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Honoris causa ¿Un honor en desprestigio?

Por Daniel Vargas Peña, PhD

Jean Jacques Rousseau comienza su obra "Emilio" con la célebre sentencia: "Todo es
bueno como sale de las manos del creador de las cosas; todo degenera bajo las manos
de los hombres."

Esa máxima sapiencial nos puede servir de símil para comprender la tendencia
reinante en la actualidad en las universidades de la República Dominicana con relación
a la expedición del Doctorado honoris causa (Dr. h. c.), el cual va perdiendo
progresivamente su sentido originario y universal como reconocimiento de prestigio
extraordinario y excepcional, so pena de degenerar en una práctica cuasi cotidiana,
dentro de contextos institucionales que no disponen de todas las condiciones óptimas e
indispensables para su concesión. Esto lo esclareceremos en lo adelante.
Una de las lecciones más evidentes del devenir histórico es la idea de la continuidad
procesual de los fenómenos orgánicos e históricos, ya que todo ente y toda acción
social tienen un principio, un desarrollo determinado y un destino (telos) impulsado por
energías o agentes motores. La finalidad hacia la que tienden las cosas está en
estrecha relación con su principio y la intencionalidad de su causa eficiente y final, en
el sentido y terminología de Aristóteles y el tomismo.

Nadie cuestionaría, libre del riesgo que implicaría la posibilidad de ser estigmatizado
como ignorante al respecto, que el concepto Universidad incluya dentro de sus rasgos
característicos la docencia y la investigación. Dichas características, adaptadas a los
correspondientes contextos y momentos históricos, por ser inherentes al concepto, las
exigimos tanto de las primeras universidades medievales como de las posteriores y de
las actuales. Ahora bien, ¿Qué es lo que determina "lo inherente"?
La respuesta a dicha pregunta resulta sencilla, en común acuerdo con todas las
corrientes principales en la historia del pensamiento desde los Pre-Socráticos,
creadores del Arjé o principio generador de todo ser; la filosofía esencialista clásica de
la Grecia Antigua, con Platón y Aristóteles; atravesando por todo el pensamiento
medieval, bautizador de los clásicos griegos y ganando cuerpo en los pensadores
modernos hasta Friedrich Nietzsche, profeta de la Postmodernidad: lo inherente está
constituido por aquellos rasgos que desde el principio subyacen, persisten y
permanecen como cualidades sine qua non del objeto o hecho en cuestión. En efecto,
para entender una realidad hay que remontarse a sus principios, ya que, como
afirmaba J. Jacques Rousseau, el comienzo de cada cosa es siempre bueno.(3)

En esa misma perspectiva, también Aristóteles de Estagira afirmaba en "La Política"


que los comienzos son decisivos en todo.(4) De ahí que podamos detectar anomalías
en evoluciones posteriores de las cosas, a través de la no coincidencia con lo
primigenio, que es lo que nos sirve de orientación, de muestra y de medida para
juzgar y valorar los fenómenos emergentes. De no proceder de esta manera, entonces
no dispondríamos de criterios racionales para comparar el orden evolutivo de las cosas
y tendríamos que recurrir a modelos y decisiones convencionales y/o arbitrarias de
corte utilitario y pragmatista, que se fundamentan especialmente en opciones y
acciones hic et nunc (aquí y ahora) sin incluir las dimensiones procesuales a largo
plazo en la historia, o sin dar la relevancia debida al aspecto transcendente de las
acciones humanas.
Con relación al Doctorado honoris causa, se debe destacar que históricamente se trata,
como lo significa la locución latina al emplear los vocablos "honos" y "honorem", de un
título otorgado y recibido a causa del honor, por lo tanto, se dispensa a la persona
reconocida pública e institucionalmente estima, consideración, honra y respeto por sus
cualidades relacionadas con dicho honor. El Doctor de Honor es una persona digna de
ser reconocida en su valor fáctico, en razón de su virtud y su mérito; su más alto
honor descansa en él mismo, es decir, en los logros evidentes alcanzados por su propio
esfuerzo.(5)

De lo antes expuesto se deriva que, con relación al Doctorado honoris causa, existe
una interrelación de, por lo menos, cuatro variables o elementos indispensables para
que el acto honorífico se corresponda con la esencia y el deber-ser (6):
- EN PRIMER LUGAR, se precisa de la persona cuyo honor ha de ser reconocido. A
través del Honoris causa se honra a personas, más no a instituciones y cargos. El
honor no se concede, pues lo que se hace es el reconocimiento del talento y de los
méritos que la persona en sí detenta. En otras palabras, no se agrega nada al Doctor
honoris causa, a excepción del certificado otorgado en un acto público, en el cual se
destaca el honor propio de la persona ante la comunidad académica, fundamentado en
sus conocimientos, en su sabiduría, en sus investigaciones particulares o en su
esfuerzo extraordinario en favor del desarrollo humano, ya sea en el sentido social,
cultural, etc.
En la tradición universitaria europea, hasta principios del Siglo XX, se acostumbraba a
que los candidatos a títulos de honor debían sostener durante el acto de
reconocimiento un discurso en Latín, como muestra pública de su talento
extraordinario. Algunos músicos clásicos, reconocidos por universidades, prefirieron
tocar una sinfonía propia, en lugar del discurso en latín, por considerar que aquélla era
mucho más difícil de producir y dirigir.

Es de vital importancia destacar que la persona honrada, en sí conspicua y respetable,


no permitirá un reconocimiento por parte de instituciones que no estén aptas o no
sean dignas de reconocer sus virtudes.

Pertenece al respeto propio y la madurez de una universidad cuando otorga un Honoris


causa, sólo concederlo a quien lo acredita. Al respecto decía José Martí: "Honra, pero
hay que saber a quien honrar para que en la memoria histórica de una institución
queden efectivamente los que debieron ser honrados".(7)

En esa perspectiva martiana, quedan como hechos bochornosos, imborrables para las
memorias históricas, tanto de la Universidad de La Habana como de la Universidad
Autónoma de Santo Domingo, los reconocimientos otorgados por la primera al tirano
Machado (1930) y por la segunda al sanguinario dictador Trujillo (1934).(8)
-EN SEGUNDO LUGAR, otro elemento esencial consiste en la institución o universidad
que reconoce el honor de la persona.

Ésta debe encontrarse en una situación favorable para hacer reconocimientos:


funcionamiento legal, calidad académica y disposición de personal académico y
administrativo idóneo, así también debe poseer experiencias doctorales en el área del
reconocimiento que se otorga, puesto que la entidad debe haber asimilado lo que
significa un doctorado para poder concederlo.

La institución que reconoce el honor de alguna insigne personalidad precisa de un


programa de doctorado en el área de conocimiento en que se fundamenta el
reconocimiento y de un equipo de doctores capaces de sopesar si los candidatos
propuestos para el Doctorado honoris causa reúnen las cualidades indispensables para
recibir dicha distinción, aún sin haber agotado un programa, ni realizado una
disertación y sin el examen riguroso público (requerido para obtener un título doctoral
ordinario).
La institución que otorgue un título de honor a quien no lo merezca, arriesga su
prestigio y credibilidad.

En la época medieval se dio tanta importancia a los reconocimientos y grados de honor


que tanto los papas como los emperadores, además de las universidades, se
reservaban el derecho de poder otorgarlos a altas personalidades, las cuales podían,
en virtud del título recibido, ejercer la profesión de referencia. Esa práctica se usa aún
en la actualidad en Francia y en las demás naciones europeas donde el Estado es el
garante de la educación.

En el caso de Inglaterra, aquí también el arzobispo de Canterbury adquirió, además del


monarca, durante el reinado de Enrique VIII, la potestad para dispensar títulos de
honor. En ese ambiente plural de potestades académicas se desarrolló una
competencia favorable a la calidad de los postulantes a recibir títulos de honor, lo cual
se convirtió en una verdadera caza de talentos.

Cuando el extraordinario músico y compositor clásico checo Anton Dvorák (1841-1904)


fue invitado, durante la segunda mitad del siglo XIX por varias universidades europeas
para laurearle con un reconocimiento de Doctor honoris causa, éste aceptó ser
reconocido únicamente por la Universidad de Cambridge, la cual era contada entre las
más prestigiosas de Inglaterra, mostrando así el carácter de fina selección de ese
grado.
- EN TERCER LUGAR, es de suma relevancia el título a otorga

Algunos autores han considerado la posibilidad de poder otorgar un título Honoris


causa general o universal, es decir, sin hacer referencia al área de conocimiento. Sin
embargo, aunque no debemos apegarnos ciegamente a la tradición, hay que acentuar
que dicho título es históricamente paralelo al nivel que resulta de un estudio
formalizado de doctorado, haciendo correlación a un área específica de las diferentes
ciencias. En este sentido, si una universidad ofrece un programa formal de, por
ejemplo, Doctorado en Filosofía, cuyo título a otorgar es, según la práctica habitual
acuñada del Latín, de Dr. Phil., entonces estaría dicha institución en condiciones para
otorgar el título honoris causa en Filosofía (Dr. Phil. h. c.) a una alta personalidad que
lo merezca por sus aportes en el área o su vínculo extraordinario con ésta.
Lo anterior se aplica a las demás áreas de conocimiento, para el área de las Ciencias
Naturales el título de honor de uso latino es "Dr. rer. nat. h. c.", para Ciencias Jurídicas
"Dr. rer. jur. h. c." etc.

Siguiendo con fidelidad la tradición original medieval, esa práctica mantiene su


actualidad también en Alemania y en los países nórdicos influenciados históricamente
por la cultura germana.

También los ingleses han conservado rigurosidad para otorgar títulos de honor. Las
universidades clásicas de Cambridge y Oxford aplican desde el siglo XVIII el Tripos o
examen de honor.

En los Estados Unidos no se permite otorgar títulos honoríficos en Medicina y Derecho,


ya que el acceso al ejercicio profesional en dichas áreas del saber sólo es posible
mediante el recorrido académico formalmente establecido. También aquí, como se ha
afirmado de Europa, los títulos de honor otorgados habilitan para el ejercicio
profesional. Esa práctica se desarrolla de acuerdo con el sentido primigenio de
reconocimientos de naturaleza académica, científica, cultural y social.
Con el título de "Doctor honoris causa" se pretende reconocer que la persona
propuesta es de hecho un doctor, de acuerdo a sus méritos; ante ella los doctores de
una institución académica competente se quitan el sombrero y le ofrecen su asiento de
honor para que pase a formar parte de su círculo elitista. De aquí se infiere que sólo un
cuerpo de doctores, en el sentido formal de la palabra, pueda reconocer al que es de
hecho docto. Eso lo expresaban los ilustres académicos medievales con la siguiente
máxima:
"Tu es doctor, quia doctus es" (Eres doctor porque eres docto).(9)

- EN CUARTO LUGAR, de las tres condiciones anteriores se infiere que la concesión de


títulos de honor debe estar reglamentada por las instituciones involucradas, para que
no degeneren con acciones arbitrarias, personalistas y sin rectitud de criterios.
Toda institución democrática, dentro de un Estado de Derecho, establece los objetivos,
las políticas, los reglamentos y las estrategias para el cumplimiento de sus misión.
Esa cuarta condición no es extraña a algunas universidades dominicanas, las cuales se
rigen, con relación a la concesión de Doctorados de honor, por normativas y
procedimientos preestablecidos, sin hacer aquí referencia a la calidad de dichos
reglamentos.
El título Honoris causa siempre se ha entregado raramente, porque sólo de manera
excepcional se encuentra personas con un nivel de doctorado (Ph.D.) sin ser doctores,
según lo formalmente establecido. Se trata entonces, como hemos ya reiterado, de
recibir una recompensa por tener ese honor extraordinario por cuenta propia.
La Universidad Popular de Trieste, en Italia, cuya fundación data del Siglo XIII, la cual
es una ramificación de la Universidad de Bolonia, ha otorgado hasta la actualidad
únicamente dos títulos de Doctorado honoris causa: Esta universidad lombarda
rechazó, hace algunos años, otorgar el Láureo honoris causa al, en ese momento,
Presidente italiano Leone, por no ser lo suficientemente digno de ello, es decir, que no
había dado un aporte científico, académico, cultural o social de carácter y relevancia
universal, ni, por lo menos, que fuera significativo para el desarrollo de su propio país.
En la hermana y vecina República de Cuba, que se distingue en América Latina por sus
grandes logros en el área educativa, el procedimiento para otorgar los títulos de honor
mantiene su carácter riguroso y excepcional: las propuestas tienen que ser aprobadas
primeramente por el Consejo de la Facultad, de ahí pasan al Consejo Universitario; en
caso de aprobación por este Consejo, entonces se consulta al Ministerio de Educación
Superior, que debe dar el visto bueno a la propuesta.

En México, el otorgamiento de títulos de honor reconoce en la práctica un reglamento


general, puesto que las universidades mexicanas siguen para esos fines las pautas
trazadas en las reglamentaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México,
UNAM. Para los mexicanos, el Honoris causa tiene un carácter excepcional, aunque no
tiene la categoría del doctorado de defensa de tesis de investigación, según lo
expresan las normativas:

"El doctorado Honoris causa no equivale a los grados obtenidos de acuerdo con los
requisitos establecidos en los planes de estudios aprobados por el Consejo
Universitario."(10)
En la República Dominicana se va extendiendo cada vez más en el ámbito universitario
la práctica de otorgar títulos Honoris causa a personalidades sencillamente porque
sean famosas, hayan prestado un servicio de alta gestión a la institución que concede
el reconocimiento o hayan ascendido a un puesto de relevancia en el campo político
y/o económico, los cuales son coyunturales y contingentes; por lo tanto, no aportan
necesariamente un honor abarcador y de por vida a sus detentores. Por esta razón, y
por el número elevado de Doctorados de honor concedidos en nuestro país, podemos
afirmar, sin temor a equivocarnos, que el prestigio de dicho Doctorado es cuestionable,
ya que se ha exagerado con la cantidad y la calidad de los candidatos, haciéndose así
mal uso de la autonomía académica que, por definición, ostentan las universidades.
Tanto es así, que universidades nacionales de prestigio como otras de menos prestigio
han incurrido en penosas levedades, lo que indica quizá que!

también los títulos de honor debieran ser objeto de reglamentación y de evaluación en


(nuestro país) por parte del organismo rector de la educación superior, la Secretaría de
Estado de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, SEESCYT, para que se garantice
su exclusividad y su excelencia.

Al parecer, estamos aún lejos de distinguir las finas diferencias que marcan la distancia
entre el comportamiento noble y el vulgar: mientras que en Gran Bretaña, por
ejemplo, las universidades de Saint Andrews y la de Oxford otorgaron Honoris causa a
Benjamín Franklin por su Teoría Unitarista, mediante la cual aclaró el fenómeno de las
cargas eléctricas positiva y negativa, entre nosotros se da el mismo título, en algunos
casos como política para cada graduación, a un Ex-rector, a un excelente pelotero, a
un funcionario del Estado, del que se esperan favores o a un viejo miembro del
Patronato de la institución, para mencionar solamente algunos motivos.

Independientemente del merecido o no, o de las personalidades a quienes se haya


honrado en nuestro país con el Honoris causa, podemos preguntarnos: ¿Reúnen
nuestras universidades las condiciones antes expuestas para conceder tan alto y noble
honor? ¿Estamos acaso rindiendo honra a Rousseau de que en nuestras manos las
cosas nobles tienden a degenerar? ¿Aportan esos reconocimientos a la motivación de
la calidad y la excelencia de nuestra educación superior?

A pesar de lo antes expuesto y de la parte crítica que implica esta reflexión, hay que
reconocer el lado positivo del proceso que se ha venido desarrollando en nuestras
universidades, a través de los reconocimientos de honor: las instituciones de educación
superior han indicado la necesidad existente en el país dominicano de doctores y de
programas doctorales y, a la vez, muestran que el Sistema Nacional de Educación
Superior se ha desarrollado por debajo de las exigencias modernas de formación
académica y científica, con lo cual hacen implícita alusión, además, a la importancia
merecida que se da en nuestro país al nivel más elevado de la educación: el
Doctorado.
Es propio de la honradez intelectual reconocer también que muchas de nuestras
universidades, reconociendo expresamente el justo valor del Doctorado honoris causa,
no han accedido -o lo han hecho de manera muy restringida- a realizar tales
reconocimientos.
La cantidad de títulos de Doctor honoris causa otorgados por las universidades
dominicanas, sin tener aquí en cuenta los nombres de las insignes y famosas
personalidades que, merecida o inmerecidamente, han sido reconocidas, está
contenida en el cuadro siguiente:

CANTIDAD DE DOCTORES DE HONOR POR UNIVERSIDAD

UNIVERSIDADES N_ DOCTORES H.
C.
UASD 59
UCE 49
PUCMM 48
UTESA 40
UNPHU 30
O&M 24
UNAPEC 20
UNICA 15
UNEV 14
UCDEP 13
UFHEC 7
UTESUR 5
UCATECI 4
UCNE 4
UNICARIBE 3
UCSD 3
INTEC 1
UNIBE 1
TOTAL: 340

Nota: las universidades que no aparecen no han otorgado títulos H. c.

El cuadro anterior muestra que 18 universidades, de las 40 instituciones que tiene el


Sistema Nacional de Educación Superior, han otorgado 340 títulos H. c. De éstos, 312
(91.8%) títulos han sido otorgados por 10 universidades.
La relación actual en nuestro país es que por 2.4 Doctores de honor existe un Doctor
ordinario formado en universidades extranjeras, puesto que las universidades
dominicanas no han estado, hasta la fecha, en condiciones para abrir programas
doctorales propios. Mientras que los títulos de Dr. h. c. expedidos en el país suman
340, los doctores ordinarios registrados en el Consejo Doctoral de la SEESCYT
ascienden apenas a 140.

Debe movernos a la reflexión el hecho de que tengamos más Doctores honoris causa
en el país (que deben ser la excepción) que doctores de carrera académica y científica
ordinaria, pues la relación correcta debe ir en la dirección opuesta, pero con mucha
distancia con relación a la cantidad. Las universidades deben primeramente preparar
sus propios Doctores, para luego reconocer a los que son doctus excepcionalmente.
Puede hacer bien al naciente Sistema Nacional de Educación Superior Ciencia y
Tecnología promover la prudencia y la justa medida de sus instituciones en las
acciones desplegadas, en este caso, con respecto a la concesión de títulos Dr. h. c.
Existen diferentes formas y categorías de honrar a quien lo merece, entre éstas el
Honoris causa es el escalón supremo al que alcanzan merecidamente muy pocos.
Desde hace ya mucho tiempo, las universidades del Tercer Mundo vienen siendo
descalificadas por académicos y científicos de los países más desarrollados, según
objetan, por la carencia de verdadero espíritu de rigurosidad científica.
(Wissenschaftlichkeit).12
Es de sano juicio recordar, que el Honoris causa es un galardón con marca de
distinción excepcional. Nuestro prestigio académico y nuestro honor en el ámbito
internacional (que a largo plazo crean buena fama, dejando así grandes beneficios)
estarán siempre ligados al grado de honradez, rectitud y responsabilidad con que sean
dirigidos los asuntos académicos. Es prudente evitar las críticas y la descalificación.
cuando éstas se basan en realidades y en la razón.
____________________________
1 Rousseau, Jean Jacques: Emil oder über die Erziehung. Eine Auswahl. Editorial Quelle
und Meyer, Heidelberg, 1967. La frase fue traducida del idioma Alemán por el autor de
este artículo.

2 Aristóteles introduce a la historia del pensamiento humano el concepto AITION


(causa), para indicar el factor responsable mediante el cual se puede aclarar un
fenómeno. Una detallada y precisa aclaración de los conceptos Principio y Causa, que
no son tema central de este artículo, se encuentra en el "Diccionario Filosófico" de
Walter Brugger, publicado en idioma español por la Editorial Herder, Barcelona, edición
de 1992.

3 Cf. Vargas Peña, Daniel: Vom Ursprung des Staates. Pag. 50ss. Magisterarbeit,
vorgelegt 1990, Universität Konstanz.

4 Aristóteles fue el primero en proceder analíticamente para esclarecer orgánicamente


el devenir de las cosas. Mediante la rigurosa aplicación del método analítico se observa
a las realidades intramundanas desde su surgimimiento hasta su evolución posterior.
El principio generador subyace, aunque cambie su manifestación en el tiempo y en los
espacios culturales. Podemos entonces aplicar el concepto en estadios posteriores
porque le reconocemos cualidades inalienables al objeto, a pesar de los cambiantes
accidentes que le acompañan.

Cfr. Aristóteles, La Política, 1279b. Pag. 84. Traducción del Griego al idioma Alemán
por Rolfes, Eugen, Editora de Félix Meiner, Leipzig 1912.

5 Véase Hasebrook, Joachim, "Academische Grade" Microsoft(r) Encarta(r) 99


Enzyklopädie.

6 Dos de las cuatro variables destacadas en este artículo han sido señaladas por el
Jesuita Colombiano, Alfonso Borrero Cabal cuando escribe: "Huelga decir que no deben
las universidades ser pródigas en reconocimientos honoríficos. Y que, de hacerlo,
adviertan bien el calibre del 'honos' con que ellas mismas han desempeñado las
funciones que les competen respecto al hombre, a la ciencia y a la sociedad. Porque la
calidad del reconocimiento, en último término, depende de dos condiciones previas: el
'honos' que a la persona se le reconoce y las capacidades de la entidad que reconoce,
para re-conocer."

Cita tomada de "Idea de la Universidad Medieval". En: Simposio Permanente


Centroamericano y Caribeño Sobre Administración Universitaria. Primer Seminario
General, Tomo 2, Pag. 137-138. Bogotá, Colombia, 1990-1991.

7 Martí, José, Obras Completas. Pag. 139, Tomo 1, Editorial Nacional de Cuba, La
Habana, 1964.

8 El galardón concedido por la, entonces llamada, Universidad de Santo Domingo al


dictador Trujillo fue anulado por resolución del Consejo Universitario de la UASD en el
1962.

9 Cf. Borrero Cabal, Alfonso, Op. cit. Pag. 135


10 Articulo 15 del Reglamento para el Otorgamiento del Mérito Académico de la
UNAM, reformado en el año 1990.

11 Hay que destacar que a partir del año 1961, cuando la Universidad de Santo
Domingo se convierte en Universidad Autónoma de Santo Domingo, UASD, y hasta la
fecha, la institución solamente ha otorgado 20 títulos Honoris causa. 27 fueron
concedidos durante los años del trujillato.

12 Cf. Dutari Terán, Julio: "Die Katholische Universität in der Dritten Welt". En
Hünermann, Peter (Hrsg.), Universität und Entwicklung. Pag. 66. Festakademie - 30
Jahre KAAD, 7.-9.- April 1988.

DOCTOR DANIEL VARGAS PEÑA

El autor es catedrático de la Universidad Autónoma de Santo Domingo en el área de


Filosofía; obtuvo su doctorado en Filosofía con examen riguroso en Sociología de la
Cultura en la Universidad de Konstanz, Alemania. Su disertación doctoral "Culpa y
Expiación después que cae la Dictadura", fue publicada por la editora Hartung-Gorre-
Verlag de la ciudad de Konstanz, Alemania.

Es un destacado investigador y conferencista en el área de Educación Superior, ha


publicado artículos sobre esta temática en diiferentes revistas alemanas, de igual
manera colabora en forma asidua en los números de la revista de la hoy Secretaría de
Estado de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, donde es, además, el ecargado de
Postgrado y representante de esta Secretaría ante el Instituto Internacional para la
Educación Superior en América Latina y el Caribe (ESALC) UNESCO.

Derechos Reservados: Periódico Hoy

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