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A L∴ G∴ D∴ G∴ A∴ D∴ l’U∴

L∴ I∴ F∴

EL TEMPLO INTERIOR
V∴ M∴ , estimats GG∴ i GG∴ en els vostres graus i qualitats,

Para una persona religiosa, el espacio no es homogéneo. Hay una parte


del espacio físico que es sagrado. Es el Templo. El resto del espacio es
profano y queda superado al penetrar en el recinto sagrado. Este espacio
es acotado con un propósito definido: reflejar la estructura del Universo y
del individuo humano, microcosmos y macrocosmos.

Con esta idea construyó Moisés el Tabernáculo en el desierto. La zona que


rodeaba el recinto representaba el mundo físico; el patio abierto
simbolizaba el mundo psicológico, residencia del alma; en el interior del
Tabernáculo mismo estaba el Santuario, el mundo del Espíritu; en la zona
más interior, estaba la deidad.

En un nivel personal, la persona religiosa tiene un espacio íntimo, donde


construye su Templo Interior. Es en ese rincón íntimo dónde tiene lugar la
relación más personal con Dios. Ahí es dónde se le siente como Presencia.

La intimidad de cada ser humano es el primer templo natural que utiliza el


ego. El cuerpo físico es la forma que contiene el templo interior. Es la
manifestación de una energía usada como vehículo de la evolución de la
Vida, y es el apoyo de la cadena simbólica masónica, expresión sensible
de la unión universal. El templo será una imagen por la cual el Espíritu
deberá elevarse de las realidades sensibles e inmediatas hasta el
santuario interior espiritual.

Algo se transforma en nosotros cuando entramos dentro del espacio


sagrado. Sentimos la sensación de una gran paz, que no sentimos al otro
lado de la puerta. Ni es la misma sensación que tenemos en el más
tranquilo rincón de la naturaleza. Es otra paz, que no nos inunda, sino que
sale de dentro de nosotros mismos.
Sentimos al mismo tiempo, que no estamos solos. Intuimos una presencia
que, sin embargo, no vemos. Si nos escuchamos profundamente, podemos
llegar a sentir que somos nosotros mismos esa presencia; que no es algo
exterior, sino que forma parte de nuestro ser más íntimo, que en nosotros
está la Divina Presencia.

Y seremos constructores de nuestro templo interior, como el arquitecto de


la iglesia, que es imagen de Dios, Gran Arquitecto del Universo.

Al construir nuestro templo interior, buscamos realizar en nosotros el


Cristo interno, entendiendo que Cristo es nuestra percepción interna, el
reconocimiento interior de la Verdad Espiritual.
La Masonería puede considerarse una puerta de acceso al templo interior.
Del mismo modo que hay varias puertas para entrar en una catedral, hay
varias vías para acceder al templo del interior humano. Son la Acción, la
Contemplación y la Devoción. Cada una es diferente y tiene sus preguntas
y sus riesgos.

Podemos elegir como queremos adornar nuestro templo interior.


Decidimos cual va a ser nuestra vía, el camino determinado a seguir para
construir nuestro templo.

El primer paso será el conocernos a nosotros mismos. Si uno hace un


esfuerzo real por conocerse y comprenderse a si mismo, sus motivaciones
y sus comportamientos, la vida se encargará de proporcionarle las
experiencias que le ayudarán en su aprendizaje. Por medio de la
consciencia y los sentidos, percibimos el mundo. Esta percepción nos
permite tener las necesarias experiencias que van conformando el alma.

El trabajo de edificar el templo interior puede presentarse como una


batalla o conflicto interior del alma en el trabajo de conocerse a uno
mismo. Entonces el individuo puede pretender que el sol que es la
conciencia se detenga para iluminar al alma mientras realiza su tarea, del
mismo modo que Josué ordenó detenerse al sol hasta concluir “la batalla
del Señor”.

Al hacer la elección de nuestro camino, hacemos uso de nuestro libre


albedrío. La elección se hace en soledad, ante uno mismo. Evitando la
autoindulgencia, enfrentándose a la responsabilidad que se acepta. Es
preciso intentar alcanzar la suficiente libertad interior para conocer las
causas que nos impiden llegar a la Verdad. Es éste un trabajo duro, porque
creemos que tendemos a un límite aparentemente inalcanzable.

El Ritual es la vía para la acción. Es un elemento esencial para la


transmisión de la influencia espiritual, la extraen ciertas personas
capacitadas para ello, y lo hacen mediante determinadas ceremonias,
palabras y signos de poder. Las palabras-clave del ritual permiten pasar de
un estado exterior a un estado interior de la mente, y, por medio de los
gestos, los participantes se integran en la comunidad.

El rito hace posible el trabajo interior personal. Cuando nos reunimos para,
por medio del ritual, construir una forma de pensamiento que permita
extender la energía espiritual, nos estamos ofreciendo voluntariamente
para el servicio de la Humanidad, con el cuerpo y con la mente.

Cuando todo esto se interioriza, el ritual se vive.

La Devoción es una emoción que nos permite aspirar a los más altos
ideales. Este impulso del sentimiento constituye en sí mismo una energía
cósmica, y la persona que la emite se convierte en el centro de efusión de
la energía divina que le llega en respuesta, y que es capaz de difundir.
La Contemplación es la visión, no por los sentidos, sino por el Espíritu, de
la esencia de las cosas.

Si éstas son las tres vías para construir el Templo, tres son los pilares que
lo sostienen: la Fe, la Esperanza y la Caridad.

La Fe es una certidumbre que no se comprende, el no buscar respuestas


racionales, el “querer” que la gracia de Dios sea efectiva.

La Esperanza es el aliento que te obliga a renovarte sin cesar.

La Caridad es compartir los progresos hechos en el camino. Ese


“comunismo” de ideas da sentido a la Fraternidad.

La Fe da valor al Ritual.

La Esperanza aviva el esfuerzo de la Devoción.

La Caridad nos empuja a compartir los objetivos y resultados de la


Contemplación.

Conducir nuestra vida por estas vías nos ayuda a mejorar también en
nuestro quehacer diario, y todo ello va tallando las piedras con las que día
a día, vamos levantando nuestro Templo.

Una de las más grandes necesidades del ser humano es la de realizar el


bien común, que debe realizarse en comunidad de intereses y
obligaciones. Cada masón halla en el templo de la Fraternidad el valor de
su propia vida. Este templo de la Fraternidad se construye lentamente a
través de los siglos, de manera que cada operario es una piedra vida del
Templo.

A Dios se le rinde culto construyendo una sociedad con leyes humanas


asumidas en conciencia. Esa sociedad se convierte, entonces en el Templo
del Gran Arquitecto del Universo. Partiendo del templo interior, el masón
podrá colaborar en la construcción del templo exterior, social, buscando la
armonía con el gran templo cósmico. La ilusión del proyecto da valor a la
vida.

Los constructores van muriendo; y mueren con gozo, aunque saben que
han participado en el proyecto de un futuro del que no van a disfrutar.

Helena Escriche

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