Resumen
1. El andino 2
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Estos trabajos forman parte de una investigación “Sobre la persona y la pareja andinas” que cuenta con
la aprobación y el apoyo del Departamento Sociales de la PUCP.
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Esta primera parte, “El andino”, fue presentada como ponencia en el seminario “Singularidad y
pluralidad en la identidad personal”, en Trujillo, España, en 1996. También retoma y corrige el artículo
“En torno al individuo andino: imágenes e identificaciones”, en Anthropologica, n° 14, PUCP, Lima,
1996. Si reproducimos esta sección ya publicada es porque forma parte solidaria con los demás temas, y
sirve de introducción a los mismos.
2 El individuo andino comtemporáneo
Un “indio” habla quechua en la intimidad del hogar, con su mujer, con los
pequeños, en el campo. Pero en la calle, en ciudad, se “transforma” en hispano
hablante. Para un “indio” hay espacios idiomáticos más que identificaciones
personales idiomáticas. Dudo que exista la idea “mi lengua es mi patria” (a no
ser que sea en el espíritu de algunos intelectuales y políticos indianistas).
La dificultad en asumir un término global que rotule la realidad “india” tiene que
ver, quizá, con la predilección de la cultura amerindia por lo específico y lo
concreto. Ligado a esa inclinación, está el hecho que los vínculos sociales se
tejen en términos personales. El indio rehuye y desconfía de las relaciones
impersonales.
Como no hay un término general, aceptado por todos y de una manera más o
menos unívoca, emplearemos el nombre usado por los antropólogos en la
actualidad, andino, andino rural y urbano. El término es algo vago pero no
está cargado de la vieja historia y de los matices complejos de la palabra indio.
Con andino nos referimos a los grupos e individuos de origen campesino y que
conservan una cierta cultura rural. Podríamos recurrir también a la terminología
de los especialistas locales en encuestas y mercado: los del segmento D son
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los más pobres, habitan en las colonias urbano marginales o en las regiones
rurales más tradicionales, tienen modestos hábitos de consumo “moderno”. Los
C son los D ascendidos. Los B son los C ascendidos o los A ascendidos. Los A
son los más ricos y modernos, hispanizados y norteamericanizados. Los
andinos serían D y constituirían un porcentaje importante, sino la mayoría de
los C. Pero cuanto mas se sube en las letras, más se pierde el carácter étnico.
Sin embargo, un nuevo A o B puede conservar algunos rasgos étnicos, por
ejemplo, participar en las actividades religiosas de su pueblo ancestral. El A y B
son unos segmentos numéricamente modestos pero de gran prestigio para el
resto de las letras.
A veces esas mudanzas suponen un cierto espíritu lúdico: nada más gracioso y
blanco de burlas que el quechua que regresa al pueblo luego de pasar unos
años en Lima o en los Estados Unidos; los paisanos se burlan de sus
novísimas maneras, un tanto forzadas, de caminar y de hablar como limeño o
como gringo. El mozo que tiene actitudes altaneras, “traidoras” hacia los suyos
porque parece que está enamorado, puede ser blanco de jocosas reflexiones.
Y los sujetos de burla pueden sobreponerse y responder con actitudes y frases
graciosas.
en los Estados Unidos, estará orgulloso de ser hijo adoptivo de esa nación. Así,
un mismo adulto se sentirá y afirmará, según la ocasión, como un “neto”, un
“indio descendiente de los incas”, un hijo de Chipiupata, o “mestizo”, de tal
provincia, limeño, peruano, norteamericano. Y todos esos rótulos los asumirá
con sinceridad y cariño; pero claro, el pueblo natal como la familia nuclear son
los primeros y más entrañables espacios identificadores. Tal vez esa
fluctuación, ese espíritu cambiante, esa fascinación por el extraño, haya
matizado la tendencia endogámica andina y contribuido a que el Perú sea una
nación.
hablan quechua; los mistis, castellano, los jóvenes, también. Los ritmos, la
música de cada conjunto, se entremezclan produciendo un gran estruendo. Los
grupos de jóvenes se desplazan y disfrutan de cada espectáculo y de la
algarabía general. Les gustan las costumbres “netas” de su pueblo, también la
música electrónica. En la tarde participan en una competencia general: escalar
el palo ensebado. Por cada uno de los múltiples palos ensebados, los
muchachos tratan de alcanzar la copa y coger los regalos que allá cuelgan:
serán para la madre, la hermana, la amiga, de los ganadores. Al día siguiente,
en la noche, los jóvenes que han conservado algún dinero en el bolsillo, se
marcharán a la villa comarcana; asistirán al “baile social” , donde disfrutarán de
las cumbias, y el tekno; tratarán de entonar las canciones en inglés y
castellano. El baile termina con unos huaynos, que los borrachos o los más
enamorados, danzarán y cantarán el quechua. Estos mozos son mistis, hijos de
huiracochas, o de “gente” (quechuas); lo importante para asistir es tener algún
tiempo y dinero disponibles. Si en la fiesta pregunto a uno de donde es, no me
responderá que es “misti” , “huiracocha” o “maqta” , sino que es el amigo de
esos que están allá al frente, bebiendo, o que es de tal colegio, que es de tal
pueblo. Si le hablo en quechua, pensara que se trata de una broma de mal
gusto, porque en un lugar público de la ciudad y con un desconocido se habla
castellano. Transitamos por un archipiélago abierto en el que siempre
podemos descubrir nuevas playas, hacerlas nuestras y ser de ellas;
cambiamos de islas con cierta soltura. Cada una es habitada y definida
por el ocasional ocupante; y éste es distinto, casi otro, según la costa.
Las lealtades son permutables pero, en cada una se vive con intensidad, como
si fuese la única que se posee y como si fuese la única que define a la persona.
La particular intensidad con que uno se identifica con unas islas, que sin
embargo ser territorios de paso y de distinto perfil, supone una cierta
apreciación del tiempo: se diría que el momento, el presente, es vivido por el
individuo como si fuese lo único cierto, lo único firme. La cultura andina
privilegia el presente en desmedro del pasado y sobre todo, del incierto y
borroso futuro. Los sucesos pretéritos importan en la medida que ahora nos
sirven e instruyen. Estudian y cultivan la tierra para asegurar el futuro pero
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también porque les procura, ahora, placer en cumplir con la ética del trabajo y
del progreso.
Hay cuentos que sugieren que la marca inicial del mundo presente y de los
hombres es la mentira. Así, por ejemplo, repetidas veces Dios mandó al gorrión
a decir a los hombres que tendrían diferentes perfecciones; pero el gorrión
engaño a todos, diciéndoles que Dios había dispuesto que tendrían los
defectos que tenemos. El engaño es entonces nuestra marca inicial.
Los mitos actuales, pero de tradición más antigua, tienen una concepción
catastrófica del mundo. Un Dios destruye una divinidad y mundo precedentes y
crea el suyo propio. A la par que nuestro dios envejece, nuestro orden se
degrada y marcha a su aniquilamiento. El mesianismo, sus relatos y
movimientos de esperanza, han sido también incorporados, pero no han
desplazado por completo tal manera de ver el tiempo. Un cierto progresismo
andino se acomoda con la esperanza de raíz cristiana, pero otras actitudes y
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Esta idea del tiempo puede parecer contradecir las investigaciones de Tom Zuidema sobre el calendario
y los complejos elementos que concursaban para una definición sutil del tiempo en el Perú Antiguo.
Conversando con él sobre dicho asunto, Zuidema sostuvo que ambas aproximaciones –una vivencia de un
presente intenso, elástico y un calendario riguroso- no son incompatibles; al contrario, su coexistencia
12 El individuo andino comtemporáneo
Tal vez por eso el andino que se vuelve gringo, cuando está en esa isla, pues
juega su papel a fondo, como si él se redujese al personaje y a esa isla. Y
cuando, al año siguiente vaya con los suyos a la aldea natal, pues hablará
quechua, será “neto”. Aunque para mostrar su nuevo rostro prestigioso, por
momentos hará gala de sus gustos y de su lengua de adopción.
sugieren acomodos circunstanciales, ricas variaciones y acomodos particulares con respecto a la medición
y a la vivencia del tiempo.
13 El individuo andino comtemporáneo
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Estas descripciones tratan de mostrar unos patrones, es decir el comportamiento corriente, típico. Pero
15 El individuo andino comtemporáneo
las excepciones, los acomodos singulares, son numerosos. En la ciudad, pero también en el campo, hay
padres controladores de sus hijos, sobre todo entre los mestizos y los más “progresistas”. Y en general,
los grados de autonomía infantil son variables de una familia a otra. La ocupación, las necesidades, la
instrucción escolar, la orientación cultural, insiden en el grado de control paterno; pero también la historia
familiar, sensibilidad y manera de ser de los padres. Esta observación es válida para el resto de la
caracterización del individuo que intento en este trabajo.
16 El individuo andino comtemporáneo
compara con la idea de cuerpo europeo, que es percibido como una clara y
sólida unidad).
Muchos son los males que a uno le acechan. El pequeño puede ser
atacado por las miradas duras y malévolas de los extraños. Si se queda solo un
instante en casa, es atacado por espíritu de la casa, que está celoso de que la
madre haya tenido un hijo de un hombre (en lugar de tenerlo con él). Al
pastorcito lo “coge” la pradera donde cuida su rebaño, pues a ese espíritu le
apeteció “comerse” el niño. La sirena se enamora del joven que vagabundea
solitario por las orillas del lago, lo seduce y “se lo traga”. Un caminante se
encuentra con una montaña, ésta lo asusta; un muchacho es asustado por sus
compañeros en una reunión: enferma del mal de la vergüenza. Así, uno se
encuentra constantemente amenazado por las envidias de los vecinos, por los
celos y las pasiones de los numerosos espíritus que esconde el mundo.
Alguien es despertado bruscamente mientras soñaba: su alma vagabunda se
queda donde estaba soñando, y el soñador desalmado, enferma gravemente.
La vergüenza, el susto los sentimientos súbitos y provocados, pueden
enfermar, hasta matar. Por esos males se pierde alguna de las partes visibles,
invisibles o semivisibles que animan el cuerpo o son parte de él: la sombra, el
doble, el ánima, el aliento, la tierra, el Santiago, el alma, la ropa y otras
pertenencias... cada uno de esos elementos pueden extraviarse, ser raptados,
maltratados por las fuentes, los abismos, los envidiosos. La voluntad y el
carácter de uno pueden ser transformados por la acción de otras personas.
Una muchacha cambia de parecer porque el pretendiente, hasta entonces por
ella rechazado, le administró disimuladamente un filtro de amor. A un marido
celoso de la selva se le tranquiliza dándole de beber, sin que lo sepa, una
yerba que calma ese mal. Hay brebajes para modificar el apetito sexual, la
sociabilidad, para corregir la ociosidad... y con frecuencia esos remedios son
administrados sin que el paciente lo sepa. El cuerpo de uno, sus órganos, son
tan preciosos, que los gringos codician los ojos, el corazón, la grasa de la
gente; ellos organizan negocios secretos para cazar y matar “netos” y exportar
sus ricas entrañas. Hay que cuidar el cuerpo de uno de tantas y constantes
amenazas, cuidar sus múltiples y un tanto dispersas partes. Pues el cuerpo
andino, tan querido por su propietario, puede estallar, disgregarse, a cada
17 El individuo andino comtemporáneo
instante. Un poco por eso, y porque el ahora es casi lo único que se tiene, hay
que complacer el cuerpo mientras esté sano e íntegro, darle gusto en el comer
y en los amores. Me parece que en la ciudad está actitud se disimula y se
desplaza más que atenuarse. Tal vez el consumismo, sus expectativas, logros
y frustraciones, cumpla un papel importe en la búsqueda del placer corporal,
sensorial. También el fútbol, las fiestas provincianas en la ciudad y hasta el
mismo trabajo. Pero el temor subsiste: de repente, un barrio marginal es
recorrido por el rumor que hay “unos doctores” que están raptando a los
infantes para sacarles los ojos y exportarlos. Un joven, una chica, jamás
ofrecerá su foto a un cualquiera por temor a que con ésta elabore un filtro de
amor o pretenda otra maldad. En cada desconocido, en su mirada o sus
palabras, se puede esconder una codicia, una amenaza contra el precioso
cuerpo de uno. 5
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A parte del tipo de precauciones mencionadas, está la variada farmacopea andina, sus ceremonias
curativas, la herbolaria, las dietas, abstinencias, purgas, ...todo en torno a una noción de enfermedad, uno
de cuyos núcleos es la idea de disgregación individual.
18 El individuo andino comtemporáneo
El trabajo los estudios, suelen justificarlos con una ideología que ellos
llaman “progresista”. Se busca por esos medios un asenso económico y
social, en especial para los hijos, para que logren “un futuro mejor” (esto es,
que tengan casa en la ciudad, que tengan bienes materiales, que tengan
prestigio entre los suyos, que así ayuden al resto de los familiares y al pueblo
natal). Es una ideología popular y generalizada entre los andinos. Y lo es
aunque contradice su más antigua prosapia (una cierta cosmovisión
catastrófica). No en vano el mensaje de la esperanza es repetido desde hace
siglos por la Iglesia, y no en vano, su versión laica, el progreso, fue difundida
por los afrancesados criollos que lideraron la Independencia, luego por el
ejército, la escuela, el mercado. Esta ideología sirve de justificación a otros
rasgos de la personalidad andina: el gusto por lo concreto y lo inmediato, la
sensualidad e individualismo –la familia nuclear-, que a veces suplantan
valores más generales y generosos: “todo vale con tal de que uno, que los de
familia nuclear de uno progrese”.
El individuo actual se perfila y orienta por esas dos vertientes, las más antigua
que privilegia lo inmediato y un cuerpo precioso pero dispersable, y la
esperanza, el progreso, esos valores medulares que le ofrece el contacto
varias veces secular con Europa. Pero esos valores no son percibidos como
irreconciliables. La misma cosmovisión catastrófica puede servir al
progresismo: “Yo, mi familia, tenemos que aprovechar en progresar, mientras
19 El individuo andino comtemporáneo
Son notables las profundas diferencias culturales entre los grupos sociales
peruanos. También, los prejuicios, el desprecio y la desconfianza mutuas. Pero
hay un profuso mestizaje y nunca hubo un motín racial o étnico (a no ser en los
tiempos de la conquista, y quizá, en la independencia); es decir, las relaciones
intersociales son intensas y básicamente pacíficas. Los unos dicen mal de los
otros; parecen menospreciarse; pero buscan a los otros para fundar una
familia, para la amistad, para el trabajo y e negocio. La proximidad diluye las
diferencias; el dinero, la instrucción, aclaran; la pobreza obscurece. El racismo
es más declarativo, genérico, que concreto y cotidiano, más social y económico
que biológico. Un “neto” recela de todos los “blancos”, dice mal de ellos; pero,
quiere a su compadre, es amigo del vecino, parece así olvidar que ellos
también son “blancos”. Pero, ¿cómo es esa palabra prejuiciosa?, ¿qué dicen
los unos de sí mismos y de los demás?, ¿cómo son esas voces que desdicen
parcialmente los hechos?
Los de la costa peruana resumían sus prejuicios hacia los serranos en unos
proverbios: “serrano, paloma y gato, no hay animal mas ingrato”, “si quieres
morir sin saber de qué, átate un serrano al pie”. Los serranos serían ingratos,
traicioneros, taimados, bestiales, también sucios, ignorantes. Tal vez por la
masiva migración de serranos a la costa, en especial a Lima, su presencia
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Esta sección fue presentada como ponencia en el “VI Congreso Latinoamericano de la religión y
etnicidad”, Bogota, Colombia, 1996.
20 El individuo andino comtemporáneo
activa, el rápido ascenso social de los mismos, están haciendo olvidar esos
dichos y atenuar los prejuicios. Aunque, me consta, los limeños viejos guardan
con discreción tales ideas; si no hacen gala de ellas, es porque ese otro está
cada vez más cerca y es más como uno mismo. La cercanía del otro parece
desalentar los prejuicios y ceder la plaza a juicios más complejos y diversos.
No la cercanía de siempre –el país vecino, el pueblo de la otra banda- sino un
proceso nuevo de acercamiento, un reencuentro con el otro, que confunde y
cuestiona nuestras ideas simples sobre ellos y nosotros mismos (porque toda
descripción del otro, es una figuración en negativo de nosotros mismos).
Antes no decíamos serrano, sino, más bien indio. Por indio nos referíamos a
los campesinos quechuas y aymarás. Los otros, los selváticos, ocupaban un
lugar secundario en nuestras preocupaciones prejuiciosas. Pues eran pocos y
lejanos. El término indio ha cedido su lugar al serrano conforme la sociedad
peruana devenía en urbana más rural. El cambio de término significó una serie
de sutiles modificaciones semánticas; sin embargo, gran parte de los discursos
sobre el indio se transfirieron al serrano, pero con valores menos dramáticos.
El indio fue una demostración del atraso que significó la Colonia. La joven
República encarnaba el progreso, a diferencia del régimen pasado. El indio
actual era un lastre colonial, un ser degradado por el colonialismo. La
República se propuso redimirlo. La noble tarea parecía grande pero simple,
pues suponía que el indio era un ser sencillo, por lo mismo que era pobre. El
indio, un espectro del brillante incario (a medida que se fortalecía el discurso
del “indio, rémora colonial”, se agigantaba y doraba el incario). Gran parte de la
educación peruana ha sido orientada por ese discurso sobre el indio. También
se nutrieron de él los estudios científicos, antropológicos y hasta médicos.
Políticos y antropólogos encontraban en el campo andino, atraso, miseria,
marginación, explotación. Las frustraciones nacionales se explicaban por la
pervivencia de esa lacra colonial. Pocos vieron más allá de tales republicanas
anteojeras. No es, entonces, extraño que el término mismo sea, en
determinadas circunstancias, un insulto, cuya significación encierra esos
valores negativos. Este discurso prejuicioso es aún vigoroso, aunque cada vez
más contradicho por otros. Pues el desborde andino en la ciudad alienta otras
palabras, más matizadas y positivas “de lo serrano”. Por ejemplo, aquella que
percibe que el lastre, el marginal, no es “el serrano”, sino “nosotros” (los
urbanos viejos los letrados de cuño izquierdo). Porque los discursos sobre el
otro son como platillos de la balanza: si una imagen sube, la otra baja.
nuestros y no de ellos. Son nuestros decires sobre el otro que, queremos creer,
dominamos.
Tales son algunos de los prejuicios que tenemos contra ese otro llamado
“indio”, y ahora, andino, serrano. Veamos los prejuicios mas frecuentes que
aquel tiene hacia nosotros.
hasta mal de altura). El hecho que la cultura rural andina valora como tretas y
finezas de la inteligencia, el engaño y la simulación 7 . La cultura rural tiende
también a considerar al individuo sin una ubicación social conocida, como un
pobre inofensivo, que puede ser objeto de burla (o de compasión).
Y al revés. El otro “blanco” puede ser fascinante; sobre todo cuando forma
parte de nuestro horizonte social, o está a las márgenes del mismo. Es bello,
rico, atractivo, poderoso. No hay mujer más seductora que la rubia. Así son las
sirenas de los lagos. Y el barbado y velludo está provisto de una gran virilidad.
Las imágenes de los santos, vírgenes, Jesús, de los villorrios andinos son casi
siempre blancos. Así se presentan en sueños, de esa manera se aparecen; el
niño Jesús, como un señorito rubio y travieso, el Joven Jesús, como un turista
extraviado. El “blanco” tiene poder político, social, saber, cosas y objetos, todo
lo cual hay que tratar también de tener; para lo cual hay que asistir a la
escuela, aprender castellano, radicar en Lima, vestirse como ellos, tener su
saber y su poder, ser como él.
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Esta valoración andina más bien positiva del engaño y de la simulación, puede ser un elemento material
que avala el prejuicio “blanco” que consiste en percibir al andino como mentiroso y traicionero.
24 El individuo andino comtemporáneo
españoles llegaron con una concepción del otro, los quechuas tenían sin duda
el suyo. Estas concepciones han inaugurado las relaciones y, por lo tanto,
marcan y definen lo que ha sucedido después.
Cada prejuicio tiene su reverso. Nadie cree por entero lo de “serrano, paloma
y gato, no hay animal más ingrato”. Porque el “indio” también representa la
autenticidad y el ideal comunitario. Las palabras prejuiciosas influyen en las
personas y los pueblos. Pero no son simples identificaciones, porque los
discursos son ambivalentes, se contradicen y se neutralizan. Quizá por eso no
han sido asumidos al punto de constituir una barrera infranqueable entre los
distintos grupos sociales y culturales que conforman el Perú. Son palabras y
hasta actitudes que no han impedido la convivencia pacífica y la mixtura.
Porque cada palabra negativa entraña una contraparte positiva. Porque son
fronteras que invitan a ser holladas.
Resumen y comentarios
1. los rasgos de la personalidad del individuo andino son solidarios con los de
su cultura. Los acomodos y énfasis debidos a su relación con el mundo
moderno, urbano, son también respuestas desde esa cultura y personalidad
(que también son, sin duda, frutos de la historia, pero de una historia más
antigua).
2. Los principales componentes del individuo son:
Sus referencias más íntimas: la familia, el pueblo natal. El individuo tiene una
cierta autonomía: asume, redefine, transfiere, su familia y su pueblo natal. Ante
todo él existe en su ahora y se reconoce en su cuerpo. Tales identificaciones y
vivencias están relacionadas con otros rasgos de la cultura: inclinación por lo
concreto y lo personal; tensión dinámica entre un ideal endogámico y un ideal
secundario exogámico; una cierta concepción fluida, intercambiable del ser de
27 El individuo andino comtemporáneo
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Esta sección fue presentada como ponencia en el VII Congreso Latinoamericano de Religión y
Etnicidad, Buenos Aires, Argentina, 1998. Parte de mismo se publicó en la página cultural del diario
Expreso, Lima 16.8.98.
30 El individuo andino comtemporáneo
Racista es, ante todo y sobre todo, aquel que cree en el racismo. En nuestro
país, hay quienes creen que existe racismo entre nosotros. Eso afirman
algunos sociólogos y antropólogos. Pero, ¿qué quieren decir con ello? Según
sus estudios, cosa que por lo demás, la observación y la experiencia lo
confirman, eso que ellos llaman racismo, se refiere, ante todo, al orden de los
discursos y, en menor parte, a las actitudes, gestos de menosprecio y hasta
discriminación. Calificar esos hechos y decires de racismo mistifica más que
aclarar la situación. Tal es mi hipótesis o sospecha.
Una nota inicial sobre los términos calificativos. En antropología es una noción
que se refiere a un conjunto de rasgos físicos cuyos límites son poco precisos.
En castellano, el término tiene un primer y más antiguo sentido, posiblemente
del latín, de “índole, modalidad”, al que se le agregó el de “defecto en el paño”;
tenemos entonces, “una persona de mala raza o vil”. En el siglo XVI se le utiliza
también para designar a un determinado grupo humano con sentido peyorativo:
“Ningún cuerdo quiere mujer con raza de judía ni de marrana”. El sentido no es
físico, sino de grupo social y religioso. El sentido propiamente biológico es un
antiguo extranjerismo “razas o variedades de plantas”. Se combina a veces con
el viejo sentido peyorativo y el de linaje o especie. Se le aplicaba para designar
un linaje en decadencia. También para calificar negativamente a ciertos
colectivos: campesinos, truhanes, moros y judíos (“gentes de mala raza”). El
derivado “racial”, era considerado un barbarismo del inglés por Cotarelo (1925)
(Corominas,... “Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico”), lo
mismo podemos decir de “racismo”, aunque ambos términos derivados figuren
ahora en el diccionario de la Real Academia. Este diccionario recoge en primer
lugar raza en el sentido de casta o especie, y luego, como sentido segundo, el
biológico y étnico. Designa cultura –etnia-, y también la apariencia física de un
grupo humano (por ejemplo, celebramos el día de la raza o día de la
hispanidad. De ahí, quizá la confusión de la administración de EE.UU. que
asume que hay una raza hispana o latina, en el sentido anglosajón, es decir,
biológico). El racismo, lo racial, son entonces, nociones que nos vienen del
inglés. Responden a una concepción humana algo diferente a la nuestra, a su
más antigua tradición, registrada en nuestro idioma. Nuestra discriminación
contra un grupo humano, es a juzgar por las palabras castellanas, de orden
31 El individuo andino comtemporáneo
Cuando los sociólogos piden a los niños de los barrios marginales y pobres de
Lima que les describan una persona hermosa, la respuesta será casi unánime:
que sea rubia, de ojos azules, como las que salen en la propaganda televisada.
Dicen nuestros estudiosos que eso es un racismo al revés: han asumido el
menosprecio hacia ellos mismos y la supremacía blanca. Pero, si aún fuera así,
que hubiese una perversión colonialista en ese gustar de otra raza, ¿es acaso
racismo en el sentido anglosajón? No lo creo, actitud racista es para los
norteamericanos, y para algunos de nosotros, rechazar a un grupo humano
porque no se parece físicamente a uno. Es bien conocido que a los japoneses
les gustan los ojos redondos, no como los suyos; eso es lo contrarío al racismo.
Y no se diga que lo es al revés; o que han aceptado una cierta inferioridad. Lo
primero es una argucia retórica (digamos que odiar al otro es como ser racista
y amar como no serlo. Si amo a un otro sería, en la argucia, un odio al revés;
amo al otro porque me menospreció). Lo segundo la interioridad, habría
probarla, lo que implica una suerte de sicoanálisis en los pueblos. En todo
caso, cuando los escolares pobres de Lima sueñan con rubias, es que
quisieran ser como blancos, hay que entender su aspiración en términos
hispanos y del Perú, se refieren a lo que simboliza ser blanco: no tanto los
rasgos físicos como la manera de caminar, de vestirse, de hablar, de poseer,
desean ser blancos sociales o culturales; y me parece una aspiración legítima,
nada racista (rechazo del otro biológico) o racista en nuestro sentido (que es un
complejo donde lo cultural, lo social, económico se combinan con sexo, edad,
raza física). Pero con esa explicación no se agota el significado de los sueños
de los escolares (porque las fantasías son símbolos, es decir, tienen una densa
y múltiple significación. Una razón más par no reducirlos a una cuestión de
complejo racial biológico).
Blancos y rubios son la mayoría de los santos y vírgenes andinas. Pues ellos
no pueden parecerse a nosotros los creyentes, que somos en general más bien
oscuros. Pero debemos tratar de ser como ellos blancos morales. Algunos
33 El individuo andino comtemporáneo
trabajador, tanto que llega sucio, y su tierna mujer, está feliz con esa marca de
esfuerzo y progreso que ella lava con el amoroso producto. En otras, la pareja
vuelve al pueblo natal y se casan a la usanza del lugar y cantan en quechua.
Porque los oscuros no sólo soñamos con rubias. Pero, lo común, es que si se
quiere vender un producto al segmento A o B; al D, todas las letras de arriba,
con cierta preferencia por las dos letras más próximas: B y C (pues si son
demasiado rubios y el carro en extremo elegante, el D podrá pensar que es un
espejismo y quizá tenga dificultades en identificarse con esos que parecen
ángeles o demonios). Hasta aquí, las palabras y las fantasías. Veamos la
biología, las actitudes y la práctica social.
Que nuestro racismo sea más cultural que biológico no quiere decir que
vivamos en el mejor de los mundos. Despreciamos, adulamos, rebajamos las
letras y el color cultural de prójimo; subimos los de nuestros amigos. Tampoco
quiere decir que estamos a salvo de las atrocidades que perpetuaron otros
pueblos. Después de todo, hablando castellano, utilizando la matizada noción
de raza, se expulso de España a los moros y judíos. Pero, no me parece un
buen punto de partida metodológico, suponer o confundir fenómenos distintos,
con historias diferentes y palabras iguales pero homónimas, como son la
discriminación racial en los EE.UU. y ese juego de letras y colores que se da en
países latinoamericanos como el Perú. Juego cuyas reglas no conocemos.
36 El individuo andino comtemporáneo
Unas conclusiones:
Expongo todo esto porque temo, tengo sospecha, que el sentido físico de raza
se esté imponiendo entre nosotros latinoamericanos. Que pensemos más en la
biología que en la cultura. Que el color de la piel adquiera preeminencia sobre
los otros aspectos discriminatorios. Sería un retroceso a la barbarie. (Con
alarma, unos diarios limeños han denunciado que recientemente, unas
discotecas elegantes, imitando sus similares de ciertas ciudades de otros lares,
se han aventurado a “reservarse el derecho de entrada”, discriminando a los
candidatos a clientes por la apariencia física y económica). Sería un triste
producto de exportación: primero la etiqueta “racista”, luego, el producto. Unos
intelectuales de principio de siglo, parodiando a los de otros lares, hablaban de
la supuesta degeneración de la “raza” india; más tarde, unos científicos
sociales, encuentran en nuestras sociedades formas dulcificadas, es decir,
hipócritas, de la pasada política racial sudafricana; ahora, en alguna taberna
limeña, entre snobismo, o como decimos por acá, huachafería, miman el
racismo ajeno. Entre la palabra, la imitación y el juego serio de la interactuación
social, cada frontera prefigura el terreno vecino; o para decirlo en términos
vulgares, del dicho al hecho, pasando por la mascarada, hay poco trecho. Lo
que no quiere decir que la relación sea simple y directa: entre lo que se dice y
se actúa puede haber un vínculo pero, suele ser tan complejo, que para
rastrearlo, se necesite de la observación del científico social.