Era tan justo todo. Se llevaban tan bien todas las cosas en ese
momento la lluvia en el patio mi colegio, la melancola que no s
por qu razn siempre me acompaaba, los colores y los sonidos del
poema que mi corazn empez a seguir un ritmo impensable.
Pero otro da fue, creo yo, el definitivo. Maxit nos ley El hombre
muerto, de Horacio Quiroga. No puedo explicar de qu modo se
dispusieron las palabras en el aire, slo recuerdo que tanto estragaron
mi alma, que cuando concluy la lectura, con la respiracin agitada,
me dije: esto quiero hacer; quiero provocar en otros lo que ha
sucedido hoy en m.
Del segundo profesor conservo unos pocos rasgos: piel oscura,
bigotes finos; un apellido, Meyer; la inquietante lectura que hizo en
clase de La lluvia de fuego, de Leopoldo Lugones, y el legendario
trabajo, seductoramente intil, de haber traducido el Martn Fierro al
griego clsico.
Carlos Carlevaro fue mi profesor de quinto ao. Una maana avis
de una prueba escrita que tomara a la semana siguiente sobre un
libro del programa. En el recreo me acerqu a l y le coment que
estaba leyendo Cien aos de soledad, y que realmente me costaba
mucho sustraerme de la atmsfera hipntica de Macondo. l me dijo
entonces que olvidara el libro que haba pedido e hiciera la prueba
sobre el texto de Garca Mrquez. En aquel momento, la propuesta
me pareci de gran bondad y condescendencia, hoy me emociona por
Tampoco nada es lo que era, desde que le Los mares del Sud, de
Cesare Pavese. La historia de todos los hombres parece llegar
mansamente a nuestros cuerpos como las olas de todos los mares:
Pero cuando le digo que l es de los afortunados que han visto la
aurora sobre las islas ms bellas de la tierra, sonre al recordar y
responde que el sol se alzaba cuando el da ya era viejo para ellos
Pienso que acaso no he sido un lector de muchos libros; pero he ledo
unos cuantos, intensamente. Sin embargo, a medida que transcurro en
este oficio, me pregunto cada vez con mayores dudas si existe una
diferencia real entre la lectura y la escritura. Y si el lector no est
escribiendo su propia historia al correr sobre las palabras que ha
dejado el escritor, como quien corre sobre las viejas piedras que se
asoman en la superficie de un lago. Porque posiblemente el escritor
haya armado ese camino de piedras, al pasar sobre las que dej algn
otro.