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En género de la educación Daniel Alvarez Gorozpe

El género de la educación
Por Daniel Alvarez Gorozpe

“Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde.”


Marguerite Duras

El hombre es un fin, no un medio. Este es el imperativo categórico de Kant. Es decir, el hombre no


puede ser ningún instrumento, ¿qué fin puede ser entonces el hombre?

En La insoportable levedad del ser, Milán Kundera habla, entre otras cosas, de la dualidad que
circunscribe al hombre:

Desde que sabemos denominar todas sus partes, el cuerpo desasosiega menos al hombre. (…) La
dualidad entre el cuerpo y el alma ha quedado velada por los términos científicos y podemos reírnos
alegremente de ella como de un prejuicio pasado de moda.

Pero basta que el hombre se enamore como un loco y tenga que oír al mismo tiempo el sonido de sus
tripas. La unidad del cuerpo y el alma, esa ilusión lírica de la era científica, se disipa repentinamente.
(Kundera; 1984, p. 48)

Me lleva a pensar que el sosiego pudiera ser una forma de enfatizar nuestra dualidad inevitable:
cuerpo y alma, razón y emoción, sexo y amor; misma que proyectamos hacia nuestra realidad:
libertad y esclavitud, premio y castigo, civilidad y barbarie. Tratamos inútilmente de separar lo
público de lo privado, el arte de la ciencia, el instinto del intelecto, la guerra de la paz. Todo para
unir los opuestos: nos especializamos para explicar generalidades, emigramos para aprehender
nuestro origen, repetimos preguntas. De aquí tal vez, surja este ensayo desasosiego.

Mi perro es un Beagle hembra de aproximadamente ocho meses de edad, un cachorro si la


medimos por sus destrozos, si lo hacemos por mi capacidad de proyección a través de instinto, mi
mascota es incómodamente madura. Pasa gran parte del tiempo dentro de la casa y como es
obvio, el uso que uno hace de los instrumentos que tiene dentro de su casa puede variar
radicalmente si un perro –o cualquier otro animal – hace uso de ellos. A esto me refiero cuando
digo que sus destrozos (síntoma de juventud) pueden pasar por madurez (síntoma de estabilidad).
Entre los instrumentos con los que ha experimentado están: cojines (relleno de cojines), esponja
de baño, zapatos, calcetines, trapos, chanclas, rollos de papel de baño, libros, nada extraordinario,
pero nada tampoco, prescindible. Y dichos experimentos concluyen con un par de gritos más otro
par de periodicazos, entonces desaparece de mi vista el tiempo que considera apropiado para que
me olvide del hecho y todo vuelva a la normalidad. Sus destrozos son eventuales, lo son también
mis regaños, pero cuando no se da ni uno ni otro, y estoy en mi casa, Lola (así se llama) busca mi
compañía. Es decir, todos los instrumentos que ha dejado para mí inservibles le han servido para
algo que muy probablemente me sería inútil –como morder una chancla – y con mi regaño
pretendo que se asuste, que lo deje de hacer para yo poder estar tranquilo ¿quién es el ingenuo?
Pues la asusto, y sé que eventualmente lo dejará de hacer, pero no puedo evitar pensar que el
perro y el hombre, de entre todas nuestras diferencias, la naturalidad con la que un perro
destroza un zapato o saluda a su dueño, es envidiable. La nobleza tiene algo de estúpido, pero la
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falta de nobleza es una verdadera estupidez. Por eso quizá lo que más admiro de los animales es
que no nos envidian, ellos simplemente hacen y olvidan. En todo caso ¿Qué envidiarán ellos de
nosotros? Afortunadamente nunca lo sabremos, o por lo menos no en el futuro cercano.
Circunstancia que sólo nos deja múltiples interpretaciones de los hechos: nuestra consciencia
sobre las cosas.

Es motivo de otro ensayo indagar en el origen de la conciencia, sin embargo, es motivo de éste
esbozar algunos de sus alcances. Vuelvo a La insoportable levedad del ser, donde Sabina, amiga y
amante de Tomás, protagonista, experimentan la dualidad entre lo erótico y lo ridículo:

(…)Cuando Sabina empezó a desnudarse lentamente, [Tomás] le puso el sombrero en la cabeza.


Estaban ante el espejo (siempre estaban delante de él mientras se desnudaban) y se miraban. Ella estaba
sólo en ropa interior y en la cabeza llevaba el sombrero hongo. De pronto comprendió que aquella
imagen los excitaba a los dos.

Aquella vez, al mirarse al espejo, no vio en los primeros instantes más que una situación graciosa. Pero
inmediatamente lo cómico quedó oculto tras lo excitante: el sombrero hongo no representaba una
broma sino una violencia (…) Se veía con las piernas desnudas, con las bragas de tela fina, a través de
la cual se trasparentaba el pubis. La ropa interior resaltaba sus encantos femeninos y el duro sombrero
masculino negaba, violaba, ridiculizaba aquella feminidad. (Kundera; 1984, p.92-93)

Una frase viene a mi cabeza después de este pasaje: la pasión enaltece la conciencia. Le da este
halo de inspiración libre y humana capaz de unir a dos personas (en este caso a Sabina y Tomás)
en un mismo sentimiento. ¿Pero es que la pasión cabe en un sombrero, en un espejo, en un cama,
en una pareja? La pasión no cabe en ningún lado, es el deseo el que lanza algún brazo de pasión a
la cama, el que despeina un sombrero o empaña la ventana, la primera es consecuencia del
segundo. Todos somos causa del primero.

El deseo es inherente al ser humano, nos llega de pronto sin siquiera buscarlo, aparece ahí entre
los demás, nos necesitamos mutuamente. Pero no basta eso para conseguirlo, es preciso tomar
una decisión, querer y hacer para conseguirlo. Es decir, no basta con sentir un deseo para
buscarlo, hay que razonarlo.

Kohlberg desarrolló una teoría acerca de la evolución del razonamiento moral, donde esquematiza
dicho proceso en seis etapas repartidas en tres niveles que van desde el castigo y la obediencia
(preconvencional), pasando por el intermedio, hasta los principios éticos universales
(postconvencional). A continuación se exponen diversas posibilidades:

 Supongamos que Tomás, de quien lo único que sabemos es que le excitó ver a Sabina
semidesnuda con el sombrero hongo de su padre, está ahí para recompensarse a sí
mismo; y supondremos también, que esa imagen es un premio de ella hacia él por haberle
sido infiel a su esposa o pareja. Es decir, ella está ahí para recompensarse también a sí
misma. Entonces el objeto de deseo compartido sería posiblemente el placer de la
trasgresión: el primero traiciona un compromiso para ser recompensado eróticamente; la
segunda exige una traición para compartirse. Ambos razonamientos parecen incapaces de
discernir entre lo justo más allá de satisfacer sus necesidades al mismo tiempo, sin

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pretender compartirlas. Ambas satisfacciones se reconocen y se juntan para evitar el


castigo, no necesariamente para complementarse.
 Ahora supongamos que ha pasado algún tiempo y ambos se han aprobado lo suficiente
como para pensar que uno es capaz de llenar las expectativas del otro más allá de la
satisfacción individual. El placer de tener un buen amante complementa en algún grado
de empatía sus respectivas necesidades. En este punto quizá la discreción aún sea
importante, pues el factor traición, aunque latente, está legitimado en mutuo acuerdo
gracias, como hemos visto, a los resultados. ¿Qué pasaría si alguno de los dos encuentra
un mejor amante?
 Por último, imaginemos que el factor traición pasó del cuarto que compartían
eventualmente al exterior, es decir, mantenerlo en secreto se convirtió en la verdadera
traición a sus necesidades. La empatía se fortaleció lo suficiente como para que Tomás
terminara las cosas con su antigua pareja y Sabina estuviera dispuesta a compartirse de
una manera más íntima. En pocas palabras, ambos agotaron sus pruebas pero no su
interés hacia el otro, las ventajas individuales han pasado a segundo término, incluso
conversan acerca de dormir en la misma cama, de mudarse juntos. ¿Sería posible ahora
que alguno encontrara un mejor amante? Quizás, pero de repetir el inicio de esta
suposición, además de invalidar todo este tiempo juntos prescindiría de uno de nuestros
deseos más celosos, el de encontrar alguien con quien compartir algo verdaderamente.

En la novela, ambos personajes corren suertes completamente distintas a las descritas


anteriormente, sin embargo, ¿por qué es posible descontextualizar a dichos personajes sin
sacrificar su credibilidad? Entre otras cosas, porque están concebidos desde su autor como
posibilidades humanas auténticas y aleatorias (en medida de lo posible), es decir, funcionan así
dentro de la novela, sin embargo, pudieran funcionar igual en otra ficción completamente distinta,
pues no es el contexto el que los deforma sino ellos quienes deforman su realidad. Dicho en otras
palabras, el fin de Tomás no es la infidelidad, es preservar la lealtad a Tomás a través de algún
objeto, en este caso: la infidelidad.

Así encontramos que hasta los personajes de ficción pueden ser fines. Pero la pregunta
permanece: ¿qué fin puede ser entonces el hombre? Pues a pesar de las similitudes que podemos
hallar en la literatura y demás formas de expresión humana, la realidad, aún siendo posibilidad
entre posibilidades, impacta en nuestras decisiones. De ahí que un escritor sea juzgado por su
trabajo (Milan Kundera fue exiliado de su país natal, la antigua Checoslovaquia. Vive en Francia
desde 1975); un empresario por su capital o un estudiante por sus calificaciones. Libros, recursos,
calificaciones, son metáforas de nuestros propios miedos y anhelos, existen porque nosotros lo
permitimos. Porque paradójicamente desconfiamos de la realidad en su forma más pura: un
escritor que no escribe no es escritor, un estudiante mediocre tiene calificaciones mediocres, y así
sucesivamente. Nada está completo si falta el ser humano, ni siquiera lo desconocido, pues éste
aunque desconoce, está consciente de que desconoce.

Este ensayo lleva por título El género de la educación. De acuerdo con la Real Academia de la
Lengua, género se refiere al: “conjunto de seres que tienen uno o varios caracteres comunes.
(2010)”; en el aspecto biológico se define como: “taxón que agrupa a especies que comparten
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ciertos caracteres.” (2010). Así, es biológicamente evidente que Tomás y Sabina no comparten los
mismos caracteres sexuales, pero están juntos, por lo tanto ¿se complementan entre sí?

Por cuestiones de argumentación, obviaremos la cuestión sentimental que envuelve la ficción de


la novela de donde salen Tomás y Sabina, pues no son ellos quienes interesan a este ensayo de
manera particular, sino sus alcances simbólicos. Nuevamente nos topamos con una disyuntiva
histórica y relativamente simple: la sexualidad en las relaciones más allá de la atracción.

Dentro de la ética, el papel de la sexualidad se complementa de cuestiones jurídicas: el principio


de la igualdad de género ante la ley; culturales: históricamente, los roles de los hombres han sido
muy distintos de los de las mujeres; políticas, actualmente, la equidad de género apela a
reglamentaciones que garanticen la no discriminación de género; laborales, pues a pesar de todos
los esfuerzos por ofrecer las mismas oportunidades, éste pudiera ser uno de los campos más
complejos y determinantes para consolidar dicha equidad (o inequidad). Sin embargo, ¿por qué
habrían de cambiar los roles femeninos y masculinos?

Obviaré, como las cuestiones sentimentales de Sabina y Tomás, la ingenuidad de la pregunta


previa sin ignorar su impacto: ¿Por qué aún se consideran este tipo de argumentos? (Y exenté este
argumento de aspectos emocionales justo a tiempo, pues mi postura se valdría de una sucesión de
subjetividades para recalcar, además de lo retórico de dicha pregunta, pues es evidente que las
cosas han cambiado y sólo seguirán cambiando; lo ilógico de su fundamentación: el intercambio,
sustitución o innovación de roles dentro de la sociedad no necesitaría de justificaciones, más allá
de argumentos individuales, si dependiera del género en sí y no de una superestructura de poder
donde convergen otros intereses.) Es decir, ¿por qué no habrían de cambiar dichos roles?

Me gustan las generalizaciones, y a continuación una será de utilidad. Comúnmente se atribuye a


la educación la carencia o abundancia de novedades, inconsistencias o ideales. Me es imposible
refutar dicha generalización, sin embargo también me es imposible utilizarla así en su aparente
totalidad. En su forma más básica, la educación instruye. Es decir, pretende conducir a otro a
través de una formación específica, actúa directamente sobre los factores que intervienen en el
desarrollo de un ser humano. Todo educa: un padre, una madre, un triunfo, una decepción, un
amigo, un desconocido, la compañía, la soledad, porque todo significa algo dentro de nuestra
experiencia. Algo que al compartirse se verá inevitablemente modificado: de ahí que la
transformación sea inherente a la educación, ésta es imposible sino se transmite, no hay
transmisión exenta de modificaciones. En síntesis, la educación es un proceso compartido de
selección de lecciones, una instrucción convenida (maestro alumno). Y es por eso que la educación
es también una cuestión de violencia, incluso en su forma más sutil. Los niños pequeños lloran en
su primer día de clases, la entrada a la escuela representa el primer desapego a su madre, a su
casa, quizá la primera decepción del niño hacia sus padres al sentirse abandonado. Pero también
representa el reto de competir entre los suyos: donde de salir victorioso, difícilmente querrá
sacrificar su triunfo por volver al apego perdido. Desde muy pequeños se nos enseña que la
educación es un privilegio, y por lo tanto, uno merece reconocimiento como estudiante. La
educación formal (es decir, la que se imparte en instituciones educativas) es determinante para tu
inmersión en el mundo, que inicia con la alfabetización y concluye con la profesionalización e

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incursión laboral. La educación nos libera de nuestra inminente ignorancia para ser productivos,
útiles, para alcanzar nuestro potencial.

Sin embargo, ¿es ésta nuestra única forma de alcanzar nuestro potencial? Innumerables son las
historias de personas excepcionales que sin gozar de los beneficios de una educación formal desde
una edad temprana consiguieron marcar alguna diferencia. Pero innumerables son también
aquéllas que bajo las mismas condiciones, no consiguieron marcar esa diferencia y permanecieron
en el anonimato, en la mala fortuna. ¿Así que la educación representa la posibilidad de marcar
alguna diferencia si se sabe aprovechar? De ser así ¿Cómo contrarrestar dicha mala fortuna? Pues
aquí nuevamente, el éxito educativo implica algún grado de violencia, su distinción requiere de un
punto de equilibrio, de un fracaso educativo.

¿Será posible comparar la taxonomía de género con una taxonomía de educación? Los roles de los
educados frente a los no-educados, ¿qué triunfo vale más, qué fracaso lastima más? Pues una cosa
es evidente, en aras del desarrollo, alguien se tiene que sacrificar, la clave está en esquivar dicho
sacrificio a través del aprovechamiento de las oportunidades. Mientras que la clave de dichas
oportunidades está en preservar la esperanza de que algún día alcanzarán para todos. ¿Cuál es el
fin de la educación?

Entre los cinco ejes temáticos del Plan de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) está el de
Desarrollo Humano de las personas que: “es visto como la condición para que éstas amplíen sus
posibilidades de elegir entre distintos tipos de vida.” (Clark, 2009). Donde la educación, la salud y
las oportunidades de ingresos son determinantes para su gestión.

Por otro lado, el materialismo histórico que propusieron a mediados del siglo XIX Engels y Marx
habla del papel protagónico que juega la percepción de aspectos como la justicia, la libertad, la
moral, la estética, etc. en la ideología de una sociedad. Y la forma en que dicho rol determina su
estructura económica y productiva. Lejos de aludir al comunismo, me interesa destacar esta idea
de causa y consecuencia por su oposición potencial: mientras los nuevos planes de desarrollo
buscan generar los instrumentos para garantizar un desarrollo incluyente y sostenido de una
comunidad, Engels y Marx, hace más de cien años, destacaron el rol determinante de la ideología
en el desarrollo económico, más específicamente, el rol de la percepción de dicha ideología y
cómo se traduce en medios de producción para hacer del hombre su propio instrumento, y
establecer que quien tenga control de los medios de producción tendrá control también de la
ideología que preservará dicho control. ¿Qué diferencia a los organismos internacionales de esta
estructura ideológica más allá de sus objetivos particulares?

Pudiera ser que este título desafiara la concepción de género como una justificación de nuestras
diferencias como individuos, como miembros de un grupo, un país, un mundo. Pero pudiera ser
también que en su afán trasgresor afianzara dichas diferencias sin pretender justificarlas: dos
individuos de distinto género (no necesariamente sexual) no son iguales, por lo tanto, no merecen
lo mismo.

¿Qué fin puede ser el hombre que no sea un instrumento de sí mismo?

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Referencias bibliográficas
Clark, Helen Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo México
http://www.undp.org.mx/spip.php?article19 Consultada el 06-05-2010

Kundera, Milan (1996)La insoportable levedad del ser. México. Tusquets editores (Orig. 1984)

La teoría del desarrollo moral de Kohlberg De psicología.com http://depsicologia.com/la-teora-


del-desarrollo-moral-de-kohlberg/ Consultada el 06-05-2010

Marx, Karl y Engels, Federico (2005) Manifiesto Comunista


http://docs.google.com/viewer?a=v&q=cache:1A-
veiGbUAgJ:teketen.com/liburutegia/Manifiesto_comunista-
Marx_Engles.pdf+manifiesto+comunista&hl=es&gl=mx&pid=bl&srcid=ADGEESiwLeuniHKpWtetOyf
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Consultado el 06-05-2010 (Orig. 1848)

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