la imaginación que es tan inmensa que crea una nueva realidad, que hace que las cosas sucedan. -SEAN O'FAOLAJN
H ace poco me llamó un amigo desde la ruta. Iba de regreso al noroes-
te del Pacífico luego de un viaje al norte del estado de Nueva Yorkt a donde fue a visitar a su familia. John es soltero, el menor de seis hijos y profesor de filosofía en una universidad cstadual de las cercanías. Para de- cirlo en términos sencillos, vive una vida mental. No tiene televisor, sólo oye la Radio Pública Nacional y la mayor parte del tiempo la pasa leyendo o haciendo excursiones con sus amigos. Hospedarse en su casa es como ir a un centro de retiro; su vecino más cercano se encuentra a más de treinta kilómetros de distancia. Los muebles son escasos pero cómodos y, si bien a veces me desconcierta que no tenga relojes en toda la estancia, con el tiempo suelo acostumbrarme a los ritmos del dia. Cuandojohn llamó, podía oír la agitación en su voz, un cambio en su habitual tono plácido. Justo antes de partir en su viaje ya planeado, se había enterado de que una revista profesional había aceptado publicar uno de sus artículos. Sólo tenía diez días para efectuar las revisiones necesarias. A esta altura ya no podía cambiar sus planes de viaje, entonces había de- cidido revisar el trabajo mientras estuviera de visita en casa de su familia y enviarme el manuscrito para que le diera mi opinión antes ele remitírselo al editor. Un plan ambicioso, pero John es una de esas personas cuyas intenciones suelen concordar con sus acciones. Ahora me estaba llamando para decirme que no tendría el artículo en la fecha que se había fijado. Al principio fue vago respecto de cómo "ciertas cosas se habían interpuesto1* en su camino. Yo podía adivinar cuáles eran esas intromisiones. Por anteriores con- versaciones, yo sabía que, respecto del resto de su familia, John es todo lo diferente que se puede ser Cada uno de sus cinco hermanos es tan hiper- quinético como él contemplativo, y cada uno es tan proclive a los arrebatos emocionales y al dramatismo como él estable y sereno {y lodos tienen hijos). Por teléfono, me contó que intentar organizar una salida -incluso una tan simple como ir todos juntos a comer- era "tan difícil como arrear gatos". También resultaba complicado coordinar los horarios de todos los niños (estaban en plena temporada de fútbol y de otros deportes) y satisfacer las distintas preferencias dictan as (desde vegetarianos hasta insistentes y voraces carnívoros). Tratar de manejar los diversos estados emocionales de veintiséis seres humanos (incluidos los padres) demostró ser casi, aunque no completamente, imposible. Sin embargo, luego de cuatro de los seis días de la visita programada, se encontraba camino al aeropuerto para tomar un vuelo rumbo a su casa. Ya había tenido suficiente de ese ruido incesante, de las conversaciones en las que hacía falta un pico para meter una palabra y de la constante atención que exigían los niños. Me dijo que se consideraba capaz de permanecer sereno en medio de cualquier tormenta, pero, azotado por los vientos y empapado por la lluvia, en esta ocasión había decidido dar marcha atrás en su plan original. En un principio, una de sus hermanas se había ofrecido a llevarlo en auto al aeropuerto, a dos horas de distancia, pero él declinó el ofrecimiento. Conducir un auto rentado nuevito y seguro era el amortiguador que necesitaba para descomprimirse; de lo contrario, estaba seguro de que habría aparecido en el periódico local siendo desalojado del avión ante su amenaza de sallar por tina de las puertas de la cabina. Ambos reímos, sabiendo que era realmente incapaz de semejante cosa. Yo también sonreí cuando me dijo que el trabajo que había estado haciendo durante los dos últimos meses, con mí ayuda, le había permitido sobrevivir a la visita a su familia, al menos dura me un breve período. A John lo intrigaba mi historia en RSE, como también mis antecedentes en las artes marciales. Nunca había sido un atleta, pero estaba fas- tinado por la disciplina mental del judo, del karate y de otras disciplinas. Bromeaba diciendo que no quería ser un guerrero ninja, sino un escritor ninja. Por eso yo le había contado del abordaje que había iniciado algunos años atrás, cuando estaba por rendir examen para llegar a cinturon negro. Iba a tener que competir con otros miembros de mi clase y a veces, con dos o tres a la vez. Si bien trabajábamos en sesiones de entrenamiento reales con esos compañeros de clase, yo también pasaba mucho tiempo sentado en mi sofá, peleando con ellos en mi mente. Ya habla trabajado con lodos estos hombres antes y conocía sus tendencias, sus fortalezas y sus debilidades, por eso sabia bastante bien que debía esperar de ellos. Para prepararme para el examen de cinturon negro, mentalmente repasé una y otra vez mi propia estrategia de lucha con cada uno de ellos: podía ver mis tomas y patadas, y las secuencias y combinaciones que tanto ellos como yo iríamos a usar. En mi mente, también practicaba las formas y técnicas, asegurándome de que mi base fuera precisa e impecable. A medida que esas sesiones mentales avanzaban, perdía la noción del tiempo y del espacio y era como sí en verdad estuviera en el gimnasio practicando, y no en casa. Cuando salía de las sesiones, me sentía preparado y además me daba cuenta, con cierta curiosidad, de que, si bien me sentía como si hubiera acabado de sentarme, había transcurrido más de una hora. John se había mostrado muy interesado en aprender a lograr un estado mental similar, pero con su escritura, y había practicado esta habilidad durante los dos meses anteriores a su viaje. Se había llevado trabajo consigo tal como lo bahía planeado y me dijo que, durante una hora o dos, todos los días, se las arreglaba para hacer algunas revisiones. Al principio, la cacofonía y el caos que sus hermanos y sus hijos creaban giraban a su alrededor en una nube de conmoción. Lo visualicé sentado en un sillón, mientras todos sus sobrinos y sobrinas competían por llamar su atentiOn. Sus fallidos intentos por organizar y estructurar ti día se habían desbandado, relegados tras el desorden por de más entusiasta de sus parientes. Sin embargo, en unas pocas sesiones matinales, e incluso durante un breve lapso después de que los más pequeños y sus padres con cara de sueño hubieran salido de la cama para echar cereal frío en los ta- zones de su progenie, John había logrado hacerse tiempo para trabajar un poco. Sus padres todavía vivían en la misma casa donde él había crecido. Era una amplia construcción victoriana y su rasgo más prominente era un porche semicircular protegido, que generaba una estructura que podía dis- frutarse entre primavera y otoño. Me dijo que se había sentido como cuando, de niño, para hallar un momento de tranquilidad, debía trepar un álamo americano que habían plantado en el extremo más alejado de la propiedad. Ahí solía leer durante horas u observar, a través de un mar de hojas, cómo pasaban las formaciones de nubes. Permanecía en ese lugar hasta el momento de la cena, cuando, detectando por fin su ausencia, sus padres enviaban a una cuadrilla a buscarlo. Impulsado por los recuerdos de su infancia, John salía al porche todas las mañanas, justo antes del amanecer, cuando todavía nadie se había levantado. En lugar de sentarse en la parte principal del pórtico, elegía la zona que se encontraba más alejada de la cocina; era como una especie de rincón escondido donde colocaba un sillón de mimhrc y se sentaba. En esas sesiones matinales de trabajo, sus familiares y sus distracciones eran tan silenciosos e invisibles para él como él para ellos. Me contó que le sorprendía darse cuenta de que, cuando lo descubrían y lo volvían a llevar a la locura, ya habían transcurrido tres horas. Cuando el alboroto producido por los pájaros mañaneros que provenían de los bosques cercanos se apaciguaba, John no oía el sonido del batido de los panqueques. La risa de Elmo ni los resoplidos de Thotnas uLa Loco motor a", Todas las imágenes y sonidos del ajetreo de la casa se desvanecían y, para él, lo único que existía era el brillo azulado de la pantalla de su computadora portátil. John me contó que sentía esos momentos como un don o una gracia, pero que, durante el resto del día, no podía mantenerlos ni mantener la sensación de tranquilidad que provocaban. Le dije que a mí ya me asombraba que pudiera tener esas horas durante la mañana. Me respondió que era como si la casa en la que todos habían crecido hubiera conjurado un hechizo para que sus hermanos regresaran a la adolescencia. Cuando se sintió arrastrado hacía las pequeñas riñas y banalidades y sus horas matinales de solaz menguaron, supo que había llegado el momento de partir. Veo en la experiencia de John otra metáfora de cómo funcionan juntos el cerebro y el cuerpo... y de cómo a veces también parecen llevarse a las patadas. Tal como hemos aprendido, en el caso de las adicciones emocionales (vea el Capítulo 9), el cuerpo se comunica con el cerebro de un modo que puede resultar insalubre. A veces, tantas partes del cuerpo claman por nuestra atención que, en principio, ya resulta asombroso que podamos funcionar. Recibimos tanta información de nuestro entorno y de nuestro estado interior que nos inunda un mar de información y estímu- los que compiten por nuestra atención y colaboran muy poco entre sí y con nosotros. Por fortuna, como ya sabemos, también podemos hallar un estado de gracia en medio üel iumulto del enlomo. Lo que John experimentaba en esos momentos en el porche y la manera como interrumpía el caos son una lección sobre cómo podemos acallar el alboroto emocional que todos experimentamos con demasiada frecuencia. Si John examinara más de cerca lo que hizo al hallar un refugio tranquilizador donde poder trabajar y perder la noción de tiempo y espacio, descubriría que las claves para romper las adicciones emocionales y las rulinas habituales de nuestra vida cotidiana se basan en los recuerdos del pasado. Él comprendería mejor que todos poseemos la capacidad de transformarnos, cambiar nuestra conducta, deshacer los efectos de ciertos rasgos y romper los vínculos que nos encadenan a nuestras propensiones heredadas. Lo asombroso es que, como John, todos poseemos la habilidad de dejar de prestarle atención ai entorno. ¿Cuántas veces nos hemos sentado a mirar televisión mientras alguien nos hablaba, sin siquiera ser conscientes de su presencia y mucho menos de sus comentarios o preguntas? ¿Y qué me dice de cuando nuestra pareja nos sermonea mordazmente acerca de algún asunto moral relacionado con nuestra conducta? ¿Acaso no bajamos el volumen del sermón y dejamos de prestarle atención a todo aquello sobre lo que nuestra pareja está pontificando? Cuando queremos, somos los maestros de la escucha selectiva y del accionar selectivo. ¿Qué sucedería si les diéramos un mejor uso a todas esas habilidades? Y si ya tuviéramos una capacidad, aún sin refinar y sin expío lar, de en locarnos y concentrarnos» ¿qué sucedería si en verdad tratáramos de dominarla? Y lo más importante para nuestra comprensión a esta altura es preguntarnos cómo es que, siendo tan inexpertos y poco hábiles como somos ahora, podemos siquiera lograr este "bloqueo*. Tal vez las experiencias de John antes del viaje puedan brindarnos algunas respuestas. Él ya había dado algunos pasos adicionales hacia el uso de su lóbulo frontal para apagar el volumen en los otros centros del cerebro. Cuando escribe, John aprendió a aquietar su corteza sensorial, aplacar la corteza motora, calmar los centros emocionales e ingresar en un es-¡ udo similar a un trance. Dado que yo también escribo T me interesa el proceso que atraviesan otros escritores para llegar a la zona de concentración necesaria para realizar su trabajo. Por ejemplo, yo sabia que john tenia lo que él denomina momentos místicos cuando se sentaba a crear. Lo primero que hacia era poner músi- ca. No cualquier música: descubrió que, si la música tenia letra, le costaba más concentrarse. FOT eso siempre elegía música instrumental de lodo tipo: desde clásica hasta bandas sonoras de películas, pasando por la JVew Age. Sin embargo, el jazz le resultaba demasiado ^ruidoso". Cuando trabajaba en sus primeros bosquejos y no necesitaba consultar notas, empleaba velas para teneT una iluminación más suave. La combinación de la música y la amhiemación le ayudaba a hallar un centro de serenidad, y siempre elaboraba su borrador inicial a la noche tarde, cuando, según decía, "el resto del cerebro estaba bastante cansado y era más fácil enviarlo a la cama". John llegó a su estrategia sin saber nada del lóbulo frontal ni de sus efectos y poderes. Había intuido los beneficios de la concentración focalizada y había ideado su propia manera de lograr ese estado de calma. En los últimos meses, ambos habíamos hablado de manera más explícita acerca del lóbulo frontal y de su papel en la concentración y la focalización. John tenía en mente un propósito muy específico para usar esta información: quería escribir mejor y con mayor facilidad. Había sufrido un bloqueo en su escritura luego de haber terminado su tesis y estaba determinado a no volver a pasar jamás por esa experiencia. Empezó a prestar atención a cómo se encontraban su entorno y su estado mental en los días buenos, cuando parecía que el proceso creativo era tan fácil como navegar con viento a favor en un día soleado, y también a lo que sucedía durante aquellos días en que sentía que estaba navegando con un fuerte viento en contra y grandes olas que se estrellaran contra la proa. Al final, llegó a algunas conclusiones acerca de qué funcionaba y qué no funcionaba. Con el tiempo, refino el proceso y lo repitió tantas veces que, hasta sin música, sin velas y sin que fuera tarde a la noche, pudo entrar en el flujo de su obra, aparentemente a voluntad. Cuando me llamó por teléfono, John se lamentaba por no haber podido reproducir estos resultados fuera del "laboratorio" de su hogar. De visita en casa de sus padres, le parecía como si todo se hubiera derrumbado. Le aseguré que su proceso era bueno y que debía pensar en aquellas veces en las que había trabajado durante el viaje y considerarlas todo un éxito: algo de lo que hahía que aprender. Cuando regresó a su casa y estuvo más libre de las distracciones, pudo mirar con mayor objetividad los días buenos y los días malos (en cuanto a su escritura) y arribar a algunas conclusiones sólidas relacionadas con lo que los hacía más o menos productivos. La clave era empezar por el principio: con la habilidad de la observación. Dominar la habilidad de la observación Si bien se ha convenido en un cliché, sigue siendo cieno que el primer paso para sanarnos es reconocer que tenemos un problema. Entonces, ¿cómo sabemos cuándo tenemos un problema? Reconocerlo depende de nuestra capacidad para observarnos, es decir, para ser conscientes de nosotros mismos- Lo que le pedí a John que hiciera fue que tomara conciencia, de sí mismo en cuanto a una parte muy particular de su conducta y personalidad y que descifrara qué habia afectado su capacidad para ser creativo bajo circunstancias diferentes. La mayoría de las personas carecen de una conciencia de sí mismas tan desarrollada como la de John y también de la paciencia necesaria para ralentizarse y realmente examinar o analizar su vida y personalidad. Sin embargo, el hecho de que esas cualidades no estén del todo presentes en nuestra vida no significa que no poseamos las habilidades y que no podamos re finarlas. Sólo debemos bajar el volumen de ruido que interfiere con nuestra capacidad de focalizar nuestra concentración. Podemos observarnos en general para considerar alguna habilidad o atributo específico, o podemos mirarnos de un modo más global. Lo que demuestra que tenemos la capacidad de observar criticamente nuestro propio comportamiento es la asiduidad con la que usamos estas aptitudes para observar a los otros y su conducta. Estoy seguro de que lodos estuvimos en innumerables situaciones donde nos preguntamos por la capacidad de otras personas para verse a sí mismas con claridad. Hemos especulado si una persona sahe cómo luce con una determinada vestimenta; liemos presenciado un volcán de reacciones emocionales ante un incidente que parecía trivial. En esas ocasiones nos preguntamos: "¿Esta persona es capa: de verse como es?". La respuesta es que muchos no lo son. Carecen no sólo de la aptitud de observar el amplio mundo a su alrededor, sino también de la de evaluarse con claridad. No se tomaron el tiempo para reflexionar sobre si mismos o no pudieron desarrollar conciencia de cómo se comportan en determinadas situaciones. Ni siquiera han considerado las preguntas más importantes: ¿Por que sigo produciendo /os mismos sentimientos auiodi'structivos? ¿Por qué sigo esperando que mi conúuda y mis comentarios provoquen una respuesta si, en cambio, obtengo justo lo opuesto de lo que deseo? Si no nos formulamos estas preguntas cruciales acerca de nuestra naturaleza misma, no podemos ver quiénes somos realmente. Por el contrario, si activamos nuestro lóbulo frontal, podremos vernos con asombrosa claridad. Dado que estamos tan enfocados en lo externo, todo lo que debemos hacer, como una cámara cinematográfica que hace una Loma panorámica, es ser más selectivos con lo que queremos tener dentro del cuadro. Para superar la propensión a estar enfocados hacia fuera y dominados por el entorno, o a ser esclavos de nuestro cuerpo y de sus respuestas emocionales, debemos convenirnos en mejores observadores de nosotros mismos. A menudo, esto significa simplemente desentendernos del entorno -como hace John—y abandonar iodos Los programas que nos mantienen eraocionalmente adictos a él. Espero no haber dado la impresión de que mi amigo John es alguna especie de bicho raro. Está lejos de ser un ermitaño. Tiene una vida social activa y ocupa cargos en diferentes comisiones, tanto en su trabajo como en la comunidad. Sí, es cierto que no tiene aparato de televisión, pero sólo porque antes tenía uno y pasaba demasiado tiempo absorbido por los programas. Sabia que era débil, y la única manera de evitar que la televisión le consumiera gran parte del tiempo era pasar por un periodo de abstinencia y sacar el televisor de la casa por completo. De todos modos, está bien predispuesto para la contemplación y es probable que eso lo separe de muchas personas en la actualidad. Las horas que solía pasar mirando televisión e insensibilizándose al mundo las llena sumergiéndose en la naturaleza y en libros interesantes, Ha agudizado sus habilidades de observación cuando sale de excursión, observando la vida agreste y catalogando gran cantidad de flores y plantas silvestres que crecen en la zona. Y lia aplicado esas mismas aptitudes de observación en sí mismo. Hn su deseo por mejorar su eficiencia como escritor, John empleó al- gunas de las técnicas que un científico podría usar en la aplicación del método científico. Alteró su rutina de escritura de a un aspecto por vez, verificando si esa variable marcaba alguna diferencia en su desempeño y productividad. También debía tomar conciencia de cómo estaba funcionando su propia mente. Luego de pasar por varios meses de pequeños experimentos mediante el método de ensayo y error, se dio cuenta de qué era lo que podía hacer para ser un escritor más productivo. Por supuesto, estaba motivado para mejorar porque escribir es una de las cosas que determinarán su futura carrera como profesor. Es esta noción de deseo lo que consideraremos ahota. Asumir el compromiso de cambiar Dado que La mayoría de nosotros no somos buenos observadores y no solemos detectar los vínculos obvios entre la conducta, la salud y el estado de ánimo general, a menudo necesitamos un acontecimiento importante, que altere nuestra vida, para poder enfocar la atención en nosotros mismos, en nuestras predilecciones y propensiones. Lo bueno es que el hecho de que usted este leyendo este libro índica que tiene el deseo de cambiar. Como ocurre con cualquier otra cosa, tener la correcta motivación contribuye en gran medida a que podamos hacer cambios en nuestra vida y en nosotros mismos. En un mundo ideal, reconoceríamos que somos adictos a nuestras emociones mucho antes de tener la evidencia del daño que nos hacen. Como ya dijimos en los Capítulos 9 y 10, la mejor manera de tomar conciencia de nuestras adicciones emocionales es mediante una manifestación física de la res pues La al estrés, en el cuerpo. Esos dolores de espalda que aparecen cada vez que tenemos una entrega importante, o el resfrio que agarramos luego de quemarnos las pestañas todas las noches durante semanas y semanas para completar un proyecto, son el resultado del estrés. Cuando estamos de mal humor y explotamos ante la menor provocación, eso es también una función del aumento de estrés y de la disminución de la actividad del lóbulo frontal. Y lo mismo ocurre con muchas otras afecciones y enfermedades mucho más serias y criticas. Por favor, vuelva a leer en el Capítulo 10 la lista de los atributos que promueve la actividad de un lóbulo frontal sano. Podemos ver lo importante que es el lóbulo frontal en el inicio y control del cambio Y, aunque el lóbulo frontal nos ayude a enfocar nuestra atención, igual necesitamos activar nuestra voluntad para permitir que el lóbulo frontal realice su trabajo, es decir, unir la determinación con la acción. El compromiso de cambiar siempre es engañoso. Lis redes neurona-Íes regulares, rutinarias c 'instaladas'1 que hemos creado nos permiten llevar una vida fácil, natural y confortable. Buscamos la comodidad, pero el cambio equivale a incomodidad. Hacemos la promesa de comenzar una dieta, empezar a hacer ejercicio, mirar menos televisión, pasar más tiempo con nuestros hijos y prodigarles más atención, sólo para que todas las circunstancias de la vida pisoteen esa intención. Para cambiar se necesita tina gran cantidad de esfuerzo, voluntad y compromiso. Recuerdo cuando empece a participar en triatlones. Correr y andar en bicicleta era algo bastante fácil, natural y rutinario: lo había be- cho durante tanto tiempo que nunca tuve que pensar en lo que estaba haciendo. También había aprendido a nadar de niño y lo venia haciendo desde hacia muchos años, así que tampoco tenía que pensar en lo que debía hacer en el agua. Sólo lo hacia. Después de haber competido en el primer triatlón, me di cuerna de que podía nadar, pero ¡no realmente nadar! De hecho, me fue muy mal en el tramo de natación. De modo que busqué un entrenador para que me enseñara a nadar, pero no en el sentido de aprender a n o hundirme: necesitaba a alguien que deshiciera mi brazada y la construyera de nuevo con mejor técnica. Quedé asombrado al comprobar que no me habían enseñado a nadar del modo más eficiente o de una manera que me permitiera llegar a la mayor velocidad. Me habían enseñado el método más expeditivo de mantenerme a flote y poder sobrevivir. ¿Le suena familiar? La mayoría aprendemos a sobrevivir; de hecho, eso es lo que hacemos casi todo el tiempo en nuestra vida. Subsistimos. Dado que yo era una persona competitiva, quería hacer algo más que simplemente subsistir. Quería nadar más rápido. Por eso busqué a alguien con mayor conocimiento y experiencia que yo para que me enseñara. Fue una vivencia enriquecedora en muchos aspectos. Tuve que desaprender la técnica de la brazada que había estado empleando durante muchos anos e incorporar una manera completamente distinta de usar los brazos y las piernas. Me sentí frustrado cuando comprobé que nadaba más lento -porque ahora debía pensar mucho en lo que hacía-, pero, con el correr del tiempo, el nuevo método empezó a sentirse más natural. Cuando me cronometraron en los cien metros y vi los avances en mi desempeño, tuve más deseo todavía de luchar con mi incomodidad. No fue necesario que casi me ahogara para moiívarme a mejorar. Hallé una razón para efectuar un cambio. No estaba satisfecho con el siatu quo; no estaba satisfecho con terminar en el montón; no estaba satisfecho con sólo subsistir. Además, sólo cuando adquirí un poco más de conocimiento y tuve que configurar una nueva red neurona I llamada nadar pude ser un mejor observador de mi técnica. Finalmente, fui capaz de corregirme a mí mismo. Volveremos a estas ideas en el Capítulo 12; pero, por ahora, tenga en cuenta la importancia de hallar una motivación. Una vez que lo hagamos, nos asombrará comprobar cómo han mejorado también nuestros poderes de observación, y ya no estaremos satisfechos meramente con transcurrir en la vida. Descubriremos que la incomodidad ya no actúa como un ele- mentó disuasivo: nos motivará a salir de ese estado para introducirnos en una zona de comodidad nueva y enriquecida. La pregunta permanece: ¿aué pódanos hacer para darle al lóbulo jroniaí su mejor uso? Hay un viejo chiste que dice algo asi: Un hombre va caminando por una abarrotada calle de la ciudad de Nueva York y le pregunta a un transeúnte: "Disculpe, ¿podría indicarme cómo llego a Car-negie Hall?" Sin siquiera molestarse en darse vuelta, el hombre le responde: "Practique".
Ensayo mental: el pensamiento mágico y estar conectados
Yo empleo el término ensaya menta! para describir cómo darle un mejor uso a nuestro lóbulo frontal y aprovechar sus desarrolladas facultades para hacer cambios significativos en nuestra vida. Cuando ensayamos, tenemos una determinación más enfocada e intencionada. No sólo repasamos un conjunto rutinario de ejercicios; actuamos como si la ocasión fuera un concierto. Esa es la diferencia clave en la mente. Se supone que el ensayo reproduce la experiencia del hecho real. En este caso, el ensayo mental y el hecho real sen la misma cosa. Cada vez que iniciamos alguna acción, que nos comprometemos en alguna conducta, ponemos en práctica una habilidad, expresamos una emoción o cambiamos nuestra actitud, deberíamos hacerlo mejor que antes. Por eso ensayamos: para mejorar, de modo que la próxima vez que realicemos esa experiencia nos resulte más fácil. Para decirlo en forma sencilla, yo defino al ensayo mental de esta manera: recordar lo que queremos llevar a cabo y luego experimentar cog- nitivamente cómo es hacer físicamente la acción paso a paso. Es como ver en la mente a nuestro lhyo" llevando a cabo o practicando físicamente una acción o habilidad. Desde e! punto de vista del cambio personal, el ensayo mental es concebirnos en una situación comportándonos de manera distinta (o sólo siendo una persona diferente) de como actuamos (o de quienes éramos) con anterioridad. En lugar de vivir en modo de supervivencia y sentirnos enojados, deprimidos, victimas, victimarios, enfermos o cualquiera de esas cosas limitadas que permitimos que nuestras adicciones emocionales nos impongan, podemos ensayar, desde un punto de vista puramente cognitivo, ser sanos, serenos, compasivos o cualquiera de las otras cosas más positivas que queramos ser. Una de las muchas cosas interesantes acerca del proceso del ensayo mental es que no se necesita la participación del cuerpo en absoluto