Anda di halaman 1dari 2

Fe – Esperanza – Amor

Franz-Josef Noche

¿Cuál es el núcleo del “ser cristiano”? Pablo, después de haber enumerado muchos dones y actividades,
lo resume en tres palabras: “Ahora tenemos la fe, la esperanza y el amor, los tres” (1 Cor 13,13). Estas
tres palabras las conocemos bien pero en el lenguaje cotidiano asociamos cosas diferentes con ellas; a la
vez se puede observar que también en las formulaciones de la tradición cristiana cambian los acentos
que se ponen en la comprensión de estas tres palabras. Por ello conviene precisar qué entiende una
teología orientada por la bíblia bajo estas palabras, cuando habla de fe esperanza y amor como las
actitudes cristianas básicas.

La fe no es una forma de conocimiento menos acertado, más incierto (como se expresa por ejemplo en la
frase: “Creo que hará frío”), sino una actitud básica de confianza, como cuando una persona dice a la
otra: “Te creo.” En la fe no se trata primeramente de informaciones que conllevan un determinado
contenido y de sus conocimientos corrrespondientes, más bien se trata principalmente de una relación
personal: “Confío en ti.”

La imagen biblica primaria de una persona creyente es Abraham (Gen 15,6). Su fe consiste en ponerse
en camino. “Creer firmemente” no significa, pues, tener una convicción apoyada en pruebas sino tener
una actitud decidida. Cuando, por ejemplo, en medio de una crisis de relación en una pareja, uno le dice
al otro: “A pesar de todo creo en nuestro matrimonio”, entonces expresa con estas palabras su voluntad
de ser fiel a esta relación y poner todo de su parte para que perdure y vuelva a ser una relación feliz.
Aquello, de modo similar, vale también para nuestra confesión: “Creo en Dios.” Con esto decimos: “Me fío
en Dios, confío en El y deseo vivir mi vida con El.” Sólo en segundo lugar “creer” significa asentir a un
mensaje: “Te lo creo.”

Lo mismo ocurre con la esperanza. Esta palabra no significa una presunción incierta, como cuando
decimos: “Sólo podemos esperar que mañana no llueva”; significa, más bien, una respuesta a una
promesa: “Me fío en el futuro que tú me prometes”. Nuevamente se trata de confianza. La esperanza es
el aspecto de la fe que se dirige hacia el futuro.”Me abro al futuro que tú me preparas.”

La esperanza no es lo mismo que el optimismo. Quizás a los optimistas les sea más fácil a veces tener
esperanza, pero la esperanza se muestra y se mantiene aun en las más oscuras perspectivas futuras.
Mientras los optimistas pueden decir: “Aguarda, ya vendrán tiempos mejores”, las personas que viven
desde la esperanza no esperan con los brazos cruzados lo que pasará en el futuro, sino se empeñan
para que el futuro esperado se haga realidad. La esperanza de llegar a la meta se transforma en una
práctica coherente en el siguiente paso hacia la meta.

Ciertamente, hay mayor necesidad de aclarar y precisar en el caso de la palabra amor, pues se trata de
una palabra que se usa de maneras muy diversas. A menudo se abusa de esta palabra. El amor en el
sentido de la actitud cristiana básica, de la que hablamos aquí, significa afirmación, benevolencia y
cercanía. La persona que ama dice a la persona amada: “Qué bueno que existes. Deseo que te vaya muy
bien. Quiero estar cerca de ti”. Sentimientos como la símpatía y el encanto pueden alentar el amor, pero
estos sentimientos no son el amor mismo. Pues el amor queda aun cuando los sentimientos positivos se
acaban, o cuando quizás surgen también sentimientos negativos (antipatía, decepción). “El amor disculpa
todo; todo lo espera y todo lo soporta” (1 Cor 13,7).

Las personas que aman profundamente, se olvidan de sí y prestan toda su atención a la otra persona. Y
justamente en eso experimentan su felicidad. Pues en nada nos realizamos tanto a nosotros mismos
como en el amor. Por eso el amor a sí mismo y el amor al prójimo no se contraponen el uno al otro, sino
que los dos están íntimamente vínculados entre sí.

Pero la felicidad no siempre se da inmediatamente cuando las personas aman. Pues el amor hace
vulnerable a la persona que ama. El amor puede causar dolor, provocar angustias y a veces incluso
puede conducir a la muerte. Eso nos lo enseña la experiencia y lo percibimos al contemplar el destino de
Jesús. Pero la esperanza en la resurrección nos “habla” del hecho de que el amor es más fuerte que la
muerte.

Sólo quien ha sido amado y ha tenido así la experiencia de ser una persona digna de recibir amor, puede
amar a otros. Este es el mensaje fundamental de la Biblia: somos amados y amadas por Dios. Sólo
después de esta afirmación tan fundamental, viene la exigencia de hacernos personas que comunican a
otros el amor recibido, que viven amando (cf. 1 Jn 4,10s). La afirmación es a la vez una llamada que
quiere animarnos: “Atrévete vivir amando.” La llamada a amar a Dios con todo el corazón (Mc 12,30) no
apunta a una competencia entre nuestro amor a nosotros mismos y a nuestro prójimo, por un lado, y
nuestro amor a Dios, por otro; apunta más bien a una profundización de nuestro amor al prójimo y a
nosotros mismos: podemos amar a Dios como el misterio presente en lo profundo de la otra persona y de
nosotros mismos.

“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones”, escribe Pablo (Rom 5,5). Inspirada por esta
imagen, la teología habla de la fe, la esperanza y el amor como “virtudes infusas”. La “virtud” significa una
actitud básica positiva. “Infusa” significa que esta actitud básica no es el resultado de un supremo
esfuerzo espiritual, sino primeramente y sobre todo un don. Todo se inicia en el hecho de que Dios nos
ama gratuitamente. Su amor vive en nosotros y llena nuestro corazón. Su aliento hace surgir y crecer en
nosotros la fe, la esperanza y el amor. Podemos fiarnos de este hecho como un nadador se fía de la
corriente del río y se deja llevar por ella. Porque Dios mismo está presente en nuestra fe, nuestra
esperanza y nuestro amor, estas tres virtudes son llamadas también “virtudes divinas” o “virtudes
teologales”.

Al nivel de términos se puede distinguir entre la “fe”, la “esperanza” y el “amor”, pero respecto al
contenido se trata de tres aspectos de una sola actitud básica, a saber: la persona confía en Dios; está
dispuesta a construir su vidas sobre sus promesas; se deja inspirar y permite que su corazón sea
encendido por el Espíritu de Dios que afirma, sana, congrega y lleva a la plenitud.

(En: Fürst, W., Werbick, J., Katholische Glaubensfibel, Rheinbach 2004, 54-57)

Anda mungkin juga menyukai