los testimonios
que, en lugar de mostrar la variedad de respuestas frente a la dictadura, redunda en ciertos
lugares comunes, ya que no por ser historias de la gente que conforma “el resto de la
sociedad” dejan de ser reiteradas: la crítica de la violencia, el desconocimiento relativo
frente a los hechos, la actitud condenatoria de los procedimientos del terrorismo estatal.
Un solo testimonio –el de Lino– aparecido al final del libro, difiere en lo esencial con los
demás, al afirmar que “con los militares estábamos mejor” (p. 189), pero su presencia no
da lugar a reflexiones sobre los posibles vínculos entre testimonios de ese tenor y las
actitudes sociales de consenso y aval hacia la dictadura.
Finalmente, queda claro, incluso para la autora, que los testimonios reunidos no son
representativos del “resto de la sociedad”: ella misma dice “me pregunto cuál habrá sido la
experiencia del terrorismo de Estado de un ama de casa arquetípica” (p. 189). Y es que su
único criterio de demarcación de los entrevistados es no haber pertenecido a las organiza-
ciones armadas (p. 197). Todos ellos, por otra parte, son habitantes de grandes ciudades
del país, ya sea Capital Federal o del interior. Faltan las voces de los vecinos de los pueblos
que siembran de punta a punta el país, que parecen pocos pero que, aún hoy, tienen peso
decisivo en la vida política.
El libro de Mariana Caviglia tiene el mérito de adentrarse en un periodo de la historia
que sigue siendo controvertido y de difícil acceso para muchos historiadores. La perspec-
tiva de análisis –la historia de la vida privada o el análisis de la vida cotidiana– es rica, ya
que muestra los detalles que resultan evanescentes a otras miradas más generales. En defi-
nitiva, es una de las pocas referencias al periodo en estudios de este tipo que, además,
logra exhibir una variedad de posturas y formas de vida frente a y durante la dictadura. Y,
al mismo tiempo, no deja de señalar una doble vertiente para pensar los trabajos por venir:
en primer lugar, que es posible y necesario seguir escribiendo una historia de la dictadura.3
En segundo lugar, que ésta ya no puede ser abordada sin problematizar el consenso que
posibilitó su instalación y continuidad hasta 1983.

CARREÑO, Karina L. Noches alegres, muchachas tristes. La prostitución legal en


Tandil (1870-1910), Independencia, Tandil, 2005, 136 pp. ISBN 987-22641-0-4, por
Gisela Sedeillan (IEHS – UNCPBA – CONICET)

E
ste interesante libro analiza el fenómeno de la prostitución femenina en Tandil
desde la amplia perspectiva de la historia social, en el periodo comprendido entre
1876 –año en que se sitúa la génesis de su legalización y reglamentación– y el
Centenario. El trabajo se presenta como muy sugestivo, al inscribirse dentro de un enfo-

3 Es importante que hoy en día ya no puede hablarse de escasez en la producción acerca del periodo de la
última dictadura. Destacamos las investigaciones llevadas adelante por Daniel Lvovich y Gabriela Águila,
entre otros.

208
prohistoria 10 - 2006

que que en los últimos años, desde variadas temáticas, ha comenzado a reconsiderar el rol
del Estado y su relación con la sociedad a la hora de implementar políticas públicas,
revelando una relación que no se basa únicamente en la coacción. La autora se aleja del
punto de vista tradicional que ha dominado la historia de la prostitución, que ha concebi-
do el proceso de legalización y reglamentación de la prostitución como producto de un
modelo de disciplinamiento de las clases dominantes, tendientes a excluir y marginar a
aquellos individuos que no se correspondían con la nueva definición del ciudadano. En
este sentido, este trabajo se aparta de esa mirada, y no concibe la reglamentación de la
prostitución sólo como un mecanismo de control social sino que la considera un fenóme-
no social que puede ser analizado a través de los alcances que la misma tuvo en la práctica.
Con este objetivo, mediante un tratamiento diáfano y conciso de una variada
documentación, la autora reconstruye la vida cotidiana de las prostitutas,
recreando los múltiples y diferentes espacios donde diariamente se desenvolvían, los pros-
tíbulos legales y clandestinos, la vía pública y hasta el carnaval. La atención al marco
social y la reconstrucción de la cotidianeidad en estos ámbitos posibilita apreciar las dife-
rentes estrategias de sobrevivencia de las prostitutas, las confrontaciones que en su interior
acontecían, las formas de desafío y de connivencia con la autoridad, como así también
percibir las formas de eludir el control estatal.
Esta perspectiva se enriquece por el contexto elegido para dicho análisis. Si la pros-
titución se convirtió en un fenómeno social universal, su expresión se revela mucho más
rica en un espacio en plena transformación, donde las prácticas sociales que se intentaban
regular estaban determinadas por la costumbre y la lejanía de la frontera, pero que, sin
embargo, no permanecían alejadas a los cambios materiales, ideológicos y políticos que
acontecieron en el último tercio del siglo, tanto a nivel nacional como internacional, a los
cuales la autora no deja de remitirse.
El libro se estructura en cinco capítulos. En el primero, la autora nos adentra en el
Tandil del siglo XIX, analizando las importantes transformaciones económicas, sociales,
políticas y demográficas que transcurrieron desde su fundación como fuerte en 1823 hasta
el Centenario. El examen del proceso en el cual fue abandonando su condición de asenta-
miento de frontera para convertirse en el principal poblado del sudeste de la provincia de
Buenos Aires, nos permite conocer detalles de esta sociedad en formación y el desarrollo
sostenido del poblado. En este sentido, se hace referencia a las últimas invasiones indíge-
nas y a la llegada de inmigrantes, la instalación del ferrocarril, los cambios edilicios, la
organización política, el desarrollo de las instituciones sanitarias y educativas, las epide-
mias y hasta la llegada de los primeros médicos.
Si el capítulo I se detiene en los cambios en este espacio, el capítulo II “La costum-
bre” atiende a los actores sociales, testigos y partícipes de estas transformaciones. A través
de una importante variedad de fuentes, la autora hace un esfuerzo por rastrear la presencia
femenina en un pueblo de frontera, donde los límites de lo decente e indecente se
desdibujaban. A tal fin, reconstruye los espacios de sociabilidad existentes, aquellos con-
curridos sólo por los notables del lugar y también los populares, como el carnaval, las

209
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

academias de baile, los cafés, las fondas y las pulperías, entre otros. Se estudia su ubica-
ción, sus dueños y las actividades que en su interior acontecían, basadas en más de un caso
en el juego clandestino, despacho de bebidas alcohólicas y también la prostitución, que
comenzaría a suscitar la preocupación del Estado. Las autoridades se debatían entre prohi-
bir definitivamente la prostitución, considerada una infracción social, o admitirla legal-
mente mediante su reglamentación, con el fin de moralizar. Se analiza la significación que
tuvo su reglamentación, la cual marcó el afianzamiento en la ordenanza de una costumbre
que, como demuestra la autora, estaba ya arraigada en el Tandil de entonces, otorgándole
a este fenómeno social una dimensión jurídica. Es así como la ley se constituyó en el
instrumento que, más que su erradicación, perseguía la modificación de viejas conductas a
través de la observancia.
Este estudio demuestra que la decisión de reglamentar la prostitución fue consecuen-
cia del carácter positivista de las políticas públicas de fin de siglo y de la concepción de
que, a pesar de los adelantos médicos, era la mujer la que transmitía los males endémicos.
En este sentido, el capítulo III “Eduardo Fidanza” nos introduce en la aplicación del para-
digma científico-social positivista de fines de siglo, a través de la interesante reconstruc-
ción biográfica del principal promotor de la legalización y reglamentación de la prostitu-
ción en Tandil y Buenos Aires. Se desnuda el accionar de este hombre perteneciente a la
generación del ‘80 apreciando las causas que motivaron su arribo a Tandil, entre las que se
encontraban no sólo sus lazos familiares sino también razones sanitarias. Además, se estu-
dia como fue ejerciendo su influencia en un ámbito político y social que trascendía los
límites locales. Predominio que, en definitiva, fue determinante en la decisión de regla-
mentar la prostitución y convertiría sus ideas en premisas compartidas por la elite de aquel
entonces.
Si el capítulo anterior permite captar las causas y la significancia de la reglamenta-
ción de la prostitución, el capítulo IV “Las casas de tolerancia” atiende los lugares donde
la misma se ejercía. La autora reconstruye no sólo las casas habilitadas para el ejercicio de
la prostitución sino también aquellas clandestinas, deteniéndose en el análisis de su canti-
dad, ubicación y dueños, así como en la estabilidad y rentabilidad de las mismas. El estu-
dio parte de brindar una descripción detallada de las características de su espacio para
finalmente detenerse en la reconstrucción de la vida en su interior, considerando desde
quienes las habitaban y concurrían hasta las diversas formas de transgresión a las normas
que la reglamentaban. Asimismo, nos muestra cómo las autoridades comenzaron a demar-
car la tolerancia dictando nuevas disposiciones de control, como el registro de entradas y
salidas de las mujeres, la delimitación de días y horarios de salida y el traslado de dichas
casas a un área específica, que sólo se efectivizaron para fines de siglo.
Indispensable al abordar el estudio de la prostitución es recuperar a todos los actores
sociales relacionados directa o indirectamente con dicha actividad. Es así como el capítulo
V “Relaciones saludables” se detiene en los clientes, los médicos, las regentas, los rufianes
y sus actividades. El análisis de los médicos municipales, sus trayectorias, su relación con
el poder político y los conflictos suscitados a la hora de hacer cumplir las ordenanzas,

210
prohistoria 10 - 2006

permite percibir las dificultades existentes en la aplicación de la reglamentación. Este


estudio nos permite conocer cómo se movían las regentas de las casas de tolerancia para
mantener su cuota de poder y eludir el control del Estado y también las mujeres públicas
que de ellas dependían. De ello se desprende que las prostitutas gozaron de un grado de
libertad o decisión individual mayor de lo que tradicionalmente se ha visto en la
historiografía, que las colocaba únicamente en el papel de explotadas.
En el último capítulo, “La mujer pública” la autora revela cuán alejados de la reali-
dad estaban los estudios científicos de la época, que centraban las causas de la prostitución
en el factor económico y la baja moral, y que contribuyeron a consolidar en el imaginario
social la representación de la vida de la prostituta como fácil. Un análisis que aborda una
perspectiva económica y cultural permite percibir que existían múltiples razones para de-
dicarse a la prostitución que iban más allá de la miseria y el deseo de una vida de holganza.
La irrupción de una nueva concepción burguesa de la moral, contrapuesta a la moral de la
frontera que se correspondía a costumbres más relajadas, terminó cristalizando en la lega-
lización de la prostitución. La autora concluye que, teniendo en cuenta el carácter de per-
tenencia a la comunidad dentro de los marcos sociales establecidos, las mujeres que opta-
ron por esta vía lo hicieron una vez que vieron modificada esta relación fundamental. En la
vía pública, en los paseos y en las fiestas públicas una vez roto el vínculo social, la autora
muestra cómo las prostitutas asumieron una actitud desafiante. En la cotidianeidad, esas
actitudes revelaban la fuerza de un derecho de estar y permanecer que iba más allá de las
normas impuestas, y ponían al descubierto los límites del poder institucional.

TERÁN, Oscar –coordinador– Ideas en el Siglo. Intelectuales y cultura en el siglo XX


latinoamericano, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004, 422 pp. ISBN 987-1105-86-X, por
Diego Mauro (UNR – CONICET – CESOR – CIESO – prohistoria)
El pasado y el presente se marchitan.
Yo los he llenado y los he vaciado a los dos
y prosigo llenando lo que me espera en el futuro
Walt Whitman, Canto a mí mismo4

E
l reciente libro coordinado por Oscar Terán, Ideas en el Siglo. Intelectuales y cul-
tura en el siglo XX latinoamericano, reúne cuatro ensayos históricos de mediana
extensión. Participan del mismo una serie de autores reconocidos en el ámbito de
la historia intelectual latinoamericana, que ponen en contacto de manera panorámica y a
grandes trazos los casos de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay a lo largo del siglo pasado.
No intentaremos plantear un acercamiento a la obra en los términos de un colectivo
uniforme, sino que nos moveremos, por un lado, en un plano general que incluya a los
cuatro ensayos y, por otro, en uno que destaque las singularidades metodológicas o temá-
ticas de cada uno de ellos. Señalaremos, más bien, los puntos de contacto, los lazos de
amalgamación de la compilación, articulando lo general con lo particular.

4 WHITMAN, Walt Canto a mí mismo, Losada, Buenos Aires, 1993, p. 121.

211
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

En los cuatro trabajos se destaca el intento de conectar, con mayor o menor centralidad,
las producciones intelectuales en sí, es decir, las ideas en un sentido más atemporal y
asituacionista con el mundo de las relaciones sociales y políticas. La reconstrucción del
mundo intelectual es pensada en estrecha relación con los procesos socio-culturales y po-
líticos más amplios. Esta estrategia no reproduce, sin embargo, jerarquizaciones de cali-
dad en la materia histórica, proponiendo lo intelectual como epifenómeno de otras instan-
cias que funcionarían como legítimos motores del acontecer histórico. En este sentido, aún
con ciertos matices, el mundo intelectual es pensado con una clara autonomía relativa, que
no por ello desconoce sus articulaciones sociales y la necesidad de su esclarecimiento para
un más acabado entendimiento y explicación de los cambios y especificidades de los lazos
mencionados.
El ensayo sobre Argentina, escrito por el reconocido profesor e investigador del
CONICET Oscar Terán, es tal vez el que menos se adecue a esta apreciación. Su trabajo
“Ideas e intelectuales en la Argentina (1880-1980)” reconstruye con un notable poder de
síntesis las representaciones e “ideas-fuerza” (al decir de Octavio Bunge) presentes en los
diversos sectores del amplio espectro intelectual argentino entre la generación del ‘80 y la
trágica y agitada década de 1970. Este amplio recorrido, que Terán presenta con gran
habilidad discursiva, se centra fundamentalmente en el plano de las ideas mismas. Si bien
es consciente de la articulación entre ideas y sociedad, lo cual se manifiesta en la identifi-
cación de coyunturas políticas y sociales, no intenta una articulación en profundidad de
ambos planos. La discusión extremadamente lúcida de las ideas, las representaciones y las
corrientes intelectuales mismas ocupan prácticamente la totalidad del texto y la preocupa-
ción por las comunicaciones, en la clave que fuere, aparece relegada a un evidente segun-
do plano. No hay señalamiento crítico en este comentario; simplemente se trata de destacar
particularidades, principalmente a la luz de las rupturas que se evidencian al encarar la
lectura de los otros trabajos del libro.
Me refiero puntualmente al caso de Margarida de Souza Neves y María Helena Rolin
Capelato sobre Brasil, “Retratos del Brasil: ideas, sociedad y política” y al de Sofía Correa
Sutil sobre Chile, “El pensamiento de Chile en el siglo XX bajo la sombra de Portales”.
Las primeras son docentes e investigadoras de la Pontificia Universidad Católica de Río
de Janeiro y de la Universidad de San Pablo respectivamente. Por su parte, Correa Sutil se
desempeña como docente en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. En estos
trabajos, la articulación entre las transformaciones del mundo político y social poseen una
entidad sensiblemente mayor, y las reconstrucciones en el plano estricto de las ideas apa-
recen siempre filiadas política o socialmente. Esto aumenta el poder explicativo y la capa-
cidad de producción de sentido del discurso histórico pero, como contrapartida, empobre-
ce la especificidad de lo “intelectual”. El tratamiento cuidado, pormenorizado y filosófica-
mente potente de la propuesta de Terán es bastante menos frecuente en estos trabajos, que
por momentos parecieran dejarse llevar por una lógica causal más rígida que piensa la
historia de las ideas en términos de causa-efecto. Es decir, la preocupación en estos casos
apunta a la articulación misma y en segundo plano a las ideas. El eje de reconstrucción

212
prohistoria 10 - 2006

histórico pasa por identificar esos canales de articulación, sus contactos, y a partir de ellos
explicar la incidencia de las formulaciones intelectuales sobre la realidad o la de esta sobre
las formulaciones intelectuales. En esta dialéctica la “antítesis” es la que más claramente
aparece evidenciada, fundamentalmente en el trabajo sobre Brasil. De Sousa Neves seña-
la que
“procura [...] evidenciar la relación orgánica y necesaria entre el uni-
verso de las ideas y el mundo de las relaciones sociales y la vida polí-
tica, considerado no tanto como un contexto en el que hay que situar el
quehacer intelectual y que enmarcaría a las ideas en debate [...] sino
como la sustancia misma de la tarea de los intelectuales y la materia
prima de lo que las ideas expresan”. Su posición es clara: se trata de
“ahondar la relación entre el pensamiento y la experiencia histórica
del país, entre las ideas y la dinámica de la sociedad en la que se origi-
na y sobre la cual pretende intervenir”.
Sofía Correa Sutil, en el trabajo sobre Chile, se inclina más bien por la lógica de
pensar la incidencia de estos intelectuales sobre el mundo político o cultural. Sus proble-
máticas no apuntan a establecer una dinámica de recepción de las corrientes europeas,
sistematizar escuelas de pensamiento, recorrer ideas descarnadas o teorizar en torno a los
procesos de profesionalización disciplinarios y científicos. Correa Sutil se propone abor-
dar “el pensamiento de intelectuales que han tenido un fuerte impacto no sólo en la época
en que han publicado, ya que sus líneas de argumentación se ven recogidas en diversos
momentos del siglo tanto en la reflexión sistemática como en el pensamiento político más
informal”. Su trabajo apunta, entonces, a una historia de los intelectuales con incidencia
política directa o mediada. Las articulaciones entre sus saberes y los proyectos políticos
concretos constituyen su eje de indagación.
Por último, el trabajo de los reconocidos docentes e investigadores del Instituto de
Ciencia Política de la Universidad de la República, Gerardo Caetano y Adolfo Garcé “Ideas,
política y nación en el Uruguay del siglo XX” presenta particularidades aún mayores. El
ensayo es extremadamente rico en matices que complejizan y redefinen su perspectiva. En
algún sentido, recupera ciertas marcas propias de la “lógica” de Terán. Su forma de abor-
dar las ideas políticas, económicas y filosóficas del Uruguay contemporáneo, poniendo el
acento en una reconstrucción pormenorizada de la producción filosófica se acerca, hasta
cierto punto, a esa posición. Su propuesta pretende avanzar también en el universo
institucional, y este es tal vez el punto más débil del trabajo, en la medida en que por
momentos se ve capturado por una historia institucional tradicional e ingenua, basada en la
yuxtaposición de nombres y títulos. De todos modos, esta es apenas una dimensión secun-
daria en el ensayo, por lo que no nos detendremos mayormente en ella. Recupera, a su vez,
en un verdadero cruce de miradas, las inquietudes que más fuertemente aparecen en los
capítulos sobre Chile y Brasil, relacionadas con el problema de la articulación entre ideas
y sociedad. Señalan los autores que “al analizar las ideas políticas, [han] privilegiado una

213
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

pregunta crucial e incómoda: ¿qué tan leales al liberalismo político y a las instituciones
democráticas han sido los partidos políticos uruguayos a lo largo del siglo?”. En este sen-
tido, la relación entre intelectuales y poder atraviesa todo el texto y es por medio de esta
veta que el trabajo alcanza los resultados más alentadores. Luego, el ensayo cambia radi-
calmente de estrategia de acercamiento y problematización, abandonando la mirada pano-
rámica, común al resto de los trabajos. En la segunda parte se propone el tratamiento de
una cuestión específica: la “identidad nacional”. Aquí, el recorte temático y la problemáti-
ca escogida permiten a los autores llevar a cabo un notable trabajo de historia de la ideas,
lúcido y fecundo, que no abandona en ningún momento el eje intelectuales-poder sino que,
por el contrario, logra desarrollarlo multiplicando hipótesis y conjeturas. El trabajo inten-
ta, de esta manera, posicionarse más políticamente. Casi en los términos de un ensayo
“intelectual” (en sentido sartreano) de compromiso con la realidad y de intervención, avanza
en una serie de reflexiones que si bien atendibles son, desde nuestra perspectiva, cuanto
menos discutibles.
Lejos de ser una dificultad, esta diversidad de matices y de miradas, aún cuando
todos reconozcan una macro-perspectiva más o menos homogénea, constituye desde nues-
tro punto de vista uno de los valores más destacables del libro. El enfrentamiento de con-
cepciones metodológicas, teóricas y epistemológicas que el trabajo contiene de manera
larvada lo convierten en un más que interesante disparador para el debate y la discusión en
el seno de la historia intelectual.
Por otra parte, encontramos en Ideas en el siglo visiones panorámicas, de conjunto,
que si bien se han logrado a expensas de procesos ineludibles de simplificación (al decir de
Morin) o de totalización (según Adorno), constituyen una herramienta poco común en la
historiografía contemporánea y particularmente necesaria para el despegue y el rejuvene-
cimiento del campo. Releyendo a Bachelard, creemos que sólo serán posibles sucesivas
ampliaciones temáticas y metodológicas en la investigación si podemos establecer obstá-
culos epistemológicos que nos permitan reflexionar y producir conocimiento en la
“deconstrucción” y el cuestionamiento. Ideas en el siglo constituye en este sentido un
precioso “obstáculo” promotor de hipótesis y multiplicador de problemáticas.
Se trata, además, de un libro de síntesis que propone un diálogo abierto tanto en el
plano de las historias intelectuales latinoamericanas como en el de las tradiciones cultura-
les y académicas de países vecinos, culturalmente afines, con los que recientemente hemos
empezado a pensar en términos de integración y de trabajo en conjunto. Estos ensayos
permiten lecturas comparativas a la vez que abren un nuevo espacio para la producción
científica latinoamericana. En este sentido, como señala el propio Terán en el escueto
prefacio de libro, se trata de un trabajo “pionero en la Argentina en cuanto a la atención
brindada a series histórico-culturales pertenecientes a otros países, en un momento en el
que las tendencias a la configuración de bloques transnacionales estimulan la necesidad de
un mayor conocimiento de las distintas realidades locales”.
A modo de conclusión, creo que la dimensión potencialmente más fructífera del tra-
bajo tiene que ver con sus posibilidades en términos comparativos, es decir, con el abanico

214
prohistoria 10 - 2006

de recorridos que insinúa e indirectamente propone en lo que intenta presentarse como un


recorte epistémico original. En todo caso, las miradas panorámicas no se piensan
“sintéticamente” como puntos de llegada sino como la razón de posibilidad de una historia
intelectual latinoamericana, que a la vez que nos brinde estados de la cuestión actualizados
y críticos en términos nacionales, de lugar a cruces, debates, encuentros y diálogos que
sirvan para “llenar” un futuro basado en el acercamiento académico, cultural y político de
nuestros países.

CESANO, José Daniel En el nombre del orden. Ensayos para la reconstrucción histórica
del control social formal en Argentina, Alveroni Ediciones, Córdoba, 2006, 136 pp.
ISBN 987-1145-51-9, por Carolina Piazzi (UNR)

L
as líneas de investigación y los acercamientos historiográficos que José Daniel
Cesano propone en En el nombre del orden podrían provenir de un historiador que se
interesa por el mundo del control social, la delincuencia o la justicia. Sin embar-
go, surgen de un Doctor en Derecho que investiga sobre derecho penal económico, que en
los últimos tiempos se ha interesado por el mundo del delito desde una perspectiva más
histórica que jurídica, realizando aportes valiosos y necesarios y brindando una mirada
sobre estos temas desde una académica encabalgada entre las ciencias jurídicas y la His-
toria.
La obra se apoya en aportes proporcionados desde la corriente de Annales hasta la
más contemporánea y renovada historia social, pasando por una historia de las ideas. Cesano
nos sorprende otorgando preponderancia al análisis histórico por sobre el jurídico. Acerta-
damente, los recorridos historiográficos que transita, conceptual y metodológicamente,
acompañan a los últimos resultados alcanzados desde el ámbito histórico propiamente
dicho. Precisamente, el libro es prologado por Lila Caimari, una historiadora reconocida
por sus recientes producciones sobre la problemática del control social; la autora aplaude
la intención de Cesano de inaugurar una estrecha comunicación interdisciplinar entre el
campo jurídico y el campo de las ciencias sociales, específicamente con la Historia. Los
trabajos del autor y de su prologuista constituyen un fiel reflejo del crecientemente benefi-
cioso acercamiento entre ambas disciplinas.
Estructuralmente, la obra reúne cuatro ensayos –algunos ya publicados, otros inédi-
tos– que se ocupan de distintos aspectos de la historia del control social formal en Argen-
tina, en un marco temporal que contempla desde fines de siglo XIX hasta la actualidad. La
mencionada interdisciplinariedad funciona como presupuesto epistemológico y programa
de acción a lo largo de cada uno de los ensayos que componen la obra, operando como eje
conceptual del primer capítulo y como instrumento metodológico en los restantes.
El primer artículo, “Conceptos instrumentales y marcos teóricos para una recons-
trucción del control social formal en la Argentina (1880-1955)”, señala las nociones cen-
trales que recorren el análisis. Se informa que “control social formal” es una construcción
que responde a una necesidad metodológica y que es equiparado al sistema penal; éste, a
su vez, involucra a diversas agencias de control: políticas, policiales, carcelarias y judicia-

215
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

les. A la hora de reconstruir históricamente una de aquellas agencias, debe tenerse en cuen-
ta que sólo se está observando una pieza de todo el sistema. Complementando la acción de
éstas, existen las agencias de “control social informal”, como la familia, la escuela, la
prensa o el ámbito laboral.
¿Quiénes son los encargados de reconstruir la historia del control social formal y de
qué manera lo hacen? Cesano menciona distintas propuestas teóricas y metodológicas a la
hora de realizar esa reconstrucción. Si el análisis resultara ser “cosa de juristas” se reduci-
ría, probablemente, a un formalismo jurídico. O podría consistir en una estricta y reducida
aplicación de modelos teóricos, como el foucaultiano. Sin embargo, incorporando las apor-
taciones teórico-metodológicas mencionadas al comienzo, abre expectativas sobre el im-
pacto que las mismas pudieran tener sobre la historia del control social formal. El autor
repasa los acercamientos propuestos por la historia social, la historia de las ideas o la
microhistoria y concluye que la interdisciplinariedad debe ser el programa de acción, po-
niendo el énfasis en la disciplina historiográfica sobre la jurídica.
En el segundo capítulo –titulado “Notas para la comprensión de una hipótesis
interpretativa sobre la libertad condicional (cuando desde la historia de las ideas se analiza
el discurso jurídico)”–, Cesano reafirma el presupuesto metodológico de un modelo jurídi-
co multidimensional y adopta como marco de análisis la historia de las ideas y la herme-
néutica jurídica. La hipótesis central del capítulo señala que, desde la jurisprudencia, el
criterio interpretativo del artículo 13 del Código Penal de 1921 no se correspondía con la
mayoría doctrinaria, entre la cual prevalecía la idea según la cual sólo era necesario el
requisito legal de la conducta o disciplina observada dentro del establecimiento penal
durante el encierro para otorgar el beneficio de la libertad condicional. El criterio
jurisprudencial añadió el requisito de no demostrar peligrosidad o de haber dado muestra
de una reforma positiva para conceder tal derecho, criterio derivado de una interpretación
positivista criminológica, existente al momento de la elaboración de aquella respuesta
doctrinaria y jurisprudencial. Para fundamentar esta hipótesis, reconstruye el mundo de las
ideas y creencias comunes a un conjunto de agentes culturales, entre 1900 y 1940, en
relación con la ciencia penitenciaria. Tales agentes culturales constituían el sector dirigen-
te y dominante, la capa burocrática de la psiquiatría y la criminalística: jefes intelectuales
–a cargo de programas– y directores de instituciones que eran positivistas criminológicos
encargados de las cárceles entre 1900 y 1920. Lo anterior se traducía en una articulación
entre la teoría criminológica positivista y la práctica política penitenciaria.
El agente paradigmático de esta articulación fue José Ingenieros, figura a partir de la
cual reconstruye la instalación del Instituto de Criminología en 1907, del Boletín Médico
Psicológico y del posterior Instituto de Clasificación y Anexo Psiquiátrico en 1933, así
como la utilización de la ficha criminológica en sustitución del mencionado Boletín.
El capítulo 3, “Aproximación al encuadramiento ideológico de la legislación peni-
tenciaria nacional: una perspectiva histórica”, presenta una reconstrucción histórica sobre
los marcos ideológicos dentro de los cuales se insertan las leyes nacionales sobre las penas
privativas de la libertad. Cesano subraya su empeño en no realizar una descripción norma-

216
prohistoria 10 - 2006

tiva pura, sino en ubicar las leyes dentro del “clima de ideas” reinante. Los marcos ideoló-
gicos mencionados son definidos como aquellos esquemas de percepción, de valoración
de las elites ilustradas. La reconstrucción histórica abarca desde el año 1933 hasta la actua-
lidad, encuadrándose en el año de sanción de la ley junto a la evolución de los sistemas
políticos dentro de la historia argentina. El primer corte, de 1933 a 1958, reconstruye el
“clima de ideas” de la criminología argentina a partir de la sanción del proyecto de Juan
José O’Connor –penitenciarista positivista– convertido en la ley 11833 del año 1933, de-
nominada “Organización Carcelaria y Régimen Penal”. Se retrotrae a finales del siglo XIX
para señalar la permanencia y continuidad de las ideas positivistas criminológicas durante
los años señalados, reflejadas en la Academia (tesis), los Tribunales y en el Instituto de
Criminología (1907) de la Penitenciaría Nacional. De esta manera, la ideología se plasmó
en la ley 11833, perdurando durante el peronismo, así como en la jurisprudencia relativa a
la libertad condicional. El segundo corte histórico, de 1958 a 1983, recorre desde las “Re-
glas mínimas para la tratamiento de los reclusos” adoptadas por la ONU en 1958 hasta la
“Doctrina de la Seguridad Nacional” de la década de 1960, continuando con el sistema
represivo penal subterráneo implantado por la Dictadura. El último periodo, de 1983 a la
actualidad, avanza sobre la globalización de los derechos humanos ocurrida entre 1984 y
1994, en que algunas convenciones internacionales adquierieron estatuto constitucional en
el país, hasta la hoy en boga doctrina de la “ley y orden”, también conocida como “toleran-
cia cero”.
El último capítulo, “El sistema penal durante el primer peronismo (1946-1955). A
propósito de ciertas interpretaciones”, tiene como eje la explicación realizada sobre el
periodo por Zaffaroni y Arnedo, quienes destacan la “nueva política penitenciaria” del
gobierno peronista, como un área prioritaria para dicho gobierno, y la represivización
ejercida a nivel policial, que se traducía en un aumento del control policial explicado como
consecuencia del incremento de la concentración urbana. Todo el capítulo está destinado a
rever dicha interpretación, incorporando nuevas aristas al análisis para remediar la simpli-
cidad de la misma. De esta manera, se estructura el estudio en dos apartados. El primero
revisa la utilización, por parte del gobierno peronista, del sistema penal formal como ins-
trumento de control de sectores disidentes, mediante mecanismos de control burocrático y
represivo contra toda oposición representada por la prensa, los partidos políticos o secto-
res universitarios. El segundo, revé la pretendida centralidad de la cuestión penitenciaria
dentro de la política gubernamental peronista señalando, en cambio, una continuidad con
políticas anteriores, objetando aquella cuestión de una supuesta “nueva política peniten-
ciaria”. Dentro del análisis, se reafirma el uso del sistema penal como instrumento para
construir consenso en un sistema totalitario. La expansión del “control policial” es expli-
cada por Zaffaroni y Arnedo como un producto del aumento de la concentración urbana.
Sin embargo, Cesano rectifica esa tesis, señalando que la agencia policial dependía del
Gobierno nacional y no actuaba de manera autónoma, con lo cual su intervención respon-
día a una política a nivel nacional y no perseguía, como se ha pretendido explicar, a una
criminalidad en aumento, sino a sectores específicos que estaban en la mira del Gobierno.

217
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

Por otra parte, se señala el uso del sistema penal como instrumento de control que se valió
de ciertas legislaciones: por la ley 13569, que penaba el delito de desacato, se extendió tal
figura para controlar cualquier opinión disidente; la ley 13985 que regulaba los delitos
contra la seguridad de la Nación, perseguía el mismo propósito; finalmente, la ley 14062
instaló el “estado de guerra interno”. En lo ideológico, la orientación del Gobierno no se
apartó de los esquemas positivistas de las décadas anteriores, al contrario, las líneas de
investigación presentaban continuidad, observadas en revistas y congresos penitenciarios.
Tampoco hubo cambios en el diseño de las estrategias de rehabilitación, incluso se regla-
mentó la ley 11833 de 1933 durante el gobierno peronista.
Enfatizando cuestiones metodológicas claves para esta problemática, sobre todo en
relación con lo que debe evitarse, señalando futuras líneas de investigación, brindando
ejemplos concretos de aplicación de esos presupuestos metodológicos y proporcionando
una actualizada y completa bibliografía en lo que a este tema se refiere, En el nombre del
orden constituye una destacable contribución a este tipo de estudios. Citando a Calsamiglia,
Cesano sintetiza perfectamente lo que este libro constituye: “un toque de atención respecto
de las ventajas que pueden extraerse –para una comprensión integral de un ordenamiento
positivo determinado– con la apertura hacia otros campos de análisis que no sean estricta-
mente normativos”.

WAINERMAN, Catalina La vida cotidiana en las nuevas familias ¿Una revolución


estancada?, Lumiere, Buenos Aires, 2005, 371 pp. ISBN 950-9603-88-0, por Lilia
Mariana Vázquez Lorda (UNMDP)

L
os últimos años han visto expandirse los estudios respecto de la crisis o cambios de
la familia, explicados desde diversas causas: multiplicación de divorcios, nuevas
técnicas reproductivas, uniones homosexuales. Pero el motivo más destacado por
los autores ha sido la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral, que conlleva
su abandono del hogar y la consiguiente desestabilización del mundo familiar.5 Sin
embargo, en el caso argentino esta práctica ha sido interpretada en un sentido positivo,
puesto que este proceso implicaría una democratización de la relación entre los géneros,
con la conquista femenina del mundo público, hasta entonces dominio exclusivo de los
hombres. La socióloga Catalina Wainerman se ubica entre quienes sostienen esta postura,
que valora la proliferación de nuevas formas de “vivir en familia”;6 la anunciada crisis no
sería la de la familia en cuanto tal, sino la crisis de una determinada manera de concebirla,
de un modelo que, desde los clásicos planteamientos de Gino Germani, se denomina
“familia moderna”. El mismo, a pesar de la diversidad de designaciones recibidas, reviste
una serie de características comunes: matrimonio monógamo y heterosexual, un reducido

5 Por ejemplo: FUKUYAMA, Francis La Gran Ruptura, Atlántida, Buenos Aires, 1999, p. 62; HOBSBAWM,
Eric Historia del Siglo XX, Crítica, Buenos Aires, capítulos X y XI.
6 WAINERMAN, Catalina y GELDSTEIN, Rosa “Viviendo en familia: ayer y hoy”, en WAINERMAN, Ca-
talina –compiladora– Vivir en familia, UNICEF/Losada, Buenos Aires, 1994.

218
prohistoria 10 - 2006

número de hijos y una clara división sexual de los roles: el hombre como proveedor del
sustento y la mujer como ama de casa y madre.
El libro de Wainerman se estructura en ocho capítulos agrupados en tres partes. La
primera aborda lo que ella denomina el “contexto duro” de los cambios referidos, aquellas
“transformaciones macrosociales” experimentadas por la sociedad argentina desde la se-
gunda mitad de siglo. La autora recurre aquí a información de tipo estadístico para con-
cluir que, respecto de los cambios en el mundo del trabajo, asistimos a la progresiva dismi-
nución del modelo familiar sustentado en un proveedor único (varón) en pos de la exten-
sión de un modelo con dos proveedores.
La segunda parte examina las prácticas domésticas cotidianas entre sectores pobres
y sectores medios con alto nivel educativo. Sobre la base del análisis de doscientas entre-
vistas realizadas a mujeres de ambos grupos, Wainerman concluye que aún subsiste una
clara inequidad entre los géneros respecto del reparto de los quehaceres domésticos. Final-
mente, se refiere a los aspectos relacionados con los discursos, para inferir la magnitud de
los cambios. De nuevo utiliza entrevistas, comparando la situación entre mujeres de dife-
rente generación y de allí deduce que, desde una perspectiva histórica, podemos hablar de
una mayor democratización intergéneros. Sin embargo, no se trata aún de una equipara-
ción plena, puesto que los hombres han incrementado su participación en algunas tareas
hogareñas, fundamentalmente las relacionadas con el cuidado de los hijos; pero quehace-
res como lavar o planchar la ropa siguen siendo considerados ámbito de exclusiva injeren-
cia femenina. Ello remite a lo que se ha dado en llamar la “revolución estancada”,7 en el
sentido de que estas reivindicaciones femeninas en el mundo laboral no se tradujeron en
una mayor igualdad en las relaciones intergenéricas del mundo doméstico. Las mujeres
añaden a su “rol” tradicional uno nuevo, convertirse en sustento del hogar.
La obra representa el acopio de treinta años de trabajo en torno a una misma temáti-
ca: la participación de las mujeres en el mundo del trabajo, desde la perspectiva de género,
es decir, siempre en relación con la experiencia de los varones.
Wainerman advierte una y otra vez sobre los riesgos que acechan al investigador
social, destacando el de la “profecía autocumplida” (p. 38), porque el analista ensaya mo-
delos y etapas que luego aplica a la realidad, simplificando lo que ocurre. En este sentido,
la autora recalca que su objetivo difiere de la “modelización” o la definición de “tipos
ideales”, buscando más bien “la identificación de hibridaciones, paradojas, matices”.
Efectivamente, del análisis de su obra podemos concluir que elude la construcción
final de tipificaciones, especialmente respecto de la existencia de un único modelo fami-
liar. Sin embargo, la modelización que no se encuentra en las páginas finales del libro se
halla en el punto de partida de su investigación, sustentada en la adopción del ciclo de vida
familiar como principio explicativo. El mismo preanuncia las etapas que una familia atra-
viesa a lo largo de su existencia, partiendo de la etapa de formación, que se inicia con la
cohabitación entre un hombre y una mujer; con el nacimiento del primer hijo empezaría la

7 Ver WAINERMAN, Catalina –compiladora– Familia, trabajo y género, FCE, Buenos Aires, 2003.

219
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

etapa de expansión, seguida por la de consolidación, mientras dura la crianza de los hijos.
La etapa de disolución se inicia con la partida de los hijos del hogar. Esta concepción,
desarrollada por la demografía histórica, presenta el evidente problema de que sólo puede
aplicarse a un universo familiar reducido: aquellas familias que cumplan con las fases
previamente establecidas por el investigador. Las realidades que se aparten de esta trayec-
toria quedan fuera de su capacidad analítica.
Wainerman define a la familia en función de la consanguinidad, considerando fami-
lia a aquella en la que sus miembros se hallan vinculados por lazos de parentesco (p. 90).
No obstante, salva la confusa identificación entre familia y hogar (definido por la
corresidencia), al evidenciar que no necesariamente un grupo humano que comparte un
mismo techo conforma una familia; a pesar de ello, sólo son consideradas “familias” aque-
llos hogares cuyos habitantes son parientes. La familia queda así definida por estas dos
variables: consanguinidad-corresidencia, a las que la autora intenta sumar una tercera: la
percepción de los sujetos que la conforman. Para ello recurre a una metodología de tipo
cualitativo, materializada en las entrevistas. La representación subjetiva que esta perspec-
tiva de trabajo pretende recuperar se diluye cuando la propia autora define objetivamente
lo que es una familia, puesto que “familia”, en tanto que construcción social, puede no
significar lo mismo para todas las personas.
Decíamos que la autora recurre a la técnica de entrevistas a fin de indagar las percep-
ciones de los sujetos respecto de las transformaciones familiares, sin embargo, el accionar
de sus miembros en este proceso termina desdibujado debido a un sobredimensionamiento
de los factores de índole macrosocial, entre los que destaca la realidad económica como
determinante. Y si bien se ocupa de los factores de índole ideacional, en su concepción la
familia queda como un ente excesivamente adaptativo a las derivas del devenir histórico,
mermando un tanto los méritos de un libro que impresiona debido al acertado manejo de
tan amplio caudal de información.
Por lo demás, el lector que se inicia en el tema encontrará una obra amplia, general,
con abundante información provista por una variada cantidad de fuentes; el lector especia-
lizado podrá contar con un compendio de temas anteriormente tratados en forma fragmen-
taria, ahora fusionados en una obra de más largo alcance, cuya lectura resulta imprescindi-
ble para todos aquellos interesados en temáticas relacionadas con sociología e historia de
la familia.

ALIATA, Fernando La ciudad regular. Arquitectura, programas e instituciones en el


Buenos Aires posrevolucionario, 1821-1835, Prometeo-UNQ, Buenos Aires, 2006, 303
pp., 46 ilust. ISBN 987-558-062-7, por Cecilia M. Pascual (UNR)

L
a ciudad regular… es el resultado de la tesis doctoral de Fernando Aliata,
defendida en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA a mediados de
2000. El trabajo se inscribe en la colección denominada Las ciudades y las ideas,
consagrada al abordaje de problemáticas referidas a la historia de las ciudades. Estas
tentativas de análisis pretenden cruzar el estudio de las realidades materiales, inscriptas

220
prohistoria 10 - 2006

en los espacios, con diversas miradas y tradiciones disciplinares, permitiendo enriquecer


el estudio de una presencia tan compleja como fascinante. Utilizando el título del célebre
libro de José Luis Romero, la colección se propone pensar las manifestaciones urbanas a
partir de una concepción abierta, dinámica e innovadora. La lente analítica de algunos de
sus volúmenes se enfoca sobre lugares ignorados y temáticas poco transitadas, ensayando
construir interpretaciones minuciosas.
La ciudad regular... rastrea las modificaciones o los intentos de refuncionalización
del espacio urbano durante el periodo posrevolucionario, entre los años 1821 y 1835. El
comienzo de la periodización coincide con una reforma electoral que, según el autor, signó
el desarrollo político posterior. La obra culmina con el nombramiento de Juan Manuel de
Rosas como gobernador de la provincia de Buenos Aires, ungido con la suma del poder
público.
El libro esta organizado a partir de una introducción; tres partes, munidas las dos
primeras de tres capítulos respectivamente, y de uno la última. Finalmente, la conclusión
aglutina y balancea los recorridos delineados a lo largo de toda la narración. En ese cami-
no, el autor analiza la historia material de la ciudad de Buenos Aires, revisando la docu-
mentación que registra los proyectos y las tentativas de su organización y regulación.
La hipótesis central señala que la modernización de la traza urbana de Buenos Aires
estuvo precedida por una modernización en las prácticas y en la cultura política, que irrumpió
a lo largo del siglo XIX porteño. Aliata declara que los capítulos de La ciudad regular...
fueron concebidos como unidades de sentido; pese a estas consideraciones, el conjunto
consigue arrojar luz sobre porciones significativas de la realidad estudiada, en un nivel de
análisis general. Dichas explicaciones son sugestivamente acompañadas por ilustraciones,
ambas permiten al lector sumergirse en una prosa clara, concisa y plagada de consideracio-
nes clarificadoras.
El retrato esbozado deja entrever el convulsionado universo abierto tras los estalli-
dos de la Revolución. Dicha descripción está íntimamente comprometida con una recopi-
lación de historias superpuestas e interrelacionadas en un mismo espacio físico. Estas his-
torias se ligan con el estudio de las veleidades de la administración y gestión de los recur-
sos materiales; allí emergen las distintas ideas en torno al saneamiento y “regularización”
de un territorio que, paulatinamente, surgía entre los vetustos andrajos coloniales. Aliata
afirma que la jurisdicción porteña se erigía como la “ciudad moderna”, plasmada en los
imaginarios y las representaciones de los actores y en la escenografía que los acompañaba.
A partir de estas consideraciones, se plantea un acercamiento complementario a la
ciudad posrevolucionaria. El autor renuncia a examinar solamente el contexto de creci-
miento y consolidación de la ciudad, ensayando leer el “texto” que los documentos lega-
ron, a fin de reconstruir las representaciones allí impresas. El análisis de las reformas urba-
nas oscila entre los elementos materiales y las ideas, su demostración más cabal se crista-
liza en las conmemoraciones de la fiesta revolucionaria. En la celebración, se patentiza la
imagen que los funcionarios del “nuevo estado”, revestido de una “inédita soberanía”,
deseaban materializar en estos recónditos lugares del globo.

221
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

Buenos Aires, tras los estertores de la Revolución, se prefiguraba como la ciudad


destinada a regir los destinos del amplio espacio rioplatense. Era preciso delinear sus
contornos, enfatizando su carácter civilizado, mediante el desarrollo de prácticas cultura-
les inscriptas en la trama urbana.
Para comprender los proyectos de reorganización urbana de la Buenos Aires de co-
mienzos del siglo XIX, es de capital relevancia considerar los efectos que el nuevo princi-
pio de representación, surgido de la crisis de 1820, imprimió en los terrenos político y
social. El espacio físico debía diseñarse para cercenar todas las desigualdades propias del
Antiguo Régimen, revistiéndolas de una regularidad capaz de acompañar las innovaciones
instrumentadas en el plano político-institucional. La regularización de la ciudad obedecía,
entonces, a un reordenamiento político, afincado en las representaciones de la elite,
tributarias de una matriz ilustrada.
La abolición de los cabildos y el despedazamiento del carácter corporativo, propul-
só la creación de una elite administrativa, capaz de abordar certeramente una miríada de
materias. Aliata señala la contratación de técnicos que, junto a este grupo de notables,
motorizaron un sinnúmero de reformas urbanas. La modificación de la estructura material
de la ciudad estaba orientada a encauzar los ideales de un espacio público, hasta ese mo-
mento bastante difusos. Resultaba preciso suprimir prácticas sociales, vinculadas con lo
impío, pueril e indigno, incongruentes con las funciones civilizatorias reservadas a la gran
ciudad rectora.
En la investigación, se destaca la labor de los funcionarios del grupo rivadaviano,
tendiente a generar un espacio purgado de relaciones sociales anárquicas, con el objetivo
de privilegiar la propiedad y el cumplimiento de la ley. Para ello, era indispensable poner
en funcionamiento dispositivos de control e higiénicos que garantizasen dichas prerroga-
tivas.
Sobre la conclusión del libro, Aliata ofrece una interpretación respecto a las decisio-
nes que gravitaron alrededor de la construcción de la Sala de Representantes. Estas tenta-
tivas estaban ligadas íntimamente a las consideraciones antes esbozadas, respecto a la
necesidad de establecer los límites y las atribuciones de un espacio público. Ese espacio
debía dotarse de condiciones que permitiesen otra forma de expresión política más “uni-
versal” y abierta, conforme a las resoluciones de la nueva ley electoral. El “teatro de la
opinión”, en tanto escena civilizada, necesitaba estar taxativamente seccionado de la bar-
barie guerrera, cuyos sedimentos aún pululaban. No obstante estos reparos, el autor mues-
tra cómo, en la práctica, los devaneos teóricos no llegaron a coincidir con la realidad,
infinitamente más compleja e indeterminada que soberbias ideas importadas.
Finalmente, Fernando Aliata expone los debates sobre la capitalización de la ciudad
de Buenos Aires, delineando la superioridad que el ejercicio y monopolio del poder polí-
tico tuvo en dichas controversias. Allí, coagulaban las pretensiones de regularizar la ciu-
dad en tanto estrategia política, a fin de conferir a Buenos Aires la capacidad de regir los
destinos de un país que, endeblemente, detentaba su novísima soberanía.

222
prohistoria 10 - 2006

Aliata, con su libro, propone una nueva forma de entender la ciudad post-revolucio-
naria, atravesada de contradicciones inherentes e irreconciliables. Asimismo, plantea la
labor del grupo rivadaviano como responsable de este nuevo modo de percibir, representar
e inventar una ciudad, que trabajosamente se tornaba moderna. No obstante, en el estudio,
no aparecen ejemplificaciones amplias de la construcción de esas representaciones. Enmu-
decidas quedan las voces anónimas, que diariamente hormigueaban a través de las callejas,
blandiendo esperanzas e intenciones posiblemente ajenas a los debates notabiliares.
La rica prosa, corolario de una exhaustiva investigación y fruto de un largo proceso
de trabajo, nos obliga a aguardar con impaciencia algunas respuestas sólidas, como las
ofrecidas por La ciudad regular... a estas probablemente indiscretas observaciones.

BONAUDO, Marta –directora– Los actores entre las palabras y las cosas, prohistoria
Ediciones, Rosario, 2005, tomo I, 200 pp. ISBN 987-22462-1-1, por Florencia Rodríguez
Vázquez (UNCu – Mendoza)

L
os actores… es el primer tomo de la obra “Imaginarios y prácticas de un orden
burgués. Rosario, 1850-1930”, dirigida por Marta Bonaudo. Se presentan allí los
resultados del trabajo de los miembros de un Proyecto de Investigación del
CONICET, “Actores, prácticas y representaciones: la ciudad en la región (Rosario, 1850-
1930)”, cuya principal responsable es también la Dra. Marta S. Bonaudo.
El libro consta de siete capítulos, secuenciados en temáticas y abordajes hábilmente
articulados en cuatro entradas: el surgimiento de un nuevo actor social –el “industrial-
manufacturero” en el marco de una burguesía en ascenso–, la mirada del extranjero sobre
esa compleja realidad socioeconómica, la formación de una prensa local y sus caracteres
específicos y, finalmente, las estrategias de sociabilidad de la burguesía local para identifi-
carse como grupo.
En la primer entrada, Adriana Pons y Rosalyn Ruiz abordan el proceso de industria-
lización que articuló la ciudad de Rosario con su hinterland (1873- 1914) para explicar las
circunstancias socioeconómicas que, en un ciclo expansivo, dieron lugar a la aparición del
“importador-fabricante”. Aunque la ciudad se había consolidado desde fines del siglo XIX
como un núcleo-puerto, polo ferroviario y eje articulatorio entre los mercados interno y
externo, los grupos burgueses vincularon el patrón básico de acumulación capitalista con
la rotación de capital para, luego, desarrollar emprendimientos orientados a la transforma-
ción de materias primas. Este nuevo escenario estimuló el proceso de sustitución de impor-
taciones. Las autoras muestran también cómo, en torno a estas actividades productivas, se
organizó un mercado de trabajo dentro del cual ascendió económicamente un grupo de
inmigrantes, que se posicionó como burguesía modernizante y líder de la sociedad rosarina
de principios del siglo pasado. Simultáneamente, una imagen negativa de los trabajadores
nativos locales con respecto a las tareas productivas fue difundida a través de diferentes
discursos, justificando acciones “moralizantes” de la dirigencia política. Sin embargo, se-
ría interesante verificar –a través de estadísticas o anuarios– esa supuesta aversión de los
criollos al trabajo y si los inmigrantes no eran también adeptos a diversiones que podrían

223
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

afectar su capacidad productiva. Destacamos que este tipo de axiologizaciones ha estado


presente en distintas regiones económicas de la Argentina.
La segunda entrada articula la mirada y comprensión históricas con el análisis de los
discursos producidos por el Estado y la burguesía. Esta perspectiva atraviesa el resto del
libro, pero cada capítulo implica un abordaje particular. Oscar Videla describe y analiza
las producciones discursivas, cercanas al Centenario, construidas por el “extranjero-turis-
ta” sobre los espacios más “modernos” de la ciudad de Rosario. Estas miradas siempre
estuvieron teñidas por los preconceptos y aspiraciones de los europeos, principalmente
españoles y franceses. Así, configuraron representaciones que sustentaron la reproducción
de una mirada parcial: la pujante sociedad burguesa de la época. Una vez más, las clases
proletarias o más desfavorecidas quedaban relegadas del discurso oficial.
El tercer enfoque analiza el rol del discurso periodístico escrito, profundizando en
los caracteres específicos y las funciones de la prensa rosarina de fines del siglo XIX y
principios del XX. Marta Bonaudo indaga la función de los diarios rosarinos El Progreso
(1860) y La Discusión (1880) como propagandistas políticos y su aporte activo en los
procesos de construcción de una dirigencia política, de tinte liberal democrático. De este
modo, podríamos emparentar la génesis de prensa con la búsqueda de poder y legitima-
ción de ciertos sectores socioeconómicos. La autora realiza un recorrido cronológico que
manifiesta las estrategias discursivas de la prensa para dirigirse al pueblo “desde arriba” y
lograr triunfos electorales. Esta trama incorpora a un nuevo actor: el Gobierno. Finalmen-
te, el capítulo demuestra la formación del pensamiento empresarial de los periódicos. El
tratamiento de estas cuestiones es vital para comprender las posibilidades y condiciones
de producción y circulación discursivas que influyen en la interpretación de una secuencia
discursiva. Su capítulo se completa con el análisis de los diarios La Confederación (1854-
1861) y La Unión (1890-1911). Ambos desarrollaron estrategias de acercamiento a las
clases más bajas, abordando temas policiales, entretenimientos, etc. Sin embargo, rescata-
mos la intención de La Unión concientizando a los colonos inmigrantes sobre sus derechos
y obligaciones y la necesidad de su naturalización. De este modo, observamos que el
enunciador extranjero también proclama los beneficios de quedarse en el país (aunque
fuera con una intención política), adhiriendo a la tradicional prédica del enunciador argen-
tino sobre este tema. Esta particular intencionalidad enunciativa podría ser objeto de futu-
ras investigaciones comparativas, partiendo de las posiciones que ocuparon los inmigrantes
en las diferentes regiones argentinas. El capítulo refuerza una visión de la prensa como un
actor que acompaña y construye procesos políticos de cambio, y no como un mero espejo
de estas situaciones.
Las investigaciones realizadas por Diego Mauro, Fernando Cesaretti y Hernán Uliana
complementan el estudio anterior: recuperando los perfiles señalados por Bonaudo, re-
construyen los caracteres de lo que llaman la “prensa nueva” de Rosario a partir de 1920,
articulándola con los procesos de constitución identitaria. Sirviéndose del modelo
habermasiano, sostienen que la discursividad de los años 1920s. se diferenciaría de las
producciones anteriores por la intención de los enunciadores: captar las masas anónimas,

224
prohistoria 10 - 2006

inspirados por una lógica mercantil, para lo que instalan nuevos tópicos en la agenda pe-
riodística. Estas modificaciones son ilustradas a través del análisis de los diarios La Capi-
tal, La Reacción y Reflejos. A su vez, sería oportuno considerar cómo estos procesos se
ven afectados por las condiciones socioeconómicas presentes en las instancias de produc-
ción y recepción de esos discursos y cabría también preguntarse si el desinterés por las
cuestiones políticas o electorales respondería sólo al afán lucrativo o si, además, se susten-
taba en una intención de las elites modernizantes de que las clases populares se mantuvie-
ran al margen de ciertas cuestiones de trascendencia política.
En el quinto capítulo del libro, los mismos autores buscan reconstruir las representa-
ciones que intentan transmitir otros diarios rosarinos, otorgando más visibilidad a ciertos
temas. Para ello, analizan los espacios gráficos y el tratamiento que el diario La Capital –
representante de la “prensa seria”– otorgó a los conflictos obreros locales en 1928. De este
modo, se presentaba a los huelguistas como “descarriados o exaltados” que debían ser
disciplinados a través de los discursos sobre el “deber ser” (acción que Courtes ha definido
como modalidad virtualizante).
Esta competencia modélica es recuperada por Analía García para desarrollar el cuar-
to enfoque. La autora muestra cómo la burguesía ornamentaba determinados espacios para
institucionalizar una práctica: la visita. A través de manuales sobre las costumbres y usos,
este grupo distinguido instauró prácticas sociales que encarnaban un fin último: publicitarse
para, por un lado, lograr visibilidad y legitimar su incursión en asuntos políticos y, por el
otro, diferenciarse de las clases trabajadoras –“una sociedad civil imperfecta de inmigrantes”.
Esto señala la permanencia de estructuras sociales estancas y jerárquicas.
Para finalizar, Diego Roldán retoma otros espacios de sociabilidad de la burguesía
asociados al uso del tiempo libre: la selecta práctica del tiro a la paloma. El autor analiza
sus significaciones sociales y demuestra cómo estos espacios devinieron en polígonos de
tiro, destinados a la militarización del tiempo libre de las masas, cambio orientado y sub-
vencionado por el Estado. Estas prácticas fueron abonadas por discursos con una fuerte
carga axiológica eufórica: el honor, la masculinidad y el entrenamiento en la defensa de la
Patria.
La presentación de los capítulos y su trama secuencial nos permite comprender los
caracteres de un periodo de conformación y cambios socioeconómicos de la ciudad de
Rosario como núcleo de su región. Este aporte se encuentra originalmente profundizado
por el estudio de diversas manifestaciones discursivas. En efecto, el libro expone cómo la
burguesía comercial e industrial, clase dominante, buscó los modos de insertarse en el
espacio público a través del uso de la prensa como medio de participación política. Luego
este grupo se constituyó en financiador de una prensa que se modificó al compás de los
cambios socioculturales, políticos y económicos y que fue, intencionalmente, calificada
como “neutral” por los grupos hegemónicos. De este modo, la burguesía logró convertirse
en un enunciador que logró llegar a las masas con un interés principalmente domesticador
y, secundariamente, civilizador.

225
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

Parece oportuno profundizar este tipo de abordaje pensando el lugar que ocupaban
los enunciadores de las diferentes manifestaciones discursivas y el interés implícito en
ellas, no sólo como portadores de una lógica comercial, sino también teniendo en cuenta
cómo las articulaban con sus concepciones políticas e ideológicas, en un doble juego de
influencias y relaciones. También, sería positivo verificar cómo los discursos “dialoga-
ban” con otras manifestaciones para reactualizar significaciones y sentidos, para conven-
cer y refutar argumentos. Esto, a su vez, permite matizar el rol de la prensa sólo como
mediadora entre la sociedad civil y el Estado, y habilita un punto de partida para erigirla
como actor que produce, difunde e instala estereotipos que construyen realidades y
dinamizan la conflictividad social, sobre la base del efecto de objetividad que generan los
discursos informativos. A su vez, es posible re-pensarla en el rol que ha ocupado en la
configuración del poder político y económico. Estas consideraciones apuntan a enriquecer
futuros estudios similares a los presentados en este libro, el cual es bienvenido porque
inaugura un abordaje de los discursos producidos a principios del siglo XX,
interrelacionándolos con los contextos situacionales específicos y amplios, y por el esfuer-
zo hecho por los autores para superar y desafiar esta ausencia.
Para concluir, destacamos en esta obra la participación de estudiantes avanzados de
Historia, tanto por la calidad de los trabajos, como por la oportunidad ofrecida a jóvenes
investigadores en formación para demostrar sus potencialidades.

PALACIO, Juan Manuel La paz del trigo. Cultura legal y sociedad local en el desarrollo
agropecuario pampeano, 1890-1945, Edhasa, Buenos Aires, 2004, 296 pp. ISBN 950-
9009-23-7, por Lisandro Gallucci (UNComa – CONICET)

F
rente a la creciente especialización de los historiadores en diversas subdisciplinas,
es difícil hallar estudios que resuelvan de manera adecuada la tensión entre las
estructuras sociales y la acción humana. Cuanto menos, ese objetivo parece cada
vez más una fórmula de compromiso antes que una meta a la que se dediquen los
investigadores. Una de las principales virtudes que este lector puede destacar en el libro
de Juan Manuel Palacio reside, precisamente, en su capacidad para mostrar los múltiples
y diversos modos en que los hombres juegan con las estructuras y las instituciones, al
mismo tiempo que las acciones de aquéllos van siendo modeladas por éstas.
Versión modificada de una tesis doctoral defendida en Berkeley, el libro de Palacio
se ocupa de un tema clásico en la historiografía, como es el de la expansión agropecuaria
en el espacio pampeano entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Enfocando su
mirada en un caso particular –el partido de General Dorrego, en el sudoeste de la provincia
de Buenos Aires– su estudio no se limita, sin embargo, a participar en los concurridos
debates que ha despertado aquel problema. Si bien no falta el análisis de los comporta-
mientos económicos de terratenientes y chacareros bonaerenses, no es allí donde Palacio
concentra su atención. Al observar con detenimiento el funcionamiento de una institución
clave del mundo rural como es la justicia de paz y al inscribir a las disputas cotidianas que
en ella se dirimen en el marco más amplio de la vida productiva de General Dorrego, el

226
prohistoria 10 - 2006

autor logra dar cuenta de la naturaleza conflictiva de la sociedad dorreguense, aún cuando
no existieron en ella los grandes “estallidos” sociales que sí se produjeron en otros sitios
de América Latina durante la primera mitad del siglo XX.
El libro en cuestión consta de dos partes. En la primera de ellas, “El trigo”, Palacio se
ocupa de reconstruir cuidadosamente el contexto social y productivo en el que se desarro-
lla la expansión agropecuaria en una sociedad de frontera como el partido de General
Dorrego. En el capítulo 1 se exponen la historia de ese partido en particular y las tenden-
cias generales que recorrieron el periodo que se extendió desde 1890 hasta el advenimien-
to del peronismo. La sucesión de las distintas fronteras –política, ganadera, agrícola–, la
evolución demográfica del partido, los procesos de privatización de la tierra y los distintos
patrones de su utilización, como también la creciente mecanización de la producción
cerealera, permiten al autor dar un buen cuadro del escenario en el que se desarrollan los
problemas que ocupan su interés.
En el capítulo 2, en cambio, Palacio se detiene a analizar la importancia del crédito
rural en una agricultura de arrendatarios, extensiva y paulatinamente mecanizada como la
de General Dorrego. Ello le permite descubrir la insuficiencia del crédito oficial en la
expansión agrícola, como también la fuerte dependencia que ésta y sus principales actores
–los arrendatarios– tuvieron respecto de mecanismos informales de crédito que se soste-
nían en el reconocimiento local de documentos precarios e inclusive acuerdos verbales.
Aunque el crédito no pareció faltar, lo cierto es que la enorme mayoría de los arrendatarios
debió afrontar los elevados costos impuestos por los prestamistas locales, estrechando así
el abanico de opciones que aquellos productores podían tomar como empresarios agrícolas.
En el capítulo 3, que se ocupa de la tierra, Palacio llama la atención sobre la precarie-
dad jurídica de la relación que los productores mantenían con la tierra. Si el acceso a la
propiedad de la tierra fue uno de los sueños albergados hasta por los más modestos agricul-
tores, lo cierto es que la gran mayoría de ellos debió conformarse con arrendamientos de
distinta extensión y duración. Pero si en los años dorados de la ganadería ovina la aparce-
ría representó para algunos una puerta de acceso a la propiedad de la tierra, no ocurrió lo
mismo con el arrendamiento en los tiempos de la expansión triguera. Aunque en las déca-
das de 1920 y 1930 fueron sancionadas las primeras leyes sobre arrendamientos, que bus-
caban remediar la desprotección jurídica de esos productores, a esas buenas intenciones le
faltaron las instituciones y los agentes encargados de ponerlas en práctica. De este modo,
los arrendatarios vieron potenciada su precariedad en el transcurso de esos decenios, cuan-
do los propietarios tendieron a reducir la proporción de tierras arrendadas bajo el modelo
de las estancias mixtas, que les brindaban una importante versatilidad frente a las depre-
siones de los precios agropecuarios. En el estudio de Palacio, el interés de los propietarios
por controlar más de cerca la organización de la producción se manifiesta en un número
creciente de desalojos y en una mayor inestabilidad por parte de los arrendatarios, quienes
se vieron obligados a arrendar parcelas más pequeñas a la vez que la posibilidad de com-
prar tierras se les hacía cada vez más lejana.

227
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

Insuficientes o ineficaces, las leyes agrarias no fueron, sin embargo, completamente


extrañas a la vida cotidiana ni aún de los menos favorecidos sujetos de la sociedad
dorreguense. Por el contrario –y he allí una de las principales afirmaciones de Palacio–, la
sanción de esas leyes ofreció nuevas herramientas con las que las partes intentaron resol-
ver los conflictos cotidianos generados en la vida productiva de General Dorrego, que por
cierto no faltaron. De acuerdo al autor, el resultado de todo ello fue la formación de una
“cultura legal” que permitió a la sociedad dorreguense enfrentar tiempos de severas crisis
económicas sin que esas disputas se acumularan hasta tomar la forma de grandes estallidos
sociales. La “paz del trigo” que se mantuvo hasta el peronismo fue, precisamente, fruto de
aquella cultura legal en la cual la justicia de paz parece haber sido una pieza clave.
El capítulo 4 del libro se ocupa justamente de esa institución, analizando sobre qué
consensos y en el terreno de qué costumbres pudieron los jueces de paz resolver la
conflictividad social producida por un nivel creciente de tensiones entre los miembros del
mundo agrícola dorreguense. Antes que en el apego estricto a la letra de la ley, los jueces
de paz parecen haberse interesado en el mantenimiento de cierta concordia en la sociedad
local, alentando a las partes a diversos arreglos extrajudiciales cuando ello parecía posi-
ble. La escasa correspondencia entre las demandas de desalojo o cobro de pesos y las
sentencias tomadas por el juez de paz constituyen, en la interpretación de Palacio, uno de
los principales indicios sobre la importancia de los jueces de paz como componedores de
los pleitos entablados entre miembros de la sociedad de General Dorrego.
Es en el quinto capítulo de la obra donde el autor se dedica a analizar la importancia
de los jueces de paz en la sociedad local. En este segmento, el autor se aparta de las
interpretaciones más corrientes en la historiografía latinoamericana sobre aquellos jueces
legos, donde éstos son imaginados como pequeños tiranos locales que ejercen
discrecionalmente un poder de naturaleza coercitiva. Para Palacio, el poder de los jueces
de paz –no siempre los más poderosos de la sociedad local– provenía de las percepciones
que los pobladores de General Dorrego hacían de aquel y de la institución que dirigía. Del
juez, en primer término, como un vecino que detenta un detallado conocimiento sobre la
sociedad local y por ende como alguien más abierto a contemplaciones puntuales antes
que inmutable ejecutor de la ley. De la justicia de paz, por otro lado, como ámbito propicio
donde resolver las disputas que las partes mantenían entre sí, sin que pueda advertirse allí
que eran sólo algunas fracciones de la sociedad local las que acudían a ella. Aunque en
diferentes proporciones, propietarios, comerciantes, arrendatarios y trabajadores acudían
a la justicia de paz para desalojar un campo, cobrar una deuda, extender un arriendo o
cobrar salarios atrasados. Pero sería falso decir que la justicia de paz estaba enteramente
en las manos de la sociedad local. En el secretario del juzgado –designado por la Suprema
Corte de Justicia y no por el gobernador provincial–, es posible ver al Estado nacional
regulando el funcionamiento de la justicia menor, como también en los juzgados de Prime-
ra Instancia pueden encontrarse los límites con que a menudo se topaban las decisiones del
juez de paz cuando eran apeladas por alguna de las partes. De todos modos, como Palacio
lo indica, las propias decisiones del juez estaban condicionadas por las precisiones técni-

228
prohistoria 10 - 2006

cas contenidas en los códigos de procedimiento. También era esa pericia técnica –a menu-
do aportada por los secretarios– la que fortalecía la legitimidad de la institución y sus caras
visibles en la sociedad local.
Con todo, no eran los jueces de paz los únicos arquitectos de la paz del trigo. Los
mediadores legales, fueran abogados profesionales o vecinos que oficiaban de procurado-
res sobre la base de sus conocimientos de la ley, cumplieron un papel fundamental en la
difusión y circulación de las nuevas leyes en la sociedad dorreguense, alcanzando incluso
a los grupos menos favorecidos de ésta. Merced a la venta de sus servicios, los abogados
de General Dorrego no escaparon a la imagen universal de parásitos o animales de carroña
que se alimentan de las desgracias ajenas. Sin embargo, al no restringir sus servicios a
algún grupo social en particular, preocupados como estaban por sus ingresos personales,
aquellos abogados alentaron a una multiplicidad de sujetos sociales a canalizar sus proble-
mas cotidianos por las vías judiciales, al tiempo que los ponían en conocimiento de los
derechos contemplados en la ley y no pocas veces conocidos por sus hipotéticos beneficia-
rios. Mediante las más diversas manipulaciones de la letra de la ley en los procesos judi-
ciales, aquellos abogados no sólo contribuyeron a dar una imagen negativa de su profe-
sión. También lograron que sus representados salieran airosos de un determinado pleito
legal y, en tal sentido, que muchos de estos últimos aprendieran que no era inútil apelar a
las instituciones para obtener justicia o morigerar el peso de la ley cuando caía sobre ellos.
Que su desempeño estaba lejos de cambiar nada en la sociedad dorreguense lo revela,
entre otras cosas, el estereotipo negativo construido sobre aquellos abogados como “co-
merciantes” de la ley, en el que Palacio acierta en ver el tono elitista de quienes no ven con
buenos ojos que quienes deben deferencia se apropien de las armas de los fuertes para
defender sus derechos. Cuando finalmente el peronismo quebró esa paz del trigo, median-
te una mayor intervención estatal en la sociedad local, encontró grupos que durante déca-
das habían aprendido a identificar y defender los derechos que les reconocía la ley, ganan-
do de ese modo el apoyo de esos amplios sectores sociales. En el capítulo final, destinado
a condensar las conclusiones del estudio, Palacio insiste en que aquella “paz” no era resul-
tado de ninguna coincidencia de intereses ni el producto de una imposición de las elites
locales, como tampoco significaba la ausencia de conflictos sociales. Antes bien, era la
expresión de una negociación cotidiana en el ejercicio de la ley, en la que resulta posible
ver tanto a las elites como a los sectores subalternos de la sociedad local participar en la
construcción diaria de las instituciones estatales.
Por la compleja construcción contextual que realiza y por la delicadeza con la que
vincula las experiencias cotidianas de la gente corriente con procesos más generales como
los de la expansión agrícola y la construcción del orden estatal, puede decirse que Palacio
cumple con su propósito. Aun cuando se echa de menos haber dado algo más de espacio a
algunos aspectos puntuales de la investigación –la competencia entre los miembros de la
elite local y los modos en que incidía en el funcionamiento de la justicia de paz, las imáge-
nes que los sujetos subalternos construyen de la ley, sus instituciones y sus agentes a través
de sus experiencias cotidianas–, no caben dudas que el libro de Palacio representa un

229
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

excelente ejemplo de cómo el Estado, sus instituciones y hasta un orden social determina-
do, están lejos de ser sólo productos de la ingeniería de las clases dominantes.

230
prohistoria 10 - 2006

NORMAS DE PUBLICACIÓN y GUÍA DE ESTILOS

El envío de trabajos con pedido de publicación debe ser remitido por vía postal a: prohistoria
Tucumán 2253, (S2002JVA) Rosario, Argentina. Debe enviarse copia electrónica a:
prohisto@arnet.com.ar
Una solicitud de publicación supone el conocimiento y observación de las siguientes pautas:

1. Los trabajos enviados a esta revista con pedido de publicación deben ser inéditos, en cualquier
lengua.
2. Todos los trabajos serán considerados por dos o más integrantes del Comité Editorial y del
grupo de Asesores Externos. Recibirán dos o más referatos anónimos y cerrados.
3. El envío de un artículo con pedido de publicación supone que el mismo no será presentado ante
otro organismo editorial hasta tanto sea comunicado el resultado de su evaluación. La revista
no devolverá los originales en ningún caso.
4. La presentación de una propuesta de artículo o reseña debe realizarse de la siguiente manera:
a) Un archivo en diskette 3 1/2, en formato Microsoft Word o compatibles. Enviar el mismo
archivo por correo electrónico a prohisto@arnet.com.ar
b) Tres copias impresas, en papel tamaño A4, interlineado doble, letra tamaño 12 pixeles,
preferentemente en Times New Roman.
c) Adjuntar el formulario denominado “solicitud de pedido de publicación”, que puede des-
cargar de www.prohistoria.com.ar/publicar.htm o solicitar a prohisto@arnet.com.ar
d) Envíe un CV muy breve, indicando sobre todo sus datos personales, domicilio y actual
pertenencia académica. No es utilizado para la evaluación.
e) Los límites de extensión para los trabajos son de 60.000 caracteres para artículos y 9.000
para reseñas y comentarios críticos. En todos los casos, la suma de caracteres debe conside-
rar como incluidas las citas y los espacios.
f) Es imprescindible que cada artículo sea acompañado por un resumen de su contenido en
español y en inglés que no supere las cien palabras. También de hasta cinco palabras clave,
en ambos idiomas. Las reseñas deben contener todos los datos del libro comentado, incluido
su ISBN, número de páginas, ciudad y año de edición, etc.
g) El autor debe consignar una dirección (institucional o personal) electrónica o postal que
será publicada junto a su nombre y filiación institucional al comienzo del artículo.
h) Al final del mismo debe constar lugar y fecha en que fue finalizada la redacción.
i) Enviar todo gráfico en archivo aparte, indicando con precisión en qué sitio del texto debe
ser incluido.
5. Es condición para su publicación que un trabajo se ajuste a la siguiente Guía de Estilo:
j) Utilice negritas solamente para el Título y los subtítulos del trabajo y en ninguna otra oca-
sión. Los subtítulos no deben finalizar con punto.
k) No utilice subrayado en ninguna ocasión.
l) Cualquier resaltado dentro del texto debe llevar exclusivamente el formato itálicas.
m) Utilice itálicas siempre que introduzca una palabra extranjera en el cuerpo de texto.
n) Se utilizarán itálicas para distinguir el título de las obras a que se haga referencia en el
cuerpo de texto cuando son libros y comillas cuando son artículos.
o) Para las citas textuales en el cuerpo del texto, utilice “comillas”, no utilice “comillas e
itálicas”, excepción hecha de la intención de resaltar una palabra o un fragmento dentro de
la cita; en este caso, se aclarará este agregado en la nota correspondiente.

231
p) Cuando la cita textual excede las tres líneas se destaca el fragmento separándolo con una
línea del cuerpo del texto y formateando la cita con dos tabulaciones a la izquierda y una a
la derecha. NO se reduce la fuente, ni se modifica el interlineado.
q) Las notas deben ser ubicadas a pie de página, utilizando la función “insertar nota a pie” de
Word —no lo haga manualmente.
r) El citado de obras de referencia y fuentes será ubicado en las notas al pie, siguiendo la
siguiente disposición: MAYÚSCULAS para el apellido del autor y, tras la coma, su nombre
completo (evitar citar sólo la inicial). No debe colocarse ningún signo de puntuación tras
el nombre del autor. Proseguir consignando el Título de libro en itálica; en el caso de
artículos, “título entre comillas”, en Nombre de la publicación en itálica; editorial, lugar,
año de edición, número de página del tramo citado, en ese orden. Ejemplos:
i. de un libro.
SAER, Juan José El concepto de ficción, Ariel, Buenos Aires, 1997, p. 58 ó pp. 58-
123.
ii. de un artículo:
SAER, Juan José “Martín Fierro. Problemas de Género”, en El concepto de Ficción,
Ariel, Buenos Aires, 1997, p. 58.
Si se tratase de una obra originalmente escrita en lengua extranjera, la primera vez
adjuntar, al final de la cita, la edición original entre corchetes.
Nota: en caso de tratarse de una obra de varios volúmenes aclarar el volumen o tomo
antes del número de página.

Repeticiones: En toda situación en la que se repita la mención de una obra, se expresará:


AUTOR, Nombre Primera(s) Palabra(s)..., cit., p. nº.
SAER, Juan José El concepto..., cit., p. 56.
NO utilizar en ningún caso los términos Idem, Ibidem, Ibid.

Revistas: Las revistas siempre se citan en itálicas, como una obra. Ej: Hispania. Al
referise al Tomo, Volumen o año debe hacerse tal y como aparece en la publicación: ej:
i. Argumentos, AñoVIII, núm. 14, México, primer semestre 1998.
ii. Hispania, LX [es el tomo, no se pone otra cosa que el número en romanos], núm.
204, Madrid, 2000, pp. etc.
Si cuenta con la ciudad de edición de la revista, inclúyala antes del año [p. Ej., Historia
Mexicana, LIII, núm. 211, México, 2004, pp. 823-843.
No utilice letras elevadas para abreviar número; hágalo “núm.”

Una versión más amplia y explicativa de esta guía en www.prohistoria.com.ar/publicar. También


puede solicitarla a prohisto@arnet.com.ar

232
prohistoria
historia – políticas de la historia

Para suscribirse a nuestra publicación


diríjase por correo electrónico a
prohistoriaediciones@yahoo.com.ar

por correo postal a


Editorial y Distribuidora Prohistoria
Tucumán 2253
(S2002JVA) ROSARIO
República Argentina

Consulte nuestros índices y el catálogo de


publicaciones en distribución en el sitio
www.prohistoria.com.ar

*
Revista THEOMAI
Estudios sobre Sociedad, Naturaleza y
Desarrollo
ISSN 1666-2830

http://www.unq.edu.ar/revista-theomai

Disponible tanto en versión electrónica (acceso libre y gratuito) como en versión


impresa.

Publicación dirigida por Guido Galafassi (CONICET y Universidad Nacional de


Quilmes) & Adrián Zarrilli (CONICET, Universidad Nacional de Quilmes y La
Plata) y provista de un Consejo Asesor Internacional de carácter interdisciplinario

Revista THEOMAI propone una visión alternativa de la realidad a través de


una perspectiva crítica y un abordaje multidisciplinario. Mirar el mundo social a
partir de la relación entre sociedad, naturaleza y desarrollo presupone asumir un
punto de vista desde donde poder integrar los procesos naturales, sociales e
históricos de continuidad y cambio. Revista THEOMAI hace hincapié en la
búsqueda de mecanismos de articulación del conocimiento con el objetivo de
construir un pensamiento crítico que deje atrás tanto al positivismo como al
reduccionismo de mercado.

Correo Electrónico: theomai@unq.edu.ar

Revista Theomai es publicada por la Red Internacional Theomai de estudios


sobre Sociedad, Naturaleza y Desarrollo (www.unq.edu.ar/theomai)

Theomai es una palabra de origen griego que significa: mirar, contemplar, observar,
comprender, conocer.
COLECCIÓN DE HISTORIA EMPRESARIAL

PREMIO LID DE HISTORIA EMPRESARIAL


Finalista VII Casa de América de Barcelona (1911-1
1947). Empresarios,
convocatoria 2004 relaciones y negocios
Gabriela Dalla-Corte Caballero
Previsto para marzo de 2005

VIII convocatoria El plazo de inscripción comienza el 1 de enero de 2005.


2005 Solicite ya las bases completas en la editorial.

ÚLTIMAS PUBLICACIONES 2004

Aguas de La Coruña 1903-2 2003. Cien años al servicio de la ciudad


A. Martínez, L. Giadás, J. Mirás, C. Piñeiro y G. Rego
ISBN: 84-88717-60-1

Rodríguez-A
Acosta. Banqueros granadinos 1831-1
1946
Manuel Titos Martínez
ISBN: 84-88717-61-X
VI Premio LID 2003 de Historia Empresarial

PRÓXIMAS PUBLICACIONES
Empresas y redes de empresas en España
Julio Tascón (coord.)
Cien empresarios valencianos
Javier Vidal (coord.)
Historia empresarial de España. Un enfoque regional
J. L. García Ruiz y C. Manera Erbina (coords.)

LID Editorial Empresarial


Musgo, 5 - 28023 Madrid x Tel.: 91 3729003 x Fax: 91 3728514
Editora de Historia Empresarial: Mercedes Vidaurrázaga x lid2@telefonica.net

5% de descuento para los lectores de esta revista en pedidos a la editorial.

Anda mungkin juga menyukai