y Creación
literaria
Agosto 2010
Jesús Nieves Montero
Primer Tiempo
Poesía y vinos
espumosos
El poeta busca una verdad estética y no sólo
representar el mundo con palabras sino modelarlo,
crearlo
Ítaca, Konstantínos Kaváfis.
Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
Entre las distintas funciones del alma, las hay bajas y mezquinas; quien
en el ejercicio de ellas no la considera y examina, dejará de conocerla
por entero. A veces mejor se la profundiza en sus acciones simples,
porque el ímpetu de las pasiones la agita y lleva a sus más elevados
movimientos; únase a esto que nuestra alma se emplea por entero en
cada una de nuestras acciones y que nunca la ocupa más de una sola
cosa a la vez y en ella pone todo el ser de cada individuo. Consideradas
las cosas en sí mismas, acaso tengan su peso, medida y condición, pero
desde el instante en que se relacionan con nosotros, el alma las
acomoda a su manera de ser. La muerte, que a Cicerón estremece,
Catón la desea, y es indiferente para Sócrates. La salud, la conciencia,
la autoridad, la ciencia, las riquezas, la belleza y sus contrarios, se
despojan, recibiendo del alma, al entrar en ella, nueva vestidura, y
adoptando el matiz que la place: moreno, claro, verde, obscuro, agrio,
dulce, profundo, superficial, el que más en armonía está con las distintas
almas, pues éstas no pusieron de acuerdo sus estilos, reglas y formas;
cada una es en su estado soberana. ¿Por qué no nos fundamentamos
más en nuestros juicios, en las cualidades externas de las cosas? En
nosotros estriba darnos cuenta de ellas. Nuestro bien y nuestro mal no
dependen sino de nosotros. Hagámonos donación a nosotros mismos de
nuestras ofrendas y deseos, en manera alguna a la fortuna; ésta es
impotente contra el poderío de nuestra vida moral, pues la arrastra
consigo la moldea a su forma. ¿Por qué no he de juzgar yo de Alejandro
cuando se encuentra en la mesa, conversando y bebiendo a saciedad, o
cuando juega a las damas? ¿Qué cuerda de su espíritu deja de poner en
actividad este juego necio y pueril? yo le odio y le huyo porque no es tal
juego, porque nos preocupa de un modo demasiado serio, y porque me
avergüenzo de fijar en él la atención, que, empleada de otro modo,
bastaría a hacer algo para que valiera la pena. No se tomó mayor
trabajo para organizar su expedición gloriosa a las Indias; ni ningún otro
que se propone resolver una cuestión de la cual depende la salvación
del género humano. Ved cómo nuestra alma abulta y engrandece
aquella diversión ridícula; ved cómo absorbe todas sus facultades; con
cuánta amplitud proporciona a cada uno los medios de conocerse y de
juzgar rectamente de sí mismo. Yo no me veo ni me examino nunca de
una manera más cabal que cuando juego a las damas: ¿qué pasión no
saca a la superficie ese juego?, la cólera, el despecho, el odio, la
impaciencia; una ambición vehemente de salir victorioso, allí donde
sería más natural salir vencido, pues la primacía singular por cima del
común de las gentes no dice bien en un hombre de honor tratándose de
cosas frívolas. Y lo que digo en este ejemplo puede amplificarse a todos
los demás; cada ocupación en que el hombre se emplea, acusa y
descubre sus cualidades por entero.
“Desde el momento en que había puesto el pie fuera de casa, uno reía y
otro lloraba”. Juvenal
Ni se lee sólo con los ojos ni se degusta sólo con nariz y boca porque,
cuando Gatsby se queda mirando la luz verde en las noches, alejado de
las fiestas de las cuales era anfitrión, leemos también con el corazón y
con los poros que se erizan de emoción y envidia a la idolatría que
sentía por Daisy. Y cuando probamos un sorbo de una botella de hace
diez, quince, veinte o más años, también degustamos con la memoria
que acaricia las impresiones asociadas a esos años, recuerdos vividos,
imaginados —leídos acaso— de las jornadas de vendimia y del reposo
arrobador de la madera y luego la severidad y solemnidad del corcho y
el vidrio.
-Por eso mismo le digo que tengo mis dudas -contesté-, e iba a cometer
la tontería de pagarlo como si se tratara de un exquisito amontillado, sin
consultarle. No había modo de encontrarle a usted, y temía perder la
ocasión.
-¡Amontillado!
-¡Amontillado!
-Y he de pagarlo.
-¡Amontillado!
-Pero como supuse que estaba usted muy ocupado, iba ahora a buscar a
Luchesi. Él es un buen entendido. Él me dirá...
-Y, no obstante, hay imbéciles que creen que su paladar puede competir
con el de usted.
-¿Adónde?
-A sus bodegas.
-No, amigo mío. Aunque usted no tenga compromiso alguno, veo que
tiene usted mucho frío. Las bodegas son terriblemente húmedas; están
materialmente cubiertas de salitre.
-Está más allá -le contesté-. Pero observe usted esos blancos festones
que brillan en las paredes de la cueva.
-Salitre -le contesté-. ¿Hace mucho tiempo que tiene usted esa tos?
-Un gran pie de oro en campo de azur. El pie aplasta a una serpiente
rampante, cuyos dientes se clavan en el talón.
-El salitre -le dije-. Vea usted cómo va aumentando. Como si fuera
musgo, cuelga de las bóvedas. Ahora estamos bajo el lecho del río. Las
gotas de humedad se filtran por entre los huesos. Venga usted.
Volvamos antes de que sea muy tarde. Esa tos...
-¿Cómo?
-Usted bromea -dijo, retrocediéndo unos pasos-. Pero, en fin, vamos por
el amontillado.
-Pase usted la mano por la pared -le dije-, y no podrá menos que sentir
el salitre. Está, en efecto, muy húmeda. Permítame que le ruegue que
regrese. ¿No? Entonces, no me queda más remedio que abandonarlo;
pero debo antes prestarle algunos cuidados que están en mi mano.
-¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Buena broma, amigo, buena broma! ¡Lo que nos
reiremos luego en el palazzo, ¡je, je, je!, a propósito de nuestro vino! ¡Je,
je, je!
-¡Je, je, je! Sí, el amontillado. Pero, ¿no se nos hace tarde? ¿No estarán
esperándonos en el palazzo Lady Fortunato y los demás? Vámonos.
-¡Fortunato!
-¡Fortunato!