Presentación:
Objetivo: recorrer las explicaciones que diferentes actores sociales construyen sobre el
delito organizando un mapa posible de casos y problemas que lo tienen como protagonista.
El crimen ha puesto en circulación una enorme masa de interpretaciones en la comunicación
directa y en la mediatizada.
Los relatos sobre inseguridad que analizamos son parte del sentido común, hablan
de cómo gestionar la incertidumbre. Son interpretaciones ancladas en matrices culturales
cuyos orígenes cruzan los planos de la tradición y la modernidad, la religión y la ley, la
historia y las memorias sociales, cuyos recorridos se organizan durante la constitución del
Estado liberal moderno y el aporte de la primera criminología.
A mediados de los 90 se instaló en la agenda mediática y en la social un relato que
hegemoniza gran parte de los discursos públicos sobre el problema: la vida cotidiana es
insegura por el incremento delictivo y la dificultad del gobierno, por inoperancia o por
complicidad, para combatirlo y lograr el retorno a una “comunidad apacible”, sin delito.
La violencia delictiva ha llegado a afectar la socialidad (internalización de las lógicas
sociales) y la sociabilidad (relaciones interpersonales) pues la cuestión ha sido asociada con
los jóvenes de clase baja (antes eran los inmigrantes “ilegales”). Así, el estereotipo
dominante del delincuente en la prensa es el varón joven pobre (“villero”). Otras categorías
también han sido resignificadas en esta matriz de sentido que es el relato de la inseguridad:
los “vecinos”, que pueden ser quienes se agrupan para el reclamo, la prevención o para la
“defensa” del espacio público (v. Arzeno y Contursi y Tufró, González Ojeda y Sanjurjo). En
este imaginario heterófobo, la cuestión de clase es fundamental pues el otro distinto es visto
como peligroso por naturaleza (racismo de clase). De hecho, el debate por las causas de la
problemática delictual y sobre las estrategias para controlarla reactivó tensiones de clase
presentes en el proyecto sarmientino (v. Baigorria y Swarinsky) y en la legislación de
comienzos del siglo XX que impulsó la criminalización y expulsión de los anarquistas (v.
Costanzo).
Organizaciones vecinales y de familiares de víctimas de distintos tipos de violencia,
así como centros de estudios y asistencia legal y agrupamientos políticos fueron llenando
espacios abandonados por un Estado desentendido de estas y otras consecuencias de las
políticas neoliberales. Algunas de estas organizaciones ponen el acento en la corrupción y en
la negligencia de las agencias policiales y judiciales, otras pugnan por mayores medidas de
prevención y sentencias más duras para los criminales, otras, más preocupadas por los
derechos humanos, denuncian la violencia institucional (v. Arzeno y Contursi, Claps, Crivelli y
Manguía).
La noticia policial, (ver Martini y Pereyra) resulta un insumo ideal para atraer al
público por sus recursos discursivos espectaculares, entre ellos la hipérbole narrativa
(ocultamiento de ciertos datos y exageración de otros) y el sensacionalismo. Pero también
tiene una función política pues sirve para cuestionar o apoyar a gobiernos y a candidatos.
En realidad, “inseguridad” es un significante salido de las entrañas del discurso periodístico
que ha reemplazado a “delito” en las noticias policiales. Las otras “inseguridades” han
quedado relegadas o directamente invisibilizadas.
Marcelo Pereyra analiza la producción social del miedo a través del trazado de una
geografía del peligro gracias a los mapas del delito que publica, con ese nombre o a partir
de diferentes recursos discursivos, la prensa gráfica “de referencia”.
Manuel Tufró, Fernando González Ojeda y Luis Sanjurjo analizan la gestión vecinal
por una “mejor calidad de vida” en diferentes barrios de la ciudad de Buenos Aires. El intento
de control de la gestión de espacios públicos, a través del pedido del emplazamiento de
una plaza o de un parque allí donde el territorio se vuelve amenazante, construye
identidades y alteridades.
Lía Claps analiza los efectos del abandono de la privacidad propia del dolor por la
pérdida de un ser querido para articularlo políticamente en pedidos de justicia y prevención
en agrupaciones como COFAVI y Madres del Dolor. En su trabajo se puede reconocer que el
dolor se capitaliza simbólicamente como legitimador para el reclamo ante las instituciones.
Silvina Manguía, por su parte, se aboca al análisis de otra asociación, esta vez, la
Organización por la Vida, que agrupa a los familiares de víctimas de la violencia policial y el
“gatillo fácil”. Su trabajo pone en escena las dificultades de los estratos marginados de la
sociedad para lograr el acceso a la justicia y las resistencias que se construyen frente a
esa realidad en la vida cotidiana.