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(Cawmnireno / ACCION PSICOLOGICA 3 (2002) 233-248 233 DEL DIAGNOSTICO A LA EVALUACION. UNA CUESTION A DEBATE FROM DIAGNOSES TO ASS| MENT. A DEBATE TTELIO CaRPINTERO. Universidad Complutense. Madrid. Reeibido 21-5-02 Aceptado 16-7-02 2 Resumen Abstract Los cambios terminolégicos son indicadores. _Changes in psychological terminology indi- fiables de variaciones en la teorfa. Aqui se anali- cate some variations in the theoretical field. za el uso creciente del término , | Growing use of the term «assessment, that dis- que ha desplazado al de «psicodiagnéstico», yse placed the term «psychodiagnosisn, is here sugieren algunas posibles consecuencias de tal analyzed, and some implications for the future cambio para el futuro de la psicologia. of the field are hypothesized. Palabras clave: evaluacién, psicodiagndsti-__-—-‘Key-words: Assessment, psychodiagnosis, 4 co, teorfa psicol6gica, psychological theory. 234 El cambio tematico La cuestién sobre la que aspiro a reflexionar parece clara. Desde hace algtin tiempo se viene produciendo entre los psicélogos una marcada tendencia a sustituir el término de «diagnésti- co» por el de «evaluacién>. Tomemos unas cifras. En 1950, de acuerdo con los datos de Payclit, el término diagnostico aparece emplea- do en el titulo de 86 trabajos; el de evaluacion (assessment), 10 veces; cincuenta afios después, en 2000, diagndstico aparece en 554 trabajos, y evaluacién, en 1322. Otro ejemplo. En nuestro pais, Espatia, los primeros planes de estudio de facultades de psi- cologia, concebidos en torno a los afios 70, inclufan siempre una materia denominada «psi- codiagnéstico», concebida como asignatura basica dentro de las de naturaleza clinica. Pau- latinamente, hemos asistido a su creciente sus- titucion por otra de cevaluacién psicol6gica», que ha ido asumiendo y en cierto modo ampliando las tareas que la primera habfa con- densado. Asi también V. Pelechano, autor bien conoci- do entre los psicélogos de lengua espaiicla, publicé hace unos afios un volumen -Del psico- diagndstico clasi Alisis i (Pelechano, 1988)-, en que comienza por reco- nocer el cambio mencionado, y estima que el primero de esos términos padece de «graves insuficiencias» a la hora de recoger las tareas que en torno a estas cuestiones metédicas reali- an los psic6logos (14.52). A principios de los afios 80, una autora bien conocida en esta especialidad, Rocio Fz.Balles- teros, publicé un libro sobre Psicodiagnéstico. Concepto y metodologia (1981), donde se deja ver con toda claridad el cambio conceptual a que nos estamos refiriendo; incluso en alguno de sus capftulos se da cuenta de una encuesta a especialistas que, entre otras cuestiones, inclufa una acerca de la contraposicién de ambos tér- minos, resuelta entonces por corta mayoria en el sentido de identificarlos (Fz, Ballesteros, 1981, 76). En todo caso, aunque el titulo del libro hace referencia a la idea de diagnéstico, Ia definicién que en sus paginas se propone apela yaa la idea de evaluacién. Dice, en efecto: Cazonireno / ACCION PSICOLOGICA 5 (2002) 233-246 «E] concepto de Psicodiagnéstico que pro- ponemos hace referencia a una subdisciplina de Ta psicologfa cientifica, que tiene ...por objeto el estudio cientifico del comportamiento del suje- to en evaluacién en sus distintos niveles de com- plejidad y a través de procedimientos objetivos» (Id., 97). Se vendrfa, pues, a concebir aquel diagnéstico como el estudio de un «sujeto en evaluacion». De entonces acd, esto es, en Jos tiltimos vein- te afios, el término eevaluacién» ha ganado ampliamente el terreno antes asignado al diag- néstico, y ha afiadido otros nuevos, de suerte que en muchos casos este tiltimo concepto ha desaparecido de las revisiones y ordenaciones de su literatura (e.g. Fz. Ballesteros, 1997, 1999). ‘Nada ocurre en un campo del saber sin su ‘cuenta y raz6n. El cambio a que estoy apuntan- do tiene sin duda su justificacién y su funda- mento. No estoy seguro, no obstante, de que la pérdida del concepto mas antiguo, «psicodiag- néstico», no pueda resultar en dao para la doc- trina y, sobre todo, para la praxis del psicslogo. La psicologia es todavia una ciencia en cons- truccién, y conviene que no pierda potencialida- des encerradas en algunas de sus ideas primige- nias, cuando tiene atin tanto que hacer por delante. En tal sentido, me gustaria que mis reflexio- nes se entendieran movidas por el deseo de recuperar ciertos conceptos y posibilidades te0- ricas y précticas del pasado reciente de la psico- logfa, y su reactualizacién junto al conjunto de sus ideas y usos m4s actuales. Nada més, pero tampoco nada menos. 1. Del diagnéstico a la evaluacién Se trata de reflexionar sobre el quehacer del psicélogo en general, y con alguna precisién mayor, sobre el del psicdlogo clinico. Por lo general, de una u otra forma, con una u otra preparacién y con una u otra teorfa operando desde el fondo de la escena, el psicdlogo trata de comprender, intervenir y ayudar a algiin seme- jante cuyo comportamiento, por alguna raz6n, ha convertido en objeto de su estudio. En, muchos casos este parece presentar algiin tipo tsar sn nenheermeneneetinncmnsesnenmoi i Canewreno/ ACCION PSICOLOGICA 3 (2002) 233.244 de alteracién psicologica; en otros, se trata tan ‘s6lo de adecuarlo més eficazmente a determina- das caracteristicas o dimensiones de su entorno o circunstancia, ‘Todo ello, sin embargo con unas ciertas con- diciones: las propias de la psicologfa cientifica, de cuyo conjunto global aquella intervencién es una forma o resultado, Una primera es la condici6n o indole psiqui- ca de aquello que parece afectar a quien lo esté padeciendo. Entendemos que los padecimientos que afectan a un sujeto siempre son de indole psiquica, pero su origen puede ser perfectamen- te organico, Quien ha sufrido una rotura del hueso de algtin miembro vive una condicion personal afectada, con dolores y temores psiqui- 0s; pero todo ello es vivido como consecuencia, del trastorno somético que le ha sobrevenido. ¥, consiguientemente, la accién aliviadora o cura- tiva que se emprenda légicamente se ha de diri- gir en sentido primario al nécleo originario de la alteracin. Y, como es una alteracién sométi- cala que ahi esta operando, ésta es la que habré que tratar de modificar. Quien conozca la ana- tomia y la fisiologia del érgano afectado, estara en condiciones de intervenir. Esa no es la com- petencia del psicélogo. La intervencién de éste tiltimo parece reque- rir que se trate de un problema psicol6gico. Y ello implica una cierta demarcacién. Los procesos psfquicos son, en su indole tilti- ma, vivencias. Son modos de afeccién de un suje- to en su relacién con su entorno vital. Se trata de afecciones que incluyen de una forma u otra una cierta interpretacién, una representacién o idea que el sujeto puede en mayor o menor grado des- cribir y precisar en términos objetivos; incluyen, en muchos casos, modificaciones de los afectos, de variado tono hedénico; implican, ademds, una objetivacién de lo experienciado que entrafa la activa utilizacién de aprendizajes y experiencias anteriormente adquiridas. Dicho més sencilla mente, se trata de conocimientos, afectos, senti- mientos o recuerdos, vivencias todas ellas que permiten a alguien relacionarse con su entorno, controléndolo al tiempo que se apoya en él, yen cierto sentido, lo posee. Estas vivencias, hasta cierto nivel, son pro- cesos conscientes. No vamos a reabrir ahora la 235 cuestiGn pertinaz de la inconsciencia. Esta claro que toda conciencia es limitada, y esté igual- mente claro que toda inconsciencia a que el psi- c6logo haya de referirse quedaré situada en un contexto consciente, dentro del cual se la dibuja, y define al referirla a otros elementos dados que Sf son conscientes y desde los que habré sido posible, de acuerdo con ciertas reglas acepta- das, asumir su existencia inferida. El psicélogo se ocupa de vivencias. Solo que éstas se manifiestan al exterior en forma de com- portamiento: de comportamiento verbal en muchos casos; de comportamiento expresivo, gesticular, casi siempre; de comportamiento operativo en ocasiones. El psicélogo espaiiol Mariano Yela definié el objeto propio del saber psicolégico como la «acciGn significativa fisica- ‘mente real» (Yela, 1983): accién fisica que se rea liza fisicamente, que tiene una consistencia objetiva describible y precisable bajo ciertas condiciones y mediante el empleo de ciertas téc- nicas, algo que hoy nos muestran dia a dia las neurociencias, Pero ademis, dotada de significa- cién: por lo pronto para quien la vive y ejecuta. Y ello significa que esté dotada de sentido, que el sujeto la relaciona y sittia en un orden de rela- ciones ideales, que ordenan y rigen sus interpre- taciones, y regulan sus comportamientos. El psic6logo, pues, ha de operar con estas realidades complejas, y un tanto esquivas, que son las vivencias o actos vitales de sus clientes. En segundo lugar, el psicélogo aspira a tra- tar esas vivencias desde un horizonte de conoci- mientos que podemos llamar cientificos. La psi: cologfa ha sido concebida desde sus orfgenes en el siglo XIX como un saber cientifico. En muchas ocasiones se ha venido a cuestionar esta condicién. Quienes lo hacen pueden tener sus razones, incluso razones respetables. Pero ello no significa que, en el marco de la comuni- dad cientifica, la psicologia no aparezca a los ‘ojos de muchos de sus cultivadores como una ciencia. En ultima instancia, ciencia quiere decir para muchos de nosotros un saber con- ceptual, que se refiere mediante entidades sim- bélicas a ciertos procesos o hechos objetivos, empiricos, de suerte que con sus conceptos pue- de ordenarse, categorizarse, tales procesos, y puede formular relaciones entre ellos de suerte que resulte posible establecer relaciones de fun- 236 damentacin que permitan la explicacién y la prediccién; y fundada en ambas, la interven- ci6n. Saber, prever y poder, los tres términos de la pretensién cientifica segtin Comte, se interre- lacionan activamente, estableciendo un control y dominio del campo fenoménico correspon- diente que termina por posibilitar una opera- cin técnica de modificacién de sus objetos y en el caso del psicélogo, abre una amplia serie de Iineas operativas que integran la psicologfa apli- cada. Se trata, por tanto, en el caso del psicélogo clinico -como en el de quienes se ocupan de otra esfera cualquiera de las vivencias y com- portamientos del sujeto humano, con voluntad de intervenir en ella— de poseer un saber sobre el qué, y disponer ademas de otro saber acerca del como. Saber qué esté ocurriendo, y cémo se podria modificarlo, son condiciones esenciales de su accién profesional. A ello cabria afadir otra serie de condiciones deontolégicas e inter- ventivas, en que me voy a abstener de entrar. Aristételes record6 ya hace siglos que la con- dicién para deshacer un nudo consiste precisa- mente en conocerlo y analizarlo. La cuestién estriba aqui en precisar qué condiciones ha de tener aquel saber que el profesional ha menes- ter para poder intervenir. Y, complementaria- mente, qué operaciones pueden llegar a propor- ciondrselo. La cuestién del diagndstico -y la de la evaluacién— se mueven precisamente dentro de este circulo de problemas. 2. El concepto de diagnéstico ‘Tal vez no sea ocioso repetir una serie de conceptos que, a no dudar, han servido una vez y otra para definir el diagnéstico. E] término con que nos referimos a aquél muestra a las claras su rafz helénica. Didgn es el sustantivo; diagigndskein, el verbo. Ambos han sido relacionados reiteradamente con el Ambito del cfrculo médico hipocratico de la antigua Grecia, con el que comienza la historia de la ciencia -no de la praxis~ médica. Se entiende por diagigndskein, en ese circu- lo, un llegar a saber acerca de la enfermedad precisa que afecta a un sujeto, gracias al exa- men y observacién de las sefales con que aque- Canroeren0 / ACCION PSICOLOGICA 3 (2002) 233-248 lla se presenta. El resultado de ese esfuerzo cog- nitivo es, justamente, el establecimiento de una decisi6n, de un juicio, en que se afirma del pro- ceso en estudio una cierta entidad, un cierto ser: juicio que es, justamente, el (0 mejor, la) did@gno- ‘sis, el diagnéstico. Lain Entralgo resume el sentido de ambos términos en el mundo hipocratico con estas palabras: «Conocer técnicamente una enferme- dad individual, diagigndskein t6n notison 0 to nouséma, seria a un tiempo saber discernirla con precisiGn entre todas las restantes y penetrar visivamente en Jo que de ella no se ve a través de Jo que enella es aparente» (Lain, 1988, 12). Quedan ahf recogidas dos notas de la mayor importancia para la comprension de nuestro tema: una, la existencia de una red nomolégica de categorifas alternativas entre las que ha de situarse el fenémeno o perturbacién que se halla convertido en objeto de estudio; y, segun- da, la condicién doble del fenémeno, en parte visible y accesible, en parte también oculto, latente, y solo determinable por un proceso de inferencia, Se trata, por tanto, de que el saber que constituye el proceso diagnéstico es, a un tiempo, un juicio diferencial entre trastornos alternativos, y una determinacién ctiolégica inferida que da raz6n de las manifestaciones objetivas, comportamentales. (Achenbach se ha referido a esos varios momentos del diagnéstico con los términos de «diagnostic process», proce- so diagnéstico; «formal diagnosis» 0 momento taxonémico clasificativo, y «diagnostic formula- tion», o determinacién concreta de cuanto se refiere a un caso en estudio [Achenbach,1995]). Se trata de distintos aspectos del problema, complementarios pero diversos. La idea de la red categorial o taxonomfa implica la existencia de una teorfa que diferencia una variedad de manifestaciones fenoménicas agrupandolas en unidades de significacién. Los elementos mani- fiestos -o sintomas- forman entidades defini- das, que aparecen con propiedades diversas y con consecuencias igualmente distintas. De ahi que su significacién varie en funci6n del con- junto -o sindrome- al que quepa referir un ras- go o manifestacién visible. . Esta red de ordenacién de fenémenos supo- ne, al menos, la admisiOn de diferencias cualita- (Canpwvteno / ACCION PSICOLOGICA 3 (2002) 233-244 tivas en el orden de lo observable, y su organiza cidn en forma de totalidades que es preciso determinar para deshacer la equivocidad o ambigiiedad del rasgo sintomatico y dar sentido al comportamiento que lo exhibe. El supuesto general, naturalmente, es que en el orden del ‘comportamiento hay unidades de sentido, con caracterfsticas discernibles estables, que mues- tran la existencia de un orden general que rige en el proceso general del comportamiento. No es nada esotérico: en el orden del comporta- miento habitual, y dentro de un nivel meramen- te descriptivo ~o de «psicologia del sentido comin» hallamos diferenciadas las variedades de vivencia, de suerte que un proceso de recuer- do, un deseo, una pregunta o una inquisicién contienen elementos visibles diferentes, que conocemos dentro de ese nivel de psicologia del Jenguaje ordinario en que todo sujeto se mueve al interpretarse a si mismo y a sus semejantes. E] diagnéstico, en suma, viene a mostrar asf que uno de los supuestos es, precisamente, la exis- tencia de una compleja red de categorias com- portamentales definidas y alternativas entre s Se trata aqui, como dice Achenbach, de la orga- nizacién de constructos taxonémicos que agru- pan items-problema formando sindromes que se muestran potentes, y reaparecen cuando se estudian distintas muestras de sujetos y cuando se atiende a distintos tipos de informantes (Achenbach, 1995). El segundo punto apunta a una compren- sién inferencial de los procesos comportamen- tales. En el maravilloso clasico de nuestra litera tura Libro de Buen Amor, el arcipreste Juan Ruiz cuenta la historia de cémo los romanos obtuvieron las leyes de los griegos. El docto griego mostré un dedo, y el romano replicé ensefiando tres. Aquel habria pensado expresar que hay un dios en el universo, y su contrincan- te, creyendo que amenazaba con golpearle, amenaz6 con hundirle los ojos y la boca con sus, tres dedos, lo que llev6 al griego a entender que el romano respondia apelando a la Trinidad cristiana, Io que entendié que era una muestra de altisima sabiduria... Aquella disputa es un paradigma de gesticulaci6n y doble sentido, es decir, de equivocidad de los comportamiento y exigencia de su interpretacién. Toda compren- sién del otro es siempre interpretacién, herme- néutica, formulacién de un sentido compatible 237 con sus actos. El supuesto general es que el otro obra econ sentido», sentido que determina y condiciona las formas y modos de la accién, y que, en suma, cumple un papel causativo y determinante dentro de la génesis de cada acto comportamental. El comportamiento, en defini- tiva, arguye la existencia de una teorfa de la mente, por elemental y simple que ésta pueda resultar. Y ésta posee estados definidos, con uni- dad de sentido, susceptibles de descripcién, andlisis, y en muchas ocasiones, también de medicién que han de ser interpretados, inferi- dos, «dia-gnosticados». 3. El concepto de evaluacién La idea de evaluacin esté en el lenguaje natural directamente relacionada con la de valor, valoraci6n, asignacién de una cierta mag- nitud a una cierta dimensién. Los psicélogos hablan -hablamos-, naturalmente, de evalua- cién psicolégica. Y ésta supone, en un sentido amplio, la existencia de variables que pueden adoptar magnitudes distintas, dentro de las cua- les resulta posible emplear con sentido las rela- ciones de orden, mayor y menor, y cabe, por tanto, compararlas. Se suele indicar que el término, con signifi- cacién psicolégica, vino a emplearse para titu- lar un volumen, Assessment of Men, que recogia las actividades durante la Segunda Guerra Mundial de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) de los Estados Unidos (OSS, 1948) (Pele- chano, 1988, 53). Hace algunos afios, Jackson y Messick, al elaborar un volumen sobre cuestiones de eva- luaci6n, se sinticron obligados a explicar que usaban este término, y no el de medida, (assess- ‘ment en lugar de measurement) para permitir un acercamiento més amplio al estudio y apre- ciacién de las diferencias humanas (Jackson y Messick, 1967, x), toda vez que la medici6n psi- colégica se habria convertido en «parte integral y no meramente un anexo de la ciencia psicolé- Bica» (Ibid). ZA qué cambio pueden estarse refiriendo estas palabras? Entiendo que cabe relacionarlas con dos hechos distintos pero paralelos. El pri- mero, el producido en el contexto americano 238 Cunpuireno / ACCION PSICOLOGICA 3 (2002) 233-244 con el predominio del —digamos- «quasi-para- digma> conductista, entre los ailos 20 y los 60, que impuso una actitud objetivista y mensura- dora al cuerpo general de los psicélogos; el segundo, la decisién de estos tiltimos de emple- ar un concepto tan amplio como fuera posible de la idea de medida, a fin de satisfacer las demandas teéricas que sentian gravitar sobre su propio quehacer El conductismo, con su rechazo de las pro- posiciones mentalistas y su insistencia en el estudio del comportamiento objetivo, facilité el empleo de la medida en el sentido general de la ciencia natural: la comparacién ordenada de un conjunto o multiplicidad con un término de referencia tomado como unidad relativamente invariable; comparacién, por tanto, de una can- tidad con una cierta unidad. Convergié, en ese punto, con los esfuerzos realizados por los mis- mos afios por los psicémetras testélogos ~desde Binet y Ebbinghaus en adelante-, que habian hallado medios para «medir» las habilidades mentales a través de unidades proporcionadas por segmentos de conducta estandarizados y escalados, y por los trabajos de los investigado- res del comportamiento laboral que habian hecho de los tiempos y movimientos el eje de su consideracién como Taylor o los Gilbreth. Y aunque la medicién se enfrentaba a graves pro- blemas en el orden de los afectos y sentimien- tos, el impulso estaba dado en la direccién defi- nida. Justamente el desarrollo de «magnitudes intensivas», en que hay orden pero no cabe siquiera la adicin y la sustraccién, empezé a permitir la construccion de escalas como la de evaluacién de dibujos de Thorndike ya en 1913 (Lorge, 1951/1967,53), y la psicofisica Ja cono- cemos ampliamente generalizada en la idea de medida de Stevens ~«la asignacién de ntmeros a objetos o hechos segtin reglas» (Stevens, 1966, 1)- que ha dado cobertura a toda la medicién de estimaciones subjetivas. De esta suerte, se apro- ximaron las dimensiones cualitativas y cuanti- tativas, y gran niimero de reservas frente a la cuantificacién surgidas entre las filas de los psi- célogos dejaron de tener sentido. Con ello, en el fondo, la medida se fué flexi- bilizando hasta convertirse en una pura evalua cién, El proceso de evaluacién, en efecto, cenvuelve la apreciacidn del nivel o magnitud de un cierto atributo» (Jackson y Mes- sick,1967,1), y tales apreciaciones, resultado de discriminaciones mas 0 menos estables y con- sistentes, han contribuido a unificar el Ambito de la mensuracién psicolégica dotandola de una serie de niveles con propiedades operativas espectficas, pero con suficiente unidad de senti- do en su conjunto, Todas las esferas del quehacer psicolégico pudieron asf convenir en un uso comén de la actividad evaluadora, si bien no en iguales con- diciones en todos Jos casos. Pero con ello ha sobrevenido también la sustitucién del diagnés- tico por la evaluacién. {Con qué consecuencias, nos hemos de pre- guntar? Peculiaridades de los dos modelos Conviene, siquiera sea brevemente, conside- rar las peculiares caracterfsticas que acompafian a cada uno de los dos modelos considerados, el «modelo-diagnéstico» y el «modelo-evaluacién>. ‘Me he referido antes a la interesante encues- ta realizada por Fz.Ballesteros a principios de los afios 80, donde se contraponfa, como cues- tién a ser respondida por los entrevistados, la conceptuaci6n diferencial de ambos términos. Por lo pronto, fueron consultados cerca de 1000 psicélogos (965), todos ellos con actividad profesional y colegiados en el COP. En la mues- tra, cl 89 % admitfan su dedicaci6n total o par- cial al psicodiagnéstico y/o evaluacién, y ade- mas, un 63 % Ilevaban trabajando como profe- sionales entre 2 y 7 afios. Al precisar la naturaleza del trabajo en psi- codiagnéstico, més de la mitad de los encuesta- dos respondieron que en esa tarea el psicélogo se dedica a la emedida de variables psicolégicas a través de los tests» (53.8 %); muchos menos hacen referencia a la «Deteccién de sintomato- logia» (9.2 %); y pocos piensan que se trate de hacer «scleccién profesional» (3.1 %), 0 de que ese diagnéstico vaya encaminado al «tratamien- to» de los sujetos explorados (3.1 %); no se encuadrarian en las categorias anteriores un. 13.5 % de respuestas (Fz. Ballesteros, 1981,75). os ee Sees (CuarnvreR9 / ACCION PSICOLOGICA 3 (2002) 233-244 Ademés, para la mitad de la muestra no habrfa diferencias apreciables entre ambas con- cepciones (evaluacién y psicodiagnéstico) (50.8 %), y sf las habrfa para un 46.1 %. Entre estos que contestaron en favor de una diferen- cia, el mas alto grupo (76 %) entendia que van juntas estas tres ideas: «Evaluacién -conducta normal- proceso cuantitativo», mientras que la irfada contraria serfa «Psicodiagnéstico-con- ducta anormal-proceso intuitive»; un grupo més reducido entendfa el Psicodiagnéstico como «proceso especifico de integracién de datos que se han recogido durante la Evalua- ciGn» (14.6%). (Idem, 76). Varias cosas son a notar, Primero, la situa- cién de equilibrio que en aquel momento se vivia entre ambos modelos por parte de los pro- fesionales. Segundo, la vinculacién tan fuerte pereibida por los encuestados entre psicodiag- néstico y tests, si bien para casi todos (96.9 %) no se reducirfa al empleo de estos instrumentos, puesto que cabria utilizar otros medios de exploracién -entrevistas, juego, grupo- (55.4 %), y se habria de aiiadir la «elaboracién de resultados cara a la prediccidn o tratamiento (15.3%). ¥, tercero, la organizacién paralela de términos, psicodiagnéstico ~anormalidad, y evaluacién- normalidad. Si se toman conjuntamente todos esos ras- g0s, parece comprensible el desplazamiento del psicodiagnéstico por la evaluacién. En efecto, el crecimiento enorme de la psicologia ha ido en direccién a la inclusién de nuevos y muy variados procesos psicol6gicos de la exis- tencia «normal» -el deporte, la economfa, la psicologia de grupos, las organizaciones...-, ¥ ademas, se ha multiplicado las formas de exploraci6n del individuo o del grupo, y el test, sin renunciar a su papel dentro del campo ins- trumental, ha dejado tal vez de tener el aura de esoterismo y misterio con que fue visto en un principio. Dirfase, pues, desde este horizonte de cues- tionamiento, que la transformacién no harfa sino reflejar el crecimiento del saber psicolégico y la multiplicacién de sus técnicas de explora- ion. GBs esto todo? A mi juicio, no. Veremos por qué. Se dan, a mi ver, las siguientes diferencias: 239 a) El diagnéstico apunta al conocimiento de cierto «qué»; la evaluacién, a la estimacién de ecémo» y «cuénto». b) El diagnéstico apunta a un saber sobre ciertos «ocurre en un individuo» y va asociado a una serie de consecuencias subjetivas y comporta- mentales (malestar, incapacidades, etc.) (Plut- chik, 2000,23) 240 Como Plutchik observa, el sintoma es una realidad descrita por el paciente como un cam- bio o afeccién que le ha sobrevenido, y por tan- to es una cualidad con que se le muestra al suje- to,su propia realidad. Asi, un sujeto puede des- cribir su estado encontrando que se balla con «poco apetito», mucha fatiga, dificultad para concentrarse, etc., y ciertos otros rasgos pueden reflejar una determinada concepcién del psic ogo «tiene sentimientos de culpa», «se mue tra arrogante, negativista, etc. Todo ello, sin embargo, es referido a una cierta entidad que es una eafecci6n existencial» mas o menos defini- da y diferenciada. Esta vendrfa a dar unidad de sentido a los sintomas, concebidos como partes de una totalidad de que dependen para su correcta interpretacién. El sindrome plantea al psicdlogo un proble- ma de segundo nivel: con qué otros fenémenos, bien orgénicos, bien existenciales, puede guar- dar aquel una relacion de fundamentacién o dependencia. Es la cuestién etiol6gica. Y con ella se desemboca en un campo distinto, que es el de la patologia. Pero no es forzoso pensar siempre en pato- logias. Me referiré, tan solo a guisa de ejemplo, al caso de las emociones, que constituyen por otro Jado un elemento decisivo en la constitucién de estados mas complejos de indole patolégica. Las emociones aparecen ~as{, Plutchik- como constructos hipotéticos con los que nos referimos a cadenas complejas de acontecimien- tos (sentimientos subjetivos, conducta manifies- ta y cambios fisiolégicos) que producen unos ciertos niveles de homeostasis comportamental (Plutchik, 2000,78). Pero como estados defini- dos, son susceptibles de mostrar una intensidad variable, un grado mayor de semejanza o disimi- Jitud entre ellas, ¢ incluso unas relaciones de polaridad y oposicién (Td,62). Ahora bien, es obvio que la determinacién de «qué» emocién experimenta un sujeto, requiere atender a los factores de intensidad, semejanza y oposicién de sus componentes, y por ello, que nos las estamos habiendo con un conocimiento de una cierta «entidad», bien que esta sca de indole procesual pero de condicion estabilizada. (Canrureno / ACCION PSICOLOGICA 3 (2002) 233-244 Otro tanto podriamos decir, en el campo de Ja personalidad -tan estrechamente afin al de la emocién-, donde crecientemente se ha ido generalizando la idea de «estadoss, definidos y cualificados, que guardarian alguna relacion con la existencia de estructuras de «rasgos» ~ segtin la distincién introducida hace ya bastan- tes afios por R.B. Cattell. Se ha notado en ocasiones que el término «psicodiagnéstico» parece haber sido empleado por primera vez en 1921 como titulo de una obra por Hermann Rorschach para presentar al publico su famosa prueba proyectiva. Ello ha servido para subrayar su condicién de proceso cognitivo al servicio de la clinica. Pero no se pue- de olvidar que el término venfa siendo empleado de mucho mas atrés. Binet y Henri, al presentar su test de inteligencia, describieron su trabajo como «Méthodes nouvelles pour le diagnostique du niveau intellectuel des anormaux> (1905). Por su parte, en 1924 E.Claparéde publicé Com- ment diagnostiquer les aptitudes chez les écoliers, sibien ya en 1913 habla acuiiado el término de «Psicognosia» para referirse al conocimiento del individuo por la psicotecnia. En fin, yendo a un Ambito bien distinto de cuestiones, en el uso de nuestra lengua esi4 ya bien establecido el ofreci- miento de muchos talleres de automéviles a rea- lizar el «diagndstico» de nuestro vehiculo en bre- ve tiempo y con un costo razonable. De este modo, la realizacién de una serie de pruebas puede conducir a un diagnéstico igual- mente operativo que el.clnico, pero que termi- ne en la afirmacién de que el sujeto esta muy dotado para quehaceres de tipo abstracto, espa- cial, o verbal, y mal dotado para hacer frente a situaciones de estrés o de tensién intersubj va... Esto es, puede conducir a un diagndstico que permita orientar al sujeto entre posibles actividades futuras. El diagnéstico orientador es, tanto como pueda serlo el clinico, un diagnéstico efectivo sobre'la indole o capacidades del diagnosticado en relacion con determinadas tareas 0 activida- des. Y supone, igualmente, una centidad», el propio sujeto, dotado de algunas superioridades 0 deficiencias en sus habilidades -sin que haga, al caso que estas sean aprendidas 0 connatura- Jes. Entrafia en el individuo cierta consistencia de que las manifestaciones son expresién, y lle- (CanenvreR9 / ACCION PSICOLOGICA 3 (2002) 233-244 241 ga a ella a través de un proceso de inferencia que tiene en su dltima naturaleza un cardcter probabilistico. (De ahi, en suma, la doble carac- terizacién del Manual famoso del APA: Manual diagnéstico y estadistico de los desérdenes men- tales). Sobre la evaluacién é¥ qué sucede en relacién con la Evalua- cion? La acentuaci6n de la importancia de la eva- Iuacién parece haber sido el resultado directo del predominio de la teorfa conductista. Esta hizo que se prestara atenci6n a la medida del comportamiento en situaciones definidas por su contenido estimular. La idea de que el com- portamiento esta regulado por las influencias y factores situacionales introduce una esencial continuidad entre las sucesivas porciones de conducta: esta variara en cuanto se haya modi- ficado el contexto en que se produce. De ahf que en todo proceso de intervencién, pierde su sig- nificado el momento de evaluacién y el de trata- miento: todo es un proceso unitario, que va variando a medida que se introducen las modi- ficaciones circunstanciales disefiadas por el psi- célogo. «La evaluacién comportamental tiende a ser un proceso en marcha (an ongoing process) que no est4 dividido en unas fases distintas de cevaluacién y de tratamiento» (Stanger, 1996, 9). Es un proceso en cuanto que se limita a medir las variaciones de las dimensiones que han sido tomadas como relevantes, y cuya interaccién esta siendo objeto de la manipulacién del psicé- logo. Resulta evidente, sin embargo, que la ver- sion cuantitativa del comportamiento no agota © elimina los estados cualitativos del mismo. Quien evaliia la atencién del escolar en clase, 0 Ia agresividad del nino en el patio de recreo por fuerza ha de establecer que un cierto gesto 0 respuesta ¢s 0 no una respuesta «normal», y ello no sélo en base a pardmetros de frecuencia, sino sobre todo en funcién de la indole del suje- to en el que aquel comportamiento se produce. La necesidad de establecer «lineas base» en toda intervencién responden, a no dudar, a la necesidad de fijar lo que lamarfamos la «acti dad consistentemente mantenida» por un sujeto en .un tiempo dado (una cierta consistencia que, sin embargo, es répidamente relegada a un segundo término). En suma, «desde una perspectiva tradicio- nal, los datos de la evaluaci6n son empleados primariamente para describir el funcionamien- to de Ia personalidad, para identificar la causa del problema, y para tomar una decision de diagnostico o clasificacién. Desde una perspec- tiva comportamental, la evaluacién tiende a ser un proceso en marcha a Jo largo de todas las fases de intervenci6n» (Stanger, 1996, 8). Los estudios de evaluacién conductual han puesto de relieve la existencia de una cierta estructura organizativa a inferir desde las pro- pias observaciones. Muy particularmente en el caso de los problemas infantiles, se ha notado que las observaciones de ciertas conductas en Jos nifios presentan variaciones muy importan- tes en cuanto a intensidad y frecuencia, segin quien sea el informante a que el psicdlogo atien- de, El acuerdo entre informantes diferentes —como pueden serlo un grupo de padres y otro de macstros-, tiende normalmente a ser muy bajo (un promedio de r = .28; [Stanger,1996, 7). Se hace pues preciso recurrir, inferencialmente, desde ciertos datos a un conjunto més amplio en ‘que pueda suponerse estabilizadas las relaciones comportamentales. También se ha puesto de manifiesto que en muchas dimensiones relevan- tes del problema psicol6gico que afecta a un nifio, las variables de desarrollo, esto es, su nivel evolutivo, son capitales para comprender y eva- luar los datos. De esta suerte, aunque la evalua- cién aparezca como un proceso continuo que acompaga, de algtin modo en paralelo, a la con- ducta estudiada, se hace preciso en ella que en determinados ciertos momentos se establezcan términos normativos comparativos (sea la linea base o el nivel de edad) de indole cualitativa y estructural respecto del cual establecer desvia- ciones positivas 0 negativas, cuya causa -o diag- néstico— habré que plantear en su momento. Consecuencias del cambio Los cambios lingtifsticos, con todo, son indi- cativos finos de profundas variaciones en las cosas humanas. Sustancialmente, el cambio del diagnéstico a la evaluacién vino a representar 242 ~como lo mostré con toda claridad el bien nota- ble libro de Mischel sobre Personality and assessment de 1968- el intento de sustituir el . Se trata a mi juicio de una terminologia poco afortunada, en cuyo uso se han acumulado elementos de sig- nificacién no bien definidos (como la idea de lo «médico» que ahi se aplica a quehaceres psicolégicos sin excesivo con- trol y con alguna perniciosa consecuen- cia, al sugerir demarcaciones de campo cientifico sin suficiente precisién). 3. En efecto, ello ha conllevado, si bien de modo nunca explicito, una cierta entrega del campo del «diagnéstico» a otros pro- fesionales, con pérdida -segtin Tos tiem- pos y lugares- de competencias profesio- nales propias y espectticas del psicdlogo en todo lo que se refiere a dicho campo. Obviamente, si diagnéstico es un término anélogo -no, desde luego, equivoco, y seguramente tampoco simplemente uni- voco: no tiene la misma condicién el pro- ceso causal somAtico de un trastorno orgdnico que la vivencia a que luego Canmonreno /ACCION PSICOLOGICA 3 (2002) 233-244 sigue una formacién reactiva-, no es cuestionable que el «analogado princi- pal» de que hablaban en su tiempo los Escolésticos, aquel caso en que se realiza de modo mds pleno y saturado la realidad mentada, es el diagnéstico clinico médi- co, por razones hist6ricas que en su momento vimos. Pero ni es el Gnico, ni exciuye otras formas de «dia-gnosis» uti- lizadas por el hombre para dar cuenta de Jas rafces o fundamentos de muchas apa- riencias cuyo origen trata de explicar 4, Todo esto ha traido un cuestionamiento interdisciplinar del rol del psicdlogo cli- nico. Como consecuencia de lo anterior, en miiltiples ocasiones se ha querido negar o minorar la funcién diagnostica- dora propia del psicdlogo en el campo clt- nico, -y, de paso, en otros campos tam- bién-; y se ha tendido a convertirle en un mensurador al servicio de un propésito més general y basico de exploracién diag- néstica que requerirfa de ciertas informa- ciones y datos que aquel podria propor- cionar, pero cuya elaboracién Ultima que- daria en manos ajenas a las del psicdlogo, Hacia una propuesta de integracién En la historia reciente, del diagnéstico hemos ido a parar a la evaluacion. Hemos visto ‘sus razones y algunas de sus consecuencias. ¢Es este un movimiento sin retorno? No habria posibilidad de una superaci6n que absorbiera ambos extremos? El diagnéstico es una funcién cognoscitiva, que incluye elementos de indole mensurativa, propios de una funcién de Evahiacion. De otro lado, hay evaluaciones destinadas a proporcio- nar conocimiento de la situacién de un indivi- duo o grupo en relaci6n con cierta variable, 0 de su posesiGn de cieria habilidad o aptitud, que no implica juicio clinico y si en cambio activi- dad mensurativa. Y hay evaluaciones de indole cualitativa (como la de si una respuesta es o no correcta), que entrafian evaluacién pero no cuantificacion. Ahora bien, la existencia en nuestro tiempo de un «cuasi-paradigmay cognitivo, que implica Bitten (Cannnins%0 / ACCION PSICOLOGICA 3 (2002) 233-248 243 la realidad de una «mente» y de sus estados nor- males y anormales, causativos de variaciones comportamentales observables y diferenciables, ha vuelto a establecer una demanda de activida- des no solo evaluativas, sino también tiltima- mente cognitivas y diagnésticas. Ocurre también en la préctica cotidiana que el psicdlogo de nuestros dias recurre de facto, una vez y otra, a los sistemas categoriales diag- nésticos, sea DSM o ICD (International Classifi- cation of Diseases), como instrumento al servi- cio de su indagacién, realizando ast los juicios Giagnésticos clasificatorios para los que aque- los fueron concebidos. Existe, ademés, una consistente conviccién acerca de la existencia de estados mentales defi- nidos, con caracteristicas vivenciales propias, que constituyen el término del conocimiento psicolégico. Estamos, pues, enfrentados al conocimiento de esos «estados mentales», vivi- dos por un sujeto, cuya indole ha de ser inter- pretada por el psicélogo ~quien podra convenir © no, claro es, con la propia originaria del clien- ‘te: y ahf comienza ya su especifica tarea-, y ha de hacerse en términos de cualidades observa- bles, datos organicos y vivencias subjetivas declaradas, que requieren una ulterior cons- truccién conceptual por el profesional, que ha de realizar asf un efectivo «diagnéstico» de lo vivido por el sujeto. Nos hallamos, por tanto, ante la necesidad de producir un proceso diagnéstico ~interpreta- cién hermenéutica, conocimiento existencial...o como Heguemos a llamarlo~ que habré de ser estrictamente psicolégico, que determinaré estados 0 procesos mentales estables, los cuales se manifiestan a través de comportamientos y expresiones definidas, y que estaré fundado en unas evaluaciones cuantitativas y descripciones cualitativas estructuradas, mediante las cuales podra referirse a sistemas categoriales definidos que ordenan la multiplicidad aparentemente inagotable de vivencias que forman la vida men- tal. «La metodologia éptima ..,consiste en com- binar datos obtenidos con una multiplicidad de meétodos y miiltiples definiciones operaciona- lesj... la cualidad de la evaluacién idiogrAfica puede ser fortalecida por los clinicos que inte- gran datos procedentes de miiltiples métodos de evaluacién» (Meyer et al. 201,150). Nuestro tiempo ha multiplicado los instru- mentos y modos de obtencién de informacién sobre los estados mentales. Ha logrado estable- cer técnicas de registro de acontecimientos organicos, particularmente cerebrales, de extra- ordinaria eficacia. Sobre todo, ha logrado pose- er aparatos que hacen posible un manejo casi infinito de datos, y su sometimiento a toda suer- te de comparaciones e interacciones, sobre una base de aleatoriedad casi infinita. Pero, como en su dia hiciera notar Thurstone, refiriéndose al empleo de la técnica del andlisis factorial, el algebra y las estadfsticas que subyacen a ese andlisis han de ser «los servidores en Ia investi- gacién de las ideas psicolégicas. Si no tenemos ideas, no es probable que descubramos nada interesante...» (Thurstone, 1948/1951,277). La medida ha de estar al servicio de la teoria. Y ésta no se contenta con menos que con saber qué queremos, que sentimos, o qué nos pasa, a mf 0 al préjimo. Y como realidades profundas que somos, a la vez que expresivas, ello requicre un proceso de conocimiento a través de los datos y los signos, frecuentemente fundado en un didlogo, y dltimamente concebido como «diagnosis». Midamos y apreciemos todo lo que sea apreciable, pero terminemos por construir, con todo ello, una respuesta probable, hipotéti- ca, susceptibe siempre de ser rectificada, sobre aquello que, de un modo u otro, le pasa a un sujeto en una determinada situacién de su exis- tencia, Bibliografia Anastasi, A. y Urbina, S. (1998). Tests psicologicos, 7 ed. México,Prentice Hall. Cronbach, LI. (1967). The two disciplines of scienti- fic psychology, en Jackson DN. Y. Messick,S., o.cit,, 22-40, (orig. 1958). Ferméndez Ballesteros, R. (1981). Psicodiagndstico. Concepto y metodologia, Madrid, Cincel-Kape- lusz. Femandez Ballesteros, R. (1997). 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