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Reconsiderar el concepto del conocimiento

Fecha Jueves, 29 julio a las 09:32:05


Tema Opinión

Opinión

Michael A. Galascio Sánchez (*)

• Hay que recuperar la importancia de lo que significa el conocimiento en nuestra


sociedad. Hay que fomentar esta conciencia dentro de las entidades que pueden
contribuir a fortalecer los lazos entre todos sus miembros, estudiantes e
instituciones educativas

Desentrañar el verdadero significado del conocimiento siempre ha


sido una de esas ambiciones grandiosas del Ser Humano. Y es que la
curiosidad nuestra no tiene límite aún cuando el hambre, la crisis
económica y las guerras azoten al globo, el Hombre siempre estará de
espaldas a la realidad, sumido en su particular mundo abstracto.

En el pasado he reflexionado sobre el concepto del conocimiento,


Michael A. Galascio alcanzando cierta comprensión que ahora me permite profundizar un
Sánchez
poco más sobre la cuestión. Decía Alfred Tennyson, “que el
conocimiento viene, la sabiduría se queda”. ¡Y es así! Ya que lo que el Ser Humano
añora no es el conocimiento en sí, sino la certidumbre que proporciona. Al menos, eso
afirmaba Bertrand Russell. Realmente, el conocimiento es el gran desconocido de la
Humanidad porque aunque muchos se dediquen a filosofar sobre el mismo, a penas un
puñado de personas conoce su historia, sus verdaderos orígenes.

Existen reflexiones, meditaciones y opiniones aisladas de eruditos, pseudoeruditos e


incluso de imitadores de cuentos sufíes, que en su camino hacia la sabiduría o el
“maya”, se han encontrado cara a cara con el dilema de descifrar el significado del
conocimiento. Sir Francis Bacon, reconoció la importancia de dilucidar este concepto
cuando dijo: “el conocimiento es poder”. No obstante, es en el filósofo Lucio Anneo
Séneca en quién me inspiro para abordar nuevamente este tema. Quizás, con una visión
más cristalinamente pura, pues él, afirmaba que “la naturaleza nos ha dado las semillas
del conocimiento, no el conocimiento mismo”.

En esta línea, para una mejor comprensión del concepto de conocimiento habría que
estudiar otros factores intrínsecos al mismo. De ahí, que Aristóteles llegara a la
conclusión de que “la inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en
la destreza de aplicar los mismos en la práctica. De hecho, hoy día tenemos a nuestro
alcance gran cantidad de información. No obstante, son muy pocos quienes son capaces
de ordenarla, interpretarla, extraer lo importante y deshacerse de lo inservible.
Normalmente, cuando la información es delicada la entierran. Tal vez, Sócrates vio en
el análisis de su predecesor tal lógica, cuando manifestó: “sólo hay un bien: el
conocimiento, sólo hay un mal: la ignorancia”. Sin embargo, en esa búsqueda, en ese
intento por depurar el verdadero significado del concepto del conocimiento han de
considerarse esos factores que lo revelan al ser Humano.

En este sentido, no es una casualidad que en la antigüedad una revelación divina fuera
percibida como conocimiento, después de todo, era una fuente del saber que ha jugado
un papel histórico innegable. Cuando viajamos en el tiempo a la Edad de Piedra, causa
fascinación intentar concebir lo que significaba el conocimiento en esa época. No
tenemos datos sobre esto. Más bien, conjeturas, especulación. Sólo podemos afirmar
que si el hombre pudo sobrevivir, fue porque utilizó herramientas y se valió de la
experiencia. No obstante, ¿cómo transmitía este conocimiento? ¡No lo sabemos con
certeza! Aunque se diga que fue obra y gracia de la tradición “oral”.

Lo irónico de todo esto, es que si el conocimiento es uno de los pilares de la evolución


del Ser Humano, por qué destruyó la biblioteca de Alejandría, alegando que ahí había
“conocimientos peligrosos”.

No obstante, es lógico pensar que las culturas antiguas tuviesen conocimiento y


métodos para obtenerlo y también para diseminarlo. De alguna manera, una forma de
educación tuvo que haber existido aunque fuese muy primitiva. Los Babilonios y
Egipcios hace miles de años tuvieron diversas formas de conocimiento que podríamos
clasificar como científicos o muy próximos a la ciencia. Luego, en Grecia con Platón,
Pitágoras, Aristóteles y Euclides establecieron un concepto del conocimiento lógico,
matemático y geométrico. Posteriormente, cuando llegaron los romanos no hubo una
contribución significativa en esta dimensión del conocimiento. Quizás que lo
perfeccionara. Por otro lado, nadie podrá negar que en el área del liderazgo militar,
logística, arquitectura y planificación alcanzaron la excelencia. En la Edad Media, no
solamente se crearon nuevas instituciones en términos de conocimiento y producción
del mismo, sino también formas completamente nuevas del mismo. El secreto está en la
utilización de los monasterios a través de toda Europa, acompañado por el sello
“universal” de la Iglesia Católica, el papado y el instrumento verbal del latín. Se
convirtió en el mayor promotor de los procesos sociales y en el sistema de diseminación
de conocimiento por excelencia, fomentando la actividad religiosa y práctica. Sin
embargo, la respuesta de otros sectores no se hizo esperar y alrededor del siglo XIII
apareció la Universidad: en Bolonia, París y Oxford, y se debe señalar que en un
espacio de tiempo muy corto en toda Europa. ¡Se controló el conocimiento! Ahora una
institución debía certificar si uno era o no, apto. El dominio estaba en manos de muy
pocos. Estos eran médicos, abogados y sacerdotes. Aunque no todo fue malo, pues en
aquella época se desarrollaron muchas investigaciones y trabajos que sólo pueden tener
el calificativo de ilustrados. Aunque su método no era empírico, utilizaban la discusión
frecuentemente apoyada en lógicas que no necesariamente conducían hacia la verdad,
pero sentaron las bases para tesis que con el tiempo se han reforzado o invalidado
totalmente. Lo importante es que el flujo de conocimiento era enorme y el interés por
depurarlo también.

Hacia el siglo XVII, la Sociedad Científica planta cara al Humanismo, creando


publicaciones especializadas y estrechando aun más el cerco sobre el control del
conocimiento. Aunque no estaban dentro de las universidades, rápidamente los
universitarios se integraron en ellas, creando una especie de fraternidad, convirtiéndose
más que en institución, en ideal común dictando las tendencias dominantes ya que
influían sobre los líderes de la época. Se produjo un vínculo entre lo científico y lo
político. Sobre todo, con el movimiento iluminador francés.

Se debe señalar que a pesar del intento feroz por sistematizar o formalizar el
conocimiento hubo personas que lograron escapar mostrando una forma propia del
saber, expresándolo en imágenes o narrativas. Un ejemplo, fue Leonardo da Vinci
conocido por todos y reconocido como gran científico, inventor, artista e ingeniero.
Desde luego, en ese prodigio no había obrado el “sistema”, ni la “matemática”. También
hubo otros genios ignorados como fue R. J. Boscovich que intuyó las bases esenciales
de la teoría de la relatividad y construyó una interesante teoría atómica de la materia en
el siglo XVIII.

La reflexión anterior es sólo una simple pincelada de cómo la “sociedad” ha tratado de


someter a diversos sistemas de control al conocimiento que en ella se producía y
distribuía.

En esta vía, las elites han jugado un papel cardinal, controlando el flujo del
conocimiento encargado de dominar la capacidad decisiva de las representaciones
culturales para legitimar la autoridad, así como moldear las percepciones de la realidad
por parte de los individuos y los grupos sociales. Esto significa, que al transformarse en
el factor fundamental de estructuración social, el conocimiento se convierte en rehén de
las instituciones. Por este motivo, hoy podemos ver a un estólido al frente de una
dirección general, una consejería o partido político y a un genio, conduciendo un taxi,
trabajando de negro en el sector privado o para creadores de política pública.

La pregunta es ¿por qué la desinstitucionalización del conocimiento? Es menos


complicado de lo que parece. Se trata de romper con los viejos modos de asignar
prestigio. Aunque todavía existe el conocimiento y el mérito como valores a ser
premiados en la sociedad, los mismos se encuentran en su época de más debilidad y
carestía.

Por otro lado, dentro del oscuro universo universitario el prestigio no viene de la mano
del conocimiento de los individuos, ni siquiera de la producción científica, sino de los
clanes o grupos cerrados. Estas tribus dominan departamentos que la mayor parte del
tiempo, están enfrascados en cruentas batallas por los insignificantes espacios de poder
que tiene la institución. Esta afirmación no significa que en la catedral de la enseñanza
no se produzca el milagro del conocimiento. ¡Existe! Pero cada vez menos. Y aquellos
herejes que deslumbran, son sacrificados por consenso. Matando así al conocimiento
como criterio relevante en el momento de reconocer y recompensar a sus miembros. No
es de extrañar que las evaluaciones de nuestras universidades las tengan que realizar
agencias u organismos externos no contaminados por los dogmas reinantes en esa secta.

Con esta perspectiva, ¿cuál será el futuro del conocimiento? Realmente, no lo sé. Sin
embargo, puedo afirmar que el análisis del conocimiento es también “el análisis de la
educación, que no debe observarse desde un espectro limitado, automarginante y
confuso que algunos desean que prevalezca, porque hay intereses particulares que
persiguen que sean unos pocos los que tengan el conocimiento, los intermediarios y
señores feudales de los títulos y empleos, mientras que una gran masa cautiva, está
subyugada al sector servicio. De ahí, la perpetuidad de algunos en el poder”.
Hay que recuperar la importancia de lo que significa el conocimiento en nuestra
sociedad. Hay que fomentar esta conciencia dentro de las entidades que pueden
contribuir a fortalecer los lazos entre todos sus miembros, estudiantes e instituciones
educativas. El enriquecimiento de nuestro sentido de comunidad, no solamente sería
capaz de frenar la fragmentación y la enajenación que muchos sienten, sino que ayudará
a los estudiantes a tener vidas más significativas como ciudadanos comprometidos, ser
vecinos más preocupados por el bienestar de su comunidad y convertirse en parejas y
padres más comprensivos. Hay que oxigenar ciertas áreas de la sociedad para que no
evolucione hacia un organismo enfermizo, deforme, tonto y sin posibilidades de vivir
dentro de la normalidad. La época de la burbuja artificial se ha acabado y las sociedades
que opten por cerrarse en banda quedarán marginadas, se olvidarán y dejarán de
progresar.

Comprendo que existen instituciones que no podrán ser salvadas, porque quienes las
dirigen han alcanzado un poder y privilegios que no les corresponden y no tienen la más
mínima voluntad de rectificar. Están tan contaminadas, que sería más fácil destruirlas y
comenzar de cero. Al final, el cambio deberá apoyarse en algo muy escaso en nuestros
días. Se llama “voluntad”.

(*) Licenciado en Ciencias Políticas, doctorando en Psicología de la Salud y Clínica

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