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J. Andreau, J.-M. Carrié, A. Giardina, J. Kolendo, J.-P. Morel, C. Nicolet, J. Scheid, A. Schiavone, B. D. Shaw, Y. Thébert, P. Veyne, C. R. Whittaker El hombre romano Edicion de Andrea Giardina Version espanola de: Jimena Castatio Vejarano: capitulos I, II, 1V, V, VI, VIII y XI Juan Antonio Matesanz: Introduccion, capitulos TI, VIL y IX Fernando Quesada Sanz: capitulos X y XT Alianza Editorial Capitulo tercero EL JURISTA Aldo Schiavone Un magistrado, acompariado de sus letores, abre un tastamento, La claboracién y el conocimiento del derecho —del ius— como ejercicio intelectual susceptible de distinguirse aisladamente, que requeria y desarrollaba aptitudes y talentos particulares, ha atrave- sado por entero Ia historia de Roma. Todavia hoy podemos seguir con relativa facilidad los casi diez siglos de esta practica ininterrum- pda, desde la edad de las Doce Tablas, hacia la mitad del siglo v .C.,en el corazén de la Roma arcaica, hasta la publicacién del Cor pus luris Civilisjustinianeo, en pleno Imperio Bizantino. ‘Una continuidad tanto mas notable si consideramos que su per cepcion no es s6lo el producto —en alguna medida, forzado y enga fioso— de nuestra mirada retrospectiva, cl resultado de una opera: cin historiografica que abarea segmentos¢ itinerarios diversos, re conociendo en ella caracteres comunes, aunque no estén identifi cados como tales por la consciencia de las figuras progresivamente implicadas en el fendmeno, Por el contrario, la sensacion de estar inmersos en el fluir de una corriente de pensamiento y de habitos mentales (por no decir, incluso, sociales) que discurria con regula- ridad desde un tiempo lejanisimo, ha pertenecido siempre limpida- mente a la consciencia de los propios protagonistas del camino: re- presentaba la estrella polar de su trabajo y de su identidad, Los juristas romanos no fueron s6lo esabioss, «conocedoress 0 ecientficos» del derecho. Durante una parte no breve de su historia fueron también sus més importantes y prestigiosos «constructores» y «productores». Es mas, los siglos de oro del saber juridico (desde el final del siglo 1 a.C. hasta los primeros decenios del siglo tt d.C.) coincidieron casi completamente con el tiempo de plena afirma- 105 106/Aldo Schiavone cién, en el tejido institucional de la sociedad romana, de un modelo de jurisprudencia, es decir, de un ordenamiento donde el poder normativo estaba concentrado, en medida relevante, en las prerro- gativas del grupo de los juristas: a los cuales —con independen« del hecho de que desempefiasen cargos puiblicos— «permissuin est jura conderes, les era permitido crear el derecho, por utilizar la ex: presion ya levemente burocratica de un autor del siglo d.C. (Gayo, Inst. 1.7), Debemos impedir, sin embargo, que nuestros ojos caigan prisio- neros del campo hipnético determinado por la uniformidad de una duracion tan constante. En el bosquejo que estamos considerando aparecen también sefiales de grandes transformaciones cuya rele- vancia no €5 menos importante que la comprobacién de la conti- nuidad. Los cambios afectan a la posicién sociolégica, de grupo, de Jos expertos del derecho, ya sus relaciones con el conjunto de la co- munidad y de las instituciones —primero de la ciudad, después del Imperio—, e, iualmente, alas formas de su saber: la estructura y la calidad de los conocimientos que produeian, acumulaban o trans- mitian, ¥ puesto que, como acabamos de ver, en buena medida, los juristas eran también creadores del derecho que elaboraban (mejor dicho, lo conformaban en el acto mismo de reelaborarlo), las muta- cones culturales se reflejaban en seguida en la orgauisaciGn nor ‘mativa de la sociedad. A diferencia de los otros derechos de la Anti giledad, el derecho romano no fue solamente el tinico elaborado «cientificamente», sino el unico producido en gran medida por un sector de expertos «profesionalmentes dedicado durante siglos a esa actividad. ‘Ateniéndonos a las caracteristicas de este volumen, entre los dos panos sobre los que hemos situado el desenvolvimiento de la histo- tia de la jurisprudencia romana —las vicisitudes sociologicas del grupo: el desarrollo de los paradigmas cognoscitivos del saber juri- ddico—, escogeremos como referencia narrativalla primera perspec tiva, Ahora bien, sin olvidar que ladistincidn tiene un valor relativa ‘mente precario, y que no existe mutacién cognoscitiva que no aca- be por desencadenar modificaciones de estatus, y viceversa. Podemos establecer, pues, cuatro cuadros o figuras, com las cua: les guiar como en el relato de un politico, toda la descripeién. En cada uno de los cuadros, el protagonista asume la faz.de un persona: Je muy conocido en la historia de Roma: respectivamente, de un sa cerdote arcaico, de un aristécrata republicano, de un consejero y «amigo» del principe en los afios comprendidos entre Augusto y los Antoninos, de un alto funcionario; en fin, de la administracién seve riana y, sucesivamente, de la tardia antiguedad I jurista/107 En la impronta genética de la mentalidad romana mas arceica —seqtin se nos revela descifrando la tradicién sucesiva— descubs ‘mos dos elementos, con distinta presencia, que podriamos defini ‘como auténticos campos o valencias preestablecidos ¢ integrados, cen parte contiguos y superpuestos y en parte precozmente separa: dos y «especializados». Con una inevitable aproximacion, y con los .g0s que siempre han supuesto todas las definiciones en la inter- seccién entre historia y antropologia, podemos indicar estas dos z0- nas con los nombres de «conocimiento magico-sagrado-religioso» y sconocimiento del ius. Asi pues, la religion y el derecho: no es un hecho casual que, hasta el siglo w a.C., los pocos fragmentos de es- critura latina legados hasta nosotros puedan referirse a estas ti cas experiencias. Con la practica religiosa, que probablemente tuvo un papel determinante en la formacién misma del mas antiguo or- denamiento ciudadano, se combiné asi, desde el principio, un patri- ‘monio mental y cultural parcialmente distinto, que no tendia a la produccién de cultos o de experiencias miigicas, sino a la construc- ‘cidn lenta y estratificada de una red de normas destinadas a cubrir Jos més importantes comportamientos «sociales» de los patres: el ricleo mas remoto del ius de la ciudad. Los efectos de la prictica del derecho no dejaron de reflejarse sobre el conjunto de las relaciones de la calectividad,y la contigii dad mental magia-religién-ius contribuyo, en medida relevante, af jar el primer espacio «piblico» —ideal y fisico— de la historia de Roma. La pronunciaciGn del ius en seguida fue rigurosamente reserva- daal interno de un circulo de sacerdotes: el colegio de los «pontii- ces» (literalmente, slos hacedores de caminos»; menos claramente, «los que abren el camino»): un componente esencial, junto con los tres flamines (de Marte, de Hipiter, de Quirino), con los augures y ‘con las vestales, de la organizacién institucional de la religion ro- mana arcaica La historiografia ha discutido mucho sobre los orige nes de esta exelusividad, que distinguia a los pontifices respecto de Jos demas grupos sacerdotales. Pero la atribucién no debe sorpren der. La separacién de las funciones es un fenémeno originario en Jos mecanismos de la més antigua religién urbana;'y no es en abso- luto increible Ia hipétesis de una diferenciacion genética entre ti- tualidad sacrificial y simbélica, reservada alos flamines, y concen- cial, ligada a los pontifices. Es un hecho que, al mar- zgen de como sea realizada la division de funciones, los pontifices re- sultaron ser los custodios y los intérpretes de las més importantes reservas de conocimientos «civiles» de la colectividad: del calenda rio, con el recuento de los plenilunios, de los novilunios y de los dies jast, y, por lo tanto, con el importantisimo control social del 108/Aldo Schiavone tiempo; de las secuencias formularias de las oractones y de las invo- caciones rituales a los dioses; probablemente —a partir de los afios cen que fue introducida en Roma, alrededor del 600 a.C.—, de la pro- pia escritura, Los pontifices registraban, ademés, los acontecimien- tos més significativos de la vida de la comunidad, desde las calami- ddades pablicas hasta los eclipses, y tamaban parte en los comitia ca lata, en los cuales se realizaban actos fundamentales de la vida co- leetiva En una palabra: eran los «sabios» de la ciudad. El niicleo mental y cultural mas sugestivo y profundo en el genio de los pontifices y en la definicién de su papel social —casi un dis- positive antropoldgico—se deja entrever todavia en plena edad his- {6rica: podemos individualizarlo en el impulso constante hacia una simaginacion reguladora>, rica y expansiva, algo que se podria defi- nir como una continua «superdeterminacién ritualista» de las rela- cones sociales y de las relaciones entre los hombres y la naturaleza, en pro de la estabilidad y de la seguridad tanto individual como co: lectivas, Era una percepcién de la rtualidad que se aproximaba mu cho aun verdadero «sindrome preseriptivo»: el espacio social de las relaciones entre los patres y el suprasensible y transfigurado espa- Cio de lo divino y de lo magico, aparecerian encerrados en una ar. madura de reglas y de preceptos dencos, pormenorizados ¢ impla cables, casi podriamos decir que obsesivos. Apenas eran formula- das a través de las palabras reveladoras de los sacerdotes, aquellas érdenes adquirian una objetividad alienada e irrevocable, segiin tuna proyeccién muy conocida en muchas culturas primitivas, y también en las sociedades antiguas. Pero su respeto escrupuloso re- sultaba considerablemente rentable: era una observancia que pro- porcionaba certeza y fuerza ala comunidad. ¥, a la vez, otorgaba po- era los pontifices: en sus palabras y en su habilidad interpretativa aparecta depositado el secreto de la adhesion de la ciudad al mundo de lo sagrado y de lo magico, que se imaginaba comprometido a proteger y a hacer invencible a quien sabia entender el lenguaje, y sabia atenerse a la voluntad de los dioses que lo habitaban, Los conocimientos de los pontifices revelaban cada vez més un marcado aspecto de «socialidads: la prescriptibilidad de las infor: ‘maciones se orientaba sicmpre a asegurar un bencficio inmediato para los que disfrutaban de la sapiencia que contenian. Su presen: cia acabé por garantizar una auténtica refundacién «urbana» de la precedente religiosidad gentilicia, y contribuyé asi a mantener con firmeza su precoz caracter aristocratico (la estructura de las gentes se basaba, de manera determinante, en la seleccién aristocratica). E] patrimonio preexistente de mitos latinos —en parte, atacado ya por las contaminaciones griegas y por las influencias etruscas— se EL juriata/109 reinterpretaba en clave «histérica y «ciudadana®: se trataba de la «desintegracién mitica» propuesta por la historiografia moderna, que sin duda termino tambien por favorecer la transposicién, mis alla de la esfera de lo sagrado, de modulos y esquemas mentales for ‘maclos originariamente s6lo como una fantasia magica y religiosa Sirriultineamente, y junto a la reelaboracién de los estratos mas remotos de la religiosidad gentilicia, los pontifices tambien utiliza ban los propios conocimientos, stn It miss mentalidad pres criptiva, para regular, a través de la pronunciacion del is, las rela: clones entre los diveroos grupos fanliaes dentro de comune, integrando la posesién del «sistema de poder» protociudadano del rey y de los flamines, La creacién del ius se fundamentaba en pri: ‘mer lugar en la memoria de las mores, las antiguas tradiciones de comportamiento conservadas dentro de las relaciones de parentes co gentilicias que se habian formado tambien en la sedimentacion preciudadana de la colectividad. La manipulacién de estos recuer- dos se producia mediante la combinacién de experiencias sociales eimaginacién religiosa, Tal manipulacion aparecia en forma de res- puestas de los pontifices —dadas segiin modalidades tipicamente oraculares— a peticién de los patres que preguntaban, en circuns- tancias particulares, qué era ius; es decir, cul era la conducta de gestos y verbal que habia que seguir para que las acciones de cada tuno resultasen idéneas, respecto de los otros jefes de familia de la ‘comunidad y hacia los dioses, para alcanzar determinados objetivos en las relaciones entre los grupos. Se forma asi el modelo del responsum, un tipo de comunicacién autoritaria de gran relieve en la vida de la ciudad arcaica, que, atra- vés de infinidad de adaptaciones, pero conservando una traza de la propia cualidad originaria, habria llegado a ser uno de los paradig. ‘mas mas s6lidos del saber juridico romano. ‘Asi pues, responder a las preguntas de los patres que les interro- gaban se convirtié en una funcién cada vez mas ineludible para los pontifices y su principal tarea en la ciudad. Los principales destina- farios de la proteccién de los pronunciamientos pontificales eran los mecanismos de la patrlinealidad, de la pertenencia de la tierra, de la reciprocidad y del intercambio, tanto matrimonial como de bienes (los vinculos de la sociedad gentilicia): cémo hacer testa- mento, alienar 0 adquirir una res in mancipio, disciplinar la conti gilidad en la explotacion de la tierra, cerrar una obligacién o regu: lar las consecuencias patrimoniales y potestativas de la modifi cién de las relaciones de parentesco con ocasién de una muerte de un matrimonio. De tal modo se constituia, pasando por el filtro de un grupo ho- mogeneo y restringidisimo, una sapiencia peculiar y potencialmen- M0/Aldo Schiavone te nueva con respecto a los recursos habituales de la mentalidad ar- ceaica: intrinsecamente casuistica, «local» y, de alguna manera, pun tiforme; un responsum diferente para cada demanda. El conoci- miento del ius no afloraba mas que alli, y no tenia otro sentido que el de resolver problemas inmediatos y concretos; responder a las necesidades de la comunidad. Esta consentia la formacion de un Particular‘talento interpretativo de los hechos sociales —aunque se tratase de una sociedad poco compleja— ligado de manera indiso: luble a la ocasién que lo provocaba y lo solicitaba cada ve. La superposicién originaria entre experiencia mégico-religiosa y derecho, que habia llevado a un fortalecimiento reciproco de las dos funciones en el labil contexto protociudadano, aseguré a los pontifices una relevancia que se mantuvo bastante despues de los rimeros siglos de vida comunitaria, a lo largo de todo el perfado etrusco de Roma, hasta mucho mas tarde, en plena edad republica- nna. Aunque en cl curso de la historia de Ia Repiiblica se hubiese es tablecido paulatinamente una disimetria cada ver, mas acentuada entre los dos campos —y el saber juridieo poco a poco aparceiese como la gran ysolitaria vocacion intelectual romana—, la peculiar dad de la relacion fue una caracteristica quesupo conservarse casi in tacta en el correr de los siglos. Todavia en los aftos 90 del siglo 1a.C. podemos observar que Quinto Mucio Eseévola, pontifice y ju rista, intent desenredar algunos de sus nudos mas complicados. Laconexion entre pronunciacién del ius y experiencia religiosa, aun sin esolverse, habia emperado,siqulcra lemtamente, 2 coder junto con la consolidacion —primero con la monarquia etruse: después con las instituciones protorrepublicanas— de una dimes sién propiamente «politica» en el funcionamiento de la sociedad. La legislacion de las Doce Tablas —un episodio brusco, misterioso, traumatico, probablemente no exento de explicitas tonalidades an- Spontiicales— contibuy6 seyuramentea Tas primerasgrictas de este vinculo, Entre politica, religion y derecho se delined de este modo el es- ‘quema de una secuencia bastante precisa: aunque los ritmos de los ‘movimientos seran totalmente opacos y las combinaciones sincré- nicas tenderan a prevalecer sobre la linealidad de las sucesiones temporales. Cuanto mis se fortalecia la esfera de la politica, ya en tre el siglo v1 y el siglo va.C., cl peso de la religidn y el de las viejas estructuras de parentesco gentilicias se hacia menos intenso en el marco de la ciudad. Y, a su vez, la relativa contraccién del mundo ‘0 marcaba la irresistible expansion del ius, que apa- recia de manera destacada como el producto de un saber «civils, or- ganizado seguin criterios enteramente propios, y que, ya hacia fines del siglo 1v a.C., empezaba a figurar como el auténtico logos roma- El jurista/111 no: al antiguo cruce entre lo sagrado y el derecho se adheria, y des: pues lo sustituirfa lentamente, una alianza distinta, plenamente re- conocible en las comienzos del siglo ut a.C., entre saber juridico y poder politico de la nueva aristocracia patricio-plebeya, mientras ‘que también la religion sufria a su vez. una clara presion por parte del nuevo bloque dominante. Entre los siglo w y mt a.C,, la imagen del sacerdote-sabio pierde tonalidad hasta desvanecerse casi por completo, y ocupa su puesto adel noble-sabio: dar responsa adquiere el aspecto de un privilegio aristocritico, vinculado a la hegemonia de la nobilitas patricio~ plebeya, surgida de las luchas sociales de los siglos v yw a.C.; una Actitud que constituye un bloque con el predominio politico de una oligarquia. Nace la correspondencia entre saber juridico y primado de las grandcs familias: una trama que durara hasta el fin de la Re- piiblica, por lo menos. En el cambio, sin embargo, permanece fir ‘me una constante: el conocimiento del derecho sigue siendo, con todo, una funcién del ejercicio del poder en la ciudad, No estamos en condiciones de aventurar cuanto pensamiento cracional» aunque se tratase de una racionalidad, por ast decitlo, «baja», sin conceptos y sin abstracciones— s¢ haya condensado en in bilidad primitiva de los pontfices, especto fe clean, dade luego preponderantes en un principio, de pensamiento y de rituali- dad migico-religiosa. Pero podemos suponer con fundamento que ‘el nuevo marco, a la vez que se prolongaba la atencién casuistica, favoreceria ahora el desarrollo de modelos de realismo empirico y de calculo distributivo. Los responsa constituian, cada vez con més exactitud, el ius vi- viente de la ciudad (de una ciudad ya en plena expansi6n), la osa- ‘menta discontinua, pero sélida, de las relaciones que cristalizaban a su través. Y, sin embargo, no establecfan —como podia hacer la lex ‘publica— reglas de validez general. Valian solo para la pregunta propucsta. El pronunciamiento, en cierto sentido, las consumaba, hay algo més que una vaga posibi- lidad de comparacion. Existe el establecimiento comiin de una mis- ‘ma eracionalidad> casi «profesional», empitica y disponible, de un mismo tipo de indagacién catidiana centrada en el hombre, en ol individuo: elementos que continuarin mostnindose activos (y no como fisiles inertes) en el pensamiento juridico mas maduro, y le proporcionaran esa inimitable tonalidad de concrecién y de realis- mo propia de los grandes juristas romanos, aun cuando ya habitua- dos al hielo del pensamiento abstracto: el rasgo que funda su pect liar chumanismos, Ahora, la fuerza de la respuesta, la garantia de su everdad», ya no. ran el resultado de su superposicién a un fondo de religién y de sa- cralidad. Se apoyaban en un cuerpo de nociones y de doctrinas in- terpretativas casi enteramente «civiless, aunque no por eso menos admirable y austero en la conciencia de los ciudadanos: su dominio ‘era siempre patrimonio exclusivo de un grupo restringido de hom- bres poderosos, por mas que ya no necesariamente vinculados a ta- reas sacerdotales, Con relacién a ellos, no podemos decir que nos encontremos ya ante «uristas» en el sentido modeno de la palabra. El conocimiento del derecho seguia presentindose solo como un aspecto no aislable y no completamente especializado de una edu- cacién aristocratica todavia unitaria, que comprendia dentro de si, cen el mismo nivel, otros saberes y otras funciones. Pero estamos, sin embargo, ya ante «expertos» para los que el saber juridico y la acti- vidad correspondiente pueden llegar a ser una auténtica «mi BL jurista/L13 vil» (cscribird Cicerén), el centro de una intensa y prestigiosa pre- sencia publica, Este desplazamiento, de la religion a la politica, del campo de atraccién que envuelve el derecho y su lenguaje (que otros han defi- nido impropiamente como «laicizacién») no altera todavia desde dentro los caracteres constitutivos del saber juridico. El estilo men tal del nuevo experto aristocrético no presenta fracturas radicales con respecto al de su predecesor pontifice. Se advierten afinamien- tos hermenéuticos y acumulaciones cuantitativas de experiencia, rno mutaciones de cualidad. Todavia en pleno siglo i a.C. nos halla. ‘mos ante una tradicién east exclusivamente oral, enraizada con zran fuerza en las particularidades culturales y sociales de la mas antigua historia ciudadana, Una sabiduria de las palabras y de los signos, que tendia a mantenerse dentro de modelos formularios y a cconservar esquemas sustancialmente arcaicos en la interpretacion de mores y leges, para extraer de ellas las reglas de los casos que los ciudadanos proponian cada vez a sus expertos. Lacseritura, en las raras ocasiones en que aflora en la cultura ju ridia de la primera mitad del siglo 1 a.C. (y no tiene s6lo el valor de tun marginal expediente documental y mnemotécnico), esta conec- tada exclusivamente a problemas contingentes de lucha politica, De hecho, existe un nico hilo rojo que une escritura y politica en los pprimeros textos de la jurisprucencia romana de que se tiene noticia digna de confianza: en el De usurpationibus, de Apio Claudio «el Cie 0» (titulo de la obra de su liberto Cn. Flavio), a finales del siglo, y, cerca de cien anos después, en los Tripertita, de Sexto Elio Peto Cato, Probablemente, sera aventurado emplear el adjetivo edemo- cratico» para describir la génesis de estas obras (aunque Sexto Elio se mueve en un contexto, tal vez de la experiencia juridica romana pa- L14/Aldo Schiavone recié conmovido, como no lo habia estado nunca desde las Doce ‘Tablas hasta entonces: y el centro de la innovacién juridica oscil6 hacia la actividad de un magistrado de la Republica —el pretor— que, con las prescripciones procesales de su edicto anual, parecia en condiciones de hacerse intérprete menos vinculado y mas veloz de las exigencias de la nueva ciudad imperial. Pero, con gran rapide, la jurisprudencia aristocritica supo re- cuperar plenamente su primado amenazado. Por un lado, asumien do como fundamento de su propia actuacién una ética mas sofisti cada de la respuesta, reflejo de una moral de la persuasion y de la verdad muy articulada y madura, con relacién a los estratos mas eminentes de la vida ciudadana, Después, poniendo definitivamen- te en crisis el antiguo primado pontifical: «con frecuencia —dird Quinto Mucio Escevola en el relato de Cicerén—he oidoa mi padre que nadie que no conozca el derecho civil puede ser pontifice» (De legibus, 2, 19, 47). En la admonicién se halla todo el signo de los tiempos. El viejo modelo de saber ha sido invertido, Ya no es la practica pontifical la que fundamenta el conocimiento del ius civi- Te, sino que la doctrina civilista es la que justia la funcién pontifi cal, Se abre paso asi una imagen «especializada» y, a su modo, «mo. dernar de las tareas sacerdotales y del conocimiento del derecho, si- bien anclada todavia ei: uina paideia untvora y totalizante, En fin, la tradici6n aristocratica realiz6 en poco mas de un siglo —en los atormentados y cruciales afios que van de los Graco a Au- ‘gusto— una revolucién sin precedentes en los contenidos y en los métodos del propio saber. La transformacién intelectual que marca el nacimiento del nuevo pensamiento y de una verdadera y propia literatura juridica (la escritura pasaa ser, desde entonces, el vehicu- lo de las diferentes personalidades de los autores) se superpone, en buena medida, a la biografia de algunas figuras descollantes de la ju- risprudencia de la Baja Repiiblica que van apareciendo al hilo de ‘cuatro generaciones: Publio Mucio Escévola, su hijo, Quinto Mucio, Servio Sulpicio Rufo, Antistio Labeén...: todos ellos eran también magistrados y ditigentes de la nobilitas senatorial. Ninguno de ellos fue artifice consciente de un proyecto unitario. Trabajaron en direc: ciones diferentes, bajo el impulso de presiones y de exigencias di- vversas. Pero siguiendo unas pautas en funcién de las cuales la expe- riencia de cada no fue recogida por quien pertenecia a la genera- ccidn sucesiva, y replanteada dentro de un modelo mas complejo. ‘Su historia nos habla de la trabajosa emergencia de nuevos para ‘metros conceptuales; de un derecho «racional» y «formals, pensado por primera vez en formas abstractas, en los términos de una autén- tica ontologia juridica. Esquemas adecuados a una sociedad menos elemental, que, sin embargo, logran fundirse con las reelaboracio- El jurista/15| nes de Ia antigua tradicion sapiencial, arcaica y protorrepublicana, segiin una trama que quedara como uno de los rasgos més tipicos y de la «certezas, resultado de una colaboracién todavia en alguna ‘medida paritaria —como de poder a poder— entre principado y grupo de los juristas. En los afos que cierran el siglo 14, la jurisprudencia conoce la iltima metamorfosis de funcion y de colocacion de su larga histo- ria. La transformacién se produjo sobre el fondo de un proceso ex: cepcional en muchos aspectos: el nacimiento, sobre las ruinas del ‘modelo de Adriano de gobierno imperial, de una verdadera maqui na cestatals, burocritica y centralizadora, con competencias de di- reccién y de control sociales y econémicos cada vez mas amplias; anteriormente, s6lo con una discutible presion analogica podiamos definir como «Estado» las instituciones romanas de la politica y de a administracion. H18/Aldo Schiavone Lanueva configuracién del poder y del gobierno absorbe por en- tero la autonomia de los juristas. Asi como los grandes expertos de derecho republicanos habian sido todos magistrados del pueblo ro- ‘mano, ahora los personajes de mayor relieve de la jurisprudencia severiana son grandes funcionarios de la administracién imperial intelectuales-burécratas de tipo casi-hegeliano, lamados a gestio nar un poder mundial, acechado por las contradicciones, por las amenazas y por los peligros. Pero mientras los juristas-magistrados republicanos tenian a sus espaldas una organizacién administrativa (yen cierto sentido también politica) relativamente simple y «lige 12s, los ministros-juristas de los prineipes severianos daban forma y direceion a un aparato de una complejidad nunca experimentada en el Occidente antiguo. Esto cred una situacién totalmente nueva: la tradicional «labeo- niana> autonomia de la jurisprudencia —cuyo modelo, aun revisa do yadecuado, habia regido hasta Juliano— no se oscurecia y se di solvia, por asi decirlo, «desde el exterior». Por el contrario, fueron los propios juristas —probablemente, teniendo hicida conciencia de cllo— quienes cambiaron de signo «su» derecho y su papel. ‘Aceptando ditigir en primera persona la gran administracién, se re- servaron para si el apadrinamiento de la nueva forma «estatal» de la politica y del gobierno, imprimiéndoles su propio ello. ¥ conce diendo a la cancilleria imperial el consiguiente e inevitable prima- do en la produccién del derecho, a través de las constituciones, por una parte firmaban el fin de cardcter de sjurisprudencia» del de- echo romano, no hacian otra cosa, en realidad, que seguir otorgin- dose la voz, aunque fuera bajo otras vestimentas, ysegiin un modulo ya abiertamente «legislativo» de produccién juridica. Ahora bien, en el acto de aproximarlo a los hechos de la realidad constitucional, esos hombres dieron una organizacién «definitivay a la antigua jurisprudencia, recogiéndola en exhaustivos comenta- rios que habrian de resist la avaricia del tiempo: y, entretanto, ela- boraron —a través de nuevos géneros literarios— un modelo total- mente inédito de ordenamiento, en el cual, por supuesto, ya no ha- bia espacio para la vieja autonomia normativa de la jurisprudencia, pero donde el poder ya ilimitado del principe soberano podia suavi- zarse y, en cierta medida, mitigarse en el proyecto de un derecho natural ecuménico delicado y riguroso a la vez. Si Juliano fue el ejemplo mas luminoso del «jurista-consejero», Domicio Ulpiano lo fue probablemente ain mas que su colexa (Y tal vez rival) Julio Paulo, del «jurista-gran funcionario». Su vastisi- ma obra —ampliamente utilizada por los compiladores justinia: rneos y, por lo tanto, bastante conocida por nosotros— espera toda: via una investigacién a fondo con criterios verdaderamente moder- Bl jurista/119 nos. En algunos escritos, y sobre todo en largos fragmentos de los comentarios ad edictum y ad Sabinwm, la trama densisima de las ci: tas que jalonan continuamente la exposicién parece convertirse en su verdadero hilo conductor (en los tinicos restos que nosotros po- demos leer del ad edictum se cuentan mas de mil referencias a juris tas precedentes); pero esas referencias resultan a menudo sutilmen- te manipuladas para hacerlas homogéneas con un proyecto en el gue la articulacién doctrinaria prevalecia claramente sobre la fide- lidad de las referencias. En realidad, si bien Ulpiano utilizaba extensamente el debate so- bre jurisprudencia de los siglos de oro, no obstante se movia entera- mente fuera de él. En adelante, atraves de Ulpiano ya no se expresa ba la voz colectiva del grupo, que se mantenia en el tiempo, sino que ya tenfa su propia palabra el legislador severiano, que trataba los textos de Ia jurisprudencia con la misma actitud con la que Julia- no se habia acercado al texto del edicto pretoriano, para someterlo ‘aun proceso de eristalizacién que sancionaba el final de una tradi- Durante algun tiempo, en el arco de un par de decenios, el taba jo de los grandes juristas severianos parecié mantenerse milagrosa: ‘mente en equilibrio entre formas nuevas y firme memoria de lo an tiguo, Fue un periodo de extraordinaria densidad intelectual, prin- cipiada cuando ya se precipitaba el siglo de la crisis. En el preciso ‘momento en que contribuia a erear, con sus propias elecciones, las condiciones de su desaparicién, la jurisprudencia romana descollé como el monumento de si misma, dibujando el perfil completo de uun derecho «formals (en el sentido de Hegel, y también de Weber) —por muy limitada que pudiera ser su efectiva aplicacién en la so- ciedad imperial de la época—, preparando el camino a todas las re- ‘cuperaciones que han tratado de actualizar el pensamiento juridico antiguo, desde el justinianeo hasta los modernos. Su fortuna fue ex: traordinariamente larga, hasta identificarse practicamente, bajo muchas banderas, con el destino de todo derecho «racionals REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS El ensayo que aqui presento presupone, retoma y reelabora partes de mis trabajos precedentes, entre los que debo remitir a: Giurst e mobili nella Roma repubblicana, It secolo della srivoluzione scientifieas nel pensiero gi ridico antico, Roma-Bati,1987;1 sapert della cia, en Storia di Roma, ed. de A. Momigliano y A. Schiavone, vol. I, Turin, 1988, pp. 545 y ss; Il diritio di Roma, en Storia dttala, ed. de R. Romano, vol. 11, Milin, 1989, Este trabajo también es deudor (entre otros) en distinto grado de M. Bre- 120/Aldo Sehiavone tone, Tecniche e ideologie dei giurist romani, Napoles, 19822; F. d'Ippolito, Giristi sapienti in Roma arcaica, Roma-Bari, 1986, I giuristi ela ett, Napoles, 1978; V. Searano Ussani, Valorie storia nella cultura giuridica fra Nerva e Adriano. Sud su Nevatio e Celso, Napoles, 1979: L'utlitt e la certezza. Compiti ¢ modelti del sapere giuridico in Salvio Giuliano, Milan, 1987, y Empiria e dogmi. La scuola proculiana tra Nerva e Adriano, Turin, 1989; V. Marotta, Multa de iure sansit. Aspett della politica del dito di Ar tonino Pio, Milan, 1988; T. Honoré, Ulpian, Oxford, 1982; F, Casavola, Give visti adrianei, Napoles, 1980, con amplia bibliografia.a cargo de G. de Cristo- fa. Capitulo cuarto EL SOLDADO Jean-Michel Carrié i ahi Relieve que representa alos soldados de la guardia pretorian. A quien le interesen profundamente las épocas y los personajes ris susceptibles de causarles cierta extrafieza, el «soldado roma- no», a primera vista, podria parecerle escasamente pintoresco. Bajo el gobierno de Augusto, que constituye el punto de partida del arco cronolgico que aqui se estudiara, Roma habia inventado ya, para muchos de ellos, desde hacia tiempo, las que iban a ser las estructi ras universales y obligadas de la vida y de las instituciones militares. Cito como ejemplo, y en desorden: la vida del cuartel y las listas de ascenso, la comneta de ordenanza y la enfermeria del campamento, laoficina de efectivos y los turnos de servicios, el parte de la mafia: na, los permisos, el xejército que te da una profesiéns, la comision de reformas, las representaciones teatrales para la tropa. Inclinados hacia el anacronismo por tanta modernidad, ciertos historiadores han proyectado en los soldados romanos el recuerdo de sus propias experiencias militares, declarando que «los soldados sufrian proba- blemente més por el aislamiento y el aburrimiento que por el ene- ‘migo». Esta generalizacién arbitraria ha sido, justamente, refutada por uno de los mejores conocedores del ejército romano, el llorado R. W. Davies. Atin hoy el ejército garantiza el éxito de «anacronis: tas» de profesién, ingenuos cineastas de cine‘o maliciosos autores de historietas, Falta de tipismo: este debia ser igualmente el juicio de los roma: nos, ya que hay algo sorprendente: la ausencia del soldado como personaje de las novelas latinas. El género debia sin duda estar so- ‘etido a los limites impuestos por los griegos, a un repertorio con- vencional de situaciones y héroes, pero, picaros antes de tiempo, 123 124/Jean-Michel Carrié los novelistas latinos no dudaron en introducir tipologias sociales sacadas de la actualidad. Pero, para no aludir mas que a dos ejern- plos, el inico soldado que accede al estatus de personaje en el Sati ricén sigue siendo atipico, privado de personalidad; es en esta cali- dad, puesto que monta guardia en el lugar del suplicio, que se con- viertea pesar suyo en el protagonista del episodio de la éama de Bfe- so. Lo mismo pasa en las Saturnales de Apuleyo, mas sometidas atin a.un modelo griego: el narrador, convertido en burro, se encuentra momenténeamente al scrvicio de un soldado, del cual se nos dice todo incluso antes de conocer eon seguridad su condicién («un in- dividuo de alta estatura cuyo vestido y porte anunciaban a un legio- nario»), Por muy escueto que sea este retrato, la descripeién no ca- rece de interés, ya que ilustra los criterios de tamaio y aspecto ge- neral que ¢l reclutamiento tomaba en cuenta, evocando ademas este elemento de instintivo respeto, quizé dictado por la mas ele- mental prudencia, que inspiraba a los eiviles el soldado elegido ara encarnar y sostener la autoridad imperial. Pero podria sor- prendernos que el estamento militar asi tratado en la novela no pro- porcione después ningtin efecto de color local, ningsin carécter del lenguaje de grupo, ni siquiera una idea reflejada de la condicion mi- litar. Esta ausencia de un espejo novelesco contraponiendo la reali dad al plano de lo imaginario no nos ayuda mucho para construir nuestra propia representacién del soldado romano, que sigue sien- do esencialmente tributaria de dos fuentes poco propicias para las coincidencias: un discurso civil, fundamentalmente ideol6gico, donde s6lo inamovibles topo’ intentan configurar un referente eva- nescente; y representaciones figurativas de soldados acompafadas a veces por un discurso, lapidario en todos los sentidos de la pala- bra. Disponemos hoy en dia de multitud de sabios estudios y obras de divulgacién sobre el ejército romano, pero en vano buscariamos una sintesis sobre el soldado. No porque este titulo no sea el de cier tos ensayos: se trata de descripciones de las condiciones del servi- io en el ejército romano, de «vidas cotidianas del soldado», muy litiles ¢ interesantes como tales, pero que estudian al soldado slo bajo el punto de vista de existencia profesional. El soldado como ac: tor social, como creador, como reproductor © como difusor de comportamientos y de mentalidades, la imagen que los militares tienen de si mismos y la que tienen otros grupos de ellos, los discur: sos de unos y otros sobre este tema, todo esto s6lo se ha tratado has ta ahora de un modo sectorial, y hay puntos esenciales que siguen siendo objeto de controversia para los historiadores. Y pronto vere mos cudn delicada es la utilizacién de las fuentes civiles, sobre las que se basa la opinidn de los primeros comentaristas contemport EL soldad/125 rncos, ineluidos los casos de literatura pretendidamente técnica: tra tadas del «arte de la guerra», de estrategia, de pol militar a menudo escritos por civiles extrafios a la vida militar. Un estudio sociolégico y antropologico del soldado romano, tal y como se desearia hacer, deberia ser, por definicién, comparativo y de contraste. Pero la escasez de nuestra comprension del soldado se afade a la del «civil», con excepcién de algunos grupos sociales pri vilegiados por la coincidencia de las fuentes. La presente (entativa es, pues, en alguin sentido, prematura en relacidn a la multitud de Investigaciones sistematicas que son necesarias para hacer el retra- to del soldado romano, que yo limitaré aqui voluntariamente a la Epoca imperial, e incluso esencialmente a la época alto-imperial. Al ‘menos se intentara aunar los trabajos anteriores actualmente dispo- nibles que muestran el camino para la investigacion posterior. La li mitacion necesaria de las indicaciones bibliogrifieas muestra completamente la deuda que el autor tiene con ellos. Instrumente de un destino historico excepeional, el ejéreito ro- mano durante mucho tiempo ha sacado sus fuervas de la perlecta identificacion entre estructura politica y estructura militar de la ciudad-estado, Los recursos del individuo determinaban sus res: porsabilidaules politicas y a la vez su participacién militar, que mas que un deber era un derecho e incluso un privilegio, La ciudad con- taba como tinico ejército a la unién de sus ciudadanos movilizados por turnos, y segtin las necesidades, s6lo durante tiempo de guerra. El ensanchamiento de la ciudad conquistadora, la prolongacién de las guerras y la necesidad de mantener la presencia militar en las provincias conquistadas sumieron en crisis estos marcos tradicio- rales; de hecho, convirtiéndose en permanente, cl ejército ha teni do que abrirse a los mas pobres, a los proletarios, organizar la solda- da, y asumir la disociacién creciente entre el oficio de armas y cl soficio de ciudadano». Convertido en el envite ¢ instrumento de las ambiciones rivales, el soldado romano tiende ahora a acercarse en sus comportamientos a los mercenarios que sirven a los monarcas helenisticos. Poniendo fin a lacrisis de la ciudad-estado mediante el establecimiento de un régimen de autoridad basado en el absoluto control sobre el ejército, Augusto creé con caracter duradero una nueva version del soldado romano que el historiador moderno a menudo toca por encima con cierto hastio, habiendo establecido en la opinién politica romana un debate secular y que es objeto de un amplio rechazo: como profesional, el soldado imperial es tomado por un mercenario; siendo permanente, es visto como un ocioso, ‘una boca imiitil durante todo el tiempo que no invertia en luchar, a ‘menudo es un ciudadano reciente, incluso apenas en la fecha de su 126/JeanMichel Carré Feclutamiento, es considerado como un barbaro. La nueva institu- ion militar retenia atin ciertos puntos fundamentales de la tradi- cién: el ciudadano-soldado, reinterpretado como soldado-ciudada. no, y el monopolio del mando por parte de la clase dirigente, son tuna pervivencia del antiguo sistema timocritico. Pero al mismo tiempo, el concepto de ciudadano se vaciaba de cualquier conteni- do real, en un regimen que sacaba todo su poder del soldado, acdli- to del princeps,y pronto hacedor de emperadores. Indiquemos que, cn Roma, es el soldado profesional el que ha creado al civil, perso naje hasta ahora desconocido en la medida en que todo ciudadano era un soldado potencial. Y es una palabra de! lenguaje militar la que ha designado el nuevo concepto: «paganus literalmente cam- pesino (de donde mas tarde, pagano), sin duda porque los eiviles ‘que mas contacto tenian con las guarniciones eran los campesinos. No es de ellos de quienes parte el «discurso civil» que voy a hacer sobre el soldado, sino de una reducida minoria de la sociedad roma na, asociado al poder politico 0 que asi lo eree, que practicamente adquiri6 cl monopolio de los mensajes ideoldgicos que nos han Ile gado, y que para el tema que nos interesa, a menudo ha acallado la vor del soldado. Alprofesionalizar el ejército, Augusto sustituyd, pues, el servicio alterno por parte de todos por el serviciv continuo por parte de lunos cuantos. Bajo la Repiiblica, la poblacién en armas habia llega. do a ser de un 10 a un 20 por 100 simultaneamente, en su mayoria itdlicos. ¢Cémo imaginar que Ttalia hubiera podido seguir contribu yendo en esta proporcién a un ejército que se ha convertido en per ‘manente? Plantear esta pregunta creo que permite descartar las di versas hipdtesis enunciads para explicar la disminucion de itélicos en el ejército desde inicios del Imperio: disminucién de vocacién militar, despoblamiento 0 crisis econémica. Durante los dos prime- 10s siglos al menos, Italia conservaba sus prerrogativas militares, suministrando cada vez el reclutamiento inicial de las legiones re cién creadas 0 de las reclutadas en sustitucién de las legiones des- tras,» sobre todo reservindose el acceso dies a as caores pretorianas, arma de prestigio, econémicamente privilegiadas y vi- ero de manos pra el eerito, dance el elemento tlie consor. V6, pues, un lugar de privilegio, al menos hasta época de los Seve ros, Ademas, J.C. Mann ha establecido, para el siglo ral menos, una politica centralista de distribucién de soldados italicos en cada pro- La ampliacion del ejército romano y de su composicién a las di- mensiones del universo civilizado, la ampliacién de la ciudadania romana a la mayoria de sus defensores, abren una via al edicto més radical proclamado por Caracalla, que satisfaria a las filosofias idea. El soldado/127 listas predominantes. Los soberanos helenisticos habian abierto el camino concediendo a los regimientos mercenarios un estatus de « militar no era una gran muralla que prote- itieraa los sedentarios romanos o romanizados de los nomadas ‘genas, expulsados de sus tierras de transito, Ademas, desde el siglo 1, los soldados romanos no eran diferentes, étnicamente hablando, de la poblacién local, no encarnaban, pues, el enfrentamiento de dos civilizaciones irreductiblemente opuestas e impermeables la tuna ala otra. ¢Hay que dar la vuelta totalmente a la antigua tesis,ar- BI soldado/133 gumentando que los soldados no jugaron ningtin papel en la am: pliacién de la zona cultivada y en Ia urbanizacién? El intento no deja de ser paradgjico. Ciertamente, los soldados ya no provenian de la tierra, y no po- dian improvisarse como agricultores en el momento en que se les abonaba su prima de desmovilizacion, consistente en tierras mas a ‘menudo que en dinero, Pero no se apresuraban en vender su lote de tierra: como propietarios fundiarios, estaban en pie de igualdad con la clase media de las ciudades provineiales, que tenian las mismas riquezas. Examinemos los testamentos militares: soldados y vetera nos tienen esclavos. Leamos los arrendamientos agrarios: a menu: do aparecen como arrendadores de tierras cultivables. No son cam- pesinos, sino rentistas de la tierra, y el testimonio de sus derechos de «posesion» de tierras imperiales esté ampliamente documenta: do. Tal es el sistema de la cleruquia helenistica: colonos del rey, sol dados del monarea haciendo cultivar su lote por una mano de obra asalariada 0 por colonos. La regionalizacion trajo consigo a su vez un vinculo local del sol dado susceptible de disminuir su disponibilidad para dejar su terri torio, El ejército romano ¢se ha convertido, como dice Cagnat, en una milicia provincial pagada por el estado»? ;Ha mantenido, por otra parte, Ia unidad moral necesaria, en este arraigamiento que amenazaba con disolverla culturalmente en el medio ambiente? En un ejemplo limitado pero significativo, la difusin del uso de epigra- fes en Britannia, J, C, Mann ha indicado cémo la falta de respuesta de la poblacién local a la introduccién por parte de los soldados ita licos de la inseripeion lapidaria acabé por retrasar el celo epigrafi- co del medio militar, a medida que se provincializa. Un caso dife rente nos llega por medio de los soldado sirios de Intercisa, en Pa. nonia —Ia actual Hungria—, estudiados por Jeno Fitz. Durante casi tun siglo, desde Antonino hasta los afios 260, estos sirios de Emesa (Oms), guardianes celosos de sus tradiciones culturales y de una ho- mogeneidad éinica mantenida gracias a una estricta endogamia asi como por sucesivos relevos, habian constituido, lejos de su provin: cia natal, en este ambiente tracio radicalmente diferente, un polo, ‘un punto de anclaje de identidad oriental en la provincia, hasta el punto de que sus hijos iban a servir en las legiones de Panonia y vol Vian a disfrutar de su retiro y ser enterrados en Intercisa. Aqui, laau- toridad romana confirié un estatus oficializado a un particularismo regional que constituye, para el medio civil que lo rodea, la imagen de Roma en su suelo. Este ejemplo, mejor conocido que otros, nos ‘muestra la variedad de situaciones en las cuales podia establecerse larelacién entre la sociedad civil y la militar, una variedad que hace insuficiente e impropia la problematica del «romanos y del «indige- 134/Jean Michel Carvié nna» en la que se habian encerrado los problemas de Ia aculturacion dentro del Imperio romano, Esta variedad interregional, la fuerza de estas entidades étnicas acepiadas por los emperadores, parece que dan la razén a las crit: cas realizadas por Técito, que lo esgrime como un leit-moriv: , que nose limita a ocuparse de [a casa eu [a ciudad, ya que a menudo Te da hijos, tam- bien esclavos. Un veterano de la flota del Miseno tenfa incluso dos cesclavas que son contempladas en su testamento para que sean ma- numitidas o instituidas por igual como herederas universales, asi ‘como a la hija que tuvo con una de ellas (BGU, I, 326 = FIRA, TIP, 50). La dedicacidn de la tumba de un pretoriano por una mujer, pri ‘mero esclava suya y luego su esposa, deja ver una situacién similar (CIL, 6, 32678). El soldado, pues, no esta condenado a frecuentar las prostitutas, que de todas formas no faltan en las canabae. La documentacién papirolégica nos muestra esencialmente a soldados burguesamente instalados en una relacién estable, a me- ‘nuda con las hijas o con las hermanas de soldados como él, tras que las inscripciones confirman una aspiracion generalizada de los soldados a llevar una vida de familia comparable a la de los ci viles. Recuperan en la prictica todos sus derechos de ciudadanos, a los que la prohibicion de contraer matrimonio inflige una grave res- triccién justificada solamente por el derecho de excepcidn que cconstituye el ius militare, La revancha de los valores morales sobre la norma conduce en un primer momento a neutralizarla, y poste- riormente a suprimirla. En Roma, efectivamente, no hay éxito so- cial si no esta acompafiado por una célula familiar respetable. Como los notables o los artesanos de las ciudades, los militares se han hecho representar cada vez més frecuentemente en familia so- 138/JeanMichol Carrié bre sus monumentos funerarios, reivindicando asi un conformismo moral y social de buena ley. Gracias a su cohesion y su solidaridad profesional, que explican ciertas tendencias endogamicas, el grupo militar manifiesta su voluntad de insertarse en el conjunto de la so. ciedad, cultivar no sélo los vinculos primitivos con la familia, sino que, a medida que se expande el reclutamiento local, con las raices gcogrificas. No nos extrafara, pues, el contenido de los epitafios de sus miembros més elocuentes: «vivid honestamentes; «sirvié sin mediidaw; she vivido el tiempo que se me ha dado respetando siem pre el bien, sobriamente, honestamente, sin ofender a nadic, de lo cual se alegran mis huesos», férmula que encontramos, idéntica, salvo ciertos detalles, en una tumba de la capital y en una tumba dalmata (Dessau, 2028 y 2257). En cambio, se notard la ausencia de comentarios en los epitafios de los soldados muertos en combate (Dessau, 2305-2512, ete.). Lo cual no significa que este ejército haya perdido el sentido de los valores guerreros, multiplicando sts con- tactos con la sociedad civil. Solo las circunstancias, imprevisibles en el momento del enrolamiento, determinaban el tipo de vida del soldado romano, que esperaba un reconocimiento adecuado a sus méritos, independientemente de que se tratase de tiempo de guerra © de paz. Mas Iamativa es la ausencia en las ciudades de emonu- ‘mentos a los eaidos», como habia en las ciudades grtegas, por ejers- plo. Elepitafio de Julio Ouadrato Basso, muerto en la guerra dacica, constituye una excepcidn. El cuerpo fue devuclio a Perga, su ciudad natal, y conducido por un cortejo a través de toda Ia ciudad (AE, 1933, 268 (cfr. P/R?, I, $08)). Y es que la ceremonia, que honraba a tun militar del més alto rango, tiene lugar por iniciativa ya costa del emperador Adriano. ¢Habré que reconocer, en los demas casos, ante el silencio piblico, los limites del patriotismo civil y de la soli daridad con los soldados? Quiza més simplemente, el emperador animaba alos civiles a celebrar sus victorias mas que a recordar las bajas de su ejército, Confirmado desde la época de Augusto, el vinculo de propiedad de un soldado al emperador (miles mei) definia obligaciones y pri vilegios. El soldado justifiea estos privilegios por los sacrificios per- sonales de los que aquellos son la recompensa. Lo elevado del pre- cio que debe pagarse restafia un poco las heridas de la envidia de los civiles y suaviza el miedo que el soldado les inspira mediante un sentimiento de superioridad condescendiente. La extension de la alienacién militar ha encontrado su expresin familiar en diversos términos metonimicos que simbolizan el servicio de armas, la mili: tia, Uno de ellos es la sarcina, nombre del bagaje individual que cada soldado llevaba desde époea de Mario en sus desplazamientos, I soldado/139 mediante una horea que se apoyaba en la espalda. El peso estimado era de 20 a 50 kilos, segiin los comentaristas. Otro término que a menudo nos encontramos es sudor, el sudor, ala vez consecuencia y prueba del labor miivar, prucba de la entre: saaceptada de su persona y de la renuncia al confort de la vida civil, Que nos dejen el sudor vertido, el polvo, y asi sucesivamente>, ex horta el entusiasmado Mario a sus tropas, «ellos, que encuentran mais placer en las banquetas» (Sal., Jug., LXXXV, 41). En cuanto el soldado deja de reivindicar su exclusividad, el civil viene a recla: marle su sudor como si le fuera debido. Para recuperar el control sobre las tropas relajadas, Vegecio prescribe a los generales que im: pongan un continuo ejercicio hasta xque se consiga que suden> (Weg., Ep. rei. mil, III, 4, ilustrando asi el implicito valor redentor dela transpiracién. El concepto logicamente pasa a la lengua admi- rativa, donde se trivializa en una expresién sorprendentemente metonimica: una ley de 369 aparta a los que eno han sudado en el servicio de armas», y que sélo sirvieron en las oficinas palatinas (Cod. Theod., VII, 20, 10; asimismo, VIL, 1, 8, de 365) Tan inherentemente es el sudor a la condicién militar, que el emperador, commilito de sus tropas, no puede dejar de verterlo para manifestar su propio sentido det deber, para dar ejemplo de dliseiplina ancestral y suscitar la ilimitada devoeidn de sus hombres ett que mezclabas el polvo y el sudor imperiales con los escuadro- nes de soldados», celebraba Plinio de esta manera las virtudes mili- tares de Trajano, antes de predecir el momento en que partiria en peregrinacién «hacia la llanura que ha bebido tus sudores» (Plin., Paneg. 13, 1y 15,4). Lanaturaleza divina del emperador no debe te- ‘mer encarnarse en un simple soldado para mezclar sus valiosos hu- ‘mores con los de sus compaheros de armas, y sellar con ellos, por medio de esta ibacién fisiolégica, un pacto infrangible. Por un mo- vimiento seméntico invertido, la metonimia (sudor, el efecto, por la causa, militia) se realiza coneretamente —e hiperbélicamente—en la fantasiosa biografia que la Historia Augusta presenta del primer Maximino, el emperador-soldado por excelencia: «a menudo reco- gia su sudor y lo conservaba en copas en un pequefio jarro, hasta el punto que podia exhibir dos o tres medidas de su sudor» (Sha., Due Maz., IV, 3). El presunto autor de esta Vita, Julio Capitolino, saca partido del gusto de su pubblico por las mirabilia, estos fendme- nos extraordinarios de los que la época tardoantigua multiplica los catélogos, al mismo tiempo que se entretiene en adornar con apa- istoricidad un juego de palabras inspirado sin duda en un re- clisico de bromas populares sobre los soldados. Si la trascendencia de la persona imperial, mientras dura un dis- curso oficial, ennoblece y rehabilita el sudor militar, esto no cont 140/Sean-Michel Carrie buye a revalorizar el oficio de las armas ante la opinién citado texto de la Historia Augusta, bajo los aparentes clogios, la hi- pérbole convierte en inverosimil tal derroche fisico, directamente en relacién con la monstruosidad fisica y el origen pretendidamen- te barbaro de Maximino, y pone de relieve particularmente la pro- funda ambivalencia —admiracién y asco unidos— de la imagen del soldado en la opinién civil. El verdadero soldado se mide por el su- dor que vierte. Pero, al mismo tiempo, todo ese sudor provoca la re pulsién, confirmacién suplementaria de lo inhumano de la condi ‘cién militar, en referencia a los valores civiles,yjustificacién de un ineremento del rigor con respecto a este inquietante personaje que es el soldado, Al convertir el sudor en un simbolo inmediatamente identifica. ble con la romanidad, los cineastas de Hollywood prueban, pues, que han lefdo 0 se han hecho leer los textos latinos. El contrasenti do reside en extender este atributo especificamente militar a todos los romanos. Pero esta infidelidad no nos extrafa, puesto que Roma, en Hollywood, s6lo sirve para alimentar los mitos ame- ricanos, como brillantemente ha demostrado el anélisis semiologi- co de Roland Barthes (R. Barthes, Myihologias, 2. cd., Patis 1970, pp. 27-30) En um pasaje de consuimado anacronismo, Tito Livio justifica la politica augustea situando cuatro siglos antes la primera institucién dela soldada militar. Todo trabajo merece un salario, nos dice invo- ‘cando el principio segun el cual una relacién existe entre labor y vo- Iuptas (Liv., V, 5). Dejemos de lado el aleance algo corto de este dis- curso seudofiloséfico. Siguiendo un razonamiento mucho mas ram- plén, el emperador consideraba que el trato hecho cori sus solda- dos, que le dedicaban un cuarto de siglo de su existencia,justificaba a cambio la «concesidn» de algunas «golosinas». Fn su mayor parte, la opiniGn piiblica estaba muy lejos de pensar lo mismo, En el texto de Tito Livio, el uso del término voluptas implica que el poder adquisitivo de la soldada no cubria sélo lo necesario, sino que permitia algo de lo superfluo. En una sociedad indigente, don- de la simple subsistencia cra un problema para la mayoria, la volup- ‘as constituye un indice del nivel social més que un eoncepto mo- ral, Lo que en cambio era un problema puramente moral era la legi- ‘timidad reconocida 0 no de un grupo social concreto para accedet a la voluptas. Pero tal legitimidad estaba negada a los soldados, ‘cualquiera que fuese la variedad de sus entornos de origen, porque sutascenso social se vefa como una agresin al orden moral estable- ido, «Felix militian, ironiza Juvenal en su Sétira XIV, jugando con los dos sentidos del adjetivo: porque la felicidad no ests hecha para el soldado y porque el soldado tiene suerte de que haya obtenido FL soldado/141 tantos privilegios indebidamente, sobre todo en el caso de los privi- legios de los pretorianos de los que habla el poeta. La comparacion con antiguas épocas, que habian observado rigurosamente los prin cipios tradicionales, en una vision bastante mitificada, ofrece un ar senal ilimitado de argumentos para recordar a los soldados su justo sitio, corrompidos por la excesiva liberalidad del princeps, y poco faltaba para que se unieran en el oprobio con estos seres ‘atin mis escandalosos en su felicitas insolente que son los li- bertos. La voluptas es considerada, por otra parte, incompatible con las. virtudes militares, garantes de la seguridad del mundo civilizado. El miedo a veral soldado ablandarse en el Iujo, perder su diseiplina ve- tus es tan fuerte que el civil se tranquiliza imaginando una forma de vida bajo las armas mucho mas espartana de lo que era en realidad. En la Historia Augusta, Avidio Casio y Alejandro Severo, ambos re- presentadas a veces en términos idénticos como parangon de seve- ridad disciplinaria, deben controlar a las legiones particularmente disolutas, es decir, las legiones orientales, ya que para el romano, Oriente sigue siendo «la «fragua de todos los vicios». Entre otras abominaciones, los soldados tomaban jbafios calientes! (Sha., Avid., 5, 5; Alex., 53, 2). Como si cada campamento del Imperio no hubie- ra dispuesto de su prupia instalacién termal mas 6 menos espaciosa } perleccionada, egun Ia importancia de la untdad y las posbilida des del lugar, situada en un anexo, o directamente en el interior del ‘campamento, como en el caso de Chester, Vindonissa o Lambese, jy nada tenian que envidiar a la comodidad de los baitos civiles! A ve- ces, st funcionamiento requeria un pesado trabajo de acarreo de ‘agua y de material para el calentamiento, lo cual prueba la impor tancia que se le concede a este elemento de civilizacién urbana que no sélo representa un factor de confort, sino también un lugar esen- cial para la convivencia. Asi, en Bu Njem, la antigua Gholaia en la ‘Tripolitana, las pequerias termas estaban acabadas menos de dos afios después de la Ilegada de los romanos. El centurién en el pues- to de mando en ese momento, hombre culto, compuso como dedi- catoia a la diosa Salus un poema en yambicos senarios, de los que he aqut los versos 9 al 13: «Tan bien como he podido, he santificado su nombre, y he dado a todos las verdaderas ondas saludables, tan- tos fuegos ardientes en estas colinas siempre arenosas por el soplo caprichoso del viento del sur, para que sus cuerpos puedan solazar- se de las llamas ardientes del sol, nadando apaciblemente» (Irt., 918), El soldado no tiene, pues, hacia el bafio los reparos culturales de los campesinos, cuya venganza sobre la ciudad se expres a me- rnudo, a fines de la Antigtedad, en la destruccién de los edificios ter- males, En cambio, el civil le niega hasta la voluptas del bano, conde: 142/Jean-Michel Carvié niéndolo asi a la maldicién del sudor, pero testimoniando de esta manera su ignorancia sobre el «soldado real» Pero mas que un hombre de placer, el soldado es considerado como un hombre de deseos, de impulsos, ce apetitos. Todos estos ‘érminos aparecen constantemente bajo la pluma de Taito, para quien, como hemos visto, la pasion dominante de los militares es la ira, consejera de sus actos més insensatos. De modo ingenuio pero cficaz, cuando se dirige a las masas famélicas, el antimilitarismo ro- mano ha resaltado en su denuncia de los excesos soldadescos, aquel apetito que resume a todos los demas: la bulimia, En laimaginacion Popular romana, e soldadoa menudo aparece como un glotén on goloso, como el monje en la Edad Media, ademas de ser un avezado bebedor. En el poema sobre la guerra civil, acumulactén parédica dc lugares comunes que deciama en el Satiricén el poetastro Eu- molpo, vemos a «el soldado errante, con las armas en las manos, re- lamar para su hambre todos los bienes que produce la tierra, La boca le hace ingenios» (Petronio, Satiricén, 199, v. 31-33). La Vida fantasiosa de Maximino, presentado como un simple soldado que ha egado ala parpura imperial, sostiene que era capaz de beber en un dia una énfora capitolina (26 litros) de vino y engullir 40 libras de came (Sha., Duo Max., 1V, 3). Libanio, en un discurso donde la de mumeia del jéreito estan fuerte como lo petinite su destinatario tm perial, describe a wsoldados que campan la mayor parte del tiempo ‘en pleno centro del poblado y dormitan al lado de gran cantidad de vino y provisionese (Lib., Or. de Patrocinis, ). ¥ Juan Criséstomo, retratandoa un centurién modelo que poco después se hard cristia. no, precisa que Cornelio «no se pasaba la vida en banquetes, borra cheras y francachelas», dejando entender que eso le diferenciaba de las costumbres de sui entorno (lohan Crys., Catech, Bapt.. 7, 29). No es sin duda por casualidad que estas acusaciones se mul- tipliquen en el siglo 1v, cuando las exigencias del-ejército son acusadas de ser las responsables de los nuevos rigores fis- ales. ‘Sin embargo, los autores mas propicios a denunciar tal falta de medida presentan a veces otro cuadro del régimen en los campa- mentos: cuando muestran al ebuen emperador», por ejemplo Adria no, compartiendo el rancho del soldado, es decir, tocino, queso y un vino peleén (Sha., Hadr. 10, 2); Caracalla, por otra parte bastante criticado, molia él mismo el grano de su pagnotta cocido sobre las brasas, sin mas exigencias que «las del soldado mis pobre» (Hdn., UL, 7, 5, 6); Juliano Hlegé a tomar de pie, al modo de los soldados, ‘una comida pobre y grosera (Amiano Marc., XXV, 4, 4). Se recono- cee en estos textos la descripeién de la racién de marcha, distribuida durante las expediciones, aunque la del soldado encuentra su expresién mas clara —aunque sin grandilocuencias— en los alto- rrelieves de los militares con coraza (loricati), directamente influi- dos por las monumentales estatuas del emperador como jefe gue- rrero, donde se relacionan los vinculos reciprocos que unen al so: dado con el amo del Imperio. Ambos encarnan la fuerza que quiere ser tranquila, segura de si misma, de algin modo la templanza de Jos «guardianes» de la ciudad plat6nica, capaz de canalizar hacia fi- nes ustos el shyms, la violencia potencial, ydominar sus deseos. La dureza y el peligro de la vida militar, la erueldad legalizada por su funci6n, se difuminan, acallados, neutralizados: el soldado mani- fiesta con no menos insistencia su pertenencia al orden organizador ‘puesto al desorden barbaro; la posesion de s{ mismo, dominando Ja violencia de la naturaleza y mantenida gracias ala disciplina, ala vez sapiencia y sabiduria. Como individuo que escoge la imagen ‘que perpetuard su memoria, el soldado romano no se representa en lo mas intenso de la accién militar, en la violencia del combate, ‘como hicieron a veces sus predecesores griegos, de los cuales la ca balleria auxiliar de principios del Imperio retomé los temas san- grientos. El soldado romano, porlo tanto, no pone al servicio de la intimi- dacién del civil o de Ia afirmacién de su personaje social la eficacia mortifera del ejército romano, que el arte oficial, por el contrario, cxalta implacablemente en las representaciones triunfales. El com: traste entre estas dos iconografias no se queda aqui: mientras que Jas colurmnas y arcos han acostumbrado nuestros ojos a una imagen multiplicada de soldados anénimos, estindar, desprovista de emoti- vvidad ¢ individualidad, la imagen mis propicia para tranquilizar ala sociedad civil acerca de como se la defiende, el ejéreito romano se EI soldado/155 convierte, por medio de estelas y aras funerarias, en una coleccién de identidades que dan testimonio de su adhesién a una civilizacién clisica desde mucho antes marcada por el sello del individualismo, El srealismo idealizador», que en el arte triunfal abandona los ros tros para concentrarse en la accién, cumple funciones inversas en las representaciones funerarias del grupo militar. Este afecto por el cretrato», particularmente desarrollado en Italia a fines de época republicana, de donde se dispers6 hacia las guarniciones provincia. les en un primer momento pobladas de reclutas de la peninsula, existia asimismo en Oriente, a juzgar por este recluta egipcio cuyo primer correo destinado a la familia contiene un eretrato» suyo, sin duda realizado en papiro. Asi pues, el éxito obtenido entre los solda- dos del Imperio por este tipo de representaciones, que Bianchi Ban- dinelli ha presentado como caracteristico de un «arte democratiza- do», se conforma a cierta estructura «democratica» del ejéreito ro- ‘mano que jamas se cerré sobre si mismo, como una casta, que no dio lugara los «linajes» militares, incluso en la época en que se con- virtid de facto en hereditario; de un ejéreito que ha puesto en con: tacto os valores de las clases humildes y medias recogiendo de paso los valores divulgados por la cultura clitista, de paideia clisica A medida que vamos avanzando en la época imperial, las repre- sentaciones funerarias en traje de combate desaparecen en benefi- cio de aquellas en que el soldado lleva el simple uniforme regla- ‘mentario (tiinica y manto echados sobre los hombros), mas proxi- ‘mos al traje civil, cuando no se trata claramente de la toga, simbolo civil por excelencia («cedant arma togaes) que expresa tal vez en ciertos casos la adquisicién de la ciudadania al término del servicio. En otros casos el soldado se halla acompafiado de su padre o de su hijo, vestidos con una toga. Esta evolucién ha podido presentarse como el reflejo de la pretendida confusién que se habria producido cen época tardia entre las esferas civil y militar, y del debilitamiento, ‘mas discutible atin, del caracter belicoso de la profesién. Bastard con releer a Amiano Marcelino para percatarse de que el soldado del siglo w no se habia convertido en «unartesano oun funcionario, ‘que en easo necesario podia tomar las armas yafrontar una guerra» La funcién militar conserv6 de hecho su particularismo, pero esta ‘evolucién de la imagen que el soldado quiere dar de si mismo mani- fiesta acaso el deseo de compartir con los civiles la celebracién, la reivindicacién, la practica de los mismos valores culturales, los que laaristocracia estableci6 como valores dominantes. El soldado, 0 al menos el centurién, del que hemos visto su aficion a juntar rimas, aparece ante la eternidad como un hombre instruido (musikos aner, vir litteratus) sin mas referencia a su profesién material que la que dan los civiles. Como ellos, puede vérseles con un volumen en la 156/Jean-Atichel Carrié ‘mano, un papiro 0 un pergamino, donde algunos han querido reco: nocer la matricula de reclutamiento en cl cjército, siendo que se trata de un objeto cultural por excelencia, forma bajo la cual se transmitian los textos literarios hasta que aparecié el codes. Sin re- negar por ello de su condicién militar, estos soldados han querido expresar que ésta no les habia aislado del mundo civil ni les habia impedido conocer los «verdaderos bienes». Al mismo tiempo, el rostro es menos individualista y, sobre todo, el vestido se idealiza, Efectivamente, cuando no Ileva la toga, el soldado del siglo tv se hhace representar con la tinica plegada del Alto mperio, abandona: da mientras tanto como uniforme reglamentario y sustituida por tuna tinica cosida y con mangas, ancestro de nuestro actual vestido, Ja camisia (término del argot militar, en un princi ‘mente, este nuevo uniforme, bien atestiguado en la iconografia oft cial, ya sea en el fresco de Luxor o en el mosaico de la «gran cace: ria» de la plaza Armerina, y que reduce al soldado inmediatamente ‘su tinica condicién militar, no aparece en ningtin monumento fu- Abandonar el realismo en provecho de un expresionismo ideali- zado, renunciar al retrato individual para manifestar su pertenencia ‘una mas amplia categoria humana —a la vez social y espirittal — xno son incompatibles con el mantenimiento del caracterespecitfica militar y del espiritu de grupo. En cambio, expresan indiscutible- mente la necesidad del soldado por afirmarse y reconocerse en la prictica cultural de las élites, de donde los civiles a menudo pare- ‘cen querer excluirle, achacandole una tradicional reputacién de rusticidad. Hace falta ahora que revisemos este juicio del que lo esencial se encuentra en los historiadores modernos, sin caer sin embargo en el extremo opuesto: zno habia una cierta diferencia en- te la representacién que estos militares querian dar de ellos mis- ‘mos y su personalidad real? A ello puede objctarse que una parecida sobreestimacién existia entre los «civiles». Por otra parte, estos mi- litares de amplia cultura ¢no eran sino una minoria mas acomodada que podia costear el gasto de una sepultura decorada? Sin embargo, Jo importante es encontrarlos en todas las escalas jerarquicas, en todo tipo de unidades, lo cual demuestra la expansién del fendme- no y el valor del ejemplo, de incitacién que podia tener en una es- tructura tan integradora. Es sorprendente la distancia que hay entre la imagen y la retori: a del propio soldado sobre él mismo y las que el civil produce a este respecto. Como en la parabola del elefante y los ciegos, los «ci viles» representan al soldado partiendo de unas formas parciales y particulares bajo las cuales se les manifiesta el amplio organismo El soldado/157 del ejército romano, y mis a menudo, a partir de Iaausencia del sol fdely Comat ef een fof eiatt paleaiel era etc ant ees a perficialidad a menudo decepcionante de la imagen gue se ha he- cho del soldado en los dos primeros siglos del Imperio, hay que te- ner en cuenta ante todo las condiciones en las cuales los civiles po- dian estar én contacto con los militares. De las grandes ciudades del Imperio, cuya opinion es la que mas ha pesado, se ha expresado, y ha llegado hasta nosotros. Roma es la tinica, junto a Alejandria, que haya presenciado una actividad mil tar masiva y permanente. En el caso de Roma, se trata, por una par- te, de las tropas mejor pagadas econémicamente, y las que se en- cuentran mas estrechamente ligadas a las vicisitudes del Imperi los pretorianos; por otra parte, las cohortes urbanas, las més pro fundamente especializadas en el mantenimiento del orden; y, en fin, la guardia personal del emperador, que ofrece la imagen mas clara de la barbarizacién del ejército. Este conjunto heterogéneo de las formas menos caracteristicas del ejército romano no est capa- citado para informar a la poblacién de la capital sobre la naturaleza del ejéreito romano en su conjunto. La peninsula italiana, que Augusto habia mantenido en cierto modo bajo presién militar por el establecimiento de muchas colo- de veteranos prestos a echarle una buena mano en caso necesa- no ha dejado luego de desmilitarizarse. No porque haya dejado de contribuir al reclutamiento de soldados, ya que los 4.500 preto: rianos —10.000 a partir de Domiciano— fueron hasta la época de los Severos reclutados esencialmente en Italia, sino porque se va desacostumbrando a una presencia habitual del soldado en su terri- torio, Los civiles ya sélo conocen al soldado en permiso o al vetera- no retirado, es decir, cuando vuelven a la vida civil. El verdadero ejército aparece s6lo en circunstancias epis6dicas, pero dramaticas y traumatizantes, dejando una huella profunda en su memoria: cuando el suelo italiano se convierte en campo de batalla entre los pretendientes al trono imperial. Herodiano muestra muy bien, en 193, el panico de los civilesitalianos, la manera en la cual «desde hace tiempos ajenos a todo aquello que tenia que ver con el ejército ylaguerra... se preocupasen por el ins6lito acontecimiento» (Hdn., I, 11, 3-6). El recuerdo anterior de hechos trégicamente parecidos ‘se remonta al enfrentamiento, en el 69, entre las tropas de Vitelio y las de Vespasiano. Aun aqui, estas condiciones no son las més ade- ‘cuadas para inspirar un juicio objetivo sobre el soldado. Este se con- verte en un personaje inquictante tanto en el recuerdo de su paso como en el trabajo de lo imaginario sobre este ser entretanto rein: talado en las lejanas fronteras, hasta el punto de convertirse en mit cas, donde se supone que el continuo contacto con los barbaros es- 158/Jean-Michel Carvié taba muy lejos de «civilizarlo», sino, por el contrario, acentuaria en él todos los elementos que lo predestinaban al papel de perturbador de la vida civil. En las provineias, eventualmente més préximas del limes, la situacién no cambia profundamente: pasado el primer si- slo yal abandonar las grandes aglomeraciones establecidas inicial- mente en el corazén de las provincias, el soldado es también aqui un ser periférico que apenas si contacta con los provinciales, slo ‘comb agente de requlsicifny de obligaciones, que viene a tomadill que se le es debido de los beneficios econdmicos de los civiles. Es- casas son las regiones como Egipto, donde la ausencia de un limes propiamente dicho multiplicé las ocasiones de un contacto social, econémico, familiar, humano entre civiles y soldados en el conjun- to del territorio provincial. Tal acereamiento no conlleva necesa- riamente un mejor entendimiento, atin menos una ésmosis, pero al menos permite un mejor conocimiento mutuo de los dos ambien- tes, Esto es lo que se produjo en el siglo v como consecuencia de la profunda modificacién de la implantacién militar el dispositive de defensa en profundidad— que sitia codo con codo a civiles y mi- litares, pero tambien frente a frente, dada la rigidez.que no se ha po: ido evitar con esta reorganizacion estratégica, econdmica y finan- ciera de los recursos del Imperio. De todos modos, la sociedad civil jamas admitié la tilidad ni la necesidad de vn ejércita permanente tal y como lo habia creado Augusto. No consiguié establecer tampo- €0, retomando los conceptos de Halbwachs, Ia «distancia social» del soldado, a la vez sorprendentemente préximo al emperador y sorprendentemente lejano de la ciudad, esas dos cunas de la vida so- cial romana, ‘Se comprende mejor, en estas condiciones, que el soldado se haya amoldado facilmente a la aplicacién de unos fopoi, a menudo contradictorios entre ellos, a merced de las circunstancias y de los ‘manipuladores, generalmente anacrénicos porque estaban retrasa- dos con respecto a las innovaciones, o tomados ne varietur de un antiguo repertorio, pero cuya funcién es la de suturar un vacio que ‘marca el puesto de los soldados en las representaciones colectivas. EI malestar —creado por el desconocimiento del «soldado real>— se refuerza con la percepcién del ejército como una entidad politica activamente monopolizada por el princeps: este desposeimiento de la sociedad civil de su ejército termina por transformar al soldado cn un papel mas que una persona, por lo tanto es una abstraccién: ‘mas que nunca es un miles singular con valor colectivo. I soldado/159 REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS Armées et fiscalté dans le monde antique, Coloquio C.N.RS. (1976), Paris, 1977. IR. Baxrnes, Michologies, Paris, 1957 P. Bastimy, Monnaie et donativa au Bast-Empire, Wetteren, 1988. EE. Bintey, «Roman Britain and the Roman Army», en Colected Papers, Ken- dal, 1953. DJ. Branzs, «The Organisation of the Carcer Structure of the immunes and principales in the Roman Army, en Bonner Jahrbiicher, 174, 1974, pp. 245-92. AK. Bowaw y J. D. 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