Opinión
En esta línea, para una mejor comprensión del concepto de conocimiento habría que
estudiar otros factores intrínsecos al mismo. De ahí, que Aristóteles llegara a la
conclusión de que “la inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en
la destreza de aplicar los mismos en la práctica. De hecho, hoy día tenemos a nuestro
alcance gran cantidad de información. No obstante, son muy pocos quienes son capaces
de ordenarla, interpretarla, extraer lo importante y deshacerse de lo inservible.
Normalmente, cuando la información es delicada la entierran. Tal vez, Sócrates vio en
el análisis de su predecesor tal lógica, cuando manifestó: “sólo hay un bien: el
conocimiento, sólo hay un mal: la ignorancia”. Sin embargo, en esa búsqueda, en ese
intento por depurar el verdadero significado del concepto del conocimiento han de
considerarse esos factores que lo revelan al ser Humano.
En este sentido, no es una casualidad que en la antigüedad una revelación divina fuera
percibida como conocimiento, después de todo, era una fuente del saber que ha jugado
un papel histórico innegable. Cuando viajamos en el tiempo a la Edad de Piedra, causa
fascinación intentar concebir lo que significaba el conocimiento en esa época. No
tenemos datos sobre esto. Más bien, conjeturas, especulación. Sólo podemos afirmar
que si el hombre pudo sobrevivir, fue porque utilizó herramientas y se valió de la
experiencia. No obstante, ¿cómo transmitía este conocimiento? ¡No lo sabemos con
certeza! Aunque se diga que fue obra y gracia de la tradición “oral”.
Se debe señalar que a pesar del intento feroz por sistematizar o formalizar el
conocimiento hubo personas que lograron escapar mostrando una forma propia del
saber, expresándolo en imágenes o narrativas. Un ejemplo, fue Leonardo da Vinci
conocido por todos y reconocido como gran científico, inventor, artista e ingeniero.
Desde luego, en ese prodigio no había obrado el “sistema”, ni la “matemática”. También
hubo otros genios ignorados como fue R. J. Boscovich que intuyó las bases esenciales
de la teoría de la relatividad y construyó una interesante teoría atómica de la materia en
el siglo XVIII.
En esta vía, las elites han jugado un papel cardinal, controlando el flujo del
conocimiento encargado de dominar la capacidad decisiva de las representaciones
culturales para legitimar la autoridad, así como moldear las percepciones de la realidad
por parte de los individuos y los grupos sociales. Esto significa, que al transformarse en
el factor fundamental de estructuración social, el conocimiento se convierte en rehén de
las instituciones. Por este motivo, hoy podemos ver a un estólido al frente de una
dirección general, una consejería o partido político y a un genio, conduciendo un taxi,
trabajando de negro en el sector privado o para creadores de política pública.
Por otro lado, dentro del oscuro universo universitario el prestigio no viene de la mano
del conocimiento de los individuos, ni siquiera de la producción científica, sino de los
clanes o grupos cerrados. Estas tribus dominan departamentos que la mayor parte del
tiempo, están enfrascados en cruentas batallas por los insignificantes espacios de poder
que tiene la institución. Esta afirmación no significa que en la catedral de la enseñanza
no se produzca el milagro del conocimiento. ¡Existe! Pero cada vez menos. Y aquellos
herejes que deslumbran, son sacrificados por consenso. Matando así al conocimiento
como criterio relevante en el momento de reconocer y recompensar a sus miembros. No
es de extrañar que las evaluaciones de nuestras universidades las tengan que realizar
agencias u organismos externos no contaminados por los dogmas reinantes en esa secta.
Con esta perspectiva, ¿cuál será el futuro del conocimiento? Realmente, no lo sé. Sin
embargo, puedo afirmar que el análisis del conocimiento es también “el análisis de la
educación, que no debe observarse desde un espectro limitado, automarginante y
confuso que algunos desean que prevalezca, porque hay intereses particulares que
persiguen que sean unos pocos los que tengan el conocimiento, los intermediarios y
señores feudales de los títulos y empleos, mientras que una gran masa cautiva, está
subyugada al sector servicio. De ahí, la perpetuidad de algunos en el poder”.
Hay que recuperar la importancia de lo que significa el conocimiento en nuestra
sociedad. Hay que fomentar esta conciencia dentro de las entidades que pueden
contribuir a fortalecer los lazos entre todos sus miembros, estudiantes e instituciones
educativas. El enriquecimiento de nuestro sentido de comunidad, no solamente sería
capaz de frenar la fragmentación y la enajenación que muchos sienten, sino que ayudará
a los estudiantes a tener vidas más significativas como ciudadanos comprometidos, ser
vecinos más preocupados por el bienestar de su comunidad y convertirse en parejas y
padres más comprensivos. Hay que oxigenar ciertas áreas de la sociedad para que no
evolucione hacia un organismo enfermizo, deforme, tonto y sin posibilidades de vivir
dentro de la normalidad. La época de la burbuja artificial se ha acabado y las sociedades
que opten por cerrarse en banda quedarán marginadas, se olvidarán y dejarán de
progresar.
Comprendo que existen instituciones que no podrán ser salvadas, porque quienes las
dirigen han alcanzado un poder y privilegios que no les corresponden y no tienen la más
mínima voluntad de rectificar. Están tan contaminadas, que sería más fácil destruirlas y
comenzar de cero. Al final, el cambio deberá apoyarse en algo muy escaso en nuestros
días. Se llama “voluntad”.
Cabedo, M.: (1969) “R.J. Boscovich, un genio olvidado”. Revista Horizonte, Vol 6.
Plaza & Janés, Editores S.A., Páginas 153-157.
Ortega, F. (2007) “¿Una sociedad del conocimiento sin intelectuales?” Revista Razón y
Palabra. Número 55. Febrero/Marzo 2007.
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