Las calles del Barrio Espaol van marcndole el comps a las palabras
del profesor Ferraro. Magnficos palacios del siglo XVII divididos en pisos
de renta antigua o inexistente, habitados por vecinos que jams han
sentido la necesidad de salir del barrio y que se pasean por la calle en
pijama, entre el estruendo de los ciclomotores sin tubos de escape ni
matrcula, cabalgados por muchachos sin casco que se santiguan
delante de una hornacina de la Virgen adornada con flores de plstico.
Esta ciudad, dice el profesor para explicar esa rebelda que se hace
patente en cada esquina, nunca se ha gobernado a s misma. Desde su
historia griega o romana o espaola o incluso en los tiempos modernos,
jams tuvo un Gobierno presidido por alguien de aqu. Y esto ha
resultado cmodo porque as cada napolitano ha interiorizado que las
instituciones estn siempre en contra, que son el adversario, que hay que
combatirlas. Giuseppe Ferraro trae a colacin que, a su paso por la
ciudad, el escritor estadounidense Herman Melville se maravillase de que
los caones de Fernando II de las Dos Sicilias, el Rey Bomba, no
estuviesen apuntando hacia el mar, sino hacia la ciudad: Era la prueba
de que el enemigo estaba dentro. La cultura de la Camorra viene
de una estructura antiqusima de clanes ya existentes en el tiempo
de los Borbones, donde cada zona tena un capo y donde exista la alta y
la baja Camorra, la aristocrtica y la popular, con la misma mentalidad
aunque con intereses distintos. Es algo que, como otras muchas cosas
en Npoles, no ha cambiado a travs de los siglos. Ya sea desde el
borde de fuera de la ley o desde el borde de dentro, el napolitano
siempre ve en la autoridad un sinnimo de opresin, de ah su inclinacin
que acompaa de un cierto placer por circular a contramano de los
semforos y las reglas.
Ah, y otras dos cosas antes de que vaya a Scampia.