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Datos de la clínica

El paciente llega a consulta y dice “vengo porque mi mamá quiere que venga”.
El dice y muestra no tener interés en comenzar un análisis. Tiene 16 años. En
la entrevista con la madre, ella se muestra y dice estar muy apurada, el tiempo
corre y quiere ver que su hijo sea como antes. Dice: “ya no somos amigos
como antes, esta agresivo, no respeta al padre, no tiene ideales ni sabe lo que
quiere hacer de su vida. Estoy apurada porque no vamos a vivir a Brasil en un
año y el ya tiene que saber qué quiere, no muestra interés por nada, nos echa
la culpa de todo lo malo que le pasa”.

El paciente va a tres sesiones en cuatro semanas, las mismas interrumpidas


por vacaciones y por suspensiones por problemas de la familia.

La segunda sesión del paciente termina a los 30 minutos de haber empezado.


Entonces la madre llama por teléfono reclamando que su hijo había salido
antes y que ella estaba pagando por una hora de sesión. Además “como tengo
muchos hijos, todos los horarios de la familia están cronometrados, hay
horarios que cumplir, y si sale de la sesión antes de la hora se complicaba
todo”.

Las experiencias de la clínica nos llevan a preguntarnos acerca de nuestra


práctica, esto puede ocurrir con cada paciente que entra al consultorio. En un
contexto donde los pacientes miran el reloj preguntando si ya pasó la hora,
donde los pacientes preguntan en cuánto tiempo se van a sentir mejor, o que
exigen regular la duración de la sesión, ¿qué posición toma el analista?, ¿cómo
responde ante estas exigencias?, ¿Qué lugar hay para que el deseo, el discurso
y la subjetividad del paciente se desplieguen?

Experiencias cotidianas de la clínica que me llevan a pensar ¿qué idea/noción


tienen los pacientes de lo que es un análisis? ¿Qué ideas se tienen acerca de lo
que es el psicoanálisis en el contexto (o ambiente) donde trabajamos?

La autora Paula Sibilia nos da un dato muy interesante. Ella menciona que los
principales emblemas de la revolución industrial no son ni la locomotora ni las
máquinas a vapor, sino una máquina más cotidiana, el reloj. La autora explica
cómo esta máquina tan habitual, regula la sincronización de los horarios y los
cuerpos de los hombres ubicándolos al servicio del capitalismo.

Entonces, en esta época donde el tiempo es dinero, ¿cómo hacer para no


quedar atrapados en este discurso dominante? El reloj aparece como Amo. ¿De
dónde vienen estas regulaciones de tiempo y de dinero? ¿Quién las impone?, y
sobre todo, ¿cómo afectan la práctica del psicoanálisis?
Fragmento del seminario 2 de Lacan, para seguir pensando

…Es muy curioso y supone una incoherencia realmente extraña que se diga: el
hombre tiene un cuerpo. Para nosotros esto guarda sentido, incluso es
probable que siempre lo haya hecho, pero también lo es que guarda más
sentido para nosotros que para cualquiera, porque, con Hegel y sin saberlo, en
la medida en que todo el mundo es hegeliano sin saberlo, hemos llevado
sumamente lejos la identificación del hombre con su saber, que es un saber
acumulado. Es absolutamente extraño estar localizado en un cuerpo, y a esta
extrañeza no sería posible minimizarla, a pesar de que nos lo pasamos
jactándonos de haber reinventado la unidad humana, ésa que el idiota de
Descartes había recortado. Es absolutamente inútil lanzar grandes
declaraciones sobre el retorno a la unidad del ser humano, al alma como forma
del cuerpo, con gran cantidad de tomismo y aristotelismo. La división está
hecha sin remedio. Y por eso los s médicos de hoy en día no son los médicos
de siempre, salvo aquellos que se lo pasan figurándose que hay
temperamentos, constituciones y cosas por el estilo. Frente al cuerpo, el
médico tiene la actitud del señor que desmonta una máquina. Por más que se
hagan declaraciones de principio, esta actitud es radical. De ella arrancó
Freud, y ése era su ideal: hacer anatomía patológica, fisiología anatómica,
descubrir para qué sirve ese complicado aparatito que está ahí, encarnado en
el sistema nervioso.

Esta perspectiva, que descompone la unidad del viviente, tiene por cierto algo
de perturbador, de escandaloso, y toda una dirección de pensamiento trata de
ponerse en contra: estoy pensando en el guestaltismo y otras elaboraciones
teóricas de buena voluntad, que querrían retornar a la benevolencia de la
naturaleza y a la armonía preestablecida. Desde luego, nada prueba que el
cuerpo sea una máquina, e incluso es perfectamente posible que no haya nada
de eso. Pero ahí no está el problema. Lo importante es que la cuestión se haya
abordado de esta forma. Lo nombré hace un momento: el se en cuestión es
Descartes. El no estaba completamente solo, porque hicieron falta muchas
cosas para que pudiera comenzar a pensar el cuerpo como una máquina. En
particular, hizo falta que hubiese una que no sólo marchara sola, sino que
pudiera encarnar, de un modo estremecedor, algo enteramente humano.

Por cierto, en el momento en que esto sucedía, nadie se daba cuenta. Pero
ahora disponemos de alguna mínima perspectiva. El fenómeno tiene lugar
bastante antes de Hegel. Hegel, que sólo tuvo muy poca parte en todo esto, es
quizás el último representante de una cierta antropología clásica, pero al fin y
al cabo, en comparación con Descartes, está casi a la zaga.
La máquina de la que estoy hablando es el reloj. En nuestra época es raro que
un hombre se maraville mucho de lo que es un reloj. Louis Aragon habla de él
en Le paysan de París, en términos como sólo un poeta puede encontrar para
saludar una cosa en su carácter de milagro, esa cosa que, dice, persigue una
hipótesis humana, esté ahí el hombre o no esté.

Había pues, unos relojes. Todavía no eran muy milagrosos, ya que después del
Discurso del método tuvo que pasar mucho tiempo para que hubiese uno
verdadero, uno bueno, con péndulo, el de Huyghens: aludí a esto en un texto
mío. Ya se disponía de algunos que funcionaban a pesas, y que, año bueno,
ano malo, con todo encarnaban la medida del tiempo. Fue preciso sin duda
haber recorrido un cierto espacio en la historia para darnos cuenta hasta qué
punto es esencial para nuestro ser-ahí, como se dice, saber el tiempo. Por más
que se diga que este tiempo no es quizás el verdadero, se va cumpliendo ahí,
en el reloj, que lo hace solo, como una persona mayor.

No podría aconsejarles demasiado la lectura de un libro de Descartes que se


llama Del hombre. Lo conseguirán barato, no es un trabajo de los más
apreciados, les costará menos que el Discurso del método, caro a los dentistas.
Hojéenlo, y verifiquen que lo que Descartes busca en el hombre, es el reloj.

Esa máquina no es lo que un vano pueblo piensa. No es pura y simplemente lo


contrario del viviente, el simulacro del viviente. El hecho de que se la haya
fabricado para encarnar algo que se llama tiempo y que es el misterio de los
misterios, debe ponernos en el camino. ¿Qué es lo que está en juego en la
máquina? El hecho de que para la misma época un tal Pascal se hubiese
dedicado a construir una máquina, todavía muy modesta, de hacer sumas, nos
indica que la máquina está ligada a funciones radicalmente humanas. No es un
simple artificio, como se podría decir de las sillas, de las mesas y de los otros
objetos, más o menos simbólicos, en medio de los cuales habitamos sin darnos
cuenta de que son nuestro propio retrato. Con las máquinas es diferente. Los
que las hacen ni se sospechan hasta qué punto están del lado de lo que
realmente somos.

(Más adelante dice) La máquina encarna la actividad simbólica más radical en


el hombre, y era necesaria para que las preguntas se planteasen -puede ser
que en medio de todo esto no lo noten-en el nivel en que nosotros las
planteamos. (El seminario de Jaques Lacan. Libro 2. El yo en la teoría de Freud
y en la técnica psicoanalítica 1954-1955. Clase 6. Homeostasis e insistencia. 12
de enero de 1955 Argentina: Paidos, 2006.)

Entonces podemos pensar, ¿qué lugar se le da al cuerpo en medicina y cómo


se diferencia la posición del analista? (esto ya lo veníamos trabajando)
El hombre al estar al servicio de una máquina (reloj) que está al servicio del
capitalismo, ¿queda atrapado en ella? ¿Se lo confunde con ella?, los horarios
sincronizados dictan el modo de vivir y de ser.

El hombre al servicio del reloj, el reloj como Amo, forma parte del lenguaje.
Lenguaje por el que somos tomados desde que nacemos.

Como analistas, ¿cómo hacemos para sostener la práctica del análisis, para
sostener un espacio donde el discurso fluya, una práctica que no esté al
servicio del discurso del Amo, y donde el deseo se pueda desplegar sin
restricciones?

Adriana Canteros

México, febrero 2010

Bibliografía consultada:

- El seminario de Jaques Lacan. Libro 17. El reverso del psicoanálisis 1969-


1970. Argentina: Paidos, 2006.

- El seminario de Jaques Lacan. Libro 2. El yo en la teoría de Freud y en la


técnica psicoanalítica 1954-1955. Argentina: Paidos, 2006.

- Sibilia P. El hombre postorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías


digitales. Argenita: Fondo de Cultura Económica, 2006.

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