Este ensayo trata sobre justicia ambiental desde una perspectiva de justicia distributiva
y recíproca entre generaciones. En los dos últimos siglos, el mundo ha cambiado de
una manera desenfrenada. La revolución industrial y su acompañante ideológico, la
Ilustración, que empezaron con la seguridad de poder transformar el entorno humano y
de poder marcar el rumbo de la civilización a voluntad, ha probado repetidamente y
diversas formas que el hombre no tiene control sobre su entorno. Más bien al contrario,
y como sostienen algunos teóricos de la modernidad y la globalización, entre más
intente este control, más efectos colaterales posiblemente adversos (o al, menos,
desconocidos) desencadenará. Este ensayo se presentará ubicando brevemente los
inicios de las preocupaciones medioambientales por parte de los gobiernos y la opinión
pública en general, para lo cual se hará referencia al texto de Wolfgang Sachs
“Arqueología de la idea de desarrollo”.
Tenida cuenta de los deberes que a esta generación corresponden para la vida digna
de las siguientes, se hará referencia a posibles soluciones y consideraciones del
problema, ensayando posturas tan variadas como el ajuste a hábitos y patrones de
producción y consumo en distintos grados, el cambio de sistema político, así como la
adopción de medidas de adaptación de la vida humana ante el inminente agravamiento
del problema e ineficiencia como especie para manejarlo. Se discutirá también el papel
de la ciencia en el monitoreo ambiental, su rol como informante de gobiernos y opinión
pública general, así como las distintas posturas científicas ante el cambio climático y
las contribuciones y participación de cada una en el avance de estudio del fenómeno.
En la conclusión, se buscará hacer una síntesis de los conceptos e información
tratados para facilitar una visión del problema, invitando en el marco de ésta a la
reflexión y a la acción.
Sachs encuentra que las primeras fotografías tomadas a la Tierra desde la superficie
lunar en la década de los 60’s como una revolución visual que permitió a la humanidad
prestarle atención y hablar por primera vez de “nuestro planeta” (1997).
Para comenzar, Page expone dos posiciones distintas dentro de la justicia como
reciprocidad: una que persigue el interés propio, y una que concibe la justicia como
imparcialidad. La primera, refiere Page, surge de la conciencia de que, como integrante
de una comunidad donde todos buscan maximizar sus beneficios, los cuales pueden
interferir unos con otros, habrá ciertas reglas de convivencia que nos permitirán a todos
operar (ignorando en su trabajo el punto de la posición específica que toque a cada
actor y el máximo beneficio al que puede aspirar, con el fin de no extenderse
injustificadamente). Así, bajo la reciprocidad por interés propio, los actores contribuirán
en el cumplimiento de las reglas, tal vez hasta el grado de limitar su beneficio,
esperando que los demás actores reaccionen de la misma forma y también le permitan
operar. Así, la cota para poder operar en un ambiente favorable y seguro es la misma
para todos los agentes: reciprocidad en el cumplimiento de los acuerdos. También se
tiene la misma motivación: “la búsqueda de su propio beneficio” (2007). Gauthier,
citado por Page, señala como esta lógica de reciprocidad en la teoría de la justicia, está
impedida para explicar cuestiones de injusticia extrema, pues “(…) sólo aquellos que
son de antemano capaces de cooperar fructíferamente, y los que pertenecen de
antemano en determinado contexto, pueden ser reconocidos en el derecho de exigir
justicia” (2007: 227). Por lo mismo, esta versión de la teoría de la justicia retributiva no
puede ser considerada para casos de pobreza extrema o del reclamo de bienes por
parte de las generaciones por venir (2007).
Por su parte, India y otros países en desarrollo acusan a Estados Unidos por la falta de
compromiso en su contribución a los costos del cambio climático, considerando que
este país es un enorme beneficiario de las prácticas que lo provocaron. También
enfatizan la injusticia de fijar metas de reducción de emisiones generales, cuando sus
emisiones sólo son una fracción de las que los países desarrollados en términos per
capita, y cuando esas reducciones no podrían ser afrontadas sino con un gran
sacrificio ” (2007: 230).
Para aquellos “gorrones” que se escudan en la afirmación de que no tienen por qué
contribuir con las partes del trato si, para empezar, nunca pidieron el bien, Page alude
a Rawls para contestar: si los beneficios en cuestión no fueron voluntariamente
pedidos, sí son voluntariamente aceptados (2007). Ciertos bienes, como una biósfera
hospitalaria, son bienes que “(…) cualquier persona razonable los procuraría (y pagaría
sus costos asociados) si esto fuera necesario para recibirlos” (Klosko citado en Page,
2007: 237).
Surgen naturalmente las preguntas que pueden salvarnos: ¿Qué tan seguros podemos
estar de que el panorama sea realmente desolador? ¿Es el cambio climático algo que
en verdad pone en riesgo nuestra especie? ¿Cuánto tiempo podría pasar antes de que
algo realmente tremendo suceda?
1El título de este apartado fue tomado del nombre del último libro del reputado y polémico científico
ambiental James Lovelock: The Vanishing Face of Gaia: Last Warn: Enjoy It While You Can (2009).
2Sobre la tensión psicológica que algunos experimentan al reprimir pensamientos sobre los riesgos de
catástrofes probables, como las ambientales, Anthony Giddens dedica algunas páginas en su libro “Las
consecuencias de la modernidad” (1997).
científicamente seria y sin compromiso de intereses. A propósito de esta masificación,
Lovelock añade:
Uno puede cometer errores, son útiles. En los viejos tiempos, era perfectamente
aceptable cometer un error y decirlo. Seguido se aprendía de eso. Ahora, si se es
dependiente de una beca –y 99% de los casos lo son- no puedes cometer errores, pues
no habrá otra oportunidad para ti. Es un clima moral horrible (…) Creo que se pensó que
había mucha desigualdad en la ciencia y hubo una enorme transformación. Viendo
alrededor, en la sociedad más amplia, esto fue algo bueno, en general, pero en algunas
profesiones específicas uno quiere lo mejor, la élite. El elitismo es importante en la
ciencia. Es vital (2010).
La otra cuestión por la cual la ciencia ambiental no ha demostrado tener el total dominio
de las cosas, es porque simplemente no lo tiene: es imposible hacer predicciones
exactas de lo que sucederá en 50 años con el clima y el planeta. “Si tu pones un trillón
de toneladas de dióxido de carbono en la atmósfera, lo cual hemos hecho en un lapso
de 20 años, eso tendrá consecuencias asquerosas, pero lo que no sabemos es qué tan
asquerosas y cuándo” (2010).
Además, según Lovelock, los centros de investigación del clima alrededor del mundo
se ven limitados a hacer el tipo de investigaciones convencionales que informen a los
gobiernos que los mantienen con sólo lo que quieren oír. “Ellos están conscientes de lo
débil que es su ciencia. Si hablas con ellos, se encuentran asustados hasta la médula
del hecho de que realmente no saben lo que las nubes y los aerosoles están haciendo.
Podrían absolutamente ser los causantes del problema (…)” (2010).
Sobre los escépticos al cambio climático, Lovelock refiere que se necesita escepticismo
“del bueno” para hacer un buen trabajo de investigación ambiental, tener una guía que
cuestione tu trabajo con el fin de mejorarlo. “Yo respeto a los escépticos correctos [da
el ejemplo de Nigel Lawson]. Él es más un consultor de defensa para los escépticos
que un conservador defendiendo a capa y espada su punto. Él intenta razonar su caso”
(2010).
Otra queja del mismo científico, y una de las razones por las cuales resulta tan
controvertido, es su propuesta de que, dado el inminente peligro que para él se
avecina, los gobiernos deberían dejar de gastar millones en tímidas investigaciones
científicas y en supuestas “soluciones verdes”, costosas e ineficientes (como la energía
eólica, asegura), y gastarlo en medidas de adaptación para lo que viene en los
próximos años: proteger ciudades de inundaciones, abrir plantas de energía nuclear,
(que, según Lovelock, además de haber evolucionado enormemente en seguridad, son
muchísimo más inofensivas que el veneno que estamos inyectando en la atmósfera
con combustibles fósiles) (2010). Incluso, se aventura a proponer un cambio de
régimen político ante la gravedad del asunto:
Casi cualquiera sabe que las mayorías pueden tomar malas decisiones y el mero hecho
de que la mayoría de la gente concuerde no es condición suficiente de ser una decisión
correcta, inteligente, moralmente buena (…). De hecho, sospecho que muchos filósofos
probablemente se encontrarían de acuerdo con Dewey cuando argumentaba que uno
debe apoyar la educación liberal por formar los mejores ciudadanos para una
democracia y uno debe apoyar la democracia por ser forma de gobierno para individuos
educados liberalmente (2006: 363).
Así, cuando el panorama ambiental es más bien catastrófico, o por lo menos, incierto, y
ante la posibilidad de acciones, nos corresponde, en la más conservadora de las
posturas, dar el beneficio de la duda a los posibles peligros que amenazan la
hospitalidad del planeta a generaciones no tan lejanas a nosotros en la línea del
tiempo. Sin duda nos corresponde una participación activa para cambiar radicalmente
la concepción que subordina las condiciones más indispensables para la vida humana
actual y futura sobre cosas a las que la presente generación puede perfectamente
adaptarse a no tener.
BIBLIOGRAFÍA
Hickman, Leo. Entrevista a James Lovelock. Lunes 29 de marzo 2010, the Guardian,
guardian.co.uk
Page, Edward (2007) “Fairness on the Day after Tomorrow: Justice, Reciprocity and
Global Climate Change”. Political Studies, vol. 55. Warwick University.