El político depende del periodista. ¿Pero de quién dependen los periodistas? De los
que pagan. Y los que pagan son las agencias publicitarias, que compran de los
periódicos el espacio y de la televisión el tiempo para sus anuncios. A primera vista
se diría que se dirigirán sin vacilar a todos los periódicos que se venden bien y que
pueden por lo tanto incrementar la venta del producto ofrecido. Pero ésa es una
visión ingenua del asunto. Vender el producto no es tan importante como creemos.
Basta con fijarse en los países comunistas: No es posible afirmar que los retratos de
Lenin que colgaban por todas partes pudieran incrementar el amor por Lenin.
Claro que los imagólogos existían antes de que hubieran creado sus poderosas
instituciones, tal como las conocemos hoy. Hasta Hitler tenía su imagólogo personal,
que se ponía ante él y le enseñaba pacientemente los gestos que debía hacer durante
sus discursos para fascinar a las masas. Sólo que si entonces aquel imagólogo hubiera
dado a los periodistas una entrevista en la que hubiese divertido a los alemanes
contándoles que Hitler no sabía mover las manos, no habría sobrevivido más de
medio día a su indiscreción. Hoy, en cambio, el imagólogo no sólo no oculta su
actividad sino que con frecuencia habla en lugar de sus hombres de Estado, le explica
al público lo que les ha enseñado y lo que ha logrado que olvidaran, cómo van a
comportarse, de acuerdo con sus instrucciones, qué fórmulas utilizarán y que corbata
llevarán puesta. Y no debe extrañarnos su autosuficiencia: la imagología ha
conquistado en las últimas décadas una victoria histórica sobre la ideología.
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Todas las ideologías fueron derrotadas: sus dogmas fueron finalmente
desenmascarados como simples ilusiones y la gente dejó de tomarlos en serio. Los
comunistas, por ejemplo, creían que durante el desarrollo del capitalismo el
proletario iba a empobrecerse cada vez más, y cuando un buen día se demostró que
en toda Europa los obreros iban a su trabajo en coche, tuvieron ganas de gritar que
la realidad les estaba haciendo trampas. La realidad era más fuerte que la
imagología. Y precisamente en este sentido la imagología la superó: la imagología es
más fuerte que la realidad, que por lo demás hace ya mucho que no es lo que era
para mi abuela, que vivía en un pueblo de Moravia y lo conocía aún todo por su
propia experiencia: cómo se hornea un pan, cómo se construye una casa, cómo se
mata a un cerdo y se hacen con él embutidos, qué se pone en los edredones, qué
piensan del mundo el señor cura y el señor maestro; todos los días se encontraba con
todo el pueblo y sabía cuantos asesinatos se habían cometido en los alrededores en
los últimos diez años; tenía, por así decirlo, un control personal sobre la realidad, de
modo que nadie podía contarle que el campo moravo prosperaba cuando en casa no
había qué comer. Mi vecino de París pasa su tiempo en una oficina en la que está
ocho horas sentado frente a otro empleado, después coge su coche, vuelve a casa,
enciende el televisor, y cuando el locutor le informe del sondeo de opinión pública
según el cual la mayoría de los franceses ha decidido que su país es el más seguro de
Europa(no hace mucho leí semejante sondeo),abrirá de pura felicidad una botella de
champagne y jamás sabrá que ese mismo día se cometieron en su calle tres robos y
dos asesinatos.
Los sondeos de opinión pública son el instrumento decisivo del poder imagológico,
que gracias a ellos vive en total armonía con el pueblo. El imagólogo bombardea a la
gente con preguntas ¿cómo evoluciona la economía francesa? ¿habrá guerra? ¿existe
en Francia el racismo? ¿es el racismo bueno o malo? ¿quién es el mejor escritor de
todos los tiempos? ¿está Hungría en Europa o en Polinesia? ¿cuál de los hombres de
Estado es más sexy? Y como la realidad es para el hombre de hoy un continente cada
vez menos visitado y menos amado, para lo cual tiene motivos suficientes, los
veredictos de los sondeos se han convertido en una especie de realidad superior o,
por así decirlo, se han convertido en la verdad y, aunque sé que todo lo humano es
perecedero, no soy capaz de imaginar qué es lo que podría acabar con este poder.
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Heidegger debe ser considerado un delirante y un perro sarnoso no es porque su
pensamiento haya sido superado por otros filósofos, sino porque en la ruleta
imagológica se ha convertido en un número desafortunado, en un anti-ideal. Los
imagólogos crean sistemas de ideales y anti-ideales, sistemas que tienen corta
duración y cada uno de los cuales es rápidamente reemplazado por otro sistema,
pero que influyen en nuestro comportamiento, nuestras opiniones políticas y
preferencias estéticas, en el color de las alfombras y los libros que elegimos, tan
poderosamente como en otros tiempos eran capaces de dominarnos los sistemas de
los ideólogos.