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Ana Frega (1998)

LA VIRTUD Y EL PODER. LA SOBERANÍA PARTICULAR DE LOS PUEBLOS EN EL PROYECTO


ARTIGUISTA

Introducción

La crisis de la monarquía española generó un espacio para la redefinición de la soberanía y la constitución de poderes y
comunidades políticas nuevas. A los conflictos coloniales –por apropiación de tierras y ganados, por diferenciaciones étnicas,
jurisdicciones administrativas, etc.- la Revolución del Río de la Plata añadió otros: la creciente influencia de los caudillos frente a
las elites urbanas, poder militar frente a poder civil, el reparto de bienes de los españoles, el “miedo a la revolución social” (Barrán).
La desaparición del poder central redujo los poderes a expresiones mínimas. Los diferentes modos de interpretar el principio de
“retroversión de la soberanía” dieron lugar a la subdivisión de las intendencias virreinales, y a la aparición de nuevas provincias,
además de las escisiones de Paraguay y el Alto Perú.

Artigas proclamó la “soberanía particular de los pueblos” en oposición al centralismo de Buenos Aires. A nivel del espacio
virreinal esto suponía “la confederación defensiva y ofensiva de esta banda con el resto de las Provincias Unidas” y al interior de
la Banda Oriental implicaba el pacto de cada pueblo con cada uno de los otros a fin de constituir “una provincia compuesta de
pueblos libres”. Al inicio de la revolución, Artigas contaba con sólidos vínculos entre gauchos, indios, ocupantes de tierras y
hacendados, que le permitían actuar como “puente” entre grupos sociales heterogéneos desde el punto de vista cultural, estamental
y de clase. El planteo de ideas federales expresaba más que un enfrentamiento doctrinario. Mantener los reclamos autonomistas
frente al gobierno bonaerense podía resultar demasiado caro, máxime si al interior de cada provincia, el artiguismo defendía la
posición de “los más infelices”. Así se fue tejiendo una alianza que otorgó a la invasión portuguesa (1816) el apoyo del Directorio
bonaerense y de una parte de le elite montevideana, además del de emigrados que se hallaban en Río de Janeiro.
Artículo que intenta aproximarse a las diferentes visiones sobre los alcances del proceso revolucionario en la Banda Oriental, en el
período que debió pasarse de las formulaciones programáticas a su aplicación.

1. El caudillo Artigas en la memoria histórica

Memoria colectiva: en su construcción se ha manejado el conocimiento del pasado como elemento de integración de los nuevos
ciudadanos a las unidades estatales recientemente constituidas. La recuperación de Artigas no escapó a esta tendencia. Debía ser
“redimido” de los elementos negativos asociados al caudillismo y elevado al carácter de “héroe nacional”, “fundador de la
nacionalidad”. Hasta promediar el siglo XIX se mantuvieron con fuerza los ecos del folleto publicado en 1818, que presentaba a
Artigas como el “nuevo Atila”. En el último cuarto del siglo XIX en el marco del “proceso” de afirmación del Uruguay “moderno”,
los estudios históricos se abocaron a fortalecer la idea fundante de la nación y a afirmar la viabilidad del país. La figura de Artigas
servía para unir, en tanto su confinamiento en el Paraguay lo había mantenido alejado de las guerras civiles posteriores a la
independencia. La “Historia tradicional” completó la recreación del personaje, transformándolo en “héroe cívico y militar”. Se
retomó la noción hispánica de caudillo, guía y conductor de hombres en tiempos de guerra; se le atribuyeron los atributos de
estadista y estratega, apóstol de la idea republicana, agente de la soberanía popular y portaestandarte de las ideas de humanidad y
orden. Se había llegado al “culto”. La renovación historiográfica abrió el espacio para la revisión de las interpretaciones en uso. El
estudio de Artigas como “caudillo de masas”, el enfoque de su proyecto como impulsor de la “patria grande americana”, o el
análisis de su “revolución agraria” eran nuevos abordajes que más que remover la “leyenda de bronce” parecían “completarla”.
José Pedro Barrán reabrió el debate sobre el liderazgo de Artigas, cuestionando el mito del “héroe creador”, limitante del
protagonismo popular, que sólo había servido a las clases dominantes. Así, se hacia necesario reexaminar el protagonismo de los
pueblos, con sus tensiones y contradicciones, desmontando la estatura monumental del héroe, para recuperar su dimensión humana.

2. La virtud regeneradora
El proyecto artiguista tenía una fuerte impronta ética, donde una visión pesimista del pasado se acompañaba con una tarea educativa
en diferentes planos, que concebía a la revolución como fundadora de un nuevo orden basado en la virtud y la igualdad. El fin del
gobierno revolucionario debía ser la fundación de la república. La revolución no debía cesar hasta lograr la “regeneración” política
y social. Magistrados y ciudadanos virtuosos debían ser los pilares de la republica. Políticas tendientes por un lado a la represión de
los “enemigos del sistema”, y por otro, al estimulo de la conciencia cívica de los ciudadanos.

2.1 El magistrado ejemplar

La virtud era la condición para la libertad y los dirigentes revolucionarios debían dar el ejemplo. El énfasis puesto en la igualdad,
llevaba al rechazo de los títulos, las distinciones y los lujos. La igualdad ante la ley era uno de los principios sobre los que se debía

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edificar el nuevo orden. Discurso de tono igualitarista, que alimentaba entre las elites el “temor a la revolución social”, y chocaba
también con las aspiraciones de lucro a costa de los bienes de los españoles que manifestaron algunos de los dirigentes. La
revolución dependía de la virtud de sus dirigentes, de sus sacrificios en virtud del “bienestar general”. Pero el artiguismo, no
contaba con una burocracia política y administrativa suficiente como para sustituir los “cuadros” del Antiguo Régimen. No se
contaba con gran cantidad de gente preparada para desempeñar las tareas de recaudación fiscal, comunicaciones, registro y difusión
de los bandos, ordenanzas, etc., indispensables para la estructuración de un incipiente estado provincial. En algunos casos se debió
recurrir a antiguos administradores españoles, en otros a jóvenes que la revolución había obligado a interrumpir sus estudios. Los
curas también fueron preferidos para estas funciones.

2.2 El ciudadano virtuoso

Diversas modalidades se ensayaron para formar al “nuevo ciudadano”: prohibición y castigo de actividades “sospechosas”,
exteriorización del sentimiento patriótico y creación de una cultura cívica, una memoria colectiva que pudiera contribuir a afianzar
la revolución. Entre las medidas represivas está la creación de una villa en el Cuartel General, conocida con el nombre de
Purificación, que entre otras funciones tendría la finalidad de poner a resguardo a los “enemigos del sistema”. La invasión
portuguesa de 1816 alimentó el avance de la pretensión de control de la vida privada de los habitantes de la provincia. Además del
control y la represión, se recurrió al discurso y la palabra como medios para la educación del “hombre nuevo”. La conmemoración
de las fechas de la revolución era una ocasión propicia para reafirmar los valores cívicos.

La pobreza de la provincia se traducía en la escasez de escuelas de primeras letras y de curas. Eran estos los medios privilegiados
para la formación del “espíritu público” que se impusiera a los intereses individuales, y reflejara la unanimidad de miras. Carencia
también de un periódico que pudiera difundir los planteos de la revolución a las distintas regiones de la provincia, pero a falta de
medios discursivos, la “pedagogía” revolucionaria debía manifestarse a través de la acción. El Reglamento Provisorio para el
Fomento de la Campaña y Seguridad de sus Hacendados tendió a “fijar” a la población rural en las estancias, a desarrollar la cría de
ganado de rodeo y a defender la propiedad. La vieja concepción hispánica del colono-soldado, cobraba aquí un nuevo contenido:
incluía entre las tierras a repartir aquellas pertenecientes a “malos europeos” y “peores americanos”, y establecía un orden de
agraciados en el que se tuviera en cuenta que “los más infelices” fueran “los más privilegiados”. Se buscaba afirmar un grupo social
que defendiera la revolución. La otra vía para ello era la formación de milicias, pero aquí había dificultades grandes: pocos recursos
y poca distribución para abandonar sus hogares.

Planteo tajante. La lentitud o la debilidad para el cumplimiento de las disposiciones ponían en riesgo toda la obra revolucionaria. El
artiguismo apelaba a una legitimación “ideológica” que la provisoriedad del momento revolucionario hacia imposible. El propio
programa presentaba contradicciones y ambigüedades: debilidad y/o ausencia de un entramado institucional que vehiculizara la
regeneración y la pedagogía revolucionaria; confiscación y redistribución de los bienes de los enemigos mientras se defendía la
propiedad; tolerancia diferencial de algunos delitos, mientras se exigía austeridad y honestidad para las autoridades y funcionarios.

La revolución no significaba hacer tabla rasa con el pasado; era un proceso donde coexistían lo viejo y lo nuevo.

3. Un triángulo de poderes y legalidades

El alzamiento rural a comienzos de 1811, el sitio de Montevideo, la invasión portuguesa y la retirada de las familias con el ejército
oriental, generaron la coexistencia y entrecruzamiento de diferentes autoridades: la española, la emanada de Buenos Aires, y la del
ejército oriental. Un cambio significativo era el hecho de que se había abierto una frontera entre la ley española y la justicia
revolucionaria, entre los territorios dominados por cada bando, entre las conductas permitidas y las condenadas por realistas,
porteños y orientales, que hacían muy difusa la línea divisoria con las arbitrariedades.

La insurrección de 1811 se había puesto bajo la dirección del gobierno bonaerense. Sin embargo pronto quedaron en evidencia las
desavenencias con Buenos Aires y fue afirmándose la idea de una conducción “oriental” de la revolución y la guerra contra los
españoles. En ese marco, Artigas fue declarado traidor, los diputados para la Asamblea General Constituyente (1813) no fueron
aceptados y el Directorio “creo” la Provincia Oriental del Río de la Plata (07/03/1814) nombrando un gobernador intendente. Entre
junio de ese año y febrero de 1815, Montevideo estuvo bajo la jurisdicción de Buenos Aires. “Lucha de soberanías” que se va a
tornar más compleja porque se sumaron las tensiones en el bando revolucionario. Por un lado se hallaba el artiguismo, apoyado por
el “pueblo en armas”, y por otro, los “vecinos emigrados de Montevideo” pertenecientes a la elite. A partir de 1815 coexistirían en
la provincia oriental 2 centros de poder: el cuartel general de Artigas en Paysandú y luego “Purificación”, y el Cabildo de
Montevideo. Elite provincial: concepción diferente de los alcances de la revolución, circunscribiéndola a un cambio político que no
modificara los moldes de la sociedad colonial. Su apoyo al caudillo era “provisorio”, y limitado a su capacidad de mantener el
“orden” frente a los desbandes de la tropa. Su “autonomismo” se limitaba a la defensa de ciertos “poderes especiales” y la
afirmación del derecho a participar en las decisiones generales.

3.1 Los poderes del caudillo

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Artigas había calificado la insurrección de febrero de 1811 como “admirable alarma”, amplia adhesión popular en la campaña,
movimiento que puede caracterizarse como rural y caudillista. “Puente” entre los “paisanos sueltos” y los “vecinos establecidos”.
Los hacendados o hijos de hacendados levantaron ejércitos en sus zonas, incorporando peones, agregados, ocupantes y esclavos.
También levantaban tropas al norte del Río Negro beneficiarios de donaciones de tierras efectuadas por Artigas. Influyó en ello las
medidas tomadas por las autoridades de Montevideo que afectaron especialmente a los ya muy sensibles sectores rurales. Además
charruas y minuanes acompañaban las acciones del ejército. Basadas en vínculos personales -de parentesco, clientela, amistad-,
condicionadas por su integración popular y su carácter voluntario –en doble sentido, pues las deserciones eran comunes, y
prácticamente no recibían remuneración-, estas tropas presentaban grandes diferencias con un ejército convencional, en la relación
entre los mandos y en la disciplina.

A su prestigio personal Artigas sumaba un papel institucionalizado expresado en investiduras que no sólo reunían funciones
militares y ejecutivas, sino que le otorgaban atribuciones de justicia en segunda y última instancia, y de contralor de las autoridades
dependientes en todos los ramos. Apelaba al pronunciamiento de los pueblos, y propiciaba la reinstalación de los cabildos y alcaldes
en los distintos pueblos. Claro que esto no era obstáculo para plantear su proyecto en términos de “unanimidad”. Este principio de
“soberanía de los pueblos” fue utilizado con otro sentido por la elite. Se pretendía con él, limitar los poderes del caudillo al ámbito
militar. El tema era el control del poder a nivel provincial, pero lo que aparecía con fuerza era la distinción entre jefe militar y civil.
Los núcleos dirigentes urbanos parecían más interesados en definir su predominio frente a los comandantes militares, que en
aventurarse en la construcción de un estado que difícilmente podrían controlar. Artigas, frente a esta situación, abandonó la línea del
sitio de Montevideo y se dirigió a Entre Ríos. Al dirigirse al litoral estaba focalizando la dimensión regional del conflicto, y
tendiendo redes, para impulsar un proyecto de construcción de un nuevo orden que contemplara la soberanía particular de las
provincias: el “sistema de pueblos libres”. Puesta Montevideo bajo las órdenes del ejército oriental a fines de febrero de 1815 se
procedió a elegir un nuevo cabildo y posteriormente, a fin de sellar la organización definitiva de la provincia, se convocó a un
congreso, el cual no llego a reunirse. La organización de la provincia quedó bajo el régimen de “provisoriedad”. Si bien se recogía
la tradición hispánica de los cabildos, y se respetaban las jurisdicciones coloniales, aún lo “consuetudinario” estaba atravesado por
la situación revolucionaria.

3.2 Los poderes de los “notables” montevideanos

La trayectoria familiar y profesional de Artigas lo unía a esas redes. Para las elites, si bien la revolución podía suponer la pérdida de
sus propiedades o sus vidas, también brindaba posibilidades de enriquecimiento: abastecimiento de los ejércitos, explotación de los
bienes de los españoles, consignación de comerciantes extranjeros, etc. El principal reducto de su poder es el Cabildo de
Montevideo, que a partir de 1815 tenía una nueva y más amplia jurisdicción territorial. No se trataba ya de una representación “de la
ciudad y su campaña”, sino “provincial”. El cuerpo capitular concentraba nuevos poderes y funciones políticas, por ejemplo como
negociador ante el poder del caudillo. Uno de los grandes temas era el control de los sectores movilizados. Enfrentamiento de
poderes entre un sector de la elite montevideana y Artigas, en junio de 1815 [ver el ejemplo concreto]. Este episodio, si bien
involucraba a dos facciones enfrentadas, abrió paso a un debate sobre uno de los principios que hacían el objeto de la revolución
artiguista: el respeto a la soberanía particular de los pueblos.

3.3 El “Delegado” y la reestructura del Cabildo

En esas circunstancias, Artigas decidió crear la figura de un “Delegado” suyo ante el gobierno montevideano, escogiendo para ello a
Miguel Barreiro. Se trataba de un mecanismo de control a fin de limitar la capacidad de acción de la elite. El hecho de que esta elite
operara en un espacio provincial, era visto como un posible obstáculo al sesgo regional, volcado al espacio platense, que le imprimía
el caudillo al movimiento. Representación y control parecen haber sido los objetivos de este cambio. Pero el orden sólo se iba a
afianzar cuando estuviera en manos de ciudadanos “virtuosos”, que priorizaran el bienestar general al particular.

4. La perspectiva de los pueblos

1813. “La soberanía particular de los pueblos será precisamente declarada y ostentada como objeto único de nuestra revolución”.
Otorgar preeminencia a “los pueblos” en la organización provincial suponía reforzar la tradición municipal española, pero también
reflejaba las características del movimiento: las milicias se habían formado en villas y pueblos de la campaña contra Montevideo.
Jueces y comisionados de partida en las zonas rurales, alcaldes y cabildos en los centros poblados se habían mantenido como las
fuentes de autoridad. Parecía riesgoso ensayar nuevas formas sin arraigo ni legitimidad cuando se mantenían las redes tejidas
alrededor de diversos lazos personales y religiosos. El proyecto de Constitución para la provincia Oriental del Uruguay (1813) se
presentaba como un acuerdo entre pueblos y no entre individuos. La representación corporativa seguía así presente, aunque el texto
constitucional fuera una adaptación de la constitución de Massachussets (1780). El proyecto proponía la formación de Cabildos en
todos los pueblos, a fin de que tuvieran una “representación legítima”. Cada pueblo tenía el derecho de concurrir a la elección de las
autoridades y aprobación de las leyes. El carácter fronterizo del territorio, el tardío poblamiento y la indefinición –y superposición-
de jurisdicciones en el período colonial, habían ambientado una serie de conflictos entre villas, pueblos, lugares y poblaciones

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precarias por el control de su territorio, la apropiación de los recursos del lugar y el goce de privilegios. La diferencia luego de la
revolución fue la apelación a la “soberanía” recuperada.

El mantenimiento de las formas tradicionales de representación posibilitaba la expresión de los intereses locales. Representantes y
diputados eran entendidos como “apoderados”, debían actuar según instrucciones precisas y en permanente consulta con quienes les
habían conferido el poder. Así como rechazaban el mandato libre, los pueblos otorgaban instrucciones especiales a sus diputados
sobre demandas jurisdiccionales e intereses económicos locales. Para otros pueblos la revolución significó la posibilidad de terminar
favorablemente viejos pleitos mantenidos con hacendados de la zona.

La perspectiva de una nueva invasión portuguesa en 1816 obligó a extremar las medidas de preparación militar. Los ciudadanos
debían alistarse en las milicias, contribuir con sus carretas y caballos, y abstenerse de comerciar con los potenciales enemigos. A
nivel de “los pueblos”, la participación en la revolución generó un espacio oportuno para afianzar los poderes tradicionales y
satisfacer los intereses económicos particulares. Una vez logrados estos objetivos, se reclamó poder volver a las sementeras y las
estancias; se vieron como excesivas las contribuciones, la obligatoriedad de integrar las milicias o las prohibiciones de faenar
ganado alzado; se tornó intolerable la inseguridad provocada por las bandas de desertores.

Conclusión

Artigas, distintas interpretaciones sobre su figura. Esta centralidad de la figura del caudillo afectaba a una comprensión global del
proceso revolucionario. Objetivo del ensayo: enmarcar el estudio del proyecto artiguista en la cambiante trama realianzas, actitudes
y expectativas que desató la crisis revolucionaria en el Río de la Plata.

Proyecto de fundar un nuevo orden basado en la virtud y la igualdad. Proyecto con ambigüedades y contradicciones, con medidas
planteadas como “provisorias”.

Por su carácter de “puente”, de mediador, el poder y el papel de Artigas eran transitorios. Existiría mientras las elites, con asiento
urbano, reacondicionaran las instituciones coloniales al nuevo orden normativo-ideológico planteado durante la revolución y
lograran crear -o conseguir mediante alianzas- un sistema defensivo que no dependiera del gobierno artiguista. Momento de ruptura
y fundación, la revolución marcaba la transición hacia un nuevo orden.

Fue en las poblaciones de la campaña, tal vez por su posición social, o porque allí se padecían con más fuerza todas las
dominaciones, donde la lucha por mantenerse “sin roque y sin rey” se prolongó más tiempo. Esa confrontación en términos de
entrega y sacrificio fue lo más cercano a la virtud anunciada.

[Ana Frega, “La virtud y el poder. La soberanía particular de los pueblos en el proyecto artiguista” en Goldman Noemí –
Salvatore Ricardo (compiladores) Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema; Eudeba, Buenos Aires,
1998, pp. 101-133.]

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