Anda di halaman 1dari 2

Los nacionalismos en la España contemporánea

Profesor: Andrés de Blas Guerrero


Sesión 2 – Transformaciones del nacionalismo español
Consideraciones acerca de las transformaciones del nacionalismo español a lo largo de
los siglos XIX y XX.

La Guerra de la Independencia marcó un hito en ese devenir que va desde la


desnacionalización de España (en analogía a la despersonalización) a un sentimiento
auténticamente nacional. El complejo paradigmático de inferioridad que tienen los
españoles, fruto, quizá, de la pérdida irresponsable e inane del Imperio, les llevó
paulatinamente y en apenas un siglo, a confundir modernidad con afrancesamiento y ello
confundido con la pérdida del sentimiento nacionalista.
El sentimiento nacionalista no sería más que eso, un sentimiento, una entelequia, si no
fuera unaida su pérdida a una correlativa pérdida de libertades, que es lo verdaderamente
importante. Es decir, cuando hablamos de autodeterminación o de soberanía nacional
queremos manifestar nuestro anhelo de orientar nuestra convievencia y las instiruciones
que la garanticen desde una determinada posición. Por eso, muchos pueblos han recibido
al invasor con los brazos abiertos, como a un libertador y otros los han sentido como a un
opresor, un colonizador que intentaba y conseguía sacar del país las riquezas naturales
para llevarlas a la metrópoli.
En este sentido, una ingenua e irresponsable corriente social veía, en el siglo XVIII, todo
lo francés, especialmente la Ilustración, como la solución de los atrasos de España y se
dieron de bruces contra la realidad cuando, ya en el XIX, se fueron percatando de que las
intenciones de Napoleón no eran otras sino el saqueo de España (me remito al Libelo
contra los franceses o la nefasta influencia. Otras novelas bien documentadas de Vallejo
Nájera como Yo, el Rey o Yo, el Intruso abundan sobre la escalofriante escalada no ya
sólo de expolio sino de destrucción gratuita). Fueron estos abusos y no el tan manido
sentimiento nacional lo que llevó al pueblo llano, que no a las siempre clases pudientes,
acomodadas en todos los sentidos, a alzarse en armas el 2 de mayo de 1808 y, como una
constante en la historia de cualquier país, el nacionalismo fue el banderín de enganche de
la reacción al invasor.
No estoy negando con ello la realidad histórica de España como nación, sino tan sólo
explicando como la génesis de cada una de ellas es similar (la de las naciones, no la de
los países): siempre provienen de un proyecto común, fruto de una combinación de azar,
fuerza y sentido común arraigado en lo Aristóteles denominaba, en su Política, la vida
buena. Hoy, por desgracia, y ya abundaremos en ello en el tercer trabajo, estamos
asistiendo en la Comunidad Valenciana a un proceso similar al mencionado
afrancesamiento por parte de los intelectuales valencianos catalanistas.
Tristemente, ya desde el primer tercio del siglo XIX se produce un, no por más explicado
menos irracional, ataque anticlerical por parte del liberalismo. Esto fue así en todo el
denominado bloque continental, América hispana incluida, influida por la mal digerida
Revolución Francesa. De hecho, en el bloque anglosajón, cuya revolución, no hay que
olvidarlo, data de 150 años antes, están tan imbuidos de liberalismo que la libertad
religiosa campa por sus fueros. Las tensiones entre liberalismo e Iglesia Católica derivan
en un irreal binomio de progreso versus nacionalismo, entendiendo éste por aquella como
la quintaesencia de los valores morales que defendía y, por el contrario, entendiendo el
liberalismo de la época esos valores como una cortapisa al progreso, dando lugar a una
espiral de odios y desencuentros que se han denominado Las dos Españas.

Pág. 1
Por todo ello, la investigación más fecunda acerca del Nacionalismo es la que se esboza
en las páginas de Mater Dolorosa referentes a Una Identidad en busca de objetivos,
¿Para qué sirve la nación?, La “política de prestigio” de O'Donell, ¿Estado opresor o
Estado débil?. Estos son los temas que le dan auténtico nervio a la cuestión. De hecho,
un “desastre” como el 98 provoca un desánimo en las masas del sentimiento nacional
porque éste debe ser, por su misma razón de sentimiento, orgullo patrio que los
gobernantes dotaron, en previsión de las crisis, de educación, servicio militar, símbolos y
monumentos.
A este desprestigio había que encontrarle un remedo y los nacionalismos periféricos, que
poco antes habían comenzado a surgir, por razones diversas, comenzaron a tener
pujanza. Pero vuelvo a mi tesis inicial, al nacionalismo, el amor a la patria, no es más que
una situación de conveniencia que acrisola en un sentimiento justificador de aquella
conveniencia. Así, el entonces balbuciente nacionalismo vasco tenía sus orígenes en un
proyecto común, mas o menos enraizado en la sociedad vasca, de valores carlistas, es
decir, opuestos al progreso material y añorantes de la vuelta a pequeñas comunidades, a
la tribu, a una melancolía añorante de la política del avestruz. En todo caso, un proyecto
común distinto del resto de la sociedad española. El caso catalán, en cambio, hunde sus
raíces en el desarrollo industrial diferencial con el resto de España. Su situación
geográfica privilegiada con respecto a Europa le hace ser casi lugar de tránsito obligado
para todo el librecambio mercantil exportador e importador. Los réditos que le devienen
por su insolidaridad están en el meollo de su nacionalismo. La lengua, el “seny”, el folclore
y ciertas costumbres no son más que apoyos artificiales para justificar que forman una
nación distinta aunque la historia lo desmienta. Por ello insisto en habla de sentimiento
nacional en lugar de nacionalismo.
Y, por eso es tan importante la cohesión social si queremos hacer nación. La cohesión
social es el fruto, muchas veces coercitivo, de aplicar el proyecto común. Este proyecto
común es inexistente desde la óptica del relativismo. No tiene otro sentido que la
profundización de las libertades cívicas y su mantenimiento. En nuestro caso, es lo que
denominamos la civilización occidental de raigambres judeo-cristianas y, aún dentro de
ésta, ciertas tradiciones diferentes según los países las acrisolan como naciones. Y esa
civilización es la que nos ha traído el nivel de libertad que ahora disfrutamos.
Hay, pues, dos peligros en mantener ese nivel de libertad que debe ser, según mi criterio,
la única base para defender la nación: uno interno y otro externo. El interno proviene de
todos aquellos que hacen mofa de las conquistas en pro de la dignidad humana e incurren
en el relativismo moral y, como consecuencia necesaria, en la igualdad de las
civilizaciones; y, el segundo, exterior, proveniente del flujo migratorio que, asombrados de
la actitud relativista de los gobernantes y de parte de los gobernados, antes aludida, ya
no hacen esfuerzo alguno en integrarse en el país de acogida (al tiempo de preguntarse
por su superioridad económica) sino que intentan, y consiguen poco a poco, enraizar sus
instituciones importadas desmembrando la cohesión social. Por duro que parezca
Hutchington tiene razón, tanto cuando habla de El choque de las civilizaciones como de la
inmigración hispana en Estados Unidos en ¿Quienes somos?. Y es que la identidad en
tanto una cierta cohesión de cultura y valores es necesaria para la construcción de la
nación.

En Elche, para Madrid, abril de 2005

Fdo. Enrique Centelles Forner

Pág. 2

Anda mungkin juga menyukai