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El viaje de Israel
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El viaje de Israel

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El estudio del viaje de Israel de Egipto a la Tierra Prometida es en realidad un retrato de la progresión espiritual de un creyente, de ser bebés recién nacidos en Cristo hasta convertirse en padres y madres maduros en la fe. El Dr. Bailey lo llevará en un viaje, en el cuál se le darán claves para obtener una mayor estatura en su relación con Cristo, hasta que usted llegue al Monte Sion espiritual, y pueda decir junto con el apóstol Pablo: “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.”
LanguageEspañol
Release dateMay 15, 2017
ISBN9781596655645
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    !Hermoso!. Nos enseña claramente, lo que es nuestro caminar espiritual, con nuestro amado Señor Jesucristo. Te amo Jesús.

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El viaje de Israel - Dr. Brian J. Bailey

Primera parte

La vida de Moisés

Desde Egipto hasta el río Jordán

Capítulo 1

Sus primeros años

Consideraremos los primeros años del profeta Moisés. Este periodo cubre los primeros cuarenta años de su vida. En Éxodo 2:1-2 conocemos a los padres de Moisés: "Un varón de la familia de Leví fue y tomó por mujer a una hija de Leví, la que concibió, y dio a luz un hijo; y viéndole que era hermoso, le tuvo escondido tres meses". Vemos entonces que el padre de Moisés, Amram, era de la tribu de Leví. Éxodo 6:20 nos revela los nombres de los padres de Moisés: "Y Amram tomó por mujer a Jocabed su tía, la cual dio a luz a Aarón y a Moisés. Y los años de la vida de Amram fueron ciento treinta y siete años".

1. Su genealogía

La genealogía es muy importante en el sentido de que somos el producto de nuestros abuelos y padres. Por tanto, para poder apreciar verdaderamente a Moisés, necesitamos conocer los antecedentes y los rasgos de carácter de su familia.

La tribu de Leví

Es importante que entendamos nuestra genealogía personal para conocer las características que nos han sido transmitidas por nuestros antepasados. Moisés era de la tribu de Leví, y sobre esta tribu leemos el testimonio de Dios en Malaquías 2:4-7: Y sabréis que yo os envié este mandamiento, para que fuese mi pacto con Leví, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mi pacto con él fue de vida y de paz, las cuales cosas yo le di para que me temiera; y tuvo temor de mí, y delante de mi nombre estuvo humillado. La ley de verdad estuvo en su boca, e iniquidad no fue hallada en sus labios; en paz y en justicia anduvo conmigo, y a muchos hizo apartar de la iniquidad. Porque los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es de Jehová de los ejércitos. El Señor hizo un pacto de vida y paz con Leví porque él y sus descendientes temieron al Señor. Dios hace pactos con aquellos que le temen (Sal. 25:14).

Desarrollo espiritual

Quiero considerar por un momento las vidas de los padres de Moisés: Amram y Jocabed. Éxodo 6:16-18 nos dice que Amram era descendiente de Leví a través de Coat. Por lo tanto, Amram era el nieto de Leví, lo cual convierte a Moisés en el biznieto de Leví.

Leemos en Éxodo 6:20: Y Amram tomó por mujer a Jocabed su tía, la cual dio a luz a Aarón y a Moisés. Y los años de la vida de Amram fueron ciento treinta y siete años. Amram se casó con su tía Jocabed, y tuvieron tres hijos: María [Miriam], Aarón y Moisés (Nm. 26:59).

Hay un pasaje en Malaquías que debemos leer para entender mejor la importancia que Dios da al matrimonio: "¿No hizo él uno [en el matrimonio], habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio" (Mal. 2:15-16). El propósito está claramente revelado: Porque buscaba una descendencia para Dios. El Señor desea matrimonios santos que tengan hijos santos. Los hogares rotos y las casas donde hay riñas producen problemas tremendos en los hijos.

Los hijos de Amram y Jocabed ilustran el desarrollo espiritual, porque hubo una progresión evidente en la unción y bendición que había sobre ellos. María y Aarón nacieron antes que Moisés. María era profetisa; Aarón era profeta y sumo sacerdote; Moisés quien nació por último, fue el más grande de todos. Fue en Dios para Faraón, porque habló de parte de Dios (Ex. 7:1).

El principio que quiero resaltar aquí es que el estado espiritual de los padres en el momento de la concepción del hijo determina la condición espiritual del hijo. A medida que los padres progresan y maduran en sus vidas espirituales, sus hijos se benefician. Podemos ver que al igual que Amram y Jocabed progresaron en sus vidas espirituales, sus hijos también progresaron.

Dar fruto de la misma clase

Todo en la naturaleza y en la creación de Dios produce fruto según su clase o especie. Génesis 1:12 dice claramente: "Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno".

Un manzano sólo produce manzanas. Aun con todas las mejores intenciones del mundo, un manzano nunca producirá peras, pues es una ley irrevocable de la creación. Asimismo, los manzanos también producen diferentes tipos de manzanas, según su variedad.

Hace muchos años, mi esposa y yo vivimos en el estado de Washington, donde se producían las deliciosas manzanas Golden Delicious. A los científicos les tomó muchos años desarrollar y perfeccionar las manzanas Golden Delicious que ahora se producen en todo el mundo. El fruto depende de su género. Esto es cierto no sólo de los reinos vegetal y animal, sino también de los seres humanos. Reproducimos en nuestros hijos lo que somos.

Es un hecho por todos sabido que los hijos reciben la naturaleza de sus padres. Recuerdo bien la historia de un ministro que se quejó amargamente al Señor por la naturaleza de sus hijos. El Señor le respondió: Ellos recibieron tu naturaleza cuando los concebiste. Eso produjo arrepentimiento.

Este principio de recibir la naturaleza de nuestros padres se aplica de manera positiva a Moisés, pero para otros tiene connotaciones negativas. Sin embargo, no hay ningún pecado o atadura heredada que no podamos vencer por la gracia de Dios a través de la oración. Pablo dijo en Romanos 5:20-21: …mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro. Donde abunda el pecado en nuestra vida o genealogía, ¡La gracia puede sobreabundar mucho más! La gracia puede reinar en nuestras vidas cuando caminamos en justicia.

Muchas personas tienen todo tipo de problemas como consecuencia de las vidas de sus antepasados. Esos pecados y ataduras heredados no se pueden ignorar. Cuando aconsejemos a otros, nunca debemos olvidar que hay una razón por cual la gente actúa como lo hace. A menudo, su conducta puede remontarse hasta sus padres y su línea familiar. Las vidas de los padres y abuelos no sólo determinan la naturaleza de los hijos, sino también sus problemas o bendiciones espirituales.

Hay un manto que se transmite de una generación a otra. Hay un pacto que Dios puede hacer con un padre, y debido a ese pacto, se transmite el manto.

Se pueden transmitir tanto bendiciones como maldiciones de una generación a la siguiente. Hace años conocí a un ministro que tenía cáncer. El Espíritu Santo me movió a preguntarle: ¿Tuvieron sus padres y abuelos este problema? Él respondió: Sí, durante muchas generaciones todos en mi familia han muerto de cáncer bastante jóvenes. El espíritu de cáncer había sido transmitido de una generación a otra. Oramos para que el espíritu de cáncer fuera atado y roto para que no fuese transmitido a sus hijos.

Es esencial darse cuenta de que no sólo se transmite una naturaleza de padres y abuelos, sino también bendiciones y maldiciones. Las bendiciones y maldiciones continúan en una línea familiar hasta que son detenidas. Conocer la genealogía de las personas es muy importante cuando se les aconseja porque eso puede dar pistas de sus problemas. Esto también se aplica a nosotros.

El Señor me dio una visión cuando estaba hablando en una reunión de mujeres de Aglow, en Nueva Zelanda hace algunos años. Toda la audiencia era femenina, salvo los consejeros que eran pastores. En esta visión, vi los corazones de tres generaciones: una abuela, una madre y una hija. La abuela tenía una pequeña mala hierba en su corazón, la cual el Señor me dijo que representaba una atadura específica en su vida. Ella transmitió esa mala hierba a su hija, y en su hija se convirtió en un arbusto fuerte. Su hija, a su vez, transmitió esa atadura a su propia hija. Sin embargo, esta vez ya no era una mala hierba o un arbusto, sino un árbol maduro en el corazón de su hija. Por lo tanto, el problema que la abuela tenía pasó a su hija y de su hija a su nieta, todo porque ni la abuela ni la madre permitieron que Dios lo tratara. Esto queda ilustrado en el dibujo de abajo:INSERTAR DIBUJO

Hemos de darnos cuenta de que a menos que tratemos los problemas de nuestro corazón, los transmitiremos a nuestros hijos y esos problemas se harán aún más poderosos en sus vidas.

Los padres tienen una responsabilidad asombrosa de permitir que Dios purifique sus corazones y trate las áreas de pecado para que no transmitan nada malo a sus hijos. Nos reproduciremos en otros para bien o para mal. Oremos para que sólo transmitamos las bendiciones y naturaleza de Dios a nuestros hijos naturales y espirituales.

Nueva criatura en Cristo

En gran medida, nuestra genealogía determina qué tipo de persona somos. Sin embargo, debo aclarar esta última frase, pues muchas personas piensan que no tienen ninguna posibilidad de tener éxito en la vida debido a que tuvieron padres malos. ¡Eso es absolutamente falso! Es cierto que nuestros padres nos transmiten nuestra naturaleza, pero cuando recibimos a Cristo nos convertimos en nuevas criaturas en Él.

Pablo dijo en 2 Corintios 5:17: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Debemos alimentar la nueva creación y la nueva naturaleza dentro de nosotros, la cual se renueva con el conocimiento verdadero. En esta verdad descansa la esperanza de victoria total.

Por la gracia de Dios, podemos ser diferentes de nuestros padres. Consideremos por un momento al rey Josías. Su padre, Amón, y su abuelo, Manasés, fueron dos de los reyes más malvados de Judá que hayan vivido alguna vez y, sin embargo, Josías decidió en su corazón que él sería diferente. Fue coronado rey cuando tenía ocho años, e hizo lo recto a los ojos del Señor todos los días de su vida (2 Cr. 34:1, 2).

Encontramos otro ejemplo en Jeroboam I. Jeroboam I fue el fundador del reino del Norte de Israel; quien levantó becerros de oro y llevó a los israelitas a la adoración pagana. En Su infinita sabiduría, el Señor tomó misericordiosamente al hijo de Jeroboam I porque tenía un buen corazón hacia Él (1 R. 14:13).

Sembrar una nueva cosecha

Hace muchos años, una amiga nuestra estaba preocupada por sus hijos. Ella y su marido los tuvieron mucho antes de experimentar el nuevo nacimiento y ser llenos del Espíritu. Así, en aquel momento sus hijos no eran del todo buenos, y ella le dijo al Señor en su desesperación: Amado Señor, puedo ver en mis hijos todo lo que está mal en mí. ¿Qué he producido? El Señor le contestó: Comienza a sembrar una nueva cosecha. En otras palabras, Dios le dijo: Estás segando lo que has sembrado, pero desde ahora, comienza a sembrar una semilla diferente en ellos.

Ella escuchó la palabra del Señor y comenzó a educar y enseñar a sus hijos de la forma correcta. Comenzó a disciplinarlos con firmeza, pero con dulzura, y empezó a plantar en ellos las verdades de la Palabra de Dios. Esas buenas semillas gradualmente vencieron a las malas semillas que ella había plantado en sus vidas. Como resultado, sus dos hijos llegaron a ser cristianos maravillosos, que se graduaron de la universidad como los primeros de su clase. La clave para ese cambio en las vidas de aquellos dos jóvenes fue la determinación de su madre para dejar de plantar en ellos las semillas equivocadas y comenzar a plantar las semillas correctas.

Si usted tiene hijos que son rebeldes o se han apartado del camino debido a cosas que usted ha hecho, no se desanime; ponga su esperanza en Dios. Comience a sembrar en ellos las semillas correctas e intente desarraigar las semillas equivocadas que haya sembrado en sus vidas. Si usted siembra las semillas correctas, segará el fruto de ellas. Recuerde que nunca es demasiado tarde para comenzar a sembrar buenas semillas.

Reproducción espiritual

Como hemos entendido en el párrafo anterior, impartimos nuestra naturaleza espiritual a nuestros hijos y nietos. La meta básica del cristianismo es doble: en primer lugar, conocer a Dios y ser más como Él; y, en segundo lugar, hacer discípulos de nuestros hijos e impartirles el conocimiento y carácter de Cristo.

Jesús dijo en Mateo 28:19: Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (NVI). El deseo de Dios para nosotros es que hagamos muchos discípulos, pero Él quiere que les impartamos a ellos las cosas correctas.

La importancia de lo que transmitimos a nuestros hijos espirituales me fue ilustrado hace muchos años en un culto de la iglesia. El pastor me pidió que comenzara al culto porque él iba a llegar un poco tarde. El tiempo de alabanza estuvo muy bien, y después hubo un tiempo de adoración en el Espíritu. Yo estaba meditando en el Señor cuando, de pronto, sentí que el piso temblaba, y me pregunté qué estaba ocurriendo. Cuando abrí mis ojos vi a alguien que saltaba. De pronto, la cara de este hombre se puso roja y comenzó a profetizar tan rápidamente que nadie pudo entender lo que había dicho. Aunque esa profecía pudo haber venido de Dios, no fue una bendición para nadie debido la forma en la que la transmitió.

Poco después, el piso comenzó a temblar otra vez y alguien más dio un mensaje en lenguas de la misma forma en que el hombre anterior había profetizado; y otra persona dio la interpretación, usando exactamente los mismos gestos y tono de voz. Después de todo eso, pensé que era el momento adecuado para que yo dijera algo, pero antes de poder decir una palabra, el pastor llegó, y en cuanto se acercó al púlpito comenzó a profetizar exactamente de la misma manera en que lo habían hecho los miembros de su iglesia.

Comprendí que ese pastor había reproducido en su congregación su manera de actuar en los dones espirituales. Sin embargo, no era correcto porque era una distracción del mensaje que el Señor quería comunicar a la iglesia. En este caso, no era cuestión de corregir a los miembros de la iglesia. Primero tenía que hablar con el pastor.

Lo que quiero decir con esta historia es que el pastor se reprodujo a sí mismo en su congregación, y ellos hasta profetizaban y hablaban en lenguas como lo hacía él. Es una máxima en la vida que producimos fruto de la misma clase. Oseas 4:9 dice: Y será el pueblo como el sacerdote. La congregación sigue el ejemplo de su pastor; ellos imitarán el modo en que el pastor habla y actúa.

En realidad, la mayoría de la gente no mira a Jesús, sino al pastor. Ellos dan por sentado que su pastor es como Jesús. Si el pastor grita, su congregación generalmente grita; si el pastor es tranquilo, su congregación es usualmente tranquila.

Hace algunos años, mi esposa y yo supervisábamos una escuela bíblica en Suiza. Un día, mi esposa fue a visitar a unos amigos nuestros: el director de la escuela bíblica y su familia. Mientras mi esposa estaba con ellos, notó que su hijo pequeño de cuatro años caminaba hacia delante y hacia atrás con sus manos detrás de la espalda cuando hablaba. Su papá le dijo: David, ¿qué estás haciendo? Y él respondió: Estoy haciendo como el hermano Bailey. Aparentemente, yo tenía el hábito de poner mis manos detrás de la espalda cuando predicaba, y ese era un hábito que pasaba totalmente inadvertido para mí, pero en la mente de ese pequeño niño, eso era predicar. Debemos darnos cuenta de que nos reproducimos a nosotros mismos en los demás; por lo tanto, es vital que seamos buenos modelos. Debemos tener buenos hábitos, ya que nos reproduciremos en nuestros hijos espirituales.

2. Su nacimiento

Antes de hablar del nacimiento de Moisés, deberíamos considerar el contexto y los acontecimientos que llevaron a su nacimiento. Leemos en Éxodo 1:6-8: Y murió José, y todos sus hermanos, y toda aquella generación. Y los hijos de Israel fructificaron y se multiplicaron, y fueron aumentados y fortalecidos en extremo, y se llenó de ellos la tierra. Entretanto, se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José.

Ese Faraón era muy malvado y afligía a los hijos de Israel, como vemos en Éxodo 1:9-11: Y dijo a su pueblo: He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros. Ahora, pues, seamos sabios para con él, para que no se multiplique, y acontezca que viniendo guerra, él también se una a nuestros enemigos y pelee contra nosotros, y se vaya de la tierra. Entonces pusieron sobre ellos comisarios de tributos que los molestasen con sus cargas; y edificaron para Faraón las ciudades de almacenaje, Pitón y Ramesés. Así, había una gran aflicción.

Nacido en esclavitud

La crueldad de Faraón para con los hijos de Israel está señalada en Éxodo 1:13-14: Y los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza, y amargaron su vida con dura servidumbre, en hacer barro y ladrillo, y en toda labor del campo y en todo su servicio, al cual los obligaban con rigor. Estas palabras revelan claramente que no era una buena situación: aflicción, rigor, amargura y servidumbre. Este era el entorno en el que nació Moisés.

Muchas personas creen que un mal ambiente corrompe el carácter de la persona. Algunos afirman que, si un niño es educado en medio de las condiciones sociales ideales, será un buen niño. Sin embargo, cuando estudiamos la Palabra de Dios encontramos que algunos de los más grandes hombres de Dios nacieron y fueron educados en entornos

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