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1 El individuo andino comtemporáneo

EL INDIVIDUO ANDINO CONTEMPORÁNEO


Sobre el andino, prejuicios y el racismo

Alejandro Ortiz Rescaniere

Resumen

La persona andina contemporánea, su autoimagen, sus rasgos más saltantes


reflejan unos valores y orientaciones fundamentales de la cultura de origen, la
quechua-aymara. El individuo no suele identificarse con una categoría general
como la de “indio”, “quechua” sino con referentes concretos :su pareja, familia y
pueblo natal. La plena humanidad, la persona cabal, es aquella que tiene
pareja, es padre o madre y está definido en un contexto social preciso. Las
palabras hombre, mujer, no tienen una traducción exacta al quechua-aymara.
La apreciación de su cuerpo, de su tiempo, exactamente la misma que en
Europa.
En esta ponencia se planteará también la cuestión de la influencia de las
culturas exteriores en la configuración de las persona quechua-aymara. Por
último haremos una reflexión genérica sobre el discurso de las razas en el
Perú. 1

1. El andino 2

¿Cómo es el individuo andino?, ¿cómo se inserta en el mundo y lo define?,


¿cómo se percibe a sí mismo y prejuzga al otro? .
Las respuestas que siguen son el resultado de una experiencia personal, de un
trabajo de campo difuso y asistemático. Recoge toda una vida de antropólogo;

1
Estos trabajos forman parte de una investigación “Sobre la persona y la pareja andinas” que cuenta con
la aprobación y el apoyo del Departamento Sociales de la PUCP.
2
Esta primera parte, “El andino”, fue presentada como ponencia en el seminario “Singularidad y
pluralidad en la identidad personal”, en Trujillo, España, en 1996. También retoma y corrige el artículo
“En torno al individuo andino: imágenes e identificaciones”, en Anthropologica, n° 14, PUCP, Lima,
1996. Si reproducimos esta sección ya publicada es porque forma parte solidaria con los demás temas, y
sirve de introducción a los mismos.
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es una mirada profesional que se nutre de recuerdos de la infancia pasada


entre domésticos, compañeros de clase y de barrio, amigos de la juventud,
gente de la calle y del campo. Se basa en esas vivencias y observaciones
como también de las publicaciones andinistas, de conversaciones con colegas
y de la lectura de los cantos, sermones, cuentos de la literatura quechua y
aymará. Nada de ello garantiza objetividad; por lo contrario. Esta es una
versión personal sobre los individuos andinos. En compensación, procuro en
ella evitar los lugares comunes que repiten los peruanos más hispanos y aun
los antropólogos andinistas.

El término indio es hoy día poco empleado en el Perú. Los campesinos,


relacionados de distinta manera con una lengua amerindia, los urbanos con
vínculos personales de diverso grado y calidad con una cultura rural, no suelen
calificarse así mismos de indios. En principio, no asumen ninguno de los
sentidos negativos que el término entraña, ni tampoco los positivos. En ciertos
casos, puede que les convenga identificarse o afirmarse como indios. En otros,
pueden emplearlo para denigrar a un otro. A veces lo aceptan si en un discurso
determinado entraña autenticidad peruana, mayor o más profunda peruanidad,
o una ventaja circunstancial. Con más frecuencia prefieren afirmarse peruanos,
“humildes peruanos”, “los auténticos”, “los netos”, pero también les gusta decir
que ahora son “mestizos”, que ya no son como los incas, que están mezclados
con españoles, o que son simplemente “gente que quiere progresar”.

En su lengua, llaman “hombre”, “mujer” a uno de la misma comarca, de la


misma clase sociocultural “hombre” y si tiene pareja e hijos. Los demás son
hombres, pero por extensión e influencia del castellano y de su cultura. Si en
quechua se pregunta a alguien quien es, seguramente responderá “Soy
Andahuaylas”, es decir, uno se define ante un extraño identificándose con su
pueblo. Si uno es del lugar, ante la misma pregunta dará su nombre, seguido
de una referencia al lugar que ocupa en una red de parentesco (“Soy fulano
hijo de zutano, sobrino de tal”). Sólo en ciertos contextos dirá que es peruano,
serrano e incluso, si estudia antropología o es diputado, puede que le plazca o
convenga afirmar que es de “la nación quechua”; o si esta frente a un quechua,
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para diferenciarse, se declare o sienta “aymará”. Pero lo actuante, lo cotidiano


en la identificación es la familia y el pueblo de uno, y no las etiquetas
generales. Incluso los términos como quechua, aymará, aguaruna, y ahora, el
andino, son sobre todo de uso, y en parte, creación de los nacionales, de los
académicos y políticos, no de los indios.

Entre esas calificaciones, en que pocas veces aparece el término indio, y el


sentimiento de ser tal, es decir, no blanco, no hispano, no mestizo, la relación
es, qué duda cabe, compleja, pero no del todo escindida. Es posible que en el
fuero interno el sentimiento de ser indio se parezca al empleo del término. Rara
vez uno se siente indio, tanto como es extraordinario que “se escape el indio”
que todo peruano lleva dentro (junto a otras imágenes de distinto uso y valor:
ser mestizo, blanco, huancavelicano, limeño, marido de tal mujer, madre de
aquel hijo..., que se superponen, desplazan y conviven en una misma persona).

Un “indio” habla quechua en la intimidad del hogar, con su mujer, con los
pequeños, en el campo. Pero en la calle, en ciudad, se “transforma” en hispano
hablante. Para un “indio” hay espacios idiomáticos más que identificaciones
personales idiomáticas. Dudo que exista la idea “mi lengua es mi patria” (a no
ser que sea en el espíritu de algunos intelectuales y políticos indianistas).

La dificultad en asumir un término global que rotule la realidad “india” tiene que
ver, quizá, con la predilección de la cultura amerindia por lo específico y lo
concreto. Ligado a esa inclinación, está el hecho que los vínculos sociales se
tejen en términos personales. El indio rehuye y desconfía de las relaciones
impersonales.

Como no hay un término general, aceptado por todos y de una manera más o
menos unívoca, emplearemos el nombre usado por los antropólogos en la
actualidad, andino, andino rural y urbano. El término es algo vago pero no
está cargado de la vieja historia y de los matices complejos de la palabra indio.
Con andino nos referimos a los grupos e individuos de origen campesino y que
conservan una cierta cultura rural. Podríamos recurrir también a la terminología
de los especialistas locales en encuestas y mercado: los del segmento D son
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los más pobres, habitan en las colonias urbano marginales o en las regiones
rurales más tradicionales, tienen modestos hábitos de consumo “moderno”. Los
C son los D ascendidos. Los B son los C ascendidos o los A ascendidos. Los A
son los más ricos y modernos, hispanizados y norteamericanizados. Los
andinos serían D y constituirían un porcentaje importante, sino la mayoría de
los C. Pero cuanto mas se sube en las letras, más se pierde el carácter étnico.
Sin embargo, un nuevo A o B puede conservar algunos rasgos étnicos, por
ejemplo, participar en las actividades religiosas de su pueblo ancestral. El A y B
son unos segmentos numéricamente modestos pero de gran prestigio para el
resto de las letras.

Si el andino tiende a no asumir una identidad genérica, ¿con qué grupos y


cómo se identifica? ¿Cuál es su autoimagen?. Me parece que son dos las
instancias fundamentales para el individuo andino: su pueblo de origen y
su familia. Ambas esferas están estrechamente vinculadas. Son la referencia
sentimental, social, moral, religiosa, inclusive económica, central en la vida del
individuo de raigambre quechua-aymara, yunga. Fuera del pueblo y de la
parentela, a medida que uno se aleja de ambos, todo tiende a devenir
fascinante, atractivo, pero a veces también, incierto, peligroso, ilegítimo, o sin
mayor interés. Un campesino, un urbano de prosapia campesina, del segmento
C o D, se siente y orienta su vida en función de su familia nuclear, luego de su
parentela, luego de su pueblo. El barrio urbano donde vive, le interesa en la
medida que encuentra familiares, amigos que devienen en parientes y aliados
para el trabajo, para las diversiones y las aventuras amorosas. El barrio de la
ciudad es importante en la medida que suple el pueblo ancestral. Más allá de la
familia y del pueblo, del barrio sustituto, todo es posible y todo vale. Y al mismo
tiempo le encantan las cosas de la A, sobre todo, sus conocimientos y sus
bienes materiales.

Se diría que cada individuo se identifica con unas islas de distintos


contornos. En cada isla está, reside por un periodo, por un instante y tiende a
hacerlo como si ese presente fuese el único y el definitivo. Así, según las
circunstancias, cambia de lealtad: por ejemplo, un adolescente, en una de esas
enormes salas de baile con música electrónica que abundan en los barrios
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marginales de Lima, puede sentirse y actuar como un solitario conquistador: él,


solo frente al mundo. Pero a la salida del baile se encuentra con su pandilla de
barrio, entonces él es ese grupo. Llega a casa; y su madre, el tío, los hermanos
son ahora y siempre lo más importante que tiene. Cuando logra tener novia, no
es un individuo, es una pareja; entonces empezará el proceso emocional de
alejamiento de su familia original. Reside en Lima y es limeño. Emigra a los
Estado Unidos, a veces se afirma peruano y otras, como un gringo que apenas
habla castellano. La lejana e imprecisa isla de los parientes de tal tío puede
adquirir un contorno preciso, devenir en tierra firme y segura, según sus
conveniencias y gustos del momento.

Los cambios más importantes de espacio emocional, de familia y de pueblo


suelen vivirse con intensidad. La literatura quechua así lo ilustra: el muchacho
que se marcha del pueblo, es despedido con unas canciones y danzas, los
cacharparis, que combinando la algarabía y la tristeza, logran un efecto muy
emotivo. Los jóvenes amantes viven su amor como una traición que mata a sus
padres; así, el enamorado canta que esta solo en el mundo pues su amiga se
ha marchado y sus padres han muerto. El escondite donde tienen lugar sus
encuentros amorosos y furtivos, es en la endecha "el pueblo de piedra”, y ella
es un venadito que él, vicuña de las altas punas, pudo arrebatarla del redil de
sus padres; si ahora ella no viene, si lo abandona, entonces se quedará solo en
el pueblo de piedra, lejos del pueblo de los hombres y del dulce redil familiar. Y
no hay cosa más triste que no tener familia y estar lejos del pueblo. Entonces
uno es un huaccha, un huérfano, un pobre, “un cholo de Dios sabe donde”.
Para un joven en busca de amiga ser “un sin padre ni madre” puede constituir
una ventaja amorosa, un atractivo conmovedor. No es así para el adulto; el que
enviuda prematuramente se siente vulnerable, el que de repente se encuentra
solo en una ciudad desconocida y sin parientes, tiene dificultad para encontrar
trabajo (pues en las ciudades andinas, el trabajo está íntimamente ligado a la
parentela y a los hijos del pueblo natal). También la literatura quechua ilustra la
orfandad adulta. Es el caso de Iqmacha, un desgarrado lamento de una viuda,
“que ha perdido su paloma” y que ahora “sola, torna, vuela errante por los
páramos salvajes”.
6 El individuo andino comtemporáneo

El amor primero, la pasión entraña rupturas que se expresan en las metáforas


de las endechas: una muerte de los padres, un abandono del pueblo de los
hombres. Después de esos dramas juveniles, viene la nueva familia, los
parientes por el matrimonio redefinidos. El pueblo mismo adquiere entonces un
rostro que es múltiple: son dos o más, el pueblo natal de uno, el de su cónyuge,
el del barrio o pueblo donde levantan el hogar. Y hay alianzas que afianzar y
obligaciones que asumir para con ese pueblo. La familia y el pueblo así
ganados, serán las sólidas islas del adulto.

Quien a logrado una nueva familia, redefinir su parentela, que ha servido y


hecho suyo el pueblo, está poco dispuesto a dejar, a desdeñar tales plazas con
tanto ahínco conquistadas o transformadas. Sin embargo, saldrá a menudo de
ellas para curiosear, para una aventura, para ganar dinero, prestigio, tesoros
que enriquecerán sus islas más queridas. Entre éstas y las playas más lejanas,
hay contactos, alianzas pasajeras o sorprendentes.

No todo cambio de posición es percibido y sentido de manera dramática. Los


desplazamientos, los trueques de roles y sus instituciones corrientes suelen
manejarse con soltura y desenfado.

A veces esas mudanzas suponen un cierto espíritu lúdico: nada más gracioso y
blanco de burlas que el quechua que regresa al pueblo luego de pasar unos
años en Lima o en los Estados Unidos; los paisanos se burlan de sus
novísimas maneras, un tanto forzadas, de caminar y de hablar como limeño o
como gringo. El mozo que tiene actitudes altaneras, “traidoras” hacia los suyos
porque parece que está enamorado, puede ser blanco de jocosas reflexiones.
Y los sujetos de burla pueden sobreponerse y responder con actitudes y frases
graciosas.

Uno se define en primera instancia por su familia y su pueblo. Pero,


escucha historias, va a la escuela, a la feria, al ejército, ve televisión y se siente
más peruano que cualquiera. Emigra a la ciudad, trabaja en ella, su barrio, su
club provinciano, reemplazan o son una prolongación de su pueblo; entonces
se hace de la ciudad, la transforma, se siente y es limeño. Y si hace lo mismo
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en los Estados Unidos, estará orgulloso de ser hijo adoptivo de esa nación. Así,
un mismo adulto se sentirá y afirmará, según la ocasión, como un “neto”, un
“indio descendiente de los incas”, un hijo de Chipiupata, o “mestizo”, de tal
provincia, limeño, peruano, norteamericano. Y todos esos rótulos los asumirá
con sinceridad y cariño; pero claro, el pueblo natal como la familia nuclear son
los primeros y más entrañables espacios identificadores. Tal vez esa
fluctuación, ese espíritu cambiante, esa fascinación por el extraño, haya
matizado la tendencia endogámica andina y contribuido a que el Perú sea una
nación.

En efecto, el Perú no es un mosaico desarticulado, es una nación, funciona


como tal. Es decir, tiene una tradición de relaciones internas sociales y
culturales básicamente pacíficas. Lima siempre fue una ciudad populosa y
múltiple, ahora cuenta con más de seis millones de habitantes. En la calle, en
el mercado, en el trabajo, se cruzan y conviven todas las razas y colores, los A,
los B, los C, los D. Y nunca ha habido un motín racial, nunca una prédica
clasista, etnicista, de enfrentamiento, ha echado raíces. Me parece que la
inclinación por las relaciones personales, el definirse a partir de la familia y del
pueblo de uno, contrariamente a lo que podría pensarse, han contribuido a la
formación de una sociedad nacional tolerante, basada en las diferencias,
incluso abismales diferencias económicas, pero también en la correspondencia
íntima, biológica, entre sus miembros.

En el Perú las relaciones intersociales son sumamente complejas. Es una


sociedad que se maneja con unos códigos en gran parte implícitos, tácitos,
inconscientes. Son muchos y sutiles los criterios que se conjugan en la
discriminación social. Se dice una cosa y se actúa de otra manera. No basta
tener la piel blanca para ser blanco; un mismo individuo es indio para uno y
blanco para otro; la riqueza, los estudios, el éxito social, aclaran, la pobreza y la
falta de instrucción oscurecen, aindian. Hay indios que se sienten blancos y al
revés. Uno mismo se siente y actúa como “blanco” en ciertas circunstancias y
como “neto” en otras. Es un arte de vivir, oscilando entre la ignorancia mutua y
la convivencia íntima, en relativa paz, manteniendo distintos niveles de divorcio
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y de entendimiento. Me parece que esa complejidad está relacionada con la


manera andina de ser y de concebirse así mismo y al otro.

Al otro lo ignoro, lo acepto con indiferencia o es fascinante, o bien lo hago mi


compadre, o le hago un hijo, formo un hogar con él. Si es fascinante, lo imito,
trato de ser como él, consumir y hablar como él. El otro es, en esencia, aquel
que no es de mi aldea ni de mi familia. El de otro pueblo, cuya familia y
comarca desconozco, es un otro, casi tan otro como uno del segmento A ó B.
Aunque no tanto, un D a veces se confunde y cree que los vecinos de la
colonia tipo A son extranjeros. De todas maneras, aun siendo “cholo de Dios
sabe donde”, un desconocido D se parece más a uno que un A. Pero un A
puede ser mi compadre, mi patrón o cliente, entonces es menos otro que un D
como yo pero que no conozco. Los encuentros y desencuentros son pues
intrincados, cotidianos, intensos o discretos, pero esa compleja convivencia ha
terminado por dar a los peruanos un sentimiento de colectividad y un rostro
múltiple pero de nítida personalidad.

Esa oscilación entre lo propio, en principio percibido como superior, y lo


extraño, ora fascinante, ora repulsivo o indiferente, parece ser antigua,
constante; respondería a una tendencia general y no a un mero accidente o
producto colonial. Bien podría ser un dilema de la cultura: entre un ideal y una
orientación endogámica, pero que se atempera con una práctica exogámica. El
matrimonio preferencial y más frecuente es el restringido a una comunidad.
Pero los matrimonios que contradicen esa predilección son muy frecuentes.
Las cosas, los usos y costumbres del pueblo de uno son, en principio, lo más
preciado. Pero ¡cuánta atracción puede ejercer lo extraño, la palabra y las
cosas del otro!. Me parece que ambas tendencias, el ideal dominante, la
endogamia, y el secundario, pero profusamente practicado, la exogamia,
constituyen dos polos de la cultura andina. El equilibrio es tenso, cambiante,
marca la dinámica de la sociedad, de la historia del Perú y de sus pueblos. Se
refleja en los individuos, en sus lealtades y elecciones.

El dilema mencionado parece guardar una relación con el carácter competitivo


de la sociedad andina. También con la definición de las islas identificadoras.
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Las relaciones interfamiliares, entre mi familia de origen y la de mi cónyuge,


provocan en mí tensiones, cambios de apego y de relación. En principio, quiero
de manera más íntima a mi hermano, pero el hermano de mi mujer es un buen
socio comercial y puede desplazar a mi hermano de sangre. Mi relación
amorosa definitiva, la fundación de mi propio hogar, fueron vividas por mí y mis
padres como una traición. Y mi madre no siempre está dispuesta a aceptar su
derrota. Soy empresario provinciano. A parte de mi parentela, es bueno tener
empleados de mi pueblo, de mi comarca, pero si encuentro a un desconocido,
que resulta ser un buen operario, es posible que me caiga simpático y lo
termine por contratar. Lo mismo puede ocurrir con un vecino de barrio, con uno
que pertenece al mismo club de fútbol que yo, con un “cholo de Dios sabe
donde”. Un domingo voy a mi club provincial, en Lima. Ahí, me encuentro con
los míos. Admiro las danzas y las ceremonias de la fiesta patronal de mi
pueblo. Me emborracho, hablo quechua a gritos. Doy hurras a mi pueblo, el
mejor del mundo. Al salir del club y encender mi camioneta, pienso que debo
cambiarla por una de mejor modelo. Me sacrifico mandando a dos hijos a
estudiar inglés en una academia cara. El próximo año iré con mi mujer a Miami,
a pasearnos y ver si se puede hacer algún negocio.

En la plaza de una aldea se celebra la llegada de los Reyes Magos. Es el 3 de


enero. Toda la comarca está reunida. Hay grupos de mistis (o “mestizos” , de
costumbres medio urbanas, son los notables), asimismo están los hijos de tal
huiracocha (los señores más importantes de la comarca, de tradición familiar
más hispanas), hay warmis y runas (hombres y mujeres casados, campesinos
del lugar, de lengua materna quechua), y por supuesto, los maqtas y sipas (los
solteros, hijos de los “netos”) y los mozos que han retornado del Cuzco, de
Lima, para asistir a la fiesta. Las pandillas de niños revolotean, solos venden
golosinas, y en bandadas, juegan por la plaza. Todos se divierten y pasean en
grupos que se ignoran mutuamente, aunque no mucho ni siempre. En la plaza
tocan y bailan los diablillos, al frente desfilan los incas coronados y sus
princesas veladas; hay números de acrobacia: sobre los caballos se levantan
torres humanas; sobre unas cuerdas y escaleras de diez metros de altura, se
forman otras montañas humanas, en cuyas cimas se yergue un niño vestido de
niña. Un imponente equipo electrónico difunde un enérgico tekno. Las señoras
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hablan quechua; los mistis, castellano, los jóvenes, también. Los ritmos, la
música de cada conjunto, se entremezclan produciendo un gran estruendo. Los
grupos de jóvenes se desplazan y disfrutan de cada espectáculo y de la
algarabía general. Les gustan las costumbres “netas” de su pueblo, también la
música electrónica. En la tarde participan en una competencia general: escalar
el palo ensebado. Por cada uno de los múltiples palos ensebados, los
muchachos tratan de alcanzar la copa y coger los regalos que allá cuelgan:
serán para la madre, la hermana, la amiga, de los ganadores. Al día siguiente,
en la noche, los jóvenes que han conservado algún dinero en el bolsillo, se
marcharán a la villa comarcana; asistirán al “baile social” , donde disfrutarán de
las cumbias, y el tekno; tratarán de entonar las canciones en inglés y
castellano. El baile termina con unos huaynos, que los borrachos o los más
enamorados, danzarán y cantarán el quechua. Estos mozos son mistis, hijos de
huiracochas, o de “gente” (quechuas); lo importante para asistir es tener algún
tiempo y dinero disponibles. Si en la fiesta pregunto a uno de donde es, no me
responderá que es “misti” , “huiracocha” o “maqta” , sino que es el amigo de
esos que están allá al frente, bebiendo, o que es de tal colegio, que es de tal
pueblo. Si le hablo en quechua, pensara que se trata de una broma de mal
gusto, porque en un lugar público de la ciudad y con un desconocido se habla
castellano. Transitamos por un archipiélago abierto en el que siempre
podemos descubrir nuevas playas, hacerlas nuestras y ser de ellas;
cambiamos de islas con cierta soltura. Cada una es habitada y definida
por el ocasional ocupante; y éste es distinto, casi otro, según la costa.
Las lealtades son permutables pero, en cada una se vive con intensidad, como
si fuese la única que se posee y como si fuese la única que define a la persona.

La particular intensidad con que uno se identifica con unas islas, que sin
embargo ser territorios de paso y de distinto perfil, supone una cierta
apreciación del tiempo: se diría que el momento, el presente, es vivido por el
individuo como si fuese lo único cierto, lo único firme. La cultura andina
privilegia el presente en desmedro del pasado y sobre todo, del incierto y
borroso futuro. Los sucesos pretéritos importan en la medida que ahora nos
sirven e instruyen. Estudian y cultivan la tierra para asegurar el futuro pero
11 El individuo andino comtemporáneo

también porque les procura, ahora, placer en cumplir con la ética del trabajo y
del progreso.

Una de las maneras de ser que más llama la atención al observador es la


tendencia del andino al incumplimiento: el ahora, el mañana o el pasado
mañana, su palabra, todo parece relativo, prolongable. Como si tuviese unos
presentes que se dilatan y mañanas que no llegan, que se pliegan a sus
deseos más íntimos. Al parecer, lo inmediato tiende a tener un imperio más
grande que entre nosotros 3 . El yo se reconoce a sí, ante todo, en ese ahora
dominante; la palabra que empeñé ayer, hoy puedo no reconocerla. Estas
actitudes sugieren una relación particular con el tiempo: un ahora cargado,
denso; un mañana dudoso, más impersonal que el ahora. También, una
relación especial con la veracidad: como las islas, las cosas, los hechos, las
voluntades son mutantes, intercambiables; y la mentira puede ser una argucia,
un juego retórico, antes que una maldad. Tales vivencias concuerdan con una
cosmovisión aún vigente.

Hay cuentos que sugieren que la marca inicial del mundo presente y de los
hombres es la mentira. Así, por ejemplo, repetidas veces Dios mandó al gorrión
a decir a los hombres que tendrían diferentes perfecciones; pero el gorrión
engaño a todos, diciéndoles que Dios había dispuesto que tendrían los
defectos que tenemos. El engaño es entonces nuestra marca inicial.

Los mitos actuales, pero de tradición más antigua, tienen una concepción
catastrófica del mundo. Un Dios destruye una divinidad y mundo precedentes y
crea el suyo propio. A la par que nuestro dios envejece, nuestro orden se
degrada y marcha a su aniquilamiento. El mesianismo, sus relatos y
movimientos de esperanza, han sido también incorporados, pero no han
desplazado por completo tal manera de ver el tiempo. Un cierto progresismo
andino se acomoda con la esperanza de raíz cristiana, pero otras actitudes y

3
Esta idea del tiempo puede parecer contradecir las investigaciones de Tom Zuidema sobre el calendario
y los complejos elementos que concursaban para una definición sutil del tiempo en el Perú Antiguo.
Conversando con él sobre dicho asunto, Zuidema sostuvo que ambas aproximaciones –una vivencia de un
presente intenso, elástico y un calendario riguroso- no son incompatibles; al contrario, su coexistencia
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discursos contradicen esa práctica y esa espera positiva. La antigua


cosmovisión deja al individuo con un solo tiempo fiable, el ahora y su
circunstancia. A él se aferra y con él se identifica. La cultura andina no alienta
la vida interior pero cada momento y circunstancias tiende a ser vivido con
particular intensidad.

Tal vez por eso el andino que se vuelve gringo, cuando está en esa isla, pues
juega su papel a fondo, como si él se redujese al personaje y a esa isla. Y
cuando, al año siguiente vaya con los suyos a la aldea natal, pues hablará
quechua, será “neto”. Aunque para mostrar su nuevo rostro prestigioso, por
momentos hará gala de sus gustos y de su lengua de adopción.

Las manifestaciones cotidianas de afectos son parcas y controladas. Pero,


cuando se liberan son muy efusivas; nada más conmovedor que las
manifestaciones de amistad del borracho andino; también lo es el amor eterno
de la aventura. No es por espíritu voluble, menos por falsedad: en el momento
de la aventura, la pasión es intensa y eterna; porque el instante es la única
tierra firme, el único espacio emocional que nos define. Y más tarde, todo se
olvida, o tal vez se guarda con nostalgia, como un recuerdo lejano, casi irreal.
Con los sentimientos negativos pareciera ocurrir algo semejante. Dos mozos
aman a una misma muchacha. En principio, se dicen amigos y no se
manifiestan rivalidad. Pero un día los celos estallan, se insultan, se insultan, se
golpean. Luego lloran de rencor. Unos días después, sobre todo si la causante
del pleito terminó por elegir, el asunto parece olvidado. No sólo es debido al
autocontrol y a la parquedad andinas, sino también, porque realmente, por el
momento, esa inquina profunda ha sido desplazada por otras preocupaciones.

La relativa frecuencia de cambio de lealtad, de identificaciones, expresan una


cierta autonomía individual y de la familia nuclear. El individuo tiene como
esencial referencia la familia y el pueblo natal. Y a él se le define en función a
esas dos instancias. Pero el individuo, la pareja, los redefine, los troca con
relativa facilidad. Su gusto por lo concreto e inmediato, un cierto desenfado, el

sugieren acomodos circunstanciales, ricas variaciones y acomodos particulares con respecto a la medición
y a la vivencia del tiempo.
13 El individuo andino comtemporáneo

sentido práctico, propician los cambios y las interpretaciones personales


dictados por sus propios gustos e intereses o los del cónyuge. No es un
individualista como un europeo pero tampoco es un individuo fatalmente unido
a un mismo grupo social y familiar.

En la ciudad, el infante de provinciano, desde que puede caminar, sale de


casa, ayuda a su madre, vagabundea por el barrio. A los seis años lo vemos
reemplazando el puesto de comercio ambulatorio de la madre. Pronto tiene su
propio negocio. A los diez años suele ser económicamente suficiente. A los
quince pasa largos períodos fuera de casa, trabaja lejos, tiene amigos más allá
del barrio, empieza la época de las amistades al paso y de las aventuras
amorosas. Si tiene un fracaso, o prefiere proseguir sus estudios, se quedara
con sus padres, se apegará más a ellos. De su vida sentimental, incluso de sus
proyectos, de sus actividades fuera de casa, poco o nada es lo saben sus
padres. Al respecto no hay mayor diferencia con las muchachas. Solo que
tienden a ser un poco más apegadas a la familia originaria, y que sus padres
ponen algo más de celo y vigilancia con ellas. Los padres están en el pueblo,
entonces ella, desde los dieciséis, trabaja en una casa burguesa de Lima. Los
fines de semana visita a su hermana casada que vive en algún lejano barrio
marginal. Durante los otros días, en las tardes asiste a la escuela; unos años
después, a una academia. Participa en las fiestas de su familia, del club del
pueblo. Ayuda en las labores de la casa de la hermana, contribuye con parte de
su sueldo. Recibe noticias de sus padres, de los demás familiares que están en
el pueblo. Pero en la escuela se hace de un grupo de amigas. Regresan juntas
del colegio, organizan fiestas en el colegio para juntar fondos para mejorar una
de sus instalaciones. Un sábado, en lugar de ir a la casa de un familiar, se
reúnen donde la patrona de una de ellas y luego se marchan a divertirse, a “un
baile social”. Las amigas tienen parientes en diferentes colonias de Lima,
provienen de distintas comarcas. Entre ellas conversan de sus familiares y un
poco de sus respectivos pueblos. Hablan más de lo tiene en común: de sus
asuntos laborales, de los estudios, de sus amistades, de sus intereses y
proyectos. Una recomienda la amiga a la amiga de la patrona que necesita
doméstica. Suelen ser relaciones afectivas y pragmáticas importantes, que
duran hasta el matrimonio y, a veces hasta más (por ejemplo, si dos de ellas
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ponen un negocio conjunto o coordinado, o si se hacen comadres). En cuanto a


los amores, hay también dos círculos: el trabajo, la escuela y las amigas; el de
la familia y el barrio donde vive y la sociedad de los hijos del pueblo natal. La
chica es dueña de sus preferencias. Si termina por decidirse por uno de su
comarca, o de la vecindad donde moran sus parientes, pues, en principio, será
mejor aceptado por los familiares de ambos. Pero, si finalmente elige a un
hermano de la amiga, a uno que encontró en el baile o la salida del colegio, es
decir, a “un cholo de Dios sabe dónde”, puede tener algunas dificultades al
momento de dar a conocer a los suyos de su situación de novia. Aunque toda
pareja ha de abrirse camino como si estuviese enfrentada a la familia y al resto
de la sociedad, en el caso de una pareja entre personas de pueblo extraños,
tendrá, en principio mayores obstáculos que vencer, y los parientes de ambos
no estarán especialmente bien dispuestos a asistirlos. Pero en compensación,
la pareja “mixta” puede lograr una mayor autonomía frente a sus parientes y a
sus respectivos pueblos natales. Si la joven tiene a sus padres en la ciudad, las
posibilidades de hacerse de un grupo de amigas más autónomo de la familia y
del pueblo serán menores. Es posible que no trabaje como doméstica. El
colegio estará entonces más cerca de su casa, en el barrio de sus padres. Pero
entre sus compañeras de estudio, en el mercado o en la calle en que tiene el
puesto de su madre, puede encontrar amigas que no sean próximas al entorno
familiar o barrial. Como fuere, la muchacha como el muchacho de los barrios
marginales, provincianos, hijos de provincianos, tienen, como individuos, un
cierto abanico de elección de amistades y de trabajo. Están acostumbrados
desde pequeños a tener un papel económico, a manejar una economía
personal, a tener un círculo de amigos, a tener aventuras, enamorados,
bastante al margen de la voluntad y conocimiento de los padres. En todo caso,
parecieran tener mayor autonomía que los jóvenes burgueses de Lima, aunque
tal vez no tanto como los muchachos madrileños, o tanto como ellos, pero de
otra manera con otro estilo. Tal autonomía relativa, se prolonga en la familia
nuclear. Por lo demás el bilateralismo y la importancia de la parentela política,
dan amplias posibilidades para que los miembros de la familia nuclear puedan
escoger sus preferencias entre diferentes parientes y aun aficionarse más por
el pueblo del cónyuge que del suyo propio 4 .

4
Estas descripciones tratan de mostrar unos patrones, es decir el comportamiento corriente, típico. Pero
15 El individuo andino comtemporáneo

La situación de los jóvenes del campo es asimilar en cuanto a la


autonomía y a la temprana y constante oscilación entre la familia y el pueblo o
barrio de uno y “los otros” que puede hacer suyos o hacerse parte de ellos.
Quizá, sí, la cuidad ofrezca mayores posibilidades que el campo para que la
autonomía juvenil y de la pareja. Pero, no creo que ese gusto o propensión por
la autonomía se explique sólo por el influjo externo y de la ciudad, pues, como
ha señalado, concuerda con otros aspectos de la cultura andina; y se dan tanto
en la ciudad como en el campo.

Quizá más que la familia y el pueblo natal, individuo se sienta ligado a


sus circunstancias (podríamos agregar, es sus circunstancias en comparación
del europeo que se siente más identificado con sus proyectos, con su proyecto
en el tiempo, que vive más en función de su futuro o recordando su pasado).
Pero, si es casi solo el instante, ¿cómo es que se reconoce en la marcha por
el tiempo, por la vida?, ¿dónde siente que reside su unidad, su
continuidad? Me parece que es en su cuerpo.

El individuo andino tiene gustos gregarios, quiere a su familia y a su pueblo,


tiene amigos y compañeros. Pero es autónomo, gusta elegir, redefinir, familia y
pueblo. Su ahora tiene gran importancia; lo adorna lo mejor que puede, de un
trabajo que le de bienes materiales y que pueda realizarlo con el carácter lúdico
y teatral que tanto le agrada, también de amistades, de aventuras amorosas,
de una familia que él, ella, suelen escoger. Es un ahora cuyo decorado él
modela.
Si aún lo más entrañable e identificatorio, la familia y el pueblo, pueden
transformarse, cambiar, si su ayer tiende a ser brumoso y su mañana incierto,
lo que sí tiene de concreto, es el cuerpo. Es un tesoro que cada quien cuida
con celo. Pues el cuerpo es concebido como si fuese frágil y disperso (si se le

las excepciones, los acomodos singulares, son numerosos. En la ciudad, pero también en el campo, hay
padres controladores de sus hijos, sobre todo entre los mestizos y los más “progresistas”. Y en general,
los grados de autonomía infantil son variables de una familia a otra. La ocupación, las necesidades, la
instrucción escolar, la orientación cultural, insiden en el grado de control paterno; pero también la historia
familiar, sensibilidad y manera de ser de los padres. Esta observación es válida para el resto de la
caracterización del individuo que intento en este trabajo.
16 El individuo andino comtemporáneo

compara con la idea de cuerpo europeo, que es percibido como una clara y
sólida unidad).

Muchos son los males que a uno le acechan. El pequeño puede ser
atacado por las miradas duras y malévolas de los extraños. Si se queda solo un
instante en casa, es atacado por espíritu de la casa, que está celoso de que la
madre haya tenido un hijo de un hombre (en lugar de tenerlo con él). Al
pastorcito lo “coge” la pradera donde cuida su rebaño, pues a ese espíritu le
apeteció “comerse” el niño. La sirena se enamora del joven que vagabundea
solitario por las orillas del lago, lo seduce y “se lo traga”. Un caminante se
encuentra con una montaña, ésta lo asusta; un muchacho es asustado por sus
compañeros en una reunión: enferma del mal de la vergüenza. Así, uno se
encuentra constantemente amenazado por las envidias de los vecinos, por los
celos y las pasiones de los numerosos espíritus que esconde el mundo.
Alguien es despertado bruscamente mientras soñaba: su alma vagabunda se
queda donde estaba soñando, y el soñador desalmado, enferma gravemente.
La vergüenza, el susto los sentimientos súbitos y provocados, pueden
enfermar, hasta matar. Por esos males se pierde alguna de las partes visibles,
invisibles o semivisibles que animan el cuerpo o son parte de él: la sombra, el
doble, el ánima, el aliento, la tierra, el Santiago, el alma, la ropa y otras
pertenencias... cada uno de esos elementos pueden extraviarse, ser raptados,
maltratados por las fuentes, los abismos, los envidiosos. La voluntad y el
carácter de uno pueden ser transformados por la acción de otras personas.
Una muchacha cambia de parecer porque el pretendiente, hasta entonces por
ella rechazado, le administró disimuladamente un filtro de amor. A un marido
celoso de la selva se le tranquiliza dándole de beber, sin que lo sepa, una
yerba que calma ese mal. Hay brebajes para modificar el apetito sexual, la
sociabilidad, para corregir la ociosidad... y con frecuencia esos remedios son
administrados sin que el paciente lo sepa. El cuerpo de uno, sus órganos, son
tan preciosos, que los gringos codician los ojos, el corazón, la grasa de la
gente; ellos organizan negocios secretos para cazar y matar “netos” y exportar
sus ricas entrañas. Hay que cuidar el cuerpo de uno de tantas y constantes
amenazas, cuidar sus múltiples y un tanto dispersas partes. Pues el cuerpo
andino, tan querido por su propietario, puede estallar, disgregarse, a cada
17 El individuo andino comtemporáneo

instante. Un poco por eso, y porque el ahora es casi lo único que se tiene, hay
que complacer el cuerpo mientras esté sano e íntegro, darle gusto en el comer
y en los amores. Me parece que en la ciudad está actitud se disimula y se
desplaza más que atenuarse. Tal vez el consumismo, sus expectativas, logros
y frustraciones, cumpla un papel importe en la búsqueda del placer corporal,
sensorial. También el fútbol, las fiestas provincianas en la ciudad y hasta el
mismo trabajo. Pero el temor subsiste: de repente, un barrio marginal es
recorrido por el rumor que hay “unos doctores” que están raptando a los
infantes para sacarles los ojos y exportarlos. Un joven, una chica, jamás
ofrecerá su foto a un cualquiera por temor a que con ésta elabore un filtro de
amor o pretenda otra maldad. En cada desconocido, en su mirada o sus
palabras, se puede esconder una codicia, una amenaza contra el precioso
cuerpo de uno. 5

El andino aprecia su cuerpo y el de su pareja. Pero no tienen un culto tan


marcado, una preocupación por mantenerlo joven, como ocurre en la tradición
europea. Es el cuerpo que tiene ahora que le preocupa, no el que tendrá; le
interesa la salud actual, es decir, mantenerlo unido y completo. A veces
advertimos una cierta nostalgia por la juventud perdida, pero es más por los
placeres y la mayor libertad que la acompaña y no tanto por la lozanía pasada.

El valor por lo inmediato, la sensualidad, la curiosidad por el otro, el gusto por


lo concreto y por la improvisación, el sentido práctico de los andinos, les facilita
su participación en el mundo moderno, en el consumo de bienes, pero también
en la producción de bienes. Así, la economía peruana está siendo
transformada por los andinos. Han vigorizado la democracia, revitalizando la
economía, la política, la sociedad en su conjunto. En concordancia con su
carácter, nunca fueron entusiastas seguidores de las ideologías que
pregonaban un futuro y genérico bienestar. Cada cual prefiere trabajar, con su
propio esfuerzo, para sí, para su familia. Y lo hace con marcado empeño, pues

5
A parte del tipo de precauciones mencionadas, está la variada farmacopea andina, sus ceremonias
curativas, la herbolaria, las dietas, abstinencias, purgas, ...todo en torno a una noción de enfermedad, uno
de cuyos núcleos es la idea de disgregación individual.
18 El individuo andino comtemporáneo

el trabajo es la demostración de la valía del individuo, de la familia, del pueblo


natal.

La concepción del trabajo andino es otro factor que facilita su inserción


en el mundo moderno. Valoriza al individuo, a la familia, al pueblo, ante los
otros. Toda persona capaz ha de trabajar; la ociosidad es una vergüenza. La
parquedad y la frugalidad andinas (que atemperan la sensualidad individual) se
traducen en un trabajo persistente y hasta rudo. Pero en él se ha de poner
ingenio, gracia y competencia, pues el trabajo ideal nunca pierde su carácter
lúdico.

El trabajo los estudios, suelen justificarlos con una ideología que ellos
llaman “progresista”. Se busca por esos medios un asenso económico y
social, en especial para los hijos, para que logren “un futuro mejor” (esto es,
que tengan casa en la ciudad, que tengan bienes materiales, que tengan
prestigio entre los suyos, que así ayuden al resto de los familiares y al pueblo
natal). Es una ideología popular y generalizada entre los andinos. Y lo es
aunque contradice su más antigua prosapia (una cierta cosmovisión
catastrófica). No en vano el mensaje de la esperanza es repetido desde hace
siglos por la Iglesia, y no en vano, su versión laica, el progreso, fue difundida
por los afrancesados criollos que lideraron la Independencia, luego por el
ejército, la escuela, el mercado. Esta ideología sirve de justificación a otros
rasgos de la personalidad andina: el gusto por lo concreto y lo inmediato, la
sensualidad e individualismo –la familia nuclear-, que a veces suplantan
valores más generales y generosos: “todo vale con tal de que uno, que los de
familia nuclear de uno progrese”.

El individuo actual se perfila y orienta por esas dos vertientes, las más antigua
que privilegia lo inmediato y un cuerpo precioso pero dispersable, y la
esperanza, el progreso, esos valores medulares que le ofrece el contacto
varias veces secular con Europa. Pero esos valores no son percibidos como
irreconciliables. La misma cosmovisión catastrófica puede servir al
progresismo: “Yo, mi familia, tenemos que aprovechar en progresar, mientras
19 El individuo andino comtemporáneo

este mundo siga joven”. Y el momento ha de vivirse en función del progreso,


pero sin perder el disfrute, el sentido lúdico del instante.

11. Notas sobre la calificación del otro y de sí mismo 6

Son notables las profundas diferencias culturales entre los grupos sociales
peruanos. También, los prejuicios, el desprecio y la desconfianza mutuas. Pero
hay un profuso mestizaje y nunca hubo un motín racial o étnico (a no ser en los
tiempos de la conquista, y quizá, en la independencia); es decir, las relaciones
intersociales son intensas y básicamente pacíficas. Los unos dicen mal de los
otros; parecen menospreciarse; pero buscan a los otros para fundar una
familia, para la amistad, para el trabajo y e negocio. La proximidad diluye las
diferencias; el dinero, la instrucción, aclaran; la pobreza obscurece. El racismo
es más declarativo, genérico, que concreto y cotidiano, más social y económico
que biológico. Un “neto” recela de todos los “blancos”, dice mal de ellos; pero,
quiere a su compadre, es amigo del vecino, parece así olvidar que ellos
también son “blancos”. Pero, ¿cómo es esa palabra prejuiciosa?, ¿qué dicen
los unos de sí mismos y de los demás?, ¿cómo son esas voces que desdicen
parcialmente los hechos?

En el sinnúmero de discursos prejuiciosos se pueden advertir una cierta


constancia: unos temas recurrentes que se presentan diferentes según el
momento y el gusto de cada época y persona. Trataré de mostrar algunos de
los temas más comunes y persistentes.

Los de la costa peruana resumían sus prejuicios hacia los serranos en unos
proverbios: “serrano, paloma y gato, no hay animal mas ingrato”, “si quieres
morir sin saber de qué, átate un serrano al pie”. Los serranos serían ingratos,
traicioneros, taimados, bestiales, también sucios, ignorantes. Tal vez por la
masiva migración de serranos a la costa, en especial a Lima, su presencia

6
Esta sección fue presentada como ponencia en el “VI Congreso Latinoamericano de la religión y
etnicidad”, Bogota, Colombia, 1996.
20 El individuo andino comtemporáneo

activa, el rápido ascenso social de los mismos, están haciendo olvidar esos
dichos y atenuar los prejuicios. Aunque, me consta, los limeños viejos guardan
con discreción tales ideas; si no hacen gala de ellas, es porque ese otro está
cada vez más cerca y es más como uno mismo. La cercanía del otro parece
desalentar los prejuicios y ceder la plaza a juicios más complejos y diversos.
No la cercanía de siempre –el país vecino, el pueblo de la otra banda- sino un
proceso nuevo de acercamiento, un reencuentro con el otro, que confunde y
cuestiona nuestras ideas simples sobre ellos y nosotros mismos (porque toda
descripción del otro, es una figuración en negativo de nosotros mismos).

Los reencuentros de hogaño, ni aun los prejuicios de antaño, se dan


simplemente solos. Hay prejuicios a contracorriente, viejas y nuevas ideas que
conviven en un mismo nosotros. El “serrano, paloma y gato...”nunca tuvo un
imperio absoluto, tampoco ha sido totalmente olvidado.

Antes no decíamos serrano, sino, más bien indio. Por indio nos referíamos a
los campesinos quechuas y aymarás. Los otros, los selváticos, ocupaban un
lugar secundario en nuestras preocupaciones prejuiciosas. Pues eran pocos y
lejanos. El término indio ha cedido su lugar al serrano conforme la sociedad
peruana devenía en urbana más rural. El cambio de término significó una serie
de sutiles modificaciones semánticas; sin embargo, gran parte de los discursos
sobre el indio se transfirieron al serrano, pero con valores menos dramáticos.

Los discursos sobre el indio, sus temas y variantes, son múltiples.


Ocupan gran parte de la literatura peruana. El habla popular los recoge,
modifica, les da un colorido personal, según la época y las circunstancias. Y los
devuelve a la escritura. Porque el hombre de letras se hace eco de esas voces
antiguas. El intentar un inventario de los principales temas, seguir algunos de
sus derroteros en los libros y en las voces del pueblo, es una tarea demasiado
grande para esta corta exposición. No obstante, trataré de señalar algunos de
esos temas, prejuicios que acompañan, contradicen, comentan, lo de “serrano,
paloma y gato...”.
21 El individuo andino comtemporáneo

El indio fue una demostración del atraso que significó la Colonia. La joven
República encarnaba el progreso, a diferencia del régimen pasado. El indio
actual era un lastre colonial, un ser degradado por el colonialismo. La
República se propuso redimirlo. La noble tarea parecía grande pero simple,
pues suponía que el indio era un ser sencillo, por lo mismo que era pobre. El
indio, un espectro del brillante incario (a medida que se fortalecía el discurso
del “indio, rémora colonial”, se agigantaba y doraba el incario). Gran parte de la
educación peruana ha sido orientada por ese discurso sobre el indio. También
se nutrieron de él los estudios científicos, antropológicos y hasta médicos.
Políticos y antropólogos encontraban en el campo andino, atraso, miseria,
marginación, explotación. Las frustraciones nacionales se explicaban por la
pervivencia de esa lacra colonial. Pocos vieron más allá de tales republicanas
anteojeras. No es, entonces, extraño que el término mismo sea, en
determinadas circunstancias, un insulto, cuya significación encierra esos
valores negativos. Este discurso prejuicioso es aún vigoroso, aunque cada vez
más contradicho por otros. Pues el desborde andino en la ciudad alienta otras
palabras, más matizadas y positivas “de lo serrano”. Por ejemplo, aquella que
percibe que el lastre, el marginal, no es “el serrano”, sino “nosotros” (los
urbanos viejos los letrados de cuño izquierdo). Porque los discursos sobre el
otro son como platillos de la balanza: si una imagen sube, la otra baja.

El tema de la miseria india, de la animalidad serrana, tiene entonces una


explicación prejuiciada: el colonialismo. También, un correlato en nosotros
mismos. Si el indio, el serrano, ésta mal, es porque nosotros (criollos, urbanos,
clase media, políticos, letrados, industriales...) hemos heredado una posición
dominante y colonial. Si ellos están así es porque somos unos explotadores. El
“blanco” (en el Perú, casi no los hay) es ocioso, hedonista, cruel, egoísta,
codicioso, además de racista, pendenciero y extranjerizante. Ese blanco
representa el nosotros, autor de la tragedia india y del drama serrano. Los
calificativos se invierten.

La tragedia y el drama fueron escritos por un nosotros letrado, generoso pero


con sentimiento de culpa. Como en toda historia, no dudo que haya habido algo
de eso, de drama y de tragedia. Pero los calificativos son definitivamente
22 El individuo andino comtemporáneo

nuestros y no de ellos. Son nuestros decires sobre el otro que, queremos creer,
dominamos.

En la intensa mixtura de la nueva cuidad se confunden los libretos, los autores


y los personajes. El indio, el serrano, el blanco, sus historias, se fragmentan,
estallan en mil historias singulares. Que esperan ser dichas y explicadas a
través de nuevos prejuicios.

Los motes y prejuicios intercambian temas y se alimentan mutuamente. Sin


embargo, alguna base material tendrán. Los sucesos del pasado, los
ordenamientos sucesivos de la sociedad y de sus desordenes, van forjando
unos perfiles del hombre de estas tierras, los que se reflejan también en sus
decires, en sus prejuicios de sí y de otro. Pero esos perfiles y sus bases
materiales, los conocemos a través de las palabras usuales, los juicios
sumarios del pueblo. La observación se guía por esas definiciones. La ciencia
local las avala antes de dudar de ellas. Los indigenistas repetían que éramos
los culpables de la orfandad india; los antropólogos, de la marginación andina;
los sociólogos, que somos racistas; y todos, que el indio, serrano o andino, es
un marginal, oprimido, pobre, ignorante, racialmente segregado. Viejos
prejuicios con palabras académicas. Sin embargo, alguna base material han de
tener. Pero no creo que sean simples los lazos que unen las palabras con los
hechos.

Tales son algunos de los prejuicios que tenemos contra ese otro llamado
“indio”, y ahora, andino, serrano. Veamos los prejuicios mas frecuentes que
aquel tiene hacia nosotros.

El “blanco”, aquel que no pertenece al entorno y orden social de uno, es un


tonto. El “gringo” es un despistado, ignorante de las cosas de uno, cree todo lo
que uno le dice, se le engaña fácilmente, pues es un ingenuo. Y es bueno
engañarlo y burlarse de él: hay que aprovechar; además, no conocemos su
pueblo ni su familia, es un “pobre gringo de Dios sabe dónde”. Unas bases
materiales de esta idea podrían ser: el desconcierto al que es propenso el
forastero ante un medio extraño y complejo como es el andino (desconcierto y
23 El individuo andino comtemporáneo

hasta mal de altura). El hecho que la cultura rural andina valora como tretas y
finezas de la inteligencia, el engaño y la simulación 7 . La cultura rural tiende
también a considerar al individuo sin una ubicación social conocida, como un
pobre inofensivo, que puede ser objeto de burla (o de compasión).

Pero el “blanco” desconocido también puede ser percibido como peligroso. Es


un saca-manteca, un caníbal, codicioso de lo nuestro, de nuestros cuerpos y
pertenencias. Es el pishtaco, un mercader de nuestra grasa; trafica con
nuestros ojos y otros órganos. Hay que desconfiar, temer, del “gringo de Dios
sabe dónde”. Pero se puede advertir un matiz: el “gringuito, de sabe Dios
dónde” es menos peligroso si se muestra sin disimulo, a la luz del día; en
cambio, el forastero, “blanco, mestizo extranjero” que aparece de sorpresa, de
manera solapada, protegido por la oscuridad, es, más probablemente que el
otro, un pishtaco.

Y al revés. El otro “blanco” puede ser fascinante; sobre todo cuando forma
parte de nuestro horizonte social, o está a las márgenes del mismo. Es bello,
rico, atractivo, poderoso. No hay mujer más seductora que la rubia. Así son las
sirenas de los lagos. Y el barbado y velludo está provisto de una gran virilidad.
Las imágenes de los santos, vírgenes, Jesús, de los villorrios andinos son casi
siempre blancos. Así se presentan en sueños, de esa manera se aparecen; el
niño Jesús, como un señorito rubio y travieso, el Joven Jesús, como un turista
extraviado. El “blanco” tiene poder político, social, saber, cosas y objetos, todo
lo cual hay que tratar también de tener; para lo cual hay que asistir a la
escuela, aprender castellano, radicar en Lima, vestirse como ellos, tener su
saber y su poder, ser como él.

Estas ideas sobre el otro “blanco” –peligroso, fascinante- se sustentan, sin


duda, en la historia colonial y el ordenamiento tradicional peruano. Pero, me
resisto a pensar que la morfología y los acontecimientos sociales sean la única
fuente explicativa de tales ideas. Hay orientaciones culturales que definen al
otro y que pueden presidir esa historia y configuraciones: así como los

7
Esta valoración andina más bien positiva del engaño y de la simulación, puede ser un elemento material
que avala el prejuicio “blanco” que consiste en percibir al andino como mentiroso y traicionero.
24 El individuo andino comtemporáneo

españoles llegaron con una concepción del otro, los quechuas tenían sin duda
el suyo. Estas concepciones han inaugurado las relaciones y, por lo tanto,
marcan y definen lo que ha sucedido después.

Los quechuas se figuran a sí mismos como tiernos, ingeniosos, frente a los


aymarás que serían rústicos. Algunas pistas sobre el sustento de esos
prejuicios. Los campesinos andinos atribuyen una serie de valores
contrastados entre la puna o altiplanicie y los valles interandinos. La puna es
percibida como agreste, silvestre, ganadera, pastoril; su clima es riguroso y el
paisaje es menos ameno si se compara con los valles. Los quechuas
relacionan a los aymarás con la puna y ellos mismos, con los valles
interandinos. Y esto, a pesar que los unos y los otros ocupan ambos tipo de
espacio. Tal vez dicha relación se base en que los aymarás tienen como centro
demográfico, la meseta del Collao, las orillas del lago Titicaca, es decir, la puna
más grande y célebre de los Andes centrales. Y que los quechuas tengan como
lugar de origen el Cuzco, el Urubamba, valles famosos por su historia y cultura.
Quechua, el vocablo mismo, designa el grupo étnico, su idioma y la altura
intermedia de los valles andinos. Y en los tres casos, el término evoca dulzura
y templanza: un pueblo amable, una lengua tierna, un paisaje ameno.
Excelencia, el valle es agrícola y la puna, ganadera. Los quechuas perciben la
agricultura como un arte más refinado que la ganadería. Asocian el pastoreo a
la vida tumultuosa de los jóvenes solteros; y la agricultura, a la tranquila vida
hogareña; aquel, a lo nómade; ésta, al sedentarismo; vinculan el primero a lo
salvaje, el segundo, a lo civilizado. Y relacionan a los aymarás con la ganadería
y a sí mismos, con agricultores. Y cuando, ante evidencia, aceptan que los
otros son también agricultores, afirman que sus cultivos son más toscos y
silvestres que los propios. Así, consideran al maíz, producto de los valles
templados, como más civilizado que la quinoa y la patata, propias de las
regiones más altas y de “aymarás” (aunque, en verdad, los quechuas también
cultivan la patata y la quinoa cuando tienen tierras propicias para eso). Pero
estas ideas tienen su contraparte: el otro aymará sería recio, franco, laborioso;
y nosotros los quechuas tendríamos esas cualidades en menor grado;
seríamos más débiles, menos francos y más ociosos que ellos. Los del valle
25 El individuo andino comtemporáneo

hemos dominado la puna, pero ella tiene la fuerza de la juventud, la intensidad


y la magia del mundo silvestre.

Cada prejuicio tiene su reverso. Nadie cree por entero lo de “serrano, paloma
y gato, no hay animal más ingrato”. Porque el “indio” también representa la
autenticidad y el ideal comunitario. Las palabras prejuiciosas influyen en las
personas y los pueblos. Pero no son simples identificaciones, porque los
discursos son ambivalentes, se contradicen y se neutralizan. Quizá por eso no
han sido asumidos al punto de constituir una barrera infranqueable entre los
distintos grupos sociales y culturales que conforman el Perú. Son palabras y
hasta actitudes que no han impedido la convivencia pacífica y la mixtura.
Porque cada palabra negativa entraña una contraparte positiva. Porque son
fronteras que invitan a ser holladas.

Los antropólogos andinistas denunciaron los prejuicios. Pues pensaron que


entre las palabras prejuiciosas y los hechos había una relación directa y simple.
Quisieron evitarlos pero cayeron en los mismos. Abandonamos el término indio,
y un eufemismo de éste, indígena, para tomar distancia frente a las viejas
aceptaciones y matices del término. Lo reemplazamos por el de andino. Su
contenido debe de ser una construcción de la ciencia, libre de epítetos, mitos y
prejuicios. Pero el divorcio no fue total, aún persisten ecos del antiguo indio.
Demasiado rápido “se comprobó” lo ya supuesto, el andino era un poco como
el indio: pobre, miserable, lastre colonial, traba para el progreso republicano;
sólo que se usaron nuevos términos –marginación, analfabetismo, deserción
escolar, discriminación, estructuras pre-capitalistas-, con justificaciones más
académicas y modernas. Los antropólogos hemos tendido a probar
experimentalmente lo que era vox populi –prejuicio-. También comprobamos el
contrapeso de tales ideas: la estructura social peruana, su ordenamiento era
injusto, las clases dominantes eran las responsables del drama andino (o
campesino, pues a veces éste es un eufemismo de aquel). Y agregamos un
ingrediente ideológico, consecuencia de los dos discursos anteriores, el
nacionalismo andino: si el indio fue una desgracia y el blanco un vil explorador,
el andino es una suerte de nuevo indio, que conserva lo mejor del incario, lo
más bello de la Colonia, el espíritu democrático de la República. Conserva
26 El individuo andino comtemporáneo

además de éste un marcado acento anti-hispano. Los antropólogos


describimos con primor los aspectos más autóctonos de los andinos en
detrimento de los componentes hispanos y más recientes. Recogimos los ritos
más marginales y menos católicos y les dimos una preeminencia que no por
fuerza, en verdad, tienen. Nos regocijamos con las tradiciones orales de
raigambre amerindia, y desdeñamos aquellas que tratan de la aparición de tal
santo, del origen de aquella procesión. La Madre Tierra nos pareció más
importante que la virgen del lugar; el Espíritu de la Montaña, mas que Santiago.
Y buscamos correspondencias entre unos y otros; de tal suerte que las
costumbres católicas parecieron simples rótulos de la religiosidad más antigua
y actuante. Así, el andino, el de nuestros escritos, es más autóctono de lo que
en verdad podría ser el campesino peruano. En suma, hemos tendido a recrear
nuestra ideología (que se nutre de los prejuicios y mitos de siempre) y
comprobarla en los hechos, antes que dudar y apartarnos de las viejas ideas, e
interrogar una realidad, que sin esos parámetros, se nos revela plena de intriga
y de misterio.

Resumen y comentarios

1. los rasgos de la personalidad del individuo andino son solidarios con los de
su cultura. Los acomodos y énfasis debidos a su relación con el mundo
moderno, urbano, son también respuestas desde esa cultura y personalidad
(que también son, sin duda, frutos de la historia, pero de una historia más
antigua).
2. Los principales componentes del individuo son:

Sus referencias más íntimas: la familia, el pueblo natal. El individuo tiene una
cierta autonomía: asume, redefine, transfiere, su familia y su pueblo natal. Ante
todo él existe en su ahora y se reconoce en su cuerpo. Tales identificaciones y
vivencias están relacionadas con otros rasgos de la cultura: inclinación por lo
concreto y lo personal; tensión dinámica entre un ideal endogámico y un ideal
secundario exogámico; una cierta concepción fluida, intercambiable del ser de
27 El individuo andino comtemporáneo

las cosas; una cosmovisión catastrófica; introducción de la esperanza;


mesianismo, justicialismo, progresismo. Por lo general, esos valores son
implícitos, no conscientes.

3. No me parece que dichos componentes puedan ser explicados sólo en


términos de colonialismo y alineación.
4. Sin embargo, hay un influjo de la historia colonial, republicana, de la iglesia,
del capitalismo. Unos ejemplos: la ideología progresista alienta el culto
andino al trabajo. El comunitarismo católico y luego político, refuerzan el
valor del pueblo natal. Las dificultades económicas del país estimulan el
gusto por la inventiva andina. La ciudad, el capitalismo, favorecen la
autonomía individual andina. La nación, las comunicaciones, la ciudad, las
ideologías políticas, la escuela, desalientan la tendencia endogámica.
5. Los distintos valores, a veces contrapuestos, los mismos rasgos, se
plasman de modo singular en cada individuo. Su relativa personalidad, da
un sello particular a cada quien. Aunque, tal vez de manera menos marcada
que en el individuo europeo.
6. El Perú funciona como sociedad y nación gracias en parte a la participación
e influencia de la manera de ser andina.
7. Las definiciones sociales peruanas del individuo son maleables: uno puede
ser blanco, mestizo o indio, según las circunstancias. El discurso cotidiano,
en especial el de fuera de casa, suele ser racista y prejuicioso; pero los
hechos contradicen las palabras prejuiciosas: el mestizaje, la fascinación
por lo extraño, unas relaciones intensas y básicamente pacíficas entre
grupos de tradición cultural y social diferente (en el Perú, como en otros
países latinoamericanos similares, nunca ha habido motines raciales).
8. La orientación por lo concreto se manifiesta de múltiples maneras, en la
sociedad andina y peruana en su conjunto:
-Un marcado espíritu pragmático y oportunista, que busca soluciones al
paso, acomodos circunstanciales. – El privilegiar las relaciones personales,
de la familia y del pueblo de uno, estimula un civismo relativamente débil,
hasta una cierta anomia. –También influye en la popularidad de las
banderas étnicas: ser huanca, aymará, quechua.... Son recientes, de
influencia exterior, tienen un relativo éxito entre algunos grupos politizados y
28 El individuo andino comtemporáneo

emergentes de esos grupos. Además son aceptados y empleados en la


medida que pueden servir como instancias de mediación entre intereses
locales y nacionales. Pero la aversión por lo genérico, su origen foráneo,
limitan la popularidad e interiorización de esos términos y nacionalismos.
9. La clasificación sociocultural tomada de los encuestadores de mercado
podría ser matizada. Si reparamos en la fluidez de las identificaciones
andinas, mal podríamos clasificarlos en bloque como pertenecientes a la “d”
o la “c”. En verdad, habría que agregar una letra que ocuparía lugares
diferentes en el edificio social peruano: una letra, india, que parece,
desaparece, se olvida o se le escapa a cualquiera, sea cual fuere la letra en
que uno se encuentre. Por lo demás, el individuo andino, como los otros
nacionales, difícilmente aceptará ser clasificado en un “paquete”
sociocultural, salvo que sea el del parentesco y el villorrio. Sólo que el más
citadino e hispanizado tiende a tener menos apego por el pueblo natal y
más por la nación y la religión de procedencia. Esta observación puede ser
también mediatizada: pues uno mismo a veces se percibe como andino,
otras como hispano; así a los criollos o acriollados se nos puede “escapar el
indio”, en determinadas circunstancias un andino se comporta y se afirma
“tan superado como el más gringo”. Todos llevamos consigo una movible
letra india más otras que son bien latinas. Esta percepción da una marcada
movilidad al ordenamiento sociocultural peruano. En el Perú nadie se siente
condenado para siempre a pertenecer a una misma letra... y actúa en
consecuencia.
10. Si hemos hablado de cultura andina ha sido para señalar ciertos rasgos
(unas orientaciones básicas que se reflejan en los estilos individuales. Así,
la concepción del tiempo catastrófica favorece una valoración individual de
lo inmediato; y esto, en contraste con la concepción lineal y progresista del
tiempo, de tradición cristiana). Decimos andinos porque las orientaciones
básicas, van de par con otros valores (como el idioma nativo) y una historia
peculiares, que transcurren y se dan en los Andes centrales. Por cultura,
entonces, no hemos querido decir un todo cerrado y perfectamente
coherente consigo mismo, sino unas concepciones, una historia, un estilo,
que se entrecruzan con otras culturas; es decir, con otros valores y
experiencias. En cada peruano se da una determinada combinación, más o
29 El individuo andino comtemporáneo

menos feliz, de esos componentes. El Perú es un país bicultural (que bebe


de dos fuentes: la amerindia y la europea), pero también pluricultural (pues
cada cultura conserva otros horizontes culturales; además de los aportes
negro, asiáticos, anglosajones y modernos); y hay una cultura peruana (que
es la manera común y más frecuente de entrecruzar esos horizontes
culturales a lo largo de su geografía, de su historia, de cada grupo social y
de cada individuo).
11. La autoimagen regida y definida, ante todo, en las circunstancias, plantea el
asunto de la autoimagen de la cultura propia, constante y trascendente al
individuo. Si algo percibe el andino que lo trasciende al individuo. Si algo
percibe el andino que lo trasciende son las costumbres de su pueblo; la
cosmovisión aprendida de los ancianos y en las curas chamánicas, también
en las fiestas y ceremonias del pueblo. La escuela, la televisión, la ciudad,
asimismo le brindan otra perspectiva del mundo. Con ellas se identifican el
andino. Pasa de unos valores a otros, de unas islas a otras, con soltura,
convive entre varias a la vez. No me parece que tenga especial conciencia
de las incongruencias, ni que se sienta incómodo en ellas. Quizá porque su
tradición cultural más antigua, la amerindia, no busca la unidad de las
cosas, el ser, sino el estar.
12. He intentado una visión global, con la superficialidad y falta de precisión que
tal propósito entraña. Tampoco llegué a incluir en esta panorámica a los
indígenas amazónicos. El estudio se basa en la literatura etnográfica
andinista y en nuestra experiencia personal. Otras investigaciones debieran
llenar ese vacío, también comprobar y profundizar los asuntos aquí
expuestos.

11 El término raza como homonimia. Unas reflexiones sobre las actitudes


y el discurso sobre las razas en el Perú 8

8
Esta sección fue presentada como ponencia en el VII Congreso Latinoamericano de Religión y
Etnicidad, Buenos Aires, Argentina, 1998. Parte de mismo se publicó en la página cultural del diario
Expreso, Lima 16.8.98.
30 El individuo andino comtemporáneo

Racista es, ante todo y sobre todo, aquel que cree en el racismo. En nuestro
país, hay quienes creen que existe racismo entre nosotros. Eso afirman
algunos sociólogos y antropólogos. Pero, ¿qué quieren decir con ello? Según
sus estudios, cosa que por lo demás, la observación y la experiencia lo
confirman, eso que ellos llaman racismo, se refiere, ante todo, al orden de los
discursos y, en menor parte, a las actitudes, gestos de menosprecio y hasta
discriminación. Calificar esos hechos y decires de racismo mistifica más que
aclarar la situación. Tal es mi hipótesis o sospecha.

Una nota inicial sobre los términos calificativos. En antropología es una noción
que se refiere a un conjunto de rasgos físicos cuyos límites son poco precisos.
En castellano, el término tiene un primer y más antiguo sentido, posiblemente
del latín, de “índole, modalidad”, al que se le agregó el de “defecto en el paño”;
tenemos entonces, “una persona de mala raza o vil”. En el siglo XVI se le utiliza
también para designar a un determinado grupo humano con sentido peyorativo:
“Ningún cuerdo quiere mujer con raza de judía ni de marrana”. El sentido no es
físico, sino de grupo social y religioso. El sentido propiamente biológico es un
antiguo extranjerismo “razas o variedades de plantas”. Se combina a veces con
el viejo sentido peyorativo y el de linaje o especie. Se le aplicaba para designar
un linaje en decadencia. También para calificar negativamente a ciertos
colectivos: campesinos, truhanes, moros y judíos (“gentes de mala raza”). El
derivado “racial”, era considerado un barbarismo del inglés por Cotarelo (1925)
(Corominas,... “Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico”), lo
mismo podemos decir de “racismo”, aunque ambos términos derivados figuren
ahora en el diccionario de la Real Academia. Este diccionario recoge en primer
lugar raza en el sentido de casta o especie, y luego, como sentido segundo, el
biológico y étnico. Designa cultura –etnia-, y también la apariencia física de un
grupo humano (por ejemplo, celebramos el día de la raza o día de la
hispanidad. De ahí, quizá la confusión de la administración de EE.UU. que
asume que hay una raza hispana o latina, en el sentido anglosajón, es decir,
biológico). El racismo, lo racial, son entonces, nociones que nos vienen del
inglés. Responden a una concepción humana algo diferente a la nuestra, a su
más antigua tradición, registrada en nuestro idioma. Nuestra discriminación
contra un grupo humano, es a juzgar por las palabras castellanas, de orden
31 El individuo andino comtemporáneo

cultural, social, religioso, y por extensión agregada, biológica, física. Que en


inglés y que los antropólogos le den este sentido a raza no debe confundir las
cosas. Cuando un latinoamericano del pueblo habla de raza no está diciendo,
exactamente y por necesidad, lo mismo que cuando lo emplea un negro o un
blanco de Arkansas. En el Perú exclamamos: “¡Qué tal raza la de este cholo!”,
nos estamos refiriendo a casta o linaje, (“¡Qué tal casta la de este cholo!”, “¡A
qué linaje o pueblo pertenecerá para comportarse de esa fea manera!”); es un
sentido bien castizo y poco o nada biológico. Ni siquiera eso de “cholo”. Que
alude –ora como insulto ora como halago o cariño –al ser mestizo; y entre
nosotros “mestizo” es una categoría más cultural que biológica. Algo similar
ocurre con otros términos como “blanco”, “indio”, “negro” pues en el Perú y
América Latina tienen una significación tanto cultural como biológica, a veces
más lo uno que lo otro.
Ciertos antropólogos parecieran confundir el sentido variado de los términos del
habla castellana, general y peruana para el caso, con el unívoco que tienden a
emplear en sus escritos sobre “el racismo en el Perú y América Latina”. Este es
un primer equívoco, el creer que todos hablamos igual y nos referimos a las
mismas cosas. Un imperialismo de las palabras, de las doctas sobre las
populares. Retengamos esto y también, el que las voces derivadas, “racial”,
“racismo”, “racista”, lo que significan, son, en castellano, unas recién llegadas.

En el Perú, como en México, Guatemala, Ecuador, Bolivia, darse el título de


blanco es un asunto complicado. Es bien conocido que entre nosotros el dinero
y la posición social tienen color: el dinero, la educación, la manera de hablar, el
idioma que emplea, el tener coche, blanquea o bien oscurece. A mayor
prestigio más blancura, y lo contrario, es oscuridad. Un indio de aspecto pero
que es antropólogo, habla castellano, inglés, y tiene el quechua como adorno,
que es doctorado en Yale, es blanco...social y en principio...pues, en
determinadas circunstancias, su blancura podrá ser puesta en duda. Los
rasgos físicos raciales son un componente más de un conjunto de criterios para
discriminar una persona: sexo, edad, prestancia, dinero, títulos, si es
provinciano y, bueno, también el color de su piel y los rasgos raciales de su
cara. Es un juego sutil y complejo que los antropólogos no han estudiado, pues
se preocupan más en hallar en Lima lo que hay en Lusiana.
32 El individuo andino comtemporáneo

Cuando los sociólogos piden a los niños de los barrios marginales y pobres de
Lima que les describan una persona hermosa, la respuesta será casi unánime:
que sea rubia, de ojos azules, como las que salen en la propaganda televisada.
Dicen nuestros estudiosos que eso es un racismo al revés: han asumido el
menosprecio hacia ellos mismos y la supremacía blanca. Pero, si aún fuera así,
que hubiese una perversión colonialista en ese gustar de otra raza, ¿es acaso
racismo en el sentido anglosajón? No lo creo, actitud racista es para los
norteamericanos, y para algunos de nosotros, rechazar a un grupo humano
porque no se parece físicamente a uno. Es bien conocido que a los japoneses
les gustan los ojos redondos, no como los suyos; eso es lo contrarío al racismo.
Y no se diga que lo es al revés; o que han aceptado una cierta inferioridad. Lo
primero es una argucia retórica (digamos que odiar al otro es como ser racista
y amar como no serlo. Si amo a un otro sería, en la argucia, un odio al revés;
amo al otro porque me menospreció). Lo segundo la interioridad, habría
probarla, lo que implica una suerte de sicoanálisis en los pueblos. En todo
caso, cuando los escolares pobres de Lima sueñan con rubias, es que
quisieran ser como blancos, hay que entender su aspiración en términos
hispanos y del Perú, se refieren a lo que simboliza ser blanco: no tanto los
rasgos físicos como la manera de caminar, de vestirse, de hablar, de poseer,
desean ser blancos sociales o culturales; y me parece una aspiración legítima,
nada racista (rechazo del otro biológico) o racista en nuestro sentido (que es un
complejo donde lo cultural, lo social, económico se combinan con sexo, edad,
raza física). Pero con esa explicación no se agota el significado de los sueños
de los escolares (porque las fantasías son símbolos, es decir, tienen una densa
y múltiple significación. Una razón más par no reducirlos a una cuestión de
complejo racial biológico).

Dos ejemplos sobre el deseo de blanquearse, la religión y la propaganda


televisada.

Blancos y rubios son la mayoría de los santos y vírgenes andinas. Pues ellos
no pueden parecerse a nosotros los creyentes, que somos en general más bien
oscuros. Pero debemos tratar de ser como ellos blancos morales. Algunos
33 El individuo andino comtemporáneo

cristos quechuas son morenos, oscuros como indios: la interpretación popular


es variada: ese Cristo está así, ennegrecido por nuestros pecados; o está así,
porque también es hombre, como nosotros. Algunas “almitas milagrosas” son
provincianas y humildes como uno: socorros, ejemplos, de buena gente como
uno. Tenemos un santo chapetón, otra criolla, otro mulato; pero sus devotos
son de todos los colores –sociales y físicos. El Cristo que pintó un negro en la
Colonia fue santo de unos negros que reemplazaron a unos indios que en el
pasado habían rendido culto a un ídolo que recuerda por ciertos rasgos al
Cristo moreno. Esa imagen sí que estuvo asociada a la gente física y
culturalmente negra. Pero, hoy día su procesión y fiesta tiene un carácter
nacional, en que unos morenos, entre aquellos que aún aparentan serlo a
pesar del mestizaje, tienen un papel importante: pues la pertenencia a la
cofradía del Señor Moreno es hereditaria, aunque no exclusivamente
hereditaria.

Un producto no se vende si los héroes de la propaganda televisada son de


color modesto. Porque ellos, a quienes se dirige el producto, se identifican o
aspiran a ser rubios. Sin embargo, hay matices y notables diferencias. El café
lo presentan unos graciosos negritos o mulatos (por una compleja asociación
de ideas entre negro, café, hacienda, moledor de café, catador y consumidor
de café). Un gordo cholo de más de veinte años está feliz con su nuevo camión
(pues todo joven cholo quisiera ser como él, un cholo casado, es decir, de más
de veinte años, próspero y propietario de ese camión). La cerveza es la bebida
nacional, ha desplazado a la chicha. En la propaganda, salen unos amigos
alegres bebiendo cerveza. Sus tipos físicos y maneras son estudiosamente
promedio: ni tan cholos ni tan blancos ni tan ciudadanos ni tan provincianos, ni
muy ricos o pobres. Porque esa marca de cerveza quiere vender
representando el ideal de la comunidad, a un peruano ideal, fraterno. Pero en
un producto dirigido a los segmentos socio-económicos A y D pueden figurar
personajes similares: rubios, ricos, jóvenes, bellos y felices; la Coca-Cola es el
paradigma. Los de un detergente descubren que quienes escogen su producto
en la tienda es, ante todo, la sirvienta (una provinciana soltera, con
aspiraciones al estudio y al matrimonio). Entonces, los héroes de la
propaganda son una pareja de provincianos recién casados, el marido es muy
34 El individuo andino comtemporáneo

trabajador, tanto que llega sucio, y su tierna mujer, está feliz con esa marca de
esfuerzo y progreso que ella lava con el amoroso producto. En otras, la pareja
vuelve al pueblo natal y se casan a la usanza del lugar y cantan en quechua.
Porque los oscuros no sólo soñamos con rubias. Pero, lo común, es que si se
quiere vender un producto al segmento A o B; al D, todas las letras de arriba,
con cierta preferencia por las dos letras más próximas: B y C (pues si son
demasiado rubios y el carro en extremo elegante, el D podrá pensar que es un
espejismo y quizá tenga dificultades en identificarse con esos que parecen
ángeles o demonios). Hasta aquí, las palabras y las fantasías. Veamos la
biología, las actitudes y la práctica social.

El Perú es un país donde las razas físicas se mezclan profundamente. Sobre


una base dominante amerindia, se funden blancos, negros, asiáticos. Pocos
son los blancos de más de una generación que no tengan algo de inga o de
mandinga. Más de lo primero, pues los negros casi han desaparecido, no por
alguna guerra de exterminio, sino por la mixtura; el amor y no el fusil es lo que
está acabando con los afro peruanos. Ser blanco cultural es mucho más
frecuente que ser blanco a secas. Y tener un aspecto amerindio o mestizo
tirando para indio, es lo dominante, aunque todos quieran ser blancos
culturales, y muchos lo logremos. Los colores culturales tienden a ordenarse
por las letras: de la A a la D se pasa de lo claro a lo oscuro; y los colores físicos
también, aunque de manera mucho más relativa, flexible y compleja. Basta que
unos padres oscuros físicos y culturales, prosperen en los negocios, ganen
prestigio en su provincia y barrio, que sus hijos sean aprovechados estudiantes
en buenos colegios y mejores universidades, que sus padres se muden a un
barrio A, para que esos hijos sean socialmente blancos y pertenezcan a los A.
Porque poderosos caballeros son Don Dinero y Don Educado, cambian la raza
de uno. Es verdad que se usan cosméticos, algunas mujeres tiñen de rubias,
pero no hay como una suculenta cuenta bancaria y un titulo universitario, para
hacer lo que ese cantante norteamericano logró con tanto esfuerzo médico. En
el Perú la movilidad social es grande y cada vez más veloz; no es difícil
mudarse de letra; uno mismo puede saltar de una durante su vida; en dos
generaciones se pueden recorrer todas las letras, de arriba abajo y viceversa.
35 El individuo andino comtemporáneo

Más letras son relativas. Yo soy A en ciertas circunstancias y para ciertas


personas; un B en otras. En mi provincia soy un A, en Lima, me miran como a
un C, porque no saben que tengo más dinero que muchos A que me tratan
como un C, incluso, uno se pasea por las letras a voluntad y con cierto
desenfado: en mi oficina soy un pulcro B; el domingo asisto a la fiesta patronal
de mi pueblo natal, entonces, creo en el santo, visto el traje de la ocasión, bailo
y canto en quechua y me pego una borrachera india; entonces actué como un
C; aunque mis paisanos siguieron viéndome más que un B. Hay conciencia de
letra, vocación, elección, percepción de letra, tanto como pertenencia más o
menos objetiva a ella. Y quien dice letra, dice color cultural y disfraz. En el Perú
pocos son lo que aparentan o dicen ser; tal es nuestra raza, es un disfraz que
se cambia, un emblema que se muestra o se esconde.

Con tal policemia, no es de extrañar que los peruanos se la pasen hablando


de “razas” y “del blanquito fulano y la chola mengana”; y hasta piensan o se
imaginan que hay “racismo” entre nosotros. Pero lo entienden, me parece, no
en el sentido restringido que tiene en inglés. Si fuese así, países como el Perú
no serían variables, se habrían desangrado en luchas raciales (¿cuándo ha
habido un motín racial en ciudades tan populosas y problemáticas como
México o Lima? A no ser que las revoluciones y otras convulsiones sociales
sean atribuidas a una inconsciente obsesión por el color de la piel). Lo que
siempre hubo es un intenso mestizaje racial y cultural. El otro físico despierta
más amor que odio.

Que nuestro racismo sea más cultural que biológico no quiere decir que
vivamos en el mejor de los mundos. Despreciamos, adulamos, rebajamos las
letras y el color cultural de prójimo; subimos los de nuestros amigos. Tampoco
quiere decir que estamos a salvo de las atrocidades que perpetuaron otros
pueblos. Después de todo, hablando castellano, utilizando la matizada noción
de raza, se expulso de España a los moros y judíos. Pero, no me parece un
buen punto de partida metodológico, suponer o confundir fenómenos distintos,
con historias diferentes y palabras iguales pero homónimas, como son la
discriminación racial en los EE.UU. y ese juego de letras y colores que se da en
países latinoamericanos como el Perú. Juego cuyas reglas no conocemos.
36 El individuo andino comtemporáneo

Aprendámoslas, en vez de apresurarnos a creer que somos tan gringos que


hasta racistas como algunos de ellos somos.

Unas conclusiones:

Expongo todo esto porque temo, tengo sospecha, que el sentido físico de raza
se esté imponiendo entre nosotros latinoamericanos. Que pensemos más en la
biología que en la cultura. Que el color de la piel adquiera preeminencia sobre
los otros aspectos discriminatorios. Sería un retroceso a la barbarie. (Con
alarma, unos diarios limeños han denunciado que recientemente, unas
discotecas elegantes, imitando sus similares de ciertas ciudades de otros lares,
se han aventurado a “reservarse el derecho de entrada”, discriminando a los
candidatos a clientes por la apariencia física y económica). Sería un triste
producto de exportación: primero la etiqueta “racista”, luego, el producto. Unos
intelectuales de principio de siglo, parodiando a los de otros lares, hablaban de
la supuesta degeneración de la “raza” india; más tarde, unos científicos
sociales, encuentran en nuestras sociedades formas dulcificadas, es decir,
hipócritas, de la pasada política racial sudafricana; ahora, en alguna taberna
limeña, entre snobismo, o como decimos por acá, huachafería, miman el
racismo ajeno. Entre la palabra, la imitación y el juego serio de la interactuación
social, cada frontera prefigura el terreno vecino; o para decirlo en términos
vulgares, del dicho al hecho, pasando por la mascarada, hay poco trecho. Lo
que no quiere decir que la relación sea simple y directa: entre lo que se dice y
se actúa puede haber un vínculo pero, suele ser tan complejo, que para
rastrearlo, se necesite de la observación del científico social.

En América Latina, en países como el Perú, los criterios de discriminación son


numerosos. El del color de la piel es uno entre tantos. Estudiar el supuesto
racismo en el Perú, es tener en cuenta sólo un elemento entre muchos otros;
aislándolo, se le confunde antes que rescatar lo específico de la discriminación
en nuestros países. Y tienden a mostrar entonces un espejismo o remedo
disminuido del racismo angloamericano.
37 El individuo andino comtemporáneo

En lugar de aislar, habría que empezar reconociendo las variables


discriminatorias; y luego tratar de conocer cuales son las reglas de ese juego,
cómo se combinan y rastrear sus aplicaciones, posibilidades, sus perversiones
y virtudes.

En cuanto a ese juego, lo percibo como complejo, cambiante, cuyas


aplicaciones específicas pueden ser puestas en tela de juicio por unos y
aceptadas por otros, que se adapta fácilmente a situaciones e intereses
particulares. Fina discriminación, que oscila desde los grupos hasta el individuo
concreto; que no es uniforme ni unánime; que es contestable, dudosa, fuente
de escarnio y de ilusiones.

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