la orden se haba
Como toda nia menor de veinte aos, transitaba una juventud rebelde.
No era altanera pero su estirpe le haba estampado el seoro propio de los
patronos.
Camila deja correr las tardes calurosas de verano acurrucada en una
mecedora de mimbre y con un libro entre las manos.
Aqu Blanquita, en el patioestudiando la Biblia!Responde los gritos
de la
sola por
lo enterar
a Tatita y.Tatita al
una legin de leales gritando. Camila dej el libro sobre la mesa y tom la labor,
vainillar un mantel, como le haba enseado su madre.
Blanquita, sabas que ayer, en la tertulia en la quinta de Palermo se present
Monseor Elortondo y Palacios? Si, el representante de la Curia.
El sacerdote haba ordenado dicono a Eduardo OGorman, hermano de
Camila que haba visitado a su amiga Manuela Rosas en la quinta de Palermo
donde viva con su padre, gobernador de la Confederacin argentina.
Aprovechando la visita a casa de su amiga, Camila le haba pedido al gobernador
si daba consentimiento para ensear a leer a los pobres. Haba justificado su
pedido exponiendo que saba de msica, gramtica, teologa y poesa. Expuso
que el padre Gutirrez haba dado consentimiento para que ocupara la sacrista
de la parroquia para ilustrar.
__Si los pobres aprenden a leer, van a querer opinar.
Y aunque su amiga Manuelita haba intercedido defendiendo las intenciones
de su amiga Camila, el Restaurador se neg a dar anuencia.
. Despus llegaron los linajudos sos que visten a sus pobres muchachas de
rojo, con la esperanza de que el Brigadier Rosas se arrebate con alguna. No
saben que ya tiene su barragana. La misma nia que supo curarle las heridas a
su mujer, Misia Encarnacin, en su lecho de muerte. Todo se lo haba contado
Manuelita.
Mientras tanto las montoneras marchaban de un lado a otro, atraviesaban los
arenales, cruzaban El Colorado. Todos llevaban divisa rojo punz en seal de
fidelidad al gobernador Rosas. Camila se pregunt dnde dejaran el reguero de
muertos esa vez. No hay paz en esta desgraciada patria!, pens.
Decidi ir a la parroquia a llevarle flores a la virgen. Tambin aprovechara para
confesarse con el padre Gutirrez. Al atravesar la plaza de la Victoria se santigu
ante cuatro cabezas que amanecieron colgadas. Con los ojos abiertos y mirada