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LOS NIṄOS

SALVADOR PLIEGO

Ilustraciones de ALMA RAMOS

1
A David Torres Pliego

Copyright © 2010
COPYRIGHT by Salvador Pliego. All rights reserved.
Houston, Tx. USA

Todos los derechos reservados. Este libro no puede ser parcial o totalmente copiado o
reproducido de cualquier forma sin autorización del autor.
Derechos reservados por el autor y debidamente registrado.

2
La niña que brillaba

!Qué rostro tan divino


que a sus cuatro añitos lo alegraba todo!
En las noches una historia le contaba,
y ella, más que entretenida,
vivía con algarabía la aventura.

Una noche le narraba:


Es aquella estrella, la lejana,
la azul que se miraba,
que sorpresas siempre daba.
Y el cielo la clareaba y la besaba
para que brillara.
Un día el firmamento
le mandó un alma para que jugara,
y la estrella, en atención,
centelleó una cauda
e hizo que un rubor se le asomara.
Se decía que era el alma
que en su adentro le cuidaba.
¿Puedo? ¿Puedo? – Interrumpió.
¿Tocarla, puedo?
-No mi niña. La estrella es muy lejana.
Si tocarla alguien pudiera
desde ya se deslumbrara.
- ¡No la estrella, sino el alma! –Respondió.
¿Puedo, entonces, ya tocarla?
Y con su manita clara y afilada
a mi pecho le rozó.

3
Vale un sentimiento, tan puro como su alma,
lo que una estrella en la noche alumbrara,
y una niña regalara, con su tacto,
lo que esa cauda azul brillara:
una sonrisa en mi rostro
que la noche reflejara.

La abejita

¿Qué pasaría si a una abejita


la diosa tierra, por travesura,
la naricita se la cambiara
y le pusiera, como diablura,
la de elefante con mucha holgura?

¿Te la imaginas si la jirafa


un cuello largo le regalara,
y que al volar fuera tan grande
que con el suelo siempre rozara?

Y si el león, por simple broma,


le concediera tener melena,
seguro y fuera la leona madre
con su peineta a embellecerla.

O si el pescado su cuerpo le obsequiara


y de escamas la abrigara,
¿te la imaginas cargando miel,
ya no en cubetas, sino en aletas?

4
¿Qué pasaría si la abejita
fuesen sonajas las que tuviera
y las usara cuando volara?
¿Te la imaginas en tu ventana
sonando siempre por las mañanas?

Mas la abejita, siempre chiquita,


carga que carga sus cubetitas.
¿Te la imaginas, así de dulce,
chupando el aire con su lengüita
y regalando su mielecita?

Inocencia

Mami, ¿la sinceridad tiene amistad?


Me preguntaba si iba acompañada de besos y perdones,
o era del color de una alborada;
si era grande y linda como esas palabras que despiertan
y acurrucan de inicio en la mañana.
¿Tendrá un color azul y grana?
Miro a la ventana y digo:
¿Tendrá un color de vida y ala?
¿O tendrá el color de ese jarrito, el que trajiste de Paris,
y que recién se me cayó de la ventana?

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Así es lo sencillo

Bandera

Bello presente

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Sirenas

De niño me daba por dibujar sirenas.


De niño….
Aquellas que en su frente una gaviota hacía su patria.
Les colgaba firmamentos y peinetas
y doblaba sus escamas, que eran tres, para contarlas.
Su boca les pintaba
con atunes, manta rayas y dejaba tiburones
tejiéndose en sus faldas.

De niño dibujaba yo sirenas:


tres escamas, tres guirnaldas,
y a las tres las encantaba.
Y las tres volaban despeinándose en mi almohada.

De niño dibujaba tres guirnaldas,


y en mi estrella cobrizada las guardaba.
Y de un hilo sobre el techo se colgaban:
Tres sirenas,
tres sirenas sin escamas
y a las tres yo las besaba.
Y en sus lanchas de nitrato iba yo y les soplaba
a que volaran con su pecho
que de plata les radiaba;
tres sirenas de guirnaldas que brotaban de mi cama.

¡Anda, luna! –le cantaba.


Que brillara arrebolada
y adornara a mis doncellas.
¡Anda, luna, ve con ellas

7
y del cielo te alumbraras!

De niño… yo de niño dibujaba:


una lámpara,
una aleta
y tres sirenas de Cantabria
que un espejo reflejaba.

Dime, luna –preguntaba:


¿es de lino tu mirada?
Y ella al verme replicaba:
tres guirnaldas,
tres sirenas,
tres escamas que un niño dibujaba.
Y yo dejaba que alumbrara
con su rayo mi ventana.
¡Mira, luna! –señalaba.
Y tres estrellas con su aro centelleaban.

Yo de niño dibujaba:
tres guirnaldas,
tres estrellas,
tres sirenas,
y una luna de mi infancia
que pasó por mi ventana.

El cuento y el abuelo

Buscando impresionar a la inocencia,


departía su cuento el abuelo:

8
Los dragones eran fieros como el fuego mismo:
sátrapas incendiarios de la noche
que incendiaban la tierra hasta agotarla.
Sus fauces ácidas flameaban hieles
y dejaban doquier ceniza y rabia.
El valle les temía como un corderillo amedrentado.
Con sus garras secaban ríos, lagos, vertederos y pantanos;
carbonizaban cuanto había en sus caminos.
Y el humo de sus bocas dejaba rastro por su paso,
con ese hedor ya rancio y fermentado
que olía a azufre y descompuesto vado…

-Abuelito –le interrumpe el niño-, ¿y los dragones todavía existen?


-No, mi niño. Son solamente cuentos.
-Entonces, ¿por qué sale humo de tu boca?
Y el abuelo, absorto, sin poder decir palabra, se tragó el cigarro.
Desde entonces Campanita se volvió protagonista de aventuras.

La dieta

Hay razones de los hombres


y las hay igual para la infancia.
Aquellos pensamientos que incursionan en la historia
por ser célebres y memorables,
o citas de un ilustre, o decires de los grandes,
tienen ya guardada su página y la letra engargolada.

Aquella tarde de arboles, de versos y alegrías


(campiña, yo diría, y luego algarabía),
corriendo entre la greda las risas afluían.

9
Jugaba a la pelota con niños de la esquina,
y uno de ellos, el más chiquito, y que a la bola
al mirarle le temía, fijó su vista en mí mientras corría.
Al percibir su tierna miradita me acerqué a ver su dicha.
Sus ojos, aún de nene, dulces y brillantes,
enriquecieron los míos tan sólo al mirarles.
Y es que un niño es de su alma lo que expresa y lo que habla.
A dos metros, ya cercano, señalándome su mano a la barriga,
con su voz finita y trinitaria, dijo:
“¿Zigüeña, agüelito?
¿E un nenito?”

No es la voz de un sabio que conmueve,


ni las razones de un jeque cuando ordena,
sino la voz de un Querube lo que suena,
porque llega hasta el fondo
y es de su alma la certeza de lo dicho y lo que expresa.

Por tan ilustre comentario, hubo dieta a ultranza y hecha diaria.

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Clorofila

Conocerte

Distorsión

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La cucharita de plata

Y si de garabatos se trata,
píntame un oso que un oso veía.
Y el oso tenía una cucharita de plata
que en ella comía cuando el sol salía.
Y al sol lo ponía en su cucharita
porque hacía como que se la bebía.
Y un babero de ristra sus manchas tejía,
para que el sol con sus rayos cayera en la silla
y el oso con ella su sopa bebía.

Bebe que bebe, ¡y todo bebía!,


cucharita de plata donde el oso aprendía.
Un garabatito de tinte donde el oso corría
y otro más chiquito
donde el sol se mecía.

Verde

Rosa de mar, marchita sombra,


llegaba el piadoso o la barrena férrea
frente al calor de hoguera y flama entera.
Pero no pudo el mar, no pudo el cielo,
como la primavera mirarse en ella.

Yo te busqué en el corazón:
niño de agua, bebé de plata,
Arcángel silabario de cuna alegre,
para besar tu frente,

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para mirarte enfrente.

Verde y rocío como que cae,


como se siente cuando al mirarte.
Verde mi niño, lloras de frio.
¿Por qué tu rostro llueve prendido?
¿Por qué me olvido mecerte en rio?
Y cuando brotas de verdes ramas,
verde, mi niño, mi verde olvido.

Verde, como tus ojos,


cuando se sienten durmiendo solos.
¡Qué verdes son tus manojos!
Florecen, ¡florecen todos!
Soñando cual dos antojos,
bebiéndose el mar de hinojos.

Verde mi niño, mi niño de oro,


como la primavera nació en tus ojos.
No pudo el cielo darte otro rostro
mas que el del verde junto a tus ojos.

Angelito

En tu dedo se posó un ángel.


Respiraba alas y exhalaba un manantial de aves.
Su carita fresca, su dormir de estrella
y su cuerpito dócil centelleaban cual estela.
Se dormía en corales y buscaba almejas
que le dieran buenas nuevas, y contaba orugas

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desplegando alas para ver capullos
de cristal y acelgas.

Vestidito de ángel se quedó dormido,


acurrucado en seda donde un suspiro,
y de su aliento dulce espiraba versos
de sollozos finos y exquisitos trinos.

Curioseando el alba se acercó a mirarlo,


despertando al ángel de tranquilos aires.
Y volteando el rostro, el angelito dócil,
la tomó de un rayo y la acercó a su boca,
y empezó chupando sosegando al alba,
y quedó de nuevo dormidito
en la más serena fantasía del alma.

Duerme, duerme –le decía el alba.


Y el chiquito chupa su dedito y calla.
Duerme, duerme –repetía con calma.
Y el chiquito al alba le chupaba el alma.

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Ensueño

Espacio y equilibrio

Exclusivo laberinto

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Una vez había un barquito

Divino amor y grácil el de un niño


que aprende del cielo los vocablos
y los susurra con la dulce suavidad
que emite el alma en sus labios.
Y dice:
-Mami, ¡te quiedo!
-¡Precioso querubín! –responde ella,
¡mi niño hermoso y primoroso!
Hoy, más tarde,
ya que el sol sus rayos en la sombra los recubra,
iremos a la tienda y un presente he de darte:
un barquito que su vela en la mar levante,
que su ancla sea de plata y a las aguas las reviente.
-Mejod un caballito.
Mira, será un barquito grande y la proa tan brillante
que igual que un espejo resplandecerá cuando se embarque.
-Mejod un caballito…
Tendrá el color del mar su inmenso casco y, ¡tan enorme!,
que el azul será el que lo adorne.
-Mejod un caballito…
-Navegará entre la sal
cubierto de ostras, almejas y gigantes calamares.
-¡Mejod un caballito!
-Surcará y dejará estelas en la espuma blanca y agitada.
-¡¡Mejod un caballito!!
-Después, un capitán,
con su gorra blanca y su ajuar de marinero,
irá al frente conquistando el horizonte.
-¡¡¡¡Mejod un caballito!!!!

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-Y el barco izará sus velas avivando las mareas.
-Güeno, mejod deguézame mi te quiedo.
Voy a platicadlo con papi.

Acaramelados

Dulce garapiñado y dulce achocolatado.


Por el telar de la acera presentan rostros pintados,
y cada rostro que pintan sus manos se van chupando.
Hojuelas de caramelos, confites azucarados,
los labios almibarados de tinte aterciopelado.

Dulce garapiñado y dulce achocolatado.


Corren los niños al bosque,
corren con dulces mostrando,
y el más pequeño de ellos su aliento lleva libando.

Dulce garapiñado y dulce achocolatado:


labios almibarados.
En cada risa se notan los dedos dulcificados.
Y corren los niños, corren,
saltan con dulce en la mano;
el mundo cargan chupando,
las ganas tejen jugando.

Dulce garapiñado y dulce achocolatado.


Allá por la verde loma los niños vienen brincando.
Sobre la senda los gritos, sobre el paisaje los ruidos.
Labios almibarados.
El río planta sus ojos en cada cactus jaspeado

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y la montaña de mimbre les toca un timbal de ornato.
En el lindero la cuesta su sombra les va buscando.

Dulce garapiñado y dulce achocolatado.


Un niño pisa un lagarto que corre todo asustado
y grita su pecho abierto llenando de espanto el llano.
El eco duerme su siesta, se agrupa al oír el llanto,
y las criaturas se abrazan mostrando pavor y espanto.

Allá por la verde loma los niños vienen brincando


y el río abre sus ojos con los timbales del canto.
Dulce garapiñado y dulce achocolatado.
El más grande del grupo le dice al más pequeño:
“Tiéndete de muertito para asustar al lagarto y correrle todos al llano.”
Y el niño, con su bolsita de goma y cacao blanco,
le dice todo agobiado:
“Y cuando me muera todito, ¿podré seguir comiendo el cacao?”

Cuéntame un cuento

Ahora tú, ¡cuéntame un cuento!


Un cuento de hadas y otro de garzas,
de animalitos que lleven alas
y que se pinten orejas largas.

Vamos. Ahora tú, ¡cuéntame un cuento!


Con serafines y duendes verdes,
que toquen dianas desde las torres,
y las princesas vistan de mieles
como cristales en finas pieles;

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que con sus sables los caballeros venzan dragones
y sus corceles siempre galopen.

Pero, ¿o no me entiendes o hablo en balde?


Si no es un gesto, es un puchero;
si no es la mueca, es la trompeta,
y luego el brazo parece un dardo
que no detiene su manotazo.
Mira tus piernas que son dos flechas
y por inquietas clavan sus dedos cual mil saetas.
Serena ahora ese bullicio
que en un molino te has convertido.

Luego el cuerpo lo agitas todo.


¡Vamos, que no hay paciencia,
razón, ni modo, de verte riendo
justificando tal alboroto!

¡Cuéntame un cuento!... Ya te lo imploro.


Un cuento tierno por más decoro
que a ti te llene la vida y sueños,
que vele y torne tu rostro en gozos
y deje gracias en mis empeños.

¡Cuéntame un cuento!, mi niño nuevo.


Porque a tus pocos días de haber nacido
hay mil sonrisas con alegrías,
y todas ellas de ti las quiero.

Anda, mi niño, ¡cuéntame un cuento!


Un balbuceo de tu boquita es lo que quiero

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para volarme entre gigantes,
entre los aires, en los castillos de chocolates.

Un balbuceo, precioso niño,


para cantarle a la madrugada,
para vibrarla en tu sonaja,
para menearla y hacerla cala.

¡Cuéntame un cuento!

Poema blanco

Polito, Polito… chavito, amiguito.


Un cuaderno en blanco, una pluma en el tintero…

Polito antes de niño y niño con Polito.


Las ruedas, un juguete y el aire en un carrito.
Jugando a las carreras, ganando sin apuestas,
y en blanco iba el tintero pintándole el cuaderno.

Polito, Polito… de pie en el caballito.


Y el aire relinchaba con esa pluma blanca,
con esa pluma nueva que un niño hizo amiguito.

Polito, Polito… jugar era mi libro.


Entonces tú, chavito… Y la pluma era un carrito.

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Hélice

Hoy llora el sol

Juego de figuras

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Playerita blanca

Lorenzo, Lorenzo,
por ser un conejo la ceja es de acero,
por ser cascanueces la oreja un ropero,
por decir palabras, ¡Dios mío!,
la nariz se encoje y es pala de harriero.

Lorenzo, Lorenzo,
por brincar la cuerdas se doblan tus ancas,
los ojos cerrados se miran horrendos,
por más que te estampes de almohadilla clara
como un esqueleto se mira tu espalda.

Lorenzo, Lorenzo,
al abrir las manos te cuelgan sirenas.
Si fueran bonitas, ¡qué importa!
Mas parecen ranas sin portar alhajas.
Los dedos de nutria,
la barbilla tiznada
y los codos sumidos parecieran que ladran
en el lodazal que encharca.

Lorenzo:
cuando ya despiertes
te quiero enterito.
Nada de conejos,
nada de avestruces,
nada de tapires ni burlones osos.
Sólo tú contento en tu playerita blanca,
para así abrazarte,

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como el sol que cubre
con su rayo fresco toda la mañana.

A dormir y un cuento

Había un pajarito
chiquito, chiquito, chiquito,
que tenía un ombligo como el de un borrico.
De su ala izquierda le brotaba un pico,
su pata roja rebuznaba rota.
Tenía un sombrero colgando del cuello
para hacerle sombra a su gran pescuezo.
Su nariz de alfombra parecía pelota
y su plumaje esbelto semejaba un cero.
Poseía corbata amarrando el cuello
y el copete largo ventilando el pecho.
En su cola corta un anillo le mordía el dedo
que además soplaba el chupete entero.

¡Y se acabo este cuento!

¡Y si no te duermes
te sigo contando
otro más horrendo!

Aprendiendo a contar un cuento

Ahora a la cama, mi niño,


que un cuento de hadas te voy a contar.

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Flamante, sobre las ramas de un álamo,
cubierto entre olores fragantes y de verdes aromas,
un pájaro azul su plumaje irradiaba en la linda mañana.
En el bosque su canto de flor y de gala
se expandía en la luz y sobre la magnitud de los ecos
su sonata vibraba.
Y como si fuera el adorno mismo del astro y del alma…
-¡Y vino un gato y se lo comió!
-Pero… ¿qué dices?
¿Qué es lo que imaginas en tu linda cabecita?
Déjame continuar…
En ese bosque de encanto había una linda doncella.
Sus ojos hermosos eran cristales de ornato,
su bella figura era de la más bella hechura,
su alegre sonrisa vestía a las gardenias
que posaban altivas cuando sus flores abrían.
Era la princesita más hermosa que el mundo…
-Y le gustaban mucho, mucho, mucho los chocolates.
Entonces tenía cuatro manos para poder agarrar los más que pudiera.
-¡Calla, niño! ¡Qué ocurrencia has dicho!
Vamos, déjame proseguir con el cuento…
Un día, la princesita, estando corriendo en el bosque,
llegó a una laguna que era parecida a un espejo.
En ella la luna, de noche, sus rayos peinaba y en el reflejo
la brillantez de una aureola le coronaba.
La princesita se acercó a la orilla y divisó,
montado en un corcel aperlado y estampado en su forma,
al más bello príncipe que jamás hubiese mirado.
Era bragado y apuesto como el mejor de su clase,
airoso en su porte, resulto en su facha,
gallardo en su nombre y encrestado en su espada.

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Como a todo noble le gustaba…
-¡Sí! Le gustaba mucho pescar dinosaurios y manta rayas.
Con su gigaaaaante nariz los atrapaba y luego se los llevaba al castillo
donde los metía en la misma jaula en la que tenía gorrioncitos
y unos dos o tres dragones miedosos...
-¡Basta!, he dicho.
¡Mira que haces que pierda el hilo y el cuento se vuelve menuda maraña!
Le sigo, de nuevo…
La princesita se enamoró a primera vista del noble y apuesto patricio.
Su corazón le latía con una inmensa sonrisa
y de su rostro una estrella parecía que nacía.
Era la princesita más linda y feliz que el reino alguna vez hubiera…
-¡Eh!... Entonces se fueron en un platillo volador a Venus
y ahí se encontraron a un amigo venu… ¿Cómo se dice?
-¿Venusino?
-Sí, venu… sino. Después todos juntos se fueron a la tierra
a buscar a su amigo el conejito. El que tenía
cuatro orejas,
cuatro patas,
cuatro ojos,
cuatro dientes
y cuatro rabitos…
(…)
-¡Me rindo! Tú ganas.
Deja que sea yo el que me acueste
y ahora tú vas a contarme ese cuento
de mágico ensueño.
Ahora seré yo el que aprenda a volar…

Un niño vive en su cuerpo y su mente


las más sublimes y bellas historias,

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lo que en un adulto se vuelve, tan sólo,
cuentos o dulces palabras.
No es posible a un ave o un ángel querer enseñar
el arte del vuelo glorioso
cuando es de ellos su vida y don magistral.

26
La belleza de tus manos

Lo bello eterno

Los ojos de la luz

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El primer verso

Vestíase ante su público de gala en la palabra,


de fineza en la expresión,
con su exquisito y pulcro verso hacía la oratoria impecable
y con su elegante voz absorbía todas las miradas el poeta.
Alzando el rostro al sol cantaba,
a la flor misma su aroma extraía,
a la naturaleza de colores le pintaba,
al río su caudal domaba.
Su poder de labia era intachable.
Y el verso hacia decoro en su oratoria y a su modo.

El público, extasiado, aplaudía al hombre, al poeta,


a aquel que dominaba la palabra,
que jugaba con sus verbos,
a aquel que deletreaba al cielo hasta vestirlo con su labia.
¡Bravo!, se escuchaba doquier se presentara.
Y el poeta al azul miraba propalando con garbo su elocuencia.

Aquella tarde, el poeta presentóse en la plaza,


y un niño, absorto, le escuchaba.
El poeta abría sus brazos y exhalaba la agonía de la hora,
y luego recitaba:
“Caben tus iris en el cielo infinito de mis ojos,
y tus manos dulces
se apagan con la noche en el entorno de mi boca…”
¡Bravo!, aplaudía emocionada la asistencia,
y loas al poeta declaraban.

Cuando hubo terminado el acto, el niño

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se acercó al poeta y le dijo: “!Yo quiero ser poeta!”
Al escucharlo, el poeta bajó su mirada y respondió:
“¡Por supuesto que sí!
Te voy a decir algo: lo primero que tienes que aprender
es a escribir metáforas.”
“¿Metáforas?”, inquirió el niño.
“Sí, eso significa que debes crear figuras con las palabras.
Por ejemplo, tú puedes decir en un lenguaje común
lo siguiente: El mar es azul y bonito.
Pero si lo quieres decir con un lenguaje poético,
dirás entonces: La mar sus ojos abre con el azul y pinta.”
El niño quedó pasmado con las palabras que le expresaron
y, al retirarse, se le escuchó repetir constantemente:
“La mar… La mar… La mar…”

Algunos días pasaron para que el niño volviera


de nuevo a ver al poeta.
Impaciente esperó a que su recital terminara,
se le acercó, y con profunda emoción le dijo:
“Ya tengo mi primer verso, ¿se lo leo?”
“Por favor”, respondió el poeta.
El niño sacó de su bolsillo un papelito,
lo extendió, y leyó con suave voz:
“La cielo canta en mi pecho y habla.”

El triciclo

Riiiiiiiiiiiinnnnnnnnnnnnnngggggggggg
-Güenoooooo. ¿Quién e?
(…)

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-¿Con quié dijo?
(…)
-Pedo, mami ya tiene zeñod, ¿pada que la quiede?
(…)
-Le va a vended un…un… ¿cómo dice?
(…)
-Ahhhhhhhhh…
(…)
-¿Y no tiene ticicos pada que cuando nazca mi hedmanito lo pueda zacad a pazead?
(…)
-¿Toncez no tabaja uste con Santa Cos?
(…)
-Pedo zí me va a taed un ticico Santa Cos, ¿vedad?
(…)
-¿Ya le dije que mami ta cazada con papi y no quiede oto zeñod?
¿Pada qué la quiede?
(…)
-Ahhhhh, zí…
¿Y no puede id a la tienda de Santa Cos, allá en el fio note, y taedme mi ticico?
(…)
-¿No puede? ¿Uste no tabaja con él?
(…)
-¿Y de dónde zaca las cozas que tae?
(…)
-¿Uste también tae a los nenes desde…de… Padiz?
(…)
-¿No?
(…)
-Ya le dije que mami ta ocupada con otro zeñod y no ze la puedo pazad.
(…)
-Güeno… Güeno…

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(…)
-¿Quién es bebé?
- No zé. Un zeñod que ze quedía cazad contigo y no eda amigo de Santa Cos.
¡Ay, pedo en qué mundo vivimoz!

Picolín

Dime, Salvador, aquí en tus rodillas:


yo, niño; tú, grande;
yo, grande; tú, niño.
Picolín, ¿quién corre por delante?,
¿quién brinca en el mecate?

Alero por el suelo, alero y correteo.


¡Que pinten bien el cielo con tizne y ajetreo!
¡Que pinten, hoy que vuelo,
un beso sin sombrero!

Alero, alero, alero, que pinten lo que quiero.

Ahí viene Salvador…


Picolín, ¡corre, que el doctor!,
¡esconde, que el dentista!
¿Quién es el que ahora brinca?

Alero, alero, alero, se pongan el sombrero.


Alero, alero, alero, que un beso es lo que quiero.

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Maternidad

Noche encantada

Sensación

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Duraznero

Nave expandida en la fibra,


en la puerta insurreccional de las moradas,
mi lágrima de hambre,
mi niñez chiquita;
seguía tus huellas en la boca de cada semillero,
extrayendo el jugo, el gajo de terrón y de cosecha,
el tizón del pobre comunero
o del árbol rutáceo repleto de elíptica floresta.

En cada rama el hilo interminable de la vida


y un olor a cielo permitido por la tierra.
“¡Ven, mi niño!”, escuché decirte
en las teclas del piano y del invierno,
en el polvo acústico que me enseñabas.
Y me arrimaba nuevamente a ti a sacar el jugo
como a un pecho en manantial de besos.

Mi niñez chiquita:
desperté un día sumergido en otros huesos,
en un espacio de plumas y metales,
con una pared de años constelares,
en la cintura inconfundible de la lucha.
Pero más de una vez escuché a tu voz decirme:
“¡Ven, mi niño!”
¡Y yo era niño!
“¡Ven, mi niño!”
¡Y yo era un niño!

Mi niñez chiquita, terrón de azúcar, tierno duraznero,

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mi lágrima de sueños:
otra vez, un día, guardo la esperanza
de un beso como niño.

“¡Ven, mi niño!”
¡Y yo jugaba!
“¡Ven, mi niño!”
Duraznero…
“¡Ven, mi niño!”
Y yo en tu seno, en las hojas embistiendo,
acurrucándome cual nuevo jardinero.
“¡Ven, mi niño!”
A tus brazos caracola y de joven nacimiento.

Madre, llamas a tu hijo para darle un beso.


Ahora tus ojos, tus dulces ojos,
sufren mi hambre y desconsuelo.

“¡Ven, mi niño!”

Octubre

Toronjales y limoneros en campos eternizados.


Que vendo mi semillero, mi hermanito decía.
De un brazo sacaba un rayo bronceado entre cuna y cuna.

¡Yo quiero en octubre sembrar la luna!


Titiritero: baja al tejado la luna y píntale un brillo jaspeado;
que una sombrilla de brisa deslumbre sus cuernos y aros deshilvanados.

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¡Le pondré a la luna un anillo y el labio garigoleado!
Titiritero: quiero a la luna de octubre jalarle su cabellera.
Plánchale la enagua corta y boléale zapatilla en sombra.

Mi hermana me dijo un día: ponle a la luna una argolla


plateada para que escoja
y baje al torrente del río,
junto al naranjo, para subirle su canto al niño.

Mi niña, ¿quieres que octubre se meta al río?


Y la luna en sonrisa plena pintaba su cara al fondo
y al río dejó cautivo.

Mi niña: ¿te atrapo una estrella que baje al río?


La luna guiñó escondida que de agua tenía su abrigo.

Titiritero: ¡quiero que sople el cielo para cubrirle ese agujero!


Mi niña que sopla y sopla y la luna sin su agujero.
Sobre la almohada se escucha el cauce cual sonajero.
La luna en su boca escampa, ¡mi niña!, desboca como un lucero.

Titiritero: quiero pedazos de luna y el menguante como florero;


si no son jazmines ellos los quiero como aguacero.

Mi niña, ¡ya viene entrando la luna!


¿La tejo de sabana y lluvia mientras descansas junto a la almohada?

Pedacito de alba

¡Niño!, ¿me accedes?

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¡Niño!, ¿me admites?
Corazoncito de alubia, habichuela plateada,
sonaja arropada en trapitos de avena,
frijolito que mueve su cinta apretada,
lentejita de cuna y en llanto mimado,
garbancito adorado.

¡Niño!, ¿me quieres?


Retoño de olivo,
vas jugando cubriendo la landa
y el olivo se dobla para darte su rama.

¡Niño!, ¿me entiendes?


Cisnes se inscriben doblegando sus plumas
y suenan palmadas al besarte las alas.

¡Niño!, ¿me acoges?


De mieles que brincan se llenan tus palmas
y dulces abejas reposan sorbiendo tus ganas,
para saborearlas, para recogerlas,
cuando cristalinas se cubren todas las mañanas.

¡Niño!, ¿me abrazas?


Una lucecita para tu ventana.
¡Niño!, ¿me tientas?
Un ojal que irradia para tu jarana.
¡Niño!, ¿me miras?
Un cordel que vibra para tus campanas.
¡Niño!, ¿me escuchas?
Pedacitos de alba a tus ojos le hablan.
¡Niño!, ¿me sientes?

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Tu almohadita sopla colibríes donde anidan calas.
¡Niño!, ¿me atiendes?
Refrescando azaleas, del amor te bañas.
¡Niño!, ¿me quieres?

Travesuras

-¿Quién fue primero, el amarillo o el azul?


-¡Yo!
-¿Y quién fue primero, el mar o la tierra?
-¡Yo!
-¿Y de la luna y el sol, quién fue primero?
-¡Yo!
-¿Y quién hizo temblar esta casa que parece un infierno?
-¡Yo!

Por eso te pinto de rojo, te pongo de anillo,


te doblo en mitades haciendo un castillo,
te dejo de marco mirando al hatillo,
te zurzo en la lana de un saltón corderillo,
te envuelvo en galaxias a que brotes con brillo.
Y cuando te canses de ese “yo” de estribillo,
te diré, sin duda alguna, que eres tú el que todo lo hizo.
De ahí, muñeco precioso, me iré sonriendo contigo… ¡Mi pequeño diablito!

37
Si ves al mirar

Sucedió

Y llegó el atardecer

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Contando días

Uno… do… tre…


Contaba el querube,
y sus deditos no alcanzaban uno más.
Uno… do… tre…
El tiempo es sumatoria
y sólo el longevo, con sus años,
va restándole a la cuesta de la vida.
Uno… do… tre…
Pero el niño cuenta y cuenta
y mete días de alegría,
y siente que sus horas va sumando
al marcarlas con la mano,
como un serafín que agrega
sonrisitas y las mima.

Uno… do… tre…


Uno… do… tre…
El niño, con su gracia y su ternura,
cuenta y cuenta y cuenta,
y ya en la cuenta desespera.
Y con su infantil rostro de inocencia,
alza la voz y grita:
¡¡¡¡¡Mami!!!!!...
¿Y cómo voy a llenad ezte codazoncito de vida,
si sólo zé contad hazta tre?

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Canción de cuna en la mano
A Alina Marie Luna

Bajo una bata que carda, como la nata naciendo en mama,


saca su pecho la X y riega con agua el alba.
¡Ay niña que absorbe el agua!, ¡ay niña a X pegada!
Un cuerpecito de estreno se aferra y se agazapa.
Sabor a canela blanca la luz que enciende al chuparla.

Corre y se abraza la X, la X con la sonaja.


¡Toma un dedo de junto y aclárale el seno al jugo!
¡Ay niña de lluvia y cuento!, ¡ay niña del amaranto!
Peina mejilla y llanto tu cuerpo pequeñín de baladro,
rumor de cisne encantado, de arpegio risueño al lado.

Corre y se abraza la X sobre el paño amarrado.


Besa su letra y boca con arce de doble ramita
para atenderla en la hoja y llevarle agua a la boca.
¡Bebe, dulce nenita, la gota que viene en hoja!

La X, con su murmullo, a la niña ofrece el zumo.


Como gotero le viera la nube exprimiendo el pecho
para dejarle el suero de un beso como consuelo.
¡Ay niña de alfalfa y agua!, ¡ay niña de piel de hogaza!
Corre y le abraza la X y un cielo flecha la almohada.

Con su carita de crisma, tejida en espuma clara,


la X le mira en brazos y luego se la acurruca.
Corre y le abraza la X, corre para besarla;
carita de la mañana, reflejo de ala adornada.
La niña en sus brazos duerme, la X con la sonaja.

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¡Ay niña de polvo de agua!, ¡ay niña color de cala!
¡Bebe, dulce bebita, la gota que es de la mama!
¡Bebe en franela blanca la nube almidonada!

La X le mira el rostro, reflejo de un faro pardo.


La luz le lleva la mano, el faro duerme encorvado.
¡Ay niña de agua del faro!, ¡ay niña de rostro aluzado!
Manitas de baño fresco van suspirando y tocando.
Corre y le abraza la X, corre a besar la mano.
En la sonaja un canto de seno le va arrullando.
En los ojitos cerrados la noche juega alumbrando.

Cuando duerme la princesa

Los soldados son los dedos de la mano:


toc, toc, toc toc…

¡Ea! ¡Ea! Con su cetro la princesa. ¡Ea! ¡Ea!


Toc, toc, toc toc…

Con firmeza van marchando paso doble por la mano.


Toc, toc, toc toc…

¡Firmes todos! La princesa se ha movido. ¡Ea! ¡Ea!


¡Que su sueño no se pierda! ¡Ea! ¡Ea!
¡Devolvamos el poder a la muñeca y que la mano no se mueva!
Toc, toc, toc toc…
¡Que el nudillo y la palma le regalen un arrullo!
¡Que el meñique le murmure y le adormezca si bosteza!
Toc, toc, toc toc…

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¡Firmes todos! ¡Que despierta!
¡Ea! ¡Ea!
¡Que retome el brazo la tarea y le acurruque hasta que duerma!
Toc, toc… ¡No!, dice firme un soldado,
ya en el brazo, a la niña, hay que hablarle con terneza.

Los soldados, con marcial firmeza,


van marchando a doble paso y repitiendo:
¡Ea! ¡Ea!
¡Ea! ¡Ea!

Gladiador de estrellas

Gladiador:
mientras tu corazoncito ríe, salta, brinca, escribe, patalea,
una espada blanca, de aserrín y acelgas,
se acomoda de ala
en tu muñeca y vuela.

Saltarín me vea, saltarín correa,


sobre el aire se ancla un barquito en vela.

Gladiador de mimbre y puntal de cera,


una espada de ala del jardín se cuelga
y una nube entera se mojó al verla.

Saltarín me vea, saltarín correa,


sobre el aire se ancla un barquito en vela.

Jugaría un astro, jugaría un cometa,

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en la espada aquella que del ancla cuelga
por mojarla toda cuando el barco vuela.

Saltarín me viera, saltarín corriera,


gladiador del buque que del aire cuelga.
Saltarín espada, saltarina capa,
sobre el aire se ancla un gladiador de estrellas.

Abuelita

La nietecita decía: “Yo tengo más dientes que tú, abuelita.”


Y le respondía: “Es que tú me los quitas cuando alzas la vista.”
¡Ay, abuelita!

Camaleón, camaleón sonajero,


donde pasa la brisa pasó la abuelita.
Delantal lleva el viento, aguacero el almuerzo,
y un pedazo de queso acompañando al cerezo.
¡Ay, abuelita!

Un diente en florero para tapar agujero


y un diente de harina por si muerde gallina.
¡Ay, abuelita!, que tu diente me llevo,
que tu diente me cuelgo,
que tu diente lo engancho de amuleto en perchero.
Cuando quieras comida,
¡ay, abuelita!,
miraré si lo encuentro.

Camaleón, camaleón sonajero,

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donde pasan de prisa pasó la abuelita,
donde el aire platica su miel se suaviza.
¡Ay, abuelita!,
tu diente un frutero de guaba y salero,
tu diente un comino color a membrillo;
un diente de grano, maíz o de trigo;
un diente que tiembla al cubrirse de frío.

Abuelita del agua, abuelita del riego,


abuelita de estambre y del semillero:
tú te lo quitas, yo te lo arrimo;
tú lo dibujas, yo lo ilumino;
dientecito de vidrio, dientecito y tomillo,
abuelita de brisa soplando al oído.

“Si es que me río y luego lo tiro…”


¡Ay, abuelita!, un diente de ajillo.

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Salvador Pliego. Nacido en la ciudad de México. Con estudios en Antropología Social
y una Maestría en Sistemas de Computación. Como escritor inicia su carrera a finales
de 2005 y desde entonces ha publicado los siguientes libros: “Flores y espinas”, “Claro
de la luna”, “Encuentro con el mar”, “Bonita… Poemas de amor”, “Libertad”, “México” y
los cuentos “Los trinos de la alegría” y “Aquellas cartas de amor”.
Fue premiado como segundo lugar en poesía por la ENSL en México y nominado como
finalista por el II Certamen Internacional de Poesía “San Jordi” en España, 2006.
A la fecha ha realizado lectura de su poética en Estados Unidos, México, Perú, Chile,
Colombia y Argentina.
Publica en revistas de Venezuela, Argentina, Chile, México y en diversos foros y grupos
vía Internet. Su poesía ha sido leída en innumerables ocasiones a través de
radiodifusoras en diferentes países de Latinoamérica.

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