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YO

gustavo h. mayares
artículos&misceláneos
YO, GUSTAVO H. MAYARES
2006/2009 © Gustavo H. Mayares
gustavomayares@yahoo.com.ar
http://gustavohmayares.com.ar

Prohibida la reproducción en cualquier forma sin la autorización de los propietarios del


copyright
4 / Yo, Gustavo H. Mayares

palabras liminares
A mediados de 2006 comencé con este asunto del blog
y hasta hoy sigo, aunque el tema ha tomado un camino
diferente del previsto: ya no se trata de un diario
virtual o algo así, como se planteaba al principio: un
anotador on line donde hacer comentarios sobre casi
cualquier cosa que se me antojara en determinado
momento. Ahora es el medio por el cual me expreso
más acabadamente, con todas mis facetas y
perspectivas (oscuras y luminosas), a veces coheren-
temente y otras con todas mis contradicciones. Si te
animás y leés artículo por artículo, cronológicamente
(como están publicados aquí), podrás notar esa
evolución –llamémosla así– desde los primeros
escritos hasta los últimos de la presente antología
(uy!).
De ahí que este libro lleve el título que lleva: porque
si algo me representa –intelectualmente hablando–
son los artículos y misceláneos escritos y publicados
a lo largo de estos últimos años; especialmente durante
2008 y algo de 2007. Porque incluso el actual nombre
del site: El mundo según Mayares –así rebautizado
desde el año pasado–, tiene que ver con eso, con
intentar dejar plasmada mi personal visión de lo que
pasa a mi alrededor más allá de todo prejuicio o
prurito, intentando siempre librarme de las lacras
intelectuales y morales que esta sociedad ha insuflado
en mi cabeza. En mí y en mis pensamientos –relatados
a continuación– también está el mundo que me ha
creado.
No obstante, debo advertir que se trata de un capricho:

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5 / Yo, Gustavo H. Mayares

compilar no sé cuántos escritos –seleccionados


caprichosamente entre docenas– cuando podés
hallarlos en mi web, algunos sinceramente intere-
santes y otros lisa y llanamente intrascendentes. Pero
consideré que era hora de hacer algo para que, si estás
totalmente loco o te interesa lo que he escrito, puedas
bajarlo y leerlo en tu casa, en la PC o en la portátil sin
necesidad de estar conectado. Incluso supongo que
el formato libro (e-book, le dicen) facilita la lectura
de aquellos que busquen una perspectiva más
reflexiva de mis posturas, teorías y dislates.
Acá va, pues, una selección ‘de lo mejor’ que he escrito
entre mediados de 2006 –cuando todo comenzó– y
mediados de 2009. El resto lo dejo para el volumen
II...

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6 / Yo, Gustavo H. Mayares

índice
Sobre la hora de irse a dormir
leyendo a Bradbury > 7
Para qué sirve un (mi) blog > 9
Breve historia de mi vida (I) > 11
Sobre mi (la) indentidad nacional
y el ser humano > 15
Paradojas > 18
¿De qué “guerra” están hablando? > 21
Sobre los asesinatos masivos > 23
Rosario siempre estuvo cerca > 25
Con ganas de rajarme > 27
Noticias de ayer > 30
Dolina y la tentación de falsificarlo > 34
Trece preguntas a Lorena Cancela > 37
Tesis: de Palitos, Evangelinas y Deanes > 49
Causas y consecuencias del aburrimiento > 53
Rosebud > 58
Benditas vacaciones o la alienación estival > 66
Heráclito tenía razón > 84
Platos rotos (entre la espada y la pared) > 95
¿The End? > 100
El largo viaje de un año a otro > 111
Masacre sionista en Gaza > 116
La paradoja de la foto > 119
Perra, basura, arpía > 129
Anticapitalistas > 136
Las ideologías son una porquería > 147
Apuntes sobre una biografía de Orwell > 158

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7 / Yo, Gustavo H. Mayares

Sobre la hora de irse a dormir


leyendo a Bradbury

Bueno, es mi debut en un blog, sea lo que sea esto.


Son pasadas las 20 en mi ciudad (un lugar bastante
agradable para vivir, aunque carece de mar!) y
estoy a punto de ir a casa para hacerme la comida
y dormirme luego de leer un rato, hasta que se me
caigan los párpados.
Estoy leyendo El hombre ilustrado de Ray
Bradbury, por si te interesa; lo compré la semana
pasada en una librería de usados de Av. de Mayo,
a 5 pesos. Y la verdad es que no me parece gran
cosa. Es el primer libro de Bradbury que leo y
pensaba que superaba bastante más a los clásicos
escritores de ciencia-ficción de los ’50 que no veían
como mucha solidez intelectual el futuro
inmediato, por ejemplo los años que estamos
viviendo. Ese asunto de marcianos y cohetes a cada
párrafo me parece bastante demodé y me obliga a
leer con curiosidad más que con placer. Nada que
ver con Wells o el mismo Verne (aunque éste me
parece muy... mecanicista, por decirlo de algún
modo), o Aldous Huxley (se escribe así?). Me
habían dicho que tenía algo de poesía, pero la

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8 / Yo, Gustavo H. Mayares

verdad es que no veo más poesía que la que puede


haber en la Biblia: una fantasía moralista bastante
berreta y en cierta -gran- medida reaccionaria.
Pero bueno, voy a terminarlo a ver qué onda (a
todo esto: pensaba que lo “ilustrado” del título se
refería a un tipo culto y no a uno tatuado, je je je).
Después seguiré con el que tanto me está costando
porque me resulta plomo aunque me fascina el
personaje: Blonde, la megabiografía novelada (de
mil páginas) de Joyce Carol Oats sobre Marilyn
Monroe. Hablando de estrellas de cine: antes de
El hombre ilustrado leí la biografía también
novelada -aunque no tanto como la de Oats- de
James Dean que se llama El bulevar de los sueños
rotos de no me acuerdo quién, que conseguí a 1
pesito!!! en una librería de Morón, el miércoles
pasado. Me pareció buena o, mejor dicho,
entretenida.
Aunque no sé... Tal vez no siga con Blonde
(quiero conseguir la que escribió Norman Mailer)
sino con alguno de los muchos libros que tengo
para leer: tal vez... El gato y el ratón de Grass o el
policial que no recuerdo ni título ni autor, pero sí
que es un yanqui que vive en Barcelona. Mañana
veré si te mando título y autor para que tengas
idea. Pero mañana será otro día.

13 de junio de 2006

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9 / Yo, Gustavo H. Mayares

Para qué sirve un (mi) blog

Me preguntaba para qué sirve escribir un blog o,


mejor dicho, para qué sirve que yo escriba un blog.
Soy jefe de redacción de un semanario en
Hurlingham, redactor de otro en Morón,
colaborador de un par de revistas, tengo mi propia
página web (www.geocities.com/zonaliteratura,
que pronto será www.zonaliteratura.com) y sin
embargo siento que no me alcanza, que me queda
mucho por decir. Entonces, de momento, abordo
esta cuestión como una especie de diario personal
(intelectual) semipúblico, pues ignoro si llegará a
ser leído por alguien ahora o en el futuro; de hecho,
pienso que por casi nadie. Mas no tiene
importancia. Lo único importante es que es escrito
por mí para decir lo que tenga ganas, sobre lo que
tenga ganas y cuando tenga ganas, como dice el
encabezamiento de este asunto.
Supongo que hay personas que hacen un blog
porque tienen cosas que decir sobre variadísimos
temas, pero no es mi caso; lo uso, en realidad,
como una especie de diario –ya lo advertí– en el
que vuelco cuanto no puedo decir por los otros

Yo, Gustavo H. Mayares / 9


10 / Yo, Gustavo H. Mayares

medios mencionados. Por ejemplo, para opinar


sobre para qué cuernos sirve un blog (mi blog). El
defecto que veo, no obstante, es que me siento
como obligado a señalar, aunque sea de vez en vez,
algo “interesante” que exceda lo puramente
personal. ¿Puede interesarte que te cuente sobre
mis experiencias amorosas y/o sexuales? ¿Te
interesará que publique por este medio mis dudas
morales y/o existenciales...? Lo ignoro. Es más,
todavía no me animo a “hacer públicas” esas
cuestiones que por ahora se mantienen en mi fuero
íntimo (sin embargo, el hecho de plantear este
último asunto ya supone publicar una cuestión del
fuero íntimo, no?).
Por ahora, entonces, vayas algunas opiniones
sobre literatura, política y lo que se me ocurra. La
vida y los blogs, por ejemplo.

15 de junio de 2006

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11 / Yo, Gustavo H. Mayares

Breve historia de mi vida (I)

Voy a empezar por el principio: yo nací siendo muy


niño (parafraseando a mi amigo –algo olvidado
en el sentido de hacer crecer la amistad– Alfredo),
una calurosa tarde del 24 de diciembre de 1962;
precisamente a las 14.15 y en el entonces hospital
Eva Perón, localizado en San Martín, según me
ha contado mi vieja. El primer hijo y el primer
niego; pesaba poco más de 4 kilos y era blanco
como la lecha, según la misma fuente. A propósito,
mis viejos son Nicolás (alias Colá), obrero plástico
entonces, luego metalúrgico, y Ana Josefina (alias
Josi), ama de casa entonces, luego trabajadora del
servicio doméstico (“no hay nada peor que limpiar
la mierda ajena”, la escuché quejarse en mi
adolescencia).
Por aquella época, cuando fui concebido y nací,
vivíamos en casa de mi abuela paterna, Lucía (ya
fallecida y poco querida por mí). Había un gobierno
de facto, como casi siempre por estos pagos, pero
varios candidatos se hallaban en plena campaña
electoral (datos que confirmaré más adelante
porque tengo serias dudas sobre este asunto.

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12 / Yo, Gustavo H. Mayares

Concédaseme que toda biografía o autobiografía


requiere también un mínimo de investigación
contextual) para la elección del futuro presidente
Arturo Umberto Illia, radical él, quien llegó a
ocupar la Casa Rosada en 1963 debido a la
proscripción del peronismo. Perón estaba exiliado
en España.
Veníamos del desarrollismo de Frondizi, es decir
de cierto florecimiento de la actividad industrial
en la Argentina, del cual mi viejo “disfrutaba” –
pongámosle así– de los beneficios de esa política
económica que había insertado al país en el mundo
capitalista. Lo mismo mi abuelo Jorge (padre de
Josi). Ambos trabajaban en grandes fábricas (mi
papá en la plástica Coronet Plastic y mi abuelo en
la textil Cinco T, hoy cerradas) donde ganaban un
salario que les permitía tener una vida más o
menos digna (más menos que más, obviamente,
si hablamos de capitalismo en el submundo que
se llama América Latina). Ergo, con los ahorros
de mi abuelo compraron el terreno sobre la calle
Liszt y él se los financió a mis viejos, de modo que
al poco tiempo mi viejo compró una casita de
madera, de las llamadas prefabricadas, donde nos
instalamos.
Tampoco pasó demasiado tiempo para que mi
viejo y mi abuelo Jorge hicieran los pozos para
instalar los cimientos de la que sería por 19 años
mi casa. Cotidianamente y los fines de semana,
sobre todo, ambos levantaban las paredes que por
los mismos 19 años permanecieron sin revoque y
con varias goteras, pero que sirvieron de hogar

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13 / Yo, Gustavo H. Mayares

para una familia que acabó conformada por seis


personas: mis padres y mis hermanos Jorge,
Edgardo y Guillermo, por estricto orden de
aparición.
Pero estábamos como en 1964. Todavía era yo
el único. La familia no era grande y el trabajo era
bueno para todos, de manera que mi más tierna
infancia transcurrió sin mayores ni menores
sobresaltos. No teníamos TV pero nadie la
necesitaba demasiado entonces; con la radio y, si
daba, un tocadiscos, todo el mundo podía ser feliz.
Todavía hoy sorprende a mis hijos (Naty y Fede,
principalmente a este último) que allá lejos y hace
tiempo no hubiera televisión ni color ni CDs ni
DVDs ni PCs ni la internet ni nada que se le
pareciera.
Además, a mi vieja le gustaba leer. Recuerdo
desde siempre (concluyo que también durante ese
momento de no memoria) que devoraba las
novelitas de Corín Tellado y Marcial Lafuente, si
me apuran; incluso las fotonovelas de Nocturno.
De hecho, este material nonsancto fue el germen
que instaló en mí la avidez por la lectura que, por
suerte, evolucionó hacia otros autores de mayor o
menor valía que los mencionados. Pero bueno,
evolucionó.
Mis viejos no eran de ir al cine ni al teatro
seguido, ni siquiera esporádicamentte; pero los
bailes familiares y/o de la sociedad de fomento,
donde más que nada se conversaba y se bailaba
tango, anque algo de cumbia y música popular
tipo El Cuarteto Imperial y Feliciano Brunelli,

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14 / Yo, Gustavo H. Mayares

alcanzaban para hacer la vida un poco más


entretenida, algo más trascendente que la
alienación cotidiana a la que los condenaba –y nos
condena– el trabajo. Ahora parece poco, que si
vemos un poco en profundidad descubriremos que
hoy por hoy, con todo lo que nos han puesto
encima, no se supera aquella media. Ni las discos
ni la internet ni nada dejan de ser placebos ante el
sufrimiento diario en el que nos sumerge la
condena ancestral: “te ganarás el pan con el sudor
de la frente...” ¡Me cago en dios!

18 de junio de 2006

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15 / Yo, Gustavo H. Mayares

Sobre la (mi) identidad


nacional y el ser humano

Mañana vuelve a jugar la selección argentina por


el Mundial. Espero que gane, como cualquier hijo
de vecino. Y como cualquier ídem me sentiré feliz
si así ocurre; como feliz me sentí el otro día, con el
6-0 frente a Serbia y Montenegro. De cualquier
modo, me sorprendió el entusisasmo popular
generado por esa victoria futbolística: gente en las
calles, gente en las plazas, gritos y bocinazos en
veredas y calles; ese flamear de las banderas en
cada casa y en cada auto como si hubiéramos
expulsado a los ingleses de Buenos Aires o
Malvinas.
Mi felicidad no tuvo ni tiene que ver con
ninguna clase de triunfalismo nacionalista ni nada
que se le parezca (algo de eso puede haber si
hubiéramos goleado a Inglaterra o Estados Unidos,
lo reconozco), sino con una mera vitoria
deportiva; como si Boca hubiera ganado en una
instancia de la Copa Libertadores. Ni más ni
menos.
Nací en Hurlingham y casi toda mi vida la pasé
acá: vivo acá, trabajo acá, tengo mis relaciones

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16 / Yo, Gustavo H. Mayares

sociales y humanas acá, mis hijos nacieron y viven


acá... En cierta medida, me siento más
hurlinguense que argentino, aunque eso –ser
hurlinguense– no signifique casi nada. Pero menos
significa ser argentino, lo cual considero una
abstracción. La pregunta que surge de ello es
¿existe una identidad nacional mía o de cualquier
persona?
Para empezar, ¿qué tiene de distinto
Hurlingham de Valentín Alsina, José C. Paz, San
Isidro, Berazategui o Florencio Varela? ¿De qué
modo puede influir un sitio para determinar una
identidad –ese ser– de una u otra manera?
Convengamos en algo: ser argentino significa
menos que ser hurlinguense o tucumano. No existe
algo que pueda definir como “identidad argentina”
(más allá del gentilicio) ajena o por encima, mejor
dicho, de las particularidades de cada provincia,
de cada ciudad e incluso de cada barrio; lo mejor
que se puede lograr es la suma de las
particularidades –y peculiaridades– que, en fin,
nos hace distintos a cada uno de nosotros, aún
argentinos.
Vos, que estás leyendo esto ahora, naciste en
Salta capital. ¿Qué hay de tu ideosincracia que se
asemejea a la mía? Ni siquiera hablamos igual,
aunque parloteemos el mismo idioma. Te gustan
cosas distintas, músicas distintas, comidas
distintas, qué sé yo... Inclusive si sos porteño sos
diferente a mí: también hablás distinto, si viviste
toda la vida en Buenos Aires ciudad el paisaje
vertical ha determinado en cierto modo tu manera

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17 / Yo, Gustavo H. Mayares

de ver y apreciar las cosas, con mayores diferencias


si quien esto escribiera hubiese nacido y vivido en
medio de la pampa pamepana –valga la
redundancia– o en la cima de la Puna, ¿no te
parece?
Por eso digo que comparto muchas más cosas
(no sé bien cómo definir a esas cosas) con mi
vecino que con un mendocino o un santacruceño
(¡cuántas menos con el santacruceño K!) o un
misionero; si bien entre mi vecino y yo también
hay un abismo de peculiaridades determinadas por
el ambiente en que cada uno se ha criado y ha
crecido.
Tampoco me vas a decir que la identidad común
es la suma de esas particularidades porque, como
creo haber dejado claro, eso sería una completa
abstracción, es decir nada o casi nada.
¿Qué me me une a vos, entonces? ¿Qué me
identifica con vos? Ser humano, lo que no es poco.

Junio de 2006

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18 / Yo, Gustavo H. Mayares

Paradojas

¡Qué paradoja! Ayer anduvieron por Hurlingham,


y en el mismo palco, Kirchner, Evo Morales, Felipe
Solá y Luis Acuña como “dueño” de casa. Nadie
sintió vergüenza de instalarse cómodamente al
lado del otro mientras la multitud presente
(calculada en ¡¡¡60 mil personas por la policía y
en 70 mil por los organizadores!!!, cuando no
hacía falta semejante exageración ya que era una
verdadera multitud de cerca de 25 mil personas,
algo inédito para Hurlingham) vitoreaba a tan
variopinto grupo: el “estatizante” Evo, el “valiente”
K (de acuerdo a la calificación que le atribuyó uno
de sus ministros Fernández cuando gatilló al FMI
toda la deuda junta...), el “estanciero” Solá y el ex
“pibe chorro” Acuña, según he visto varias pintadas
hechas con aerosol negro en paredones de la zona
del edificio municipal, cerca de Pedro Díaz.
Mientras el boliviano pretende nacionalizar –
sui generis– las riquezas petroleras de sus país, el
argentino K hace negocios con Repsol a través de
YPF y, no contento con eso, frenó de entrada la
potencia que parecía tener Morales a la hora de

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19 / Yo, Gustavo H. Mayares

quitar privilegios a las privadas de su país, para


salvar el argentino el pellejo dolarizado de la
mencionada española y de la brasileña estatal que
comparte impúdicamente sus ganancias con los
privados a costa del pueblo boliviano y del propio
brasileño. ¡Y a nadie le dio vergüenza! Ni siquiera
a Solá, que se ha caracterizado durante años por
defender a través del Provincia la guita e intereses
de los grandes oligarcas bonaerenses, como
gobernador y como abogado.
Entonces me dio un poco de lástima y de
vergüenza ajena el Evo, por quien siento simpatía
y hasta cierto afecto por representar lo que
representa y no por lo que es. ¡Sabrá adónde
cuernos está parado? No digo en su país, que
también es un poco el mío, sino con relación a sus
“socios” Lula y Kirchner, en primer lugar. Imagino
que sí... Supongo que al tipo le dará un poco de
pánico quedar aislado frente a los yanquis y
entonces se apoya en lo primero que encuentra
cerca, las dos seudopotencias que le brindan sus
abrazos mortíferos... ¿Será conciente de de que K
y L son correas de transmisión –en el actual y
contradictorio cuadro político-económico
latinoamericano– de los intereses del capitalismo
norteamericano en el subcontinente? Imagino que
no hará falta que yo se lo diga a través de mi
bitácora, ¿no? ¿O si...? Hum...
¡Qué tiempos de cuánta confusión son estos! El
lobo se ha vestido de oveja y unos cuantos han
caído en sus redes. El derechista de ayer, el
menemista de ayer hoy parece un trosko y el

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20 / Yo, Gustavo H. Mayares

izquierdista de anteayer (Lula, ¡Tabaré!) hoy


parece Kissinger. Mientras tanto, los trabajadores
y el pueblo americano (del sur) son los patos de la
boda, una horrible figura metafórica que no
obstante viene al caso.

Junio de 2006

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21 / Yo, Gustavo H. Mayares

¿De qué “guerra” están


hablando?

Ay ay ay... Estoy un poco cansado, harto más bien,


que se hable de la invasión israelí al Líbano como
una “guerra”. Otra vez, la excusa del “terrorismo”
da pie, en todos los ámbitos, a que el imperialismo
y su agente sionista en medio oriente desplieguen
su TERROR en las naciones y pueblos oprimidos,
como en Irak. ¿Por qué nadie se atreve a llamar a
las cosas por su nombre? Supongo que porque el
99 por ciento de los medios tienen intereses
económicos y políticos entrelazados con los de los
yanquis; incluso imagino la ingerencia de la
poderosa –en dinero– comunidad judía que hay
en cada país y obviamente la Argentina no es la
excepción.
Todo este asunto me trae a la memoria la
famosa “guerra” que los milicos argentinos dicen
haber librado contra el “terrorismo” local, la que
por supuesto incluyó la masacre, el genocidio
sistemático de “civiles”, es decir de ciudadanos que
de una u otra manera se oponían a la dictadura
fascistoide; casi igual que en medio oriente: ellos,
los yanquis, los europeos, las Naciones Unidas, se

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22 / Yo, Gustavo H. Mayares

escudan en la misma excusa para impulsar o al


menos no llamar a un cese del fuego israelí, hablan
de “guerra” contra el “terrorismo” cuando es tan
evidente como la salida del sol que allí hay una
matanza...
Hasta algunos “especialistas” hablan de las
“razones históricas” de este genocidio pero siempre
terminan en el mismo punto: la culpa, de última,
es de Hezbollah, de Al Fatah, de los “terroristas”...
Nada dicen de que la intifada palestina y todos sus
derivados tienen su origen en la resistencia del
pueblo palestino al engendro creado por el
imperialismo a mediados del siglo pasado para
cumplir funciones de gendarme fascistoide en la
región: Israel.
Y bien, en principio sólo hay un escollo para
que judíos y palestinos puedan vivir juntos y en
paz: el Estado de Israel y su mandante
imperialista; ayudar –de la manera que podamos–
a su destrucción es la tarea del momento.

Setiembre de 2006

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23 / Yo, Gustavo H. Mayares

Sobre los asesinatos masivos

Algo breve, una observación breve sobre ese relajo


de recordar el 11S como lo hace la mayoría de los
imbéciles comunicadores sociales de radio y Tv,
llamándolo “asesinato masivo”. Recién lo oí en
radio Mitre: “independientemente de lo que uno
pueda pensar sobre Bush, etc., hay que repudiar
los asesinatos masivos ocurridos el 11S...” La
pregunta que me hago (brevemente, porque sólo
la estupidez no tiene límites) es si aquel ataque no
fue un acto de guerra... La guerra que sostenemos
todos contra la secular opresión y represión
fascistoide que los gobiernos de los EEUU llevan
adelante contra la humanidad, intentando
sumirnos en la barbarie capitalista y oscurantista
que engendros como Bush (y todos sus antecesores)
promueven a través de los gobiernos lacayos o por
las armas, indistintamente. Una guerra que no
hemos comenzado sino en la cual nos defendemos;
una guerra que tiene a millones de americanos (del
sur), africanos y asiáticos como principales
víctimas; una guerra en la que la principal arma
es el hambre masivo, verdaderamente masivo, sin

Yo, Gustavo H. Mayares / 23


24 / Yo, Gustavo H. Mayares

descartar el uso de armas convencionales,


atómicas, bacteriológicas, etc. Que los sectores
populares yanquis (con la ayuda de las masas
oprimidas de todo el mundo) se hagan cargo de su
dictador imperialista y nos liberen de su opresión!!!
Este es el único modo de terminar con los actos de
defensa que afectan a miles de inocentes.
Por muy “bárbaros” que parezcan los
métodos del oprimido y por muy
“civilizados” que parezcan los del opresor,
estoy con el primero contra el segundo, no
tengo dudas al respecto.

Setiembre de 2006

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25 / Yo, Gustavo H. Mayares

Rosario siempre estuvo cerca

Bueno, aquí estoy de vuelta. Estuve en Rosario y


llegué el lunes a la madrugada (Rosario a Buenos
Aires = 4 horas / Retiro a Hurlingham = ¡¡¡3
horas!!!). Ciudad y río Paraná me parecieron
maravillosas, más que nada las islas (hice el
recorrido de rigor en catamarán y bajé en la de
enfrente, ignoro cómo se llama) por las que anduve
en patas por la arena porque hizo buen clima (26°
a la tarde). Como es mi costumbre, me caminé
todo (es la única manera de descubrir un lugar,
incluso sus sitios recónditos); o medio todo, porque
el centro y de Sargento Cabral hacia el puerto, lo
anduve palmo a palmo, pero de Cabral hacia el
puente que comunica con Victoria no llegué
(imaginate que estuve tres días y uno entero lo
ocupé en el foro Create, viendo, haciendo
entrevistas y todo eso). Pero igual traje un buen
material para hacer –creo yo– una buena nota
para la revista. Tengo pensado volver en el fin de
semana largo de octubre, pero no sé... La cuestión
es que hice una especie de “safari fotográfico”
importante y creo que son buenas fotos para

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26 / Yo, Gustavo H. Mayares

ilustrar un lindo informe sobre una urbe que, para


quien la ve y la recorre por primera vez –como
yo–, parece tener una fuerte impronta cultural.
Yo le di por ese lado: visité galerías, muestras
callejeras, ferias de artesanías, vi recitales en plazas
(especialmente el que se hizo allá por la Noche de
los Lápices, con una banda que canta en italiano
que me pareció fabulosa, anoté en nombre en un
papelito pero lo perdí. ¿Alguien de Rosario me
podrá tirar la data...?), fui al teatro Lavardén el
sábado a la noche para ver tres unipersonales de
autores locales, entré a los museos (me faltó el
principal: el Castagnino, porque confieso que no
llegué al parque Independencia, ni el de Arte
Moderno, en silos), comí milanesas a la napolitana
y pollo deshuesado y ensalada capresse y otras
cosas en distintos resto-bares, vi el partido que
Newells ganó el viernes (creo) en un bar (son todos
fanáticos), tomé cerveza a orillas del río, en la
estación fluvial, e insisto: me caminé todo en un
puñado de horas. De hecho, cada vez que llegaba
al hotel (City, bien) quería quedarme en la cama
de los cansado y de cómo me dolían los pies. Pero
todo bien. Está bueno que allá te duelan los pies
por andar y andar... Me faltó también salir un poco
a los boliches nocturnos (como los que hay por el
centro y en la estación fluvial), para ver qué onda.
Prometo volver, puede que en octubre o más
adelante, quién sabe. Sobre todo si alguien me tira
el nombre de la banda que canta en italiano.
También prometo publicar algunas fotos más.
21 de setiembre de 2006

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27 / Yo, Gustavo H. Mayares

Con ganas de rajarme

Ando con ganas de partir, nuevamente. Quiero


decir que me está agarrando otra vez esa fuerte
sensación que me impulsa a realizar uno de esos
viajecitos reparadores que tanta falta me hacen
de cuando en cuando, en cada ocasión con mayor
intensidad y cada vez más asiduamente; esos
recreos tan necesarios –al menos para mí–
cuando tengo la impresión que ya todo me tiene
redondamente podrido. Si hubiera ido a Rosario
el último fin de semana largo, como tenía
planeado, todo sería distinto... ¿o no?
La cuestión es que la vez pasada revelé y copié
las fotos de Necochea, cuando fuimos con Naty y
Fede (y Estela) en febrero (si, aunque no lo creas,
las acabo de revelar ¡en octubre!!!) y me empezó
a picar la piel por el mar, por revolcarme y
cagarme de risa entre las olas y la aspuma blanca
de ese mar tan sucio pero que igual me tiene
subyugado como una amante, la mejor de las
amantes. No es que la hayamos pasado joya (fue
una quincena de mierda en lo que hace al clima:
sólo tuvimos dos días de playa), sino que fue la

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28 / Yo, Gustavo H. Mayares

situación en su conjunto.
La verdad es que la pasamos bien: esos dos días
de playa nos cagamos de risa con los chicos (las
olas eran enoooooooooooormes) y el resto nos
caminamos todo: desde Necochea a Quequén
cruzando el puente colgante sobre el río homónimo
(Quequén, bah) donde encontré un clavo
herrumbrado, de esos grandes que usan para unir
las tablas de los muelles, que todavía conservo.
Además estábamos en el camping frente al Parque
Lillo, anduvimos por ahí también, y fuimos a
todos, pero todos los museos que hay del otro lado
(con respecto a la playa). Estuvo lindo. También
fuimos a la Estación nomeacuerdocomocuernos
sellama que está a unos cien metros del
monumentos a los caídos en Malvinas que me
sorprendió por su monumentalidad, valga la
redundancia (será por eso que el monumento a la
bandera de Rosario no me pareció taaaaaaaaan
grande como me habían dicho, aunque sí lo es en
el plano horizontal, con todas esas estatuas, el
puente sobre la pileta y las columnatas). A todo
esto, Quequén me pareció una cagada, salvo el
puerto al que no pudimos llegar, y el faro al que
tampoco pudimos llegar porque cuando
andábamos por la zona se vino una tormenta y
pegamos la vuelta en colectivo.
Permítaseme una disgresión: en Rosario,
adonde viajé solo, descubrí que así, solo, disfrutás
menos de las cosas; a mí me pasó, por lo menos.
No tenés nadie al lado para exclamarle faaaaa!!!!
ni hacerle los comentarios que tenés en la cabeza

Yo, Gustavo H. Mayares / 28


29 / Yo, Gustavo H. Mayares

cuando ves, hacés o experimentás algo. La cámara


digital (que me prestó mi amigo Pablo) hizo las
veces de compañero/a: tomé mil fotografías
pensando en que se las iba a mostrar a los chicos
(aparte de publicar una ínfima parte en la Metro)
y les iba a relatar, al mismo tiempo, mis peripecias
por esa linda ciudad a orillas del Paraná. No me
acuerdo si lo puso en la entrada correspondiente,
pero de todos modos los digo (exclamo) ahora (otra
vez, si corresponde): me habían dicho que las
mujeres más bellas están por allí y puedo confirmar
la especie: desde las adolescentes hasta las señoras
de trenta y pico (no me fijo mucho más allá) son
deliciosas. ignoro si por el clima, por el río o por
qué, pero así es, razón por la cual re-recomiendo
una visita a la zona de referencia, donde podrás
solazarte con la belleza natural, urbana y humana.
Sigo con lo que estaba. Decía que ando con ganas
de pegarme un viajecido a la costa pero no creo
tener oportunidad próximamente, así que estoy
planeando dos cosas, a saber:
1) Pasar navidad en Mar del Plata o por ahì,
para variar un poco, con mis hijos.
2) Tomarme las vacaciones en febrero con dos
viajes: a) tres o cuatro días en Tandil y b) diez o
doce días en Miramar, directo desde Tandil. Es
decir, una especie de minigira que me tiene
bastante entusiasmado.
Mientras hago los planes respectivos, acepto
sugerencias. ¿Tenés alguna?

19 de octubre de 2006

Yo, Gustavo H. Mayares / 29


30 / Yo, Gustavo H. Mayares

Noticias de ayer

De vez en vez, cuando me hago un ratito en medio


del trabajo cotidiano, los libros, la música y las
películas truchas de nula calidad técnica [1] que
me deja ver la bendita PC, enciendo la tele y, como
quien diría, me doy una panzada de Los Simpson,
programas de chismes y algo de Gran Hermano
(como ejercicio intelectual, es interesante saber que
uno está pendiente de una aburrida estupidez y
sin embargo no quita los ojos de encima a esos
chicos elegidos entre los más imbéciles que se
deben haber presentado al casting).
Cuando todo ello acaba, más o menos a las 19
ó 20, según el canal, comienzan los noticieros.
Como uno suele estar en pelotas con esos asuntos
de actualidad (últimamente, entre el calor y estas
semi-vacaciones que paso en casa, casi no leo
diarios), me digo que es conveniente enterarme
qué cuernos pasa en este mundo desequilibrado,
descalabrado, donde las andanzas de Bush y sus
compinches son moneda corriente, más allá de las
goleadas de Boca y demás.
Y bien, hago zapping entre Telefé, Canal 13, el

Yo, Gustavo H. Mayares / 30


31 / Yo, Gustavo H. Mayares

9 y eventualmente el 7 (al 2 no llego ni a palos.


Aclaración: no tengo cable y mi televisor de 14
pulgadas funciona apenas con una vieja antena
portátil que no permite visualizar bien ningún
canal), lo cual me alcanza para hacer un decálogo
de descubrimientos personales –por llamarlos de
un modo pomposo– que habitualmente me llenan
de fastidio. A saber:
1) Que todos los canales pasan las mismas
“noticias”.
2) Que éstas se reducen a no más de seis o siete,
entre las cuales caben desfiles de modas y
lanzamientos de clips de artistas como Luis Miguel.
3) Que las supuestas “noticias” se refieren
mayormente a crímenes, asaltos en barrios
cerrados (¡ni los ricos pueden vivir en paz!, se
escandalizan los locutores de turno), choques en
la ruta (y esto lo agrego yo: el conductor argentino
es un asesino en potencia, un homicida reprimido)
y, en general, cuestiones escabrosas o morbosas
que sólo pueden interesar a los particulares
damnificados, como quien dice.
4) Que cada una de estas “noticias” son
estiradas hasta el paroxismo, con siete entradas
del movilero/a desde el lugar del hecho, para que
peatones eventuales nos cuenten pormenores del
choque o vecinos comedidos nos relaten cómo se
oían los gritos del occiso/a.
5) Que casi no se habla de política o economía
más allá de felices anuncios gubernamentales.
6) Que es ínfimo o inexistente en espacio
dedicado a las artes y a las ciencias. ¡Vaya novedad

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32 / Yo, Gustavo H. Mayares

en la televisión!
7) Que el hambre y la desesperación de millones
parecen no ser noticiables para los directores-
productores de estos programas que ni siquiera
entretienen.
8) Que el televidente-parámetro de estos
“noticieros” es –según quienes los realizan– la
típica Doña Rosa engendrada por Bernardo
Neustadt.
9) Que todas las conductoras/es se parecen:
para empezar, salen todos del mismo molde (ISER
o COSAL); concurren al mismo profesor de
vocalización; se peinan y maquillan en el mismo
lugar; hacen canjes en las mismas butiques;
imagino que usan idénticos desodorantes y
perfumes.
10) Que las tandas publicitarias son más largas
que los bloques del programa en si. ¿Tanta gente
mira estos bodrios...?
Ojo, que algo peor me pasa al día siguiente,
cuando enciendo la radio temprano y los
Magdalenos de 6 a 9 repiten como loros, con obvias
variantes (entrevistas telefónicas a presuntos
testigos, a especialistas en el tema en cuestión, a
funcionarios para que den sus excusas e incluso a
familiares de víctimas y victimarios), esas
presuntas “noticias” que la tele ha reproducido
hasta el hartazgo el día anterior.
En fin, todo esto tampoco debe ser noticia o
descubrimiento para nadie, en tanto y en cuanto
alcanza con encender la tele para que cualquier
persona más o menos inteligente haga dichos

Yo, Gustavo H. Mayares / 32


33 / Yo, Gustavo H. Mayares

hallazgos. De modo que, querido lector-cibernauta,


hacé tu propia lista y, si te place, añadila sin culpa
ni cargo a la anterior. ¡Que te aproveche!

15 de marzo de 2007

[1] Anoche vi Apocalypto, de Mel Gibson –que sugiero como


rareza, interesante y entretenida– y antenoche Los infiltra-
dos, de Martin Scorsese –que recomiendo sinceramente–. A
todo esto, presumo que truchar películas de DVDs debe ser
toda una industria local, de similar envergadura a la “legal”
que, según dicen, paga derechos de autor y todo eso. Que
continúen pagando en Yanquilandia, donde está el principal
mercado y pueden abonar 10 ó 15 dólares por una copia
legal. ¡Que se jodan ellos! Y aunque a veces acá, al sur del
sur, me toquen copias pixeladas con sonido espantoso, sub-
titulados terribles o incompletos (creo que a esta cuestión
en particular se debe que no haya entendido un cuerno de
Casino Royale, la última de James Bond), versiones italianas
de filmes japoneses, escenas en ruso..., mucho no me quejo
en tanto y en cuanto las adquiero a 4 x 10 mangos, incluso
con posibilidad de cambiarlas cuando el CD tiene algún
defecto. ¡Una bagatela!

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34 / Yo, Gustavo H. Mayares

Dolina y la tentación
de falsificarlo

No hay caso: leo a Dolina y siento la terrible


tentación de parafrasearlo, copiarlo, adulterarlo,
falsificarlo… María me prestó Crónicas del Ángel
Gris y su lectura me inspiró para escribirle Un
fantasma llamado María, cuya pretensión no es
mayor que homenajear a una y a otro, a pesar de
que la primera haya confesado que con el Negro
–así lo llama– sería el único hombre vivo
(descartemos a Cortázar) con quien me metería
los cuernos sin culpa [1], y aunque el segundo

[1] María (alias la Negra) admira a Alejandro Dolina; se


sabe enterita y de memoria Lo que me costó el amor de Laura
y relata con orgullo algunas de las anécdotas que la unieron
al Negro en las distintas oportunidades que fue a verlo y a
oírlo al Tortoni; incluso exhibe con orgullo la dedicatoria
que en una de esas ocasiones le escribió Dolina en el volumen
pocket de las Crónicas… que llevó a esos efectos: “Negra: antes
que el ángel levante vuelo…” seguida de la firma ininte-
ligible del individuo admirado. Digamos que está profunda-
mente fascinada con él y eso, de hecho, impide cualquier
concreción del susodicho engaño, pues no hay mejor manera
para desilusionarnos que conocer íntimamente al hombre o
mujer que es objeto de nuestra fascinación. El inciso ‘Balada
del amor imposible’ de las Crónicas…, refiere elípticamente a
esta cuestión. Pero vale la pena aclarar que ella no ha dicho

Yo, Gustavo H. Mayares / 34


35 / Yo, Gustavo H. Mayares

genere en mí cierta envidia –llamémosla así– a


veces inocente, a veces insana [2].
Ella, dicha tentación, me produce al mismo
tiempo bronca (porque tengo la inicua pretensión
de la originalidad), vergüenza (porque aborrezco
del escarnio público si se me adjetiva como
plagiario) y pudor intelectual (porque temo que lo
mío parezca una vulgaridad comparado con el
original). Sin embargo, con lo primero y lo tercero
no puedo hacer nada (la pretensión es vana,
incluso pueril, a esta altura de la historia, y en mí
la vulgaridad es irremediable, para todo) y con lo
segundo ni Dolina ni sus lectores pueden hacer
nada.
Tomando como cierta la teoría que advierte
sobre que el Club de los Falsificadores ha
alcanzado su objetivo último, a saber: falsificarlo
todo, tenemos que Dolina es una falsificación de
si mismo –no sabemos si ascendente o

que Dolina es el único hombre con quien me engañaría, sino


con quien lo haría sin culpa… De ese modo ha dejado abierta
la puerta para sentir culpa con otros fulanos en cualquier
momento.
[2] A fuerza de ser sincero, confieso que me siento más cerca
de los Refutadores de Leyendas que de los Hombres Sensibles.
Aunque dudo que el propio Dolina sea parte de estos últimos,
hay coincidencia general sobre que lo es (y todas las chicas
se enamoran-fascinan con los sensibles) y, en términos
generales, los Refutadores sentimos envidia por aquellos
individuos capaces de experimentar lo que nosotros no. Nada
más por eso refutamos leyendas: porque somos incapaces de
inspirarnos con ellas, porque no nos fue dada la sensibilidad
para gozarlas. Somos como los pibes que en la playa no saben
construir fastuosos castillos de arena y por eso se divierten
destruyendo a patadas los ajenos. Incluso disfrutamos el
desconsuelo de esos pequeños arquitectos de lo efímero.

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36 / Yo, Gustavo H. Mayares

descendente–, las Crónicas… otra réplica de un


libro similar y sus lectores plagios de otros lectores
mejores o peores, no sabemos, si bien puede
constarnos que los falsificadores y su club han
realizado en general un trabajo ascendente.
Convengamos entonces que la futura Historia
de la mitología hurlinguense no será más que una
falsificación adulterada del original dolinesco, que
son a su vez copias de otro libro y de otro autor
llamados del mismo modo, y que éstos le deben
todo, finalmente, a Macedonio Fernández y a los
clásicos en general –copias de otros clásicos en un
mundo que es copia de otro mundo y así
sucesivamente [3]. Aunque puedan llamarnos
plagiarios, copiones, faltos de originalidad, etc.,
somos concientes pues y advertimos al mundo
sobre la naturaleza del asunto: hablamos de una
copia descendente (de otra copia, ya no sabemos
si de Dolina o si de algunos de los Mayares que
gozan y sufren en los infinitos mundos paralelos y
laberínticos, que eventualmente se cruzan, como
en el asunto de marras).

30 de marzo de 2007

[3] La realidad que creemos vivir –y nuestras copias– es en


verdad una serie indefinida de universos yuxtapuestos o
superpuestos, de los cuales no tenemos conciencia sino a
través de nuestras copias, que tienen a su propio universo
como único e indescifrable.

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37 / Yo, Gustavo H. Mayares

Trece preguntas a
Lorena Cancela

L orena Cancela [1] es la autora de una serie


entrevistas a distintos directores cinematográficos
que podríamos definir como ‘alternativos’, término
que calificaría a aquellos realizadores que están
fuera del circuito comercial y/o de las grandes
productoras. Dichas entrevistas conforman el
libro Los adulterios de la escucha. Entrevis-
tas con el ‘otro cine’, publicado el año pasado
en la Argentina por ediciones La Crujía.
De conjunto, su lectura me dio una visión
interesante y al mismo tiempo contradictoria de
ese mundo casi desconocido para mí, habitado por
hombres, mujeres y películas que en términos
generales nunca llamaron mi interés (aquí debo
confesar que amo el cine de enorme producción y
sobre todo aquellos clásicos de los grandes estudios

[1] Lorena nació y vivió en Ituzaingó, y es licenciada y


profesora de Arte en la UBA. También es autora de Mirada
de mosca, ensayos sobre films argentinos 01/03...; participa
en festivales cinematográficos del exterior y colabora
asiduamente en publicaciones especializadas de Australia,
España, EEUU, Irlanda y Chile.

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38 / Yo, Gustavo H. Mayares

–Metro, Universal, Paramount, RKO, etc.– que


me subyugaron de adolescente y hoy me siguen
fascinando–. Digo contradictoria porque el
discurso de esos directores-realizadores (también
trece en total: Manuel Alberto Claro, Tine grez
Pfeiffer, Yusup Razikov, Abbas Kiorostami, Edgar
Baghdasaryan, Sue Brooks y Atom Egoyan, entre
otros) por momentos me atrae y por otros me
repele.
El que sigue es un cuestionario con trece
preguntas que envié por e-mail a Lorena y que
ella amablemente respondió por el mismo medio
(iba o será publicada en la Metro, pero aún no sé
fecha de salida, por lo cual ya salió en El Diario
de Morón). Ni las preguntas ni las respuestas
fueron modificadas o editadas; están tal cual
fueron remitidas desde ambas casillas.

1. El Dogma aparece como parámetro del


“otro cine”: autor-director-cámara que
intenta meterse en la realidad para reflejar
crudamente una parte de esa realidad o su
visión de ella, a la vez que supone formar
parte de la misma como un narrador
omnipresente.
A. ¿Ello supone un “no-argumento” en la
película? (ojo que no hablo de que carece de
argumento sino que tiene un no-argumento).
B. ¿Sólo el cine independiente (como
sinónimo del “otro cine”) puede llevar
adelante este proceso o también se ve en el
cine comercial?

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–De acuerdo con lo que dicen algunos de los


entrevistados, pareciera que en estas narrativas
alternativas se filma partiendo de la idea de la
cámara como ojo y donde el rodaje es el momento
en el cual se deciden muchas cosas como, por
ejemplo, el argumento. A veces el narrador es uno
más dentro de ese proceso, a veces se contenta con
registrar esa suerte de historia. Creo que las nuevas
tecnologías han tenido una fuerte incidencia en
este modo de producción el cual - aunque no es
“nuevo”: de una concepción similar partían
algunos de los cineastas franceses de la “nouvelle
vague”, pensemos en Godard –es bien contempo-
ráneo. Sin embargo, las diferencias con sus
antecesores estarían hoy en las posibilidades que
brinda la tecnología de manipular la imagen en el
momento de la post-producción en la computa-
dora, por un lado, y en la maleabilidad de la
cámara, por el otro. A propósito se explayan
algunos de los entrevistados como Manuel Claro
de Dinamarca o Apichatpong Weerasethakul de
Tailandia. Sí, el cine comercial empieza a
incorporar algunos de estos procedimientos, sobre
todo, los cambios de textura (cámara DV, fílmico)
que eran propios de estos cines.

2. El presente del cine, en tanto forma


artística, ¿está centrado en la búsqueda de
reflejar la realidad (la verdad), intentando
no aparecer como intermediario entre esa
realidad reflejada y el espectador?
–Algunos directores creen que el cine refleja,

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40 / Yo, Gustavo H. Mayares

de una u otra manera, algo de lo real, algo de la


verdad. En este sentido se expresa Abbas
Kiarostami en el libro. Otros no. A diferencia de la
modernidad cinematográfica (fines de los ’50,
principios de los ’60) donde se partía de una idea
de cine como ventana abierta al mundo –
recordemos a Bazin y su postulado “el cine devela
la ambigüedad de lo real”– hoy no hay una idea
rectora en este sentido, hay ideas.

3. En el prólogo del libro, vos hablás de


cómo las nuevas tecnologías facilitan como
nunca antes, el acceso a la realización
cinematográfica (cámaras digitales, etc.)
A. ¿Ello no supone un condicionamiento
del lenguaje cinematográfico –en el buen
sentido– para los realizadores?
B. Y al mismo tiempo, ¿no los condiciona
–en el mal sentido– cuando los filmes son
hechos en esos formatos, al igual que el bajo
presupuesto habitual en este tipo de
realizaciones?
–Lo más interesante de las nuevas tecnologías
es que democratizan el hecho de hacer películas.
Claro que existen buenos y malos usos de las
mismas. Con respecto al lenguaje cinematográfico
en sí las cámaras digitales lo renuevan de una
manera interesante: por su liviandad y peso
permiten variados encuadres, mayor movilidad y
un tratamiento cuasi pictórico de la imagen.

4. Desde medios como Clarín, hay una

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fuerte crítica con respecto a que esas nuevas


tecnologías, sumadas a la cantidad de
subsidios que otorga el INCAA, facilita la
realización de una cantidad de producciones
sin taquilla, que al mismo tiempo saturan el
mercado con productos de dudosa calidad,
llevando al espectador argentino medio a
acentuar un acentuado prejuicio con
relación al cine nacional (“moroso”,
“aburrido”, etc.). ¿Vos qué pensás sobre eso?
–En primer lugar no me parece que sean
aburridas las películas argentinas aunque habría
que hablar caso por caso. Cuando escribí Mirada
de mosca… manifesté mi entusiasmo por estas
nuevas producciones de bajo presupuesto. Incluso
el aburrimiento a veces puede generar
sentimientos estéticos: el cine no está solo para
entretener. Por otro lado, exceptuando algunas
comedias o películas de terror, a mí me parecen
“aburridas” la gran mayoría de las películas que
veo producidas en Hollywood. La mirada, como
todo, se construye. Entiendo que si a un espectador
le muestran solamente cierto tipo de cine se
acostumbre a ese y rechace en principio una
propuesta que pueda estar en las antípodas. Sería
importante que exista una verdadera libre elección
de qué mirar, pero para que eso ocurra tiene que
haber una conjunción de varias cosas: políticas
culturales que apoyen la transformación de la
mirada, acompañen a las películas “raras”,
fomenten la reflexión sobre el hecho
cinematográfico. Pero hablo de una situación ideal

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42 / Yo, Gustavo H. Mayares

y lograr todo eso no es nada fácil. Esbozo apenas


intuiciones, impresiones.

5. Las intros que hacés a las entrevistas


al director de 4 y a Claire Denis, me hacen
acordar a El cocinero, el ladrón, su mujer y
su amante.
A. ¿Qué opinión tenés sobre Peter
Greenaway, quien –a mi modo de ver– ha
combinado la experimentación con lo
comercial, con gran éxito de público y
excelente consideración de la crítica
especializada?
B. ¿Podría encuadrarse dentro de lo que
vos en tu libro calificás como cine barroco?
–Completamente. Estoy muy de acuerdo con
lo que decís.

6. Edgar Baghdasaryan, de Armenia,


responde a una de tus preguntas que “el cine
verdadero no puede tener ninguna meta
comercial; yo no hago cine comercial”.
A. Planteado ello en los términos
concretos del mercado capitalista, ¿su
respuesta no supone un desprecio al
espectador, en tanto “consumidor”
concreto?
B. ¿Qué es cine comercial y qué no?
¿Dónde está el límite y cómo definirlo?
Quiero decir que el cine supone a priori la
existencia de un espectador, so pena de
quedar como ejercicio masturbatorio, pues

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43 / Yo, Gustavo H. Mayares

los otros, con su impresión sobre la obra,


provocan la realización de la cosa artística
(todo esto más allá de la visión más o menos
megalómana que tiene este director, a mi
parecer, del cine en general y de si mismo).
–Por cuestiones de hegemonía cultural, la idea
sobre el cine en el siglo XX quedó ligada a la idea
consumo, es decir, sujeción a la ley de oferta y
demanda. También a la intuición que el cine cuenta
historias con introducción, conflicto y desenlace.
El cine es eso, pero es también muchas otras cosas.
Para Bazin, el ya mencionado crítico francés
fundador de “Cahiers du Cinema” admirador de
los clásicos norteamericanos (Welles, Hitchcock,
Hawks), el futuro del cine eran los documentales
y éstos, raramente, llegan al estreno comercial. Por
ahora, no sé cuál es el límite, pero si puedo decirte
que a mí no me molesta ir a ver una película de 10
planos de 10 cielos en distintos momentos del día
filmados en Super 8 como tampoco una comedia
norteamericana que cuente una historia si es que
tiene algo para ofrecerme más allá de los efectos
especiales, aunque tampoco critico a las personas
a las que les gusta eso.
Es que el cine (su memoria, su inscripción en el
terreno de lo simbólico) trasciende la taquilla que
es el parámetro hollywoodense. Y Edgar está
hablando de eso y de la relación del cine con el
dolor, el dolor de todo un pueblo frente a un
genocidio y de cómo hacer para que las imágenes
puedan, de alguna manera, narrarlo para que no
se olvide.

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44 / Yo, Gustavo H. Mayares

7. Suponiendo que el Dogma y sus


secuelas sean “la nueva forma de hacer
cine”:
A. ¿es su intención deliberada prescindir
de los manifiestamente dramático? (lo que
el espectador descubre como ficción, como
al final de La nave va, a la que vos hacés
referencia).
B. ¿Puede el cine prescindir de lo
dramático?
–Esta pregunta es tan compleja de responder,
tendríamos que retrotraernos a la Grecia Clásica.
Sin embargo, en estas nuevas estéticas se busca
representar el drama aunque desde otro lugar,
rompiendo con el verosímil de lo que se supone
dramático. Supongo que el cine no puede prescindir
de lo dramático porque es una forma de ser de la
humanidad.

8. La siguiente pregunta puede parecer


algo brutal, pero igual te la formulo: ¿Vale
la pena que el cine invierta talento, tiempo,
recursos, etc., en hacer un documental sobre
Heidegger (The Ister), cuando desde el libro
se podría haber hecho algo mejor que desde
el discurso cinematográfico, aunque esto
ocurra navegando sobre el Danubio?
Convengamos con que suena poco
cinematográfico (y hasta poco prometedor)
eso de suplantar actores por conceptos,
como señala David Barison sobre su

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45 / Yo, Gustavo H. Mayares

película.
–Creo que estamos frente a dos formas
expresivas: la literaria y la cinematográfica. Parten
de materialidades diferentes (la letra, la imagen),
pero buscan lo mismo: tratar de interpretar o
comprender algo. Y el documental es muy
interesante y es una lástima que no se haya pasado
más veces en Buenos Aires. Yo traté de pasarlo,
pero hay mucha burocracia de por medio.

9. ¿No creés que, más allá de The Ister, el


cine independiente –incluso el argentino– se
dedica más a filosofar que a contar una
historia? No podría darte muchos ejemplos,
pero esa es la impresión leyendo tu libro;
como que teoriza sobre si mismo antes que
reinterpretar o redefinir con sus propios
códigos la realidad. Lisandro Alonso parece
ver eso cuando dice que el nivel local cayó
en los últimos años a una mediocridad
alarmante.
–Es muy inteligente lo que decís. Quizás
estamos en un momento del cine donde, como vos
bien definís, éste se hace filosófico o auto-conciente
porque se pregunta sobre sí mismo. El
advenimiento de las nuevas tecnologías (y todos
los cambios acontecidos en los últimos años)
promueven este tipo de interrogantes. Así ocurrió
con la llegada del sonido y después de la Segunda
Guerra Mundial por las innovaciones técnicas y
las transformaciones políticas. Pero a diferencia
del pasado, el problema estaría hoy en definir qué

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46 / Yo, Gustavo H. Mayares

es la realidad. Y eso el cine lo problematiza cuando


se ve imposibilitado de construir una mirada
unívoca.

10. Es muy interesante lo que plantea


Wang Mean-Cheol al afirmar que “el cine es
capaz de heredar todo el legado cultural de
la historia de la humanidad. El cine puede
unir todos esos medios en un solo canal”;
calificándolo, en fin, como una síntesis de
todas las formas del arte. Incluso sugiere
que todos podemos involucrarnos en él y no
sólo como meros espectadores.
A. ¿Coincidís con él y por qué?
B. ¿Cuáles serían las formas en que uno,
en tanto espectador, puede involucrarse más
allá de lo contemplativo?
–Yo trato de hacer cosas con los medios que
tengo a mi alcance, tengo una computadora,
escribo, conozco a un director de cine y participo
en una de sus películas. Busco no encasillarme para
no anquilosarme y, al mismo tiempo, siento una
especie de responsabilidad. Quiero producir, ir y
venir y estar en el mundo: en esa parte del mundo
que por ahora elegí que es el cine. Ahora estamos
teniendo esta maravillosa charla por mail y es una
manera de involucrarse. A veces siento que me
involucro contra viento y marea y desde ahí me
siento cerca de Wang.
No diría que estoy en contra, pero sí que no me
siento a gusto con la idea del espectador (ni del
intelectual) como un tipo que solo contempla, que

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47 / Yo, Gustavo H. Mayares

está en el más allá, que entra en una suerte de


delirio cuando mira un film, aunque muchos films
promuevan este tipo de estados y estén buenos.
Me encanta mirar y contemplar, pero un sentido
activo. Aunque la contemplación a la que hace
referencia Wang tiene que ver más con la sujeción,
con la dominación a lo icónico y menos con la
liberación de la mente y por supuesto estoy de
acuerdo de con él.

11. Tu crítica de La libertad, de Lisandro


Alonso, deja bien parada a la obra, como
algo fundamental, con infinitas lecturas
posibles y un nivel de disfrute o
interpretación más allá de lo visual. No
obstante, me da la impresión que hay que
ser especialista como vos para poder
percibir todo ello, y que el espectador común
o promedio –como puedo ser yo–, a quien
supongo debe dirigirse una película (ojo,
siempre intentando elevar el nivel del
mensaje), queda como ajeno a todo eso,
siente que se prescinde de él, de quien
pretende ver-aprehender-gozar con la obra
artística.
A. ¿Es que no encaja el concepto
“entretenimiento” dentro de los cánones –
si es que los tiene– del “otro cine”?
B. ¿El entretenimiento se excluye con los
supuestos “contenidos profundos”?
–La verdad que La libertad me parece una
película muy interesante y para nada restrictiva,

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48 / Yo, Gustavo H. Mayares

es cuestión de animarse, está editada en video.


Aparte la interpretación no es una posibilidad solo
para el crítico. Por otro lado, también es cierto que
estos otros cines están empezando a generar una
suerte de canon llamémoslo festivalero. Supongo
que es parte del proceso creativo que se entienda
algo y se repita, como si fuera un ritual. Interpreto
que el entretenimiento al que te referís es distinto
al que yo me refería más arriba. Y, de acuerdo
con lo que entiendo es el entretenimiento para vos,
no, no lo deslindo de los contenidos profundos pues
me interesa mucho la comedia.

12. ¿Considerás a Raúl Perrone como un


precursor de este tipo de cine?
A. ¿Qué opinión tenés sobre su obra?
–Sí, totalmente, Raúl la vio. Me gustó el título
que le pusieron a la entrevista que hicimos en
marzo del 2006 para Caras y Caretas: ‘El dogma
argentino vive en Ituzaingó’. Aparte es alguien
muy inteligente y sobre su obra he escrito bastante.
Hace poco participé en frente de la cámara en una
de sus películas, todavía no se exhibió.

13. En muchas partes de tu libro hablás


de la cinefilia. ¿Qué es ser cinéfilo hoy?
–Ser cinéfilo hoy es estar interesado por el cine
a lo largo y a lo ancho.

20 de octubre de 2007

Yo, Gustavo H. Mayares / 48


49 / Yo, Gustavo H. Mayares

Tesis: de Palitos, Evangelinas


y Deanes

Bajo la ducha y con el estómago medio revuelto,


descubrí que la humanidad se divide en tres tipos
esenciales de individuos: los Palitos Ortegas, las
Evangelinas Salazares y los Deanes Reanes [1].
La tesis viene a colación a partir de una noche
de borrachera y de re-enamoramiento furtivo
(pasajero, propiamente) y al consecuente y
desesperado intento por discernir la naturaleza del
amor no correspondido, las vicisitudes que
desembocan en él y las penosas consecuencias que
desencadena; por ejemplo, esta terrible madrugada
que pasé.
Paso a enunciar: una media parte de los

[1] Descubrimiento colateral: hoy por hoy, ahora por ahora


(confesando que estoy algo confundido con esto del “adelanta-
miento” horario: estaba convencido que este domingo ten-
dría una hora más y no una menos), debo señalar que ‘Mi
primera novia’ es la película más humana, vital, realista,
sensible y patética que se ha filmado. De pibe, lloraba como
loco al verla mientras yo también me enamoraba perdida-
mente de Evangelina, y la simpatía que me producía Palito
y el desprecio que me generaba Dean eran tan intensos como,
más tarde, fue a la inversa. De aquella Evangelina, obvia-
mente y a pesar de todo, sigue enamorado el pibe que fui.

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hombres se creen enamorados de la totalidad de


cándidas mujeres que en cierta medida responden
a ese amor pero que finalmente rumbearán para
el lado de la otra media parte de los hombres,
infinitamente más bellos, seductores, inteligentes,
ricos y simpáticos que los primeros.
Los simples Palitos de barrio nos solazamos
(vaya desde aquí mi confesión identitaria) en
nuestro amor mientras dura, aún sabiendo que
llegará el temido (¿esperado?) momento en que
las Evangelinas nos abandonarán por (¿falsos?)
galanes llegados subrepticiamente de barrios
paradisíacos pero desconocidos. Ellas, creídas tales
(criaturas angelicales) aún cuando esperpentos, se
conforman con aquel sucedáneo amoroso
mientras elucubran la perspectiva fatal de la huída
con el príncipe azul que vendrá a rescatarlas del
ostracismo barrial montados en deportivos
convertibles. Y éstos (los Deanes), sofisticados y
hermosos, han nacido, se han criado y han crecido
con el exclusivo propósito de robar el único tesoro
que los primeros rozarán en sus vidas.
Como la naturaleza de las cosas tiende a
nivelarse, convengamos también que hay
Evangelinas condenadas a permanecer y
marchitarse en brazos de Palitos debido a ciertas
Palitos (llamémoslas Palitas) que se atraviesan en
el camino y bloquean el paso de algunos Deanes
medio desorientados, medio Palitos, con lo cual
impiden la concreción sumaria de su destino. Los
Palitos sedentarios, agradecidos.
Todo, no obstante, se desarrolla sobre la base

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de supuestos: los primeros creen ser Palitos, las


segundas creen ser Evangelinas y los terceros creen
ser Deanes. Incluso los primeros están convencidos
de que las segundas y los terceros son lo que creen
ser; las segundas ni duda tienen que los primeros
y terceros se definen de tal modo, y éstos se alegran
de que el asunto así sea.
Porque las Evangelinas, a veces tardíamente,
descubren que los terceros no son tales sino
estalinistas refinados, bravucones simpáticos,
cantores que desafinan. Porque los Deanes ven,
siempre tardíamente, cómo sus dulces, rubios y
nacarados ángeles se transforman paulatinamente
en luciferes agrios y descangayados. Y porque los
Palitos en ocasiones somos Deanes, en otras
Evangelinas, pero regularmente Palitos, es decir:
muchachos de barrio sin presente, pasado ni
futuro, envueltos para siempre en la añoranza de
lo que pudo haber sido, condenados por la
eternidad a lamentar privada o públicamente esta
hipótesis con cartas sin destino, rimados y dolorosos
poemas, canciones vulgares, tratados filosóficos
lamentables, novelas y cuentos mediocres, blogs...
El tango, por cierto, viene a corroborar
soberanamente esta tesis. Como dije ya en alguna
otra entrada de este blog –y han dicho otros mejor
que yo–, la música, la poesía, la literatura, el arte,
tienen su núcleo en los vaivenes y desventuras de
la crisis humana que desencadena la mencionada
trilogía de tipos. Más todavía: el motor de la
historia, pues, no es la lucha de clases sino la que
surge del entrevero de Palitos, Evangelinas y

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52 / Yo, Gustavo H. Mayares

Deanes [2].
Este es, entonces, mi (único y barato) aporte a
la baratura de la psicología: llamará a las
consecuencias del primero “síndrome Palito”, a las
del segundo “síndrome Evangelina” y a las del
tercero “síndrome Dean”. Con esta base, con mayor
alegría y prestancia, podrá abordar los padeceres
(los de sus pacientes-clientes Palitos Ortegas y, en
menor medida, Evangelinas Salazaras y Deanes
Reanes) que surgen de la premisa inicial, sobre
todo de las penosas consecuencias individuales y
sociales que acarrea el amor no correspondido.
Aunque vale también la siguiente y lapidaria
advertencia a aquellos profesionales subyugados
con la vana pretensión de “curarnos”: ojo al piojo,
que sin Palitos no habrá poesía.

3 de enero de 2008

[2] Supongo necesaria una aclaración: ni todos los Palitos


ni todas Evangelinas ni todos los Deanes son y/o se creen
enteramente Palitos, Evangelinas o Deanes. Como quien
diría y se mencionó por ahí, hay Palitos con ínfulas de Deanes
o Evangelinas; verdaderos Deanes “con alma” de Palitos, y
angelicales Evangelinas que se menosprecian como Palitos.
Lo que parece difícil, a priori y sin mayores explicaciones,
es que existan Evangelinas cual Deanes y viceversa; o son
éstos, los pocos que puede haber, justamente, la carne de
diván a la que hago alusión en el penúltimo párrafo.

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53 / Yo, Gustavo H. Mayares

Causas y consecuencias
del aburrimiento

Estoy aburrido. No sé qué cuernos me pasa pero


me siento espantosamente aburrido; con todo: con
el trabajo, con las lecturas (no hay un puto libro-
novela-cuentos que me entretenga), con las
salidas, con la comida, con la cerveza, con todo!!!
¿Será la soledad? No sé. El caso es que me tomo
una birra o una siesta o escribo estas líneas de puro
aburrimiento, nomás.
Por ahí me instalo frente a la PC y planifico el
año, desarrollo un “plan de trabajo 2008” que ya
tiene como seis páginas y me ilusiono con los
proyectos, con los planes (algunos medio locos o
descabellados, pensará Maru –mi socia y amiga–
pero sin decir palabra en contrario cuando se los
relato), y paso el rato. La verdad es que me tiene
bastante preocupado lo que vendrá próximamente;
no preocupado mal –o sí, en algún sentido– sino
en función de que no sé cómo cuernos haré para
llevarlos adelante, para concretarlos; es que me
faltan recursos de todo tipo: humanos, materiales,
económicos…
Pero al rato largo todo y me pongo a pensar y

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reflexionar sobre este aburrimiento que me acosa,


que –por ejemplo– me impide escribir algo de
ficción. Para escribir una novela (pongamos por
caso Mar del Plata, iniciada y avanzada. Linda
novela!) necesito estímulos; no me preguntes de
qué tipo, pero necesito estímulos físicos e
intelectuales.
Entonces, ante la ausencia de los susodichos
(estímulos) la dejo ahí, archivada; le echo un
vistazo de cuando en cuando, muy de cuando en
cuando; le añado un par de líneas o, como
máximo, un párrafo, y enseguida pasa al olvido
(no al olvido propiamente dicho, sino más bien a
una especie de abandono inmerecido pues, insisto,
es una linda novela, tal vez la mejor que he
comenzado).
A veces me cuelgo con algo (ayer, por ejemplo,
con una larga crítica a las boludeces que escribe
GC en Oestiario); pero nunca dejan de ser
boludeces también, asuntos intrascendentes,
puerilidades sin mayores consecuencias. ¿No será
que todo lo que escribo es puerilidad sin mayores
consecuencias? Tal vez; o quizá lo vea de ese modo
producto del aburrimiento, ¿no? Cuando uno está-
se-siente aburrido todo tiende a ser pueril,
inconsistente, aburrido!!!
Quizá sea verdad que necesito ayuda; me lo han
sugerido varios: que el psicoanálisis te haría bien,
etc. (Tanto yo como la mayoría de quienes me
sirven de interlocutores consideramos que esta
aburrimiento crónico –viene de meses– es
generado por cierto grado de depresión que alcanzó

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su clímax durante las fiestas de fin del año pasado,


y la depresión, como todo ser inteligente sabe, sólo
es tratable a través del psicoanálisis y, finalmente,
de los psicofármacos…). Pero ignoro de qué modo
estrafalario podría ayudarme con mi aburrimiento
-depresión alguien desconocido a quien, a priori,
considero más ignorante y estúpido que yo (a lo
largo y ancho de este blog podrás hallar referencias
veladas y/o explícitas a la ignorancia de los
analistas y a la estupidez de la psicología).
Además, me aburre la sola especulación de
concurrir semanalmente a un psi!!!
Por ende, no sé qué carajo hacer. Sólo me aburro
y me dejo aburrir. Las cosas se suceden para
aburrirme! Si tan siquiera se me ocurriera alguna
idea genial para desarrollar (ver la última: Tesis:
de Palitos, Evangelinas y Deanes) mi vida tendría
un sentido; haría un aporte a la humanidad y ello
me dejaría bastante satisfecho, al menos por un
rato.
Supongo ahora, tras escribir el párrafo anterior,
que el aburrimiento tiene que ver, al menos
tangencialmente, con la insatisfacción (algún
psicólogo/a que diga algo!!! Je je je). Estimo,
siguiendo esa línea de pensamiento, que el estar
satisfecho con uno mismo provoca que uno se
sobreestime (o se estime en su justa medida, no a
menos); entonces le escapa a la depresión y,
consecuentemente, al aburrimiento (en este punto
coadyuvan dos líneas de pensamiento, a saber: 1)
que la depresión viene a cuenta de la insatisfacción,
y 2) que el aburrimiento es producto de la

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depresión. Qué aburrido!).


Pero una cosa se retroalimenta de la otra:
¿dónde cuernos hallar algo o alguien que me
satisfaga…?
El otro día, sentado a una mesa de café, planteé
a amigos-conocidos lo siguiente: que uno de mis
mayores temores-terrores consistía en no volver
a enamorarme. Que esa ausencia de esperanza
amorosa –permítaseme llamarla así– era uno de
mis mayores pesares, sino el mayor de todos. Que
en la ausencia del objeto amado (por cierta e
inexplicable imposibilidad de amar) radicaba o,
mejor dicho, radica el vacío existencial (¡qué
horror eso de “vacío existencial”!) del que surge la
pereza intelectual y emocional (he dicho ya en
otras entradas) que me lleva, indefectiblemente,
al aburrimiento. (La verdad es que, en dicha mesa,
no hablé ni de vacío intelectual ni de pereza;
simplemente de mi miedo a no volver a amar, con
alguna referencia descolgada al aburrimiento).
Y acá vale una aclaración, por las dudas: mi
temor no tiene que ver con no volver a ser amado
–lo cual admito como factible: tanto no ser amado
como serlo–, sino con que yo no ame. Esto es muy
importante, pues hay personas, muchas personas
a quienes obsesiona el primer término de la
ecuación, mientas que a mí me pasa lo contrario;
es decir, no me preocupa ser amado sino amar.
Amar es el motor de la vida. (Valga otra
aclaración: no hablo de amar, por ejemplo, a los
hijos, como en efecto los amo; sino del amor sexual
–definámoslo así–). Amar a una mujer –o a un

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hombre–, amar a otra persona unívocamente,


desearla y anhelarla como no se desea ni anhela
otra cosa, es el más maravilloso sentimiento que
el ser humano puede experimentar. Esa ansia
perfecta, inmaculada, rayana en la locura más
hermosa, es la que nos hace saber cotidianamente
cuan humanos somos, cuan personas somos, pues
sólo ella nos hace conocer las cúspides de la
felicidad y del dolor. El objeto amado (hombre/
mujer) nos define como tales: hombres y mujeres.
VIVIMOS (así, todo con mayúsculas) solamente
cuando amamos de ese modo aparentemente
insano; por interpósita persona, a través del ser
amado.
Mas cuando ello no ocurre o, peor aún, cuando
la posibilidad de que ocurra parece lejana,
virtualmente imposible, la vida carece se sentido.
Cuando nada tiene sentido, todo es aburrido. Y el
círculo se cierra.

Enero de 2008

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58 / Yo, Gustavo H. Mayares

Rosebud

Hace un par largo de meses, mi viejo sufrió una


recaída debido –según indicaron los médicos que
lo atienden– a la nueva medicación que le
suministró el psiquiatra… Algo más atrás, Nicolás
(alias Colá) tuvo un infarto cerebral que en
principio le paralizó un lado del cuerpo y ahora lo
mantiene medio enclenque y descangayado, como
deslizándose temerosamente y a trompicones sobre
suelo resbaladizo.
Además, mi viejo es –según analistas,
psiquiatras y mi vieja– depresivo [1]. Por eso está

[1] Mi mamá subraya: tu papá es depresivo desde chico,


porque esa enfermedad se tiene o no se tiene desde siempre,
aseguran los psicólogos. Yo le respondo: mi viejo y todos
nosotros somos locos de pibes, estamos piantados desde que
nos paren; pero si la vida te trata más o menos bien, si tenés
laburo y mantenés a tu familia, si tu mujer te respeta por
eso, nos cargamos la mochila y le damos para adelante como
si nada; de cuando en cuando hay algún espasmo pero
avanzamos. Ahora bien, si te dejan sin trabajo, sin sustento,
sin autoridad y tu esposa toma las riendas del asunto, poco
menos que te humilla porque es ella quien para la olla, te
sentís un miserable y toda la mierda que llevás adentro sale
a la superficie; ahí no sólo sos loco sino que te ponés loco; lo
peor de vos te envuelve, te enreda y sentís que no hay salida,

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constantemente medicado. De hecho, intentó


suicidarse un par de veces aunque –dicen los
psicólogos y con ello coincido– nadie “intenta”
suicidarse: te matás o no. Todo lo demás es
parafernalia, por ejemplo, para llamar la atención,
para pedir ayuda, par reclamar que te de bola
aquella persona para la cual “dedicás” el intento;
para el caso, mamá.
El asunto es que cuando le agarró la recaída de
marras, fui a verlo y estuve con él un largo rato.
En realidad, él permanecía echado en la cama, con
un rictus pasmado y la vista fija en el vacío de su
habitación, mezcla de estupor e incredulidad ante
el porvenir. Yo, mientras tanto, lo miraba más o
menos disimuladamente preguntándome qué
andaba pensando, en qué artilugio interior posaba
en realidad su vista abstraída. ¿Qué pasa por la
cabeza de un hombre que durante la mayor parte
de su vida ha sido un trabajador, un obrero, y de
pronto siente-sufre que ese mundo concreto se
derrumba, que bajo sus pies no hay más que
terreno sísmico, que en cierta medida ha perdido
su “autoridad” y que, encima, de repente, la vejez
y la muerte se le aparecen no como fantasmas sino
como temibles certezas, fatalidades…?
Rosebud, concluí en un momento de mi vana
observación de sus ojos clavados o perdidos en el

que no tenés salida. Para resolver eso no necesitás un


psicólogo ni mucho menos fármacos; necesitás que te
respeten por lo que sos, que no te basureen, que no te traten
como si fueras un inservible cuando sos un hombre…
Aunque a veces parezca tarde.

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cielorraso. El tipo está pensando en su niñez, en el


mundo infantil que conoció; en las aventuras que
pergeñó, en las espadas que blandió, en los rifles y
revólveres que empuñó, en los arcos y flechas que
tensó y lanzó, en los autos de carrera que manejó,
en las bolitas que ganó y perdió [2], en los
fantásticos viajes que emprendió, en los partidos
de fútbol que jugó, en las aventuras radiales que
visualizó, en los pantalones cortos que un día
dejó…
Yo, en su estado, eso hubiera hecho (supongo
haré): recordar y añorar los años felices de mi vida,
cuando todo era esperanza; cuando ver el paraíso
era cosa de todos los días; cuando la finitud de la
vida era asunto desconocido; cuando el universo

[2] Una vez, en La venganza…, Dolina y Rolón se preguntaron


dónde estarán las bolitas que teníamos cuando pibes, dónde
quedaron, qué fue de ellas. A mí me pasa: no recuerdo haber
perdido los centenares de bolitas que gané en diferentes
juegos más las que compré en la ferretería de Ritondale
(antes, las bolis se adquirían en las ferreterías). Pienso y
pienso, me devano los sesos haciendo cálculos de pérdidas y
ganancias pero la cuenta no me da: yo debería poseer al
menos, aún, un centenar de bolitas, entre comunes,
lecheras, japonesas, bolones y aceritos que mi viejo me traía
de la fábrica. Sin embargo… Debe haber, entonces, una
especie de agujero negro cuyo único fin es absorber las bolitas
de los pibes cuando dejan de serlo (pibes, no bolitas); un
pasaje oculto a otra dimensión circular donde las bolitas
flotan a su libre albedrío, un universo paralelo formado con
sistemas galácticos y planetas de vidrio (debido a su peso
específico, alrededor del bolón de acero girarán –supongo–
las pequeñas japonesas, que a su vez rotan teniendo como
eje el mismo desde el cual se abren los gajos multicolores).
Para que mi hijo Federico no sufra idéntico desconcierto, yo
guardo celosamente las de él y se las entregaré apenas
amague cuestionarse al respecto.

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61 / Yo, Gustavo H. Mayares

–éste y los infinitos paralelos de mis infinitas copias


[3]– era apenas más amplio que el potrero de la
otra cuadra; cuando el mundo se reducía al barrio
y sus habitantes a mis amigos Tito, Mimo, Oscar
y varios otros cuyos nombres (si los rostros) ahora
no recuerdo; a la pista de autos de plástico –
rellenos con masilla– dibujadas por el Mudo con
ladrillo anaranjado sobre el pavimento, a la
morocha de la esquina, Cristina [4], y a los poemas
que le escribí pero jamás le hice conocer.
La infancia es el paraíso perdido y en ella ancla
el mito del eterno retorno. En la sabiduría que sólo
dan los años, mi vieja (que también tuvo-tiene
muchas virtudes) me lo decía elípticamente
cuando adolescente (yo, no ella): aprovechá el
tiempo porque cada vez pasa más rápido… Y así
es nomás! Si bien el reloj nada acusa al respecto,
lo cierto es que la velocidad del susodicho es
directamente proporcional a nuestro transcurrir
a su través: cuantos más años tenemos, más

[3] Me pregunto si, en realidad, yo no seré una copia de esas


copias y la búsqueda del presunto original no deja de ser un
absurdo. No obstante, resulta de algún modo tranquilizador
suponer que éste, nuestro universo, el tuyo y el mío, es el
primigenio y los demás, infinitos por cierto, son paralelos a
él y no al revés. (La presunta curvatura del cosmos y, por
ende, la imposibilidad de paralelismos infinitos, es harina
de otro costal).
[4] Ya que estamos, justamente de Citizen Kane recuerdo al
personaje que mientras es entrevistado por el periodista que
hace la investigación sobre ‘Rosebud’, relata la anécdota de
la chica con la que se cruzó casualmente en su juventud y
que observó por menos de un minuto, pero sobre quien –
dice– no pasa un mes sin dedicarle al menos un pensamiento,
un estremecido recuerdo.

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62 / Yo, Gustavo H. Mayares

vertiginosamente se nos van sumando. A esto me


refiero en un párrafo anterior cuando sostengo que
de repente la vejez te atrapa y la muerte te
sobrevuela la coronilla cual ave carroñera.
En este punto me viene a la mente otra escena
que siempre recuerdo y por siempre recordaré: la
última noche que vi a mi abuelo Jorge vivo [5],
más de tres décadas atrás. Con mi mamá nos
quedamos largo rato ante la cama donde
permanecía y mientras él mi abuela Rosa, que
también tejía, cantaban canciones en alemán. En
silencio mi vieja y yo; observando yo a ese hombre
al que tanto me parecía y al que tanto amaba;
ignorando, un pibe de trece años a quien la muerte
no espanta pues la ignora, que esa sería la última
noche de nuestra vida juntos.
No lo presumí aquella noche pero sí años
después, mientras esto escribo: sus pensamientos
estarían allá lejos y hace tiempo, en los campos de
Coronel Suárez donde un día nació, y las canciones
que cantaba con voz pausada y melancólica –creo
que cristianas o algo así– remitirían al paraíso que
perdió y que jamás volvería a hallar en ningún
recoveco del universo.
No obstante, antes de irnos me acerqué a él y
besé su mejilla aún caliente. “Hasta mañana
abuelo”, le dije; “hasta mañana Gusti”, me
respondió. Creo que fue a la mañana siguiente (si

[5] Horas después me obligaron a verlo muerto; entre mi


vieja y mis tías me llevaron llorando y a la rastra hasta el
borde del ataúd y me forzaron a besar la helada frente de un
cadáver que no era él…

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63 / Yo, Gustavo H. Mayares

no fue a la siguiente fue la subsiguiente) que mi


vieja me despertó con la triste y brutal noticia: el
abuelo Jorge murió tras una espantosa agonía,
como descubrí más tarde respecto a quienes sufren
de cáncer. Porque en ese momento y por mucho
tiempo pensé –sin decirlo– que sus últimas
palabras habían sido dirigidas a mí, dichas con
suma paz antes de cerrar para siempre los ojos.
Uno tiene la fantasía que los muertos,
especialmente nuestros muertos, pasan el último
instante diciendo con su último suspiro algo así
como ‘muero contento, hemos batido al enemigo’.
Ignoro por qué, pero aquel beso y aquellos
saludos recíprocos calmaron y siguen calmando
en algo el dolor que me provocó su muerte y la
angustia que de cuando en cuando me abruma.
De ahí, tal vez, me quedó la desesperante
costumbre de dar y recibir un beso antes de dormir,
sobre todo a mis hijos; desesperante digo porque
si no lo hago luego no puedo conciliar el sueño,
entonces me levanto y los beso y les digo “hasta
mañana Fede” y/o “hasta mañana Nati”; eso me
tranquiliza y, cual bálsamo o tisana, hace que
rápidamente me sienta como en paz y me preocupe
menos la fatalidad que nos espera.
Cualquier beso, aún el dado o recibido
casualmente, en cualquier sitio y momento, puede
ser el beso antes de morir…
Y hablando de mis hijos, párrafo aparte merece
un fenómeno particular que me ocurre
últimamente y supongo tendrá que ver con otro
fenómeno que les ocurre a ellos: están creciendo,

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64 / Yo, Gustavo H. Mayares

dejando la niñez atrás. Esta es la razón, quizá, por


la cual tiendo a confundir la mía (mi niñez) con
la de ellos [5]; quiero decir que al proyectarse mi
paraíso hay escenas que los tienen como
protagonistas: cuando les enseñé a andar en bici,
cuando me enseñaron a abrir los ojos bajo el agua,
cuando dieron sus primeros pasos, cuando me
sorprendieron con alguna ocurrencia inédita,
cuando me dijeron papá por primera vez, el
momento en que me hicieron descubrir que hay
otros mundos más allá del mío…
No es novedad para nadie y suena a frase hecha,
pero redundaré en que la vida es efímera y su
transcurrir, o nuestras tribulaciones a su largo y
ancho, lo son más aún. Su presunta continuidad
post-mortem a través de nuestra obra, de tus
edificios construidos y de tus cuadros pintados o
libros escritos y descubrimientos, no es más que
consuelo de pobres o, peor, pedantería. Tolstoi,
Mozart, Descartes, Dostoievsky, Pasteur,
Shakespeare, Dalí, Hemingway, Lennon, Munch,
Platón, Beethoven, el mismísimo O. Wells y
también H.G., Poe –más que ninguno–, Picasso,
Cervantes, Morrison (Jim), Steimbeck, Corín
Tellado (¿murió?), nuestros Borges, Piazzolla,
Yupanqui, Quiroga, Almafuerte, Fontanarrosa,
Luca, Gardel y Arlt, sin duda hubieran trocado

[5] Recuerdo un juego que les hacía cuando eran chiquitos y


consistía en preguntarles si recordaban cuando yo también
era chico y jugábamos juntos a tal cosa en tal lugar; sus
caritas de desconcierto ante tal posibilidad y encima no
recordarla, me causaban mucha gracia.

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65 / Yo, Gustavo H. Mayares

toda su obra por algunos añitos más en situación


vertical.
Yo intentaré hacer lo propio con los contenidos
de este blog; quizá el demonio exista –en dicha
instancia tendré la vana esperanza–, se me apiade
y suscriba el correspondiente pacto por el cual, con
suerte, ligaré no años sino un par de semanitas
extras, que ya es mucho pedir.

20 de febrero de 2008

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66 / Yo, Gustavo H. Mayares

Benditas vacaciones o
la alienación estival

Esta entrada debería comenzar con el siguiente


axioma, suscripto en alguna de las referencias de
más abajo: la historia no dilapida sus fuerzas... Sin
embargo empezaré diciendo que más allá de un
par de viajes de 48/72 horas que disfruté como un
mes en el Caribe, este verano que termina no me
fui vacaciones y sobrellevé la canícula de la mejor
manera que me fue posible: a las puteadas. Así,
llevo dos temporadas sin estacionarme una
semana frente al mar, por ejemplo. Ocurre
entonces que dispongo de bastante tiempo libre ya
que, encima, durante febrero ha caído mucho el
trabajo (ha caído todo, en realidad) y en marzo
tarda en arrancar; hay varios proyectos, pero por
el momento están en la condición de veremos.
Entre otras cosas, dediqué varios de esos tiempos
libres a aburrirme, a escribir entradas para este
blog y a revisar la memoria de la PC para limpiarla
de mucha de la basura que entre mi hijo Fede y yo
hemos acumulado durante el año. Y es mucha,
por cierto. Sucede, no obstante, que como soy un
coleccionista consuetudinario de basura (así como

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67 / Yo, Gustavo H. Mayares

colecciono monedas, postales, señaladores, etc.,


hago lo propio con cuanto recuerdo inútil pueda
tener algún significado en mi memoria, no en la
de la PC), antes de borrar nada vi y/o leí cada
archivo susceptible de ello y así encontré un
documento de Word intitulado Esclavos del ocio,
bajado de la internet años ha (ignoro de dónde lo
bajé, así que perdón por la ausencia de enlace.
Además me da fiaca googlearlo para hallar su
procedencia, como quien diría); el cual, como dije,
volví a leer.
En dicho e interesante artículo (bajado a
propósito de un ambicioso pero inconcluso trabajo
sobre el ocio y la pereza –incluye un apartado sobre
las vacaciones– que alguna vez terminaré y
dedicaré alegremente a Paul Laffargue), Osvaldo
Baigorria, su autor, relata sumaria y condensa-
damente la evolución del ocio, los tiempos
sagrados y los profanos, desde los griegos a esta
parte, llegando al siglo XX.
Reproduzco a continuación un par de párrafos
(cuatro, en verdad) que sirven como disparador
para desarrollar una teoría (cuántas teorías
elaboro últimamente!) que, en realidad, se disparó
hace algunos años, no muchos, cuando buscando
material sobre Mar del Plata (para mi novela
homónima) me topé con un también interesante
librito casi olvidado de Sebreli, con perdón de la
palabra.
Acá van, pues, los párrafos de marras:
En la última década del siglo XX, entre las
tecnologías de punta y los planes de ajuste

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68 / Yo, Gustavo H. Mayares

flexibilizador, se terminó por triturar las


promesas del robot que liberaría a la
humanidad de la penuria. Entre aquellos que
analizaron el fenómeno del “fin del trabajo”,
Jeremy Rifkin, asesor de Clinton, supo
dibujar escenarios sombríos para el nuevo
siglo. Por un lado, subclases permanentes de
desocupados y subocupados, sin otra
alternativa que la economía irregular, el
delito menor y el mayor. Por el otro,
trabajadores sobreocupados y sobreexigidos
en medio de una creciente precarización del
empleo. Esto incluye a los contratos
temporales y la contratación “just in time”,
con su demanda de disponibilidad a las
órdenes del contratista o de la mano negra
–e invisible– del mercado. Todos seremos
changarines: uno ya no sabrá cuánto tiempo
libre le queda ni podrá planificar cómo
usarlo, ya que en cualquier momento se lo
puede convocar para una tarea cuya
duración y condiciones las impondrá el
patrón temporario: “Esto lo necesito para
ayer”.
¿Qué lugar le cabe al “dolce far niente” en
medio de esta economía de escasez? Sólo el
de ser desfigurado hasta lo irreconocible. La
industria del entretenimiento aportó su
bisturí para ese cambio de género. Todo
sistema social concede a sus sujetos algunos
períodos de fiesta o esparcimiento. Pero en
el capitalismo hubo un invento que permitió

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69 / Yo, Gustavo H. Mayares

colonizar por completo al tiempo libre,


potenciando al máximo el control totalitario
de las horas sin trabajo: la tele.
Según analizó Javier Echeverría en su
célebre Telépolis, ese aparatito realizó una
inaudita conversión del tiempo de ocio en
tiempo de trabajo, eliminando por primera
vez en la historia una diferencia que
sobrevivía desde la antigüedad. Y lo realizó
mediante la creación de una mercancía que
como ninguna otra supo expandir las
fronteras del mercado: el telesegundo.
La materia prima de esta mercancía –cuyo
valor depende del número de espectadores
cautivos de la programación que la vende–
se extrae del subsuelo del tiempo de los
televidentes. Más allá de si se compran o no
los productos representados por las
teleimágenes, el mero hecho de
contemplarlas crea mercado y mercancía.
Y nadie te paga por eso.
No sé vos, pero yo coincido y no coincido con
Baigorria. Coincido con la observación del
descubrimiento que hizo Echeverría, pero no tanto
como para afirmar que la tele expandió las
fronteras del mercado “como ninguna otra”
mercancía. Es cierto, convirtió el ocio en trabajo,
mas intuyo que entrado el siglo XXI, cuando los
autos no vuelan [1], es la industria del turismo la

[1] Entre finales de los ’60s y principios de los ’70s, yo estaba

Yo, Gustavo H. Mayares / 69


70 / Yo, Gustavo H. Mayares

que ha convertido a la naturaleza –en su totalidad,


es decir a toda la superficie terrestre [2]– en la
mercancía que, como ninguna otra, expande las
fronteras del mercado aún donde éste no se ha
desarrollado en su forma más sofisticada (EEUU
y Europa).
Los sitios exóticos y alejados de las urbes, donde
la omnipresencia del capital no se manifiesta por
los grandes avances alcanzados sino por su
barbarie, son los más promovidos y caros de dicha
industria. Pagás fortunas por echarle un vistazo a
la pobreza de Pakistán o de Bolivia, por pasarte
horas asándote en el desierto del Sahara, por
cagarte de frío en la Siberia o en Necochea, por
vivir bajo fuego en Somalía o por que te morfen
los mosquitos en el Delta [3]. Y no sólo no te pagan

convencido de que los autos volarían para esta época. ¿Vos


no? No te avergüences pues muchos autores serios y no tanto
de ciencia-ficción también lo creían así y nadie sale a
repudiarlos públicamente, que yo sepa.
[2] También el espacio, con esos tipos que gatillan fortunas
por pasarse unas horas encapsulados en la estación rusa.
Pronto, tal vez, el fondo del mar o bajo la superficie terrestre;
con un poco más de tiempo la Luna –hay hoteles proyectados
allí– y quién te dice otros planetas. Llegará el día –y no me
asusta decirlo– que el universo entero, anque infinito, será
transformado en mercancía gracias al turismo.
[3] ¿Te acordás que Castells cobraba algunos euros-dólares
a turistas europeos-yankis que querían participar de las
marchas piqueteras, incluyendo seguridad y un plato de
ese desabrido guiso que sólo un apetito voraz convierte en
sabroso? Ahora hay muchas agencias que incluyen en sus
paquetes para el exterior visitas relámpago a la villa 11-14
de Retiro, donde los susodichos se solazan contrastando
nuestra laboriosa y obligada miseria, a la que llaman ‘color
local’, con sus economías imperialistas de origen.

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71 / Yo, Gustavo H. Mayares

por contemplar dicha mercancía sino que ¡te


cobran!
En su obra Mar del Plata: el ocio represivo, el-
nunca-más-será-tantas-veces-mencionado Juan
José Sebreli (quien, entre tanta mierda, supo
escribir alguna cosa más o menos piola y polémica;
ésta, para el caso) roza tangencialmente mi teoría,
a saber: la forma más perversa que tiene el
capitalismo de recuperar las concesiones
económicas hechas a los mortales cualunques,
como vos y yo, son las vacaciones. Si es que antes
no lo hicieron los bancos de un modo más brutal,
por supuesto… Sin embargo, él aborda dicho
problema desde un ángulo sociológico y hasta
psicológico que no alcanza el núcleo de la cuestión,
ya enunciado por mí y que desarrollaré a
posteriori.
En el capítulo final de su libro, tras explayarse
en su extensa crítica al turismo, dice:
La Naturaleza como paisaje, sólo aparece
cuando se deja de tener una relación técnica
con ella, cuando el hombre deja de obrar
sobre la naturaleza para convertirse en mero
espectador –actitud que surgió en el siglo
diecinueve con el romanticismo–, la
naturaleza, que hasta entonces no era sino
una fuente de recursos, se transformó en
paisaje. Pero a la negación sigue la negación
de la negación, el paisaje mismo se
transforma en fuente de recursos, la propia
contemplación se vuelve una relación técnica
con la naturaleza; si el turismo desalojó a la

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72 / Yo, Gustavo H. Mayares

industrialización de la naturaleza fue para


convertirse él mismo en industria; se
termina, pues, donde se empieza.
Luego añade:
Toda tentativa por huir del turismo
organizado es muy pronto absorbida nueva-
mente por el turismo organizado: tal el caso
del movimiento juvenil “mochilero” que
comenzó hace algunos años. La supuesta
vuelta a la naturaleza de los “mochileros”
resulta hoy una burda patraña. Existe una
industria bien organizada que provee a los
jóvenes “salvajes” del equipo necesario para
el camping. Tampoco es ya posible acampar
en cualquier parte: existen zonas bien
delimitadas y cercadas con alambrado de
púas como verdaderos campos de concen-
tración, con estrictas reglamentaciones y
con todas las comodidades de la civilización,
agua corriente, cuartos de baño, etc. En una
sociedad donde las negaciones parciales son
recuperadas y las críticas parciales, asi-
miladas, la única manera de huir de ella es
rechazándola radicalmente. [4]

[4] Este párrafo termina con la siguiente afirmación: “Por


eso la guerrilla campesina es hoy la única experiencia
auténtica de ‘vuelta a la naturaleza’”. Imagino que a Sebreli
tal aseveración, tan tajante y arriesgada, hoy lo debe
espantar tanto como entusiasmado en su momento, en 1970,
cuando fue publicado el citado texto (por la editorial Tiempo
Contemporáneo) y la pequeña burguesía intelectual y
acomodada estaba sumida en la desesperación por hallar
atajos donde no los había, promoviendo horrores políticos y

Yo, Gustavo H. Mayares / 72


73 / Yo, Gustavo H. Mayares

En el último párrafo, el inefable Sebreli


concluye:
La naturaleza ha sido asimilada por la
sociedad capitalista. Al mismo tiempo que la
libre competencia se transformaba en
monopolio, la artesanía en gran industria,
y el individuo autodirigido en el individuo
dirigido desde afuera, el viaje romántico del
artista errante quedaba sin su base de
sustentación social y económica, la sociedad
liberal, y se transformaba inevitablemente
en todo lo contrario, en la mala colectiviza-
ción del turismo de masas, expresión
representativa de la época del capitalismo
monopolista y planificado donde ya no existe
ningún resquicio que permita la evasión del
individuo y donde todas las actividades
humanas están rigurosamente dirigidas por
las técnicas autoritarias de manejo y
manipulación del hombre.
En efecto, en esta sociedad hay pocos o ningún
resquicio para “la evasión del individuo”, donde
alguna actividad humana esté fuera del alcance
de los mecanismos que llevan al fin último del
capital: acumularse. No hay sitio en la Tierra, ni

estratégicos tan grandes y groseros que, por error u omisión,


llevarían a toda una generación de luchadores a ser
masacrada por la dictadura más sangrienta que sufriría la
Argentina. Él era de los muchos pusilánimes pregoneros de
la guerrilla que jamás se animaron a empuñar un arma ni
hacer (hacer, no sólo decir) nada por aquellos que al menos
tuvieron el valor para actuar como pensaban.

Yo, Gustavo H. Mayares / 73


74 / Yo, Gustavo H. Mayares

en el Bolsón ni en Traslasierra, donde el hombre/


mujer pueda desarrollar una actividad por si y para
si sin alienarse y generar ganancias para algún
segmento capitalista y, por ende, para el capital
considerado en su conjunto. El ocio en general y
las vacaciones en particular, sirven también y
principalmente, como veremos, a esta finalidad,
aunque de un modo más perverso.
Durante un año o años, cierta capa de pequeños
comerciantes y no tan pequeños, profesionales
independientes e incluso trabajadores asalariados
[5], logran realizar cierto tipo de acumulación
capitalista; es decir, una amarrocación de
excedentes producida por salarios o ingresos que
no sólo cubren holgadamente sus necesidades
(alimentarse, vestirse, habitar una casa/depto.,
hacer deportes, ir al cine/teatro, leer algún libro,
adquirir la aparatología de moda, cenar afuera,
tener un auto/moto, etc.) sino que además les
permite ahorrar. Esto puede darse también en
“reversa”: aquellos con capacidad de pago que, por
ejemplo, piden créditos para tomarse sus quince
días en Pinamar y lo devuelven en cuotas
mensuales durante el año posterior, al final del cual

[5] Aún cuando pueden considerarse una conquista para el


trabajador, es decir para las mayorías, las vacaciones pagas
(obtenidas tras largas luchas y otorgadas cual lastre por la
burguesía en la década del ’30 en Europa y diez años más
tarde en la Argentina) terminarían trastocándose en su
opuesto, “cuando en la sociedad llamada neocapitalista se
trate, mediante ellas, de integrar al obrero al sistema y de
alejarlo de las ideologías eclipsando su conciencia de clase”,
subraya ideológicamente Sebreli.

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repetirán la operatoria.
Habitualmente, ese ahorro sirve a fines ociosos:
adquirir un plasma de 40 pulgadas, un auto más
nuevo, una casa innecesariamente más grande,
etc. Esto no hace más que reproducir el ciclo
capitalista: yo te pago un salario que extraigo de
una parte del precio de la mercancía para que luego
vos me compres la mercancía que vos mismo
producís.
Pero también y en infinitos casos, el excedente
se utiliza para tomarse unas “merecidas”
vacaciones de 15 días más o menos. En principio,
éstas cumplen un finalidad algo difusa: recuperar
fuerzas para trabajar más y mejor, por el mismo
salario, durante los 350 días restantes; 350 duras
jornadas de trabajo durante las que el asalariado
no hace más que preguntarse “cuándo carajo
llegarán las vacaciones…” Digamos que en este
plano, las vacaciones actúan en términos
vagamente físicos y aún psíquicos, cual placebo:
son la zanahoria que el burro-humano, la
herramienta parlante que describiera Aristóteles,
sigue muchas veces infructuosamente; el paraíso
que el sólo hecho de trabajar promete. El ansiado
y necesario tiempo sagrado para equilibrar el peso
del tiempo profano (juego vs. trabajo; asombro vs.
rutina; etc.).
No obstante, las vacaciones tienen al mismo
tiempo un fin preciso, concreto, puramente
económico: con ellas, el capitalismo (los
capitalistas como clase, digo) recupera la pequeña
tajada de plusvalía que cedió durante el año, a

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través del salario o del sobreprecio que abonó en


el autoservicio. El ahorro acumulado por la
población en general vuelve así a su ‘legítimo’
dueño a través de un “tiempo de ocio (recon-
vertido) en tiempo de trabajo”. Sebreli llega a
advertirlo cuando indica: “no existe una industria
turística para satisfacer las exigencias del
consumidor; por el contrario, el consumidor debe
practicar el turismo para satisfacer las exigencias
económicas de la industria turística”. Sin embargo,
como en casi todo, se queda en el umbral del
problema, empantanándose en la mera enun-
ciación.
La hotelería es, quizá, el medio más
escandalosamente confiscatorio que utiliza el
capitalismo durante ese período (el estival,
usualmente): para dormir en una cama de
morondanga dentro de una habitación de
morondanga, te cobran como si fueras a
usufructuar un harén del Casbah. ¡Para dormir!,
es decir para hacer algo que no te permite tener
conciencia del sitio en el cual lo hacés (a excepción
de que pernoctes sobre una cama de clavos, para
lo cual nadie se tomaría el atrevimiento de
cobrarte, aunque con tanto loco en la calle seguro
alguien verá el negocio). Los grandes cruceros que
atraviesan durante semanas mares insondables,
desiertos, con breves paradas en puntos
continentales, llevan al extremo lo dicho en este
párrafo.
Ni siquiera la hotelería social o sindical se salva
de tal calificación: escandalosamente confisca-

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77 / Yo, Gustavo H. Mayares

toria. Si durante el año pago mi cuota social por


nada o casi nada y aparte abono la obra social,
¿por qué cuernos tengo que pagar el hotel de la
UOM al mismo precio, peso más o menos, que
cualquier hotel comercial? Porque los sindicatos
funcionan también en un medio que, aunque
antagónico en la superficie, les es necesario, pues
sólo pueden existir donde el capitalismo ha sentado
bases y se desarrolla. Por tanto, las leyes del
mercado corren tanto para los Holliday Inn como
para el hotelucho cordobés de OSECAC.
Tampoco la ‘industria’ creada alrededor de
casas y departamentos en alquiler. Una vez le
pregunté al dueño del depto. en Mardel que
alquilamos con mi familia para tres días, en
octubre, luego de decidir irme a vivir a esa ciudad
para “probar suerte”: ¿Usted le saca 1.500 pesos
por quincena? Si, respondió el tipo, dueño de otros
cuatro cubículos en el mismo edificio. ¿Lo alquila
seis quincenas por temporada (la segunda de
diciembre, las cuatro de enero y febrero y la
primera de marzo)? Sí, contestó. ¿Le hace 9 lucas
por temporada? Ajá, asintió impávido; más alguna
luquita por findes largos y cosas así, añadió. Bueno,
le dije, yo le doy 1.000 por mes y se lo alquilo todo
el año. Ni a palos, replicó. Pero así le haría 12.000
por año, y seguros. Nones, se emperró. ¿1.200 por
mes?, arriesgué. De ninguna manera, cerró
cualquier posibilidad de trato.
Aquí se aplica adrede un principio capitalista
para la apreciación de la mercancía. Ocurre como
con los diamantes o el petróleo: cuanto más escaso

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78 / Yo, Gustavo H. Mayares

es, mayor precio alcanza; de ser necesario, se


extraen menos piezas o barriles para mantener un
precio conveniente al productor, aún cuando su
abundancia llevaría a un buen fin: que las
mayorías pudieran lucir un collar de diamantes…
Para el caso, igual con nuestro depto. malplatense:
aunque su valor es el mismo e incluso menor que
otro ubicado en Morón, Berazategui o Tigre, su
precio es sostenido por medios artificiales,
capitalistas, a través de la suboferta, de clausurarlo
nueve meses al año.
En Mar del Plata…, su autor no comprende este
mecanismo económico interno, dialéctico, propio
del proceso capitalista, y por eso parafrasea a Sartre
–quien se refirió en similares términos a los
mamotretos edificados en La Habana–
aventurando que “las altas torres de Mar del Plata
serán vistas algún día, en una posible y futura
sociedad racional, como grandes monumentos de
la inutilidad y el desperdicio, una lujosa
dilapidación de energías para nada, al estilo de las
pirámides egipcias” [6].

[6] Lejos estaban las pirámides egipcias de ser “monumentos


inútiles” por la simple razón de que la historia no dilapida
sus fuerzas. Los esclavos las levantaron y la esclavitud
cumplía un rol económico específico, concreto y
determinante, en la sociedad egipcia que justamente se
basaba en ella, en la opresión y explotación de millones de
personas a una escala nunca antes vista. La construcción
de las pirámides venía a regular y regimentar esta inmensa
y formidable fuerza económica, política y social (los esclavos
y la esclavitud en tanto institución basamental) e incluso a
contrarrestar posibles excedentes a través de las muertes
masivas que ocurrían durante las obras. Sebreli no lo sabía

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79 / Yo, Gustavo H. Mayares

La construcción en décadas pasadas de


gigantescos edificios, por ejemplo sobre la Av.
Colón, o últimamente de enormes hoteles con miles
de habitaciones como el Sheraton, que durante
nueve meses al año permanecen vacíos, habitados
únicamente por sombras [7], tiene un fin
económico concreto que Sebreli a veces vislumbra
pero finalmente ignora y, por ende, califica como
“inútil”: en pocos años, esa “lujosa dilapidación de
energías” se transforma en millones de pesos para
multiplicar infinitamente la inversión realizada,
recreando de un modo perverso, alienado y
alienante, el mercado capitalista. ¿Dónde está su
“inutilidad”, entonces? Y esto es así para Mar del
Plata, Santa Teresita, Miramar, Carlos Paz o

en los 60s; los faraones sí dos mil años antes. Es que, otra
vez, el tipo se queda en la superficie de la cuestión luego de
infringir algunas rasgaduras a la mampostería.
[7] Como la Av. Colón de abril a noviembre, Mar del Plata es
una ciudad prácticamente muerta. El caso más espeluznante
–conocido por mí– es Miramar, una hermosa y gran ciudad
que tiene su casco urbano a varias cuadras de la playa.
Sobre la costa, no obstante, se levantan grandes edificios,
galerías, enormes casas, grandes comercios, bares, pubs,
butiques, etc. Pero fuera del verano, su avenida costanera
está desierta a cualquier hora del día; sus altos edificios
costeros permanecen cerrados y vacíos; sus comercios están
cerrados, con sus puertas y vidrieras literalmente
empalizadas. En las noches de invierno, otoño, aún de
primavera, nadie del lugar se atreve a acercarse siquiera a
la zona “turística”; da como miedito. Lo mismo ocurre con
todas aquellas localidades costeras no industrializadas a
partir de sus riquezas naturales, es decir las que no tienen
puerto como la propia Mar del Plata o Quequén-Necochea,
ni han podido hallar otro medio para desarrollarse
(manufactura, agricultura, etc.) más allá del turismo.

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80 / Yo, Gustavo H. Mayares

cualquier otra ciudad de las consideradas turísticas


[8].
Pero no son los únicos medios de confiscación.
Con las empresas de transporte, las industrias del
juego, del espectáculo y del ocio cosificado, la
gastronomía, el arte, los medios de comunicación,
las espantosas artesanías ‘recuerdo de’, etc., la
burguesía de conjunto coadyuva esfuerzos para
recuperar en 15 días las migajas que nos ha cedido
en 350. De otro modo no se explica que una lata
de Quilmes valga 2 pesos en un maxikiosco
hurlinguense y simultáneamente 6 en otro de San
Bernardo… O que el mismo hotel de San Clemente
tenga una tarifa para agosto y otra muy superior
para enero, cuando hablamos del mismo hotel en
ambos meses, con idénticas comodidades,
idénticos dueños y empleados, idénticos edificio y
paisaje; es decir de un hotel que –como la lata de
cerveza– es igual a si mismo. ¿Será que el clima
tiene una influencia devaluatoria sobre el dinero…?
Algún avispado podrá argüir que el kiosquero
sanbernardino –o como quiera que sea el
gentilicio– es en realidad un ‘vivo’ y que todos los
sanbernardinos son ‘vivos’ de diciembre a marzo.
O encontrará lógico que la cerveza aumente de
precio en verano, pues siempre aumenta de precio
en verano (y Quilmes no lo baja en invierno) e
incluso escasea en los sitios no turísticos. Pues

[8] A escala planetaria, las míticas tierras de Disney y la


babilónica Las Vegas son ejemplos paradigmáticos y exa-
cerbados.

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81 / Yo, Gustavo H. Mayares

bien, a esa ‘viveza’ de un sector entero de la


sociedad (que incluye a grandes y pequeños
burgueses) yo la llamaría sinergia de clase para
alcanzar el fin indicado. Una sinergia,
lógicamente, que en el caso de los grandes es
conciente e inconciente en el de los pequeños.
Según estimaciones oficiosas, el gasto de las
masas marplatenses –incluyendo a los turistas–
durante el período estival es similar al realizado
durante el resto del año por la población estable
marplatense; al mismo tiempo, el gasto en ocio
realizado por las masas que veranean en Mar del
Plata durante 15 días es apenas inferior al promedio
realizado por esas mismas masas durante seis
meses en sus lugares de origen. Estas estimaciones
dan una idea somera pero real de lo que significa
la industria del turismo y sus fines ocultos pero
evidentes.
Así es desde los orígenes del turismo como
medio utilizado por la burguesía para re-
apropiarse de la riqueza de la sociedad. Desde
principios del siglo XIX en Europa y años más
tarde en la Argentina, datan los primeros hoteles
modernos y el umbral de aquella mercancía global
promovida por una naciente, ambiciosa y potente
clase social cuyo objetivo era esquilmar a la ociosa,
decadente pero aún rica aristocracia rentística
(aristocracia con olor a bosta que gobernaba el
país, acotaría Sarmiento), que exhibía pública e
impúdicamente su extenuación con costumbres
cada vez más pedantes y disipadas.
En tal sentido y ya que estamos con Mar del

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82 / Yo, Gustavo H. Mayares

Plata, hemos de mencionar al vasco Pedro Luro


[9], representante de la tardíamente naciente
burguesía argentina que, vislumbrando el gran
negocio y en concomitancia con el capital
financiero representado por Tornquist, fundó el
núcleo de lo que sería la ciudad y hasta uno de los
primeros hoteles marplatense hacia los ’80s
decimonónicos, explotando satisfactoriamente el
fracaso personal y de clase de los Peralta Ramos y
de la oligarquía terrateniente que, a pesar de
antecederlo, no supieron o no pudieron
reconvertirse a la nueva escala social a pesar de
las riquezas acumuladas.

[9] Hemos de hacer, para terminar, una breve referencia a


la fascinante historia de este inmigrante vasco francés
(1820-1890) que, según cuentan los memorialistas marpla-
tenses, llegó al país para dedicarse a la plantación de árboles
y en esta condición fue contratado por un terrateniente de
Dolores que se comprometió a abonarle dos pesos por cada
árbol plantado en su enorme hacienda. Al cabo de dos años
eran tantos los ejemplares enraizados y tan alta la deuda
adquirida por el terrateniente, que prefirió pagar a Luro
con la cesión de gran parte de sus tierras. Tiempo después,
el hosco plantador de árboles adquirió tierras y propiedades
a Peralta Ramos; puso en marcha el viejo y abandonado
saladero instalado en la zona décadas antes; exportó tasajo
por millones; sembró cereales y crió ganado; levantó
iglesias, hornos de ladrillos, muelles, molinos, comercios y
casas donde hoy está la ciudad; fundó una Casa Amueblada
(más tarde llamado Grand Hotel) donde dio alojamiento a
la aristocracia que hacía sus primeras experiencias turís-
ticas, y tuvo hijos que en 1888 inauguraron el Bristol Hotel,
determinante para el posterior desarrollo turístico de Mar
del Plata. Acabó sus días consumido por la ambición que
había motorizado su ascenso económico y social: reclamando
como propia cuanta cabeza de ganado se cruzara en su
camino.

Yo, Gustavo H. Mayares / 82


83 / Yo, Gustavo H. Mayares

Las vacaciones, pues, son una necesidad


personal y social, una conquista y una condena a
un tiempo; el ocio diluido en trabajo. El eslabón
perverso para completar el círculo que encadena
los intereses generales a los particulares de los
capitalistas, quienes cierran de ese modo su
negocio y el balance anual con ganancias. Con las
vacaciones, por cierto, se consagra la alienación
como mecanismo privilegiado del capitalismo.
Si no, que alguien me niegue que las vacaciones
no son un placer y una tortura al mismo tiempo;
sobre todo si sos madre/padre de dos o más hijos
pequeños, que no hacen más que pedir y pedir,
reclamar y reclamar atención, cuidados, helados,
jueguitos… Y de ahí viene lo de “vagamente
físicos”, lo de placebo: todos, absolutamente todo
el mundo retorna de Santa Teresita, Carlos Paz o
Gualeguaychú más pobre y cansado que antes de
haber ido. Pero ¡quién te quita lo bailado!

7 de marzo de 2008

Yo, Gustavo H. Mayares / 83


84 / Yo, Gustavo H. Mayares

Heráclito tenía razón

I ntrigado a partir de una frase pronunciada por


Tom Lupo en su programa de Radio Nacional (lo
escuché casualmente mientras hacía zapping
radial) y atribuida a Heráclito, la vez pasada paseé
junto a mi hija Naty por la Feria del Libro [1]
buscando algún libro de ese filósofo –de quien tenía
vagas referencias desde Hegel y el marxismo–
antes de averiguar en la internet que el tipo, por

[1] Todos en oferta-mesa-de-saldos, compré el único y buen


libro de cuentos de Samanta Schweblin (recientemente
premiada con el Casa de las Américas y de quien pronto
espero publicar una entrevista en este blog): El núcleo del
disturbio; la interesante biografía crítica de Christopher
Hitchens La victoria de Orwell, sobre el escritor anarquista;
Los días de pesca, un viejo libro de cuentos de Ana María
Shua; Las puertas del edén, de Ethan Coen (uno de los
hermanos guionistas-directores de cine), también cuentos;
una novela titulada Lilim que sólo adquirí por el precio (3
pesos) y las tapas, y dos nuevos libros de Milcíades Peña
sobre historia argentina: Industria, burguesía industrial y
liberación nacional –en el que despedaza al inefable Abelardo
Ramos– y El peronismo: selección de documentos para la
historia –en el que hace lo propio con esa losa política y social
del título (“ese cadáver insepulto”, dijo Altamira) pero con
textos y discursos de los mismísimos Perón y Evita.

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85 / Yo, Gustavo H. Mayares

desgracia, no dejó ninguno para la posteridad, sino


apenas unos fragmentos de aforismos recogidos
por discípulos y sucesores.
La frase citada por Lupo es en realidad una
pregunta que se habría hecho aquel tipo como
cinco siglos antes de Cristo: “por qué permanecer
y no arder…” Desde oírla hasta hoy, es mi lema de
cabecera.
Y bien, para tener alguna noticia recurrí a la
fuente de información internetiana más confiable:
Wikipedia, en cuya introducción biográfica puede
leerse que
Heráclito –conocido también como El
Oscuro de Éfeso– vivió hacia comienzos del
siglo V a.C. (544 adC-484 adC) (...), era
natural de Éfeso, ciudad de la Jonia, en la
costa occidental del Asia Menor. Como los
demás filósofos anteriores a Platón, no
quedan más que fragmentos de sus obras, y
en gran parte se conocen sus aportaciones
gracias a testimonios posteriores. (…) Es
netamente aforístico. Su estilo remite a las
sentencias del Oráculo de Delfos y reproduce
la realidad ambigua y confusa que explica,
usando el oxímoron y la antítesis para dar
idea de la misma. Diógenes Laercio (en
Vidas..., IX 1-3, 6-7, 16) le atribuye un libro
titulado Sobre la naturaleza (ÀµÁ¹
ÆÅõÉÂ), que estaba dividido en tres
secciones: ‘Cosmológica’, ‘Política’ y
‘Teológica’. No se posee mayor certeza sobre
este libro. (…) Afirma que el fundamento de

Yo, Gustavo H. Mayares / 85


86 / Yo, Gustavo H. Mayares

todo está en el cambio incesante. Que el ente


deviene, que todo se transforma en un
proceso de continuo nacimiento y
destrucción al que nada escapa.
Con relación al mencionado y perdido volumen
y su autor, en el sitio oficial del filósofo –
pongámoslo así– nos anoticiamos también que
compuso un libro de aforismos, que depositó
en el grandioso templo de Artemisa Efesia.
El tono oracular, lacónico e inclinado a la
metáfora de estas reflexiones suscitará en
Sócrates un famoso comentario: “Lo que he
entendido es elevado, y elevado también
parece lo que no entendí. Pero para
descifrarlo todo habría que ser un buzo de
Delos”. Condenados nosotros a tener de ese
libro sólo unos pocos fragmentos sueltos,
reconocemos en ellos un texto unitario e
insólitamente inspirado. Conciso y radical,
a la vez que flexible y abarcador en sus
conceptos, agraciado por la originalidad del
clásico y maestro en el manejo de la
paradoja, lo que afirma es siempre sagaz y
a menudo irónico.
No hizo falta más para despertar mi interés por
este hombre de quien, como dije, sólo tenía aquella
famosa referencia: “nadie se baña dos veces en el
mismo río...” Primero, porque siempre me interesó
particularmente la dialéctica de Hegel y, desde lo
filosófico a lo político, de Marx. Segundo porque
pocos días antes de hallar esta información había
terminado de leer (por segunda vez) el nuevo libro

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87 / Yo, Gustavo H. Mayares

de Stephen Hawking: La teoría del todo, donde el


tipo se explaya sobre agujeros negros, el tiempo,
el espacio y demás tópicos de su incumbencia y
sapiencia. Un libro donde, entre otros tópicos, el
autor responde sobre el cómo se originó el universo
pero también se pregunta sobre por qué se originó
el universo, lo que –como veremos más adelante–
Hawking mismo considera materia de estudio para
la filosofía más que objeto de análisis científico (en
términos de ciencia dura, claro).
Lo cierto es que, para mi sorpresa, descubrí en
este Heráclito (o Heraclito, sin tilde ni acento
esdrújulo sino grave, como me gusta llamarlo.
Parece más onda confianza, ¿no?) que aún antes,
mucho antes que Einstein y demás, con
muchísisma anterioridad a la física cuántica y a
las matemáticas no eucledianas, a los agujeros
negros y otras cuestiones casi insondables sobre
las cuales recién hoy los científicos son capaces de
enhebrar ciertas teorías más o menos coherentes
y aceptables, había existido un hombre capaz de
anticipar filosóficamente las leyes que rigen el
devenir del universo [2].
Pongamos a juicio sumario, si no, algunos de
los aforismos del filósofo preplatónico, perdidos con
Sobre la naturaleza en el templo de Artemisa Efesia

[2] Sobre esta cuestión, anora ando con ganas de comprarme


El camino de la realidad (Una guía completa de las Leyes del
Universo), cuyo autor es un antiguo socio de Hawking: Roger
Penrose, junto a quien investigó particularmente los
agujeros negros hacia los ’70.

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88 / Yo, Gustavo H. Mayares

pero recuperados luego por sus discípulos, por


autores cuasi contemporáneos [3] y por Wikipedia
y otras webs para eterna gloria de su autor:
• Fuente del movimiento: es la lucha de
los contrarios
Tal cual, contra el estatismo universal aceptado
por milenios y con el que el propio Einstein llegó a
fantasear, la física moderna considera que el
movimiento del universo tiene su origen en la
lucha de dos potencias contrarias: la fuerza
gravitatoria y la velocidad de expansión. Según
esta teoría, esta lucha garantiza que así será por
siempre o al menos hasta el final de los próximos
10.000 millones de años, cuando dicho proceso se
detenga y sea el comienzo del fin, cuestión sobre
la cual el propio Héráclito nos advierte que

[3] Para los interesados más allá de la red, pongo a


consideración la bibliografía que proporciona Wikipedia:
• Carpio, Adolfo P. (2004), Principios de Filosofía, Ed. Glauco,
Buenos Aires
• Eggers Lan, Conrado y Juliá, Victoria E. (Introducciones,
traducciones y notas) (1978 (2ª edición 1986), Los filósofos
presocráticos: Vol. I, Madrid: Editorial Gredos.
• García Calvo, Agustín (1985), Razón común. Edición
crítica, ordenación, traducción y comentario de los restos del
libro de Heráclito. Lecturas presocráticas II, Madrid: Lucina
• Heidegger, Martin & Eugen Fink. Trad. de Jacobo Muñoz y
Salvador Mas (1986), Heráclito, (Título original: Heraklit.
Seminar Wintersemester 1966-1967, Vittorio Klostermann,
Frankfurt a. M., 1970). Ed. Ariel, Barcelona
• Ortega y Gasset, José. Edición de Paulino Garagorri (1981),
Origen y Epílogo de la Filosofía, Revista de Occidente en
Alianza Editorial, Madrid
• Schöndorf, H. (2000), Heráclito, Hipólito y el tornillo
batanero. Acerca del Fragmento 59 de Heráclito (D.-K), Nova
Tellus 18

Yo, Gustavo H. Mayares / 88


89 / Yo, Gustavo H. Mayares

conviene saber: “que la guerra es común a todas


las cosas y que la justicia es discordia”. Así también
lo pone de manfiesto en los siguientes aforismos:
• Lo contrapuesto concuerda, y de los
discordantes se forma la más bella
armonía, y todo se engendra por la
discordia
• De los contrarios, el que conduce al
nacer se llama guerra y discordia; el
que conduce a la aniquilación se llama
concordia y paz
Cuando habla de la más bella armonía, ¿no se
refiere al cosmos que tenemos ante nuestros ojos?
Cuando lo hace de guerra y discordia, ¿no lo está
haciendo acaso del big bang, del principio
generador de todas las cosas, del espacio y del
tiempo tal cual los conocemos hoy? Cuando
nombra a concordia y paz como principio de
aniquilación, ¿no nos advierte sobre las
consecuencias que acarrearía el final de la
mencionada lucha entre la atracción gravitatoria
y la velocidad de expansión universal?
Continúo:
• Siendo el logos común, casi todos
viven como si tuvieran un logos
particular
Aunque muchos filósofos crean que “el logos
equivale a inteligencia natural o inmanente”, como
se postula en la web oficial de Heráclito, yo prefiero
atribuirlo a algo más físico o concreto, si bien
críptico para aquella época, que subjetivo: a la
materia de la que estamos hechos desde el big bang

Yo, Gustavo H. Mayares / 89


90 / Yo, Gustavo H. Mayares

y que condiciona nuestra visión de lo que nos rodea


y al mismo tiempo de lo que somos parte
indivisible; al devenir universal en los términos
explicados precedentemente; al tiempo y al espacio
conjugados repelentemente; en fin: al propio
universo y a su flujo, del cual somos y dejamos de
ser partes inmanentes a cada instante, con cada
pulsación. A esa “razón universal que se manifiesta
a quien mire con profundidad en el devenir de las
cosas”, aunque para ello hicieran falta Edwin
Hubble y posteriormente el telescopio homónimo,
¿no? Por eso subraya:
• Ni aun recorriendo todo camino
llegarás a encontrar los límites del
alma; tan profundo logos tiene
El alma y el universo, el uno y el todo son para
Heráclito una misma e indivisible cosa; si el
universo (el logos) no tiene fin, pues tu alma
tampoco. Hawking nos desasna al respecto cuando
habla de la “condición de ausencia de frontera” del
espacio-tiempo (apelo a tu predisposición a
conseguir el último libro de SWH para no verme
en la obligación de hacerte una larga y farragosa
cita para explicar el entuerto).
Prosigo:
• La armonía invisible es mayor que la
armonía visible
En efecto, las teorías más actuales y aceptadas
por los científicos respecto de cómo se constituye
armónicamente el universo, hablan de una materia
oscura y prácticamente invisible que lo conforma
y que, para nuestra desgracia, es mucho más

Yo, Gustavo H. Mayares / 90


91 / Yo, Gustavo H. Mayares

común y abundante que la materia visible y aún


medible.
Por último:
• Lo mismo es viviente y muerto,
despierto y durmiendo, joven y viejo;
pues esto al cambiar es aquello y
aquello al cambiar es de nuevo esto
“Nada se pierde, todo se transforma...” El dicho
popular (si conocés o te acordás del autor, espero
tu mensaje) parece tener al menos 2.500 años de
antigüedad. Tanto uno como el otro confirman lo
que Heráclito postula a priori: que al ser todo parte
de lo mismo, no hay desperdicio. Estamos y
vivimos todo y todos revolcaos en un merengue
donde sólo la transformación constante nos
mantiene con vida, donde nos reciclamos
continuamente con, junto y dentro del cosmos.
Existimos en y gracias a un eterno (¿eterno?) flujo
de materia a escala local y universal. Por eso
afirma en otro aforismo:
• Para las almas es muerte llegar a ser
agua, para el agua es muerte llegar a ser
tierra, y de la tierra nace el agua, del
agua el alma
Como señalé en párrafos anteriores y ya quedó
en evidencia, dio la casualidad (¿causalidad?) que
días antes de oir a Lupo y de tal descubrimiento,
había terminado con el último libro de Hawking:
La teoría del todo, ni más ni menos que la
reproducción de una serie de conferencias (no hay
más datos sobre las mismas: ni cuándo ni dónde
ni ante quién ni bajo qué circunstancias;

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92 / Yo, Gustavo H. Mayares

presumiblemente ante estudiantes de astronomía


y/o física de alguna universidad inglesa) en la que
el tipo pretende resumir todas las teorías que al
momento hay sobre el origen, presente y destino
del universo, tal cual el subtítulo; muchas de las
cuales él mismo ha formulado y difundido desde
principios de los ’70. Allí, tras 137 páginas de
cuestiones interesantísimas y asombrosas y otras
menos que, para ser honestos, en realidad no
entiendo en profundidad, en el penúltimo párrafo
del libro Hawking comenta:
Hasta ahora, la mayoría de los científicos
han estado tan ocupados con el desarrollo
de nuevas teorías que describen lo que es el
universo que no se han planteado la cuestión
de por qué. Por el contrario, las personas
cuya ocupación es preguntar por qué –los
filósofos– no han sido capaces de mantenerse
al tanto del avance de las teorías científicas.
En el siglo XVIII, los filósofos consideraban
que todo el conocimiento humano,
incluyendo la ciencia, era su campo.
Discutían cuestiones tales como: ¿Tuvo el
universo un principio? Sin embargo, en los
siglos XIX y XX la ciencia se hizo demasiado
técnica y matemática para los filósofos y
cualesquiera otros, salvo unos pocos
especialistas. Los filósofos redujeron tanto el
alcance de sus investigaciones que
Wittgenstein, el más famosos filósofo de este
siglo (aclaración obvia: SWH se refiere al
XX), dijo: “La única tarea que queda para

Yo, Gustavo H. Mayares / 92


93 / Yo, Gustavo H. Mayares

la filosofía es el análisis del lenguaje”. ¡Qué


retroceso desde la gran tradición de la
filosofía de Aristóteles a Kant!
se lamenta Hawking para quien la pregunta del
millón, a saber: ¿por qué el universo tuvo un
principio?, es materia opinable, de estudio y de
debate para la filosofía, anque para la sociedad en
su conjunto, en tanto la ciencia se muestra incapaz
de responderla. Razón por la cual concluye con
que
si descubrimos una teoría completa, debería
en su momento ser comprensible en sus
líneas generales por todos, no sólo por unos
pocos científicos. Entonces todos seremos
capaces de tomar parte en la discusión de
por qué el univeso existe. Si encontramos la
respuesta a ello, sería el triunfo definitivo de
la razón humana, pues entonces conocería-
mos la mente de Dios. [4]
Sin embargo, a pesar de la proclama en la que
desemboca su libro, Hawking no hace una sola
mención de quien, a mi parecer, conoció antes que
nadie “la mente de Dios”: el susodicho Heráclito.
Debieron pasar siglos, milenios y mentes
privilegiadas como las de los ya mencionados
Hegel y Marx, como las de Newton y –muy a su
pesar– Einstein e incluso el mismísimo Hawking,
entre otros (en fin: los “buzos de Delos” a los que

[4] La teoría del todo. El origen y el destino del universo, de


Stephen W. Hawking. Traducción de Javier García Sanz.
Ed. Sudamericana (Col. Debate) - Bs. As., 2008

Yo, Gustavo H. Mayares / 93


94 / Yo, Gustavo H. Mayares

premonitoriamente hace referencia Sócrates),


para entenderlo, para discernir de entre el
hermetismo heraclitano la verdad revelada, la
inextricable cifra borgeana que, no obstante, el
mismo Heráclito había develado desde el principio:
• Este cosmos, que es el mismo para
todos, no ha sido hecho por ninguno de
los dioses ni de los hombres, sino que
siempre fue, es y será un fuego eterno y
vivo que se enciende y se apaga
obedeciendo a medida.

11 de junio de 2008

Yo, Gustavo H. Mayares / 94


95 / Yo, Gustavo H. Mayares

Platos rotos (entre la espada


y la pared)

Como hago casi siempre que subo un nuevo


artículo a este blog, la vez pasada envié un correo
electrónico de actualización a cada una de mis
relaciones con motivo del post sobre Heráclito.
Uno de los destinatarios de dicho e-mail me
respondió: “El país se incendia y vos delirando
sobre filosofía...” Y el tipo no hacía referencia sólo
a la quema de pastizales no sé dónde, que
nuevamente ha sumido en la humareda a buena
parte del conurbano.
Ignoro si está bien o mal reflexionar sobre
filosofía, agujeros negros y el destino del universo
en tiempos de crisis, de verdad no lo sé (si es que
una cosa no impide la otra); pero por las dudas
acepto el desafío, recojo el guante y paso a
explayarme sobre el ítem en cuestión. Porque
respecto a mí y sobre este asunto, sólo se trata de
humo y no de tinieblas.
Ciertamente, esta crisis política y social
derivada del enfrentamiento entre el gobierno K y
la claque pejotista contra los ruralistas –pequeños,
medianos y grandes– o viceversa, que lleva ya más

Yo, Gustavo H. Mayares / 95


96 / Yo, Gustavo H. Mayares

de tres meses y cuya iniciativa oscila


constantemente para uno y otro lado, parece
amenazar con llevarse puesto a más de uno
(políticamente hablando) pero finalmente no tiene
más que una sola víctima: los trabajadores en su
conjunto, las clase obrera y y los sectores medios
de la sociedad que viven de su trabajo.
El tendal de inflación y desabastecimiento que
deja como saldo la ‘batalla’ en curso, ha provocado
un deterioro inusitado en los ingresos de la
población y por lo tanto del nivel y calidad de vida
de las mayorías. Somos los laburantes quienes
pagamos los platos rotos de este entuerto cuyo
botín alcanza unos cuantos miles de millones de
dólares y de los cuales, ‘gane’ quien ‘gane’, no
veremos un mango ni en figuritas.
La única verdad es que los capitalistas de uno y
otro ‘bando’ pretenden ponernos entre la espada y
la pared: o estás con quienes pretenden
enriquecerse más todavía con tu hambre, es decir
con los bajos salarios promovidos por el gobierno
de los Kirchner y la devaluación sostenida por el
Banco Central, por el Estado; o estás con ese
gobierno y ese Estado que busca quedarse con una
gran tajada de esa política conciente para luego –
como viene haciendo hasta ahora– derramarla en
subsidios destinados a otros sectores capitalistas y
en beneficio de los acreedores externos.
A priori, parece no haber salida a la disyuntiva...
Los medios y el aparato de propaganda estatal se
encargan cotidianamente de que así parezca.
Buena parte de la sociedad se ha convencido:

Yo, Gustavo H. Mayares / 96


97 / Yo, Gustavo H. Mayares

luchadores como Hebe de Bonafini y las Madres


de Plaza de Mayo (asociación + línea fundadora),
pequetruchos como D’Elía (un verdadero matón
paraestatal), Tumini y compañía, intelectuales
bienpensantes, pequeñoburgueses partidarios de lo
“políticamente correcto”, etc., apoyan sin
reticencias la demagogia populista de Cristina y
su marido, quienes prometen destinar esos miles
de millones de las retenciones a hospitales,
educación, etc., mientras pagaron, pagan y
pagarán la deuda externa como ningún otro
gobierno argentino y subsidian a los capitalistas
industriales y de servicios para permitirles
ganancias fabulosas a costa de nuestras penurias.
Por otro lado, los progres en su conjunto, la
izquierda demócrata, estalinista y pseudotroska,
los llamados movimientos sociales como el de
Castells, buena parte de la clase media obediente
de los medios, etc., han decidico encolumnarse tras
‘el campo’ so pretexto de apoyar a los pequeños
chacareros... Estos pequeños chacareros, mientras
tanto, ni cortos ni perezosos hacen polvo sus
reclamos históricos (que al final eran
verdaderamente pequeños) y sin sonrojarse se
enrolan con los grandes productores, con los pools
sojeros y con la Sociedad Rural [1].
Entre la espada y la pared, hay quien se postra

[1] En momentos de crisis –dijo alguien que no recuerdo–


pequeños y grandes capitalistas hacen a un lado sus reyertas
y se encolumnan monolíticamente para quedarse con la
renta nacional.

Yo, Gustavo H. Mayares / 97


98 / Yo, Gustavo H. Mayares

o se convierte en ladrillo. Frente a dos políticas


aparentemente contrapuestas que, cualquiera sea
la ‘triunfadora’, sólo prometen mayores penurias
para los laburantes, yo prefiero la salida a lo
Almafuerte: no me doy por vencido ni aún
vencido...
Opto por una salida política que varíe
drásticamente las perversas reglas de este maldito
juego: que toda esa guita producida por el pueblo
trabajador (merced a la minimización de los
salarios y de la calidad de vida vía devaluación del
peso y demás) no vaya a las cuentas bancarias de
los chacareros –grandes o pequeños con ínfulas
de grandeza– ni para el FMI ni para el rescate de
los capitalistas, sino para quienes la produjeron y
producen mediante aumento general de salarios
con un mínimo que cubra el costo de la canasta
familiar y su actualización constante; no pago de
la deuda externa y reinversión del excedente en
salud y educación públicas bajo constrol de los
trabajadores de estos servicios (médicos,
enfermeros, maestros, auxiliares, etc.); reforma
agraria y reparto de las tierras de los pools sojeros
entre los campesinos sin tierra; nacionalización de
los bancos y del comercio exterior.
A mi buen saber y entender, como quien diría,
por ahí pasa la salida a la presente crisis. ¿Decís
que a ninguno de los dos ‘bandos en pugna’
convence mi programa...? Y bué, será porque
coinciden en algo fundamental: ese montón de
guita será para el que será, pero nunca para
nosotros, los laburantes. En eso están

Yo, Gustavo H. Mayares / 98


99 / Yo, Gustavo H. Mayares

perfectamente de acuerdo; en ese punto hay


armonía y, parafraseando al benemérito Heráclito,
en esa armonía puede estar nuestra aniquilación.

13 de julio de 2008

Yo, Gustavo H. Mayares / 99


100 / Yo, Gustavo H. Mayares

¿The End?
Tampoco hay que ser un genio
para hacer cine...
Woody Allen

Cuando tenía 12 ó 13 años, 14 a lo más, y estaba


por comenzar la escuela secundaria o recién la
había iniciado –no recuerdo exactamente–, mi tío
Orlando, a la sazón flamante contador público, me
hizo una especie de test vocacional del que, según
anunció, saldría como resultado lo que más me
convendría estudiar a futuro, digamos como
profesión, teniendo presentes factores emocionales,
psicológicos, capacidades innatas, perspectivas
laborales, etc. Supongo que por esa época, digamos
entre 1976 y 1978 según estimo, así se hacían esos
tests completamente inútiles.
Me dijo que eligiera tres opciones de mi agrado
y preferencia, sobre las cuales debíamos auscultar
diversas alternativas, y así lo hice: director de cine
fue la primera, escritor fue la segunda y contador
público nacional fue la tercera, que resultó ser nada
más que una concesión inconsciente [1]. Tras las

[1] Como dije, Orlando era un joven que ni bien se recibió


comenzó a trabajar en lo que por entonces era la compañía

Yo, Gustavo H. Mayares / 100


101 / Yo, Gustavo H. Mayares

preguntas y respuestas y los diversos multiple


choice y bajo la presión (ejercida por Orlando) de
un posible futuro laboral adecuado, surgió que yo
debía o iba a ser contador público nacional, como
mi tío.
Si mal no recuerdo, dicho test fue hecho en dos
ocasiones consecutivas: de la primera surgió que
yo sería director de cine o escritor y de la segunda,
bajo el influjo de Orlando y su abierta manipula-
ción y corrección ante cada una de mis posibles
respuestas, resultó que sería de su mismo gremio.
De más está decir que llegado el momento no inicié
ninguna carrera universitaria y, de haberlo hecho,
la última en mi larga lista era la Facultad de
Ciencias Económicas de la UBA.
Pero, ¿por qué director de cine? ¿por qué
escritor? Sobre esta última opción diré brevemente

del rubro más importante del mundo: Price, Waterhouse &


Peate; luego trabajaría por años en la CBS, que por aquella
época publicaba a los intérpretes más reconocidos (me hice
una discoteca con los discos que me regalaba a fin de mes), y
más tarde terminó laborando para el Estado, en el Ministerio
de Economía o en la Auditoría General de la Nación, no estoy
muy seguro, donde continúa trabajando. Pero lo más
importante del caso y lo que explica cabalmente por qué
elegí ser CPN como última opción, es que se había casado con
mi tía Rosa, mi preferida sin lugar a dudas, quien me había
llevado por vez primera al cine a ver películas: al Los Angeles
particularmente, temático de Disney, donde había sentido
iniciáticamente el placer inigualable de gozar del cine en el
cine. Sumale a ello que era el primer profesional
universitario en la familia y ahí tenés la concesión
realizada. Es decir, por si no te quedó claro: la tercera opción
fue para congraciarme con él (además solía regalarme
autitos de colección) y de algún modo halagarlo.

Yo, Gustavo H. Mayares / 101


102 / Yo, Gustavo H. Mayares

que desde leer una edición abreviada de La isla del


tesoro de Robert Louis Stevenson que me regaló
mi tía Ester (creo haber dicho ya que mi más
temprano acercamiento a la literatura fue con las
novelitas de Corín Tellado y las fotonovelas de
Nocturno que me pasaba mi vieja) y poco más
tarde otros dos libros cruciales en mi vida: Cuentos
de amor, de locura y de muerte de Horacio Quiroga
y un compilado de cuentos de Edgar Allan Poe [2],
desde esos momentos, decía, no he querido ser otra
cosa, hacer otra cosa mejor dicho: escribir [3]. Con

[2] Sí recuerdo que Allan Poe, un perfecto desconocido hasta


entonces, me fue recomendado por la bibliotecaria del
Dorrego de Hurlingham un día que su ayuda requerí para
no pasar una jornada de aburrimiento extremo cuando
habían faltado todos los profesores, no sé si casualmente o
por paro. Yo iba a primer año, en 1976, y hasta recuerdo
del volumen ajado que me entregó. Así inicié mi gusto por
los cuentos de terror y ahí se inició un largo período de terror
más que real.
[3] Mi actual profesión de periodista no es sino un sucedáneo
de aquella pretensión que hoy perdura como ínfula; también,
mi oficio de diseñador y mis pasatiempos como fotógrafo y
dibujante, tienen que ver con mi actual frustración; como
mi gusto por cuento tenga que ver con el cine e incluso con
Hollywood, mi nostalgia por las viejas estrellas que hoy van
muriendo (el reciente fallecimiento de Charlton Heston,
inigualable protagonista de la admirable Ben-Hur, de la
increíble Planeta de los simios y de Zoylen Green –de la cual
conservo algunas muletillas y describo algunas escenas para
metaforizar sobre ciertos momento de mi vida–, entre
muchas otras, me provocó una profunda tristeza) y los viejos
buenos tiempos del cine argentino, con Argentina Sono Film
y los Estudios San Miguel (me provoca una honda nostalgia
ver las películas de la era de oro del cine argentino, con
estrellas de la talla de Tita Merello, Luis Sandrini, Juan
Carlos Thorry, Delia Garcés, Angel Magaña, Olinda Bozán,
el afrancesado Georges Rigaud, Libertad Lamarque
interpretando ‘Besos brujos’ de ese modo tan...

Yo, Gustavo H. Mayares / 102


103 / Yo, Gustavo H. Mayares

ellos también me bauticé como eterno y


empedernido lector.
¿Y director de cine...? Si aquellos libros sirvieron
para fundarme como lector y escritor amateur, las
maratónicas sesiones de Cine de súper acción por
el 11 y Hollywood en castellano por el 13, que me
permitieron descubrir y gozar del cine policial
norteamericano con Bogart, James Cagney y
Edward G. Robinson; del cine de ciencia ficción
[4]; de aquellas megaproducciones históricas
como Ben-Hur y Espartaco (¡qué actuación la de
Kirk Douglas!), o las de piratas y de espadachines
como Scaramoushe y las de caballeros como
Ricardo corazón de león con Robert Taylor o

característico, la mismísima Mirtha Legrand, el viejo que


hizo de Sarmiento –nuestro Spencer Tracy–, entre muchas
otras y otros cuyos nombres ahora no recuerdo pero sí sus
maravillosos rostros y espléndidas actuaciones algo
amaneradas en perspectiva pero correctísimas para la
época). Estoy completamente seguro que, de haber vivido
mi juventud en aquellos años, me hubiera ganado la vida
como director o guionista.
[4] Siempre recuerdo la primera Guerra de los mundos, El
día que paralizaron la tierra con el indestructible Klatoo, El
planeta perdido con el utilísimo robot Robby, la maravillosa
La máquina del tiempo con Rod Taylor y aquella belleza
rubia Mioux-Mioux o apodo similar, la superlativa El increible
hombre menguante sobre la maravillosa novela de Richard
Matheson (querido autor de Soy leyenda y de los capítulos
más fascinantes y aterradores de La dimensión desconocida),
El día que la Tierra se quebró o algo así, que trataba sobre el
planeta partiéndose en dos luego de muchas pruebas
nucleares en profundidad, las raras inglesas y las japonesas
con Godzilla y su masiva destrucción de ciudades de cartón
pintado; entre muchos otros filmes que se me escapan en
este momento.

Yo, Gustavo H. Mayares / 103


104 / Yo, Gustavo H. Mayares

aquellas simplemente de aventuras con Errol


Flynn; de los westerns con John Wayne y el
insípido Alan Ladd; de aquellos terribles dramas
con Bette Davis (siempre formidable); de las
bélicas (especialmente las de aviones y las de
barcos como Nido de águilas y La batalla de
Midway); de las agradables comedias con Cary
Grant (tengo presente La casa del bote o algo así,
con Sofía Loren) y especialmente las livianitas con
la inefable dupla Rock Hudson-Doris Day (me
encanta como cantante), o aquellas con los
erotizantes escotes y caderas de Marilyn Monroe;
de las exóticas con Gary Cooper o Clark Gable en
Marbunta (¿era Gable o era Heston?) o Spencer
Tracy en Krakatoa al este de Java (que me hizo
llorar a moco tendido); de las cómicas de y con
Jerry Lewys y las delirantes con Abbot y Costello;
de los melodramas con Rita Hayword, Elizabeth
Taylor, David Niven y Henry Fonda; de las de
horror con Vincent Price en la primera y alucinante
La mosca o junto a Boris Karloff y Peter Lorre en
Cuentos de terror sobre historias de Poe; incluso
de las religiosas como Los 10 mandamientos o Rey
de reyes; extraordinarios filmes como La leyenda
del indomable, Un hombre llamado Caballo, El
emperador del Norte, La reina africana, 55 días
en Pekín, Las minas del rey Salomón, Los pájaros,
Hércules, Sansón y Ulises, El ciudadano, La cosa,
Khartum, Qué fue de Baby Jane, Los caballeros
las prefieren rubias, Nido de ratas, Cleopatra, El
tesoro de Sierra Madre, El cartero llama dos veces,
Rebeca una mujer inolvidable...; todo esa voraz

Yo, Gustavo H. Mayares / 104


105 / Yo, Gustavo H. Mayares

ingestión de cine (¡qué películas, por favor!), decía,


me formaron como incurable cinéfilo. Luego vino
el cine en el cine, propiamente dicho, que terminó
de templarme como tal.
De ahí a pensar yo puedo o yo quiero hacer
películas como esas, hubo un solo paso. Por eso
quería dirigir películas. Más aún, siempre creí
tener talento para ello, por lo menos durante mi
tierna adolescencia. Si cuando escribía un cuento
(aún hoy me sigue ocurriendo), aquellos pastiches
preadolescentes con moscas asesinas y cosas así,
mezcla entre las historias de Poe y Quiroga y las
decenas de películas clase B que devoraba como
helado de dulce de leche, mi relato se desarrollaba
primero en mi cabeza, en forma de imágenes-
escenas, antes de ser volcadas al papel; si en mi
cabeza los protagonistas de mis historias podían
ser tanto yo como Charlton Heston, Burt
Lancaster o Richard Burton.
Sin embargo, como dijo oportunamente mi tío
Orlando, ser director de cine (o escritor) en la
Argentina es muuuuuuuuuuuuuuuy difícil.
Imposible, diría yo, si es que no tenés un mango
partido al medio cuando deberías empezar o
contactos que te proporcionen esos muchos
mangos necesarios para filmar una película. Esta,
creo yo, es mi gran frustración: saber que no he
sido ni seré director de cine jamás, aunque mire
las películas con aspavientos antropológicos o trate
de memorizarme los créditos mientras todos se van
del cine o apagan el reproductor de DVD.
No obstante, recientemente ocurrieron un par

Yo, Gustavo H. Mayares / 105


106 / Yo, Gustavo H. Mayares

de sucesos que me llevaron a dudar sobre el punto


final que había puesto a mis deseos más arraigados
de la adolescencia, aquellos sueños que me
acompañaron incluso hasta bien entrada la
juventud.
El primero de ellos, poco más de un año atrás,
tuvo que ver con la entrevista que le realicé a
Lorena Cancela sobre el lanzamiento de su libro,
donde ella aventura que las nuevas tecnologías y
formatos cinematográficos –por llamarlos de
algún modo– permiten una democratización del
cine, en el sentido que cualquier hijo de vecino con
una camarita digital en mano puede convertirse
en director y productor. Si yo tuviera una de esas
cámaras..., pensé en algún momento.
El segundo se refiere al lanzamiento de Telefé
Cortos, pocos meses atrás, un programa de canal
11 donde pasarían cortometrajes realizados por
profesionales, estudiantes y amateurs. Cuando vi
la propaganda, tuve el impulso repentino de que,
si filmaba o grababa una película, seguramente
saldría seleccionado para la difusión; incluso
supuse que podría llevar la misma película a
festivales cortos en el interior del país, al menos,
sin pasar vergüenza. Llegué a escribir un guión
adaptado de mi novela Miramar y me sentí
satisfecho con lo producido; hablé con Juan y Raúl,
de Imagen 5, y ambos se mostraron dispuestos a
colaborar (hablamos de escenarios y locaciones,
de actores, autos, seleccioné la música, etc.). El
asunto parecía encaminarse pero, como suele
ocurrir, terminó por diluirse en el tiempo y en los

Yo, Gustavo H. Mayares / 106


107 / Yo, Gustavo H. Mayares

inconvenientes personales de cada (la lucha


individual por la supervivencia en enemiga mortal
del arte).
El tercero y más reciente se relaciona con el
regalo que Maru y Rody me hicieron para mi
cumpleaños número 46, acaecido el 24 de
diciembre último: Conversaciones con Woody
Allen, de Eric Lax [5]. Si bien lo recibí con ciertos
reparos, en el sentido de que un libro de entrevistas
no me entusiasmaba demasiado (tampoco Woody
Allen es de mis directores predilectos), su lectura
me depara –estoy promediándolo al escribir esta
entrada– una grata e inesperada sorpresa.
El libro, un bello ejemplar de tapas duras y
sobrecubierta negra, casi 500 páginas y decenas
de fotografías, es resultado de las innumerables
entrevistas que Lax (en tanto biógrafo oficial)
mantuvo con Allen durante treinta años. En ellas
el director aborda diversas cuestiones divididas en,
digamos, ocho ítems principales que refieren a toda
su obra cinematográfica: la idea; el guión; reparto,
actores e interpretación; rodaje, platós,
localizaciones; dirección; montaje; música; la
profesión de cineasta.
No obstante, dicha enumeración de capítulos
no dice nada al lado de lo que depara su lectura.
En ellos, a su través y a veces un poco
repetitivamente (hasta ahora, es el único

[5] Conversaciones con Woody Allen, de Eric Lax. Traducción


de Angeles Leiva. Lumen (Col. Memorias y Biografías)
Barcelona (España), 2008

Yo, Gustavo H. Mayares / 107


108 / Yo, Gustavo H. Mayares

problemita que hallé), Allen habla en primera


persona y en realidad describe el proceso creativo
que desembocó en sus películas, una a una, desde
Toma el dinero y corre (1969, así llamada en
España y acá conocida como Robó, huyó y lo
pescaron) hasta Cassandra’s Dream (2007, ignoro
cómo se llamó acá o si se estrenó siquiera). Así, el
lector se entera de cómo surgen sus ideas para un
filme, cómo desarrolla el guión, selecciona actores,
personal técnico, locaciones, etc.
Pero, insisto, no realiza una enumeración de
hechos y sucesos sino que, más bien, describe el
proceso mental y material que lleva a cada uno de
los resultados particulares, concretando así una
película [6]. Incluso hace parecer que todo ello es
relativamente fácil si te empeñás en llevarlo a cabo
(está bien que él filma en EEUU o Europa, no en
el Gran Buenos Aires; pero tampoco uno querría
dirigir Manhattan, Lo que el viento se llevó o La
dama de Shangai ni contar en el reparto con Paul
Newman, Ana Magnani, Robert de Niro, Meryl
Streep, Marlon Brando, Ava Gardner o Ernest
Borgnine). También puede considerarse una
especie de manual de realización de cine, en
general y a lo Allen, por los datos prácticos y

[6] Un descubrimiento personal: he visto más películas de


W.A. de las que creía; me doy cuenta mientras el tipo habla
de tramas y argumentos y en mi mente se materializan las
respectivas escenas. Incluso recuerdo haber leído un guión
suyo: Interiores, un pequeño volumen gris perla que adquirí
en mesa de saldos. Así que, sin ser un fan, puedo
considerarme un entusiasta accidental de su filmografía.

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109 / Yo, Gustavo H. Mayares

experiencias concretas que te tira en todo


momento.
Pero ¿dónde está la sorpresa, te preguntarás?
En que mientras leo el libro y las sencillas palabras
de Allen siento, concretamente, que ¡yo también
puedo hacerlo! Supongo que ni Diane Keaton ni la
preciosura de Scarlett Johansson vendrán a
Hurlingham para filmar bajo mi mando mi
versión de algún cuento de Quiroga ni mucho
menos de mis novelas; ni que la Paramount pondrá
una pequeña fortuna para que yo dirija; ni que
tengo el oficio y el talento de Peter Greenaway o
Ingmar Bergman... Pero “tampoco hay que ser
un genio para hacer cine...”, repite Woody una y
otra vez a lo largo del libro. “Millones de personas
que llevan toda su vida yendo al cine podrían hacer
una película”, añade por ahí.
De modo que, teniendo presente que algunas
cosas he escrito que pueden llevarse al cine, que
conozco un poco sobre cinematografía y dirección,
que algún camarógrafo es amigo y/o que las
cámaras digitales no están demasiado caras hoy
en día, que entre mis relaciones hay varios actores
y actrices (no muy conocidos, por cierto, pero
supongo que son buenos en el teatro y se prestarían
con gusto a este loco capricho), además de artistas
plásticos que bien pueden hacer las veces de
escenógrafos, y que tengo amigos que suelen
entusiasmarse con mis ideas, he desempolvado una
vieja ilusión y vuelto a poner al día lo que de
adolescente quería ser: director de cine.
Pronto verán el resultado, entonces; una

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110 / Yo, Gustavo H. Mayares

peliculita para ver qué pasa, sin mayores


pretensiones. Supongo que durante 2009, en algún
centro cultural de la zona, un club de barrio o
sociedad de fomento, en tu casa con el DVD,
aunque sea por YouTube [7]. Para darme el gusto,
nomás, y de paso cumplir con las condiciones que
a priori suponen una vida plena y feliz, según aquel
dicho popular recargado para la ocasión: plantar
un árbol (creo haberlo hecho), tener un hijo (tengo
dos), escribir un libro (un par largo he escrito) y
filmar una película.

30 de diciembre de 2008

[7] Estoy seguro de que, con el prestigio –llamémosle así–


conseguido como periodista a lo largo de las últimas dos
décadas, tanto en Hurlingham como en esta región del
mundo, podría conseguir varios sitios públicos para
proyectar mi película e incluso un nutrido grupo de amigos,
conocidos y extras dispuestos a aplaudir o al menos reírse
un rato –si cabe– de y/o con mi locura. A mis hijos también
les gustaría, supongo. Sin embargo, no pienso en una
comedia sino en un drama; como no soy un genio y tengo
sentido común, sé que es más fácil hacer llorar o impresionar
que hacer reír. W.A. coincide conmigo.

Yo, Gustavo H. Mayares / 110


111 / Yo, Gustavo H. Mayares

El largo viaje de un año a otro

Fue mi primer Año Nuevo solo, creo [1]. Y no


resultó una experiencia agradable. Dejé para
último momento la elección del sitio y los
compañeros de celebración (los últimos dos años
pasé el 31 con Ale y Julio y sus respectivas familias)
y, por razones ajenas a mi voluntad, finalmente
ahí me quedé... Entonces, como me suele ocurrir
para estas fechas, me agarró una honda melancolía
por los buenos viejos tiempos, cuando las fiestas
eran verdaderas fiestas.
De pibe, muy pibe quiero decir, la última
semana del año era tal vez la más esperada: desde
el 24 de diciembre –día de mi cumpleaños– al 1º
de enero, mi casa y la de mis abuelos Rosa y Jorge
se cargaba de alegría, de música y de una

[1] Varios de los párrafos de esta entrada fueron escritos a


mano la noche del 31 de diciembre, mientras tomaba
cerveza, escuchaba mi música y la de los vecinos junto a los
primeros petardos y enviaba algunos mensajes de texto a
Estela, Naty y mi vieja que me hicieron llorar a moco
tendido.

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112 / Yo, Gustavo H. Mayares

agradable tensión, quizá por la visita casi cotidiana


de mis tías Ester y Rosa y mis tíos Beto y Orlando,
respectivamente, y la totalidad de mis primos y
primas [2]. Entonces pintaban los juegos, las risas,
incluso las peleas y los llantos por diferentes
motivos que pasaban rápidamente, como suele
ocurrir entre pibes. Yo, particularmente, en tanto
nieto y sobrimo mayor, la pasaba de maravillas
junto a mis hermanos Jorge, Edgar y, más tarde,
Guille. Todo a pesar de las malditas siestas a las
que nos obligaban, supongo que no para que
descansáramos sino para que nuestros respectivos
padres gozaran de un alivio a nuestra continua y
ominosa presencia en medio del trajín que debía
significarles el ajetreo propio de tales
acontecimientos.
No sé si porque he realizado una idealización o
porque fue realmente así (me niego a
preguntárselo a mi vieja para no destruir mi
ilusión, eventualmente), las mejores fueron
aquellas fiestas que pasamos todos juntos en lo de
la abuela Rosa, cuando mi abuelo Jorge todavía
vivía. Recuerdo la larga mesa tendida bajo la parra
a la que nos sentábamos todos y podía ser
compartida incluso por tíos-abuelos y primos
segundos (muchos de ellos de mi misma edad),

[2] Con los años me enteré de algunos conflictos familiares


que durante esas fiestas se generaban o se agudizaban, a los
que los chicos éramos completamente ajenos, dado lo cual
carecen de toda importancia, entonces y ahora.

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113 / Yo, Gustavo H. Mayares

como algún hermano de mi abuelo o de mi abuela


y algunos de sus mutuos sobrinos sanguíneos y
políticos, como suele decirse. Creo que en alguna
también estuvo mi bisabuela Bárbara, la que me
tejió mis medias de Boca.
La excusa podía ser Navidad o Año Nuevo, pero
de hecho se trataba de una gran comilona con
Feliciano Brunelli y ‘Oh Tannenbaum’ como
música de fondo (son el músico y la canción que
más recuerdo de aquellos tiempos, y que hoy se
me han vuelto paradigmáticos). A las 12 en punto
del 24 o del 31, hasta el reloj cucú de mi abuela
daba la hora de un modo muy especial...
Más adelante, de adolescente, mientras hoy los
chicos se rajan a las 00.15 quién sabe a dónde, si a
un bar o a una disco o algo así, a mí me gustaba
quedarme en casa y en mi cuadra. Está bien, ahí
estaban también los pibes: mis amigos (Tito,
Oscar, Mimo y otros más) se quedaban en el barrio
como yo. Tirábamos cohetes y tomábamos sidra
y cerveza en la vereda y la calle era nuestra; la
cuadra de mi casa y la esquina de Tito y Oscar
eran nuestras [3]. Por ahí pintaba la guitarra de
Oscar y cantábamos canciones de Sui Generis y
Moris hasta la madrugada, medio borrachos y

[3] Aún hoy, cuando eventualmente paso por mi cuadra (lo


que trato de evitar en todo momento), donde nací, crecí y
viví hasta los 20, me acongoja la nostalgia. “Barrio...
perdoná si al evocarte se me pianta un lagrimón que al
rodar en tu asfaltao es un beso prolongao que te da mi
corazón...” (perdón por el cambio).

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114 / Yo, Gustavo H. Mayares

divertidos, habiéndosenos sumado varios pibes y


pibas de cuadras aledañas.
Después, ya adulto, con Estela [4] nos
organizábamos para pasarla bien; un poco
borrachos y algo fumados, sobre todo el 31 a la
noche nos divertíamos bastante, con regalos para
los chicos (Naty y Fede y mis sobrinos Maribel y
Marquitos) y para nosotros también. Usualmente
estábamos con la mamá de Estela (¿sabés que no
me acuerdo el nombre y me da cosa llamarla a
Estela para preguntárselo...?), Tuty y Toris y sus
mencionados hijos.
Recuerdo como particularmente bueno el
primer 31 que pasamos en Escobar. ¡Estuvo
fantástico! Hicimos un gran asado en la casa que
mis cuñados alquilaban en medio del campo,
tomamos un montón de cerveza, fumamos
bastante, bailamos y tiramos cohetes con los
chicos, con las cañitas voladoras que se hundían
en la espesa negrura de la noche. Tan bien la
pasamos que allí nos quedamos unos cuantos días
y una noche de esas concebimos a Fede, de puro
felices nomás.
Pero en realidad era Estela la que siempre se
ocupaba de que todo estuviera bien. Yo, a lo sumo,
elegía la música a pasar y que no faltara cerveza...
Je je je. Por eso quizá, en momentos como esos

[4] Durante unos años también lo pasé bien con Ale, pero la
presencia de mis hijos es determinante para hacer hincapié
en determinado período de mi vida.

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115 / Yo, Gustavo H. Mayares

estraño mucho a Estela... supongo que por la


nostalgia que me invade. Con ella pasé los mejores
años de mi vida y los más divertidos, sin lugar a
dudas. (Obviemos conscientemente los malos
momentos).
El tiempo ha pasado y la vida con él... Sé que
nada será igual, ni siquiera parecido. Supongo que
me queda el recuerdo de haber vivido fiestas como
la gente, por así decirlo; un vano recuerdo que al
mismo tiempo es un dolor por la nostalgia que
genera en mí. Creo, no obstante, que no son las
fiestas las añoradas sino mi propia niñez
idealizada, mi paraiso perdido; también mi
adolescencia y mi juventud doradas. Sólo me
consuela –si es que existe un consuelo para tal
circunstancia– que mis hijos, una ya mujer y el
otro un adolescente, la hayan pasado tan bien
como yo en su momento.
La otra vez, en reunión de amigos y conocidos,
solté la siguiente y lapidaria frase: me gustaría
dormirme el 23 y despertar el 1º de enero... para
no hacerme tanto problema, omití. Un poco verdad
y un poco mentira. Todavía me gustan las fiestas.
¡Lástima esta melancolía de mierda!

2 de enero de 2009

Yo, Gustavo H. Mayares / 115


116 / Yo, Gustavo H. Mayares

Masacre sionista en Gaza

Esta mañana escuché por la radio a un oyente que


dejaba su mensaje para tratar de explicar de un
modo presuntamente didáctico la acción de Israel
contra la población de la franja de Gaza: “Es como
si tenés un vecino que durante seis años te cascotea
tu casa y tu familia –decía el tipo– y llega el
momento en que vos te cansás y le das una
trompada...”
Ante semejante dislate, mi primera reacción fue
la siguiente: claro, nada más que en lugar de darle
una trompada a ese vecino, vos le tirás una bomba
atómica que acaba con él, con su familia y con las
mascotas... Tras reflexionar brevemente, mi
segundo pensamiento fue: la pregunta que
deberías hacerte es por qué ese vecino te cascoteó
el rancho durante seis años. ¿No será porque vos
construiste tu casa sobre el terreno que le usurpaste
a ese vecino y seguidamente fuiste tomándole
otras partes del espacio que él ocupaba...? Aunque,
por cierto, no se trata sólo de una cuestión
territorial.
La agresión del Estado israelí al pueblo palestino

Yo, Gustavo H. Mayares / 116


117 / Yo, Gustavo H. Mayares

asentado en Gaza no tiene otra finalidad que


acabar con todo tipo de resistencia contra el avance
del sionismo en la región, para mejor cuidar los
intereses imperialistas allí donde EEUU y buena
parte de Europa han clavado sus garras,
fundamentalmente en lo que hace a riquezas
petroleras y demás. Y de paso, como ya advirtieron
muchos observadores, realizar una limpieza étnica
de la región.
Por otra parte, el papel de la ONU en la agresión
es, por un lado, patético y, por otro, tan criminal
como el de Israel. Salta a la vista que cuando los
intereses de los yanquis están en juego, dicha
organización no vacila en enviar los llamados
cascos azules o blancos allí donde hagan falta; o,
como en este caso, vacilar tanto que de hecho se
transforman en cómplices de lo que apunta a
convertirse en un genocidio, como en Irak, África
o América Latina, por otros medios [1]. Si tenías
dudas sobre la sujeción de la ONU a los intereses
particulares de Estados Unidos, supongo que ya
no te quedrá ni un ápice.
Mi conclusión (que tampoco es mía, pero
adhiero a ella) para lograr la paz en Medio Oriente
es que no queda otra salida que la destrucción del
Estado de Israel y la construcción desde nuevas

[1] Reinvindiquemos la tibia actitud, aunque actitud al fin,


tomada por Chávez, contra la complicidad de la ONU y el
silencio cómplice del gobierno Kirchner y demás progres de
la región sudamericana.

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118 / Yo, Gustavo H. Mayares

bases de un Estado libre, democrático y laico bajo


el cual convivan palestinos y judíos. La existencia
misma de un enclave fascista en la región, como
es indiscutiblemente el Estado sionista –
engendrado a tal fin para hacer las veces de
gendarme del imperialismo–, es a toda luces el
principal impedimento para alcanzar la
cohexistencia y la convivencia pacífica de judíos y
palestinos. Más concretamente: la existencia del
imperialismo y de sus gendarmes es
incompatible con la paz y aún con la vida
humana.
Y a nadie confunda, como quiere hacer creer el
embajador israelí en la Argentina, que ello implica
la eliminación de los judíos... Comparativamente,
es como si la destrucción del Estado nazi durante
la 2ª Guerra Mundial hubiera sido calificada por
parte del embajador hitleriano de aquella época
como el exterminio total del pueblo alemán.
Blanco sobre negro: en realidad es el sionismo
el que pretende exterminar, lisa y llanamente, al
pueblo palestino.

10 de enero de 2009

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119 / Yo, Gustavo H. Mayares

La paradoja de la foto

[1] El libro que me compré hace un tiempo atrás –


y que releo de cuando en cuando–, es/son los Cuentos
de Ernest Hemingway [2], publicado el año pasado
por Sudamericana (sello Lumen), según la propia
selección del autor en un volumen originalmente

[1] Advertencia preliminar. Tenía dos fotos y sendos


artículos en danza: el referido a la de Hemingway en la tapa
del libro y el correspondiente a la de mis hijos y yo en la
playa de Necochea (o Mar del Plata); el primero iba a
llamarse Mi Hemingway personal (me deprime) y el segundo
Un instante en la vida de un hombre. Sin embargo, al abrir
casual y simultáneamente ambos archivos, descubrí que
trataban sobre lo mismo: sobre dos fotos, eventualmente
sobre la fotografía; o más que sobre la fotografía en general,
sobre las sensaciones que me producen ciertas fotos en
particular, ¿no? Y supe que podrían ser uno mismo, como
finalmente ocurrió. E hilvanándolos descubrí la naturaleza
paradojal de las fotos, de esas fotos! No es la primera vez que
me pasa, pues voy escribiendo varios artículos simultá-
neamente, de acuerdo a las sensaciones y ocurrencias que
me estimulan la inteligencia y el alma. Y habitualmente se
trata del mismo tema: la vida, mi vida.
[2] Es la primera colección de cuentos de Hemingway que
leo (hasta ahora, sólo algunos sueltos acá y allá). Y no me
causó un gran impresión. A excepción, tal vez, de ‘Los
asesinos’, el cual supo inspirarme alguna vez un dibujo que
todavía me gusta (modestamente titulado ‘Pajarito’) y he

Yo, Gustavo H. Mayares / 119


120 / Yo, Gustavo H. Mayares

titulado Los cuarenta y nueve primeros cuentos


(1939). Lo hallé por casualidad husmeando en
anaqueles surtidos de la última Feria del Libro y allí
mismo me agarró como un ansia repentina y feroz
por tenerlo, como una compulsión posesiva
(preguntale a mi hija Naty si no me creés); pero hete
aquí que su precio (56 pesos) me impidió
momentáneamente la adquisición.
Mas como soy bastante permisivo con mis ansias,
vagando por la internet descubrí dos cosas que
sirvieron a los fines predichos, causas de mi pertinaz
ataque consumista: que siendo cliente de Movistar
tenés varios comercios con importantes descuentos
y que uno de esos comercios es electrónico y se llama
librería Norma. O sea: con el 15 por ciento de
descuento y pagando contrarreembolzo, obtuve mi
preciado bien.
Pero, ¿por qué tanta ansiedad, finalmente? Sucede
que tengo con Hemingway una relación muy
especial; yendo al grano: siempre quise escribir como
él, desde que leí la primera novela de su autoría:
Fiesta. Si por décadas imité grosera y vanamente a
Poe, Quiroga, incluso al Stevenson de La isla del
tesoro, entre muchos otros, al leer aquella novelita
supe que así y casi sobre aquello quería escribir yo,
que ese era –mil disculpas por la pretensión– mi
estilo. O el nuestro, si se quiere: el de Hemingway y

rescatado del olvido en un artículo reciente junto a otros


ejemplos de mi pasado artístico y de mi presente fotográfico,
con tu perdón.

Yo, Gustavo H. Mayares / 120


121 / Yo, Gustavo H. Mayares

el de un servidor. Si alguna vez ya lejana aventuré


que llegaría a ser escritor, supe en aquel momento
que sólo lo sería escribiendo como ese individuo [3]
que a partir de allí desveló mis noches con un puñado,
apenas, de novelas: Adiós a las armas, Por quién
doblan las campanas, El viejo y el mar, hasta la
bazofia (mal que le pese a García Márquez, quien la
considera “la mejor” de sus novelas) llamada Del otro
lado del río y entre los árboles, entre otras.
Vale advertir, sin embargo, que este artículo no
trata sobre la literatura de Hemingway en particular
ni en general, ni sobre sus novelas y mucho menos
sobre sus cuentos (aunque por allá abajo hay un
pequeño y humilde comentario al respecto); más
bien, trata sobre el Hemingway de carne y hueso –
que hoy deben ser polvo–, aquél con quien tengo
desde hace décadas la mencionada relación personal
(lo que nos une: nuestro estilo) y que ahora, de
repente, me produce bastante pesar, me deprime.
Quiero decir: si Hemingway me deprime no es por
su literatura, justamente.
Para ser preciso, me deprime profundamente la
fotografía de portada del libro que adquirí con un 15
por ciento de descuento gracias a Movistar y
usualmente releo, que reproduzco a continuación:

[3] Ojo, que también me pasó con el John Steimbeck de Las


uvas de la ira y con el Graham Green de El americano
impasible; últimamente hasta con Dolina! Pero nunca jamás
con tal fuerza y deseo tan pertinaz que hasta hoy día me
dura.

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122 / Yo, Gustavo H. Mayares

Cuando acabo con un relato y echado en la


cama me pongo a observar detenidamente esa
fotografía con la vana pretensión de descubrir la
cifra encerrada en algún detalle todavía
inexplorado (El Código Da Vinci dixit), me siento
raro, en un estado poco agradable. Y una de las
razones por las que ello ocurre –supongo la
principal– es que sé que dos años más tarde de
que el tipo se sentara a esa mesa para desplumar
el pajarraco y tomarse el whisky y la foto (más
bien se me hace un montaje para la ocasión),
terminó volándose la cabeza de un escopetazo.

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Esos ojos que me/te miran [4], ¿sabrán ya de ese


trágico desenlace que sobrevendrá/sobrevino en
un futuro/pasado casi inmediato...?
Como creían los esquimales o indígenas de no
sé dónde ni cuándo, la fotografía parece haberle
arrancado el alma para eternizarla en un instante
helado, tenso; a mí se me hace que la expresión de
don Ernesto, que esa expresión facial dice mucho
sobre el momento que el tipo vivía. Obviamente
en retrospectiva (usando un método del que abusa
la mayoría de los biógrafos sobre quien sea), tengo
la sensación que Hemingway ya sabía, sentado a
esa mesa y observando a ese fotógrafo tras la
cámara, que moriría: exactamente cuándo y cómo
había de saber ese hombre viviendo la decadencia
de sus fuerzas masculinas, parafraseando a un
psicólogo de cuarta (¡todos lo son!) y, de hecho,
una biografía sobre el gran escritor que leí hace
muchos años y de la que no poseo más datos en la
actualidad.
A veces me pregunto si yo mismo no sentiré lo
mismo de mí mismo cuando observe, en un futuro
más o menos lejano –espero–, alguna fotografía
de mí; tal vez entonces me pregunte si no sabía yo
en ese preciso momento, cuando la instantánea
era tomada, cómo sería mi presente/futuro, y tal

[4] Los ojos de Hemingway ya no observan lánguida y/o


tristemente a una cámara fotográfica y/o al fotógrafo que
la tomó: el señor John Bryson el 1 de febrero de 1959, en
Ketchum (Idaho, EEUU); esas pupilas están y estarán
clavadas eternamente en mí cada vez que vea la tapa del
libro de marras o el presente artículo, deprimentes ambos.

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124 / Yo, Gustavo H. Mayares

vez o seguramente me responda que sí lo sabía:


que todo estaba ya en mis gestos congelados, que
el secreto de mi vida anidaba en mis pupilas, que
lo sucesivo se preveía en la propia situación que
motivó la toma... ¿Un destino? No tiene la menor
importancia si sí o si no, pues ello se manifiesta
cuando él, es decir el destino, nos ha alcanzado.
Ello cancela cualquier paradoja que pudiere
ocurrir, lo que me da cierta tranquilidad.
Lo cierto es que las fotografías contienen un
misterio: revelan el futuro cuando éste se
convierte en presente.
Pueden, por ejemplo y eventualmente,
preservar para la eternidad también aquellos
momentos en los que fuiste inmensamente feliz.
Pero, ¿es posible revivir esos momentos al observar
una foto cualquiera...? Lamentablemente, es una
vana ilusión.
Si uno pudiera conservar dicho instante; aquel
momento en el que se sintió desmesuradamente
alegre y feliz, agradecido a la vida casi sin darse
cuenta... Si uno pudiera aferrar y conservar las
sensaciones vívidas de aquel momento en que tocó
el cielo con las manos o, como diría Marx (¿o fue
Engels?), lo tomó por asalto... Aquel breve cielo.
Fijate, si no, en la siguiente foto tomada en
playas necochenses (Fede dice que marplatenses,
pero tengo mis dudas) por Estela, en la que se me
ve a mí, o sea Mayares, rodeado por Naty y Fede,
mis hijos (otros dos Mayares), justo cuando nos
golpea la ola:

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Se trata de una foto que veo cotidianamente pues,


como imaginarás, la tengo en mi mesa de luz y cada
tanto la pongo como fondo de pantalla de la PC. A
veces, también, la observo detenidamente y me
arranca una sonrisa de alegría al rememorar la
escena, la enorme alegría que me embargaba y que,
supongo, también a mis dos hijos. La sonrisa de Naty
y la expresión de Fede, que luego, inmediatamente
–según recuerdo–, se puso a reir a carcajadas, dicen
bastante al respecto.
Sin embargo, no puedo sentir lo que en ese
preciso momento... Ni los cuerpos de mis hijos a mi
lado ni a Estela frente a nosotros cámara en mano
ni la playa ni el sol ni la risa ni la alegría compartida
ni las esperanzas o frustraciones que pudiera haber

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tenido y/o compartido ni las olas ni el viento


sucundún sucundún ni el frío del mar. Sé que soy yo
quien ahí goza y, por cierto, hay sensaciones que me
cruzan en todas las dimensiones de mi cuerpo y de
mi espíritu (llamémosle así, para el caso) al observar
la escena, pero no puedo gozar ahora nada de aquello.
Así lo haya vivido. En efecto, lo único que siento es
la melancolía de haberlo vivido. Y eso, te confieso,
me deprime; o, más bien, me pone en estado de
rareza existencial sin otras adjetivaciones posibles,
al menos en idioma castellano, que yo sepa.
Aún cuando dicen tanto, las fotografías no pueden
contener al tiempo presente. Por su propia
naturaleza, ellas son siempre imágenes del futuro,
de tu futuro, del de Hemingway o del mío. O acaso
tienen algún sentido cuando son tomadas, en el
segundo mismo de la toma; siquiera poco después,
mientras permanecen ocultas en la película o en la
memoria de la cámara... Siquiera mientras
permanecen ocultas en una caja o en un álbum: allí
nada significan. En este punto, son como las obras
de arte: se realizan –por así decirlo– no cuando el
artista las pinta o modela o filma o escribe ni cuando
las ha terminado y publicado, sino al encontrar a
otros seres humanos que se extasían con ellas; son
tales, obras de arte, en tanto cumplan esta finalidad.
Las fotos, pues, no hablan de aquel o aquellos
Mayares ni de aquel mar ni de aquel Hemingway al
borde del suicidio. Al observarlas me hablan, por
cierto, de lo que siento ahora por mis hijos [5], por

[5] Los amo, hijos míos; los amo como nunca amé ni amaré

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127 / Yo, Gustavo H. Mayares

el mar y por Hemingway; incluso por mí mismo.


Las fotografías de este artículo, tomadas con casi
medio siglo de diferencia y miles de kilómetros de
distancia entre Idaho y Necochea, hablan en verdad
de un solo tiempo y de un único individuo: del ahora
y de mí. Citando a Von Deniken, son como recuerdos
del futuro.
Pero, por suerte, cancelan toda paradoja (dicen
que la naturaleza no las tolera) porque ellas mismas
lo son: revelan el instante de tu ser al observarlas, lo
que has hecho de vos de allí en adelante, hasta el
instante justo en que te ponés a ver tu propio rostro
y el de quienes te rodean en el acotado rectángulo.
Este es su algebraico misterio.

a nada ni a nadie. Siento por ustedes, por vos Naty y por vos
Fede, un amor que me produce sensaciones completamente
contradictorias: la mayor de las felicidades y el mayor de
los dolores. Y si alguna vez no supe ser el padre que
esperaban, les pido perdón (perdón sólo se pide a los hijos;
para el resto de la humanidad alcanza con una formal
solicitud de disculpas); si alguna vez les fallé, como imagino
tendrán en mente varias, sepan que lo que hice fue con la
mejor y única de las intenciones: que sean felices. Qué más
se puede desear... Y esto, también lo sé, es otro acto de puro
egoismo de mi parte. En ‘Zamba para no morir’ se dice que
sólo en los hijos se puede alcanzar cierta forma de
inmortalidad, aún sabiendo que tal cosa, la inmortalidad,
no existe, yo confío en que la alcanzaré a través de ustedes,
porque nunca me olvidarán, y si ocurre que no conozca a
quienes los sucedan, sus propios hijos, por ejemplo, sé que les
hablarán de mí y si no lo hacen los amarán tanto como yo
los amo y he amado porque así los formé: para que amen lo
que tienen que amar y odien lo que tienen que odiar (la
explotación, la opresión, la injusticia, entre tantas otras
cosas).

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128 / Yo, Gustavo H. Mayares

Concluyo entonces que tenían razón aquellos


esquimales o indígenas de no sé dónde ni cuándo:
las fotos preservan –arrancándotelo (por algo se dice
sacar o tomar un foto, ¿no?)– cierto instante de tu
alma. Así, al fin, Hemingway y yo tenemos/
tendremos algo en común.

10 de marzo de 2009

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129 / Yo, Gustavo H. Mayares

Perra, basura, arpía

Una semana atrás, y por pura casualidad en el


domingo del Día Internacional de la Mujer
Trabajadora, varios amigos nos juntamos para
beber unas cervezas y comer un rico asado
preparado por Rubén. Julio (solo, sin la Colo ni
Ernestitor), Rubén (el asador), Ale, Palito (mi
sobrino, o sea el hijo de Ale) y yo nos reunimos en
casa de esta última, es decir de Ale, con otro
motivo también bastante especial: Julio, que es su
hermano, el de Ale, asegura que este año se
presentará en el pre Cosquín [1] para intentar estar
el año próximo en la ciudad cordobesa,
capitaaaaaaal nacionaaaaaaal del folkloreeeeeee;
para lo cual necesita de una canción inédita,
indefectiblemente.
Como todo el mundo sabe –y si no, te enterás
ahora–, desde hace muchos años escribo
canciones; mejor dicho, letras para canciones a las

[1] Tengamos fe en que así lo hará...

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130 / Yo, Gustavo H. Mayares

que yo mismo les pongo melodía pero otro,


eventualmente, les termina de poner música. Julio,
al ser mi amigo, lo sabía, por tanto me llamó una
semana antes (el sábado anterior al sábado previo
al domingo de marras) para preguntarme si aún
tenía “aquellas chacareras” que una vez le conté
había escrito y si, por casualidad, nos podíamos
encontrar para ver qué onda... No sólo accedí
gustoso al encuentro, sobre todo teniendo en
cuenta que no comía asado hacía meses, sino que
durante la semana siguiente al día de la charla,
desde ese mismo sábado, escribí varias canciones
más, entre canciones propiamente dichas (con aire
folklórico, por supuesto), pasando por dos lindas
zambas y una guaraña que hizo las delicias de mis
dos amigos músicos, guitarristas para más datos:
el mencionado Julio y el también nombrado
Rubén, a la sazón concertista de guitarra.
Por tanto, el domingo 8 de marzo se produjo el
encuentro, en horas del mediodía, y luego de
saborear exquisitos manjares cárnicos (asado,
vacío, pechito de cerdo, riñón, chinchulines, ¡hasta
mollejas!) y degustar varias Quilmes heladas (Ale
y Rubén toman ahora fernet con cola, ¿podés
creer?), hicimos la sobremesa poniéndole cuerdas
y acordes al total de las ocho canciones que llevé
para tal fin, es decir: para ponerles música (melodía
ya tenían, por cierto). Como te imaginarás, hubo
letras preferidas y otras no tanto; en las primeras
se hizo hincapié y ellos, es decir Julio y Rubén,
seguirán laburando sobre las mismas durante la
semana para darles el formato musical definitivo.

Yo, Gustavo H. Mayares / 130


131 / Yo, Gustavo H. Mayares

Yo, en tanto, asumí el compromiso de seguir


escribiendo.
Pero hete aquí que entre las no preferidas hubo
una chacarera medio burlona que contiene la
siguiente estrofa en el estribillo, cantado a viva voz
en el Día de la Mujer:
Yo sé que sos una perra,
una basura, una arpía,
pero entre tanta belleza
me quedo con tu falsía.
¡Para qué! Alejandra, apenas escucharla, soltó
el siguiente apotegma que provocó la lapidación
pública de los cuatro versos y de su autor, o sea
yo: “esas palabras son ofensivas para con las
mujeres; hay que cambiarlas”, o algo muy
parecido.
Como corresponde, rechacé tal calificación,
argumentando a mi favor: a) que tales adjetivos,
a saber: perra, basura, arpía, no estaban dirigidos
contra las mujeres en general sino contra una en
particular, nada buena, por cierto; b) que la
chacarera narraba una historia de ficción
protagonizada por un hombre que había sido
engañado y traicionado por la dama destinataria
de tales adjetivos; c) que si hablábamos de la letra
de una canción, lo hacíamos de una obra de arte
(independientemente del valor intrínseco de la
misma); d) que si los mismos calificativos se
hallaren en, por ejemplo, un cuento o una novela,
pronunciados por un personaje masculino hacia
otro femenino, a nadie se le podría ocurrir
reclamar al autor la censura lisa y llana de dicho

Yo, Gustavo H. Mayares / 131


132 / Yo, Gustavo H. Mayares

diálogo, así apuntare al género femenino en su


conjunto y por muy ofensivo que fuere, y e) que
los mismos cumplían un fin artístico: agudizar el
conflicto emocional del protagonista de la canción,
quien a pesar de saber a su amada perra, basura y
arpía, la prefería entre todas.
Aunque me parecieron argumentos bastante
sólidos y lógicos para convencer al cualquiera, no
hubo caso: Ale se mantuvo en sus trece; más aún,
su consigna –censuremos esta chacarera ofensiva
para con las mujeres– ganó las simpatías de Rubén
(es comprensible: desde hace un tiempo sale con
ella) y generó dudas en Julio (también lo es).
Conclusión: la letra en cuestión fue rápidamente
expulsada del futuro repertorio de Julio y muy
probablemente jamás vea la luz en tanto chacarera,
mucho menos en Cosquín o en otro reducto
redondamente feminista de la Tierra.
Sin embargo, generó en mí –en ese momento y
ahora– ciertas reflexiones sobre el arte y sobre lo
que es o puede ser considerado ofensivo para con
el género en esta ocasión presuntamente
victimizado por tres adjetivos ciertamente
peyorativos.
Y me viene a la mente Barcelona. Probable-
mente, tanto Ale como muchas otras mujeres,
varias feministas entre ellas, habitualmente leerán
y gozarán con risas y sonrisas esta publicación que
se caga risa de la mujer, del feminismo, de los
homosexuales (que llaman deliberadamente
putos), de los políticos de derecha y de izquierda,
de los machos, de los hombres, de las iglesias y de

Yo, Gustavo H. Mayares / 132


133 / Yo, Gustavo H. Mayares

las religiones, de los vivios y de los muertos... Y,


salvo que seas funcionario, burócrata, furio-
samente derechista –o sea nazi, fascista o
sionista– o recalcitrantemente chupacirios, a nadie
que se tenga al menos por demócrata, se le ocurre
pedir que los responsables de dicha publicación
cambien tal o cual adjetivo calificativo para quien
sea [2].
Pero tal vez el ejemplo del párrafo anterior no
se ajuste tanto al problema como sí podría la
historia del arte... Durante siglos o milenios, las
damas han sido tratadas virtualmente como
porquerías, sólo necesarias para satisfacer las
necesidades reproductivas de la humanidad y los
bajos instintos del macho. El arte, las artes
pusieron eso de manifiesto en bajorrelieves,
cuadros, poemas, obras de teatro, estatuas, etc., y
aún hoy, cuando hay mujeres que llegan a ser
presidentas (Cristina K., Bachelet, Isabelita,
¡Margarita Tatcher!), a ninguna se le ha ocurrido
clausurar un museo, cerrar un teatro o quemar
públicamente los libros de Sade.
¿Sucede, quizá, que cuando hablamos de música
y de letras, de la chacarera en particular, lo
hacemos de un género artístico menor que no
merece siquiera disfrutar de la mínima libertad
para expresar a su través lo que a uno se le canta...?

[2] Mucho menos a Ale que, alguna vez en un comentario a


un viejo artículo mío, calificó al amor poco menos que como
escoria capitalista.

Yo, Gustavo H. Mayares / 133


134 / Yo, Gustavo H. Mayares

Incluso, y aún pronunciados en la vida real


(¿quién cuernos no le ha dicho alguna vez a esposa,
amante, novia, hermana, etc., y bajo los efectos
de una ira consonante: sos una perra, una basura,
una arpía...?), podría caberles a tales improperios
las reglas que Fontanarrosa supo elucubrar
respecto a las mal llamadas malas palabras: que
no son tan malas ni tan buenas, que son palabras
y la maldad o la bondad que se les imprime están
determinadas por el sentir de quien las formula,
¿no?
Puedo prescindir de la citada y vilipendiada
chacarera; Julio no pasaría a la final del Cosquín
por cantarla ni la humanidad ganaría nada con
ella, ya que ni siquiera ingresaría a la historia del
arte en la sección de canciones olvidables pues, por
cierto, ni eso merece; mucho menos aparecer en
alguna versión mensual del Toco y Canto. Pero,
aprovechando la ocasión, no puedo dejar de
formular la siguiente reflexión: que sólo el arte
sobrevivirá. Je je je.
De cualquier modo, y aunque en la intimidad
de mi hogar seguiré cantando mi chacarera con el
anatemizado estribillo, machista, sexista y
ofensivo, probemos con una versión lavada y
pública que quedaría más o menos así:
Yo sé que vos no sos buena
ni de noch(é) ni de día,
pero entre tanta belleza
me quedo con tu falsía.
Como te darás cuenta –al menos yo me doy–,
poética y dramáticamente no funciona tan bien

Yo, Gustavo H. Mayares / 134


135 / Yo, Gustavo H. Mayares

como la cuarteta original... Pero buéh, se trata de


una pequeña concesión al mercado femenino que
eventualmente consumirá los conciertos y los
discos del dúo conformado por Julio (en voz y
guitarra) y Rubén (en guitarra), conmigo en coros
(a veces) y un bombista aún por conocerse.
Y vos, ¿te animás a mandarme una versión?
Respetando métrica, acentuación y rima, por
supuesto. Veamos si entre todos hallamos algo
superador, apuntaría Alejandra.

15 de marzo de 2009

Yo, Gustavo H. Mayares / 135


136 / Yo, Gustavo H. Mayares

Anticapitalistas

Unas mañanas atrás, en el programa agropecuario


radial (no podía ser de otro modo, tratándose de
una radio!) de La Red, Alfredo de Angeli aseguró
que “el método de las retenciones es lo más injusto
que hay”. Como todo productor de carácter
parasitario y atrasado, el tipo considera que todos
los impuestos, tasas, retenciones, etc., que se le
apliquen, son “injustos”. Cree –con cierta razón–
que dentro de sus tareas históricas como clase no
está sostener al Estado y a su burocracia,
responsabilidad que según él debiera recaer sobre
el conjunto de la población trabajadora –también
con razón, como se verá más adelante–. Consideró,
eso sí, que la solución pasaría por el impuesto a
las ganancias, una exacción que, como todo el
mundo sabe, ningún capitalista paga en su
totalidad y que además pesa finalmente sobre la
población toda a través de su transferencia a los
precios locales.
El gobierno nacional, mientras tanto y para
satisfacción de los De Angeli, se apresta a lanzar
un paquete de medidas que acabaría con el

Yo, Gustavo H. Mayares / 136


137 / Yo, Gustavo H. Mayares

conflicto que lo tiene en vilo desde la resolución


125 a esta parte. El adelantamiento de las
elecciones legislativas va en este sentido. Ya lo
anticipó el diputado Rossi –jefe de la bancada
kirchnerista– cuando, durante el debate en
Diputados sobre el tema, argumentó a favor que
“hay medidas que el gobierno no puede tomar en
campaña electoral”. En el mismo orden, todos los
analistas y opinólogos políticos y económicos
aseguran que lo más traumático de la crisis
internacional se notará agudamente en la
Argentina en el segundo semestre de 2009. Es
decir, tras la aprobación del adelantamiento
electoral, después de las elecciones; cuando,
justamente, el gobierno K deba tomar medidas casi
impensables en campaña: ¡profundamente
impopulares!
Entre ellas, aumentar el dólar a 5 pesos o muy
cerca de eso, con lo cual resolvería el problema de
los exportadores. Por ahora, sube centavo a
centavo, casi diariamente; pero la idea es llevarlo
muy cerca de esa cifra, pulverizando los salarios e
ingresos populares y profundizando el atraso. ¿Por
qué?
Ya lo dijeron los clásicos (en la Argentina, desde
Alberdi): una nación que basa o pretende basar su
desarrollo sobre la agricultura y la ganadería y la
exportación de esa producción, está condenada a
permanecer en el atraso y en la dependencia, a
agudizarlas. Este es el caso de la Argentina,
condenada per se a ser proveedora mundial de
materias primas (el famoso “granero del mundo”).

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138 / Yo, Gustavo H. Mayares

Como la España de la conquista, que transfería


las riquezas en metálico extraídas de América a la
Inglaterra capitalista, financiando así la revolución
industrial a escala universal. En otras palabras:
fueron el oro y la plata extraídas de América sobre
la explotación, esclavización y aniquilación de
millones de indígenas, lo que terminó acelerando
agudamente el desarrollo capitalista mundial y
conformando la sociedad y las relaciones de clase
que hoy conocemos.
Aunque suene a ucronía (en verdad lo es), sería
interesante preguntarnos qué hubiera pasado sin
aquel fenomenal aporte de capitales: ¿Se hubiera
producido la revolución francesa? ¿Conoceríamos
la democracia tal cual la tenemos hoy? ¿Se hubiera
abolido la esclavitud? ¿Los yanquis hubieran
pisado suelo lunar con sus austronautas?
¿Conoceríamos este milagro de la computación y
la internet...?
Insisto: ya lo dijo Alberdi al señalar la desgracia
de este país fundado por terratenientes y oligarcas
que hicieron su riqueza sin ningún tipo de
sacrificio, dejando pastar el ganado cimarrón en
la rica llanura pampeana y luego exportándolo
como tasajo, cueros, grasa, etc. Poco más tarde,
sembrando y cosechando sin esfuerzo –sólo del
peón– lo que crecía y aún crece en el riquísimo
humus de esta región. Marx, antes que Juan
Bautista (alias Beto), había notado y apuntado esta
cuestión al advertir sobre la tragedia histórica que
pesa sobre las naciones naturalmente ricas, cuya
estructura económica y social nacía de los frutos

Yo, Gustavo H. Mayares / 138


139 / Yo, Gustavo H. Mayares

que la naturaleza brindaba y no del esfuerzo/


trabajo humano ejercido para que la dura tierra
los brinde.
Por las razones apuntadas, sucede que acá como
en toda América Latina, el capitalismo no nació y
se desarrolló orgánicamente como allí donde hubo
que limarse la yema de los dedos para sacar algo
bueno del suelo difícil; como en Inglaterra,
Alemania o mismo Estados Unidos: desde el
pequeño taller artesanal y familiar hasta la gran
fábrica manufacturera que terminó ocupando a
miles de obreros y empleados. Acá, como en gran
parte de Asia y en toda Africa, la producción
capitalista se importó y se implantó mucho más
tarde gracias a las inversiones realizadas por
aquellas en las últimas décadas del siglo XIX y en
las primeras dos o tres del XX [1]. Por lo tanto, la
sociedad en su conjunto no sufrió el traumático
proceso de gestación y desarrollo infantil del
capitalismo, por medio del cual las clases –
burguesía y proletariado– se van formando y
esmerilando en ese antagonismo, pero concientes
de la dependencia mutua.
Ese injerto capitalista en un medio local ligado
ancestralmente al mercado mundial a través del
comercio de carnes y granos y condenado al atraso

[1] Para uno y otro caso, sirvan como burda analogía los
resultados naturales de Google y los patrocinados ante
determinada búsqueda...

Yo, Gustavo H. Mayares / 139


140 / Yo, Gustavo H. Mayares

por esta misma razón [2], y los capitales que


llegaban para el saqueo con la complicidad
inherente de pequeños socios locales que de pronto
pasaron de oligarquía terrateniente y/o
aristocracia comercial a ser capitanes de la
industria; ese injerto, decía, causó una especie de
choque de civilizaciones –para llamarlo
vulgarmente– que derivó en un agudo
antagonismo que se puso de manifiesto en las
grandes huelgas urbanas y rurales y las feroces
represiones que les siguieron [3]. La fundación del
viejo Partido Socialista, la constitución de los
sindicatos y la masividad del anarquismo en los
medios obrero e intelectual, son también
manifestaciones de ello.
Razón por la cual, aquí y en la mayoría del
mundo el capitalismo no se expresa sino por sus
alcances más bárbaros: desocupación masiva,
hambrunas, guerras, epidemias (¡dengue!), etc.,
al tiempo que sus avances más sofisticados no son
sino un pálido e ilusorio reflejo.
Sociológicamente hablando, si entre los siglos
XVII y XIX los artesanos y obreros europeos y
yanquis sabían que se constituían en necesaria
simbiosis, incluso con el beneficio de una gran

[2] Como ya se dijo, primero fueron el oro y la plata


americanos, que financiaron el desarrollo capitalista inglés
a través del atraso y decadencia españoles. Y hoy sigue con
la ganadería y la agricultura, como se puede apreciar
palmaria y redondamente en el llamado “conflicto gobierno-
campo”.
[3] La semana trágica, la Patagonia rebelde, etc.

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141 / Yo, Gustavo H. Mayares

movilidad social (con denodado esfuerzo y aplicado


talento el operario podía eventualmente
convertirse en artesano y propietario, y viceversa
si aquellas condiciones no se cumplían o se
dilapidaban), aquí y en el mayoritario mundo ‘no
civilizado’ se sabía –inconcientemente– que en la
fase decadente del capitalismo nada había por
ganar: ni movilidad ni importantes salarios como
en las metrópolis imperialistas ni derechos más
allá que los de un esclavo rentado. Si no se intuía,
se constató rápidamente.
Pero también ocurre, por lo mencionado
anteriormente, que vivimos en una sociedad
marcadamente anticapitalista; los argentinos
somos profunda pero inconcientemente
anticapitalistas. La historia, nuestra historia, ha
dejado marcas indelebles en el inconciente
colectivo, como quien diría. Aquel choque de
civilizaciones –perdóneseme la expresión y
entiéndaseme el concepto– no produjo en nosotros
sino una natural oposición a todo aquello que, por
mínimo que fuese, vislumbrase o vislumbrare
(ayer, hoy y mañana) la expoliación, el hurto a
gran escala, el saqueo anunciado. Y la respuesta,
como ha de ocurrir necesariamente en la segunda
mitad del año (Rossi y los K lo tienen presente) no
puede ir sino en consonancia. Esto nos distancia
de la minoría de la humanidad que goza de las
bondades del capitalismo.
Ejemplos al tanto:
• Si en EEUU se arma un ‘carralito’, los clientes
de los bancos entablan demandan individuales

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142 / Yo, Gustavo H. Mayares

contra ellos, llenando los juzgados de reclamos que


quizá tardarán años en ser respondidos... Acá,
como en 2001, la clase media con capacidad de
ahorro sale a las calles con ollas y martillos
dispuesta, de ser necesario, a demoler los edificios
que representan al capital financiero; furiosa hasta
el paroxismo, organizándose en entidades
beligerantes que recorren las calles a martillazos
y al grito de chorros chorros chorros, devuelvan
los ahorros.
• Si en EEUU hay desocupación masiva, como
apunta la crisis en curso, mayoritariamente los
tipos asumen con cierta resignación el episodio y
hacen cola en las oficinas de ayuda social para
cobrar lo que saben un importante –comparado
con el nuestro– subsidio de desempleo hasta que
lleguen buenos nuevo tiempos... Acá, la primera
reacción del desocupado es organizarse familiar,
barrial o socialmente, montar ollas populares,
reclamar de conjunto –como en todo el período
de los 90 hasta 2002/3– un subsidio de
subsistencia, la apertura de fuentes de trabajo,
incluso la reapertura de fábricas bajo su propio
control cuando han sido abandonadas y
desmanteladas por sus propietarios. Casi
simultáneamente se estructura en movimiento
piquetero y busca una salida política a la situación;
si no la encuentra, al menos es capaz de echar a
patadas a quienes ven como responsables directos
de su calamidad.
• Si en EEUU las grandes empresas presentan
‘recursos de crisis’, el Estado les insufla cientos de

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143 / Yo, Gustavo H. Mayares

miles de millones de dólares; si los bancos quiebran


o amenazan quebrar, el gobierno estatiza las
entidades bancarias que provocaron la crisis (más
bien subsidia al capital financiero para salvar de
la quiebra a ciertos financistas)... Acá, si el
gobierno quisiera hacer algo parecido, se arma un
escándalo de proporciones. El pueblo
(comprendida la gente en general: los trabajadores
y la clase media) no tolera siquiera los subsidios a
las empresas de servicios, por más que nos quieran
convencer que son para mantener bajas las tarifas,
el boleto de tren, etc. Naturalmente, provocan la
indignación social.
¡Pero no nos engañemos! Como en el ejemplo
de las últimas líneas del párrafo anterior, aquí
también se hace lo que en yanquilandia: el Estado
subsidia a las empresas, mejor dicho: a los
capitalistas. Más aún, desde las guerras de la
independencia a esta parte, desde que existen las
naciones latinoamericanas, los Estados nacionales
tienen esencialmente ese único rol: financiar con
fondos que se extraen a la sociedad –impuestos,
etc.– las ganancias de capitalistas locales
dependientes, condenados per se a la baja
productividad y al atraso; a un capitalismo sui
generis, importado, incapaz de hallarse a la altura
del mundo metropolitano y, por lo tanto,
anacrónico.
Sin embargo, los gobiernos locales no pueden
manifestar públicamente lo que Obama [4] sino

[4] Igual ojo, que minoritariamente en EEUU y masiva-

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144 / Yo, Gustavo H. Mayares

hacerlo subrepticiamente, cual ladrones. El terror


que les provoca nuestro anticapitalismo
inconciente –del que ellos son perfectamente
concientes– los obliga a andar continuamente en
las sombras, transando en la oscuridad de oficinas
la parte del león que corresponde a cada sector de
la burguesía y viendo qué migajas, si quedan,
dejarán caer de la mesa para alimentar al vulgo.
Temen como a la peste la reacción popular,
organizada y colectiva. ‘Si al menos fueran como
los japoneses o los yanquis...’, cavilan entre café y
café.
El norteamericano promedio (si es que algo así
existe) es individualista porque esa es la conciencia
del capitalismo, su historia, la ética –protestante–
que éste ha insuflado en su alma cerebral. El
sometido, el esclavizado ancestralmente, el
sojuzgado, el humillado, o sea nosotros, por el
contrario, tenemos una especie de moral
colectivista, de espíritu de cuerpo social que nos
acerca más al ser humano, a la humanidad. Lo
hemos aprehendido históricamente, desde los
remotos tiempos de los genocidas de antaño hasta
que nos forzaron a sangre y fuego los líderes del
saqueo capitalista y sus esbirros locales.
Si el modo de producción capitalista aliena (en
efecto: aliena), el alienado está allí donde el
capitalismo se expresa del modo más sofisticado

mente en Francia, por ejemplo, también hay oposición


popular.

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145 / Yo, Gustavo H. Mayares

(pongámosle EEUU, Japón y varios países


europeos), no donde expone sus ángulos más
brutales, como en Asia, África y América Latina.
Por eso allá hay héroes superdotados,
extraterrestres, enfermos, mutantes y
esquizofrénicos que salvan los pellejos de la ‘gente
común’, del ‘ciudadano’, cada vez que la injusticia
o el delito los apura. Y acá hay movimientos
liberadores, partidos de clase; como mucho, íconos
concretos de la emancipación (el Che, Farabundo
Martí, Fidel, o Evita, si se quiere). Allá el otro puede
ser, como máximo, un contribuyente, y acá es,
como mínimo, un compañero. Mientras acá se
confía en un destino común, en aquello de unidos
o dominados, allá reina la desconfianza, la
cosificación y el sentido común más ramplón...
El sentido común es de mucha utilidad en la
vida cotidiana, incluso para mantenernos con vida:
nos condiciona saludablemente para no meter el
dedo en la hornalla de la cocina, para no cruzar la
calle cuando un auto se acerca a gran velocidad,
para no saltar de un avión sin paracaídas, para no
tocar dos cables pelados cuando están enchufados,
para no acariciar a un perro rabioso... Pero,
convengamos, es de casi nula utilidad cuando se
trata de comprender los procesos científicos y
sociales y las acciones que de ellos derivan. Por
ejemplo: desde mucho antes de conocer la ley de
la gravedad de Newton, sabíamos que si nos
tiramos de cierta altura podemos rompernos la
crisma; no obstante, para entender la gravedad no
alcanza con saber eso: que tendemos natural-

Yo, Gustavo H. Mayares / 145


146 / Yo, Gustavo H. Mayares

mente a caer más fuerte cuanto desde más altura


nos lanzamos... Se requiere para aquello un
análisis bastante más sofisticado y profundo, el que
lleva al asombro ante los descubrimientos de las
pequeñas grandes cosas que nos constituyen y
conforman la sociedad y el Universo; desde la
molécula más pequeña hasta la metamorfosis
social o un agujero negro y los mecanismos que
intervienen para que, finalmente, entendamos
cómo somos, por qué somos y quiénes somos [5].

8 de abril de 2009

[5] Esta es, por cierto, nuestra principal virtud, lo que nos
hace humanos: el quién, ser concientes y preguntárnoslo.

Yo, Gustavo H. Mayares / 146


147 / Yo, Gustavo H. Mayares

Las ideologías son


una porquería
Para conocer a un cojo,
lo mejor es verlo andar.
Martín Fierro

Desde el título de este artículo, aparentemente


coincidiríamos con Francis Fukuyama, el casi
olvidado empleado de la administración Bush
devenido en teórico del capitalismo más rabioso...
[1] Suena raro pero, como dije, sólo es apariencia.
Desde una perspectiva ideológica –desde lo
aparente, desde este rasgo del discurso–, habría
una coincidencia lisa y llana entre aquél y quien
suscribe... Pero te invito a seguir leyendo para
descubrir que entre el escriba a sueldo del
imperialismo y yo nada hay en común.
Resulta que la vez pasada y a raíz las próximas
elecciones legislativas, se armó en el diario una
polémica alrededor de ser de izquierda o ser de
derecha como caracterizaciones aceptables para
los partidos y frentes en la presente campaña

[1] Una vez escrito, me cuesta bastante sostener eso de


‘capitalismo rabioso’ como excepción o alternativa al mero
capitalismo. La verdad es que cualquier adjetivación al
capitalismo no es más que una postulación ideológica, falsa,
como se verá por lo que sí sostengo más adelante.

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148 / Yo, Gustavo H. Mayares

electoral. Por ejemplo, para todos está claro que el


revuelto entre De Narváez, Solá y Macri es de
derecha, mientras que Sabbatella y su armado
electoral es... de izquierda. Javier Lema defendió
dicha caracterización a partir de su propia
pertenencia: de izquierda, como una manera de
esquematizar y delimitar posiciones políticas. Yo
defendí la mía: que, poco más o menos, las
ideologías son una porquería.
Para empezar, digamos que discutir sobre qué
o quién es de derecha o es de izquierda es una
entelequia o, si se quiere, una tautología: no lleva
a ningún lado, más allá del maniqueísmo con que
el sentido común tiende a ver la realidad social.
Sin embargo, suele ser tema de conversación y de
debate entre personas cultas y/o más o menos
inteligentes; incluso, entre aquellos con ínfulas
intelectuales –donde me cuento– parece ser un
tema elevado, complejo (en algún punto lo es),
digno de dedicarle charlas de café, de mesa editorial,
de sesudos artículos periodísticos y en sitios web –
como éste–, hasta de conferencias y libros sobre
los cuales ciertos personajes construyen prestigio
y, sobre todo, toda una carrera profesional; es
decir, hablando y escribiendo sobre casi nada.
No obstante, convengamos que la divulgación
de la ideología entre los círculos bienpensantes,
entre los llamados ‘formadores de opinión’,
también cumple una finalidad concreta, a saber:
hacer perdurar y proliferar un mito conveniente a
las clases dominantes para profundizar y hacer
perdurar su dominación. Un mito que,

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149 / Yo, Gustavo H. Mayares

consecuentemente, se ha divulgado y arraigado en


el conjunto de la población, de las masas, de la
humanidad. Los círculos académicos, las
universidades, los centros culturales, los orga-
nismos culturales, etc., son los sitios donde tal
despropósito cobra ínfulas, pero convengamos que
las ventajas que nos procuran los medios de
comunicación actuales (la tele, la radio, los libros,
las revistas, la internet, etc.) han potenciado esta
cuestión hasta límites nunca vistos.
Pero no se trata de ninguna novedad. Durante
siglos, los filósofos fueron los grandes ideólogos.
No obstante, sus conclusiones filosóficas derivaban
de observaciones más o menos racionales de la
naturaleza y de la sociedad de las cuales ellos
mismos eran emergentes, con sus condiciona-
mientos y limitaciones. Fue Wittgenstein, quizá el
filósofo más respetado e imitado del siglo XX,
quien alcanzó el acabose de tal paradigma al
sostener que “la única tarea que queda para la
filosofía es el análisis del lenguaje”; varias
generaciones de filósofos, sociólogos, pensadores,
politólogos y aún psicólogos, llevaron tal
paradigma hasta las últimas consecuencias,
divulgando el asunto universalmente, hasta su
masificación.
Hoy, eso es la ideología: el análisis del lenguaje,
un fenómeno cuasi psicológico, una especie de idea
de la idea, la impresión completamente subjetiva
que se tiene de las ideas de otro a través de su
discurso, de sus palabras; más aún, no amerita
como condición sine quanon para ser sostenida

Yo, Gustavo H. Mayares / 149


150 / Yo, Gustavo H. Mayares

contrastar ese discurso o esas ideas con la realidad.


Por eso, la ideología es ciento por ciento prejuicio,
un mito tan arraigado como la religión, en los
hechos su superlativización: nos quiere hacer creer
en lo que no existe (millones de personas lo creen),
en algo que no puede ser, contrario a toda
metodología científica e incluso a la naturaleza de
las cosas.
Mas, como dice el Martín Fierro, “para conocer
a un cojo, lo mejor es verlo andar”.
El partidario de la ideología como método o
parámetro, por el contrario, mira al cojo a los ojos,
ausculta sus pupilas, intenta discernir su perfil
psicológico y hasta sociológico, escucha
atentamente su voz y sopesa sus palabras, estudia
su postura y vestimenta, analiza sus ademanes y
mohines, y finalmente sentencia si el cojo es de
derecha o de izquierda... Así es mucho más fácil
que verlo andar: estudiar y analizar sus actos
pasados y presentes para así suponer concre-
tamente una perspectiva de accionar futuro.
Aunque a veces puede tener fines agitativos y
hasta propagandísticos (teniendo presente los
prejuicios sociales existentes, redondamente reales,
es lógico y normal que la izquierda se autodefina
como tal mientras la derecha se autodenomina
centro... je je je), digamos que la ideología es pura
superficialidad, lo más execrable del sentido común
por las consecuencias que acarrea. El fascismo y
el estalinismo son dos ejemplos claros. El primero
llevó la cuestión ideológica (de derecha) al
paroxismo: la llamada “solución final”, con que

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151 / Yo, Gustavo H. Mayares

pretendía aniquilar el judaísmo con siglos de lucha


contra la opresión, y al comunismo, de ser posible,
colonizando la URSS donde habitaban millones de
comunistas. La propia URSS pero también China
y España, dan fe de las consecuencias históricas,
trágicas para la humanidad, de la ideología (de
izquierda) que sirvió de paraguas a los grandes
crímenes de Stalin y del estalinismo, que acabó
asesinando a toda una generación de revoluciona-
rios y desmoralizando a varias generaciones más.
(Digamos, de paso, que Orwell fue su consecuencia
literaria más acabada.)
Si alguien se confunde y puede llegar a asimilar
ideología con teoría, vale advertirle que cualquier
ideología desnuda, despojada del floreo literario que
adorna su estructura, es mero pragmatismo. Si con
la ideología se vestía la sórdida desnudez del
pragmatismo, Fukuyama intentó elevarlo, como
dios lo trajo al mundo, al exhibirlo sin pudor como
en un desfile de alta costura. La idea era, no
obstante, imponer una nueva categoría ideológica
que resultase más convincente y sirva a los fines
históricos de la burguesía: seguir acumulando
ganancias. Porque ella, la ideología, muta de
ropaje pero se replica continuamente: sabe
adecuarse a los tiempos, aggiornarse.
Y el pragmatismo, debemos decirlo, es puro
empirismo, la negación de la teoría, de la praxis
desarrollada por Hegel y poco más tarde
profundizada por Marx y Engels. “Toda la teoría
del estalinismo se reduce a las botas de la GPU”,
decía Trotsky en alusión a la policía secreta de

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152 / Yo, Gustavo H. Mayares

Stalin.
El peronismo es otro ejemplo dramático para
la historia y para el pueblo argentino. Para los
estudiosos de las ideologías (no para sus
partidarios, que ven en lo que sigue la solución
evidente a un dilema que podría ser teórico para
los no iniciados en tal doctrina) resulta de él, el
peronismo, un gran problema: a veces es de
izquierda, a veces de derecha... Sus partidarios,
como dije, desechan redondamente tal dicotomía
o cuestionamiento existencial: “Todos somos
peronistas”, suele argumentar mi amigo Roly.
Esta, por cierto, es la ideología del peronismo-
pejotismo: puro y simple pragmatismo en función
de continuar usufructuando las mieles del poder.
Los eslóganes sobre liberación nacional, revolución
peronista, liberación o dependencia, Braden o
Perón, etc., utilizados por el aparato justicialista,
hoy no son más que eso: eslóganes de campaña,
expresiones vulgarizantes de su ideología.
La ideología peronista, su doctrina, sus
mandamientos, han tenido un efecto devastador
sobre la conciencia de las mayorías argentinas. Al
respecto, los interesadamente peronistas suelen
mencionar la “identidad peronista” del pueblo
argentino. Esto es ideología pura, destilada:
homogeneizar la identidad de un pueblo más allá
de las clases, de los intereses contrapuestos, de los
profundos e insalvables antagonismos sociales. Las
consecuencias concretas –para quienes defienden
el carácter estéril de la cuestión– son los Perónes,
las Isabeles, los López Regas, los Firmeniches, los

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153 / Yo, Gustavo H. Mayares

Menems, los Duhaldes, los Cavallos, los Ruckaufs,


los Sciolis, los Kirchners... Como el dios de los
cristianos, para el que todos los humanos somos
hijos y merecemos la misma consideración, el
peronismo pretende instalarse por encima de la
sociedad real e intenta desclasar a los trabajadores
argentinos para ponerlos bajo una misma bandera
de ‘unidad nacional’, de defensa insoluble del statu
quo, como quien diría. Desde aquel cielo impoluto
defiende los intereses económicos terrenales del
empresariado nacional y popular, ligado por el
tuétano a los intereses todavía más terrenales del
imperialismo.
Ya que hablamos de dios, digamos que el caso
de la religión, del cristianismo y específicamente
de la iglesia católica, es quizá el más trágico para
la humanidad –la superlativización ideológica,
como se dijo–. Ideológicamente identificada con
la paz, con la vida (‘desde la concepción...’), con el
espíritu y todo eso, con fuertes mandamientos de
los cuales el ‘no matarás’ puede ser el basamental,
el paradigmático, el eje sobre el cual se construye
toda la estantería bíblica, la iglesia –decía– ha sido
a lo largo de los últimos dos mil años la promotora
y a veces ejecutora de torturas, persecuciones,
grandes masacres y genocidios a escalas nunca
vistas antes ni después. Los pueblos indígenas de
América y los europeos durante el oscurantismo
dan fe de ello. La iglesia (todas las iglesias, todas
las religiones) es al mismo tiempo la entidad
ideológica por excelencia y una organización
criminal, siniestra.

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154 / Yo, Gustavo H. Mayares

A la sazón, la vez pasada escuché en la radio a


Pablo Marchetti [2], editor de Barcelona, asegurar
que “el periodismo es un relato de ficción”; coincido
con él, añadiendo que es un relato de ficción
porque ha sido teñido de ideología, imbuido de ella.
Los hechos que el periodismo relata, que los medios
relatan, están condicionados por la línea editorial
de cada medio, y la línea editorial no es más que
el manual ideológico de cada medio. Y lo digo con
conocimiento de causa, ello no cabe sólo a Clarín,
a La Nación o a Página/12, a Canal 13, Canal 7 o
radio Continental; cabe a todos los medios, por
ende a toda la prensa y al periodismo. Los
periodistas son (¡somos!) instrumentos de esa
monstruosa maquinaria. El vulgar ‘debate público’
sobre el delito y la pena muerte resulta aleccio-
nador al respecto. Y George Orwell, si no me
equivoco, lo señaló hace ya setenta años... [3]

[2] Para los amigos: ¿sabían que Marchetti era parte y


compositor de Sometidos por Morgan? Lo dijo en las
declaraciones radiales de marras.
[3] Oh, casualidad: en la noche del viernes Día del
Trabajador, mientras esto escribía y oía la tele, a propósito
de la escasa repercusión en los medios de la visita al país de
Evo Morales, Orlando Barone se preguntaba en el programa
6, 7, 8, de Canal 7, la siguiente tonería: “Los medios del
mundo... –hizo una pausa tipo ta tá ta tán– ¿son de
derecha?”, y la dejaba picando como quien ha hecho una
pregunta re-trascendental, como ¿cuál es el sentido de la
vida? o cosa por el estilo. ¿Será posible? ¿Puede ser que en
esta sociedad Marchetti sea considerado una especie de
humorista y Barone una de ‘intelectual serio’? ¿Puede ser
cierto ésto? Todo el tiempo estoy tentado de escribir algo así
como un ensayo sobre los medios de comunicación y la
prensa, titulado El imperio de los imbéciles, y cada día hallo
razones nuevas para emprenderlo.

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155 / Yo, Gustavo H. Mayares

La ideología sirve para confundir, para


amilanar, para infundir determinada idea de la
vida (ejemplos: ‘siempre hubo pobres y siempre
los habrá’, ‘de los pobres será el reino de los cielos’,
‘la propiedad privada es sagrada’, ‘la familia es la
base de la sociedad’ y otros por el estilo), para
borrar en lo posible todo rasgo de humanidad o
individualidad en las personas; sirve para
masificar bajo el llamado discurso único y
unidireccional. Su utilidad refiere básicamente a
des-caracterizarnos, quitarnos nuestro carácter
único e inigualable –como verás más adelante–,
para transformarnos en ovejas obedientes del
rebaño ajeno. La ideología es la biblioteca de la
alienación, su corpus literario, por decirlo de
alguna manera.
Pero no la denuncio porque sea tendenciosa
(para izquierda o para derecha); en el fondo, esa
cuestión no tiene ninguna relevancia: en términos
históricos, da igual. La denuncio per se: es
perniciosa por si misma, apunte para donde
apunte. Parafraseando a Engels: el problema no
es la ideología de derecha o de izquierda, sino la
ideología en si misma. [4]
Mi radical diferencia o distancia con el
Fukuyama del tan divulgado pasquín [5], titulado

[4] Dijo Engels algo así: “El problema no son los bajos salarios,
el problema es el salario”.
[5] ¿Cabe aclarar que nada me une a todo Francis Fukuya-
ma? Ya está, por las dudas.

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156 / Yo, Gustavo H. Mayares

accidentalmente casi como este artículo, es que lo


que él proponía no era un cuestionamiento a las
ideologías como tales, a fin de destruir
teóricamente un mito que postula la alienación
intelectual; sino, en presunta contraposición, como
el nuevo reino universal del pragmatismo, del
empirismo político y económico más rancio; es
decir: una nueva ideología. Al tiempo que
Fukuyama sostenía la muerte de las ideologías,
postulaba una de igual o peor calaña, que suponía
superadora de todas las anteriores. Muchos le
creyeron honestamente, con el muro de Berlín
cayendo a pedazos como escenografía [6].
No obstante, la realidad cotidiana hace polvo
toda ideología en tanto supuesto o presupuesto. En
los hechos, en sus actos, los ideológicamente de
izquierda o progresistas se parecen tanto a los de
derecha o reaccionarios como dos gotas de agua.
Esto sucede generalmente cuando, pongamos por
caso, partidos políticos ubicados ideológicamente
a la izquierda o a la derecha obtienen el poder
político. La historia argentina es perfectamente
ejemplificadora al respecto.
No es tampoco que todo me dé igual. No me da
igual Hitler que Stalin, una democracia (donde la

[6] Hace muchos años, creo que en El gran organizador de


derrotas (que alguien me corrija si no es ahí), León Trotsky
postulaba la encrucijada fatal de la burocracia estalinista:
ser derrotada y desbancada por las masas sublevadas o, en
su defecto y lo que finalmente ocurrió, pasarse con armas y
bagajes al imperilismo.

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157 / Yo, Gustavo H. Mayares

ideología está por encima de la fuerza) que una


dictadura (a la inversa); ni me son indistintos
Kirchner o Menem, incluso, para serte sincero. Sé
que no son iguales y a veces ni parecidos los
métodos con que unos y otros nos sojuzgan; pero
también sé que, en efecto, nos sojuzgan, que la
finalidad histórica de todos ellos es eternizar la
opresión y la explotación, en la medida de sus
posibilidades y con los medios de que dispongan
en tal o cual período histórico [7]. La hojarasca
ideológica los separa, pero sus objetivos concretos
los igualan. Y esto último, finalmente, es lo que
de verdad importa.

3 de mayo de 2009

[7] Son mis métodos respecto a ellos los que varían, en todo
caso.

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158 / Yo, Gustavo H. Mayares

Apuntes sobre una


biografía de Orwell

¿A vos no te pasa que leés un libro –pongámosle


un ensayo, para el caso– y que la primera vez
muchas cosas no te quedan bien claras o te pasan
desapercibidas? Quiero decir que cuestiones
importantes no las entendés a la primera lectura
y luego, cuando releés, es como que se van
aclarando, ¿no? Me pasa mucho con La teoría del
todo, de Stephen W. Hawking, que al contener
tanta fórmula y tanto concepto complejo la
primera vez entendí bastante pero poco, la segunda
algo más y así sucesivamente (dicho libro ya me
lleva cuatro o cinco lecturas, al menos, y la verdad
que sigue habiendo cuestiones que continúan
intrigándome y asombrándome al discernirlas, a
pesar de lo escrito anteriormente).
..............................................................................
Acabo de releer La victoria de Orwell, de
Christopher Hitchens [1], una biografía intelectual

[1] La victoria de Orwell, de Christopher Hitchens. Trad.


Eduardo Hojman. Emecé Editores (col. Cornucopia) - Bs. As.,
2003

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159 / Yo, Gustavo H. Mayares

y política del gran escritor inglés (autor de 1984 y


el Gran Hermano y de Rebelión en la granja, entre
otros) y he de aceptar definitivamente que en un
aspecto me produjo una gran desilusión. No el
libro, que es bueno, entretenido y bien escrito. A
su través, uno se va enterando de cómo vivió el
tipo, de cómo era su época, qué pensó sobre ella,
su época, y de cómo actuó al respecto, respetando
siempre su propio creer con relación a muchas
cosas: la literatura, la política, la realidad de su
país y del mundo colonizado (India, Birmania,
Africa), los debates intelectuales que había
alrededor de esas cuestiones, el estalinismo, el
imperialismo, la vida... Incluso te podés enterar
que los homosexuales le provocaban escalofríos y
que, en fin, su moral cotidiana –llamémosle así–
no superaba la media del inglés medio.
Ciñéndome exclusivamente a esta biografía y
en un solo aspecto, digamos que Orwell me
desilusionó... [2] (Hitchens no: nunca deposité en
él ilusión alguna.) El problema es que siempre creí
–supina ignorancia la mía– que Orwell había sido
anarquista. No obstante saber que muchos, con
cierto tino, consideran al anarquismo como
conservador y en algún punto de derechas (su
negativa a arrebatar el poder a la burguesía allí
donde pudieron hacerlo, como Cataluña; su
participación en el Frente Popular español; etc.

[2] Tal vez debiera leer otros libros, otras biografías y otros
biógrafos antes de emitir semejante declaración... Tal vez...

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160 / Yo, Gustavo H. Mayares

[3]), confieso que los anarquistas me caen


simpáticos, desde siempre tengo por ellos el respeto
que corresponde a quienes se juegan enteros por
lo que profesan y son o fueron víctimas fatales de
un sistema y la falta de perspectiva política de sus
creencias (Zacco, Vanzetti, Severino Di Giovanni
y los militantes de la Patagonia rebelde, entre
muchos otros).
..............................................................................
Debo decir que al principio me parecía extraño
que, en la segunda página de su libro, Hitchens
sostuviera aquello de que “si Lenin no hubiera
pronunciado la máxima ‘el corazón ardiente y el
cerebro frío’, podría haber sido adecuada para
Orwell”. Claro, es tal la aversión del biógrafo por
los bolcheviques, el comunismo y su pretendida
pero equívoca continuidad: el estalinismo, como
la que sentía el propio Orwell, quien consideraba
que “los horrores como los de las purgas rusas
nunca me sorprendieron, porque siempre había
presentido que eso –no exactamente eso, pero algo
como eso– estaba implícito en el dominio de los
bolcheviques”.
Entonces, si hasta hace poco simpatizaba tanto
literaria como políticamente con Orwell –por las
razones apuntadas–, tras la nueva lectura del libro
la simpatía política se redujo a menos que cero (le

3. Estoy convencido de que la experiencia anarquista durante


la guerra civil española acabó por poner una lápida al
anarquismo como perspectiva política para los trabajadores
y las masas en general.

Yo, Gustavo H. Mayares / 160


161 / Yo, Gustavo H. Mayares

sigo reivindicando el valor, su posición en Cataluña


y su antiestalinismo, aunque lo llevase al
anticomunismo más derechista, si se quiere). Pues
resulta que no era anarquista ni quería serlo; que
sus ideas económicas estaban mucho más cerca
de Keynes que de Marx e incluso de Bakunin y que
además solía confesarse privada y públicamente
laborista, partido que poseía un ala izquierda entre
los socialistas ingleses de aquel entonces.
..............................................................................
Enemigo del colectivismo anarquista y de
cualquier otra índole (llegó a sostener que “el
colectivismo no es inherentemente democrático,
sino que, por el contrario, le otorga a una minoría
tiránica poderes tales que los inquisidores españoles
jamás soñaron poseer”), era partidario del libre
mercado capitalista con algún que otro control
estatal, según indica su ya citado biógrafo.
La misma lógica que aplicaban los enemigos de
Orwell, al apuntar que su denuncia de los crímenes
del estalinismo en la retaguardia española durante
la guerra civil lo convertían en los hechos en aliado
del fascismo, la aplicaba él mismo al considerar al
estalinismo como continuidad lógica y
confirmación del bolchevismo y no como su
negación. Es decir, en ambos casos: la lógica
formal, antidialéctica.
..............................................................................
En alguna época, allá por mis 20 y pico, cuando
gozaba de cierta fe en la humanidad, yo creía que
el ser humano se emanciparía de la opresión y la
explotación por si mismo, y que no haría falta

Yo, Gustavo H. Mayares / 161


162 / Yo, Gustavo H. Mayares

partido, gobierno o poder de ningún tipo para


dirigirlo hacia ese paraiso terrenal, a un mundo
de amor y paz. Más que La Internacional, me
himno dilecto era el de la Alegría de la 9ª de
Beethoven. En algún sentido, seguía siendo el
adelescente que pataleaba contra el cristianismo
infantil pero no podía quitarse de encima esa losa;
suponía que algo superior debía haber, una especie
de ética superlativa e inmanente que necesaria-
mente debía llevarnos al Parnaso. Pero la historia
es más poderosa que el más poderoso de los deseos
de los hombres, dijo alguien.
..............................................................................
Orwell era un hombre temeroso. Temía tanto
al totalitarismo y por ende a la falta de libertad
que no se disponía a correr riesgos (ya los corrieron
Lenin y Trotzky y mirá cómo les fue..., habrá
pensado). En este sentido puede explicarse su
profundo conservadorismo, su apego a la
democracia burguesa. Su furibunda denuncia del
imperialismo no quita ni agrega nada a ello sino a
él, como un demócrata consumado, un progresista
de la mejor clase que, sin embargo, no está
dispuesto a cambiar un mundo brutal por otro
posiblemente mejor sino a morigerarlo allí donde
se pueda: control estatal ante el vandalismo
capitalista, por ejemplo.
..............................................................................
Obviamente, Orwell no desconocía la
implacable lucha de Trotsky y los trotskistas contra
el totalitarismo de Stalin y los suyos (el cerdo de
Rebelión en la granja lleva su nombre y el

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163 / Yo, Gustavo H. Mayares

Goldstein de 1984 está inspirado en la figura del


gran revolucionario ruso); de hecho, sus
compañeros de lucha en el frente catalán eran
principalmente los anarquistas y simpatizantes
trotskistas del POUM; ni siquiera que ellos, los
trotskistas rusos, habían sido las principales
víctimas de las purgas, lo que denunció
públicamente ahí donde pudo (“toda esta cuestión
no es meramente increíble como una conspiración
genuina –dijo sobre las burdas acusaciones que
hacían pesar sobre los trotzkistas durante la farsa
judicial que se montó en Moscú–, está muy cerca
de ser increíble también como incriminación
falsa”), mucho menos del asesinato de Trotsky en
Coyoacán por parte de un esbirro de Stalin.
Sin embargo, su democratismo orgánico lo
obliga a confundir, primero, toda la política del
PC y del estalismo con el bolchevismo y luego a
condenar a los antiestalinistas (de izquierda,
pongámosles) que luchaban en todos los frentes,
como hacedores de su propia destrucción, como
creadores del engendro, fatalmente...
Hitchens, presa intelectual y política de su
biografiado, coincide con él: dice que el marxismo
ha dado en el siglo XX individuos incorruptibles
como Andrés Nin y “retorcidos” como el líder
norcoreano Kim Il Sung; le resulta imposible
comprender que éste último es la negación y no la
consumación de la teoría y el método que dice
seguir y que erróneamente se supone lo engendró.
Llevando al extremo la misma lógica (otra vez
formal!), sería como suponer que el marxismo y

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164 / Yo, Gustavo H. Mayares

el bolchevismo –su afirmación– engendraron


también al fascismo y por ende al nazismo debido
al remotísimo pero cierto pasado socialista de
Mussolini, mucho antes de convertirse en aquel
siniestro fontoche de emperador romano.
..............................................................................
Hitchens sostiene que “ahora que el tercer
milenio avanza y que las revoluciones rusa, china
y cubana desaparecen del horizonte, es posible
argumentar que la Revolución [norte]americana,
con su promesa de democracia cosmopolita, es la
única revolución ‘modelo’ que le queda a la
humanidad”. Este, pues, es el ‘modelo’ del biógrafo
y posiblemente habría sido el del propio Orwell,
que sin embargo no lo expuso de manera tan
descarnada, al menos que yo sepa. Nadie
contemporáneo a dicha revolución podría haber
estado en desacuerdo con tal afirmación; pero
hacerlo hoy día, tras dos siglos y pico, suena a
exabrupto, a identificación lisa y llana con la
democracia burguesa y con el imperialismo.
De ahí que que el biógrafo no acepte ni por las
tapas aquella máxima leninista para ser aplicada
al biografiado. No es que no se ajustara a la verdad
y a Orwell; es que su antileninismo –es decir: su
antimarxismo– es tan grande que nada dicho por
un revolucionario ruso podría ser aplicable al autor
de 1984 sin cometer una presunta herejía.
..............................................................................
Es tal la admiración e identificación del
biógrafo con el biografiado sencillamente porque
la “victoria” de Orwell supone la victoria de

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165 / Yo, Gustavo H. Mayares

Hitchens. A lo largo de todo el libro, la


reinvindicación política de Orwell acaba siendo la
vindicación del propio autor de la biografía, quien
–políticamente hablando– piensa igual que su
biografiado, aunque deba hacerle ciertas críticas
a su obra de ficción, sobre todo Rebelión en la
granja y 1984, porque no se ajustan acabadamente
a la premisa que Orwell sí sostuvo a priori
(erróneamente) en sus ensayos políticos: la
continuidad coherente de la revolución rusa, del
marxismo y del leninismo en el estalinismo
contrarrevolucionario.
..............................................................................
Hitchens es un profeta del pasado: parece
añorar “la medianoche de la historia”, aquel
período de surgimiento del estalinismo, del abrazo
Hitler-Stalin, de reacción a escala mundial. Si bien
sostiene que “siempre habrá habrá Trotskys y
Goldsteins e incluso Winstons Smith”, también
añade que “debe entenderse con claridad que las
probabilidades en su contra son abrumadoras y
que, como con el rebelde de Camus, la multitud
aullará de alegría cuando los vea arrastrados hacia
el cadalzo”. Si en muchos sentidos Orwell era
pesimista, Hitchens es desmoralizante: mientras
aquél al menos presentaba batalla, éste se da por
vencido antes de subir al ring.
..............................................................................
En Rebelión en la granja, además de su
alegórica y correcta caracterización del estalinismo
como usurpador de la revolución rusa, vale
también reconocerle su capacidad anticipatoria,

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166 / Yo, Gustavo H. Mayares

producto de su casi natural pesimismo. Si Trotsky


dijo que la burocracia contrarrevolucionaria se
hallaba ante una encrucijada histórica fatal, a
saber: ser derrotada por los trabajadores camino
al socialismo o entregarse al imperialismo para
convertirse ella misma en poseedora camino a la
restauración capitalista (L.T. creía y luchaba por
la primera opción), Orwell previó que ocurriría lo
segundo cuando el cerdo Napoleón y su cohorte
ya no pueden ser distiguidos del opresor humano
y, finalmente, éste es convocado por aquellos para
que retorne a la granja y reasuma su papel.
..............................................................................
Desde el principio del libro, Hitchens sostiene
que lo mejor de Orwell está en sus escritos políticos
y sociales (que conozco a través de cosas sueltas y
fragmentos que se publican en esta biografía);
incluso llega a afirmar que en 1984 “es la primera
y única vez que su obra como novelista se eleva a
la altura de sus ensayos”. Yo, sin conocer más de
lo que dije, considero todo lo contrario: en sus
novelas, tanto en aquella como en Rebelión...,
Orwell alcanza el clímax de su pensamiento
político más profundo, aunque luego fuese incapaz
de llevarlo a la práctica cotidiana.
A pesar de que “en sus ensayos Orwell sentía
inclinación por sostener que tanto Lenin como
Trotsky tenían alguna responsabilidad en el
[surgimiento del] estalinismo”, nos anoticia
Hitchens, lo cierto es que en sus ficciones, el autor
deja de lado ese prejuicio. En sus dos mejores
novelas, allí donde se explayó en un todo artístico

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167 / Yo, Gustavo H. Mayares

y político, el autor inglés pone en claro sus


preferencias y hace jugar el rol que a cada uno
corresponde, por decirlo de alguna manera.
Para el biógrafo, ello se debe a que “es posible
que subconcientemente haya estado atendiendo a
las necesidades de la tragedia”. Yo no lo creo, sobre
todo teniendo presente que el propio Orwell tuvo
a 1984 como “el primer libro en el que intenté, con
plena conciencia de lo que estaba haciendo,
fusionar el propósito político y el propósito artístico
en un todo”, aseguró posteriormente el autor
inglés. No hace falta meterse en el subestrato del
conciente, entonces, para suponer que Orwell era
más lúcido políticamente en sus escritos de ficción
que en sus ensayos, a menudo redactados para
“propósitos políticos” más que nada coyunturales,
por un intelectual preso de sus contradicciones
sociales en un período harto complejo.
..............................................................................
Para terminar, digamos el libro hace lo suyo
(finalizar) con la siguiente conclusión: “la política
es relativamente poco significativa, mientras que
los principios, de alguna manera, permanecen, al
igual que los pocos individuos irreductibles que se
mantienen leales a ellos”. Orwell no hubiera estado
más en desacuerdo con lo dicho, pues los principios
–equivocados o no– de nada sirven en el mundo
real que él vivió y nosotros vivimos, sin una
perspectiva política que los haga encarnar en la
historia concreta; los principios son estériles o
inocuos si no se materializan en una acción política
que tienda a cambiar radicalmente un mundo que,

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168 / Yo, Gustavo H. Mayares

parafraseando a Fontanarrosa, vive y ha vivido


equivocado. El gran escritor inglés lo sabía y, a su
modo, en consecuencia actuó.

5 de junio de 2009

Yo, Gustavo H. Mayares / 168

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