La inocencia es el
arma que me queda
Sonia Betancort
Con el argentino Arturo Carrera se da la deliciosa constatacin
de que entrar a la casa del poeta es entrar a la poesa. Esa visita del
lector al refugio del escritor que antes estaba determinada por el
privilegio, constituye hoy un lujo accesible. El hogar, los utensilios de escritura, las huellas del cotidiano, ofrecen, gracias a las
nuevas tecnologas, placenteros instrumentos de lectura. El internauta puede hallar una sugerente invitacin a los mundos del
autor recorriendo su casa a travs de los numerosos portales
-nunca mejor dicho- de la pantalla de un ordenador. Incluso si se
ha estado personalmente en su escritorio y se ha tenido la suerte
de transitar por los escondites de su taller, su presencia puede
regresar, cuando se quiera, de la memoria a la visin inmediata de
un recital indito, a la divertida invitacin de sus objetos, a las sorpresas de su biblioteca, a su voz pausada, con un simple golpe de
clic (se recomienda el excelente reportaje de Audiovideoteca de
Buenos Aires). Despus de tan singular paseo, a pie o navegando,
s, urge decir que entrar a la casa de Arturo Carrera es entrar a su
poesa.
En el escritorio blanco del poeta hay una chimenea por la que
desfilan una decena de juguetes antiguos. Al escuchar de cerca sus
diferentes ritmos de hojalata, al divisar sus colores terrosos, su
jbilo en movimiento, se inicia un mgico viaje en tren. Arturo
Carrera naci en 1948 en Buenos Aires y no en Coronel Pringles
-pequea ciudad de la Provincia bonaerense donde se cri- porque su madre tuvo que acudir a la gran ciudad con algunos problemas de parto, y casi da a luz a su hijo en una sala de cine. A los
tres das de su nacimiento, la familia regres a Pringles, de ah que
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