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Manual de supervivencia del estudiante Erasmus

Tu habitación: ¿vives para limpiar o limpias para vivir?

Una de las primeras decisiones que vas a tomar va a ser qué haces con tu habitación. Así
como tus padres se plantean todos los días si trabajan para vivir o viven para trabajar, tú
tendrás que decidir si vas a vivir para limpiar o si vas a limpiar para vivir. Limpiar para
vivir suena mal, pero vivir para limpiar suena decididamente peor.

Viniendo de un entorno higiénico y cuidado como es tu habitación en casa (hablamos


del término medio), debes saber que has estado mal acostumbrado durante mucho
tiempo y que vas a tener que enfrentarte a la realidad. A partir de ahora, los conceptos
de sucio, muy sucio y guarro van a seguir existiendo, pero aplicados a situaciones
diferentes. Quieras o no, vas a tener que reescribir tu diccionario personal. Hay que
adaptarse. Ya se sabe: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”.

Lo primero que vas a tener que decidir es la decoración: ¿Pongo muchos posters,
moqueta, lámparas y fotos o dejo las paredes como están y les pego mocos? Gran
dilema, sin duda. Llegar a la habitación y encontrarse con un lugar desangelado e
impersonal puede provocarte una verdadera depresión si has tenido un mal día. Sin
embargo, la máxima que rige en estas situaciones es “Toda la mierda que entra debe
salir” (“antes o después” añade el corolario). La primera consecuencia que se desprende
del teorema es que todo lo que metas en la habitación te lo tendrás que llevar, y lo más
seguro es que cuando te larges no te esté esperando la furgoneta de mudanzas, así que
piénsatelo dos veces antes de meter “ese sillón tan bonito que vendían en el mercadillo
por cuatro euros”. Por otro lado, si no eres amigo de la escoba y el plumero, limpiar el
museo todos los días te tocará los cojones, y si no limpias la colección de cachivaches,
sabrás lo que vale un peine. Lo bueno de Francia es que hace tanto frío fuera que rara
vez tienes la ventana abierta, y en todo caso, como en el aire ?ota agua en vez de polvo,
por ese medio será poca la mierda que se propague. Las habitaciones de las españolas
eran impresionantes, puñeteros museos itinerantes: moqueta, pañuelos haciendo de
cortinas, posters por todas partes, cartas de los amigos colgadas de las paredes, fotos de
los colegas, lámparas de pie, retratos, alfombrillas, cuadros, mini-cadenas, gorras,
plantas... Toda la mierda que puede caber en una habitación y que uno ni siquiera se
atrevería a meter en el dormitorio de casa. Aquellas habitaciones eran tan barrocas que
las dueñas podían haber cobrado por entrar en ellas. En el buen sentido, claro.

¿Y qué es lo que queda cuando uno tiene que marcharse, ese momento tan lejano en el
tiempo que un buen día llega? Pues queda romperse el corazón tirándolo todo porque,
desengáñate, en el tren o en el coche tendrás suerte si puedes traerte de vuelta la ropa
que llevaste y los cuatro libros que has usado. Comprobarás que las prendas de vestir se
in?an con el tiempo y que la impresión que tenías de que estabas leyendo demasiado era
correcta. En ?n, que tendrás que encontrar el equilibrio entre el impulso de vivir entre
accesorios y la necesidad de mantener un ambiente práctico y fácilmente limpiable,
porque la limpieza de la habitación es tema aparte.

Lo normal es que el suelo sea sufrido; un color oscuro y un diseño tal que parece que ya
esté sucio. Necesitarás poco mantenimiento para mantenerlo decente: una escoba y un
poco de maña te permitirán salir del paso. Si te consiguieras hacer con un cubo y un
mocho ya sería la hostia, speaking in silver, pero esta combinación también tiene sus
inconvenientes. Llenar el cubo de agua no es tarea baladí, y además el suelo tarda horas
en secarse porque no hace precisamente calor. Si tienes el suelo de tu reducido espacio
vital mojado durante dos horas, ya me dirás qué haces mientras tanto. No te compliques
la vida y pasa del mocho. Un aspirador ya son palabras mayores. Si consigues hacerte
con uno serás el rey de la limpieza.

¿Cuándo necesita el suelo una barridita? Buena pregunta. Pasar el cepillo es una tarea
laboriosa y poco grata cuando no estamos en una iglesia, así que, a menos que seas
alérgico a los ácaros esos de los anuncios de limpiadoras a vapor, bastará con que barras
cuando se empiecen a formar las clásicas pelotillas rodantes de las películas del oeste.
Así de fácil; acción y reacción.

El resto de accesorios de la habitación no necesitan prácticamente mantenimiento. Las


ventanas allí se limpian cuando llueve, que es todos los días; así que no te molestes. Los
estantes no cogen prácticamente polvo en comparación con el suelo, y a la mesa le
bastará un pañuelo por encima cuando puedas escribir sobre ella con el dedo. Eso es
todo.

El baño: lo odiarás si lo tienes y lo echarás de menos si no.

Tener un baño en la habitación es un verdadero lujo, pero también una gran


responsabilidad. Un baño es el espejo del alma guarra: si uno es muy limpio se podrá
comer sopas en el suelo, pero si uno ha salido guarro, entonces que el cielo nos asista.
No se sabe por qué la mierda que no se acumula en la habitación se hace fuerte en el
cuarto de baño. Compra algo de lejía y procura darle un repaso a fondo de vez en
cuando, si no, estás perdido.

El espejo precisa poco mantenimiento. Puedes pasarle un pañuelo cuando te veas entre
brumas o, puntualmente, cuando explotes un grano contra su super?cie. El lavabo pide,
al igual que el váter, algo de lejía de vez en cuando, sin las necesidad ocasional, eso sí,
de limpiar el borde cuando mees fuera (si tienes dudas sobre si normalmente meas
dentro o fuera de la taza, consulta a tu madre). En la taza recuerda que el uso de la
escobilla es fundamental, especialmente si esperas visitas. Marcas de derrape sobre la
porcelana pueden arruinar tu reputación, y aunque lo de que todo el mundo come ?ores
y caga mierda es cierto como el sol que nos alumbra, poco podrás decir para arreglar el
trauma causado.

En ?n, del baño no cuento mucho más porque todavía tengo mucho que aprender. Hasta
que reluzcan como cuando los limpia mi madre aún me quedan años de práctica.

La colada, esa gran desconocida

Una cosa es segura: no importa la cantidad de ropa que lleves ni lo cerdo que seas, al
?nal tendrás que poner una lavadora. Hasta ahora has vivido en un ambiente donde la
palabra lavadora sonaba como algo lejano y distante. La ropa sucia era recogida del
suelo de tu habitación por unos enanitos que salían por las noches de tu armario, y
entonces lavada y depositada de nuevo en los cajones. Pues bien, te lo diré claramente:
en el extranjero no hay enanitos. Hay, por tanto, muchas cosas que necesitas aprender, y
rápido.

Para lavar la ropa se necesita jabón, regla número uno. Asegúrate de que lo añades a la
lista de la compra, junto con los cereales y las birras. No hace falta que compres el que
deja los jerseys de lana como una ovejita, ni ese que es tan cremoso como un buen
chocolate a la taza: echa el más barato al carro y añade más cervezas, no seas tonto.
Venden el clásico en pastillas que viene con unos dibujos explicativos la mar de
apañados, imposible fallar en la dosis.

Si encuentras algo más sencillo, cómpralo. Mucha gente dice que si pones un chupito de
suavizante en la colada la ropa queda mucho mejor, más suave y esponjosa. No te dejes
engañar: deja el suavizante en el estante y echa otra caja de birras al carro. Equilibrando
el presupuesto.

Segunda cuestión: ¿Cuándo necesita mi ropa una lavada? He aquí una compeja cuestión
sobre la que versa una amplia bibliografía. Numerosos autores han escrito ríos de tinta
sobre el tema y ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo entre sí. Bueno, los
expertos sí: las madres. Según este colectivo, la máxima es “Una puesta y punto”. Nada
es reciclable.

Como todos sabemos de toda la vida, los extremos no son buenos, y en el mundo de la
ropa sucia esta verdad universalmente aceptada no va a ser menos. Si es cierto que
nunca nada está demasiado limpio, no es menos verdad que nunca hay nada demasiado
sucio como para no darle un último pase. Y es ahí cuando entra en juego el sentido
común. Si es que todo en esta vida se reduce a lo mismo, sentido común y sexo.

Empecemos revisando conceptos: ¿Qué es la suciedad? ¿Cuándo podemos decir que


algo está sucio? Una camiseta puesta 4 ó 5 veces, ¿está sucia? ¿Lo estará con 5 puestas
más? La suciedad es un concepto completamente relativo, y por tanto establecer reglas
es extremadamente difícil. Además, cuanto menos tiempo tienes para poner una
lavadora y menos ropa limpia tienes disponible, menos sucias parecen las cosas. Así
pues, si en el tema de la limpieza de la habitación teníamos una idea más o menos
precisa de cuándo debíamos pasar la escoba, en el universo de la ropa sucia deberemos
dejarnos llevar por el instinto. Una buena máxima sería, simpli?cando mucho: “Si no
cruje, póntelo otra vez”. De todas maneras, que sepas que, de la misma manera que
aquella chica que el primer mes te parecía tan poco agraciada ahoratiene su aquel, al
cabo de cinco meses estarás oliendo la ropa de un Sábado noche como si fuera esencia
de lavanda. Tiempo al tiempo. El guarro no nace, se hace.

La ropa de cama es punto y aparte. La ropa de cama es el nombre que recibe, en los
círculos técnicos, el conjunto de sábanas, funda de almohada y cubrecama.
Dependiendo de la bibliografía y del autor, la ropa de cama puede incluir también el
pijama, pero no es un concepto universalmente aceptado. Nosotros, sin embargo,
consideraremos al pijama como parte del conjunto ropa de cama, ya que tienen lo que
en la literatura especializada se denomina un periodo de rotación similar. Pueden por
tanto asociarse como la “familia cama” y por tanto ser tratados de manera uni?cada en
el proceso de plani?cación agregada. El pijama se lavará cuando la ropa de cama, y la
ropa de cama se lavará cuando dios nos dé a entender. Es difícil saber cuándo se debe
lavar unas sábanas, ya que el deterioro y engorrinamiento es tan progresivo que uno
sólo aprecia la apabullante diferencia cuando se mete en la cama la noche después de
lavarlas. En la siguiente clasi?cación vemos los diferentes niveles de frecuencia de
lavado que podemos encontrar, y por los que seguramente pasaremos de uno en uno:

• Nivel mamá: Cambio de ropa de cama todas las semanas. Duración de la fase: 1
semana.
• Nivel “guarro en ciernes”: Una vez cada 15 días. Esta fase comienza tras el
primer mes.
• Nivel guarro: Una vez al mes. Este estadio aparece tras el tercer o cuarto mes de
independencia.
• Nivel “guarro de cojones”: Cambio de ropa de cama cada tres meses o por
tiempo inde?nido. Se da en sujetos genéticamente predispuestos a la mierda o en
erasmus de año completo. Se basa en el postulado de “Si al ?nal
se acabará ensuciando otra vez”, y en las teorías que opinan que existe un
máximo para la cantidad de mierda acumulable por un sólo artículo e intentan
sacar partido de ello.

Una vez puestos más o menos de acuerdo en el formato de la señal de alarma, llega por
?n el momento de poner la lavadora. Desgraciadamente, lo más probable es que no
dispongas de una lavadora para ti sólo, y lo más normal es que la urgente necesidad de
lavar la ropa te llegue de sopetón, en el momento más imprevisto, como un buen
apretón. Intenta, aunque te será difícil, hacer un planning de lavado. Prevé las
necesidades y asigna recursos. Lavar la ropa no es un juego. Lo que sí debes saber antes
de lavar la ropa es que, si entras en la lavandería con 10 pares de calcetines, saldrás con
9 pares y un calcetín desparejado. No preguntes por qué. Las lavadoras funcionan con
?chas y cobran un tributo de un calcetín por cada lavado. No lo busques, no preguntes;
simplemente es así desde tiempos inmemoriales. Todo el mundo lo sabe.

Llega el momento. Estamos delante del bicho. Un universo de temperaturas y ciclos de


lavado se abre ante nosotros, así como un cajoncito ávido de detergente. Hagamos un
breve esquema y empecemos por derribar otro mito: la ropa de color y la blanca SÍ se
pueden lavar juntas. Seguro que has oído toda tu vida que la ropa blanca se lava en
caliente y aparte de la ropa de color porque destiñe y patatín patatán: paparruchas. Todo
al mismo bombo y agua del tiempo, a 30 grados. Te garantizo que sale todo del mismo
color que entró y las molestias son mínimas. En todo caso, ahora eres un guarro;
aprende a tomar riesgos y a asumir consecuencias.

Otra cuestión peliaguda es si vamos a poner prelavado o no. Veamos. Las pastillas que
compras en el super vienen de dos en dos, una para el prelavado y otra para el lavado,
aunque sean iguales. Metes una en cada compartimento y le dices que lave antes de
lavar, si es que eso tiene algún sentido. Míralo de esta manera: el prelavado es gratis y
la ropa está un cuarto de hora más en remojo; ¿a cuántas cosas en esta vida les puedes
pedir lo mismo?

Tras el lavado viene el secado. Lo normal es que donde estés no se estile el secado de
ropa al aire libre, más que nada porque lo que hace la ropa al aire libre por esos lares es
empaparse, así que seguramente dispondrás de una secadora a tu alcance, oh máquina
prodigiosa. Los mandos de este artilugio son algo más sencillos, y tan sólo tendrás que
elegir la temperatura de secado. El tiempo de secado va normalmente en función de la
temperatura, así que seguramente no tendrás que asignarlo tú, sin embargo, de sufrirlo,
no habrá quién te libre. Dependiendo del país, las posibilidades de secado varían.
Aunque existe una gama de unos cinco secados diferentes, trabajaremos con los
equivalentes locales de “Secado Caluroso” y “Secado Infernal”, más que nada porque
cuando tú vayas a lavar meterás toda la ropa que te quepa, y secar eso precisa de calor y
paciencia. Un Secado Infernal puede rondar las dos horas, así que vete a dar una buena
vuelta mientas la ropa da los últimos coletazos. Una última pregunta sería: ¿Qué puedo
meter en la secadora? La respuesta corta es: todo lo que salga de la lavadora.
Probablemente tu madre te recomendará no meter una chaqueta de lana en un Secado
Infernal. Recuerda que las madres suelen tener razón.

Este es, a grandes rasgos, el proceso de lavado hecho fácil. Ya sabes, todo junto,
temperatura moderada y prelavado. Y en caso de desastre, recuerda: hay cosas más
importantes en la vida que una camiseta.

La cocina, territorio comanche

La cocina es como el cuarto de baño: si la tienes la odias, y si no la tienes... ¡ay si la


tuvieras! Comparar la cocina con el cuarto de baño quizá sea un poco fuerte, pero al ?n
y al cabo son el principio y el ?n del ciclo y tienen mucho que ver. Tienes varias
posibilidades según el lugar en el que vayas a vivir:

• Sin cocina: a comer en la cafetería. Parece increíble que esto suceda, pero existe.
• Con cocina “individual”: La cocina individual es una habitación tan pequeña que
no puede cocinar más de una persona a la vez. Quizá sería más correcto el
término “cocina por turnos”. Yo no lo he vivido, pero tiene que ser de órdago.
Tiene que acabar siendo algo muy parecido a la opción sin cocina. Me gustaría
extenderme más en este apartado, pero no me gusta hablar sin conocer.
• Con cocina compartida: La opción a priori más adecuada. Yo tuve la suerte de
caer en este último grupo, así que será aquí donde me extienda.

Existen muchos mitos en torno a las cocinas compartidas. El primero es que, como vas a
estar con más gente, haces amistad enseguida. Falso. Dos personas no tienen por qué
hacerse amigas aunque las encierres dos días en un armario.

Y no es cierto por varios motivos. Primero: como estudiante español, tus horarios de
comida están completamente desfasados, y es difícil que coincidas con alguien en la
cocina. Segundo: Cuando coincidas, desearás que la otra persona que está jugando con
los fogones o usando todos los cazos estuviera muerta. Cuando uno cocina mal, lo
último que necesita son interferencias.Tercero: Cuando vayas a utilizar una sartén y
estén todas sucias, te cagarás en la familia de todos los que comparten la cocina contigo,
probablemente sin excepciones. Cuarto: En los desayunos, única comida en la que no se
necesitan alardes culinarios y que además todo el mundo toma a la misma hora,
seguramente compartirás mesa con tus compañeros de cocina. Verás entonces que, de
buena mañana, nadie tiene ganas de hablar, y en caso de que alguien las tenga, desearías
que un rayo le fulminase allí mismo y cerrara la puta bocaza. La convivencia es dura,
señores. Y más con gentuza como ustedes. Háganse cargo.
La nevera es centro de disputas. El espacio está limitado y todo el mundo quiere
conservar sus alimentos al cobijo del frío, así que la lucha por el territorio es más o
menos como en los documentales de animalicos: atroz y sin piedad. Si tienes suerte,
sólo lucharás por el espacio. Si no la tienes, lucharás por que no te manguen los ?letes.
Haz la prueba el primer día: compra un ?lete de los caros y déjalo en un lugar bien
visible. Si a la mañana siguiente ha desaparecido, mira precios de neveras pequeñitas o
no compres nada que necesite de frío hasta que llegue el invierno y lo puedas dejar en la
repisa de la ventana.

El friegue de los cacharros es un segundo foco de violencia. Lo normal es que lo que


uno utilice lo friegue después. El problema es que las sartenes pasan por muchas manos,
y en cuanto un eslabón falla el sistema se va al carajo, lo cual no tarda demasiado en
pasar. Una cocina es un universo al límite del caos, y por tanto sus movimientos son
impredecibles. Sólo se sabe que, si puede ir a peor, irá a peor. Esto es aplicable a todo,
no sólo a las cocinas.

Otro punto caliente es la reposición de los consumibles. En una cocina los consumibles
básicos son el líquido lavavajillas y los estropajos. En un segundo nivel se situarían los
trapos para secar los cacharros y el aceite y la sal. Los consumibles básicos se gastan
con rapidez (buena señal, todo sea dicho) y alguien tiene que reponerlos. Tú en tu buena
fe lo harás una vez, pero no más. Multiplica eso por el número de habitantes de la
cocina y tendrás el periodo de disponibilidad de consumibles. Si sois muchos podéis
lavar los platos con jabón varios meses, pero si sois pocos...

Un nuevo foco de discusión es la manipulación de la basura. Si se establecen turnos,


porque nadie los cumple, y si no se establecen, porque la gente apila la mierda en
equilibrio hasta que alguien tira el montón y se tiene que hacer cargo. Por cómo
manejan la basura los conoceréis, que dice el refrán. Comer como si estuvieras en un
vertedero es una experiencia al alcance de la mano si compartes cocina. ¿No es una
maravilla se mire por donde se mire? Una gozada, oiga.

Total, que si vas a compartir cocina, que sepas que has tenido suerte, pero prepárate
para lo que tiene que venir. Los vasos relucientes, los platos limpios y las sartenes listas
para usar de las primeras semanas, se tornarán en vajilla sin fregar amontonada en la
pila. Las mesas impolutas se transformarán en super?cies pegajosas y con restos de
mierda por doquier. Un in?erno. Y eso que has tenido suerte... En ?n, hemos venido
aquí a curtirnos, ¿no?

Una dieta sana y equilibrada

Estamos lejos del hogar, pero aún así tenemos la responsabilidad de comer sano y
su?ciente. El cuerpo es una máquina delicada, y más cuando se la somete al ritmo de un
Erasmus. Es por esto que hay que plantear bien la situación y programar las comidas de
manera adecuada.

En Francia, por ejemplo, se desayuna a las 7:30 como muy tarde y hasta mediodía no
comes, así que ya me dirás cómo llegas hasta la comida sin un desmayo. La solución
pasa por una chocolatina o unas galletas de esas para cagar duro a media mañana. Eso te
dará la energía su?ciente para llegar a las 12 sin perder el conocimiento. El segundo
problema se presenta cuando sales del curro a eso de las 5:30, los franceses y el resto de
europeos aguantan hasta las 7, cenan y se van al catre. Pero el español, sin nada que
llevarse a la boca desde el mediodía, ya me diréis cómo llega a las 7 de la tarde. La
solución pasa por una nueva barrita de chocolate o galletas de las.. bueno, de esas, y una
merendola de órdago nada más llegar a casa. Sí, la merendola nos quitará las ganas de
cenar, claro, pero es que si cenábamos a las 7 tampoco íbamos a llegar a la hora de
acostarnos sin llevarnos algo al gaznate, no nos engañemos. Así pues, habiendo
establecido una serie de intervalos horarios para la ingestión de calmantes estomacales,
veamos ahora qué es lo que vamos a comer.

El desayuno es prácticamente tema libre. Sin embargo, servidor recomienda los clásicos
cereales de toda la vida. Son sencillos de preparar, requieren poco movimiento de
cachivaches y apenas hay que fregar luego. La leche te aportará calcio para los huesos,
y los cereales, pues eso, ya se sabe que son buenos para todo.

Para una dieta equilibrada, es prácticamente fundamental comer fuera de casa; en la


cafetería o en un comedor universitario. Esto, que podría parecer a primera vista un
sinsentido, tiene su explicación. En casa de tus padres no comes pescado nunca, y eso
que te lo hacen. Imagina si tuvieras que hacértelo tú: comprarlo, guardarlo en la nevera
sin que se haga malo, cocinarlo... ¡y con lo exótico que es el pescado como alimento!
Vamos, que debes saber que no va a caer un pez en tu sartén ni de coña, y no me vale
decir que te haces barritas de merluza congeladas, que eso no es pescado y no engañas a
nadie. Es entonces cuando entra en juego el comedor universitario. Normalmente tienes
menú a elegir y, al menos una vez por semana, uno de esos platos es pescado. Haz el
esfuerzo de comer pescado cada vez que venga en el menú. El resto de días puedes
comer lo que quieras, pero cuando le digas a tu madre que comes pescado todas las
semanas se le saltarán las lágrimas. También le puedes decir que comes pescado y no
hacerlo, pero nadie es tan malvado.

Merienda aparte, sólo nos queda la cena. Por negados que seamos en las artes culinarias,
al menos cuatro platos sabremos preparar, lo cual nos asegurará una dieta relativamente
variada. El repertorio mínimo de platos a dominar pasa por:

• El ?lete: No tiene ningún misterio. Se echa un poco de aceite y se hace por un


lado. Cuando creas que ya está, le das la vuelta. No tengas miedo; si no se ha
hecho bastante siempre puedes darle la vuelta, no corres ningún
peligro. Lo sacas con unas pinzas y lo tiras sobre un plato. Discutiremos la
guarnición más tarde.
• La tortilla: Su complejidad va un nivel más allá que el ?lete, pero si no se intenta
no se consigue. Lo bueno de la tortilla es que siempre es comestible. No importa
si se te hace mierda, siempre la podrás poner en un plato y llevártela a la boca. Y
los huevos son parte importante de toda dieta que se precie.
• La pizza: Es sin duda la estrella de la cocina. Precalientas el horno si te sale de
los cojones y luego la metes. Esperas unos minutos hasta que se caliente un
poco, la sacas y al buche. Este plato conlleva sus riesgos, ya que si
no estás al tanto puedes quedate sin cenar. Así pues quedamos en que es fácil
pero que hay que controlar. Lleva queso, jamón y todo lo que quieras, así que te
mantendrá en forma.
• Pasta: Sencilla pero nutritiva, requiere sin embargo algunas dotes gastronómicas.
Un poco de bacon y de natita y te quedarán de vicio, pero hasta solos (que te los
comerás así alguna vez, que lo sepas) están buenos y llenan el buche. Difícil es
que los hagas mal, pero un poco de práctica antes de salir del país te vendrá bien.

Como guarnición para semejantes manjares, existe una amplia gama de productos que
harán nuestra cena más llevadera.

Veamos la lista:

• Patatas fritas: La hay de dos tipos, las naturales y las congeladas. De las
naturales despídete, porque tienes cosas mejores que hacer que pelar patatas; y el
problema de las congeladas es que ocupan mucho espacio en en congelador y no
estamos para tirar cohetes. Bueno, casi mejor que te vas olvidando de las
patatas. Total la buenas son las naturales. Las congeladas son todo aceite y
seguro que te las darán en el comedor universitario, así que tampoco
pierdes tanto. Que les den a las patatas...
• Puré de patatas: Esto sí que mola, el alimento del futuro. Si los astronautas lo
toman tú no vas a ser menos. Sólo tienes que calentar un poco de agua y echar
unos polvillos que vienen en un sobre. Hasta un mono sería capaz de
hacerlo. Está para chuparse los dedos y anima la cena que no veas.
Imprescindible en el carrito de la compra.
• Salchichas: Típicas salchichas de Frankfurt de toda la vida. Las venden en
cualquier sitio y es difícil hacerlas mal. La puedes hacer hasta sin aceite y en el
cazo del que acabas de sacar el puré de patatas. Ten en cuenta que hay que
economizar recursos.
• Maíz: Lo venden en latitas. Lo tiras con las salchichas y que se caliente un poco.
Eso es todo. Acompaña las tortillas y carnes que da gusto. Ten siempre a mano
unas latitas de maíz. Y si no te gusta, pruébalo igual, tonto, que está muy bueno.

Entre los cereales de la mañana, la comida en el comedor universitario y tus cocinitas


nocturnas, verás cómo no pierdes ni un solo kilo. Vas a llegar a tu casa sonrosado y
lustroso cual cerdito atiborrado a bellotas. Tu madre va a estar contentísima.

Este Manual es cortesía del sitio Web: http://www.elsentidodelavida.net/manual-de-


supervivencia-del-estudiante-erasmus. Visítenlo para encontrar más información al respecto.

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