TRUCOS PELIGROSOS
Holly Adams, Tracy Foster y Belinda Hayes, tres chicas que desbordan energía
deciden fundar el Club del Misterio.
TRUCOS PELIGROSOS
Oyeron un fuerte golpe y pensaron con angustia que la puerta se vendría abajo.
Tracy dejó escapar un suspiro de alivio. Ella y Holly miraron en dirección a Belinda que
señalaba con el dedo. Había una segunda puerta entreabierta y allí se encontraba él, de
pie en el umbral. Estaban atrapadas.
Cuando Mark Greenaway se muda a Willow Dale, Tracy está encantada con su
nuevo amigo. Sin embargo, Holly y Belinda sospechan de él ¿su extraña familia tiene
alguna relación con la ola de robos que se está produciendo en la ciudad? Y, lo peor de
todo ¿quiere Mark destruir el Club del Misterio?
ÍNDICE
1-
2-
TRACY DESAPARECE
Holly cruzó el sendero del jardín que llevaba al taller de su padre. Las herramientas de
carpintería colgaban de gachos que se hallaban meticulosamente alineados en las
paredes o estaban sobre la mesa de trabajo a la espera de ser utilizadas. En la
habitación había numerosos muebles que se encontraban en diferentes fases de
construcción.
El señor Adams estaba inclinado sobre el torno y sacaba virutas de un trozo de madera
con el cincel.
Holly permaneció en silencio, mirando a su padre, hasta que el basto pedazo de madera
se transformó en una pata de silla perfectamente modelada. Después su padre se
apoyó en el respaldo del banco de trabajo y tras quitarse las gafas protectoras y apagar
el torno, se volvió sonriente hacia Holly.
- Debo tener listas seis sillas de comedor para dentro de quince días – dijo sin
dejar de sonreír.
-¿Para quién son? – preguntó Holly.
- Para los dueños de una mansión que está algo más arriba de donde vive Belinda
– explicó el señor Adams.
- Unas señoras comentaban que se han producido varios robos por esa zona – dijo
Holly.
Su padre asintió con un movimiento de cabeza.
- Sí, lo he leído en el Express – el Willow Dale Express era el periódico local y lo
dirigía el padre de Kurt -. Debemos tener más cuidado con las puertas y ventanas; no
nos gustaría que entrara alguien y robara todos tus libros ¿no? – las novelas de misterio
de Holly ocupaban una estantería entera en su dormitorio.
-¿Cuánto tardarás en acabar las sillas? – preguntó Holly con falsa inocencia.
- Una semana como máximo – su padre la miró con un brillo especial en los ojos -.
¿Por qué?
- Oh, por nada. Simple curiosidad.
El señor Adams soltó una carcajada.
- Nunca preguntas las cosas por simple curiosidad. ¿Qué estas tramando?
- Eres muy desconfiado, papá.
- Tengo motivos para ello. Vamos, desembucha.
Holly le explicó el asunto del festival y la idea de hacer una carroza para la reina del
carnaval.
- Y has pensado que tu amable y servicial padre os podría echar una mano ¿es
eso?
Holly le dirigió una sonrisa esperanzada.
-¿Tienes tiempo?
- Claro ¿qué hay que hacer?
- Todavía no está decidido. Belinda y yo tenemos que presentar el proyecto ante
el comité de festejos del instituto.
El señor Adams hizo un gesto afirmativo.
- Vuelve cuando tengas alguna idea concreta – dijo mientras se colocaba de
nuevo las gafas protectoras -. Ahora será mejor que me dejes terminar las sillas, o no
tendré tiempo para tu proyecto.
- Gracias, papá – dijo Holly mientras le daba un cariñoso abrazo -. Si ellos saben
que contamos con la ayuda de un experto, será más fácil que aprueben nuestra
propuesta.
La chica regresó entonces a la casa y subió a su cuarto sin dejar de pensar en la reunión
del día siguiente.
Como era lógico, Tracy quería estar presente en la reunión del comité.
Por eso le molestó bastante comprobar que el primer encuentro coincidía con su clase
de violín. Belinda y Holly no podrían hablar con ella hasta el descanso de la mañana.
- Se lo contaremos cuando ya esté todo decidido – dijo Belinda mientras se
dirigían al aula donde se iba a celebrar la reunión -, y de paso la invitaré a la fiesta –
añadió con un suspiro.
- No parece que estés muy entusiasmada con esa fiesta – dijo Holly.
- Oh, no tengo nada en contra de ver a unos cuantos colegas, pero mi madre va a
invitar a todos sus amigos y éstos traerán a sus hijos – dirigió a Holly una mirada
sombría -. Seguramente se reunirán montones de críos, y algunos de los amigos de mi
madre tienen los niños más pesados del mundo. Tampoco estoy muy tranquila con lo de
esa sorpresa que ha preparado.
En el aula ya había una seis personas, entre ellas Steffie Smith, la editora de la revista
del instituto. Holly y Steffie habían tenido mal rollo desde que se conocieron; la editora
consideraba la revista algo de su propiedad y solía hacer caso omiso de casi todas las
sugerencias e ideas de Holly.
La señorita Baker, encargada del comité, estaba sentada sobre la mesa y mecía las
piernas mientras esperaba que todos entrasen.
Poco después levantó los brazos y pidió silencio.
- Bien, como ya habéis tenido tiempo para pensar en la carroza del instituto,
pasaremos a escuchar vuestras ideas.
Se debatieron varias propuestas, como un dragón chino con aliento de fuego incluido o
un desfile sobre la evolución del instituto a lo largo del tiempo. Hubo muchos gritos y
discusiones, hasta que Holly lanzó la sugerencia de una reina del carnaval.
- Eso suena bien; le veo bastante potencial – reconoció la encargada del comité.
Holly explicó la idea de forma detallada.
- Podríamos disfrazarnos con ropas medievales e incluso tener juglares y
trovadores.
- Necesitaremos una reina del carnaval – dijo la señorita Baker -. ¿A quién le
gustaría serlo?
- Propongo a Tracy Foster; será una reina genial – dijo Holly.
Hubo otro largo debate; cuando la campana indicó el final del descanso, todavía no se
había tomado ninguna decisión.
- Bueno, por ahora eso es todo – anunció la señorita Baker -. Nos reuniremos de
nuevo mañana por la mañana para repartirnos el trabajo. Hay mucho que hacer y sólo
nos quedan dos semanas, así que será mejor que os preparéis para invertir buena parte
de vuestro tiempo libre en el proyecto.
Cuando Holly y Belinda buscaban a Tracy a la hora del almuerzo, se cruzaron con Kurt a
la salida del comedor.
-¿Has visto a Tracy? – preguntó Belinda al chico.
- Sí – respondió Kurt, que se apartó y empezó a bajar la escalera con paso rápido.
No era normal que se mostrara tan seco con ellas.
Holly se inclinó sobre la barandilla.
-¿Dónde?
- Se ha ido no sé dónde con ese chico nuevo – respondió Kurt sin volverse, para
desaparecer después tras la curva de la escalera.
- Oh, oh – dijo Belinda en voz baja -. Me parece que alguien anda bastante
ofendido. ¿Crees que Tracy sabe que Kurt está mosqueando? Quizá deberíamos
decírselo.
- No creo, ya sabes cómo se pone Tracy cuando piensa que alguien le está
diciendo lo que tiene que hacer.
Al final consiguieron dar con ella. Estaba sentada con Mark Greenaway en un muro bajo,
junto a la caseta del portero y les rodeaba un pequeño grupo de gente.
Holly estiró el cuello para ver qué sucedía. Mark había colocado sobre el muro tres
cartas boca abajo.
-¡Ésa! – exclamó Tracy al tiempo que señalaba la carta de la izquierda.
Mark le dio la vuelta. Era una reina.
- Fácil – dijo Tracy
- Tienes una vista de lince – dijo Mark -. ¿Qué te parece si apostamos algo? Me
juego diez peniques a que esta vez no aciertas.
- Vale – respondió Tracy.
Mientras Mark movía las tres cartas, Holly se fue aproximando.
- Vamos allá – dijo Mark -. ¿Dónde está la reina?
- Ahí, seguro – contestó Tracy mientras señalaba la carta del centro.
Mark levantó la carta. Era un as de tréboles. Tracy gruñó y el pequeño grupo que les
rodeaba estalló en risas.
-¿Quieres probar otra vez para recuperar tu dinero? –preguntó Mark.
- Ni hablar, eres demasiado bueno para mí – al levantar la vista, Tracy divisó a
sus amigas entre la gente -. ¿Os habéis fijado? ¿A que es rápido?
-¿Quieres enterarte de lo que ha pasado en el comité de festejos? – preguntó
Belinda mientras lanzaba a Mark una mirada de desaprobación -. ¿O prefieres seguir
malgastando tu dinero?
Tracy se apartó del corrillo de gente. Otra persona se sentó junto a Mark para probar
suerte.
Holly explicó a Tracy su idea sobre la reina del carnaval y los ojos de ésta se iluminaron.
- Sabía que te gustaría eso de pavonearte en una carroza con un disfraz
imponente y saludar a las masas rendidas a tus pies – dijo Belinda.
-¿Lo van a grabar en vídeo, como el año pasado? – preguntó Tracy -. Así podré
enviar una copia a mi padre.
-¿El instituto tiene medios para grabar el festival en vídeo? No lo sabía – dijo
Holly.
- El año pasado los padres hicieron una colecta y compraron una cámara – explicó
Belinda.
- Espero que me dejen filmar; creo que lo haría muy bien –dijo Holly.
- No te hagas demasiadas ilusiones; tu querida colega Steffie fue quien lo hizo el
año pasado – advirtió Belinda a su amiga y después contó a Tracy lo de su fiesta.
-¿Has invitado a Mark? – preguntó Tracy.
- Pues no – contestó Belinda al tiempo que lanzaba una mirada significativa a
Holly -, pero puede venir si quiere. Creí que te gustaría proponérselo a Kurt.
- ¡Oh! Vale, se lo diré si lo veo – respondió Tracy. Luego se volvió hacia Mark,
que seguía entreteniendo a la gente con sus trucos -. Estoy segura de que a Mark le
encantaría ir. Le ayudaría a sentirse como en casa, a estar más cómodo. Iré a
comentárselo.
Tracy se abrió paso entre la multitud para volver junto a Mark.
- Bueno, así que Kurt y Mark – dijo Belinda a Holly -. Esta fiesta va a ser más
interesante de lo que pensaba.
Belinda se sentía muy desgraciada. Sus más siniestros presagios se estaban haciendo
realidad.
Su madre había llenado la casa de amigos de la alta sociedad y sus correspondientes
niños, e incluso había contratado los servicios de una empresa de restauración para la
cena. Para colmo, había obligado a Belinda a ponerse un traje de fiesta.
En la sala había varios grupos de adultos hablando de hipotecas y cuentas corrientes y
lamentándose de la reciente oleada de robos. Montones de niños entraban y salían de
las habitaciones y corrían por la escalera.
Los amigos de Belinda, Holly, Kurt, Tracy y Mark se mantenían apartados en un rincón.
Kurt estaba muy callado. Con el fin de que el chico participara en la conversación, Holly
había comentado a Mark que Kurt era el fotógrafo del periódico local, pero Mark ni le
había dejado hablar porque de inmediato soltó un interminable monólogo sobre su
trabajo como fotógrafo en Londres.
Holly empezaba a pensar que Mark era un pedante insoportable. Parecía que, se hablara
de lo que se hablara, él siempre lo había hecho todo y además mejor que nadie.
La única cosa que había impresionado a Mark era el tamaño de la casa de Belinda.
- No tienes aspecto de vivir en una casa como ésta – le dijo.
-¿Ah, no? ¿Y qué pinta debería tener?
- Si yo tuviera todo este dinero iría al instituto en Rolls Royce, con chófer incluido,
para fardar un poco.
- Se lo mencionaré a mi padre – respondió Belinda con frialdad tras dirigirle una
sonrisa educada -. A él le encanta descubrir nuevas formas de malgastar el dinero.
- Podrías ir al instituto montada en Meltdown – dijo Tracy, risueña.
Mark no lo entendió hasta que Tracy le explicó que Meltdown era el caballo de Belinda.
-¿Tienes un caballo? ¿Para qué? ¿De qué sirve tener un caballo?
Belinda le fulminó con la mirada, pero no dijo palabra. Los caballos eran lo que más
quería en el mundo y no consentía que nadie los insultase.
- Me pregunto cuándo veremos la sorpresa de tu madre – dijo Holly para cambiar
de tema y evitar una discusión.
- Dentro de unos diez minutos – declaró Mark al tiempo que consultaba su reloj.
-¿Cómo lo sabes? – le preguntó Belinda con el ceño fruncido.
- Es un secreto – dijo Tracy con una sonrisa - ya lo verás.
- Yo veo que todo el mundo sabe lo que va a pasar aquí excepto yo – dijo Belinda
-. Iré a buscar algo de comer. Se abrió paso hacia la mesa alargada donde estaba la
impresionante cena y Holly la siguió, tras comprobar que Kurt se había apartado de los
otros para estar solo.
- Me he largado para no aguantar a ese Mark – explicó Belinda mientras se
llenaba el plato -. “¿De qué sirve tener un caballo?” Menuda idiotez, en mi vida había
conocido a alguien tan engreído. Y encima fingía saber lo que mi madre se trae entre
manos. ¡Menudo creído!
- También parecía que Tracy sabía algo – dijo Holly -. Quizá tu madre se lo ha
comentado y Mark se ha enterado a través de ella. De todas formas, tienes razón;
parece bastante presumido. ¿Te has dado cuenta de que no ha dejado que Kurt abriera
la boca?
- Me sorprende que a Tracy le guste ese tío; pensaba que tenía más sentido
común – dijo Belinda.
En ese preciso instante la voz de la señora Hayes se alzó sobre la algarabía general.
- Si no les importa pasar al salón, tenemos preparado un pequeño espectáculo.
- Aquí tenemos la maldita sorpresa – anunció Belinda.
El salón se encontraba en la parte trasera de la casa. Era grande y elegante, y estaba
decorado con pesadas cortinas que cubrían las halconeras que daban al enorme jardín
de los Hayes.
Los muebles estaban arrinconados y en su lugar habían colocado unas hileras de sillas.
Tracy esperaba en la puerta. No se veía ni rastro de Mark.
- Sentémonos delante, lo veremos mucho mejor – sugirió Tracy.
En el espacio vacío que quedaba delante de las cortinas se había colocado una mesilla y
en el suelo había una gran caja negra parecida a un baúl.
En el frontal de la mesa se leía: El Gran Misterioso, en letras doradas.
- Es un espectáculo de magia – dijo Holly y se sentó entre Tracy y Belinda.
Mientras el público ocupaba sus asientos, alguien apagó la luz.
Se oyó un fuerte redoble de tambor. Después se produjo un destello y una nube de
humo rojo invadió el escenario. En el centro apareció un hombre alto de cabello oscuro
engominado, que vestía una capa negra.
- Buenas noches, señoras, señores y niños – bramó el gran misterioso -,
bienvenidos a mi desfile de hechizos. Primero permítanme presentarles a mi ayudante,
el payaso Marybelle
Una figura disfrazada de payaso salió corriendo del fondo del escenario e hizo una
reverencia. A pesar del maquillaje, Holly advirtió que era una mujer. Iba vestida con
unos enormes bombachos rojos y unos tirantes con los colores del arco iris, y llevaba la
cara cubierta por una máscara y un mechón de pelo rojizo le salía disparado por encima
de la cabeza.
- Es la madre de Mark – susurró Tracy.
-¿Cómo lo sabes? – preguntó Belinda.
- El gran misterioso es su padre, Mark me lo contó todo – dijo Tracy -. Ahora calla
y observa.
Empezó el espectáculo. El gran misterioso se sacó unos banderines de colores de la
boca e hizo aparecer y desaparecer botellas tras unos pañuelos. El payaso hizo
malabarismos con unas bolas de color rojo y luego se las pasó al gran misterioso. Las
bolas desaparecieron entre las manos del mago para reaparecer, poco después, en los
sitios más insospechados.
A pesar de sus manías, Belinda tuvo que reconocer que el espectáculo era muy bueno.
- Y ahora – declaró el gran misterioso -, necesitaremos un valiente voluntario para
el número final.
El payaso saltó hacia delante y cogió a Tracy del brazo.
- Ajá, ya tenemos un entusiasta voluntario – declaró el gran misterioso mientras
se frotaba las manos y dirigía una sonrisa malévola al público -. ¿Cómo te llamas,
jovencita?
- Tracy – respondió la chica sonriendo a Holly y Belinda.
El gran misterioso abrió la tapa del baúl.
-¿Tendrías la amabilidad de meterte en mi caja mágica, Tracy?
3-
UNA CUESTIÓN DE FE
-¡Está debajo de la caja! – gritó Belinda entre los aplausos que celebraban la
desaparición de Tracy.
El gran misterioso se echó la capa hacia atrás, se inclinó y liberó algún cierre oculto.
Después retrocedió mientras la caja se plegaba sobre sí misma.
-¡Alucinante! – chilló Holly, aplaudiendo con el resto del público.
El mago cogió la llave de Belinda y la colocó de nuevo en el llavero. Belinda frunció el
ceño un instante, pero cuando el mago le devolvió el llavero con una solemne inclinación
se echó a reír.
- Está detrás de la cortina – dijo al gran misterioso.
- Veo que tenemos a una verdadera escéptica entre nosotros. El mago miró por
encima de las cabezas del público y añadió - ¿puede venir Marybelle, el payaso, por
favor?
Holly se volvió. No se había dado cuenta de que el payaso, que ahora volvía al escenario
desde el fondo de la habitación, había desaparecido.
- Abre la cortina para que vean quién se esconde detrás –ordenó el mago.
Marybelle retiró la cortina, y apareció una mujer rubia, bajita y delgada que avanzó
hacia el escenario. Belinda parpadeó sorprendida y boquiabierta.
- Les presento a Mary, mi esposa – dijo el mago -, y también les mostraré la cara
de Marybelle el payaso.
Marybelle se quitó la máscara. Era Tracy, que saludó con una sonrisa. Después los tres
unieron las manos y se inclinaron ante los renovados aplausos del público...
Belinda se sentó y aplaudió con los otros mientras la pareja de magos y Tracy
abandonaban el escenario.
La señora Hayes se puso en pie e indicó a sus invitados que guardasen silencio.
- Si los niños quieren quedarse aquí, he preparado algunos juegos. Hay música
para los demás, vamos a bailar.
Se oyó música en otra habitación y los adultos se dirigieron hacia allí.
-¿Y bien? – dijo Holly a Belinda -. Explícamelo.
- Vale, lo reconozco – respondió Belinda -. No sé como ha hecho el cambio, pero
he descubierto el truco de la llave. La que me ofreció para que abriera el candado no era
la mía. Fue muy hábil y me dio el cambiazo.
-¿Cómo lo sabes? – preguntó Holly.
- Porque mi llave tiene mis iniciales grabadas y la que me dio no las tenía – le
enseñó el llavero a Holly.
- En la llave aparecían grabadas las iniciales BH. ¿Ves? No he dicho nada para no
estropearle el truco. Entonces se levantó y añadió: - Bueno, si todos han ido a bailar la
mesa estará vacía. Creo que me serviré otro plato de comida ¿vienes?
Kurt estaba solo en la mesa.
-¿Te diviertes? – preguntó Holly al chico.
- Tracy parece estar enganchada a ese Mark Greenaway; en toda la noche no he
conseguido hablar con ella – respondió Kurt al tiempo que se encogía de hombros.
Holly le dirigió una mirada compasiva.
- Hablando del rey de Roma…- murmuró Belinda.
Mark acababa de entrar en la habitación y exhibía una sonrisa de oreja a oreja.
- Impresionante ¿verdad? Claro que yo sé cómo se hace, es muy fácil cuando
conoces el truco.
-¿Hay algo que tú no sepas hacer? – preguntó Kurt.
- Casi nada – respondió Mark con naturalidad -. ¿Habéis visto a Tracy?
- Hace rato que no la vemos – contestó Belinda.
- Estará esperándome para bailar – cuando Mark se dirigía hacia la puerta, miró
por encima del hombro y sonrió a Kurt -. Bailo como nadie, puedes venir y mirar si te
apetece aprender algunos pasos.
Kurt esperó a que se marchara para dejar el plato sobre la mesa.
- Será mejor que me vaya.
- Espera un poco – dijo Belinda.
- Tengo cosas que hacer. Gracias por invitarme; despídeme de Tracy, no quiero
molestarla.
- Voy a tener unas palabritas con esa chica – dijo Belinda cuando Kurt ya estaba
en la puerta.
En la otra habitación vieron a Tracy bailando con Mark.
-¿Están pegados o qué? – se quejó Belinda tras esperar un buen rato a que Tracy
se quedara a solas; pero cuando ella y Mark no bailaban, estaban de animada charla.
- Déjalo, hablaremos con ella mañana – dijo Holly -. Y cuando lo hagamos, quiero
que me explique ese truco. Tracy tenía que saberlo desde el principio.
- No esperes que te lo cuente; seguramente será un gran secreto entre ellos – dijo
Belinda mientras se revolvía incómoda dentro del vestido -. Vamos a ver si queda algo
de comida.
Holly se volvió a encoger de hombros y deseó que Mark Greenaway no crease mayores
problemas entre sus dos amigas.
A la mañana siguiente la señora Adams se acercó a la mesa del desayuno con el correo
y un folleto que había encontrado sobre el felpudo de la entrada.
La madre de Holly leyó en el folleto:
-“Mary Greenaway. Sanadora por la fe. Ven y descubre el poder de la fe para
recuperar la salud” –. La señora Adams soltó una carcajada. - Esta noche dará una charla
en la sala Heron.
-¿Qué es una sanadora por la fe? – preguntó Jaime.
- Alguien que se considera capaz de curar las enfermedades sin medicinas –
explicó su madre. - No son más que tonterías.
- Entonces ¿no crees que curen a la gente? – dijo Holly mientras leía el folleto por
encima del hombro de su madre.
- No, es la mayor estafa del mundo. Ni Mary Greenaway ni la gente como ella
pueden curar enfermedades.
- Su hijo Mark viene a nuestro instituto – informó Holly, que ahora tenía el folleto
en la mano.
A continuación le explicó a su madre lo que sabía sobre Mark y su familia. Cuando Holly
no miraba, Jaime se hizo con el folleto y empezó a doblarlo en forma de avión.
- Lo estaba leyendo, pesado – le regañó Holly mientras intentaba quitarle el
pedazo de papel.
- Nada de peleas durante el desayuno – intervino el señor Adams -. Jaime,
devuelve eso a tu hermana y ve a buscar la mochila. Los dos llegaréis tarde a clase si no
os despabiláis.
Cuando Holly llegó al instituto, comprobó que habían distribuido folletos por toda la
ciudad.
- Esa mujer es un fraude, puedes estar segura – declaró Belinda.
- Mi madre opina lo mismo, pero de todas formas me gustaría comprobarlo.
- Supongo que no estaría mal ir a la charla para reírnos un rato y ver lo que hace.
¿Tienes alguna molestia que te gustaría curar? – preguntó Belinda.
- Sólo Jaime, pero no creo que, Mary Greenaway sea capaz de hacer algo al
respecto. ¿Le preguntamos a Tracy si quiere venir?
- No me parece una buena idea, sobre todo porque parece haber tomado a Mark
bajo su protección. No le gustará saber que vamos a la charla para comprobar que la
madre de su nuevo amigo es una estafadora.
- Tienes razón, será mejor que vayamos por nuestra cuenta –reconoció Holly.
4-
PISTAS EN EL CORREO.
Era la hora del desayuno en la casa de los Adams. Jaime estaba acabando sus deberes
en el último minuto y el señor Adams miraba los bocetos que Holly y Belinda habían
diseñado para la carroza.
Holly leía entre risas una carta de su amiga Miranda. Miranda Hunt y Peter Hamilton
habían sido los mejores amigos de Holly en Londres. Miranda y Holly se escribían con
frecuencia e incluso Peter le enviaba una postal de vez en cuando. Media carta de
Miranda narraba la divertida historia de cómo Peter había quedado empapado en aceite
mientras arreglaba el coche de su padre.
La señora Adams llegó con un ejemplar del Express.
- Viene todo en primera plana. ¿Cuántos robos se han cometido? Unos cuatro o
cinco ¿verdad? – se dirigió a su marido -. Estaré mucho más tranquila cuando instales
esos cierres en las ventanas.
- Lo haré hoy mismo, no te preocupes -. El señor Adams miró a su hija. - Parece
que se están concentrando en el barrio de tu amiga Belinda.
- Lo sé – respondió Holly, que se volvió hacia su madre y preguntó: - ¿la policía
tiene alguna pista?
- He leído que la ventana de la planta baja estaba destrozada y toda la casa se
encontraba patas arriba. La policía está sorprendida porque los robos anteriores habían
sido muy limpios, sin daños ni destrozos.
La señora Adams dejó el periódico sobre la mesa. - Supongo que el ladrón vio que no
había luz y aprovechó la oportunidad -.
- Y mientras, la pobre señora Pomeroy estaba en la reunión de Mary Greenaway.
Tiene que haberse llevado un disgusto terrible – dijo Holly.
- Es una pena que Mary Greenaway no sea vidente, además de curandera – dijo la
señora Adams mientras se ponía la chaqueta. - Al menos
hubiera adivinado lo que iba a ocurrir, y además las videntes ganan más dinero que las
curanderas.
- La señora Greenaway no hace pagar a la gente – explicó Holly.
Su madre sonrió con sorna.
- Nunca en una sesión pública, eso sólo lo hace para enganchar a la gente, pero
tú espera y verás. Pronto tendrá una consulta privada -. Se dirigió hacia la puerta y
añadió. - Y no te olvides de esos cierres para las ventanas.
- No te preocupes. Cuando vuelvas a casa ya estarán colocados – respondió el
señor Adams.
La señora Adams se marchó y su marido continuó estudiando los diseños de la carroza.
- Algunos son un poco arriesgados – explicó el señor Adams. Holly y Belinda
habían propuesto varias ideas, como una carroza en forma de barco y otra en forma de
castillo, con Tracy encaramada a un torreón. - Creo que deberíais pensar en algo más
sencillo.
-¿Cómo qué? - preguntó Holly.
- Una batalla galáctica – dijo Jaime -. Con rayos láser, cañones supersónicos y
Tracy disfrazada de invasor alienígena. Tenéis que modernizaros. Os puedo dar algunas
ideas.
- Gracias, pero creo que nos las arreglaremos sin tu ayuda –replicó Holly, que se
volvió hacia su padre y le preguntó: - ¿se te ha ocurrido alguna idea?
- La verdad es que sí. El tema está tomado de un antiguo rito de fertilidad que
guarda relación con la magia y el misterio ¿no?
- Creo que deberíais hacer una carroza que pareciese un bosque encantado.
Bastaría con apuntalar la carroza, hacer árboles de contrachapado de madera y pintar
algunas flores a juego con el vestido estampado de Tracy.
- Aburrido – opinó Jaime.
- No, qué va, creo que es una gran idea – dijo Holly mirando a su padre con
admiración. - Me muero de ganas de contárselo a Belinda.
- Es una idea genial – convino Belinda -, mucho mejor que todo lo que habíamos
pensado. ¿Y tu padre cree que estará terminada a tiempo?
- Sí, no le ve ningún problema – le respondió Holly -. Troncos de contrachapado,
hojas de papel, una tela verde con flores pintadas en el suelo de la carroza…
- El departamento de manualidades puede hacerlo todo. Será alucinante.
A la hora del almuerzo, las chicas fueron, primero al taller de carpintería del instituto
para darle los planos al señor Thwaites y después hablaron con el señor Barnard, del
departamento de arte, sobre la decoración que habían pensado para la cenefa que
decoraría la carroza.
Cuando se dirigían al comedor, Holly divisó a Jaime.
Llevaba las manos hundidas en los bolsillos y parecía desconsolado.
-¿Qué te pasa? – preguntó Holly a su hermano.
- Vuestro estúpido festival; apuesto a que también ha sido idea tuya.
-¿De qué hablas? – se extrañó Holly.
- Habrá un tenderete del instituto que venderá cosas con fines benéficos. Estará
frente al ayuntamiento, donde termina el desfile, y me han seleccionado para que ayude
a hacer los objetos que se pondrán a la venta – se lamentó Jaime.
- Yo les he dicho que ése no es mi fuerte e incluso he propuesto que organicen un
partido de fútbol benéfico, pero no han querido escucharme.
-¿Qué es lo que tienes que hacer? – preguntó Belinda.
- Todavía no lo sé, hay una reunión después de las clases. Seguro que alguna
estupidez. Nos van a enseñar a trabajar el yeso.
- Bueno, no me eches la culpa – dijo Holly -. No ha sido idea mía, pero puede ser
divertido.
- Tal vez te dejen hacer alienígenas de yeso – sugirió Belinda.
-¿Tú crees? - dijo Jaime más animado.
- Vale la pena preguntarlo – respondió Holly.
Jaime se alejó con la cabeza llena de monstruos de yeso y naves espaciales.
-¿Has visto a Tracy? – preguntó Holly a Belinda mientras se sentaban en el
comedor.
- Sólo un momento. Estaba con Mark, supongo que preparando los trucos de
magia para el festival.
-¿Le has comentado que anoche estuvimos en la reunión de la madre de Mark? –
preguntó Holly.
- Ni siquiera he conseguido hablar con ella.
-¿Qué piensas sobre lo de anoche? Le he estado dando vueltas, pero no tengo las
ideas claras. ¿Crees que la señora Greenaway es sincera?
- Me pareció muy normal, aunque eso no quiere decir nada.
- Supongo que esperaba ver ropas flotantes y extraños encantamientos, no sé -.
Belinda se encogió de hombros y mordió pensativamente su panecillo. - No estaría mal
echar un vistazo a esa tienda que han abierto. ¿Recuerdas que te comenté que habían
alquilado un local? Está en la calle Radnor, ¡sabes donde queda!.
Holly sacudió la cabeza a modo de negación.
- En la zona de callecitas estrechas que rodean la iglesia, donde están todas las
tiendas de antigüedades – explicó Belinda.
- No sé qué tienda es, pero no tardaremos ni cinco minutos en encontrarla. Holly
¿qué te parece si vamos después de las clases?
- Totalmente de acuerdo – respondió Holly. - Si quiero ser periodista cuando
termine los estudios, tendré que investigar curiosidades como ésta ¿no? Será un buen
ejercicio de prácticas.
- Tienes razón, pero piensa que si conseguimos demostrar que es una estafadora,
tendrá que devolver a la gente los males y dolores que les ha quitado -. Belinda y Holly
se echaron a reír.
- No creo que nadie nos lo agradezca – dijo Holly -, pero de todas formas me
gustaría echar un vistazo a esa tienda, tanto si descubrimos algún oscuro secreto, como
si no.
La red de callejuelas que rodeaba la iglesia era la parte preferida de Holly en Willow
Dale. La zona se mantenía intacta y entrar allí era como retroceder a la época victoriana.
Holly y Belinda llegaron a la calle Radnor. Los edificios altos y estrechos estaban
separados por oscuros callejones.
- Tiene que ser ésta – dijo Belinda. Se pararon frente a una pequeña tienda cuya
puerta estaba hundida entre dos ventanas de cristal verdoso. Encima de la puerta
colgaba un cartel recién pintado que decía: “The Green Way”.
- Buen nombre – añadió Belinda -. Es casi igual al apellido Greenaway y en inglés
significa “el camino verde”.
- Sí, supongo que será por los billetes de mil que piensan ganar – añadió Holly.
En la misma puerta había otro cartel:
NUEVA LINEA
ENTRE Y ECHE UN VISTAZO
Holly se asomó a las ventanas. Un lado de la tienda estaba cubierto de estantes llenos
de botellas de colores, tarros y productos de herboristería; en el otro había máscaras de
brujería y artículos de magia.
- Me recuerda el almacén de antigüedades de la novela de Dickens – dijo Holly.
- Deja de fardar – replicó Belinda -, sé que no has leído ninguna novela de
Dickens.
Holly se echó a reír.
- Dieron la serie por la tele. Era sobre una niña, la pequeña Nell, que…
- No me expliques toda la historia – interrumpió Belinda -. Ya te conozco, cuando
te pones a contar películas te enrollas durante horas. Esperaré a que la repongan en la
tele, gracias -. Sonrió a Holly y añadió: - ¿Y bien? ¿Entramos?
-¿Por qué no? – respondió Holly. - El cartel dice que pasemos a echar un vistazo.
Cuando Holly empujó la puerta para entrar, sonó una campanilla. La tienda olía a
incienso y se oía una suave música de fondo. Todas las paredes estaban llenas de
estantes y anaqueles; había disfraces de Halloween y artículos de magia, remedios de
herboristería y pequeños libros de bolsillo sobre homeopatía, aromaterapia y otros
temas extraños que las chicas no conocían.
Una enorme vitrina rebosaba de paquetes de legumbres y cereales.
Al fondo del establecimiento había un largo mostrador y Mary Greenaway se encontraba
sentada detrás. Estaba leyendo, pero levantó al vista cuando las chicas entraron. No
había más clientes.
-¿Puedo ayudaros? – preguntó.
- De momento no, gracias – dijo Belinda -. Sólo estamos mirando.
La verdad es que había mucho por ver. Holly se fijó en varios paquetes de artículos de
magia y de broma que había en un estante giratorio.
- A Jaime le encantaría esto – comentó Holly. Había arañas de goma y un jabón
que dejaba la cara negra, chocolatinas de plástico que parecían de verdad y terrones de
azúcar que al disolverse en el café se convertían en asquerosas mocas negras.
En definitiva, estaba lleno de todo aquello que haría feliz a un chico como Jaime.
- No se lo cuentes, Holly; si metiera mano en cualquiera de estas cosas
provocaría un caos total – advirtió Belinda mientras se dirigía a la vitrina que contenía
los botes de hierbas.
- Abre la vitrina y huele – indicó Mary Greenaway a la chica -. Estas hierbas tienen
muchísimos usos; si se mezclan en las proporciones adecuadas, curan el dolor de
muelas, la migraña y los problemas de estómago.
-¿Y cómo lo hacen? – preguntó Holly mientras metía la nariz en un bote que olía a
anís.
- En la antigüedad las hierbas y especias eran las únicas medicinas que conocía la
gente. Hay remedios naturales para cada trastorno, como el clavo para el dolor de
muelas o la menta para las molestias del estómago -. Mary Greenaway sonrió y añadió: -
yo no voy al médico desde hace años.
-¿Estas hierbas podrían curar cualquier cosa? – preguntó Belinda.
- Casi todo – respondió la señora Greenaway.
-¿Incluso una pierna rota?
La sonrisa de Mary Greenaway no se alteró.
- Una pierna rota no es una enfermedad.
- No sé, hace un par de años me rompí la pierna al caerme del caballo y me sentí
bastante mal.
Mary Greenaway se inclinó hacia la chica con una mirada afilada y brillante.
- Te lo tomas a risa ¿verdad? Es muy fácil burlarse.
- Lo siento, no quería ser maleducada – respondió Belinda.
- No importa. Hoy en día no es fácil mantener la fe en los métodos tradicionales.
- Anoche estuvimos en su reunión – dijo Holly -. Usted parecía capaz de curar a
todas esas personas sin hierba, sin nada.
- Algunos de nosotros nacemos con unos dones especiales –contestó Mary
Greenaway.
-¿Puede curar enfermedades muy graves? – preguntó Holly.
- Sí, siempre y cuando el enfermo tenga fe.
-¿Y qué pasa si no la tiene? – preguntó Belinda.
La sonrisa de Mary Greenaway empezó a desvanecerse.
- Sin fe nada es posible.
- Lo siento, pero eso me parece una forma de escaquearse - dijo Belinda.
-¿A qué te refieres? – preguntó Mary Greenaway, ya sin rastro de sonrisa en el
rostro.
- Bueno – dijo Belinda con cautela -, me refiero a que así nunca la pueden pillar
en falta. Si usted trata a una persona y ésta no mejora, se excusará diciendo que el
enfermo no tenía suficiente fe.
- Mucha gente ha encontrado alivio a sus dolores gracias a mí – dijo Mary
Greenaway.
- Sí, pero… - objetó Belinda.
- No pienso discutir contigo – declaró la señora Greenaway, reforzando sus
palabras con un gesto de la mano.
- Yo sólo decía que…
Mary Greenaway se puso de pie.
-¿Pensáis comprar algo? – preguntó con impaciencia - Cerraré en un par de
minutos -. Se llevó la mano a la frente y dirigió a las chicas una sonrisa débil y poco
convincente.
- Tengo dolor de cabeza, así que si no queréis comprar nada… ¿os importaría
volver otro día?
Un minuto después las dos amigas estaban en la acera mirando cómo la señora
Greenaway corría el cerrojo y echaba las persianas.
-¿Crees que se ha mosqueado conmigo? – preguntó Belinda.
- Un poco – le respondió Holly - podrías haber sido algo más sutil; prácticamente
le has llamado estafadora en su propia cara.
- Lo es ¿no? Si se supone que es un genio curando a la gente ¿cómo es que tiene
dolor de cabeza? ¿Crees que se ofendería si le trajera una aspirina de la farmacia?
Además, ni siquiera tenía dolor de cabeza; estoy segura de que lo fingió para evitar
nuestras preguntas.
- Es una lástima, pensaba comprarle a Jaime alguna de esas tonterías – dijo Holly.
- Entonces me alegro de que nos haya echado. Tu hermano ya es bastante
peligroso como para que encima le proporciones munición extra.
- No quiero que me peguen asquerosas arañas de goma en la espalda, gracias.
Mientras decidían lo que iban a hacer, una mujer salió de la tienda de al lado.
- Oh, vaya, se me ha escapado – exclamó al ver el cartel de cerrado en la ventana
de The Green Way.
- Acaba de cerrar – le informó Holly -... Quizás esté a tiempo de alcanzarla.
- No es nada importante – respondió la mujer - Soy de la tienda de al lado y el
cartero me ha dejado esto por equivocación.
He estado tan ocupada que hasta ahora no he mirado el correo -. Les mostró un fajo de
sobres. - ¿Veis? Está muy claro, calle Radnor número cuarenta y cinco. Mi tienda está
en la cuarenta y tres, a veces no sé en qué piensan los carteros -. Le tendió las cartas a
Holly y preguntó: - ¿te importaría meterlas en su buzón, por favor?
- Claro que no – dijo Holly.
Al agacharse para introducir los sobres en el buzón que había en la puerta, la chica echó
un vistazo a la dirección.
La carta iba dirigida a un tal señor J. Sharpe y la dirección era de un barrio de Londres
llamado Kennington. La antigua calle estaba tachada y la habían sustituido por la de
Willow Dale.
Holly se enderezó con el ceño fruncido. La mujer se había marchado.
- Qué extraño – dijo Holly.
-¿El qué? – preguntó Belinda.
- El sobre que he visto tenía una dirección de Kennington.
-¿Y qué? Mark dijo que vivían allí.
- No, qué va. Mark dijo que vivían en Kensington, no en Kennington.
- Quizá lo oíste mal, son dos nombres muy parecidos.
Holly sacudió la cabeza en sentido negativo.
- No, estoy segurísima de que dijo Kensington. Para empezar, Kennington está al
sur del río Támesis y es un barrio de mucha menor categoría que Kensington. Además,
el sobre estaba dirigido a un tal señor Sharpe.
- Pues ya está, la carta no es para ellos – concluyó Belinda -. A veces eres
demasiado desconfiada, Holly.
Holly seguía con el ceño fruncido.
- No lo veo tan claro. ¿Kennington? ¿Kensington? Y no olvides que se equivocó al
decir que los almacenes Harrods estaban en Kensington, lo que significa que no conoce
muy bien la zona -.
Dirigió a Belinda la típica mirada resplandeciente que anunciaba un nuevo misterio. -
Aquí hay algo muy extraño y voy a averiguar de qué se trata.
-¡Oh, no! – suspiró Belinda al tiempo que arrugaba la frente -. ¡Ya volvemos a
empezar!
5-
EL MISTERIOSO DESCONOCIDO
- Bien, parece que todo marcha a pedir de boca – dijo la señorita Horswell, jefa
del profesorado, mientras sonreía a la señorita Baker. - Manténgame al corriente de los
progresos y si hay algún problema hágamelo saber. Estoy convencida de que será un
gran éxito, sigan así – dijo a los miembros del comité.
- Bueno, ya tenemos la aprobación de la jefa – dijo la señorita Baker cuando su
colega se hubo marchado, - pero todavía nos queda por decidir quién filmará el vídeo.
Era una reunión del comité en la que se debían asignar las tareas pendientes; entre
ellas, quién se encargaría de grabar el desfile con la cámara de vídeo del instituto.
- Steffie hizo un buen trabajo el año pasado – recordó la señorita Baker, - pero
esta vez me gustaría dar una oportunidad a otra persona. ¿Te apetece, Kurt? Es
evidente que sabes manejar una cámara.
- No tendré tiempo – respondió Kurt, - mi padre me ha encargado que haga las
fotos del Express. Creo que a Holly le gustaría probarlo.
La señorita Baker miró a Holly.
-¿Te gustaría, Holly?
- Pues sí, pero también tengo que escribir el artículo para la revista del instituto.
- Perdón - intervino Steffie, - le dije a Holly que podía encargarse del artículo
porque pensé que yo me encargaría otra vez del vídeo. Como veo que no es así, yo
misma escribiré la crónica del festival -. Dirigió a Holly una de sus miradas ácidas. - Si a
Holly le parece bien, claro, siempre y cuando no prefiera hacerlo todo ella.
- Me encantaría encargarme del vídeo si alguien me enseña a manejarlo – dijo
Holly sin hacer caso del tono sarcástico de Steffie.
- Bueno, pues entonces todo arreglado; Holly hará la grabación – convino la
señorita Baker -. ¿Te gustaría practicar un poco con Steffie antes del festival? Así te
enseñará a utilizar la cámara.
Steffie fulminó a Holly con la mirada.
- Será divertido – susurró Holly a Belinda.
Varios miembros del comité explicaron sus adelantos. La pintura de la cenefa de tela
marchaba a la perfección y el departamento de ebanistería estaba a punto de terminar
los árboles. Los disfraces llevarían más tiempo, sobre todo el de Tracy porque era el más
complicado, pero los responsables aseguraron que todos estarían listos para el día del
festival.
Holly aún no había pensado en cómo explicaría a Tracy el galimatías de la dirección
londinense de Mark.
- Después de todo – había dicho a Belinda, - eso no es un crimen ¿verdad? E
incluso si estamos en lo cierto, él sólo pretende hacernos creer que es de otro barrio.
- No, desde luego no es un crimen – había reconocido Belinda, - pero es una
mentira y no me gusta que Tracy se mezcle con alguien tan mentiroso, aunque sólo se
trate de mentiras inocentes.
Cuando la reunión hubo terminado Holly, Belinda y Tracy se dirigieron al comedor.
- Steffie parecía muy satisfecha de haberte apartado de la redacción del artículo –
dijo Tracy.
- Oh, me da igual – respondió Holly -. De todas formas no podría hacerlo todo, y
grabar el vídeo será muy divertido.
- Espero que me hagas muchos primeros planos, ya que voy a ser la estrella – dijo
Tracy.
- Siempre que la mantengas alejada de mí – añadió Belinda.
Al entrar en el comedor, Tracy divisó a Mark.
- Oh, ahí está Mark. Vamos a sentarnos con él.
Las tres amigas llevaron sus bandejas a la mesa donde estaba Mark.
-¿La reunión ha ido bien? ¿Ya lo tenéis todo arreglado? –preguntó.
- Sí – respondió Tracy - Holly se encargará de grabarla en vídeo una vez le hayan
enseñado a manejar la cámara.
- Es muy fácil, te enseñaré si quieres – dijo Mark.
-¿También sabes hacer eso? – replicó Belinda - Tus habilidades no dejan de
sorprenderme; la verdad es que toda tu familia resulta sorprendente.
Holly advirtió el retintín de las palabras de Belinda y le dio una patada por debajo de la
mesa, pero su amiga no le hizo ningún caso.
-¿Tu padre ha actuado alguna vez en un escenario? –preguntó Belinda. - Me
refiero a un teatro de verdad.
- Montones de veces. No me extraña que aquí no lo conozcáis, pero en Londres es
muy famoso.
-¿Ah sí? – intervino Holly. - Qué extraño, creo que cuando vivía allí nunca lo oí
nombrar
Mark le lanzó una mirada fulminante.
- Utilizaba otro nombre artístico -. El chico se sacó una moneda del bolsillo y
añadió: - fijaos en esto.
Se pasó la moneda de una mano a otra, se llevó la mano a la boca y durante un segundo
mostró la moneda entre los dientes. Hizo el gesto de tragársela y luego les enseñó las
manos vacías. Después se inclinó sobre Belinda y le sacó la moneda de detrás de la
oreja.
Tracy soltó una carcajada y empezó a aplaudir.
- Sabes muchos trucos, ¿verdad? – dijo Belinda con una sonrisa, - tan astuto como
un zorro…
Mark le devolvió la sonrisa, pero tenía un brillo desagradable en los ojos.
- Y va a enseñarme algunos trucos para el festival – dijo Tracy.
-¿Crees que la gente verá los trucos? – preguntó Holly -. Me refiero a que, irás
subida en la carroza…
- En eso tiene razón – reconoció Mark -. Quizás hacer trucos de magia no sea una
buena idea.
- Pero quiero hacer algo – protestó Tracy -. No me apetece estar ahí parada
saludando a la gente.
- Haz malabarismos - le propuso Mark, - la gente los verá sin problemas. ¿Te
gustaría probarlo? Mi madre lo hace muy bien. Yo no tengo tanta práctica, pero sé cómo
se hace.
- Lo intentaré – dijo Tracy.
- Tendrás que practicar mucho – advirtió Mark con un movimiento de cabeza, -
quizá no te dé tiempo a cogerle el truco.
Los ojos de Tracy brillaron retadores.
-¿Quieres apostar algo? Tú enséñame cómo se hace y ya verás. No hay nada que
no pueda hacer si me lo propongo.
- Trato hecho – dijo Mark poniéndose en pie -. Tengo cosas que hacer, nos vemos
después.
Tracy observó al chico mientras éste se alejaba.
- Es genial ¿verdad? Me lo paso muy bien con él.
-¿Mejor que con Kurt? – inquirió Belinda.
- No mejor, sino distinto – respondió Tracy con el ceño fruncido -. Me gusta
conocer a gente diferente ¿qué hay de malo en ello?
- Nada – respondió Belinda, - pero apenas lo conoces. Sólo sabes lo que él ha
querido contarte.
- Belinda – dijo Holly en tono de advertencia.
-¿Qué insinúas? ¿Es por Kurt? - le preguntó Tracy -. Oye, ya te dije que no había
nada serio entre Kurt y yo, ni tampoco hay nada serio entre Mark y yo. Sólo somos
amigos ¿vale?
- Ahora no pensaba en Kurt – dijo Belinda -. Me parece que no deberías creerte
todo lo que te dice Mark, como ese cuento de que su padre es muy famoso en Londres.
Si fuera tan conocido, Holly habría oído hablar de él.
- Ya te lo ha explicado, – replicó Tracy con un brillo furioso en la mirada - su padre
usaba un nombre distinto.
- Pero curiosamente no nos ha dicho cuál era ese otro nombre, y encima ha
hecho el truco de la moneda para cambiar de tema – señaló Belinda.
- Paso a seguir escuchando bobadas – le dijo Tracy al tiempo que daba un
empujón al plato y se levantaba de la silla. - Creo que eres muy injusta con Mark. No sé
por qué no te cae bien, pero no pienso quedarme aquí oyendo cómo lo criticas.
- No os peleéis - terció Holly. - ¿Os apetece venir a mi casa esta noche?
Repasaríamos el archivo que abrimos sobre los robos. ¿Qué os parece hacer una reunión
del Club del Misterio?
- Lo siento, estaré ocupada – dijo Tracy, que acto seguido abandonó el comedor
ante las miradas perplejas de Holly y Belinda.
-¿Por qué no me has apoyado? – preguntó Belinda. - ¿Por qué no has mencionado
la carta?
- Porque no prueba nada – respondió Holly -. Quizá Mark no sea más que un
mentiroso compulsivo y no me parece motivo suficiente para que tú y Tracy os peleéis.
- No discutiríamos si ella no fuera tan tozuda. ¿No se da cuenta de que ese tío es
insoportable?
- Aunque lo sea, eso no es motivo para pelearse – replicó Holly -. Creí que las tres
éramos amigas pasara lo que pasase.
- No es culpa mía – se defendió Belinda.
- Sí que lo es – dijo Holly al tiempo que se ponía de pie. - Es culpa de las dos.
-¿Adónde vas? – preguntó Belinda.
- A ninguna, parte, sólo quiero dar un paseo.
- Oye, el comportamiento de Mark te gusta tan poco como a mí – dijo Belinda.
- Lo sé, pero no creo que valga la pena pelearnos por eso. Hasta luego.
Holly se dirigió al patio. Sospechaba de Mark tanto como Belinda, pero la rudeza que
había mostrado su amiga al plantear el tema tampoco servía de nada. En lugar de
advertir a Tracy con delicadeza, sólo había conseguido apartarla de ellas, y eso era lo
último que quería Holly.
Se encontró con Jaime, que estaba jugando al fútbol con algunos amigos. Todos parecían
estar muy malhumorados.
-¿Qué le pasa a todo el mundo? ¿Será por el mal tiempo o qué?
- Es ese maldito festival – respondió Jaime. - Propuse la genial idea de diseñar
monstruos y alienígenas para el tenderete, pero ellos sólo quieren ranitas, duendes y
cursiladas de ese estilo. ¡Y para colmo tengo que hacer gnomos de yeso!
El balón llegó hasta donde se encontraban los dos hermanos. Jaime le propinó un furioso
puntapié y se alejó chillando:
-¡Odio los gnomos!
Holly pensaba que las cosas entre sus amigas no mejorarían si el asunto de Mark
Greenaway no se aclaraba de una vez por todas.
Necesitaba probar que Mark mentía continuamente o convencer a Belinda – y a ella
misma - de que estaban equivocadas.
“A fin de cuentas – se decía -, aparte de que farda todo el tiempo no ha hecho
nada malo. Tal vez su padre sea muy conocido en Londres con otro nombre artístico, no
es del todo imposible”.
Entonces se le ocurrió una idea. De nada serviría preguntar a Mark pero quizá su madre
la informaría si planteaba el tema de una forma adecuada.
Pensó que si volvía a la tienda podría entablar una conversación casual con Mary
Greenaway y preguntar sobre “el gran misterioso” no levantaría sospechas.
Así le sería fácil descubrir si el mago utilizaba otro nombre en Londres, e incluso develar
de una vez por todas aquel misterio de su dirección anterior.
Presentarse allí, con Belinda, no le pareció una buena idea, porque a veces su amiga era
demasiado brusca. Decidió que iría sola, ya que además tenía una buena excusa: Jaime
estaba muy malhumorado y unos cuantos artículos de broma le animarían. Mientras los
compraba, intentaría sacarle alguna información a Mary Greenaway.
Esa tarde, cuando acabaron las clases, Holly cogió un autobús que llevaba al casco
antiguo de la ciudad y se encaminó a la calle Radnor. Justo al doblar la esquina, alguien
llamó su atención: el hombre que Mary Greenaway había curado en la sesión andaba a
paso ligero por la calle. Era el tipo aparentemente paralizado por su artritis, cuya
recuperación había causado tanta expectación al final de la reunión.
Era él, sin duda. Andaba con tal agilidad que no parecía haber estado enfermo en la
vida.
“Pero lo estaba, – pensó Holly - porque Mary Greenaway lo curó…”
Es decir, si lo había curado, o mejor dicho, si para empezar había estado enfermo alguna
vez, claro.
Holly se detuvo en la esquina y lo observó. Era un hombre de mediana edad, delgado,
con el pelo entrecano y un rostro estrecho y afilado en el que destacaba la nariz
prominente y una gran papada.
Parecía un sabueso triste y famélico.
A Holly se le pusieron los ojos como platos cuando vio que el hombre se detenía en la
tienda de los Greenaway y se asomaba a la ventana. El señor Greenaway, el gran
misterioso en persona, salió de la tienda y los dos hombres se pusieron a hablar.
Poco después el señor Greenaway cerraba la tienda y se alejaba calle abajo con el
hombre.
Al verlos marchar, las sospechas de Holly fueron en aumento. Era muy extraño que los
dos hombres se conocieran. El señor Greenaway no había estado en la sesión de
curación por la fe, así que era imposible que se hubieran encontrado allí. Entonces ¿de
qué se conocían?
¡Todo había sido una farsa! Aquel hombre nunca había estado enfermo. Lo habían
introducido entre el público como remate final para convencer a los que todavía
dudaban de las “curaciones” de Mary Greenaway.
Holly olvidó sus planes de entrevistarse con la señora Greenaway, regresó a casa en
autobús y telefoneó a Belinda.
-¿Puedes venir a mi casa? Tengo noticias sobre los Greenaway y no quiero
explicártelo por teléfono. Necesitamos hablarlo con calma y en persona.
Belinda dijo que en media hora estaría allí.
Holly colgó y fue a la cocina. Jaime, con la cara y las manos manchadas de blanco,
levantó la vista. Estaba sentado a la mesa y removía una pasta en un tazón de
porcelana con la mejor cuchara de madera de su madre; sobre la mesa se había
desparramado una bolsa de polvos blancos
-¡Vaya lío! – dijo Holly -. ¿Qué haces?
- Gnomos – respondió Jaime.
-¿Mamá te ha dicho que podías utilizar sus mejores utensilios de cocina? –
preguntó Holly. Los polvos blancos también invadían las ropas de Jaime y parte del
suelo.
- No le importará. De alguna manera tengo que montármelo ¿no? ¿Cómo quieres
que lo haga?
Holly movió la cabeza con preocupación.
- Te matará. ¡Mira cómo te has puesto!
Jaime se miró la ropa.
- La cepillaré – dijo sin dejar de remover aquella pasta con energía.
-¿Pero qué estás haciendo exactamente? – preguntó Holly mientras se
aproximaba a la mesa.
Jaime le tendió una pieza de goma abombada que tenía forma de gnomo.
- Éstos son los moldes. Tengo que llenarlos de yeso húmedo y, cuando se seque,
retiro el molde y, ya tengo un gnomo.
Holly frunció el ceño.
-¿Y ya has conseguido hacer alguno?
Jaime negó con la cabeza mientras señalaba una masa deforme que estaba adherida a
la mesa.
- Ése ha sido mi primer intento, pero no lo dejé secar el tiempo suficiente y ha
salido algo aplastado. Por eso quiero hacer la pasta más densa, para que se seque antes
- explicó a su hermana - Sé lo que me hago, tranquila.
- Si tú lo dices…- Holly dirigió a Jaime una mirada significativa, consultó el reloj y
añadió: - mamá estará de vuelta dentro de una hora. Será mejor que lo tengas todo
despejado para cuando llegue o le dará un ataque.
- No te preocupes, lo tengo todo controlado – respondió Jaime.
Holly se largó; no quería encontrarse cerca de allí cuando su madre volviera y viese la
cocina en aquel estado.
Subió a su habitación y echó una ojeada al cuaderno del Club del Misterio. Ya había
escrito un buen número de páginas desde el comienzo de sus aventuras. Lo último que
había incluido eran recortes de prensa local sobre la reciente ola de robos.
Holly empezó una nueva página con el encabezamiento: “Mary Greenaway, sanadora
por la fe”.
Belinda llegó poco después y Holly le contó lo que había visto.
-¡Lo sabía! – exclamó Belinda - Siempre supe que era una farsante, y esto es la
prueba definitiva. Seguro que ese hombre trabaja para ellos. ¡Vaya familia! Pero no
eres la única que ha descubierto algo. Mary Greenaway realiza consultas particulares en
las casas. Mi madre se enteró por la vieja señora Kellett, a la que visita con frecuencia
desde que le robaron para comprobar cómo se encuentra. Por lo visto, hace unas
semanas Mary Greenaway fue a casa de la anciana para hacerle una cura privada. Le
cobró la visita y le vendió montones de remedios, mi madre dice que le costó una
fortuna -. Belinda miró fijamente a Holly. - Si eso no está mal, me gustaría saber cómo
llamarlo ¡sobre todo ahora que sabemos que se trata de un montaje!
- Mi madre dijo que acabaría haciendo consultas particulares, pero no me
imaginaba que ya había empezado -. Holly frunció el ceño, pensativa. - Me pregunto a
cuántas personas habrá sacado dinero Mary Greenaway.
6-
El Club del Misterio siempre anotaba cualquier incidente extraño que ocurriera en la
ciudad. La gran diferencia era que esta vez Tracy no estaba con ellas.
- Si queremos investigar esos robos con seriedad – dijo Belinda -, deberíamos ir a
las casas donde han robado y entrevistar a las víctimas. Para empezar, puedo
acompañar a mi madre cuando vaya a visitar a la señora Kellett.
- No creo que la gente tenga mucho interés en que la entrevistemos – opinó
Holly. - Seguramente ya han tenido bastante con la policía.
- Es verdad, – admitió Belinda con una sonrisa - pero mi madre conoce a todos los
vecinos. Es mucho mejor detective que nosotras cuando se trata de descubrir qué pasa
en la ciudad.
- Vale, saca información a tu madre y yo me encargaré de los recortes de prensa.
Ya veremos a dónde nos lleva todo esto -. Holly volvió a mirar las anotaciones que había
escrito sobre la sesión pública de curación por la fe. - Pobre señora Kellett, primero la
estafa Mary Greenaway y después le roban la casa.
- No me creo que sea la primera vez que Mary Greenaway hace esto – dijo
Belinda. - No me sorprendería que llevara años desplumando a la gente por todo el país
-. Se levantó de un salto con una cara de excitación y ojos resplandecientes. - Eso
explicaría las contradicciones de Mark con su dirección en Londres; igual ni siquiera son
de allí. Quizá recorren el país aprovechándose de la gente enferma, le roban el dinero y
se esfuman antes de que los descubran.
- Había una dirección de Londres en el sobre – recordó Holly.
- Sí, es verdad, – Belinda se desplomó, soltó un hondo suspiro y añadió: - tú sabes
lo que nos hace falta ¿verdad?
-¿Qué?
- Tracy – dijo Belinda. - No es lo mismo sin ella. Tracy siempre saca alguna idea
de la nada cuando nosotros nos quedamos en blanco.
- Al menos habría que contarle lo que hemos descubierto –opinó Holly. - Mark
tiene que estar al corriente de lo que pasa; debemos advertirla, tanto si quiere como sí
no.
- Propongo que se lo digamos mañana. – dijo Belinda - Tenemos que
convencerla de que Mark y su madre no son de fiar.
El día siguiente era sábado. Todos los participantes en el desfile del instituto estaban
convocados para una prueba de vestuario, y Tracy se encontraría allí. El único problema
era despegarla de Mark el tiempo suficiente para advertirla.
Entonces oyeron pasos en la escalera y la puerta de la habitación se abrió. La señora
Adams apareció en el umbral.
- Jaime dice que sabías que él estaba en la cocina haciendo gnomos con mi mejor
vajilla ¿es verdad? – le preguntó muy enfadada.
- Le dije que se estaba buscando problemas – respondió Holly.
- Oh, Holly, tendrías que haberlo parado o como mínimo ayudarlo. Deberías
haber visto el desastre que estaba montando. Será mejor que bajes y ayudes a limpiar.
Las dos chicas fueron a la cocina. Jaime estaba en el fregadero, intentando sacar
pegotes de yeso del mejor tazón de su madre sin ningún éxito.
Belinda tuvo que morderse los labios para no echarse a reír.
- No imaginaba que se secaría tan rápido – se lamentó Jaime.
Holly dirigió a su amiga una mirada de desesperación.
- No tienes que quedarte si no quieres, parece que esto nos llevará bastantes
horas.
Sobre la mesa de la cocina había tres o cuatro gnomos deformes de aspecto triste y
desolador. Se veía con toda claridad que los intentos de Jaime para hacer objetos
vendibles no habían funcionado.
- No importa – dijo Belinda -. ¿Qué mejor modo hay de pasar la noche de un
viernes?
Un pequeño grupo del club de música estaba tocando una animada melodía y un corro
de alumnos practicaba un baile folclórico medieval. Belinda casi se muere de risa al
verlos antes de que se la llevaran de allí para que ayudase con los disfraces de los
estudiantes del último curso.
Por fin se había resuelto el problema de quién haría el papel de bufón. La señorita Baker
había probado el sombreo de tres picos sobre varias cabezas hasta encontrar la que
encajaba a la perfección.
-¡Será una broma! – exclamó Belinda con un movimiento de cabeza que hizo
sonar las campanillas del sombrero. - ¿Por qué a mí?
- Cuestión de suerte – respondió la señorita Baker con una sonrisa mientras
ofrecía a Belinda un palo que llevaba un globo atado en un extremo. - Ahora debes dar
golpecitos a la gente con el globo para practicar -. La profesora dio unas palmaditas en
las mejillas de Belinda. - Estás perfecta, parece que has nacido para esto.
Belinda golpeó suavemente a la señorita Baker con el globo.
Varias manos sostenían la cenefa de tela mientras Holly la fijaba con clavos alrededor de
la carroza.
De pronto notó que algo le golpeaba la espalda; al volverse vio a su amiga vestida con
un guardapolvo rojo y blanco y el sombrero de bufón. Belinda le propinó un golpecito en
la cabeza con el globo.
- Le voy cogiendo el gusto a esto. – le dijo a Holly - ¿Qué tal estoy?
- Vas mejorando – Holly echó una ojeada al patio lleno de gente. - ¿Has visto a
Tracy?
- Está dentro, probándose el disfraz – le respondió Belinda.
-¿Y Mark?
- No lo he visto en toda la mañana – aseguró Belinda con un movimiento de
cabeza.
- Espera un minuto, termino esto y vamos a buscar a Tracy.
Mientras Holly terminaba de clavar la cenefa, Belinda se entretuvo golpeando a todo el
que se ponía a su alcance.
Después las dos amigas se dirigieron a la entrada principal del instituto. Belinda se
colocó bajo el sombrío retrato de la fundadora del centro, la mismísima Winifred Bowen-
Davies.
-¿Qué estás mirando? – le preguntó al cuadro mientras propinaba un golpecito a
aquel rostro solemne. - Sé que ahora tengo pinta de idiota, pero recuerda que fuimos
nosotras quienes, encontramos el cuadro, que tenías escondido.
- Y ayudamos a pagar el nuevo gimnasio con el dinero que se obtuvo – añadió
Holly sonriendo. - Fue nuestro primer misterio. ¿Recuerdas cuando Tracy…?
-¡Ejem!
Las chicas se dieron la vuelta. El señor Kerwood, subdirector del instituto, se había
detenido en la entrada.
- Son órdenes de la señorita Baker – explicó Belinda con una pícara sonrisa. -
Tengo que golpear con el globo a todo el que vea.
El señor Kerwood se alejó sin hacer ningún comentario.
- No le ha hecho ninguna gracia – dijo Belinda con una mueca.
- Vamos a buscar a Tracy – dijo Holly -. Quiero solucionar este asunto cuanto
antes.
Se había reservado un aula para el grupo que se encargaba de los disfraces. El plan era
que la banda de música se sentara en la parte trasera de la carroza mientras los
bailarines danzaban tras ésta. Después iría apareciendo el resto de los personajes,
entre ellos el bufón.
Algunos disfraces representaban animales y otros eran trajes de la época medieval.
Holly y Belinda se asomaron a la puerta. Una enorme cabeza de ciervo, con una fabulosa
cornamenta hecha de alambre y cartón piedra, se las quedó mirando. Al fondo divisaron
a Tracy, que estaba de pie sobre un pupitre mientras un par de chicas le hacían el
dobladillo del traje.
Su disfraz era impresionante. En un principio había sido una simple túnica blanca, pero
ahora estaba cubierta de tiras de vivos colores. Tracy parecía una mezcla de campo
florido y pájaro exótico, perfectamente embutida en aquel traje; sólo le asomaba la
cabeza.
-¡Vaya! – exclamó Belinda.
Tracy sonrió y levantó los brazos; las amplias mangas se extendieron como dos alas con
los colores del arco iris.
- Un buen trabajo ¿verdad? – le dijo Tacy - ¿estoy guapa?
Las dos chicas entraron en el aula.
-¿La parte de la cabeza ya está terminada? – preguntó Holly.
- Sí – respondió Tracy al tiempo que señalaba un pupitre sobre el que descansaba
la pieza, estelar, del disfraz de la reina del festival, una máscara con forma de sol que
estaba rodeada por un abanico de rayos dorados.
Tracy saltó del pupitre y con sumo cuidado se encajó la máscara en la cabeza.
Su cara quedó completamente oculta, a excepción de dos ranuras entre las que
asomaban sus resplandecientes ojos azules.
- Excelente – admitió la señorita Bannister, que había dirigido la elaboración del
disfraz - date la vuelta.
Tracy giró entre un remolino de colores flotantes mientras la máscara dorada
resplandecía en la luz.
- Vale, ahora quítatelo. Acabaremos de coser el dobladillo y ya estará terminado.
Tracy se liberó del disfraz con la ayuda de Holly y Belinda.
-¡Vaya! Lo voy a pasar mal aquí dentro si hace calor el día del desfile. ¿Cómo van
las cosas en el patio?
- Es un caos – respondió Holly -. Ven y lo verás.
Desde la escalera de la entrada las tres chicas observaron cómo levantaban los troncos
uno a uno y los fijaban a la carroza siguiendo las indicaciones del padre de Holly.
- Bueno, la verdad es que queríamos hablar contigo, Tracy –dijo Holly - Sobre
Mark.
- No discutamos ¿vale? - le respondió Tracy con una sonrisa- Hace un día
demasiado bonito para peleas.
- Hay algo que no sabes de él – dijo Belinda.
Tracy soltó un suspiro.
- Vale, desembucha de una vez. Le persigue la policía, ¿es eso? O… déjame
pensar… ¿pertenece a una red de trata de blancas y quiere secuestrarnos para
vendernos en el extranjero? ¿Me voy acercando?
Holly le explicó lo del hombre “milagrosamente” curado que había visto con el padre de
Mark y que Mary Greenaway cobraba por sus visitas particulares.
Tracy se quedó pensativa.
- Y qué más da, incluso si estáis en lo cierto…, no es Mark sino su madre, quien
se comporta mal. Si todo es verdad, claro. Es injusto que acuséis a Mark por eso.
- Pero él tiene que estar al corriente – dijo Belinda.
- Quizá – respondió Tracy - ¿Y qué quieres que haga? ¿Cómo va a impedir que su
madre sea una estafadora?
- También mintió sobre Londres – insistió Belinda.
Holly le dirigió una mirada significativa, pues pensaba que su amiga debería haber
tenido más tacto al mencionar el asunto.
-¿A qué te refieres? – preguntó Tracy -. ¿Por qué lo dices?
- Vi una carta que les habían enviado a Londres y después aquí – explicó Holly -.
La dirección no era Kensington sino Kennington, que es un barrio completamente
distinto.
- Si miente sobre su procedencia ¿sobre qué más habrá mentido? – reflexionó
Belinda - No debes fiarte Tracy, debes alejarte de él.
Tracy dirigió a sus amigas una mirada de irritación.
- Nunca os ha gustado. No sé por qué, pero habéis estado en contra suya desde
el principio -. Se volvió hacia Holly y añadió. -¿Te habría gustado que todo el
mundo hubiera divulgado rumores sobre ti cuando llegaste? Creo que sois muy injustas
-. Se metió de nuevo en el edificio. - No quiero oír ni una palabra más sobre él. Pensé
que erais mis amigas.
Holly y Belinda intercambiaron miradas.
- Creo que lo hemos empeorado todavía más – dijo Holly con el ceño fruncido.
7-
-¿Hay novedades? – preguntó el señor Adams a Holly cuando ésta volvió a casa.
- No muchas – respondió Holly - Belinda opina que deberían comprarse un perro
guardián.
Jaime no se perdía detalle de la conversación.
-¿Nosotros compraremos un perro guardián? – preguntó - ¿Un Rottweiler o algo
por el estilo?
- Ni hablar de perros – respondió la señora Adams - La casa ya está llena de
cerrojos y pestillos. No quiero tenerlo todo cubierto de pelo de perro, muchas gracias.
- Lo tendría en mi habitación; yo lo cuidaría – insistió Jaime.
- No – replicó la señora Adams con rotundidad -, nada de perros. Te
conseguiremos un hámster, si te apetece cuidar de algo.
Jaime lanzó una mirada mordaz a su madre.
-¿Un hámster guardián? Eso no va a asustar a nadie -. De pronto se le iluminó la
cara. - ¿Por qué no montamos una trampa?
- No, nada de trampas – contestó la señora Adams, que luego se volvió hacia
Holly y le preguntó. - ¿Cómo lo llevan?
- Bastante bien, considerando lo que les ha pasado -. Holly miró a su madre con
cara de preocupación. -¿Crees que entrarán a robar aquí?
- Parece que se concentran en las grandes casas de la zona donde vive Belinda –
le dijo la señora Adams. - Creo que si mantenemos todo bien cerrado, no hay por qué
preocuparse.
-¿Vas a ayudarme con los gnomos de yeso? – preguntó Jaime a su hermana.
- Ahora no, tengo cosas que hacer – Holly dirigió una sonrisa irónica a su madre. -
Quién sabe, si entraran ladrones quizá se llevarían a Jaime… eso no estaría tan mal.
- Vale, basta de discusiones – admitió Belinda con una carcajada. - No diré ni una
palabra más sobre Mark Greenaway. Holly tiene razón, tenemos cosas más importantes
en qué pensar -. Se volvió hacia Tracy. -¿Cómo te van los malabarismos?
- Es más difícil de lo que creía – reconoció Tracy mientras imitaba el movimiento
con las manos. - Me sale bien con dos bolas, pero se supone que hay que hacerlo con
tres -. Soltó un suspiro. - La tercera bola me mata. No sé cómo voy a arreglármelas
para el sábado.
Mientras hablaban sonó el timbre que indicaba el inicio de las clases. Las tres amigas, ya
reconciliadas, se unieron al resto de estudiantes de camino a las aulas.
Salió de la cama y cogió su bata. Después se acercó a la puerta para escuchar mejor.
“Es una estupidez – se dijo mientras respiraba hondo para infundirse ánimos -
Voy a bajar a beber un vaso de agua y ya está. No hay ningún ladrón, sólo son
imaginaciones mías”.
Abrió la puerta de la habitación y sin hacer ruido cruzó el descansillo. La caja de la
escalera era un pozo de sombras siniestras que acechaban en silencio.
Empezó a bajar muy despacio.
Al llegar al pie de la escalera notó de repente que algo le frenaba el pie y la obligaba a
detenerse. Incapaz de parar a tiempo, se dio de cabeza contra la pared entre gritos de
pánico.
Detrás de ella se produjo un enorme estruendo. Al desplomarse indefensa en el suelo,
Holly oyó un tumulto de pasos que corrían a su alrededor.
8-
LA TEORÍA DE HOLLY
- Pero ¿qué pasa aquí? – la voz del señor Adams sonó desde lo alto de la escalera.
Holly se dio la vuelta y se sentó mientras su padre encendía la luz.
- Soy yo. Me caí y… - la chica se quedó sin habla. Con la luz encendida, el motivo
de su caída y de los ruidos se le reveló con toda claridad.
Un alambre que se había aflojado por efecto de la caída de Holly, cruzaba la escalera a
la altura del tercer escalón. Un extremo estaba atado a un taburete, sobre el que alguien
había apilado un montón de ollas y sartenes.
Al topar con el alambre, éste había tirado del taburete y los cacharros de cocina se
habían desparramado por el suelo.
-¿Es un ladrón? ¿Hemos atrapado a un ladrón? – era la voz de Jaime.
Holly se frotaba una rodilla dolorida cuando vio que Jaime se asomaba por la barandilla
de la escalera.
-¡Maníaco! ¿Esto es cosa tuya?
- Oh, sólo eres tú – dijo Jaime.
-¿Holly? – la señora Adams apareció en lo alto de la escalera. - ¿Por qué armas
todo este escándalo?
-¿Yo? – jadeó Holly - No es culpa mía, yo sólo quería un vaso de agua.
-¿Jaime? – la voz del señor Adams tenía un tono peligroso que no era habitual en
él.
- Era para los ladrones – se excusó Jaime - No esperaba que Holly se dedicara a
merodear por la casa. Era una trampa por si los ladrones subían la escalera. Yo no
tengo la culpa de que Holly se haya caído.
-¡Jaime, por favor! – gritó la señora Adams mientras bajaba la escalera - Alguien
podría haberse roto una pierna. ¡Menuda ocurrencia!
- Pero ha funcionado ¿no? – insistió Jaime - Si Holly hubiera sido un ladrón, la
habríamos pillado con las manos en la masa.
- Eres un peligro público, Jaime – dijo Holly - Te mataré.
- No hará falta. A la cama, Jaime. Ya hablaremos de esto por la mañana – dijo el
señor Adams en tono amenazador - Y nada de ideas geniales ¿me captas?
- Sí, papá – balbució Jaime. Después dirigió una mirada esperanzada a su padre. -
Pero ha funcionado.
-¡A la cama! – exclamó el señor Adams al tiempo que señalaba con el dedo firme
la habitación de Jaime.
-¿Estás entera? – preguntó la señora Adams a Holly.
- Más o menos, pero si por él fuera…
El señor Adams bajó la escalera intentando reprimir una sonrisa.
- Debéis admitir – dijo en voz baja - que en esta casa es imposible aburrirse.
La señora Adams miró las ollas y sartenes que aparecían desperdigadas por el suelo e
hizo un gesto negativo con la cabeza.
- No tiene ninguna gracia – se lamentó Holly -, me ha dado un susto de muerte. A
ese niño habría que meterlo en un zoológico.
- Yo recogeré esto – dijo la señora Adams - Sírvete un vaso de agua y vuelve a la
cama, Holly.
De camino a su cuarto, Holly asomó la cabeza en la habitación de Jaime.
- Espera a que te pille por mi cuenta, – amenazó a su hermano en la oscuridad -
te voy a asesinar.
Después la chica se metió en la cama, frotándose la rodilla lastimada mientras planeaba
su venganza.
- Esperad a que lo encuentre – decía Holly a sus dos amigas. - Esta mañana ha
logrado escabullirse antes de que le pusiera las manos encima, pero no podrá
esquivarme toda la vida. Y entonces… - Holly fingió que estrangulaba a alguien.
Le había costado mucho esfuerzo levantarse por la mañana, porque el dolor de la rodilla
apenas le había dejado dormir. El hecho de que sus padres hubieran castigado a Jaime
con dos días sin salir de casa era un consuelo relativo, pero Holly necesitaba darle unos
buenos gritos para quedarse a gusto.
Jaime la había evitado antes de las clases, pero Holly estaba decidida a pillarlo en el
recreo.
- Debe de ser divertido tener un hermano menor al que poder pegar – comentó
Belinda con un suspiro.
- Ya te lo dejaré – dijo Holly -. Si queda algún resto cuando haya terminado con él.
- El pobre solo quería ayudar – observó Tracy con una sonrisa irónica - Su plan era
bastante bueno.
- No dirías eso si te hubieras caído escalera abajo por su culpa – replicó Holly
mientras vigilaba el patio en busca de su hermano.
Un grupo de amigos de Jaime estaba jugando su habitual partido de fútbol, pero Jaime
no se encontraba entre ellos.
- A la caza de Jaime, – declaró Holly con determinación -¿venís conmigo?
- No, gracias – dijo Belinda - Cuando veo sangre me desmayo.
Holly dejó a sus amigas. Tardó unos minutos en encontrar a Jaime, que estaba sentado
sobre un muro de poca altura, solo y mirándose los zapatos, junto a las pistas de tenis.
- Eh, tengo que decirte cuatro cosas – dijo Holly.
Jaime le dirigió una mirada tan desconsolada que, la sed de venganza de Holly, se calmó
de inmediato.
-¿Qué te pasa?
- Nada – balbució Jaime.
- Oh, vamos. No estarás, hecho polvo, porque mamá te ha castigado dos días sin
salir ¿verdad? ¿Qué esperabas? Habría sido mucho peor si ella hubiera caído en tu
trampa, te lo aseguro.
- No tiene nada que ver con eso – dijo Jaime en tono sombrío.
Era evidente que algo andaba mal.
Holly olvidó por completo sus deseos de venganza y se sentó junto a su hermano.
- Entonces ¿qué pasa?
- Mi dinero ha volado, – dijo Jaime - eso es lo que pasa.
-¿Se lo has dicho a algún profe? – preguntó Holly - ¿Dónde lo has perdido?
- No lo he perdido, me lo han quitado.
-¿Quién?
- Ese Mark Greenaway – respondió Jaime con amargura.
Holly se lo quedó mirando muda de asombro, y al fin consiguió preguntar:
-¿Mark Greenaway te ha robado el dinero?
Jaime la miró de reojo.
- Más o menos. Él estaba enseñando a un grupo de gente un juego con tres
cartas, dos normales y una reina. Las ponía boca abajo, las movía y tenías que adivinar
dónde se encontraba la reina. Parecía muy fácil, yo acertaba cada vez. Entonces él me
propuso que apostara mi paga; si yo acertaba, él me daría el doble del dinero.
- Oh, Jaime, eres idiota. ¿Has jugado a las tres cartas con él? ¿Qué te ha dicho
siempre mamá sobre las apuestas?
- No parecía una apuesta. – farfulló Jaime - Estoy seguro de que acerté, pero él
cambió las cartas de sitio. Es un tramposo.
- Deberías decírselo a tu profesor. Mark no puede hacer estas cosas.
Jaime sacudió la cabeza en señal de negación.
- No pienso ir a llorarle a un profesor. ¿Qué te has creído, que soy un acusón?
- Bueno, pues si tú no piensas hacer nada, yo sí – declaró Holly al tiempo que se
ponía en pie.
No le fue difícil dar con Mark. Estaba en la parte trasera del patio, sentado entre un corro
de chicos en una pendiente del césped. Jugaban a las cartas.
- Quiero hablar contigo – dijo Holly.
- Desembucha – respondió.
- En privado.
- Ahora estoy ocupado, Holly, ¿tan urgente es?
- Sí.
Mark se levantó y Holly se lo llevó aparte.
- Quiero que me devuelvas, el dinero de Jaime – dijo Holly - Quizá él sea tan
estúpido como para creer que juegas limpio, pero tú y yo sabemos de qué va la historia
¿no?
- Nadie lo ha obligado a jugar – replicó Mark - Podría haberse llevado el doble de
dinero si hubiera ganado.
- Excepto por el pequeño detalle de que era imposible que ganase. – dijo Holly -
Tú eres demasiado bueno.
Mark sonrió.
- Así que él ha enviado a su hermanita mayor para recuperar su dinero.
Rebuscó en los bolsillos y depositó un puñado de monedas en la mano de Holly.
- Él no me ha enviado, pero me parece estúpido permitir que sigas timando a la
gente.
- Te puedes ahorrar el sermón – dijo Mark - Ya has conseguido que te devuelva el
dinero.
-¿Por qué lo haces? ¿Por qué te comportas así? – preguntó Holly.
Mark se encogió de hombros y se dio la vuelta.
- Sé que no eres de Kensington – añadió Holly - También sé la verdad sobre el
asunto de Joe Sharpe.
Mark estaba de espaldas, así que Holly no vio su reacción inmediata.
Cuando el chico se volvió, la expresión de su rostro era impenetrable.
- No sé de qué me hablas.
- Vi una carta con la dirección de vuestra tienda, que antes habían enviado a
Kennington a nombre de J. Sharpe, así que no te molestes en seguir mintiendo.
- Vaya con la pequeña detective – replicó Mark - ¿a qué mas te dedicas, aparte de
meter las narices en el correo de otros?
- No estaba curioseando, lo vi por casualidad.
- Ya, seguro. – dijo Mark con sorna - Por una casualidad a propósito, querrás decir.
Y ahora crees que lo sabes todo.
-¿No es así?
Mark lanzó a la chica una mirada de odio.
- No tengo por qué explicarte nada, pero si tanto te interesa, te diré la verdad. Joe
escribió a mi madre en Londres, donde vivíamos antes. Quería conocerla para ver si
había alguna solución para su artritis. Ella estaba dispuesta a ayudarle, pero nos
mudamos antes de que se vieran. Así que quedamos en que él vendría aquí y se
quedaría con nosotros. Ésa es la verdad.
- Entonces ¿por qué fingir que no lo conocíais antes de la sesión?
- No lo conocíamos. – dijo Mark - Llegó esa misma noche, nunca lo habíamos visto
antes.
Holly se quedó mirando a Mark pensativamente. Se acordaba tan bien de aquella sesión
que las palabras de Mark no le parecían nada convincentes.
Sacudió la cabeza y replicó:
- Tu madre fingió que no sabía nada sobre él.
Mark le dirigió una fría sonrisa.
- Todo esto me aburre. Te he dicho la verdad, si no me crees es tu problema.
Tengo mejores cosas que hacer que quedarme aquí respondiendo a tus estúpidas
preguntas.
Tras decir esto, regresó al corro de chicos y siguió jugando a las cartas como si nada
hubiera pasado.
A la hora del almuerzo empezaron a circular noticias sobre otro robo. Un chico llamado
Matthew Koper explicó que unos ladrones habían entrado en su casa la noche anterior.
Belinda conocía a su familia, al igual que a muchas otras que vivían en la zona más
lujosa de Willow Dale. La casa de los Koper se encontraba a pocas manzanas de la de
Belinda, y la madre de Matthew participaba con la señora Hayes en diversas obras de
caridad.
Hacia el final del almuerzo, Holly y Belinda fueron a charlar con Matthew. Belinda
estaba especialmente interesada en averiguar si aquel robo se parecía al que se había
cometido en su casa. Matthew parecía estar encantado de hablar del tema. Holly apuntó
todos sus comentarios en el cuaderno del Club del Misterio.
- Lo más curioso – explicó Matthew - es que no se sabe por dónde entraron. Mi
padre los interrumpió ¿sabéis? Le despertó un ruido y bajó a investigar. Seguramente
ellos lo oyeron, porque escaparon antes de que mi padre lograra verlos. Salieron por la
puerta principal -. Luego añadió con una sonrisa. - No tuvieron tiempo de llevarse nada.
-¿No había ninguna ventana rota? – preguntó Belinda.
- No nada de eso. La policía supone que mi abuela se dejó la puerta abierta al
atardecer, cuando acompañó a esa curandera hasta la salida. La pobre se está volviendo
muy olvidadiza. El otro día…
-¿La curandera? – interrumpió Holly - ¿Te refieres a Mary Greenaway?
-¿Se llama así? No sé, visitó a mi abuela ayer por la tarde. Mi padre opina que son
tonterías, pero a mi abuela le comentaron que alivia los dolores de la gente, y como
tiene reuma… bueno, pues como os iba diciendo, la policía supone que mi abuela se
olvidó de cerrar bien la puerta y que los ladrones entraron por allí.
El timbre anunció el final del almuerzo. Las chicas no tuvieron tiempo de comentar la
información, pero decidieron convocar una reunión del Club del Misterio en casa de
Belinda después de las clases.
Se lo comunicaron a Tracy en cuanto la vieron.
- Oh, lo siento, pero me es imposible. – dijo ésta - No es que pase del tema, pero
tengo que practicar los dichosos malabarismos o no voy a pillarles el truco a tiempo. Ya
me lo contaréis mañana. Os prometo que cuando el festival haya pasado volveré a estar
con vosotras al pie del cañón.
Las dos amigas fueron a casa de Belinda.
Belinda insistió en ver a Meltdown, que tenía su propio establo al fondo del enorme
jardín de los Hayes.
- Yo no le veo mucho sentido, Belinda, – dijo Holly mientras ambas cepillaban los
flancos castaños de Meltdown - me parece demasiada coincidencia que la abuela se
dejase la puerta abierta justo la misma noche en que los ladrones pasaban por allí.
- Ya has oído lo que dijo Matthew, – le replicó Belinda, que estaba desenredando
la crin de su caballo - no había otra forma de entrar. Tuvieron que hacerlo por la puerta
principal.
- Quizá tenían la llave – sugirió Holly.
- No seas boba ¿cómo iban a tener la llave de esa casa?
- No lo sé, – admitió Holly - sólo estoy estudiando todas las posibilidades. Me he
pasado la tarde pensando en eso. Matthew ha comentado que su padre interrumpió a
los ladrones ¿verdad? Bueno, pensemos en eso. De alguna forma los ladrones se hacen
con la llave de la casa y entran por la puerta, pero antes de largarse rompen el cristal de
una ventana o algo por el estilo. Así nadie sabrá por dónde entraron en realidad ¿me
sigues?
Belinda asomó su cara redonda por debajo del cuello de Meltdown.
- Vale, gran detective, para empezar ¿cómo se hicieron con la llave? – de pronto
Belinda entornó los ojos - El padre de Mark tuvo mis llaves la noche en que actuó en mi
casa…
- Y su madre estuvo en casa de los Koper el mismo día del robo, y tú me dijiste
que también había visitado a la señora Kellett… ¿robaron en su casa antes o después de
la visita de Mary Greenaway?
- Me parece que después – respondió Belinda.
- Con ese tenemos tres robos en las casas que han visitado los Greenaway – dijo
Holly - Lo hemos estado enfocando mal, el crimen no es, las curas de Mary Greenaway,
sino los robos. ¡Ellos están involucrados en los robos!
- Espera un momento. – dijo Belinda - El señor Greenaway sólo tuvo mis llaves un
par de minutos; es imposible que hiciera una copia. Es una gran teoría, Holly, pero no
funciona. Además, ha habido una media docena de robos.
- Así, que empezaron poco después de que los Greenaway llegaran a Willow Dale.
No sabemos si Mary Greenaway ha visitado las otras casas.
Es una idea genial: la señora Greenaway visita una casa para hacer una cura, roba la
llave, vuelven más tarde y vacían la casa.
- Matthew no ha mencionado que les faltase ninguna llave, y tampoco robaron la
mía. Te estás dejando llevar por tu imaginación, Holly. De pronto Belinda se quedó con
la boca abierta. - ¡Oh!
-¿Qué?
- Acabo de recordar algo. – dijo Belinda - La puerta de mi casa tiene un cerrojo
doble, de esos que cuando cierras por dentro necesitas una llave para volverlo a abrir, y
mi madre siempre cierra con dos vueltas antes de irse a la cama. Entonces ¿cómo
pudieron salir por la puerta los ladrones? Estoy segura de que mi madre se lleva las
llaves a su cuarto cada noche. ¡Pero ellos tuvieron que usar una llave para salir!
Los ojos de Holly se iluminaron.
- Así que mi teoría todavía funciona.
- Creo que debemos contárselo a mi madre ahora mismo –dijo Belinda.
Las chicas recorrieron a trompicones el sendero del jardín que conducía a la casa.
-¡Mamá! – gritó Belinda mientras cruzaban la cocina y entraban corriendo en el
vestíbulo.
La madre de Belinda estaba hablando por teléfono y les indicó con la mano que no
hicieran ruido. Las dos chicas tuvieron que esperar, jadeantes y muertas de impaciencia,
a que les prestara atención.
La madre de Belinda parecía estar muy satisfecha.
- Muchas gracias - dijo a la persona que se encontraba al otro lado de la línea. -
Son unas noticias magníficas, se lo agradezco mucho, adiós -. Colgó y les dirigió una
sonrisa resplandeciente.
- Era la policía – explicó - Han cogido al hombre que nos robó. Lo atraparon
cuando intentaba vender el viejo reloj de tu abuelo, ya sabes, el de oro macizo con una
inscripción. La policía hizo circular mi lista de objetos robados por todas las tiendas que
se dedican a la compraventa y uno de los empleados reconoció el reloj; se las arregló
para entretener al hombre mientras avisaba a la policía. Ese tipo tenía una habitación
alquilada al otro lado de la ciudad; la policía ya ha estado allí -. La sonrisa de la señora
Hayes se ensanchó aún más. - Dicen que han encontrado casi todas nuestras cosas en
perfecto estado ¿no es magnífico?
La señora Hayes, aunque algo extrañada por las caras inexpresivas de Holly y Belinda
continuó sonriendo.
Al parecer, la teoría de Holly se había derrumbado justo antes de alzar el vuelo.
9-
- Bueno, bueno – dijo el señor Adams, que estaba ante la mesa del desayuno
leyendo el periódico. - Me temo que la policía deberá despabilarse -. La noche anterior
Holly había comentado a sus padres la captura del ladrón, y éstos se habían sentido
aliviados y contentos ante la noticia.
- Dormiré más tranquila ahora que está entre rejas – había dicho su madre.
Parecía que todo había terminado, hasta que el padre de Holly llegó a la mañana
siguiente con el periódico.
- Anoche se produjo otro robo – le informó el señor Adams. - En la calle
MacGonnagal, sale en las noticias de última hora. Está cerca de la casa de Belinda
¿verdad?
- Por lo visto, el tipo que atraparon ayer no es el único de la zona que tiene los dedos
largos -. Dobló el periódico y empezó a desayunar. - Una cosa está clara, él no pudo
cometer el robo de anoche, a no ser que le hubieran dejado salir especialmente para
eso, claro.
Holly se llevó el periódico al instituto para enseñárselo a Belinda.
La zona verde que separaba el edificio del instituto de las pistas de tenis estaba llena de
estudiantes, y en la parte trasera se jugaban varios partidos de fútbol.
Pero Holly estaba sentada en un lugar apartado y tranquilo, ideal para concentrarse en
ciertos aspectos del caso que no encajaban.
Su teoría de que los Greenaway se encontraban relacionados con la ola de robos era,
como había admitido Belinda, muy ingeniosa, pero la detención del hombre que había
robado a los Hayes la había tirado por tierra. La última esperanza de Holly era que el
tipo detenido fuera Joe Sharpe, pero no había sido así.
Sin embargo, el último robo indicaba que había otra persona trabajando en Willow
Dale…
Otra u otras.
Holly mordisqueaba la punta del bolígrafo mientras se preguntaba dónde estaría
Belinda.
El primer movimiento de su amiga siempre era dirigirse al comedor pero, a pesar de su
apetito, a estas horas ya tendría que haber salido.
Holly escribió el nombre de Mark Greenaway en el cuaderno y lo estudió, con el boli de
nuevo en la boca. El cuaderno estaba abierto por la página de los robos. Holly elaboró
una lista con los datos de la familia Greenaway que le parecían extraños:
Después se dirigió al edificio del instituto para ver a la señorita Baker. La encontró
esperando en su aula con Steffie Smith.
-¿Quieres que te enseñe cómo funciona la cámara o no? –preguntó Steffie con
impaciencia. - No quiero perder toda la hora de comer en esto.
Holly tardó más de diez minutos en coger el truco a la cámara.
Todo lo que tenía que hacer era apoyarla en el hombro, apretar un botón y dejar que la
moderna tecnología hiciera el resto.
Se paseó por el aula para acostumbrarse a verlo todo con un solo ojo a través del
objetivo. Al principio le parecía muy extraño que aquel espacio estuviera comprimido en
un pequeño anillo de cristal, y tropezó varias veces antes de adquirir soltura.
Steffie le enseñó a manejar el zoom, que servía para acercar los objetos que se
filmaban. Holly practicó con la cara de la señorita Baker, acercándola a la cámara hasta
que llenó el objetivo.
- Creo que deberíamos guardar la cámara en algún lugar seguro – dijo la señorita
Baker - si de verdad crees que ya la controlas.
Cuando salió en busca de Belinda, Holly oyó la voz de Tracy en el aula de al lado.
- No puedo hacerlo – decía Tracy.
- Es fácil, sólo necesitas practicar – aseguró la voz de Mark.
Holly se asomó al cristal de la puerta. Mark intentaba enseñar a Tracy a hacer
malabarismos con tres bolas de colores, pero éstas caían al suelo una y otra vez.
- No sirve de nada, nunca seré capaz de hacerlo – se lamentó Tracy.
- Claro que sí, – dijo Mark - si mi madre lo hace, estoy seguro de que tú también
puedes hacerlo. Vamos, sujétalas como te he enseñado.
Holly se fue sin decir nada. Cuando bajaba la escalera principal del edificio vio que
Belinda cruzaba la verja de la entrada.
Las dos amigas se encontraron a medio camino.
-¿Dónde estabas? – preguntó Holly.
- He ido a investigar – respondió Belinda.
-¿Sin mí? ¿Qué has investigado?
- No te encontraba y no podía perder más tiempo si tenía que ir y volver antes de
que empezasen las clases. He ido a casa de los Koper para hablar con la abuela de
Matthew -. Los ojos de Belinda centellearon. - He descubierto algo muy, muy
interesante. Parece que Mary Greenaway suele seguir el mismo ritual en sus visitas
particulares. Le gusta tener en las manos algún objeto metálico de la persona a la que
pretende curar: dice que eso facilita las vibraciones o algo por el estilo. Adivina qué
objeto de la abuela sostuvo en las manos.
- No sé – respondió Holly. - ¿Un bolígrafo?
- No, tonta. Unas llaves.
Holly se quedo boquiabierta.
-¿Te das cuenta? – dijo Belinda. - Si nos enteramos de qué casas ha visitado Mary
Greenaway y si siempre hace el truquito de las llaves… bueno, tu teoría volvería a
encarrilarse.
- Con la excepción de que otra persona robó en tu casa.
- Sí, también he estado pensando en eso. Si el truco del gran misterioso con mi
llave es el mismo que hizo Mary Greenaway con las llaves de la abuela Koper, quizás
ellos también planeaban dar un golpe en mi casa... ¿entiendes? Ellos pretendían robar
en mi casa, pero alguien se les adelantó.
Holly fue incapaz de prestar atención a sus clases de la tarde. Le enloquecía pensar que
estaba muy cerca de que su teoría cuadrase, pero la última pieza del rompecabezas no
encajaba. ¿Cómo era posible que los Greenaway consiguieron un duplicado de la llave si
sólo la sostenían unos segundos?
Al terminar las clases se encontró con Belinda en las taquillas.
-¿Se te ha ocurrido algo? – preguntó Belinda.
Holly hizo un gesto negativo. De pronto miró su taquilla y frunció el ceño: alguien había
dejado un sobre pegado a la portezuela.
Muy sorprendida, lo arrancó y lo abrió; dentro había un pedazo de papel que
decía:
“Si quieres información sobre los robos, acude a Oakleaves, en la calle Dorrit,
esta noche a las ocho”
Las dos amigas intercambiaron una mirada.
- Alguien está jugando con nosotras – dijo Belinda.
Holly, con el ceño fruncido, se mordió pensativamente el labio inferior.
- Esto es de Mark Greenaway, estoy segura. La pregunta es ¿por qué?
- Se trata de otros de sus trucos, no te quepa duda.
- No estoy tan segura – objetó Holly, que pasó a contar a Belinda su encuentro
con Mark durante el almuerzo.
- Quizá ha visto la palabra, “robos”, escrita en el cuaderno y quiere hablar
conmigo para convencerme de que él no se encuentra involucrado. ¿Sabes dónde está
Oakleaves?
- Sí, es una vieja clínica que se halla en lo alto de la colina. ¿Por qué habrá elegido
un lugar así?
- Ni idea – respondió Holly mientras sacaba la mochila de la taquilla y se la echaba
al hombro - pero pienso averiguarlo.
-¿No lo dirás en serio? No pensarás ir ¿verdad? – preguntó Belinda con la vista
clavada en su amiga.
- Claro que sí. Si Mark quiere contarme algo, yo pienso escucharle.
- Diga lo que diga – Belinda negó con la cabeza - no será más que un montón de
mentiras. Aunque me dijese una frase tan tonta como que afuera brilla el sol, saldría a
comprobarlo antes de creerlo, te lo aseguro.
Holly se encogió de hombros.
- Bueno, ya te contaré cómo ha ido.
- No, no me lo contarás – replicó Belinda con vehemencia - porque pienso
acompañarte.
La enorme y laberíntica casa conocida como Clínica Oakleaves se alzaba solitaria sobre
la cima de la colina. A su alrededor se extendía un gran jardín salpicado de árboles, que
estaba delimitado por un alto muro de ladrillo
Eran las ocho menos diez cuando las chicas se asomaron a las verjas de hierro forjado.
- Espero que esto sea una buena idea. – dijo Belinda - Sigo pensando que venir aquí
ha sido una locura.
Holly abrió la verja y echó un vistazo.
Con la excepción de un par de coches que se hallaban aparcados frente al edificio, el
lugar parecía estar en calma y desierto.
Las chicas se internaron entre los árboles y con el corazón a cien por hora esperaron a
que aparecieran los dueños de las voces. Holly deseó con toda su alma haber hecho
caso a Belinda y no haber acudido a la cita.
Soltó un suspiro de alivio cuando dos hombres de mediana edad cruzaron el jardín y
desaparecieron por la acera.
- Nos estamos poniendo histéricas. – dijo Holly - Tienes razón, él no vendrá; será
mejor que nos larguemos.
Cuando estaban a punto de salir de su escondrijo oyeron que un coche se detenía junto
a la verja.
Las chicas se miraron sin saber qué hacer.
La puerta del coche se abrió y dejó oír una voz distorsionada y zumbona.
-¿Qué es eso? – preguntó Belinda.
- No estoy segura, pero parece… ¡oh!
Junto a la verja había un hombre y una mujer. Eran oficiales de policía. Las chicas
intercambiaron una mirada de sorpresa.
Los policías cruzaron la verja y miraron a su alrededor.
-¡Allí! – la mujer las había descubierto y las señalaba con el dedo.
Holly y Belinda salieron de su escondrijo entre los árboles.
-¿Qué hacéis aquí? – preguntó el agente.
- Esperamos a un amigo – respondió Holly.
El policía entornó los ojos.
- Esto es propiedad privada. Alguien ha llamado para informar de que había gente
sospechosa merodeando por los alrededores. ¿Sabéis algo sobre eso?
- No hemos visto a nadie, – dijo Belinda - y eso que llevamos siglos esperando.
El policía las miró con curiosidad.
- Supongo que éste era su plan. – dijo Holly - Atraernos aquí y después llamar a la
policía.
-¡Esa rata asquerosa! – exclamó Belinda -. Nos podría haber metido en un buen lío.
- Pero no tan grave como el que se montará mañana cuando le ponga las manos
encima – dijo Holly.
Las chicas se marcharon a casa.
Mark Greenaway parecía tener claro que podía tomarle el pelo, pero Holly estaba
decidida a probar lo contrario.
10 -
TIMAR A UN TIMADOR
Cuando Mark abría la puerta para irse, casi se dio de bruces con Belinda.
- Y será mejor que tú también te andes con cuidado – dijo a ésta al salir.
-¿Por qué? – gritó Belinda a sus espaldas -¿Tienes miedo de que te dé un pisotón? –
entró en el aula y preguntó a Holly. - ¿Qué pasa?
Holly le explicó lo que había ocurrido.
Belinda se sentó sobre un pupitre con el ceño fruncido.
- Él tiene un punto a su favor – dijo Belinda - no hay nada que relacione a los
Greenaway con los robos, a no ser que se nos ocurra algo más convincente respecto a
las llaves.
- Lo sé – reconoció Holly - Quizás esté equivocada, pero me siento tan segura de
nuestra teoría…
- Creo que – empezó a decir Belinda muy despacio - o vamos a la policía y le
explicamos tu teoría de las llaves o… - miró fijamente a Holly - abandonamos el caso.
Holly soltó un suspiro.
-¿Supones que la policía nos creería después de lo de anoche? Tenemos muy pocas
pruebas, por no decir ninguna. Pensarán lo mismo que Tracy, que tenemos manía a
Mark y hemos planeado una estúpida venganza -.
- Y entonces ¿qué hacemos? – preguntó Belinda.
- No sé – respondió Holly -, no tengo ni idea.
-¿Pero qué te ocurre esta tarde? – la madre de Holly levantó la vista del libro que
estaba leyendo. - Llevas dos horas deambulando por la casa como un alma en pena.
- Nada – respondió Holly, que estaba de pie y miraba por la ventana de la sala.
La verdad es que se sentía muy deprimida. El día anterior había estado a un paso de
atrapar a los ladrones y en cambio ahora lo veía todo como una pérdida de tiempo.
Belinda tenía razón, no había nada que hacer.
Holly no estaba acostumbrada a chocar con un muro infranqueable. En el pasado, el
Club del Misterio siempre se había salido con la suya.
Sin embargo, también era cierto que en el pasado, el Club del Misterio había tenido tres
miembros: Holly, Belinda y Tracy; la llegada de Mark Greenaway a Willow Dale parecía
haber acabado con eso.
La única esperanza que albergaba Holly era que los problemas entre ellas y Tracy se
solucionaran y que las tres volvieran a estar juntas como en los viejos tiempos. No
obstante, Holly no se sentía muy optimista. Intuía que las cosas nunca serían como
antes si Mark Greenaway permanecía en escena.
- Si no tienes nada mejor que hacer, – dijo su madre - podrías echar una mano a
Jaime.
A Jaime se le había cedido la habitación de invitados para que hiciera sus gnomos de
yeso. Como el cuarto estaba vacío y sin enmoquetar, tenía el campo libre para hacer
todos los experimentos.
Holly subió la escalera y como no tenía nada mejor que hacer, fue a visitar a su
hermano.
Aunque Jaime había cogido más práctica con el yeso, no por ello dejaba de ensuciarlo
todo.
Sin embargo, gracias a la ayuda de su padre, al fin había conseguido añadir la cantidad
adecuada de agua al polvo blanco e introducir la pasta en los moldes sin derramarse
encima casi todo el contenido.
Estaba trabajando en una mesa forrada con papel y usaba un viejo cazo para mezclar el
yeso. Cuando Holly entró, lo encontró muy ocupado pintando sombreros rojos a una fila
de gnomos de aspecto más que respetable.
- Tienen buena pinta – reconoció Holly.
- No los toques, todavía no se han secado – le advirtió Jaime.
- Ya lo veo ¿has terminado o quieres que te ayude?
- Aún quedan dos en el molde y se acabó, – informo Jaime con un deje de orgullo en
la voz - pero puedes echarme una mano con la pintura.
-¿Qué es eso? – Holly señaló un trozo de yeso sobrante que presentaba un aspecto
muy extraño.
- Es la huella de mi mano. – respondió Jaime - Si dejas que la pasta sólo cuaje a
medias, se convierte en una especie de arcilla y las huellas quedan impresas.
Holly lo miró más de cerca. Sobre aquel pedazo de yeso a medio secar se apreciaba con
toda claridad la huella de una mano.
- Ha sido idea de papá. – añadió Jaime - Me dijo que la guardase unos años y así
vería cómo iba creciéndome la mano. Genial ¿no?
- Genial – asintió Holly, no muy impresionada. - Deberías hacer lo mismo con tu
cabeza, para ver si el cerebro te crece.
- Te haré un molde de la nariz, si te apetece – replicó Jaime.
- No, gracias yo… - de pronto Holly se detuvo y se quedó mirando el abollado
pedazo de yeso. -¿Qué decías?
- Que haría un molde de tu nariz.
- No, antes de eso. Has dicho que cuando empieza a cuajar se convierte en una
especie de arcilla – dijo Holly.
- Pues sí ¿y qué?
-¡Jaime! ¡Eres un genio! - Holly se inclinó sobre la mesa, agarró la cabeza de su
hermano y le plantó un sonoro beso en la frente.
-¡Déjame en paz! ¿Es que te has vuelto majara o qué? – le gritó Jaime mientras
intentaba librarse del abrazo de Holly.
- No me he vuelto loca, Jaime ¡pero ya lo tengo! ¡Ya sé cómo lo hacen! – exclamó
Holly llena de excitación. -¡Arcilla!
-¿Quién hace qué? Oye, ten cuidado con mis gnomos. ¿De qué hablas?
- No importa. Tengo que llamar a Belinda.
Jaime observó a su hermana mientras ésta salía a toda prisa de la habitación.
-¡Gracias por tu ayuda! ¡No sé cómo me las hubiera arreglado sin ti! – chilló Jaime a
sus espaldas.
Pero Holly estaba tan emocionada con su descubrimiento que ni siquiera oyó lo que le
decía.
Sonrió a Tracy y añadió. - Sólo nosotras, los ladrones y media docena de buenos policías,
claro.
- Vale, lo haré – dijo Tracy - pero quiero estar ahí el viernes por la noche. Quiero
estar ahí cuando pase -. Entonces dirigió a sus amigas una mirada dudosa. - Si es que
pasa algo.
- Pasará. – dijo Holly - Estoy convencida de ello.
11 -
LA TRAMPA
Era viernes por la tarde y sólo faltaba un día para el festival de Willow Dale. La
expectación y el nerviosismo serpenteaban, por el instituto, como una corriente
eléctrica. Era una de esas tardes en que los profesores no conseguían que nadie les
prestase atención en clase.
Holly se había pasado todo el día vigilando a Tracy, pero cada vez que habían
intercambiado miradas, ésta le había indicado con un movimiento de cabeza que
todavía no había tenido oportunidad de tender la trampa.
En teoría era muy fácil. Tracy sólo debía mencionar por casualidad, cuando Mark
estuviera escuchando, que Belinda y su madre pasarían la noche fuera de la ciudad, y
que no habría nadie en la casa.
Sin embargo, pasar de la teoría a la práctica era mucho más difícil de lo que Tracy había
previsto. La gracia radicaba en que su comentario pareciese casual. Si Mark sospechaba
que se trataba de una encerrona, todo el plan se vendría abajo.
Al terminar las clases, Holly y Belinda se encontraron en las taquillas.
Se estaba quejando de que mañana tendría que madrugar por culpa del festival y yo le
he comentado que para Belinda sería incluso peor, porque siempre le cuesta levantarse
y encima mañana por la mañana tendría que hacer todo el camino desde Thurston
porque ella y su madre pasarían la noche allí. Tracy les dirigió una sonrisa de
satisfacción. - Genial ¿verdad?
-¿Qué quieres decir con que siempre me cuesta levantarme? –preguntó Belinda.
Tracy le quitó importancia al comentario con un gesto de la mano.
- Oh, eso es lo de menos. Lo que cuenta es que lo hemos conseguido. Mark me ha
oído, estoy segura.
-¿De qué habláis? – preguntó Jaime.
- De nada, sólo es una charla entre mujeres – contestó Holly y después se volvió
hacia Tracy: - nos vemos en casa de Belinda a las siete y media ¿vale?
- Allí estaré – dijo Tracy.
- Esta mañana he oído que decías, a mamá, que pasarías la noche en casa de
Belinda – dijo Jaime.
- Ya lo sé – respondió Holly.
- Pero Tracy acaba de decir que Belinda se iba a no sé dónde.
- Oye ¿te importaría meterte en tus asuntos, Jaime? – le reprendió Holly.
- No abriré la boca ni para respirar – respondió Jaime -. ¿Nos vamos ya? Tengo que
estar de vuelta dentro de una hora para el entrenamiento de fútbol.
Se despidieron de Tracy, y Holly, Belinda y Jaime cogieron un autobús que los llevaría al
centro.
-¿Cuánto dinero te sobra? – preguntó Jaime a su hermana.
- No me sobra nada, pero algo te podré dejar.
-¿Cuánto? Me gustaría comprar una bolsa entera de artículos de broma.
- Ya lo veremos cuando lleguemos allí.
Por fin Jaime dejó de hacerla pelota a su hermana, porque la tienda estaba cerrada.
El niño observó el oscuro interior desde la puerta. En el estante giratorio, tan tentadores
como fuera de su alcance, se encontraban los artículos de broma.
- Tendría que estar abierto – se lamentó Jaime -. Aquí pone que el horario es de
nueve a seis.
- Pues no lo está, mala suerte – dijo Holly.
Jaime se embutió las manos en los bolsillos.
-¡Maldita suerte! En ese caso volveré al cole.
-¿Mamá sabe que esta tarde juegas al fútbol?
Jaime asintió de mala gana y tras sacarle a Holly el dinero para el autobús de vuelta, se
dirigió rápidamente a la parada. Las dos chicas se quedaron delante de la tienda.
- Supongo que dentro no habrá nadie – dijo Belinda asomándose a la ventana.
- Eso parece – respondió Holly.
- Podríamos curiosear en la parte trasera… nunca se sabe, quizás encontremos
algo.
-¿Cómo qué? – preguntó Holly -. ¿Grandes sacos con la palabra, “botín”, escrita en
ellos?
- Te estás volviendo muy sarcástica, no sé de quién lo habrás sacado – dijo Belinda.
- Casi todo de ti, Belinda. Vamos, echemos un vistazo rápido.
Se dirigieron a la esquina de la tienda y entraron en el estrecho callejón lateral. Éste se
hallaba flanqueado por altos muros, ennegrecidos y en mal estado, que aparecían
salpicados de ventanas cegadas por años de porquería acumulada.
Una valla de madera de unos dos metros de altura rodeaba el pequeño patio trasero.
Tras una pequeña pendiente, se salía a otro callejón que discurría perpendicular a la
fachada posterior de los edificios. La valla terminaba en una puerta de gran altura. Holly
intentó abrir el oxidado tirador, pero éste ni se movió y ella se quedó observando el
polvillo rojizo que le impregnaba la mano.
Belinda miró a ambos lados del callejón desierto.
- Ojalá Tracy estuviera aquí. Se subiría al muro en menos que canta un gallo
Holly señaló un viejo cubo de basura devorado por el óxido que estaba abandonado
junto a la valla.
- Si sostienes el cubo para que no se mueva, me subiré a la tapa y echaré una
ojeada al otro lado.
El cubo no paró de crujir y chirriar mientras Holly se encaramaba.
Cuando se asomó al otro lado, descubrió un patio que estaba lleno de hierbajos y
basura; allí había cacharros rotos tirados entre trozos de plástico y pilas de periódicos
mojados. La puerta trasera de la tienda estaba cerrada, pero al lado había una ventana
que dejaba ver el interior de aquella habitación en penumbra. Holly permaneció alerta,
dispuesta a agacharse al menor indicio de que hubiera alguien en la tienda, pero el lugar
parecía desierto.
-¿Algo interesante? – preguntó Belinda.
- La verdad es que no – respondió Holly. Le pareció que los cacharros apilados
contra la valla aguantarían su peso y dijo a Belinda: - voy a saltar. Como no hay cortinas
en la ventana trasera, quizá se vea algo del interior. Tu quédate vigilando.
Subió a la valla y se dejó caer sobre los cacharros, que aunque se movieron y
tambalearon permanecieron firmes.
-¡Ten cuidado! – gritó Belinda cuando su amiga desapareció por el otro lado.
- Estoy bien – respondió Holly.
Belinda volvió al principio del callejón y se mantuvo oculta en las sombras, aunque
desde una posición que le permitía observar las idas y venidas en la calle principal.
Mientras, Holly se abrió paso entre los obstáculos que cubrían el patio y se asomó con
cautela por una esquina de la ventana. Se veía una habitación oscura cuya única
iluminación era una bombilla desnuda que colgaba del techo.
No era un espacio habitable, sino un almacén que estaba lleno de cajas. Había una mesa
apoyada contra la ventana, con varias cosas encima.
Holly frunció el ceño y frotó el cristal para al menos dejar un círculo libre de porquería.
Entonces logró identificar los objetos que se encontraban sobre la mesa; un torno y
varias limas, parecidas a las que su padre usaba para modelar metal, sólo que mucho
más pequeñas y finas.
A Holly se le pusieron los ojos como platos cuando vio que también había una caja
metálica sobre la mesa. Contenía un buen número de llaves.
Un torno, limas y una caja llena de llaves. El torno para sujetar las llaves y las limas para
darles forma.
El corazón le dio un vuelco. ¡Allí estaba! ¡Allí era donde hacían las copias de las llaves
que luego utilizaban para entrar en las casas!
Belinda, muy nerviosa, se mordía las uñas y no dejaba de mirar a ambos lados del
callejón. Sólo deseaba que Holly se diera prisa y apareciera de una vez por el otro lado
de la valla. Al mirar de nuevo hacia la calle principal, casi se muere del susto. Joe Sharpe
estaba cruzando la calle y se dirigía a la tienda.
Belinda se ocultó entre las sombras y deseó con todas sus fuerzas que aquel hombre no
dirigiese la vista hacia el callejón, que no la descubriera.
Tuvo suerte. Joe Sharpe estaba muy concentrado en la lectura de un periódico que
llevaba cuidadosamente doblado y se dirigía a la tienda con paso decidido. Cuando llegó
a la acera, Belinda vio que se tanteaba el bolsillo y sacaba un manojo de llaves. Iba a
abrir la tienda.
Cuando lo perdió de vista, Belinda corrió hacia el fondo del callejón. Tenía que avisar a
Holly.
El cubo de basura crujió de nuevo cuando Belinda se encaramó a él. Lo pasó fatal
porque la tapa se hundió bajo su peso, pero consiguió agarrarse a la valla y la tapa,
aunque algo ahuecada, siguió sosteniéndola. Por fin, divisó a Holly al fondo del caótico
patio.
No se atrevía a gritar por miedo a llamar la atención de quien no quería, así que agitó
los brazos y golpeó la valla con la mano.
Holly miró a su alrededor. Vio la cara angustiada de Belinda y sus frenéticos
movimientos de brazos.
-¡Rápido! – susurró Belinda.
Holly no se lo pensó dos veces. Cruzó el patio a toda prisa, saltando sobre las cajas
vacías y esquivando las montañas de escombros, pero resbaló con un pedazo de plástico
y cayó al suelo.
Belinda se mordió el labio. Entonces vio que la luz de la trastienda se encendía e indicó a
su amiga que se apresurase.
Holly se levantó como pudo y corrió hacia la valla sin atreverse a mirar atrás. Saltó
sobre la pila de cacharros, que crujió y empezó a desmoronarse.
Belinda vio a Joe Sharpe en la trastienda. Su primera reacción fue esconderse para que
éste no la viera, pero no podía dejar a Holly colgada.
Joe Sharpe se quedó lívido cuando miró por la ventana. Belinda observó cómo aquella
cara pasaba de la sorpresa al enfado; luego se inclinó sobre la valla y cogió a Holly de
los brazos para ayudarla a saltar.
La cara desapareció de la ventana.
Belinda tiraba con todas sus fuerzas. Al fin Holly logró apoyar un pie en la valla y se
impulsó de forma tan brusca que casi hizo perder el equilibrio a Belinda.
El cubo de la basura cedió a causa del peso que soportaba y las dos chicas cayeron de
bruces en el polvoriento callejón.
Oyeron un grito y el estruendo que produjo una puerta al abrirse de golpe. No esperaron
a ver lo que sucedería después, ajenas a sus rozaduras y cardenales, las chicas salieron
atropelladamente sin atreverse a mirar atrás o detenerse hasta haberse alejado varias
calles. Por fin encontraron un refugio tranquilo en el patio de la iglesia, y se abalanzaron
jadeantes sobre un banco para recuperar el aliento.
-¿Crees que nos ha reconocido? – preguntó Belinda casi sin respiración.
- Espero que no – respondió Holly.
Belinda y Holly llegaron a la casa de los Hayes a última hora de la tarde. Encontraron
una nota de la señora Hayes en la que especificaba dónde estaba la comida - ¡como si
Belinda no lo supiera! – y recomendaba a su hija que hiciera varias cosas tan evidentes
que a ésta nunca se le habrían olvidado. Para terminar, en mayúsculas y subrayado, le
recordaba que cerrase bien toda la casa.
Las dos chicas charlaron muy excitadas sobre el descubrimiento de Holly y cuando Tracy
llegó volvieron a comentarlo.
- Es la prueba definitiva – dijo Holly -. Imagino que ahora ya estás convencida de
que los Greenaway están relacionados con los robos ¿no?
- Supongo que sí, Holly – reconoció Tracy -, pero eso no prueba que Mark tenga
nada que ver.
Tracy se puso sarcástica cuando le contaron la ajetreada escapada de Holly.
- Yo me hubiera encaramado al muro con la agilidad de una liebre – dijo tras oír la
accidentada y terrorífica huida de las chicas -. Vosotras servís para la teoría, pero
cuando llega el momento de la acción sois tan ágiles como el ratón Mickey y el Pato
Donald -. Rebuscó en el bolso y sacó una cámara. - Pensé que esto nos sería de
utilidad. Así, incluso si los sorprendemos y huyen podremos enseñar la foto a la policía.
Las tres chicas decidieron montar su base de operaciones en el descansillo de la primera
planta. Desde allí se oía cualquier ruido que viniera de la puerta principal, y Belinda
estaba a un paso del supletorio de su habitación.
Permanecieron sentadas un par de horas mientras caía la noche, sin encender ninguna
luz; la casa tenía que dar la impresión de que estaba desierta.
12 -
- Sé que siempre andáis metidas en líos y lo tolero; pero lo que no puedo ni debo
consentir es que vuestras fantasías lleven el caos a mi hogar. Cuando una mujer no
puede ni abrir la puerta de su propia casa sin que la cieguen y le den un susto de
muerte, es que las cosas ya han llegado demasiado lejos. ¿Y qué me decís del desorden
que hay en el descansillo?
- Pensábamos limpiarlo – dijo Belinda -, pero se suponía que tú no vendrías a dormir
a casa.
- Tu tía Susie está decorando la habitación de invitados, por eso no me he quedado
allí – respondió la señora Hayes -. Y al volver a casa me encuentro con esto -.
Hizo un gesto de desaprobación. - Aunque menos mal que he vuelto, porque si esto es lo
que haces cada vez que me doy la vuelta.
- Supongo que la hemos pifiado ¿no? - dijo Tracy.
La señora Hayes se la quedó mirando durante unos instantes.
- Creo que deberíais ir a la cama – dijo con voz calmada -. No creo que yo logre
dormir; no después de esto. – les dirigió una mirada cansada -. Me quedaré un rato
leyendo, por si vuestros ladrones aparecen.
Holly y Tracy, completamente desveladas, se acostaron en la habitación de invitados.
- Lo de esta noche quedará genial en el cuaderno del club: “la trampa para ladrones
acaba en fracaso total – dijo Tracy con tristeza.
Incapaz de conciliar el sueño, Holly dio otra vuelta en la cama. Eran más de las dos de
la madrugada y al igual que su amiga, tampoco podía dormir.
- Estaba convencida de que funcionaría, pero hemos quedado como unas estúpidas
¿por qué no han venido?
- Porque Mark no está involucrado; te lo vengo repitiendo todo el tiempo –
respondió Tracy.
Tracy tenía bastante buen aspecto cuando se levantó, aunque no se sentía con energías
suficientes para dar su habitual paseo matinal. Sin embargo, todavía fue una tarea
mucho más pesada hacer que Belinda abriera al menos un ojo.
- Marchaos, dejadme en paz – farfulló mientras se cubría la cabeza con el edredón.
- Es el día del festival – le recordó Holly mientras la zarandeaba sin piedad.
- Me importa un bledo, déjame dormir tranquila – gruñó Belinda.
- Será mejor que vaya a casa, tengo que recoger varias cosas – dijo Tracy -. Nos
vemos en el instituto.
- Vale, mientras levantaré a Belinda – respondió Holly, mirando el bulto
malhumorado que yacía sobre la cama -, aunque todavía no sé cómo.
Tras grandes esfuerzos, Belinda consiguió abandonar la cama y arrastrarse hacia la
planta baja.
La señora Hayes no apareció durante el desayuno. Holly supuso que seguía durmiendo
para compensar la dura noche anterior.
Cuando las dos chicas se disponían a salir, la señora Hayes apareció en la escalera.
- Llegaré un poco tarde al festival. Espero que os divirtáis – dijo a las chicas,
aunque su mirada sugería que seguía muy molesta con ellas.
Holly y Belinda se dirigieron al instituto. Era un día perfecto para el festival. El sol,
sobre un cielo azul y despejado, ya se imponía sobre el frío de las primeras horas de la
mañana. El aparcamiento del instituto estaba lleno y la gente iba de un lado a otro
dando los últimos retoques a los disfraces. La carroza, esplendorosa y alegre, esperaba
a las puertas del instituto, y la luz del sol se reflejaba en los instrumentos de los músicos
mientras éstos ensayaban por última vez antes de iniciar la marcha.
- Justo a tiempo – dijo una nerviosísima señorita Baker al ver a las chicas -. ¿Dónde
está Tracy?
- Ya tendría que haber llegado – respondió Holly.
- Se está retrasando – dijo la señorita Baker -. Lo sabía. Sabía que iba a ocurrir
algún desastre.
- Ya aparecerá, no se preocupe – dijo Belinda.
La señorita Baker les lanzó una mirada fulminante para indicar que llevaba horas
preocupada.
Encontraron a Jaime ayudando a cargar en el coche del señor Barnard las cajas que
contenían los objetos que se venderían en el tenderete de beneficencia.
-¿Queréis ver un juego de cartas? – preguntó Jaime -. Mark Greenaway me lo enseñó
ayer por la tarde, no es mal tío cuando lo conoces un poco -. Se sacó una baraja de
bolsillo y la desplegó como un abanico entre las narices de Holly. - Elige una cualquiera,
la que más te guste. Yo no miraré.
-¿De qué hablas, Jaime? – dijo Holly -. ¿Cuándo viste a Mark?
- Estaba por aquí cuando volví ayer para jugar al fútbol – dijo Jaime. - Pensaba que
lo habíais visto.
-¿A qué te refieres? ¿Cuándo tendríamos que haberlo visto? –preguntó Holly.
- Quería saber dónde estabais, así que le dije que pasaríais la noche en casa de
Belinda – dijo Jaime en tono despreocupado. - Pensé que iría a veros, pero supongo
que cambió de opinión. ¿Queréis ver el juego de cartas o no?
-¿Jaime? ¿Estás ayudando o te dedicas a charlar? – preguntó la voz del señor
Barnard.
Jaime se metió las cartas en el bolsillo y corrió hacia las cajas sin percatarse de la cara
de estupefacción que mostraban las chicas.
- Claro que no aparecieron – dijo Belinda. - Siempre supieron que les estábamos
esperando, todo gracias a tu estúpido hermano.
- Jaime no tiene la culpa, él no sabía nada – Holly clavó la vista en Belinda. - Pero si
Mark sospecha que le tendimos una trampa, se habrá dado cuenta de que Tracy estaba
metida en el asunto.
- Será mejor que le avisemos – dijo Belinda. -¿Dónde se habrá metido?
Tracy seguía sin aparecer, y la hora en que la carroza debía partir se aproximaba.
Entraron de nuevo en el instituto. Belinda se puso el disfraz de bufón y Holly recogió la
cámara de vídeo. Cuando volvieron a salir se encontraron con la señorita Baker, que
estaba cada vez más histérica.
-¿Tenéis idea de dónde puede estar Tracy? – preguntó de nuevo.
- La última vez que la vimos iba a su casa – respondió Holly.
- Vale, subid al coche – dijo la señorita Baker. - Iremos a recogerla -. Consultó su
reloj y añadió. - Ya tendríamos que estar listos; esto será un desastre, estoy segurísima.
Sólo tardaron cinco minutos en llegar a casa de Tracy. Holly y Belinda salieron del coche,
corrieron por el sendero del jardín y llamaron a la puerta. La madre de Tracy abrió.
- Hemos venido a buscar a Tracy, va a llegar tarde – dijo Holly entre jadeos.
La madre de Tracy las miró perpleja.
- Ya se ha ido, la pasaron a recoger hace diez minutos.
-¿A recoger? – preguntó Holly, sorprendida.
- Sí, Mark Greenaway. Ha venido en coche con su padre. ¿Todavía no ha llegado?
- No, al menos cuando salimos del instituto – dijo Belinda.
- Hoy hay mucho tráfico, supongo que se habrán metido en algún atasco – dijo la
señora Foster.
Las dos chicas regresaron al coche de la señorita Baker.
- Esto no me gusta – dijo Holly antes de entrar. - Si Tracy no está en el instituto a la
vuelta, habrá que llamar a la policía.
La muchedumbre hizo que las chicas tardaran en llegar al punto de partida del desfile.
Multitud de puestos de perritos calientes y furgonetas de helados parecían haber surgido
de la nada; había banderines en todas las ventanas y niños con globos que corrían de un
lado a otro.
- Me apetece un helado – dijo Belinda.
- No tenemos tiempo – replicó Holly. -¡Mira! ¡El desfile ya ha empezado!
En efecto, las primeras carrozas empezaban a avanzar lentamente por la calle. La
música a todo volumen, mezclada con los saludos y aplausos del público, retumbaba
entre las paredes de los edificios. Las banderas ondeaban alegremente a merced de la
brisa, y en la primera carroza unos niños que iban disfrazados de pollitos saludaban y
tiraban serpentinas.
Actores con trajes de la época victoriana gritaban y saludaban desde la siguiente
carroza. Una bandera ondeante proclamaba que se trataba de la Asociación de Actores
Aficionados de Willow Dale.
Entonces se oyó música militar, y cuando Holly y Belinda se encaramaron a la barrera
protectora vieron una banda de instrumentos de viento que desfilaba calle arriba.
Belinda atravesó la barrera y se abrió paso hasta el final del desfile en busca de la
carroza de su instituto.
-¡Hasta luego! – gritó a Holly. -¡Tengo que irme para hacer mi papel!
Holly se colocó la cámara al hombro y enfocó la primera carroza. Una versión en
miniatura de los pollitos llenó el objetivo, pero alguien le dio un codazo y la camada de
animalitos se salió del encuadre.
Había demasiada gente empujando y dando tumbos. Holly se deslizó entre las barreras y
lo intentó de nuevo, hasta lograr lo que esperaba fuese un buen plano de los sonrientes
actores aficionados.
Se dirigió a una esquina para tener una perspectiva de todo el desfile a su paso por la
calle principal. El sonido de la banda de instrumentos de viento resultaba ensordecedor.
Un tambor mayor abría la comitiva; Holly enfocó el zoom en su bastón cuando éste
giraba entre destellos de luz. El músico lo levantó y la cámara siguió su trayectoria
ascendente y descendente.
“Éste ha sido un buen plano. Será la mejor filmación que se haya visto en el
instituto”, se dijo Holly mientras caminaba a contracorriente siguiendo el bordillo de la
acera, sin separar los ojos de la cámara y dejando que el objetivo se deslizara con
suavidad de una carroza a otra.
A lo lejos, en los dos tercios finales del desfile, Holly divisó los árboles de la carroza de
su instituto. Entonces se le ocurrió una idea. Miró a su alrededor y junto a una farola
descubrió una papelera. Subió con cuidado sobre la tapa, se agarró con un brazo a la
farola para mantener el equilibrio y con el otro sujetó la cámara que le colgaba del
cuello.
Sí, desde allí arriba la carroza del instituto se veía mucho mejor. Ahí estaba Tracy con
su disfraz multicolor y su careta en forma de sol reluciente, con la banda de músicos,
también disfrazada, sentada en la parte trasera. Tracy hacía malabarismos con las tres
bolas de colores como si fuera una experta, lanzándolas muy alto y cazándolas al vuelo.
Al fin se veía el fruto de todo el tiempo que había dedicado a ensayar.
Holly hizo un zoom sobre la carroza y luego deslizó el objetivo hacia atrás para filmar las
danzas de los niños más pequeños y de los alumnos mayores disfrazados de animales y
de personajes de la Edad Media.
Holly se volvió y se encontró con los ojos pintados de una máscara, que soltó una
carcajada mientras la arrastraba en su baile. Holly intentó librarse de ella.
-¡Suéltame! ¡Suéltame, por favor! – gritó.
- No seas muermo – dijo la máscara entre carcajadas. - ¡Únete a la fiesta!
-¡Déjame ir! – Holly se libró de aquella mano y se lanzó entre la multitud empujando
con el hombro. La gente la zarandeaba y se quejaba mientras ella se abría paso con
rudeza.
El globo rojo, cada vez más lejano, ondeaba entre aquella multitud de cabezas.
Entonces Holly se colocó en el centro del gentío a tal velocidad que casi pierde el
equilibrio. A continuación se enderezó jadeando contra una pared y se puso de puntillas
para no perder de vista el globo.
Estaba rodeada de caras sonrientes, caras que no paraban de reír, caras que comían
perritos calientes y algodón de azúcar.
Sin embargo, no había ni rastro del globo de Belinda.
13 -
¡SECUESTRADAS!
Holly lanzó un suspiro de alivio. Ahí estaba el globo, saltando entre la gente que se
arremolinaba en torno a una furgoneta de helados, en la mitad de la calle lateral en que
se había metido.
Corrió esquivando a la multitud, con el corazón encogido a causa de la ansiedad. Empujó
a la gente para abrirse paso. El niñito que sostenía el globo rojo la miró con cara de
sorpresa.
Aquél no era el globo de Belinda.
Como Holly casi se le había echado encima, el niño aflojó la presión de la mano y el
globo se alejó flotando. El chaval soltó un gemido.
- Lo siento – jadeó Holly -, lo siento mucho, yo creía que…
Salió a empujones de la cola que se había formado para comprar helados y miró a su
alrededor llena de desesperación. Había globos por doquier; rojos, amarillos, azules,
verdes, con caras sonrientes, plateados en forma de corazón… una auténtica invasión
de globos danzaba en el cielo.
A Belinda el corazón le dio un vuelco. Kurt, que se dirigía hacia ellos en bicicleta y con la
cámara colgándole del pecho, acabó deteniéndose al otro lado del coche.
- Hola, Belinda ¿qué haces?
Belinda abrió la boca para responder, pero Joe Sharpe fue más rápido.
- Su madre ha tenido un accidente, me la llevo al hospital.
- Oh ¿es grave? – le preguntó Kurt con cara de preocupación.
Belinda sintió la hoja de la navaja en el costado.
- No, no te preocupes, Jack – dijo Belinda. -¿Te importaría decir a la señorita Adams
adónde voy?
Kurt la miró estupefacto.
-¿Decirle a quién?
Joe Sharpe abrió la puerta del copiloto y empujó a Belinda para que entrase; ésta aflojó
la mano y el palo con el globo atado en el extremo cayó sobre la acera.
- No es nada grave – dijo Joe Sharpe a Kurt mientras rodeaba el coche y abría la
puerta del conductor. - Tú sigue con tus cosas, yo me ocuparé de Belinda.
En el asiento del copiloto había un mapa; estaba abierto por una página que mostraba
una zona determinada de Wilow Dale. Belinda lo cogió. Sólo tenía un par de segundos
antes de que Joe Sharpe subiera al coche. Se metió la mano en el bolsillo, cogió el
pintalabios de la señorita Baker y pintó un círculo rojo alrededor de su calle; después
escondió el mapa a un lado.
Kurt, doblado sobre su bici, miraba a Belinda a través de la ventanilla con expresión
preocupada.
- Adiós, Jack – gritó Belinda mientras Joe Sharpe cerraba de un portazo y ponía el
motor en marcha.
Kurt echó su bici a un lado. El coche hizo marcha atrás y salió a toda velocidad.
Belinda se volvió rápidamente hacia la puerta y logró abrirla unos centímetros antes de
que Joe Sharpe cruzara el brazo por delante de ella para cerrarla de golpe.
- Inténtalo de nuevo y no vivirás para contarlo ¿entiendes? –gruñó.
Belinda se apoyó en el respaldo del asiento y le lanzó una mirada furiosa. En la fracción
de segundo que la puerta había permanecido abierta, había dejado caer el mapa en la
calzada.
Su única esperanza era que Kurt hubiera entendido que algo andaba mal, que aquello no
tenía nada que ver con la madre de Belinda y que debía hacer algo al respecto.
Holly llegó a la esquina y vio a Kurt, que se encontraba a horcajadas sobre su bici con
la cabeza vuelta en dirección al coche que se alejaba. Corrió hacia él y le espetó:
-¿Por qué no los has detenido? ¿Adónde se la lleva?
Kurt estaba desconcertado.
- Ese tipo me acaba de decir que la madre de Belinda ha tenido un accidente, pero
Belinda me ha llamado Jack ¿es alguna broma que os traéis entre vosotras?
-¡Una broma! – exclamó Holly - No es ninguna broma, Kurt, creo que han
secuestrado a Belinda. ¿Tienes idea de adónde la lleva?
- Se cayó algo del coche, espera un momento – le dijo Kurt.
Kurt pedaleó calle arriba y se inclinó para recoger el mapa. Holly que había corrido tras
él, vio el círculo rojo dibujado con pintalabios.
- Es la calle de Belinda – dijo Holly -, deben de dirigirse hacia allí. ¡Kurt, hemos de
avisar a la policía cuanto antes! ¡Creo que también tienen a Tracy!
-¿Seguro que no es una broma? Tracy está en la carroza ¿no? – preguntó Kurt.
- No, no es ella. Creo que es la madre de Mark – respondió Holly sin aliento. -
Déjame tu bici, los seguiré. Holly tiró del manillar de la bici y Kurt perdió el equilibrio.
-¡Holly! Oye, te… ¡Ay! – exclamó Kurt antes de caer al suelo.
No había tiempo para explicaciones. Holly subió a la bici de un salto y antes de que Kurt
se levantara estaba pedaleando calle arriba.
- Llama a la policía – se volvió para gritar a Kurt. - ¡Que vayan a casa de Belinda!
¡Cuánto antes!
No tenía tiempo para planear nada ni tampoco para preguntarse de qué serviría seguir a
aquel coche. Lo único que le importaba, mientras pedaleaba con todas sus fuerzas a lo
largo de la calle, era que su amiga Belinda estaba en peligro.
Pero ¿qué pretendían hacer con ella?
Estos pensamientos le daban vueltas en la cabeza mientras subía como una flecha la
larga y agotadora colina que conducía a casa de Belinda.
Sin embargo, a pesar de su enloquecida carrera Holly no había perdido del todo el
sentido común; sabía que no podía entrar allí como si fuera el quinto de caballería.
Cuando le faltaban una docena de metros para llegar a la casa, subió con la bici a la
acera y se detuvo casi sin aliento.
Se inclinó sobre el manillar y aspiró aire como un pez fuera del agua. Sus piernas
parecían de gelatina. Apoyó la bici contra un seto y se encaminó despacio hacia el
portalón donde empezaba el amplio sendero de gravilla que llevaba a casa de Belinda.
Se agachó para que nadie la viera. Había un coche en el sendero y alguien estaba
sentado en el asiento del conductor.
Tras aspirar varias bocanadas de aire con el fin de tranquilizarse, se asomó con cautela
por detrás del portalón de ladrillo.
Mark estaba en el coche.
Holly echó un vistazo a su alrededor. No había ni un alma en aquella calle larga y
empinada. Todo el mundo se encontraba en el festival y no había modo de acceder a la
puerta principal, porque Mark montaba guardia desde el coche.
Holly retrocedió, corrió hacia la siguiente casa y llamó al timbre. El eco del ding-dong
retumbó en medio de aquel silencio. Tras esperar un momento que le pareció eterno, la
chica tuvo que admitir que en la casa no había nadie.
Entonces se dirigió hacia el lateral de la casa y descubrió una verja que no estaba
cerrada con llave. La abrió y avanzó a lo largo de la valla de madera que separaba
ambos jardines. Tras apoyarse la cámara contra el estómago, se subió a la valla de un
salto y se encaramó hasta arriba.
Aterrizó con suavidad en el jardín de los Hayes y se deslizó hacia la parte trasera de la
casa. Allí las puertas estaban cerradas con llave, pero Holly ya se lo esperaba. Tenía otra
idea.
Subió los amplios escalones que llevaban a las puertas vidrieras y se asomó a la gran
sala vacía donde había presenciado la actuación del gran misterioso.
Habían clavado una pieza de madera contrachapada sobre el panel de cristal que los
ladrones habían destrozado.
Holly arrastró una enorme maceta hasta la puerta vidriera y se subió al borde para
intentar arrancar la madera con las uñas.
Fue inútil, necesitaba algo que hiciera palanca. Miró a su alrededor y, no lejos de donde
estaba, descubrió unos viejos aperos de jardinería. Cogió una pequeña pala oxidada y la
introdujo entre la placa de contrachapado y el marco de la ventana.
Se oyó el crujido de los clavos al doblarse. Holly empujó con todas sus fuerzas hasta que
de pronto el contrachapado cedió; después tanteó a través del hueco y descorrió el
cerrojo. Tras deslizarse al interior de la casa, cruzó de puntillas la habitación para
dirigirse a la puerta.
Entonces oyó unas voces que provenían de una habitación cercana. Cruzó con sigilo el
vestíbulo y se detuvo frente a una puerta que estaba entreabierta.
Joe Sharpe, de espaldas a ella, se encontraba sentado a horcajadas sobre una silla, con
los brazos cruzados sobre el respaldo; sostenía una navaja en la mano. Frente a él,
atadas de pies y manos en un sofá, estaban Tracy y Belinda.
- … yo no me preocuparía demasiado – oyó que decía Joe Sharpe. - Pronto
atraparemos a vuestra amiga y entonces os tendremos a las tres.
Holly advirtió un brillo especial en los ojos de Tracy cuando su amiga la vio detrás de la
puerta.
- No atraparéis a Holly – dijo Tracy, mirando a Joe Sharpe sin pestañear. -
Seguramente ahora estará hablando con la policía.
Belinda también se había fijado en Holly, pero apartó la vista de inmediato para no
alertar a Joe sobre su presencia.
- Es verdad – añadió Belinda. - Tan pronto como vea que he desaparecido, sabrá lo
que estáis tramando. Os hemos seguido la pista durante días.
- Yo lo dejaría ahora mismo – añadió Tracy. - Y lo digo tanto por ti como por el tipo
de arriba.
Holly miró hacia la escalera. Tracy había dicho esa frase para advertirle de que Joe
Sharpe no estaba solo en la casa.
- Ya lo veremos – dijo Joe Sharpe con voz impasible -, porque voy a enviar a Mark
para que la atrape -. Alzó la pierna por encima de la silla y se puso de pie.
-¿Qué piensas hacer con nosotras? – preguntó Belinda.
- Preferirías no saberlo, pero te diré una cosa; para cuando recuperéis el habla y
deis el soplo a la policía, nosotros estaremos muy lejos de aquí; y eso si algún día la
recuperáis, claro.
- No te saldrás con la tuya – dijo Tracy.
Joe Sharpe soltó una carcajada. Aquel sonido fue mucho más aterrador que cualquier
amenaza.
Holly retrocedió pegada a la pared. Cuando oyó que los pasos se aproximaban, se
deslizó sin hacer ruido escalera arriba. Antes de que Joe Sharpe saliera al vestíbulo,
Holly estaba en lo alto de la escalera, fuera del alcance de la vista del hombre.
Entonces oyó con claridad que había alguien en el dormitorio de la señora Hayes. Holly
se deslizó por el pasillo y al llegar ante la puerta de la habitación se asomó. El señor
Greenaway se encontraba de pie ante una cajonera, vaciando su contenido. El suelo
estaba en un estado lamentable, lleno de ropas y objetos que había desperdigado en su
búsqueda.
Era imposible enfrentarse sola a aquel hombre, pero quizá podría encerrarlo antes de
que él se diera cuenta de lo que sucedía. Sin apenas atreverse a respirar, pues el más
mínimo ruido significaría meterse en un buen lío, Holly deslizó la mano por detrás de la
puerta.
Oyó que el señor Greenaway soltaba un gruñido mientras arrojaba un cajón al suelo y se
lanzaba sobre otro.
El frío y afilado borde de una llave le tocó los dedos. Estaba bien metida en la cerradura
y era difícil sacarla.
La cámara de vídeo, que Holly llevaba colgada de la correa, se desplazó hacia un lado y
dio un fuerte golpe en la puerta.
La llave saltó de la cerradura al mismo tiempo que el señor Greenaway volvía la cabeza
y sus miradas se encontraban.
Holly dio un portazo y lo encerró con llave. Al otro lado se oyó el bramido de sorpresa y
furia que soltó el hombre al cruzar la habitación y estamparse contra la puerta de
madera maciza.
“¡Uno menos!”, pensó Holly, triunfal.
Entonces se dirigió a la escalera a toda prisa. La puerta de la entrada estaba abierta y
no había ni rastro de Joe Sharpe.
Holly no se había movido tan rápido en toda su vida. Bajó la escalera, se metió en la
habitación donde se encontraban Tracy y Belinda y cerró la puerta tras ella,
-¿Hay una llave? – jadeó - ¡Rápido!
-¡No, utiliza la silla! – resopló Belinda.
Holly se abalanzó sobre la silla que Belinda le había indicado y la arrastró hacia la
puerta. Tras situar el respaldo bajo el tirador, la fijó con un buen golpe.
Belinda extendió los brazos y Holly se lanzó sobre las cuerdas para desatarla. Al aflojar
las ataduras se oyó un grito, no de Joe Sharpe sino del señor Greenaway, que
permanecía encerrado en el piso de arriba.
-¡Joe! - ¡Estoy aquí encerrado, vuelve!
Las manos de Belinda volaron hacia las cuerdas que le aprisionaban los tobillos mientras
Holly desataba las muñecas de Tracy.
Entonces las chicas oyeron un potente golpe en la puerta y la patas de la silla resbalaron
por efecto de la presión. Durante un angustioso momento pensaron que la puerta se
vendría abajo, pero la patas traseras quedaron firmemente enterradas bajo la alfombra
mientras alguien sacudía el tirador y golpeaba la puerta con el hombro una y otra vez
Tracy soltó un suspiro de alivio.
-¡No pueden entrar!
- ¡Sí que pueden! – chilló Belinda con la cara lívida. Holly y Tracy se volvieron en la
dirección que Belinda señalaba con el dedo. En la habitación había una segunda puerta
entreabierta que llevaba al comedor. -¡Pueden entrar desde la otra habitación!
Al echar a correr hacia allí, vieron una sombra amenazadora recortada en el umbral. Era
Joe Sharpe, con la cara congestionada por la ira y la terrible navaja colgando de la mano.
Estaban atrapadas.
14 -
LA LLAVE
-¡Al ataque!
El salvaje grito sorprendió a Holly tanto como al mismísimo Joe Sharpe.
Era Tracy, que tras mirar un instante los fríos ojos de aquel hombre había saltado hacia
delante y literalmente le había dado con la puerta en las narices.
Tras soltar una carcajada, Belinda agarró una silla y bloqueó con ella el tirador.
-¿Hay un teléfono? – gritó Tracy. - Tenemos que llamar para pedir ayuda.
- Está en el vestíbulo – dijo Belinda.
-¡Maldita sea! – Tracy recorrió la habitación con la mirada. -¿Qué vamos a
hacer, chicas? No podemos mantenerlos fuera para siempre.
-¡La ventana! – exclamó Belinda. Le dio una patada a la silla para asegurarla bajo el
tirador y corrió hacia la ventana que daba a un lado de la casa.
Entonces oyeron un golpe atronador en la puerta.
-¿Qué haces, Belinda? ¡Date prisa, por favor! – gritó Holly. Belinda estaba junto a
la ventana forcejeando con el pestillo.
- No se abre, es uno de esos pestillos que van con llave.
- Pues coge la llave – urgió Tracy
-¡No sé dónde está! – chilló Belinda.
Un ruido estremecedor les hizo volver la cabeza. La silla estaba cediendo lentamente
ante la presión exterior y las patas iban arrugando la alfombra al perder terreno. Una
mano apareció en el umbral y se agarró al marco.
Holly corrió hacia allí y le dio un golpe con la cámara de vídeo. Se oyó un grito de rabia
y dolor y la mano desapareció.
-¡La policía está en camino! – gritó Holly - ¡Llegará de un momento a otro!
No obstante, los golpes no cesaban y la puerta se iba abriendo cada vez más. En
cuestión de segundos la abertura tendría la anchura suficiente para permitir que Joe
Sharpe se introdujera en la habitación… ¿y qué ocurriría entonces? Holly se asustó sólo
de pensarlo.
Tracy y Belinda acudieron en su ayuda y las tres unieron fuerzas para volver a cerrar la
puerta.
Sin embargo, Belinda pareció cambiar de opinión y tiró de la silla, la apartó de la puerta
y giró el tirador para abrir.
-¡No lo hagas, Belinda! – sin entender lo que su amiga pretendía, Holly se abalanzó
sobre la silla para bloquear la puerta de nuevo.
En ese preciso instante la puerta se abrió de golpe por el violento impulso de Joe Sharpe,
que irrumpió en la habitación tambaleándose pues aquello le había pillado por sorpresa.
Belinda dio la vuelta la silla, la metió entre las piernas del hombre y lo derribó sobre la
alfombra.
-¡Ya te tengo! – gritó con aire triunfal. Saltó por encima del hombre que yacía en el
suelo con las piernas y brazos extendidos y salió de allí, con Holly y Tracy pisándole los
talones. Las chicas corrieron a trompicones por el resbaladizo suelo de madera del
comedor y salieron al vestíbulo.
Sin embargo, su vía de escape por la puerta principal estaba bloqueada: Mark se
encontraba en el umbral. Cuando se dio cuenta de lo que ocurría, soltó un grito y cerró
la puerta.
Entonces oyeron un golpe en la otra habitación y al volverse vieron a Joe Sharpe, que
salía tambaleándose al vestíbulo, con la boca torcida en una mueca de maldad y una
aterradora expresión en la mirada.
-¡Vamos arriba! – gritó Belinda.
Las chicas corrieron sin pensárselo dos veces.
Holly sintió que los dedos de Joe Sharpe le rozaban la espalda. Le asestó un golpe a
ciegas con la cámara de vídeo y supo que había dado en el blanco. No se atrevió a
volverse hasta que se encontró en lo alto de la escalera: Joe Sharpe se agarraba a la
barandilla con una mano y con la otra se cubría el rostro.
-¡Cógelas! – oyó que gritaba a Mark.
Las tres chicas se metieron en la habitación de Belinda. En el pasillo oyeron al señor
Greenaway, que seguía chillando y golpeando la puerta del otro dormitorio.
Belinda cerró con llave. Las tres permanecieron quietas y jadeantes entre el caos de la
habitación de Belinda.
-¡Los muy asquerosos! – exclamó Belinda mirando a su alrededor. -¡Han estado
aquí, los muy cerdos!
-¿Cómo lo sabes? – dijo Tracy - A mí me parece que está como siempre.
Llegaron a la calle casi sin aliento. Mientras dudaban sobre qué dirección tomar, oyeron
un sonido que les pareció muy dulce.
Eran las sirenas de los coches de policía.
-¡El bueno de Kurt! – dijo Tracy.
Tres coches de policía subían la colina a toda velocidad. Holly y Tracy les indicaron que
se detuviesen, y poco después estaban rodeadas de agentes.
-¡Allí! – gritó Holly - ¡Tienen a nuestra amiga!
Los policías corrieron hacia la casa levantando polvaredas de gravilla con sus pesadas
botas.
-¡A por ellos! – exclamó Tracy con sus ojos resplandecientes.
Sonaron fuertes pisadas en la entrada. Holly y Tracy corrieron tras la policía y a través
de la puerta abierta contemplaron el forcejeo que se producía en la escalera.
La pelea no duró mucho. Arrastraron a Joe Sharpe y al señor Greenaway al vestíbulo, les
doblaron los brazos tras la espalda y los esposaron.
-¡Falta uno! – gritó Holly - Mark debía de haberse escondido al oír las sirenas de la
policía. ¿Pero dónde?
Belinda apareció en lo alto de la escalera
-¡Está en la parte trasera! ¡Rápido o escapará!
Tracy oyó un sonido a sus espaldas. Se volvió hacia la puerta y soltó un grito. Mark había
dado un rodeo a la casa y se dirigía al coche.
Abrió la puerta del vehículo y saltó al interior mientras buscaba con la mano la llave de
contacto. Se quedó totalmente perplejo cuando sus dedos sólo encontraron aire en el
lugar donde debía estar la llave.
Al mirar a su alrededor vio media docena de policías que se precipitaban sobre él. Se
apoyó en el respaldo del asiento y esperó a que lo rodeasen, con la mirada perdida.
Lo último que vio antes de que lo sacaran del coche fue a Tracy que, plantada frente a la
entrada de la casa, balanceaba las llaves del vehículo mostrándoselas con aire triunfal.
- Chicas, tenéis una visita – la madre de Tracy abrió la puerta y una mujer muy
elegante entró sonriendo en la habitación.
Las tres amigas estaban en el aula de juegos de la guardería que dirigía la madre de
Tracy. Ya habían transcurrido algunos días desde el ajetreado sábado del festival y la
captura de los Greenaway. Como las chicas habían pasado de la excitación al
aburrimiento, a la madre de Tracy se le había ocurrido una buena idea para mantenerlas
ocupadas; una fiesta para los niños de la guardería, con espectáculo de magia incluido.
Por lo que nos han dicho, se dedicaban exactamente a lo mismo. Tanto mediante
espectáculos de magia, o con sesiones de curación, se hacían con una copia de las
llaves y luego cometían los robos. Se mudaron aquí porque las cosas se les empezaron
a complicar en Londres.
FIN