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CUENTOS DE LO EXTRANO ATALANTA een Oi ie hos uno de los mas destacados escritores eet MC cette Cae gunda mitad del siglo xx, siempre sostuvo que no escribia cuentos de terror, sino his- torias de lo extrano -asi le gustaba definir- las-, historias que tienen la rara virtud de sumergirnos en una tensa atmésfera envol- STS Mem Rs ccs eae sce er ue eee eon Cena Cun Pe cater E curoe ced eter a ear een Co See ec eRe encoun la «roca» donde habitan! y se vivia con los CeCe Com en ad tas oe Mey CNR Se Neem oe Cee Ce ec a Cee Ree Me ea sino de aquellas que nos sumergen sutil- mente en un concierto de sentimientos ~ex- RUC cnc cee Ca Pct ere Rn eae a eee eC cae rior» gira en torno a una suntuosa casa de Geen RT eco O ee ed poco conociendo a través de insinuaciones. Ce ean a ieee ec CeCe ea a reece saeco eu esche sanatorio, perdido en el bosque y habitado por perpetuos insomnes, es una poderosa ee aca eo er c ee een es Genco CMC eRe R Ir td eee ee tc Ruck Can cc Preece ecn cae eet) See ee eu CR ue cae cio, un sobresalto o una convulsién ee CL ery En cubierta: Water shadow. Foto de Inka Marti En contracubierta: Fragmento de una foto del autor. Direceién y diseflo: Jacobo Siruela Carus forma de eprodssi, dri, omuniacn pablo 0 trasformcin dee obra blo puede se reizada cn a autsiacin de tale alo exp previa pore ley Dine a cRDHO (Centro Rapa de Derechos Reprogifics, wwecedroar) s ncesia foocopiar escancar gin eagento eet ob. Todos los derechos reservados ‘Titulo original Strange Stories © 2008, The Estate of Robert Aickman © De la traduecién: Arturo Peral Santamari © Del prologo: Andrés Ibaiez (© EDICIONES ATALANTA, S. L. ‘Mas Pou. Vilar 17483. Girona. Espaiia ‘Teléfono: 972 79 58 05 Fax: 97279 58 34 atalantaweb.com ISBN: 78 8¢-93778659 Deepbsio Legal B-1.272-20 A 1286215 INDICE Prélogo 9 El vinoso ponto 23 Los trenes 79 Che gelida manina 43 La habitacién interior 179 Nunca vayas a Venecia 228 En las entrafias del bosque 272 EN LAS ENTRANAS DEL BOSQUE De noche, aquellos infortunedos que sufrian de insomnia 0 pesadillessolian vagar por los campos 0 bosques, tratando de alcanzar un grado de extennaci6n que les devoluiese el poder de dormir. Entre las afligidas criaturas se encontraban personas de las clases altas, nujeres de buena educacin, jincluso el sacerdote de unc parroguia! August Strindberg, Inferno Estas freas no son tan infrecuentes si se sabe c6mo llegar a ellas 0 si no queda mis remedio que llegar a cllas. Cuanto més se afanan hombres y mujeres en ir en contra de la naturaleza, mas se afana la naturaleza en ir en contra de hombres y mujeres. No obstante, algunas reas gozan de una larga aceptacién y datan de los primeros recuerdos del hombre, tal y como afirman los juristas internacionales. Probablemente algunas de estas areas fuesen al principio lugares sagrados de los pueblos precristianos, algunos de los cuales atin sobreviven en nuestro continente si ~de nuevo- se sabe cémo encontrarlos © ser conducidos hasta ellos. A veces resulta sorprendente descubrir las pocas cosas reales o ciertas que logran abrirse paso hasta Hegar al conocimiento general: siempre que, claro esti, Ia expresién menos me recomendaron que no viniese. Pero yo pensé que sus razones no eran dema- siado buenas. Me gustabe la idea de no tener que lle- var mis mejores ropas todo el tiempo. Sélo eso. Me apetecta descansar. Un par dias, ya sabe. -Ya veo -dijo la sefiors inglesa. ~@Por qué no se sienta? ~Gracias -respondié. Tendria que haberme pre- sentado. Me llamo Sandy Slater. Al menos asi es como siempre me han llamado, Nadie me ha llamado jamas Alexandra. Seffora Slater, por cierto; aunque mi ma- trimonio fue més bien mera formalidad, Mi apellido de soltera es Brock-Vere, ~Yo soy Margaret Sawyer: La gente me solfa llamar Molly, pero ya no me gusta que me llamen asf. ‘Tam- 287 bién estoy casada. Mi marido trabaja en Ia construc- cién de la nueva carretera, =Creo que la nueva carretera no afectaré mucho al Jamblichus Kurhus. Las autoridades se han eneargado de mantenerlo apartado. ~g¥ eso es bueno? Supongo que los propietarios no tendran la misma opinién, Uno de mis amigos sue- cos me dijo que el Kurhus deberia intentar atraer més gente que viaja por carretera. ~Ese hombre debe de ser un ignorante ~dijo la se- fiora Slater con firmeza~. Se ve que muchos suecos lo son hoy en dia. Si me perdona que diga algo asi de un amigo suyo. —Ah, no importa ~dijo Margaret-. En realidad son amigos de mi marido. Bueno, ni siquiera eso. Mas bien, conocidos del trabajo. Aunque han sido muy amables con nosotros. Se han portado estupendamen- te. Y eso me recuerda -prosiguié- que, por algtin motivo, me quedé dormida nada més llegar, cosa que munca hago normalmente, asi que me he perdido el almuerzo, aunque a decir verdad es una tonteria lo que le estoy contando. Me esté empezado a entrar bastante hambre. ¢Sabe si es posible que me sirvan algo? -No hasta las cuatro ~dijo la sefiora Slater. ero si ni siquiera son las tres! -exclamé Mar- garet-, Igual de estrictos que en Inglaterra. Y eso que tendré que pagar también el almuerzo, bueno, mi marido lo pagara. Bl siempre lo reserva todo, aunque yo prefiero estar menos atada, la verdad. Sin duda -dijo la sefiora Slater con voz calmada~, 288 no tiene ni idea de en qué lugar esti. Por qué cree que se llama el famblichus Kushus? =No sabia que se Ilamaba asi hasta que usted lo ha mencionado. No creo que esté escrito en ningiin sitio. Supongo que se trata de algiin doctor alemén del siglo XIX que inventé algén tratamiento novedoso. jLos alemanes son tan dados a ese tipo de cosas! —Jamblichus fue uno de los siete durmientes que tras pasar dos siglos durmiendo fue a la ciudad a com- prar comida, trat6 de pagar con monedas obsoletas y fue arrestado. ZNo recuerda a su paisano Edward Gibbon, el historiador? -le pregunté la sefiora Slater de repente. ~gSe refiere a la Decadencia y caida del Imperio romano? Me temo que nunca he tenido suficiente tiempo. Tengo tres nifios que atender, se puede hacer unaidea, * La seftora Slater se quedé mirsndola. ~Aqui las cosas son diferentes -dijo con grave- dad-. Pero yo estaba al corriente de quién era Jam- blichus antes de llegar aqui. Casi nadie recuerda los nombres de los siete durmientes, menos el de él. En cualquier caso, los sitios como éste suelen lamarse , pens6, «que entre una cosa y otra, las mujeres tiendan a retirarse a sus nidos.» Por otra parte, reflesioné, su breve periodo de 340 tiempo sin Henry habia resultado, en cierta manera, el més intenso y revelador de toda su vida. Traté de apartar ese pensamiento de su mente. Tal vez fuese un error saber mas que su marido. No habia advertido antes que los suecos fuesen tan adustos y poco ser- viciales, pero eso, sin duda, era algo que tenfa que aprender también, Esa noche no durmié bien y se desperté varias veces. El trafico de la calle era intenso. Margaret no quiso ni imaginarse cémo seria cuando la carretera de Henry estuviese lista; recordé con afecto al coronel Adamskiy traté de desviar el recuerdo a otto sitio, pero era dificil estando alli acostada y con los ojos abiertos. Se convencié a si misma de que, después de todo, ese dia habia consumido muy poca energia, la justa para cumbarse y rumiar. En cierto momento, cuando atin estaba oscuro, alguien golpes la puerta, Margaret se desperté. La oficial entré, «A ver si ésta es otra que tampo- co duermes, pensé Margaret al instante. Pareefa muy improbable, a pesar de que el coronel le habia asegu- rado que cada insomne era un mundo. La mujer Hevaba una vela. Se dirigié a la cama y, sin ningtin prolegémeno, le pregunté con su marcado acento: ~aLe gustaria que rece con usted? Me temo que s6lo sé rezar en sueco. Margaret se incorporé de la cama con Ia intencién de mostrar algo de respeto, Entonees pensé que alli el camisén negro que tanto le gustaba a Henry podia ser poco apropiado. 342 —Qué amable -respondié vacilante. -No desespere dijo la mujer-. Hay perdén para todos. Para todos los que se arrodillan y buscan el perdén. Pero si no la voy a entender... ~dijo Margaret tra- tando de taparse el desatinado atuendo con los bra- zos. La respuesta no fue muy afortunada, pero Mar- garet, recién despertada de su frugal suefio, no pudo pensar en nada mejor. La mujer la miré tras la vela, apoyada ésta en un barato candelero. =No forzamos a nadie a la salvacién —dijo tras una prolongada pausa~. Aquellos que son capaces de en- contrarla la buscan por sf mismos. A Margaret le parecié que la mujer, ya que habia decidido entrar en su habitacién, podria haber sido un poquito még cordial; pero luego recordé que algo de lo que habia dicho tena que ver con la filosoffa del Ejército de Salvacién. La mujer se dio la vuelta y se fue, resguardan- do la vela con la mano izquierda, y cerré suavemente Ja puerta. Margaret pens6 que le habria gustado que la mujer se hubiese quedado més tiempo, pero tuvo que admitir que habfa mostrado poco entusiasmo. Volvid asu trastornado y ligero suefio. La noche parecfa muy larga ademas de asombrosamente ruidosa; y Margaret tuvo pensamientos confusos sobre el dia que estaba por venir. Por la mafiana, la oficial se mostré tranquila y efi- ciente, aunque seguia sin sonreir, por lo menos a ella. Margaret habria querido comer mas del agradable 343, desayuno, pero le rondaban demasiados conflictos por la mente. Henry Iegarfa antes del almuerzo y, a su debido tiempo, Margaret fue a la estaci6n de ferro- carril, esta vez llevando ella misma su equipaje. En el lugar donde se alojaba parecia que eso era lo normal. No le ofrecieron llamar a un taxi y Margaret conclu- y6 que era mejor no preguntar, Tampoco le hacian mucha gracia los taxistas de Sovastad. Ademés, pare- cia que sus misculos se habjan fortalecido, al igual que su vista, la cual, para bien o para mal, se le habia aclarado un poco. ~gLo has pasado bien? ~Genial. ~Estis algo pilida. —Anoche no dormi muy bien. —Porque me echabas de menos, espero. “Seria eso, si. gQué tal en Estocolmo? -Un infierno. Estos suecos no son como nosotros. ~Pobrecito. ~De hecho, tengo un problema entre manos. Ahora te lo cuento todo en el almuerzo. Y eso hizo. Margaret no podia quejarse de que Henry fuese uno de esos maridos que ocultan a sus mujeres todo lo que es importante para ellos. Y nada més terminar de almorzar, Henry tuvo que salir dis- parado a otra conferencia con Larsson, Falkeenberg y otros ogros del lugar. Margaret no tuvo que pensar mas ~pues llevaba mas de veinticuatro horas pensan- do- acerca de lo que le iba a contar a Henry. Era im- 344 probable que en algiin momento tuviese que decirle nada crucial de lo que le habia pasado. ~Todavia tienes mal cara, eariiio -dijo Henry mientras se iba-, Hasta los de recepci6n y el camare- ro se han dado cuenta, Los he pillado mirindote. No sé cuando volveré. Deberfas dormir un poco. Ve arri- bay relgjate Le dio un sincero y earifioso beso. A Margaret lo que menos le apetecia era dormir; tampoco se sentia especialmente agotada por ello. A pesar de todo, fue a la habitacién, se quité el vestido, se puso su bata azul de lana de cordero y se tumbé en |a cama. Era bastante rezonable, después de todo el twifico de la pasada noche, que hubiese descansado poco y, quiza, que se le reflejase en la cara, No obs- tante, no se durmié, y Margaret volvié a enfrentarse con el problema de no tener nada que hacer en Sovastad. Sin duda, la solucién de Henry habria sido retomar el contacto con los Larsson y los Falkenberg y los de su especie, lo que, como Margaret habia observado, habria matado dos pajaros de un tiro: ella estarfa ocupada y ayudarfa también al negocio. Uno de los motivos por los que Margaret se mostraba reti- cente era el tiempo limitado de este tipo de encuen- ros: no podia intimar y mostrarse radiante con extra~ fios como si nada para, un momento después, cortar la relacién de raiz. Y atin peor si el momento del cese era tan volatile indefinido. Margaret sélo podia en- tregarse, o incluso recibir, cuando tenia cierta 345, conciencia de continuidad. Probablemente, meditd sombria, era una limitacién grave para la mujer de un hombre de negocios. Al final se puso el vestido otra vez, salié a comprar tres postales més y se las envié a sus hijos. Se pasé el dia tratando de evitar que su mente la llevase a todo lo que habia pasado desde que escribiera el primer triptico de postales a Dinah, Hazel y Jeremy. Pero no fue hasta bien entrada la madrugada cuan- do empez6 a alarmarse: para ser precisos, cuando oyé Ja campana dar las tres, después de haber ofdo la una y las dos. Incluso entonces pensé que podia deberse al hecho de volver a dormir con Henry en la misma habitacién. Sélo Dios sabia el ruido que hacia Henry al dormir, como para despertar a cualquiera, especialmente a alguien que, por segunda vez, se habia pasado el dia sin hacer précticamente nada. Henry se giraba y se retoreia. Gruitia, roncaba, jadeaba. A veces hasta gri taba, Margaret debia admitir que Henry no era (usan- do su propia jerga) una buena publicidad para la ins- titucién del suefio. Tampoco serfan muchos los que simpatizarfan con el desasosiego de su mujer: era una cucstidn totalmente ridicula, y familiar también. Una buena esposa se lo tomaria con paciencia, por limita- da que fuese la paciencia de una buena esposa. El reloj dio las cuatro, las cinco y las seis, y Margaret no durmié nada. El reloj también mareaba las medias horas con una tinica y delicada nota. En 346 algtin momento pasadas las seis y media, mientras la intensa lluvia ~que habia empezado a caer una hora antes més 0 menos golpeteaba pesadamente contra la ventana, Henry se levant6, cual soldado a las rdenes del dia. En el desayuno dijo que ella seguia teniendo un. aspecto raro, y Margaret se percaté de que Henry no le quitaba el ojo de encima a los suecos para ver si la miraban, Ella seguia sin sentir nada fuera de lo comin, No le habia dicho nada a Henry acerca de su falta de suefio, Se dijo a sf misma que pasarse una noche sin dormir no suponia nada segtin los criterios de quienes tienen problemas de sueio. O, al menos, segiin los criterios promulgados. Habia estado enor- memente expuesta a la sugestién del insom expuesta imposible. La normalidad, es decir, su habi- tual y notable tstado de somnolencia, seguramente seria restablecida cuando volviese a dormir en su pro- pia cama. Todo apuntaba a que esto ocurriria pasado mafiana, pero cualquiera sabia, La carretera era la que mandaba. —Hedvig Falkenberg me ha preguntado por ti -dijo Henry-, mas bien con sorna, o eso me ha parecido. ePor qué no te pasas a verlos? No puedo estar de malas con los Falkenberg. Sélo me faltaba eso. Mira que son susceptibles estos malditos extranjeros. Margaret prometié més 0 menos que iria y, de hecho, tenfa intencién de mantener su palabra. Asi no tendrfa que enfrentarse al terrible teléfono sueco, como le podia ocurrir si se quedaba en casa. Sélo ha- bia de caminar media milla hasta la casa de los Fal- » mas 347 kenberg por la parté baja de la ciudad. Las visitas no sélo parecian ser bienvenidas, sino también espera- das. Ademés, el paseo le vendeia bien. A lo mejor la continua Iluvia la despertaba 0 hacia que le entrara suefio; era chocante ver e6mo una tinica fuerza podia conducir a resultados antitéticos. Pero Margaret dejé pasar las horas sin hacer nada. ¥ cuando Henry regre- s6 esa noche, ni siquiera tuvo que poner una excusa. -{Todo esté arreglado, Molly! -grité exuberante-. Gracias a Dios, mafiana nos volvemos a casa. Seguramente gracias a que se habia desprendido de un gran lastre mental, Henry durmié mucho més relajado la segunda noche tras su regreso de Esto- colmo; como suele decir la gente, durmié mucho mejor. Margaret pudo oirlo ronronear suavemente, con regularidad, como un nifio, mientras el reloj de la iglesia iba marcando hora tras hora y la Iluvia caia incesante, La segunda noche sin dormir iba pasando leatamente, y Margaret dejé de buscar explicaciones, de inventarse excusas, de engafiarse a si misma {Si por lo menos pudiese dar un paseo! Unos minutos después de que diesen las cinco, se levanté de la cama y, casi en completo silencio, se puso la cami- sa, los pantalones y el anorak. Se quedé mirando lar- g0 rato el laborioso amanecer, lento hasta la exaspera~ Le habria gustado escapar, pero en ese lugar la puerta estaba cerrada con Mave, y si hubiese algiin portero a aquellas horas, seguro que la evitaria y no le 348 harfa ni caso. Margaret debia, al menos por un tiem- po, ser razonable, Escondié la ropa y se metié de nuevo en la cama Henry segufa ronroneardo, pero cuando Margaret se acercé a él, éste dio un tinico y curioso suspiro, como el de un hombre que suefia con el pasado, que siem- pre es mucho més dulce que el presente. -Henry ~dijo Margaret después del desayuno- Me has dicho varias veces que no tengo buen aspecto. Lo que pasa es que llevo varios dias sin dormir. Y por casualidad he encontrado un sitio al que va gente de todo el mundo, gente que no puede dormir. Seria mucho problema si me quedase alli? Por poco tiem- po, claro. La discusidit duré exactamente el tiempo que ella habia previsto, Margaret estaba desarrollando nuevas, facultades, aunque no sabia muy bien cudles. =Te lo diré en cuanto salga del bosque -le prome- Es una de esas cosas que hay que experimentar hasta el final, hasta que sano logra salir a flote. 349 ESTA PRIMERA EDICION DE CUENTOS DE LO EXTRANO DE ROBERT AICKMAN SE ACABG DE IMPRIMIR, EN LA IMPRENTA TESYS DE SABADELL. EN ENERO DE 2011 Titulos publicados 1. El coparticipe secreto. Joseph Conrad. 2* ed. 2. Sin matiana. Vivaut Denon. 2° et 3. La istoria de Genji 1. Murasaki Shikibu. 4 ed. 5. Eros y Psique. Apuleyo 6. El Monte Andlogo. René Daumal 7. La voz maligna. Vernon Lee 9. La historia de Genji 11. Murasaki Shikibu. 2* ed. 10. Yijing. El libro de los cambios. 11, Los ojos de Davidson. H. G. Wells 12, La Villa de los, Misterios. Linda Fier2-David 13. El hombre que amaba las islas, D. H. Lawrence 14. Realidad daiménica. Patrick Harpur 15, La reliquia viviente. Ivan Turguéniev 16, Pan y la pesadilla. James Hillman 17. La diligencia inglesa. Thomas De Quincey 18. El gran dugue de Alba. William S. Maltby. 2* ed. 1p. Elarte de conversar. Oscar Wilde. 4* ed. 20. El mundo del principe resplandeciente. Ivan Morris 21. La fuga de Atalanta. Michael Maier 22. Suefios y ensofiaciones de wna dama. Dama Sarashina 23. Cosmos y Psigue. Richard Tarnas. 2° ed. 24. Universos paralelos. Michio Kaku. 3* ed, 25. Hombres salmonela en el planeta porno. Y. Tsutsui. 2* ed. 26. 27. El erremoto de Chile. Heinrich von Kleist 28, Filosofia antigua, misterios y magia. Peter Kingsley La pasiOn de la mente occidental. Richard Ternas. 2* ed. 29. Viaje a la semilla. Alejo Carpentier 430. Tres novelas en imagenes, Max Ernst 431. Emily Bronté. Winifred Gérin 32. Los cosacos. Lev Tolst6i 33 34 35. Los béroes griegos. Karl Kerényi Armonia de las esferas. Edicién Joscelyn Godwin Dioses y mitos de la India. Alain Daniélou 36. Estoy desnudo, Yasutaka Tsutsui 37. 438. Escolios « un texto implicito. Nicolis Gémez. Davila 39. 40. Historia de mi vida. Tomo IT. Giacomo Casanova El mito polar. Joscelyn Godwin Historia de mi vida. Tomo 1. Giacomo Casanova 41. Aroma de alcanfor. Naiyer Masud 42. El mito de Osiris, Jules Cashford 43. Textos, Nicolis Gomez Davila 44. En los oscuros lugares del saber. Peter Kingsley. 2* ed. 45. FL fuego secreto de los filésofos. Patrick Harpur. 3* ed 46. Algo elemental. Eliot Weinberger 47. Ramaiana. Valentki 48. Vampiros. VV. AA. 49. 50. El mundo bajo los pérpados. Jacobo Siruela Jin Ping Mei. El erudito de las carcajadas 51. El mar de iguanas. Salvador Elizondo §2. Mis aventuras con monjas. Giacomo Casanova 53+ Cuentos de lo extrafio. Robert Aickman

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