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Klaus Gallo (1994)

DE LA INVASIÓN AL RECONOCIMIENTO. GRAN BRETAÑA Y EL RÍO DE LA PLATA 1806-1826

Introducción

Análisis de las relaciones entre Gran Bretaña y el Río de la Plata entre 1806-1826. Estudio de la evolución de las relaciones políticas y
diplomáticas entre ambas naciones. El propósito es ampliar las contribuciones previas, a través de nuevas interpretaciones. Nuevas
fuentes manuscritas que tienen que ver específicamente con las relaciones entre los dos países, incluyendo varios testimonios inéditos.
Libro que pone en primer plano los aspectos políticos y diplomáticos de las relaciones entre ambos países. Obra que pretende ser,
además, un estudio analítico de los eventos a través de los principales personajes involucrados. No es su intención analizar los
aspectos económicos tan en detalle como los otros dos.
Al considerar la historia de las relaciones entre dos países es importante encontrar un equilibrio adecuado entre el tema y la situación
general de ambos países en la política mundial del período. Es más necesario tener en cuenta estas consideraciones cuando los dos
países en cuestión están inmersos en realidades políticas e históricas tan distintas como es el caso de Inglaterra y la Argentina a
comienzos del siglo XIX. No debe olvidarse que para Gran Bretaña las relaciones con el Río de la Plata eran una cuestión menor de su
política externa. Los gobiernos del Río de la Plata, durante el período, inmediato a la independencia, consideraban, en cambio, las
relaciones con Inglaterra como un componente esencial y central de sus políticas externas.

Capítulo I

Creación del virreinato del Río de la Plata

1776, creación de dos nuevos virreinatos, el de Nueva Granada y el del Río de la Plata, debido a la necesidad de la corona española de
reforzar su administración colonial y aumentar las rentas reales provenientes de las colonias americanas. Como consecuencia de estos
cambios administrativos por parte de España, Buenos Aires se volvería gradualmente uno de los centros comerciales más importantes
de la Sudamérica española. También hubo razones estratégicas para la creación del virreinato, como la necesidad de defender el Río
de la Plata contra franceses e ingleses en el Atlántico sur, y la amenaza portuguesa en el área del Río de la Plata, en especial por
Colonia de Sacramento, la cual no tardó en volverse un centro de contrabando.
El crecimiento del Río de la Plata durante las últimas décadas del imperio fue consecuencia, en parte, de las políticas reformistas de
los Borbones, y de la nueva orientación que le dieron a la economía en sus colonias americanas permitiéndoles un libre intercambio
comercial con España y con otras colonias españolas. La apertura limitada del puerto de Buenos Aires fue un factor sustancial que
confirmó la hegemonía de Buenos Aires como uno de los puertos más importantes de Sudamérica, su nuevo centro mercantil.
Diversos signos de crecimiento de la ciudad, como así también del litoral.
España en guerra con Francia e Inglaterra, dio leyes de emergencia que permitían nuevas libertades comerciales y permiso para
comerciar libremente con otras naciones. Incremento de la actividad comercial en Buenos Aires y emergencia de un grupo comercial
criollo que incluía futuros líderes revolucionarios como Belgrano, Vieytes y Moreno. Cuando el virrey Sobremonte se hizo cargo en
1804, la situación en el Río de la Plata era, en términos generales, de progreso económico y de estabilidad política y social, pese a las
guerras que estaban desarrollándose al mismo tiempo en Europa.

William Pitt y Sudamérica: La emergencia del Río de la Plata como nuevo foco de atención británica
William Pitt fue el primer ministro ingles que tomó un interés directo en las colonias hispanoamericanas. A partir de 1780 Gran
Bretaña empieza a tomar interés más serio en estas colonias españolas. Uno de los motivos aducidos para el interés más persistente de
Inglaterra en Hispanoamérica a partir de 1780 es el hecho de que tanto el acuerdo franco-español de 1768 como el franco-portugués de
1783 habían puesto a los franceses en el mismo status legal en la península que Gran Bretaña. Otro motivo, sin duda, fue la presencia
en Londres del venezolano Francisco de Miranda, que había llegado a Inglaterra en 1785 y había estado abogando por la causa de la
emancipación sudamericana desde el momento de llegar a Europa.
Diversos planes para expediciones:

• William Fullarton (1780): consistía de una expedición a Sudamérica vía la India, con el propósito de asegurar
algunas posiciones ventajosas en México, Perú y Chile, así como ofrecerles términos de independencia a estos países, y
abrir el comercio de Sudamérica a los territorios de las Indias Orientales.

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• Ideas de desquite, por el apoyo prestado por España a la independencia norteamericana.
• Henry Dundas, influyente en la administración de Pitt, demostró un interés más firme en Sudamérica. 1796,
memorandun secreto (1796) propuesta para una expedición. Importante, porque ahora la atención se concentra
específicamente en Buenos Aires y no en otros sitios (como los planes anteriores).
• 1798-99, Memorandum de Sir Ralph Abercromby, nuevo proyecto para una expedición a las colonias
españolas. Este nuevo proyecto, junto con la continua presión de Miranda y los rumores sobre una posible intervención
norteamericana en la liberación sudamericana aumentaron la presión sobre el gobierno para llegar a alguna decisión.
Debate entre las facciones de Dundas y Greenville, en el cual el gobierno eligió concentrarse en una estrategia europea.
Esto no desalentó la elaboración de nuevos planes.

1801, renuncia de Pitt. La cuestión sudamericana quedaba en suspenso. Nueva administración y surgimiento de un grupo que empezó
a elaborar planes para una expedición que tendría como objetivo la emancipación de Sudamérica, pese a las reticencias del gobierno.
Planes concretos por parte del almirante Home Popham y Miranda. Cambio de coyuntura que benefició al “lobby” sudamericano. El
regreso de Pitt al poder (1804) provocó una multiplicación de informes, planes e ideas. Aún después de que Francia logrará una
situación preponderante en Europa (1805), Pitt no se decidía a poner en marcha la estrategia hispanoamericana, pese a la presión de
Miranda y Popham, los cuales finalmente se separan. La muerte de Pitt en 1806, dejo sin resolver las líneas de una política
hispanoamericana, aunque los hechos posteriores fueron en buena medida consecuencia de estos años de planificaciones. El principal
responsable, dentro del gobierno de Pitt, de la atención que se prestó a Sudamérica fue Lord Melville. También fue él quien creó la
convicción de que el Río de la Plata debía ser el foco de los designios estratégicos ingleses en el continente.

Capítulo II

Las invasiones inglesas al Río de la Plata

Sin la determinación de Sir Home Popham, lo más probable es que las invasiones inglesas al Río de la Plata no habrían tenido lugar.
Popham llevaba seis años estudiando las posibilidades de realizar su plan de una expedición armada al área. La única persona que
pudo impedir la partida de la expedición de Popham fue el Comandante Militar en el Cabo de Buena Esperanza, Sir David Baird.
Lejos de hacerlo dio a Popham permiso de embarcarse en este proyecto como Comandante Naval, y le proporciono tropas que fueron
puestas bajo el mando del General William Carr Beresford. Baird le expresó implícitamente a Beresford, desde el comienzo mismo, la
ambigüedad y la confusión que caracterizarían a la expedición. Su idea original era primero tomar posesión de Montevideo, pero
después llegó a la conclusión de que había mayores posibilidades de aprovisionar a su ejército en Buenos Aires. Cuando Sir Home
llegó a Buenos Aires el 27 de junio de 1806, con apenas 1600 hombres, no actuó de acuerdo a lo establecido en los informes que había
elaborado años atrás con Lord Melville. Es difícil decidir que ideas guiaron a Sir Home durante toda la aventura. Una de sus primeras
acciones imprudentes fue invitar a la comunidad mercantil inglesa a sacar ventajas de una adquisición tan importante. Este paso habría
sido más apropiado unas semanas después, cuando la situación se hubiera aclarado. Pero lo más intrigante, y lo que despierta más
dudas sobre las verdaderas intenciones de Popham respecto de la emancipación, es la falta de pruebas de cualquier tipo de contacto
entre él y los habitantes del Río de la Plata.
Las cosas empezaron a ir mal para la escuadra inglesa antes de lo esperado. Desde el comienzo mismo hubo una urgente necesidad de
refuerzos. Beresford los pidió a Baird y a Castlereagh. Baird se apresuró a enviar alrededor de 2000 hombres, pero el gobierno sólo
envió refuerzos cuando recibió los primeros despachos del Plata. Los refuerzos no llegaron en el momento en que más se los
necesitaba. Aunque julio había sido un mes tranquilo la población rioplatense empezó a impacientarse ante lo que se hacía evidente a
medida que pasaban los días: que los invasores ingleses no tenían intención de iniciar ningún tipo de empresa emancipadora en
conjunción con el partido criollo. Popham también provocó resentimientos al ordenar la confiscación inmediata del tesoro de la
ciudad. Todo lo cual dio pie a un estado de animosidad hacia los ingleses y la elite nativa decidió crear una milicia que sería
comandada por Martín de Pueyrredón y Santiago de Liniers. A comienzos de agosto esta milicia local enfrentó a un batallón
comandado por Beresford. Aunque fueron rápidamente dispersados, no tardaron en llegar refuerzos de Montevideo. La ciudad se
preparaba para enfrentar al ejército inglés, y el 12 de agosto, al cabo de casi tres días de lucha, los ingleses se vieron obligados a
rendirse y los rioplatenses recapturaron la ciudad. Fue un golpe fatal para Beresford y Popham. Beresford fue hecho prisionero.
Popham, a salvo a bordo de su barco, logró navegar de regreso a Inglaterra. Cuando llegó al fin a Inglaterra, tuvo que enfrentar una
Corte Marcial por haber actuado sin instrucciones oficiales.
Una escuadra al mando de Sir Samuel Auchmuty había sido enviada como refuerzo a los hombres de Beresford. Llegó a la costa de
Montevideo el 29 de octubre, y se reunió con Sir Home Popham, que seguía a bordo de su barco y esperando permiso para regresar a
Inglaterra. Popham puso a Auchmuty al tanto de la nueva situación. Este último decidió tomar la isla de Gorriti y la localidad de
Maldonado, que carecían de defensas, para establecer allí sus cuarteles y base desde la cual intentar una captura de Buenos Aires
cuando llegaran los refuerzos de Inglaterra. Para estar más cerca de Buenos Aires Auchmuty decidió que no había otra alternativa que

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ocupar Montevideo, aún sin los refuerzos. A comienzos de febrero, lograba hacerlo. En Buenos Aires mientras tanto, el partido
revolucionario había depuesto a Sobremonte y nombrado a Liniers como su sucesor. Los refuerzos llegaron al fin a Montevideo el 10
de mayo, bajo el mando del General John Whitelocke, elegido nuevo comandante en el Río de la Plata por el Ministerio de los
Talentos. A las fuerzas de Whitelocke no tardarían en unirse refuerzos adicionales bajo el mando del Coronel Robert Crauford. Las
órdenes que recibieron estos dos hombres consistían simplemente en tomar Buenos Aires, sin “alienar necesariamente las simpatías
del enemigo”, y capturar tanto territorio como pudieran. Las tropas desembarcaron al fin en Buenos Aires el 28 de junio. Habían
quedado refuerzo en Colonia y Montevideo. Whitelocke no era optimista sobre las perspectivas de recuperar la ciudad, aun contando
con la clara ventaja de sus fuerzas sobre las milicias locales, en términos de poderío militar. El 4 de julio las tropas estaban al fin listas
para el asalto. El plan original de Whitelocke consistía en acercarse a los suburbios de la ciudad, y desde allí bombardearla hasta la
rendición. No obstante gradualmente abandonó su estrategia original y cedió a los argumentos de su segundo al mando, el cual sugirió
que en su lugar las tropas deberían avanzar, divididas en columnas, por las calles principales de la ciudad, con los rifles descargados
para no tentarse de abrir fuego, seguidos por la artillería. Tal fue la estrategia adoptada al fin, y fue la directa responsable de la
capitulación del ejército inglés un par de días después. A su regreso a Londres, Whitelocke, lo mismo que Popham, tuvo que
enfrentar una Corte Marcial. En muchos aspectos, el juicio a Whitelocke marcó la culminación del asunto. No obstante, como bien
señala Ferns, las invasiones inglesas al Río de la Plata marcaron el comienzo de las relaciones anglo-argentinas.
Gran Bretaña había sido obligada a rendirse y a evacuar sus tropas del Río de la Plata sin lograr ninguna de las posibles ventajas que
supuestamente ofrecía una empresa de este tipo a Sudamérica. No se había logrado ni la conquista ni la emancipación. Inglaterra no
había podido establecer una base estratégica militare ni un enlace comercial más fuerte con Sudamérica. De todos modos las
invasiones inglesas fueron indudablemente un punto de inflexión en el proceso emancipatorio de las provincias del Virreinato del Río
de la Plata. El principal logro de las invasiones, desde el punto de vista inglés, fue que accidentalmente lograron establecer el contacto
tan necesario con Sudamérica, por más que la mayoría no haya percibido este logro inmediatamente. La experiencia le permitió a los
ingleses hacerse un cuadro más claro de la situación en una de las regiones más importantes y dinámicas del Imperio español. Lo cual
les dio una ventaja sobre las otras potencias europeas, especialmente Francia, que desde hacía tiempo había venido también
amenazando con interferencias sobre estas mismas colonias.

Capítulo III

El Ministerio de los Talentos y las invasiones al Río de la Plata


En febrero de 1806, tras la derrota a manos de Napoleón de la Tercera Coalición en Austerlitz y la muerte de Pitt, se formó un nuevo
gobierno en Gran Bretaña. Se lo llamó “El Ministerio de Todos los Talentos”: era un gobierno de coalición, y el nombre se debía a la
presencia en sus filas de algunos de los personajes más prestigiosos de la política inglesa de la época. El Primer Ministro y Lord del
Tesoro de este nuevo Ministerio era Lord Grenville, cuya preocupación básica era resistir a la expansión francesa, y pensaba que el
mejor modo de lograrlo consistía en apoyar los esfuerzos de determinados aliados con subsidios modestos y campañas auxiliares para
restaurar el equilibrio europeo. El Ministro de Exterior y miembro más prestigioso de este nuevo gabinete fue Charles James Fox,
cuyo principal objetivo fue lograr un acuerdo de paz con Francia, aunque esta línea no fuera la más popular entre la mayoría del
gobierno. De todos modos, no hubo tantas diferencias entre las dos principales figuras del gobierno, y aun cuando Fox era más
escéptico que Grenville respecto de las alianzas continentales, y más optimista que el Primer Ministro sobre las conversaciones de paz
con Napoleón, esto no significó que las políticas externas de Fox y Grenville fueran radicalmente opuestas.
Una de las cuestiones más importantes sobre las que tuvo que decidir el Ministerio fue cómo se conduciría la expedición ahora que
había tomado posesión de Buenos Aires. ¿Sus comandantes debían actuar como conquistadores, o debían ayudar a los criollos
sudamericanos a lograr la emancipación de España? Una cosa estaba clara: Sir Home Popham había iniciado la empresa sin órdenes
específicas de la administración Pitt, y con la completa ignorancia del gobierno que reemplazó a éste. Sólo puede concluirse que el
gobierno estaba esperando información más detallada sobre lo que pasaba en Buenos Aires. Recién allí podría decidir qué pasos
adoptar. Mientras tanto, lo único claro con respecto a esa nueva conquista era que debían retenerla, especialmente en la medida en
que se complicaba la situación en Europa.
Napoleón promulgó los decretos de Berlín el 22 de noviembre, que excluían al comercio inglés de todos los puertos bajo su control.
Esto marcó el fin de las conversaciones de paz. También significó un punto de inflexión en la postura del Ministerio de los Talentos
hacia Sudamérica. William Windham fue a partir de este momento la figura clave en todas las decisiones sobre políticas para
Sudamérica. Estaba al frente del Ministerio de Guerra y había sido el más firme propulsor de una política sudamericana desde el
comienzo. Esta política era ahora apoyada por la mayoría del gabinete.
La noticia de la recaptura de Buenos Aires fue confirmada oficialmente en Londres el 25 de enero de 1807, aunque ya corrían
rumores desde comienzos del mes. Esto sucedía casi cinco meses después de los hechos, lo que aún para aquellos días constituía una
demora excesiva. Este nuevo giro precipitó numerosos debates en la Cámara de los Comunes, donde el problema ya había sido
planteado en diciembre, al comenzar las sesiones del Parlamento. De todos modos, no hubo en ninguno de los dos bandos de la

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Cámara de los Comunes, durante estos acalorados debates, mención alguna sobre la posición que debía adoptar la expedición entre
conquista o ayuda a los nativos para su emancipación de la Monarquía española. Al fin el gobierno decidió reforzar las tropas en
Buenos Aires. El paso siguiente, que era crucial, consistía en elegir un comandante y decidir sobre las instrucciones a darle. La
elección de Windham resultaría muy controvertida. Cayó sobre el General Whitelocke, cuya actuación previa en Santo Domingo había
despertado muchas dudas sobre su capacidad de mando.
En marzo de 1807 el Ministerio de Todos los Talentos llegó a su fin, cuando sus reclamos por la emancipación católica se le hicieron
intolerables al Rey, quien prefirió reemplazarlo por otro gabinete más manejable. El gobierno tory que lo sucedió incluía a George
Canning como Ministro de Exterior y a Lord Castlereagh en el Ministerio de Guerra. Ambos habían seguido de cerca los sucesos del
Río de la Plata. En mayo de 1807 Castlereagh presentó al Gabinete un informe sobre Sudamérica; en él se quejaba de la completa
falta de principios del gobierno anterior en todas sus operaciones en esa área. La perdida de Buenos Aires en junio produjo muchos
resentimientos y críticas entre quienes se habían opuesto al gobierno anterior, y también entre algunos de los que habían formado parte
de él. Las críticas se dirigían a la vez a los comandantes militares y a los políticos. La mayoría culpaba al Ministerio de los Talentos
por no haber dado a la expedición instrucciones de proclamar una garantía de independencia a los hispanoamericanos. Es
comprensible que el gobierno, en medio de las guerras napoleónicas, con los temores de invasión francesa dominando a la mayoría de
los políticos y a la población en general, no estuviera en absoluto preparado para resolver el dilema presentado por la repentina captura
de una parte significativa de las posesiones españolas en Sudamérica. Todo el plan había sido concebido durante los días de la
administración anterior, en el mayor secreto, y había sido llevado a cabo inesperadamente por un oficial naval. Esto, no obstante, no
basta para explicar por qué Windham y el resto del Ministerio fueron tan descuidados no sólo en los preparativos sino en la
concepción misma y los objetivos de una nueva expedición.

Posturas españolas y criollas ante las invasiones inglesas


El análisis del sentimiento rioplatense durante las invasiones no es tarea fácil. Apenas si hay disponibles documentos privados o
publicaciones de este período, por lo que es preciso confiar en la correspondencia oficial del gobierno virreinal, y en las memorias y
correspondencia privada y oficial de los oficiales y políticos ingleses.
Roberts sugiere que ya en 1803 existían en Buenos Aires dos movimientos independentistas. Uno, al parecer más inclinado hacía Gran
Bretaña, era encabezado por Juan José Castelli; el otro simpatizaba con Francia, y era encabezado por Santiago de Liniers y su
hermano, e incluía en sus filas a Juan Martín de Pueyrredón. Según Roberts, esto explica por qué Liniers y Pueyrredón estuvieron
íntimamente unidos en la organización de la milicia local para combatir a las fuerzas inglesas. Lamentablemente no hay mucha
información sobre estas dos facciones. Al parecer fue la facción de Castelli la que envió a Mariano Castilla a Londres con el objeto de
asegurar el apoyo y la asistencia inglesa para la independencia del Virreinato del Río de la Plata. Según Roberts, Castilla fue parte de
una red de espías sudamericanos que operaba en Londres, pagados por el gobierno inglés, que temía que Francia tuviera intenciones
firmes de organizar una expedición a Sudamérica. Los orígenes de la actividad criolla son oscuros. Las actividades de estos grupos
revolucionarios, a los que pertenecían algunos de los criollos más notables, fueron llevadas a cabo en el mayor secreto.
Cuando llegó a Buenos Aires el Ejército inglés, uno de sus comandantes, presumiblemente Popham o Beresford, se reunió con uno de
los líderes del movimiento independentista. La mayoría de las fuentes coincide en que esa persona fue Castelli, que quiso saber cuál
era el objetivo de la misión. Las respuestas que recibió de los comandantes ingleses deben de haber sido muy insatisfactorias para los
líderes de ese movimiento. No aclaraban en absoluto cuál era el objeto de la empresa, y ciertamente no tranquilizaban a los criollos en
lo que a éstos más les importaba, vale decir en saber si había alguna probabilidad de que fueran ayudados por esta fuerza a lograr su
emancipación. Lo que parece haber ocurrido es que la mayoría de los miembros del grupo independentista, una vez que quedó en claro
que los invasores no estaban seguros de su propio futuro apoyo a la independencia, decidieron unirse a la milicia local que se
preparaba para combatir a los invasores. Tal fue el caso de Pueyrredón y Belgrano, por ejemplo. Otros, como Castelli, prefirieron
esperar y ver los hechos. Muy pocos decidieron apoyar a los ingleses. También existía un sentimiento de ira e impotencia por la
facilidad con que unos pocos soldados ingleses habían tomado posesión de Buenos Aires. Esto llevó a muchos criollos a unirse a las
milicias locales, que se estaban organizando rápidamente para recuperar la ciudad.
Los invasores habían nombrado al General Beresford como nuevo Virrey. Éste fue el único cambio que impusieron al Virreinato, ya
que dejaron sin modificaciones al Cabildo, la Audiencia y la Iglesia. Invitaron a los ciudadanos locales a firmar su subordinación al
rey Jorge III, y so obtuvo una lista de 58 nombres. Hubo sólo episodios esporádicos de apoyo declarado a los ingleses. No obstante
habría un caso notorio. Tras la Reconquista, Beresford, Pack y muchos otros oficiales y soldados británicos fueron hechos prisioneros
y confinados en distintas provincias. Beresford fue llevado a Luján, y fu allí donde conoció a Saturnino Rodríguez Peña, secretario de
Liniers y oficial de su ejército. También era miembro, junto con su hermano Nicolás, del grupo revolucionario. Beresford convenció a
Rodríguez Peña de que, si era liberado, trataría de persuadir a Auchmuty y a los comandantes en Montevideo de apoyar a los criollos a
obtener la emancipación de la Corona española. El aspecto más intrincado de estas negociaciones, sin embargo, lo constituyen las
sospechas que han surgido sobre el papel de Liniers. El historiador Williams Álzaga sugiere que la conducta tanto de Liniers como
de Martín de Álzaga fue muy sospechosa durante todo el episodio. La huida de Beresford tuvo lugar a mediados de febrero. Ayudado

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por Rodríguez Peña, logró llegar sano y salvo a Montevideo. Saturnino Rodríguez Peña fue el único revolucionario criollo conocido
que decididamente tomó el partido de los ingleses, a los que llegó a ofrecerles sus servicios, pensando que era la mejor oportunidad
posible para la emancipación.
La situación ante la que se vio el General Whitelocke al entrar a Buenos Aires en junio fue completamente diferente de la encontrada
por Beresford un año atrás. Ya no había grupos revolucionarios que especularan tímidamente sobre la posibilidad de encontrar ayuda
para la emancipación, ni tampoco la maltrecha guardia española como único medio de resistencia, ni ciudadanos desconcertados o
demasiado sorprendidos para reaccionar. La ciudad entera estaba dispuesta a jugar su papel en la derrota del enemigo, y lo que es
más, la milicia, envalentonada por saber que ya había vencido antes al mismo enemigo, estaba más dispuesta que nunca a enfrentar al
ejército inglés. El modo resuelto en que Liniers, Pueyrredón y Álzaga resistieron a las invasiones y organizaron la milicia para
combatirlas, contribuyó rápidamente a crear un sentimiento de rencor contra los invasores. Son infundadas las especulaciones sobre un
posible compromiso de estos tres hombres con los planes emancipatorios, que pudieran implicar que albergaban ideas de llegar a
alguna clase de acuerdo con los ingleses. Los tres siguen siendo considerados, con justicia, los héroes de estos hechos.

Capítulo IV

Strangford, la independencia y las misiones en Londres


Los años entre 1807 y 1816, son de gran importancia para el desarrollo de las relaciones entre Inglaterra y el Río de la Plata. Ambos
países fueron afectados por diversos hechos que tuvieron lugar durante este período tanto en Europa como en Sudamérica. En 1807 el
dominio de Napoleón sobre Europa llegaba a su culminación. Un año después su decisión de conquistar España le dio a Gran Bretaña
el escenario que necesitaba para hacerle frente. Esto supuso una alianza entre Inglaterra y España, que vino a sumarse a la tradicional
alianza que Inglaterra ya tenía con Portugal, cuyo Emperador Don Pedro había decidido en 1807 mudar su corte al Brasil, debido a la
amenaza de Napoleón. Éste acontecimiento es de la mayor importancia para el análisis de las relaciones durante el período: por
primera vez Inglaterra tenía directa participación y representación en el continente sudamericano. Lord Strangford fue nombrado
representante inglés ante la Corte portuguesa en Río de Janeiro y allí permaneció los siguientes nueve años. La importancia de la
presencia del ministro inglés en Río de Janeiro fue mayor aún tras el estallido de los movimientos independentistas en Caracas y
después en Buenos Aires, ambos resultados de la ocupación francesa de España. Pero estos dos movimientos revolucionarios no
declararon una completa separación de la Corona española; se manifestaron leales a Fernando, hijo del depuesto rey Carlos IV. De
todos modos, la revolución del Río de la Plata marcó un giro crucial en las relaciones con Gran Bretaña, pues los revolucionarios no
tardarían en buscar el reconocimiento y la ayuda de Inglaterra. Durante los siguientes 14 años se enviarían repetidas misiones
diplomáticas a Londres. Gran Bretaña estaba en una posición incomoda: aliada a España por una parte, recibía por la otra delegaciones
de los gobiernos revolucionarios. Esta situación sólo empezaría a aclararse en 1815, cuando la derrota de Napoleón y la formación de
la Santa Alianza le permitieron a Inglaterra encarar desde otra posición sus relaciones con España y sus colonias.
El gobierno del Duque de Pórtland sucedió al de los Talentos. La administración Portland estaba absolutamente convencida de que no
habría paz posible en tanto Napoleón siguiera en el poder, y en consecuencia decidió desde el comienzo adoptar una línea al estilo Pitt
en asuntos externos.
La situación en el Río de la Plata entre la Reconquista y la llegada de la Corte portuguesa a Río de Janeiro había sido relativamente
estable. Santiago de Liniers había sido confirmado como virrey por la Corona española a fines de 1807 y el pueblo de Buenos Aires
seguía teniéndolo en alta estima. El partido criollo que había mostrado inclinaciones favorables a la independencia seguía leal a él.
Juan Martín de Pueyrredón, el otro héroe de la Reconquista había ido a España. Allí fue testigo de la situación precaria de la madre
patria, y la rapidez con que estaba cayendo en manos de Napoleón. Al oír sobre los preparativos de Inglaterra para una expedición
liberadora a Sudamérica, se entusiasmó con la idea y en mayo de 1808 enviaba a dos emisarios, los futuros revolucionarios José
Moldes y Manuel Pinto, a Londres, a averiguar más. No obstante, mientras todavía estaban en Londres llegaron nuevas de la alianza
anglo-hispana, que puso fin a todos los planes para una expedición a Hispanoamérica. No bien llegó al Río de la Plata la noticia de la
alianza entre Inglaterra y los españoles, Liniers, consciente de que era improbable que la expedición atacara Hispanoamérica, permitió
la entrada de comerciantes ingleses en Buenos Aires. No obstante, los hechos en la Península complicaron su situación en vista de su
origen francés, cosa que les permitió a los españoles y criollos que apoyaban la causa española difundir suspicacias sobre la posible
lealtad del Virrey a Napoleón. Este movimiento fue encabezado por personajes como Álzaga, Santa Coloma y Mariano Moreno. A
comienzos de 1809 obligaron a Liniers a renunciar. Pero cuando la noticia de la renuncia fue hecha pública, las multitudinarias
manifestaciones en favor del Virrey restauraron la situación anterior.
En muy poco tiempo Liniers debería enfrentar otra delicada situación. Se trataba del plan de la Princesa Carlota Joaquina. S.
Rodríguez Peña era ardiente defensor de este plan, y había establecido contacto con su principal promotor, el Almirante Sidney Smith.
En el Río de la Plata, la facción criolla a la que pertenecía Rodríguez Peña también apoyaba la idea, y hacia setiembre de 1808
enviaron una nota a Carlota Joaquina y su primo Pedro, pidiéndoles que fueran a gobernar el Río de la Plata. Afirmaban que una
monarquía constitucional era lo que más convenía al Río de la Plata, y que también beneficiaría su comercio con Gran Bretaña.

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La llegada de un nuevo Virrey enviado por la Junta española, Baltasar Hidalgo de Cisneros, marcó el fin de los planes de Carlota. El
movimiento criollo liderado por Belgrano había abogado, desde los sucesos de Bayona, por la lealtad a Fernando VII, y miraba a Gran
Bretaña, más precisamente a Strangford, en busca de ayuda y guía. Strangford, sin instrucciones de Inglaterra, jugó un papel doble:
apoyó los intereses españoles pero secretamente se mantuvo en contacto con los criollos del Río de la Plata. Seguiría sin recibir
instrucciones hasta 1812. Esto fue causado por el cambio de gobierno en Inglaterra. El gobierno del duque de Pórtland cesó a fines de
1809, y fue reemplazado por el de Spencer Perceval, otro gabinete con predominio tory que siguió la misma estrategia en asuntos
externos. No obstante, con respecto a Hispanoamérica este cambio de gobierno resultó significativo. Al descartar los servicios de
Castlereagh y Canning, el nuevo gobierno no tuvo a nadie con verdadero conocimiento de la situación sudamericana. El desarrollo de
las relaciones entre Inglaterra y el Río de la Plata se paralizó. El papel de Strangford en la América hispánica, y especialmente en el
Río de la Plata, tomó gran importancia durante esos años. Todas las comunicaciones entre el Río de la Plata y Gran Bretaña durante
este período pasaron por él.
Después de las maniobras de Carlota, y de los hechos que llevaron al nombramiento de Cisneros, la situación en el Río de la Plata
entró en otro período de aparente estabilidad. Strangford sabía, sin embargo, que había descontento bajo la superficie. Las cosas
llegaron a su culminación el 22 de mayo de 1810, cuando fue llamado a reunirse un Cabildo Abierto, en el que los criollos afirmaron
que como el trono español estaba vacante, la soberanía revertía sobre el pueblo del Río de la Plata y debía formarse un gobierno
autónomo. El 25 de mayo la presión popular obligó a las autoridades a ceder. Cisneros tuvo que renunciar y se formó una Junta local
compuesta casi enteramente de criollos. Sus miembros hicieron todo lo posible por poner en claro que lo suyo no era una revolución
que declaraba la emancipación absoluta de España, y mantuvieron su lealtad a Fernando, el Rey que seguía en cautiverio.
La Junta decidió había decidido buscar la amistad y protección de Inglaterra, y en consecuencia le comunicó a Strangford la noticia de
la revolución y de su lealtad a Fernando. Strangford respondió con simpatía pero confesaba, sin embargo, que no tenía órdenes de
Gran Bretaña y no podía ofrecer ningún tipo de protección hasta recibirlas. La Junta decidió entonces enviar un delegado a Londres a
pedir el reconocimiento y armas para la defensa del territorio. El hombre elegido para esta misión, el primer enviado diplomático
oficial del Río de la Plata a Gran Bretaña, fue Matías Irigoyen.
Strangford comprendía que si se lograba la plena emancipación, la alianza de Inglaterra con España, o las relaciones inglesas con las
colonias hispánicas, especialmente la del Río de la Plata, sufrirían una crisis que en ese momento Inglaterra no estaba preparada para
enfrentar. La tarea de Strangford en consecuencia era ver que la revolución del Río de la Plata se mantuviera en un curso firme, cosa
que era de vital importancia para los intereses nacionales ingleses. A fines de 1810 Mariano Moreno, a cargo de las relaciones
exteriores de la Junta, tuvo un enfrentamiento con Saavedra y renunció. Tras ello fue enviado a Inglaterra, en compañía de su hermano
Manuel y de Tomás Guido; llevaban las mismas instrucciones con que había ido antes Matías Irigoyen. Lamentablemente, Moreno
murió en el barco que lo llevaba a Inglaterra en marzo de 1811. Su hermano quedó al mando de la delegación. Pero la pérdida, además
de privarlos de un hombre muy capaz, invalidó la misión: Moreno era el único emisario oficial; ni su hermano ni Tomás Guido tenían
papeles que los acreditasen. Las cosas en el Río de la Plata volvían a ser tumultuosas. Las autoridades españolas en Montevideo
habían nombrado al General Elío como el nuevo Virrey del Río de la Plata. El nombramiento naturalmente fue rechazado por los
revolucionarios en Buenos Aires. Como resultado de esta respuesta negativa los españoles declararon, en febrero de 1811, a
Montevideo como nueva capital, y ordenaron la renovación del bloqueo de Buenos Aires. A esto le siguió en breve plazo el
levantamiento, en el interior de la Banda Oriental, de las milicias rurales bajo el mando de Artigas, en claro desafío a la Junta
revolucionaria. Aparte de todo esto las fuerzas portuguesas seguían en el área, por lo que la Junta envió a Manuel de Sarratea a Río de
Janeiro a pedir la mediación de Strangford, quien tras agotadores esfuerzos logró convencer a Elío de desistir del bloqueo.
En Londres, Manuel Moreno tenía problemas en lograr que el gobierno inglés reconociera su carácter oficial. Trató de atraer atención
obteniendo apoyo para la causa de las colonias en la prensa y en otras publicaciones. Sus expectativas tuvieron un vuelco más
favorable a comienzos de 1812 cuando Castlereagh fue llamado de vuelta al Ministerio de Exterior. Aunque claramente identificado
con la línea de política externa tory, de mantener una cauta distancia en las colonias hispanoamericanas había mostrado más interés
que Wellesley en estos temas, y ya había mantenido correspondencia con Strangford en su anterior paso por el gabinete. De modo que
estaba familiarizado con la situación en Brasil y el resto de Sudamérica. Casi inmediatamente hubo pruebas de un nuevo enfoque
hacia Hispanoamérica, no tanto en términos de acción como de atención. Un ejemplo de esto fue el acercamiento de Castlereagh a
Moreno, pocas semanas después de haber vuelto al Ministerio de Exterior, fue el primer contacto oficial entre el gobierno inglés y un
funcionario del Río de la Plata. Pocos meses después Castlereagh se puso en contacto con Strangford, quien después de tres años al fin
recibía instrucciones de su gobierno. La carta de Castlereagh le bastó a Strangford para presionar a la Corte portuguesa en Río de
Janeiro, ahora que la posición de Gran Bretaña, opuesta a la presencia portuguesa en el Río de la Plata era oficial.
Durante 1812 habían estado llegando a Brasil y al Río de la Plata noticias de las victorias de los ejércitos inglés y español contra las
fuerzas francesas. Estas noticias eran recibidas con emociones ambiguas, pues para entonces muchos se habían acostumbrado a los
beneficios de un gobierno autónomo, y empezaban a acariciar la idea de declarar su completa emancipación del Imperio español. Este
sentimiento creció con la llegada a Buenos Aires, en marzo de 1812, de tres oficiales criollos: Matías Zapiola, Carlos María de Alvear,
y José de San Martín. La ambición de los tres militares era ayudar a consolidar la situación en el Río de la Plata, y esto fue
rápidamente confirmado cuando crearon una organización similar a la de Miranda, la “Logia Lautaro”, con la firme intención de

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promulgar la independencia. Al llegar, no tardaron en unir fuerzas con otro movimiento independentista, la “Sociedad Patriótica”,
encabezada por Bernardo de Monteagudo.
A fines de 1812, las Provincias Unidas del Río de la Plata eran el único territorio español importante en Sudamérica que seguía
independiente. Pero crecían los temores de que los españoles enviaran fuerzas a recuperarlo. El Triunvirato decidió enviar a Sarratea a
Río de Janeiro, donde se reunió con Strangford, y después a España e Inglaterra, a buscar el reconocimiento de Gran Bretaña y
persuadir al gobierno inglés de impedir cualquier intento español de reconquistar el área.
En enero de 1814 la Asamblea decidió disolver el Triunvirato y poner el poder ejecutivo en manos de una sola persona: el Director
Supremo; la Asamblea votó en favor de Gervasio Posadas. . Este cambio había surgido de la necesidad de crear un gobierno con más
poder de decisión y más centralizado, que pudiera enfrentar con firmeza la situación en las provincias del norte. Hacia febrero la
situación era ten tensa que se envió una expedición a Montevideo, al mando del Almirante Guillermo Brown, con Alvear y Rondeau al
mando de las tropas. Esta expedición obtuvo un triunfo y ayudó a restablecer la paz en el área por algún tiempo. A pesar de la victoria,
el gobierno de Posadas seguía bajo presión desde muchos frentes. Lo más preocupante eran los esfuerzos de Artigas por unir a las
Provincias del Litoral en una liga opositora al gobierno centralizado. Tras la derrota final de los ejércitos franceses en España, la
noticia de la restauración de Fernando VII al trono español renovó los temores de una expedición armada. Todos estos hechos
generaban inseguridades que, una vez más, inclinaron al gobierno a pedir ayuda a Gran Bretaña. Las dos personas designadas para la
nueva misión fueron Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia. Los dos hombres permanecerían en Río de Janeiro hasta el año
siguiente. Se les informó de otro cambio en el gobierno del Río de la Plata. Alvear había reemplazado a Posadas en el Directorio en
enero de 1815, como resultado de crecientes problemas causados por la incapacidad del gobierno de controlar las turbulencias
internas. Poco después de que Belgrano y Rivadavia llegaran a Londres en mayo de 1815, Alvear decidió súbitamente enviar a su
secretario Manuel García a ver a Strangford con una serie de instrucciones secretas. En ellas manifestaba su deseo de que las
Provincias del Río de la Plata se anexaran de ahí en más a Gran Bretaña: afirmaba que estaban dispuestas a recibir leyes inglesas, y
daba a entender que obedecería al gobierno inglés; se hacia personalmente responsable por esa decisión. Este pedido de ayuda a
cualquier costo es claro reflejo del estado de total impotencia de Alvear en este momento. Su gobierno atravesaba grandes dificultades
debido a la creciente insatisfacción de las provincias, especialmente las del litoral bajo Artigas, con las políticas centralistas del
Directorio. Pero García no usó estas instrucciones al llegar a Río de Janeiro, temiendo que fueran demasiado extremistas. Poco
después, Strangford regresaba a Inglaterra, terminando sus nueve agotadores años de servicio en el centro de los acontecimientos en
Brasil y el Río de la Plata. Casi inmediatamente después de su partida las fuerzas portuguesas invadieron la Banda Oriental una vez
más. Mientras tanto, Belgrano y Rivadavia llegaban a Londres y se ponían en contacto con Sarratea, quien les informaba que en vista
de la situación en Europa no era el mejor momento para iniciar conversaciones con el gobierno inglés. Durante unos meses Sarratea
estuvo en contacto con Carlos IV, el ex Rey de España ahora exiliado en Italia, y había especulado con nombrar a uno de sus hijos,
Francisco de Paula, futuro rey del Río de la Plata. La idea no tardó en desvanecerse y los emisarios quedaron desocupados.
La situación en el Río de la Plata a comienzos de 1816 era de desorden e incertidumbre. Rondeau había sucedido a Alvear, y éste
había sido obligado a exiliarse. Las fuerzas del litoral amenazaban constantemente con tomar el gobierno. La mayoría de los
revolucionarios criollos seguían procurando la ayuda inglesa. Pero los acontecimientos en Europa impedían cualquier posible contacto
con Gran Bretaña. Los principales personajes implicados en la Revolución de Mayo en el Río de la Plata no tardaron en advertir este
impedimento. La turbulencia interna los indujo a llamar a reunirse al Congreso Nacional en Tucumán en julio de 1816, donde se
declaró la completa emancipación de España.

Capítulo V

Rivadavia y la postura inglesa ante el reconocimiento

La independencia del Río de la Plata fue proclamada el 9 de julio de 1816, marcando la completa separación de España de este
territorio. La amenaza de la inminente llegada de una gran expedición española dispuesta a la reconquista fue una de las razones más
importantes por la que los criollos rioplatenses se apresuraron a declarar la independencia ese año en el Congreso realizado en
Tucumán. La política inglesa hacia Hispanoamérica había estado condicionada desde 1814 por otro Congreso, más famoso, realizado
en Viena. Gran Bretaña tenía que decidir, ahora que la independencia había sido abiertamente declarada en el Río de la Plata, si
reconocía o no el nuevo Estado. La cuestión del reconocimiento era en este estadio un problema delicado para Gran Bretaña. Después
de alinear fuerzas con Austria, Prusia y Rusia en el Congreso de Viena, y derrotar a Napoleón en Waterloo al año siguiente, Inglaterra
se vio comprometida con el nuevo orden europeo, que había formado una Santa Alianza para impedir la resurrección de ideales
republicanos. Este espíritu antirrevolucionario también se aplicaba a todos los movimientos de principados, pequeños estados y reinos,
y a colonias ultramarinas que seguían bajo dominio de las potencias europeas. Esta situación limitaba gravemente las muestras de
disposición amistosa de Gran Bretaña hacia los planes emancipatorios de las colonias hispanoamericanas. En el frente diplomático, las
consecuencias del nuevo concierto europeo no tardarían en sentirlas todos los enviados sudamericanos que estaban tratando en vano
de atraer la atención de Castlereagh y obtener la aprobación inglesa a la emancipación del imperio español. En 1816 Rivadavia

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decidió probar suerte en París, con la esperanza de obtener de los restaurados Borbones una reacción más favorable a la causa de la
emancipación sudamericana, aunque las posibilidades no eran muchas. Sarratea dejó Europa poco después y volvió a Buenos Aires,
donde fue nombrado Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de la administración de Pueyrredón, el nuevo Director Supremo.
Rivadavia fue el único enviado rioplatense que permaneció en Europa. Desde allá empezó a escribirle a Pueyrredón, quien sin
tardanza aceptó su papel de enviado del Río de la Plata y aceptó pagarle un salario por sus servicios. Al gobierno tory de Lord
Liverpool le resultaba difícil encontrar un término medio adecuado entre la política de paz del nuevo orden europeo y una política
sudamericana que no entrara en conflicto con España. La principal preocupación de Castlereagh respecto de la postura de la Santa
Alianza frente a las colonias hispanoamericanas era que pudiera desembocar en una intervención armada. No bien vio que España
podía apelar a sus aliados en busca de apoyo, Castlereagh envió un “Memorandum Confidencial” a la Alianza, el 28 de agosto de
1817, a partir del cual obtuvo un compromiso de neutralidad. Se acordó que sólo España tenía derecho a intervención armada en ese
continente.
Un nuevo ataque portugués a Montevideo complicó la situación en el Río de la Plata, pero los asuntos internos parecían más
estabilizados después del Congreso de Tucumán. En el oeste, San Martín había cruzado los Andes y llegado a Chile, donde derrotó a
las tropas españolas en Chacabuco y Maipú, asegurando con ello la libertad de Chile. En el curso de los cuatro años siguientes el papel
de San Martín fue prominente. Entró a Perú a fines de 1820, abriendo camino para la completa liberación del continente, que realizó
Bolívar.
La línea de no interferencia llevada adelante por la administración de Liverpool en los asuntos de las colonias hispanoamericanas
durante estos años fue básicamente consecuencia de las complicaciones derivadas de su política europea y española, y de los
sentimientos antirrevolucionarios de muchos de los miembros del gobierno. En cuanto al establecimiento de la relación comercial, el
plan de Castlereagh de obtener la aceptación por parte del Congreso de Viena a una política de neutralidad hacia Hispanoamérica fue
visto, en muchos sentidos, como un modo de asegurar el desarrollo del comercio británico en la zona. Para Rivadavia, en Francia, el
reconocimiento se estaba volviendo una meta cada vez más inalcanzable. El ingreso de Francia al Congreso había acrecentado sus
esperanzas, aunque comprendía que Francia entraba a la Santa Alianza en inferioridad de condiciones. Rivadavia en ese momento
alternaba su residencia entre París y Londres. Seguía confiando en lograr alguna clase de acuerdo con la legación española en Londres,
esperando que sus credenciales fueran aceptadas y que el reconocimiento pudiera al menos ponerse en discusión. El plan de instalar un
monarca francés en el Río de la Plata fue considerado seriamente en 1819, tanto en Buenos Aires como en Francia; pero pese a su
persistencia, Francia tuvo que abandonar todo el proyecto una vez que España y las otras naciones europeas se enteraron de estas
negociaciones secretas.
Aunque las victorias de San Martín produjeron un estado general de euforia, los conflictos internos en el Río de la Plata habían
persistido, con una creciente oposición en las provincias a las políticas centralizadoras del gobierno supremo. Pese al Congreso de
Tucumán la Constitución promulgada en 1819 aumentaba los poderes del Director Supremo y ratificaba la disposición fuertemente
centralizadora del gobierno. Pueyrredón encontró insostenible la situación y decidió renunciar. Fue reemplazado por el General
Rondeau, quien inmediatamente acudió a Belgrano y a San Martín en busca de ayuda militar contra las provincias. Su pedido fue
ignorado. Rondeau, con un ejército débil, fue derrotado por las fuerzas aliadas de López y Ramírez en Cepeda, en febrero de 1820.
Renunció, y con él cayó el gobierno de Buenos Aires. Ésta tuvo que ceder a las demandas de los caudillos. La institución del
Directorio fue abolida y Buenos Aires ahora tendría un Gobernador, impuesto por los mismos caudillos. Estos hechos contribuyeron a
modelar la imagen de falta de confiabilidad que provocaban las colonias emancipadas de Hispanoamérica en las naciones del
Concierto Europeo como consecuencia de su inestabilidad política.
Las relaciones entre Gran Bretaña y el Río de la Plata en este estadio no eran las mejores. Una de las causas para ello fueron las
políticas desfavorables del gobierno de Pueyrredón para los intereses comerciales ingleses. Este gobierno se había negado a permitir la
exportación de metálico, y había intentado sin éxito obtener crédito de la comunidad británica residente en el Río de la Plata. Pero en
1821 habría un giro vital en las relaciones comerciales de Gran Bretaña y el Río de la Plata, cuando Martín Rodríguez nombró a
Bernardino Rivadavia como su nuevo Ministro de Gobierno y Exterior. La principal preocupación de Rivadavia era la reforma
económica. Su plan de modernización incluía el desarrollo de la industria, la federalización de Buenos Aires y su Aduana, la
promoción de la inmigración y la distribución de tierras, etc. Los cambios que fomentó en el terreno económico, político y social
fueron evidentemente aplaudidos por los residentes ingleses en el Río de la Plata, quienes describían a Rivadavia como lo mejor que
les hubiera pasado.
En Europa, con la atención de Castlereagh puesta otra vez en los asuntos externos, el principal problema que afectaba al Concierto de
Europa eran las repercusiones del levantamiento liberal de Riego y la revolución en España, que había dejado a Fernando VII
prácticamente a merced de los liberales españoles. Éstos lo forzaron a aceptar la Constitución de 1812. La situación había creado un
ferviente deseo entre ciertos gobiernos europeos de intervenir en España para restaurar los plenos poderes de Fernando VII.
Castlereagh no mostraba entusiasmo por una intervención de ese tipo, y había logrado posponerla haciendo reconsiderar la medida a
las otras naciones. Ahora consideraba el reconocimiento “más cuestión de tiempo que de principios”, y pensaba proponerlo en el
próximo encuentro del Concierto que empezaría el 22 de octubre de 1822 en Verona. Pero Castlereagh se suicidó en agosto, tras sufrir
durante varias semanas de un grave estado de melancolía. La elección del sucesor de Castlereagh debería haber sido obvia. El
gobierno, en este momento, buscaba un hombre con experiencia en la tarea y que estuviera de acuerdo con su línea de política. El

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candidato natural era George Canning, quien igual que Castlereagh, pertenecía a la misma tradición procedente de Pitt, especialmente
en lo que se refería a los asuntos externos. Canning ya había mostrado interés en los asuntos de la América hispánica y estaba
especialmente preocupado por la evolución de las relaciones comerciales entre Gran Bretaña y las colonias sudamericanas
emancipadas. No bien Canning se hizo cargo del Ministerio de Exterior en setiembre de 1822, volvió de inmediato su atención a la
cuestión hispanoamericana, mostrando una actitud mucho más enérgica que su predecesor. Nunca había simpatizado con la Santa
Alianza y sus principios. Ambicionaba quebrar el sistema del Congreso y declarar cuanto antes el reconocimiento de las colonias
emancipadas, no sólo por la ventaja económica para Gran Bretaña, sino también por principios políticos e ideológicos. Comenzó a
presionar al gabinete para que apoyara su política de reconocimiento. En noviembre de 1822 ya había empezado a dar pruebas de la
nueva postura inglesa, ofreciéndole a España los servicios de Gran Bretaña como mediadora de la disputa. El año 1823 encontró a
Gran Bretaña en una posición desafiante frente a Europa. Canning preparó una lista de futuros cónsules ingleses a enviar a
Hispanoamérica. Estos cónsules fueron efectivamente nombrados el año siguiente, y partieron hacia sus destinos a fines de 1824;
Canning había dado un paso firme con esta medida hacia el reconocimiento de la independencia del Río de la Plata, que ahora, se
suponía, sólo era cuestión de tiempo.

Capítulo VI

Gran Bretaña y el reconocimiento del Río de la Plata

El 6 de abril de 1823 tropas francesas invadieron España para restaurar a Fernando VII en sus poderes absolutos y poner fin al
régimen constitucional. Esta medida tuvo repercusiones negativas entre los otros miembros de la Santa Alianza y naturalmente en
Gran Bretaña. Hispanoamérica se volvió un problema crucial para Canning, y de ahí en más jugaría un papel prominente en la política
británica para con la Alianza, y más especialmente para con Francia. Canning comprendió que el modo más eficaz de implementar su
política hispanoamericana era una conducta pragmática en las relaciones exteriores del país. Explotaría la situación en Europa,
provocada por la intervención francesa en España, en favor de su política hispanoamericana. Esta línea de conducta se puso e
manifiesto el 9 de octubre de 1823, cuando Canning se reunió con el Príncipe de Polignac, embajador francés en Londres. Durante el
encuentro, ambos hombres se pusieron de acuerdo en que la restauración de la autoridad española en las Américas era imposible, y
decidieron oponerse a cualquier plan territorial de otras naciones en las ex colonias, o a cualquier privilegio comercial exclusivo en
ellas. A cambio Inglaterra aceptaba demorar su reconocimiento a las colonias, pero no sin advertir que cualquier acto de interferencia
o agresión desencadenaría un reconocimiento inmediato. A este acuerdo se lo llamaría más adelante el Memorandum Polignac. El
hombre designado en octubre por Canning para actuar como Cónsul General en las Provincias Unidas del Río de la Plata fue
Woodbine Parish, quien así resultó el primer diplomático inglés acreditado en Buenos Aires. Canning había tomado la precaución de
instruir a sus Cónsules en un punto preciso: señalarle a las autoridades sudamericanas de estos tres estados que no debían tomar sus
nombramientos como una señal de un inminente reconocimiento por el Gobierno de Su Majestad. Por este motivo Parish advirtió a
Rivadavia, en una de sus primeras reuniones, que era deseo de su gobierno que los nuevos estados buscaran antes el reconocimiento
de España. La imposibilidad de obtenerlo era obvia, pero dadas las relaciones amistosas de Gran Bretaña con España, era una
formalidad que no podía ser evitada. Rivadavia seguía siendo el ministro más influyente del gobierno del Río de la Plata en el
momento de la llegada de Parish. Su posición en este puesto, sin embargo, no era tan sólida como lo había sido durante los dos
primeros años. Pese a esta dificultad, Parish no tardó en mostrar en los informes y despachos que le enviaba a Canning su simpatía por
Rivadavia. Desde el momento mismo de su acceso al poder Rivadavia había pensado en el reconocimiento inglés. No bien oyó que
Canning enviaba un cónsul al Río de la Plata, decidió a su vez designar a alguien del Río de la Plata para actuar con la misma función
en Londres. Eligió a John Hullet, de Hullet Brothers & Company, una de las más importantes firmas inglesas en Buenos Aires. Más
importante fue que en noviembre de 1823 Rivadavia había dispuesto enviar una misión a Gran Bretaña, que sería secreta y no oficial,
y asimismo una a Estados Unidos, ésta sí oficial y que incluiría a un embajador del Río de la Plata en Washington. El hombre
escogido para encabezar la misión y ser embajador en los Estados Unidos no era otro que Carlos María de Alvear. Éste recibió
instrucciones de Rivadavia en febrero de 1824. Debía procurarse una entrevista con Canning y explicarle que la naturaleza no oficial
de su misión se debía al hecho de que el gobierno del Río de la Plata no tenía dudas sobre la favorable disposición de Gran Bretaña a
favor de su causa. En los Estados Unidos debía presentar más o menos los mismos argumentos. Finalmente, la reunión de Alvear y
Canning tuvo lugar el 22 de junio de 1824. Lo que surge de la descripción de Alvear del diálogo es que Canning le dio una recepción
fría. Antes de la entrevista el Ministro británico le había enviado una serie de preguntas a Alvear sobre el estado de cosas en el Río de
la Plata. Una vez que lo tuvo frente a él procedió inmediatamente a interrogarlo de un modo cortante. No es fácil determinar el efecto
que tuvo esta reunión en Canning y en su apreciación de la situación del Río de la Plata. Tampoco era claro por qué Canning adoptó
una actitud tan distante hacia Alvear durante la reunión. En cuanto a la influencia de esta reunión sobre las decisiones futuras de
Canning respecto de los Estados sudamericanos, no parece que la visita de Alvear haya contribuido a acelerar el reconocimiento.
Tampoco agregó mucho a la que ya sabía sobre los asuntos del Río de la Plata. Alvear se embarcó el 29 de julio para los Estados
Unidos donde lo esperaba una bienvenida más auspiciosa.

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Hacia esta época Rivadavia se estaba preparando para embarcarse en otro viaje a Inglaterra. Después de negarse a seguir como
Ministro del gobierno de Las Heras, decidió partir a Londres, explicando que iba allá por motivos personales, pero también para
promover los intereses diplomáticos y económicos del Río de la Plata. Fue nombrado Chargé d’Affaires del Río de la Plata en
Londres. En los últimos meses de 1824 Canning decidió presionar por el reconocimiento del Río de la Plata. Pese a sus dudas y
sospechas sobre la estabilidad de la situación política, especialmente después de la salida de Rivadavia del gobierno, estaba
convencido en este punto de que el nuevo Estado estaba maduro para el reconocimiento. Los despachos de Parish habían hecho mucho
por persuadir a Canning de dar este paso. Canning envió instrucciones a Parish en setiembre, y le pidió que consiguiera más garantías
de la estabilidad y unidad de la república y se las transmitiera al gobierno inglés lo antes posible. Parish trató de inmediato de
satisfacer el pedido de Canning reuniéndose con Manuel García, que había reemplazado a Rivadavia como el ministro más importante
del nuevo gobierno. Con respecto a la unidad del Río de la Plata, Parish aconsejó a García que encontrara un modo de presentarle un
informe convincente, de modo de poder tranquilizar a su gobierno sobre este requisito vital para el reconocimiento oficial. García
satisfizo este pedido en octubre, cuando le presentó una nota formal a Parish explicando que aunque todas las Provincias del Río de la
Plata tenían administraciones separadas para la conducción de sus asuntos internos, seguían poniendo en manos del gobierno de
Buenos Aires el manejo de las relaciones exteriores. La noticia de la victoria de Sucre en Ayacucho sobre el ejército español, a fines
de diciembre de 1824, aceleró el proceso por el que los miembros del Congreso accedieron a delegar la conducción de las relaciones
exteriores de la Confederación en manos del gobierno de Buenos Aires, proporcionando a Parish y Canning el requisito que habían
estado esperando. Por este motivo Parish firmó el Tratado Anglo-Argentino con García el 14 de febrero de 1825. El Tratado establecía
la base de la futura relación entre los dos países. Regulaba las condiciones para el comercio mutuo, y también garantizaba los derechos
civiles de los ciudadanos británicos residentes en el Río de la Plata así como les garantizaba libertad de culto. El Tratado fue ratificado
por el gobierno inglés en mayo de 1825. Para entonces Canning ya había logrado el reconocimiento de las Provincias Unidas del Río
de la Plata.

Conclusiones
Cuando al fin Canning reconoció la independencia del Río de la Plata, en 1825, fue como si el lento y complicado proceso de
relaciones exploratorias entre los dos países hubiera llegado a un final feliz, y estuviera a punto de comenzar una relación más nueva y
directa. Las relaciones entre Inglaterra y la Argentina estaban destinadas a alcanzar dimensiones mucho más importantes a partir de la
mitad del siglo XIX, como ha ilustrado Ferns. Aún así, fue la indiscreción de Popham, y luego las lentas maniobras diplomáticas que
sostuvieron Canning y Rivadavia, las que abrieron las relaciones anglo-argentinas.

[Klaus Gallo, De la Invasión al reconocimiento. Gran Bretaña y el Río de la Plata, 1806-1826, A-Z Editora, Buenos Aires,
1994]

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