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Niñez trabajadora y norma legal en Bolivia ¿Cuál es el camino políticamente adecuado?
Por: Docentes de las Maestrías de los Países Andinos* 
 La primera semana del mes de agosto de este año se publicó en Internet un artículo de la Universidad de Wharton
de Pensilvania denominado “El largo camino hacia la erradicación del trabajo infantil en América Latina
. En el cual se hace un análisis comparado del tema entre países de América Latina
y Asia. Pero la reflexión se centra en Bolivia, particularmente en el nuevo Código de los niños, niñas y adolescentes trabajadores y su permisividad legal para trabajar desde los catorce años y por cuenta propia desde los diez años de edad.
Por considerarlo de interés académico en la región, comentamos críticamente dicho artículo. Nuestras observaciones las focalizamos en el caso de Bolivia y procuramos mantener el mismo orden en que se presentan en el escrito mencionado.
 El artículo empieza señalando que el gobierno de Bolivia aprobó dicha legislación en el verano. Esta afirmación es relativamente verdadera y falsa a la vez. Quien escribe el artículo se ubica geográficamente en el hemisferio norte y en el momento que ahí ocurre el verano. Asunto contrario, al espacio y tiempo en Bolivia, hemisferio sur e invierno. Esta observación, aunque parezca intrascendente, nos suscita preguntarnos de qué mundo hablamos y desde qué mundo hablamos. Y, cabe añadir, desde qué sujeto social y en qué perspectiva de derechos se coloca la argumentación. El articulista no ha pensado sobre el particular y ese es un prejuicio y perjuicio de entrada para reflexionar sobre el caso de Bolivia. En el mismo párrafo se advierte:
“Esta
 noticia desató fuertes críticas de los grupos de derechos humanos debido a que Bolivia es signataria de una Convención de las Naciones Unidas que fija la edad mínima de 14 años para el trabajo
infantil” 
. Pero el autor parece ignorar, de un lado, que son los mismos niños, niñas y adolescentes trabajadores bolivianos quienes, de acuerdo a las prácticas internacionales de denuncia de la violación de los derechos humanos, asumen la defensa de sus derechos humanos a través de su participación directa, sin intermediación, ante las autoridades nacionales. Haría bien, entonces, el articulista en preguntarse si algún organismo de derechos humanos está por encima de los propios
 
sujetos de derechos que ejercen su propia defensa, denuncian y luchan por lo que entienden es la violación de sus derechos ante las autoridades de su país. De otro lado, si bien Bolivia es signatario de la convención que fija edad mínima, también cabe recordar que los Estados tienen posibilidad, de acuerdo al derecho internacional, de denunciar tal convención. Aunque esa figura tiene un procedimiento contemplado en la misma norma internacional, la filosofía de ese dispositivo no puede estar por encima de lo sustantivo, que es garantizar los derechos de los niños, niñas y adolescentes trabajadores; sin menoscabo de reconocer que nadie está obligado a seguir una norma que la considera injusta.
Continuando con la lectura en el mismo párrafo se observa: “
La medida adoptada por Bolivia llega en un momento en que se vive la tragedia de miles de niños que cruzan ilegalmente la frontera de los Estados Unidos procedentes de América Central y que ha concitado la atención del público hacia los problemas que enfrentan los países de bajos ingresos de América Latina  y otras partes del
 planeta”.
 
Sin negar en absoluto el problema humanitario que tienen entre manos y que debiera ser resuelto desde la óptica del interés superior del niño, no se puede hacer metodológicamente ese tipo de planteamientos supuestamente asociados. Pues eso conduce a la confusión, cuando no a una falsa percepción de los hechos. Porque el problema de niños migrantes ilegales en la frontera de USA y la niñez trabajadora en Bolivia y su nuevo Código legal son hechos sociales que ocurren con características y circunstancias específicas, distintas y en paralelo. Así, pretender correlacionar dos fenómenos que solo se asocian argumentativamente en el análisis de la teoría de los sistemas sociales, como si tuviesen una asociación por semejanza fenomenológica o una relación indudable y directa, resulta absurdo. Cabe señalar que cuando en el hecho fáctico solo existen vínculos mediáticos asociados de modo contiguo por refracción de realidades creadas en el mundo virtual de la imagen, el problema que se enfrenta es de orden semiótico, pero no está en la naturaleza del caso Bolivia y mucho menos en la situación de los niños, niñas y adolescentes trabajadores que pretende analizarse.
 Acto seguido, se menciona:
Muchas de estas naciones enfrentan presiones económicas o sociales que las han llevado a permitir que los niños realicen trabajos agotadores y a menudo
 
 peligrosos. Simultáneamente, los esfuerzos para impedir el trabajo infantil tienen implicaciones  para el crecimiento económico y prosperidad a largo plazo de los países donde dicho trabajo es moneda corriente, según sostienen los
expertos”.
 A este respecto, bastante más serio en términos explicativos sería apelar al concepto de capitalismo sucedáneo, donde sube la economía y caen los salarios, para encontrar respuestas mejor razonadas acerca del empobrecimiento acelerado y no pretender justificar en el trabajo que realizan los niños, niñas y adolescentes la razón de la pobreza o de los círculos reproductores de la misma, sin menoscabo de reconocer que son tributarios del PBI. Tal vez, sería mejor que el articulista oriente sus preguntas por un lado más justo, por ejemplo: ¿Por qué se permite socializar el costo de la quiebra de los bancos y no se permite socializar el costo para solucionar la pobreza? Por qué, no miramos más la falta de reflejos del funcionamiento de la economía de mercado, a fin de encontrar explicaciones coherentes a la disfunción del sistema, especialmente con los pobres y excluidos. En todo caso no podemos seguir orientándonos por las trampas estadísticas
 El autor del artículo parece no tener claro cuál es el concepto o noción de trabajo que realizan los niños, niñas y adolescentes trabajadores. Parte de la idea de jornada y jornal y no se pregunta por el sentido y significado que tienen para ellos mismos, sus familias y comunidades, ni cómo se enlaza el trabajo con el arraigo al proyecto de vida andino. Tampoco distingue el artículo, al igual que algunas normas internacionales, que el trabajo no es sinónimo de prostitución o participación en el narcotráfico y, por el contrario, son los niñas quienes pueden ser víctimas de explotación sexual, de mafias criminales o corporaciones mafiosas. Cuando se practica un análisis de la situación de la niñez trabajadora, una pregunta clave es plantearse: ¿Cómo saber si determinada medida política o jurídica puede ser socialmente útil a la infancia trabajadora? Lo que nos lleva a pensar en que si el trabajo organiza la vida de los niños, entonces la permisividad deviene en válida para ellos y su entorno cultural, para su educación formal e informal, y no parametral, para su salud, sea desde la vertiente occidental o salud comunitaria. Así como el trabajo es útil también para la construcción o re-construcción de proyectos de vida, y la necesidad imperiosa de rechazo a la explotación capitalista o esclavista, o a las condiciones dañinas o perniciosas de empleo. Estas preguntas, desde otra parada epistémica, generan pensamientos alternativos. Asunto que no está en la imaginación del autor del artículo.

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