Anda di halaman 1dari 147
John Shotter Realidades conversacionales La construcci6n de la vida a través del lenguaje = Amorrortu/editores Realidades conversacionales La construccién de la vida a través del lenguaje John Shotter Amorrortu editores Biblioteca de sociologia Conversational Realities. Constructing Life through Lan- ‘guage, John Shotter © John Shotter, 1993 (edicién en idioma inglés publicada por Sage Publications de Londres, Thousand Oaks y Nueva, Delhi) ‘Traduccién, Eduardo Sinnott Unica edicién en castellano autorizada por Sage Publications, Inc., Londres, Reino Unido, y debidamente protegida en to- dos los paises. Queda hecho el depésito que previene la ley xn? 11,723. © Todos los derechos de la edicién en castellano reservados por Amorrortu editores 8. A., Paraguay 1225, 'P piso (1057) Buenos Aires. La reproduceién total o parcial de este libro en forma idé: tica 0 modificada por cualquier medio mecénico o electréni- 0, incluyendo fotocopia, grabacién o cualquier sistema de almacenamiento y recuperacién de informacién, no autori- zada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilizacién debe ser previamente solicitada. Industria argentina. Made in Argentina ISBN 950-518-182-5 ISBN 0-8039-8933-4, Londres, edicién original Impreso en los Talleres Graficos Color Efe, Paso 192, Avella- neda, provincia de Buenos Aires, en junio de 2001. Indice general Prefacio y agradecimientos Introduccién: una versién retérico-respondiente del construccionismo social Be 83 Primera parte. Una versidn retérico-respondiente del construccionismo social 35 1. El fondo conversacional de la vida social: mas alls del representacionalismo 872, Localizacién del construccionismo social: conocer «desde adentro» 81 3. Didlogo y retérica en la construccién de las relaciones sociales, 108 Segunda parte. El realismo, lo imaginario y un ‘mundo de acontecimientos 105 4, Los limites del realismo 125 5. La vida social y lo imaginario 163 6. La relatividad lingistia en un mundo de acontecimientos 181 Tercera parte. Realidades conversacionales 183 7, En busca de un pasado: reautoria terapéutica 202 8 Construcciones reales y falsas en las relaciones interpersonales 224 9, Elgerente como autor préctico: conversaciones para la accién 241 10. Laretériea y la recuperacién de la sociedad civil 265 278 279 Epflogo: el construccionismo social retérico- respondiente en forma sumaria Post serfptum, Roy Bhaskar Referencias bibliogrétficas Prefacio y agradecimientos * Sibien su propésito es dar voz a muchos temas abarca- dos en las dems obras de esta serie dedicada al construc- cionismo social,* este libro va, no obstante, un poco més alld: intenta describir los rasgos decisivos del mundo o los. ‘mundos conversacionales dentro de los cuales reside nues- tro ser, Pues la conversacién no es sélo una de las muchas actividades que desarrollamos en el mundo, Por el contra rio, nos constituimos y constituimos nuestros mundos en la actividad conversacional. Esta es fundante para nosotros. Compone el fondo, comtinmente ignorado, en el cual arraiga nuestra vida. Pero no es forzoso que siga siendo asi. Porque desde dentro de nuestras propias actividades conversacio- nales podemos llamar la atencién acerca de algunos de sus ‘rasgos de decisiva importancia, que de otro modo nos pasa~ rian inadvertidos, Podemos, pues, legar a captar aspectos de su naturaleza a través de nuestra propia habla, aun ‘cuando, en teoria, nos esta negada una visiGn de ella como totalidad. En tanto que la introduccién, el epflogo y los capitulos 1, 2 3 fueron eseritos especialmente para este volumen, los ‘dems capitulos se tomaron de las fuentes que se indican a continuacién. Capitulo 4: (Shotter, 1984; se lo presenta ‘con més detalle en el capitulo 1)— donde se originan y se forman® todas las restantes dimensiones socialmente signi- ficativas de la interaccién interpersonal, con los modos de ser subjetivo u objetivo asociados a ellas. Coneebir de este modo nuestras capacidades cogniti- ‘vas —como si se formaran en lo que hacemos ¥ decimos, y no como fuentes ya existentes y bien constituidas de nuestras ‘acciones y nuestros enunciados— es, como lo ha sefialado recientemente Harré (1992a), contribuir a una «segunda revolucién cognitiva», que da «un giro discursivos (por ejem- plo, Edwards y Potter, 1992). Mientras que la primera fue iniciada piblicamente en Harvard en la década de 1960 por 4J., Bruner y George Miller, yen gran medida estaba en la linea (cuando la examinamos retrospectivamente) de Ia orientacién instrumental, individualista, sistemética, unt taria, ahistérica y representacional del pensamiento dor ® Pienco equi en la primera tesis de Marx sobre Feuerbech, segtin la cual la principal defcincia do todos le materilismae exitentes hasta shora ineluido el de Feuerbach) es quela cos, la realidad, la sensibllidad, ‘econcben slo con la forma dl ober ode a contemplacin, pero no como Dréctice, actividad humana sensorial, no subjetivamentes (Marx y En- ws, 1977, pig. 12. “Alborotoysbulicios sn términos empleads por Wittgenstein 2980, 1, n's 625,626, 628) para indicar el eardcter indefinido dal marco que determina nuestras respuestas alo que experimentamos,y segin el cual Juagamos los acontecimientos de nuestra vida cotidiana. 5'Ee interesante en este sentido lo que senala Toulmin (19822, pig. 64) acerea de la geneslogie dela palabra sonciencias: es comenzar a utilizar parte del vocabulario que actualmente aparece —pero atin con la forma de «mondlo- {05 te6ricos» (Billig ef al., 1988, pg. 149)— en la teorfa so- tial posmoderna y posestructuralista. No se trata de un Accidente. Mi prop6sito, tal como es en realidad el propésito de toda esta serie de libros, es intentarliberar a la psicolo- gia de su -colonizaciéne por un «cognitivismor ahistérico, ‘social, instrumental eindividualista (Still y Costall, 1991), y abrirla a una forma de actividad investigativa més am- plia, participativa o dialégica. Mediante esta forma de in- ‘vestigacién —que no consiste sdloen steorias» y «sistemas formulados por especialistas enfrentados entre sf en una lucha neodarwiniana por la supervivencia del mas apto— podemos comenzar a ver que también quienes participan de todo el contexto sociohistérico de fondo en que el propio cognitivismo estd inserto —el marco conversacional que hasta ahora ha permanecido en silencio— pueden empezar a intervenir en el diélogo. Lo que consistia en una lucha eli- ‘minatoria o excluyente por la tinica «visién» sistemtica y correcta (en la busqueda de una «solucién final), se trans- forma en una conversacién continua, no eliminatoria, inclu- yyente y polifinica, que constituye, para decirlo con palabras 4e Billig (1987), una tradicién de argumentacién». Bn ella se redinen en todo momento, como unidades dinémicas, diferentes tradiciones argumentativas, no por tener eabida en un mareo compartido, sino (como también sefalé Billig) por originarse en y orientarse hacia la elaboracién dilogica de ciertos «temas dilemiticoss,«t6picosr 0 «lugares comu- nes» bilaterales 0 multlaterales. Ysi bien en tales tradicio- nes jams se aleanzan soluciones finales, lo importante es que quienes se alzan con las discusiones en su seno, tienen Como lo seftalamos tanto Harré (1980) como yo mismo (Shoter, 1984), podriatnos hablar aqui siguiendoa Uexkil (1957), de la Umevet hums 23 Ja oportunidad de modificar la agenda de la argumentacién, En otras palabras, lo que importa no son tanto las conchi- siones a las que se llegue, cuanto los términos en que se for- ‘mulen las discusiones. Puesto que hablar de una nueva ma- nera es «construir» nuevas formas de relacién social, y eons- truir nuevas formas de relaciGn social (de relaciones entre el ‘yo y los otros) es construimnos nuevas maneras de ser (de relaciones entre la persona y el mundo). Y precisamente es eso, por supuesto, lo que esta en jue- 0 en este libro. Para seialarlo de manera suficientemente cexplicita, mi propésito es presentar argumentos para resi- tuar 0 «refundar» la disciplina académica de la psicologia dentro de las actividades sociales formativas en accidn en el marco conversacional cotidiano de nuestra vida. O bien, para decirlo con otras palabras: presentar argumentos con vistas a reformularla en términos apropiados para el estu- diodeesas actividades. En efecto, si las afirmaciones que he planteado hasta ahora son correctas y nuestras formas de hablar constituyen nuestras relaciones sociales, nuevas formas de hablar en psicologia, mas étcas y sociales, contri- buirdn a «reconstruirlay segtin lineamientos mas éticos y sociales y, por tanto, a establecer en ella una nueva «tradi- cién de argumentacién>. Entonces, en lugar de las viejas luchas eliminatorias y excluyentes, podremos brindar la oportunidad de generar toda una nueva serie de luchas creativas de un tipo muy diferente, no eliminatorias e inclu yyentes, marcadas no s6lo por las tensiones, digamos, entre las representaciones simplemente mentales y el conexionis- mo de la psicologia cognitiva, sino por una multitud de otras tensiones que hoy no tienen voz dentro de la disciplina. sas tensiones estén presentes en cada une de los momen- tos de incertidumbre de nuestra vida en los que somos res- ponsables de las «conexiones» que establecemos: entre nosotros y quienes nos rodean como «compafieros», wextra- os», vextranjerose, «amigos, ete.; entre nosotros y «nuestro pasado», «nuestro futuro» y «nuestra muerte; «nuestro me- dio ambienter; «lo descondcido»; lo «trascendental o absolu- to», ete; y en nuestra construccién social de esas conexiones construimos nuestras identidades, el cardcter de nuestros deseos, en sintesis: quiénes somos para nosotros mismos. La psicologia —con sus inseguridades y sus luchas para mostrarse merecedora de un lugar entre las ciencias du- 24 ras se incapacité para participar en los decisivos debates sobre cémo podrian forjarse esas conexiones. Esos debates son parte del mismo proceso sociohistérico y bidireccional de desarrollo cultural mencionado al comienzo de esta «In- troduceién», en el cual esté en juego una articulacién o transformacién més profunda de nuestras formas de vida. En el pasado muchos se decepeionaron por la ausencia dela psicologia en esos debates. El propésito de los estudios in- luidos en este libro es doble: mostrar que en realidad esta- ‘mos a s6lo un paso de tomar parte en esos debates, y aportar algunos recursos para darlo. ‘La estructura de este libro Lo que intento presentar en la Primera parte no es la teoria de una versiGn retérico-respondiente del construccio- ‘nismo social sino una exposicin instructiva de ella; es decir, toda una eaja de herramientas lena de «enunciados ins- tructives» o «recursos verbales+ para aplicar en la explica- cin y Ia interpretacién de nuestras actividades conversa- cionales cotidianas: acién conjunta, conocimiento de tercer tipo (situaciones conversacionales «desde adentro»); sinvisi- bilidad racional e «ilusiones del discursow; formas de ha- blar retérico-respondientes versus formas de hablar refe- renciales y representacionales; la emergencia de las formas referenciales a partir de las formas respondientes de habla y su carraigo» en ellas; la naturaleza «sensible» de las for- ‘mas respondientes de habla; la naturaleza de negociacién ‘fica de los productos de la actividad conjunta y conversa- cional; Ia condicin de la «mente» y de la sidentidad» como fenémenos limite y como entidades «imaginariasy; la natu- raleza abierta, incompleta y negociada de Ia vida social; nuestras maneras de hablar (géneros) como formas formati- ‘vas; hacer einventar versus hallar y deseubrir; protesis ein- dicadores lingiistieos, etc. En lugar de una teoria inica y unificada, he reunido una coleccién asistematica de «préte- sis conceptuales» mediante las cuales se pueda entender el telon de fondo de nuestra vida. De acuerdo con lo que he es- bozado en esta «Introduceién» y argumentaré més extensa- 25 mente en el capitulo 1, la tarea de entender el telén de fondo de muestra vida no puede llevarse a eabo dentro de los con- fines de ningin tipo de ori sistematica. Las teorias site- ‘maticas reposan, en lo que concierne a su posibilidad, en su naturaleza autoevidente y por tanto omiten analiza aspec- tos decisivos; resultan en una autoengafiosa eternizacién de Ja ideologia del momento (Rorty, 1980; véase el capitulo 1 del presente libro) Bn realidad, como las actividades men- tales conllevan procesos dialégicos de comprobacién y verifi- cacién moral en el contexto en el que se emprenden (Shot- ter, 19932), ello socava los enfoques sistemdticos, no situa- dos o descontextualizados (de inspiracién iluminista) del estudio de la «mente. La actividad mental debe estudiarse de otra manera: como una actividad situada, de moral préc- tica, y conjunta. ero la naturaleza de tal actividad nos resulta enigmé- tica y extra; no estamos acostumbrados a hablar de las situaciones desde cuyo interior actuamos como realidades primordialmente intralingiifsticas; no estamos acostum- brados a aceptar que silo establecemos contact con los as- ‘pectos del mundo que son independientes de nosotros desde ¢linteror de elas, mediante las recurses que nos proporcio- nan, En un esfuerzo por mostrar eémo podria ser su natura- leza antes de que nos ingeniéramos para imponerles un or- den inteligile, afin de captar la naturaleza plural, cam- biante, incompleta y discutida de tales realidades (de fon- do), intento, en el eaptalo 2, situar el construcionismo so cial en un mundo de actividades y de acontecimientas (en lugar del acostumbrado mundo de cosas y sustancias). Y sostengo que esas realidades conversacionales, y las tradi- ciones dialégicas de argumentacién contenidas en ellas, de- bon enearnar una forma no sistemética y bilateral de cono- cimiento —un llamado sentido comin (sensus communis) dilematico— que proporciona a quienes viven dentro de ellas un recurso prctico y flexible, para emplear en su sos- ‘tenimiento y en su «desarrollo», En el capitulo 3 exploro los procesosdialigicos y retéricos que producen y reproducen dicho sensus communis dilemtico y las tradiciones de argu- sentacién que sstiene, para pasar a mostrar partede lo. ‘que implica empezar a realizar la investigacién psicolégica desde dentro de un context semejante, como empresa dia ‘légica antes que monolégica. Afirmo asimismo que su fun- 26 damentacién en un sentido comtin bilateral proporciona, sin predeterminar el resultado de los argumentos de las, personas, una base comtin suficiente para que todas elas, sepan que al menos intervienen en el mismo argumento, con lo que se evita la acusacién de que una postura cons- truccionista social conduce ineludiblemente a un relativis- ‘mo del «todo vale. Si esté situada o venraizada» en el fondo conversacional de la vida cotidiana, no es entonces mas re- lativista que cualquiera de los mareos sisteméticos formula- dos en las ciencias particulares; ni sus afirmaciones, nilas de los partidarios del construccionismo social, pueden ir ‘mis alld de los imites de nuestras eapacidades de compren- sign, forjadas en nosotros por las tradiciones de argumenta- ign de que disponemos en nuestra historia y nuestra cul- ‘ura. En la Segunda parte considero el realismo, lo imaginario yy la naturaleza de un mundo de acontecimientos. Quienes todavia mantienen una concepcién no dialdgiea y no retér- ca del conocimiento cotidiano y ain creen que este nos pro- porciona un «marco» teérico monologico para la interpreta~ ‘idn de los acontecimientos, temen el supuesto relativismo intrinseco del construccionismo social. A su juico, este no muestra ningtin camino para establecer contacto con una «realidad» més alla de un marco de pensamiento. Ast chos de los que adhieren a una teoria construccionista social de los procesos sociales, quieren no obstante adoptar una metodologia «realista» (Bhaskar, 1989, 1991; Eagleton, 1991; Greenwood, 1989, 1992; Norris, 1990; Parker, 1992) Pero, en todas sus variedades, el realismo nace del intento de hallar una solucién de principio, sistematica y anticipa- da a un dilema bésico que deriva, por una parte, de saber ‘que el simple decir no puede lograrlo, pero, por la otra, de saber que podlemos hacer cosas con las palabras. Como aho- ra afirma Harré (1990, pag. 304), la mejor forma de resolver este dilema es un «realism politicos de acuerdo con el cual «leemos las teorias no como series de enunciados verdade- +03 o falsos, sino como guias para actos cientifics posibles. Las préctieas de manipulacién pueden ser eficaces oinefiea- esr. Pero politicamente esto suscita un nuevo dilema, que puede reformularse del siguiente modo: a) jse intenta resol- ‘ver un dilema como este por anticipado mediante decisiones, en principio politicas desde el interior de un sistema de pen- 27 samiento? ¥, en ese caso, ide quién es la politica (el sistema te6rieo) que debe aceptarse, y con qué «fundamentos»? O bien: 6) ;sencillamente aceptamos la existencia de dichos dilemas y estamos de acuerdo en resolverlos, toda vez que se presenten, en términos de «fundamentos® locales, contex- tuales, sostenidos como tales porlos interesados? Y sies asi, geual es la condicién de los fundamentos en cuestién? Esto es, a mi entender, lo que esté en discusién en los argumen- tos sobre el realism: {de quién —te6ricos o profesionales (@e la reflexidn)—es la forma sbisicar de hablar que ha de dominar? Opto por la segunda posibilidad. Segiin lo veo, no hay en ‘el mundo ningiin orden de cosas preestablecido; los érdenes ‘que haya en él son construidos y sostenidos por el hombre. Asi, en el capitulo 4—en el que examino eriticamente la in- ‘luyente versién de Bhaskar de un «realismo cientificoo tico-— intento poner de manifiesto algunas de las cuestio- nes politicas contenidas en afirmaciones como Ia de Bhas- kkar: que en efecto hay érdenes preexistentes. Planteo alli cuestiones que tienen que ver, por ejemplo, eon lo siguiente: 4) los filésofos, los psicélogos 6 los te6ricos sociales, ;deben ser «peones de los cientificos» 0 «fabricantes de herramien- tas para la sociedad en general», yb) qué se encierra en el hhecho de que los grupos de elite resuelvan dilemas en forma te6rica, antes de tiempo y proviamente a su resolucién, me- znos formal, en arenas de naturaleza mas puiblica de la socie- dad civil? Alrechazar el realismo, rechazo la idea de que es posible descubrir «fundamentos», «normas» o «limites» indiscuti- bles de acuerdo con los cuales puedan juzgarse nuestra pretensiones de verdad, Sin embargo no deseo, por supues- to, llegar al extremo de decir que en la medida en que se pueda contar una buena historia que le sirva de apoyo, wto- dovale». Una vez més, puede hallarse la clave para resolver este dilema si se lo sittia en el seno de una comunidad. Se transforma entonces en el dilema de distinguir, desde el in- terior de la comunidad, entre lo que para nosotros son posi- Dilidades «reales» y posibilidades «ficticias», habida cuenta de quiénes somos culturalmente para nosotros mismos. En ‘el capitulo 5 examino esta cuestién en términos del concepto de lo imaginario». Este concepto nos prove de los recursos ‘que necesitamos para hablar de las entidades «politicas» 28 ‘que atin no existen del todo —pero que tampoco son del todo ficticias—, de acuerdo con las cuales organizamos y susten- tamos retéricamente nuestras relaciones sociales, En un principio, la existencia de esas entidades politicas reside en ‘su mera «subsistencia» en lo que la gente dice de ellas, pero —en la medida en que nuevas formas de hablar tienden a. soonstruir» nuevas formas de relacién social— empiezan a asumir una existencia més «real» (moralmente intransi- gente) cuanto mas se habla «de» ellas, y dan origen a nuevas instituciones y estructuras sociales. Un proceso manifesta- do en la psicologia, por ejemplo, con el paso de una perspec- tiva conduetista a una cognitivista que se inicié entre fines de la década de 1950-y comienzos de la de 1960; lo que moto- riza esos procesos de cambio no son nuevos descubrimientos sobre la verdadera naturaleza empirica de las cosas, sino la modificacién de los intereses de las personas. Su existencia recién empieza a desvanecerse nuevamente cuando dejan de aportar el tipo de conocimiento necesario para compren- der actividades sociales de importancia: cuando las formas Cientifieas individualistas de conocimiento, populares en los ‘mereados desregulados de la década de 1980, ya no parecen fancionar en las comunidades socialmente fragmentadas de Ia década de 1990. En un intento de captar la naturaleza de ‘un mundo donde los «acontecimientos» cobran vida y la pierden de distintas maneras —muy diferente de un mundo de objetos de existencia constante—, en el capitulo 6 exami- no la obra de Whorf y reintroduzco su principio de la relati- ‘vidad lingiistica, para mostrar que, victima de si misma, esta ha sido leida e interpretada como una doctrina me- ramente sintéctica. En la lectura que propongo puede vér- sela como una doctrina que ofrece una amplia gama de de- ‘mostraciones, titiles para el construccionismo social, del ‘modo en que las formas de hablar pueden actuar en la cons- ‘truecién de formas de realidad y de sus formas interrela- cionadas de individualidad muy diferentes de las nuestras. Por tiltimo, tras haber proporcionado en la Primera par- te un instrumental de dispositivos retéricos y en la Segun- da una relacién general de los contextos en que podrian aplicarse, en la Tercera parte me propongo estudiar algunos de los resultados de su aplicacién en distintas esferas espe- ciales. El tema conductor que enlaza todos esos estudios se refiere a las dificultades que se plantean cuando los indivi- 29 ‘duos intentan entender la vida de las personas (inciuida la propia) desde un mareo ordenado. Puesto que el hecho de que modelemos o hagamos modelar nuestra vida de acuerdo con un tinico orden preexistente significa ignorar la necesi- dad siempre presente de responder a las acciones de quie- nes nos rodean, de una manera que «encaje» con nuestras circunstancias singulares y conforme al uso particular que hhacemos de los recursos que socialmente estén a nuestro al- canee. Ya sea el orden previo un orden sistemitico y mecéni- 00 uno mucho més rico, no sistemético y narrativo, el caso es el mismo; se impone a los individuos un orden previo que no les permite enunciar sus actividades de acuerdo con su. propia situacién singular. Asi, se sienten «entrampados», impedidos de actuar segiin sus necesidades. En el capitulo’? examino el caso de Ronald Fraser, un historindor oral que se refiere a las trampas que lo eneierran en su propio pasado. Considero all las formas respondientes de comunicacién obrantes en su psicoandlisis, donde son més los «sentimien- tos» que las «ideas» los que dan forma a lo que se dice, Fra- ser empieza a salir de su aprisionamiento cuando cae en la cuenta de que su pasado consiste, mas que en una tinica historia fija, en una coleccién de recursos narrativos que le suministraron las personas que lo rodeaban en su nifiez. AL emplearlos advierte que puede transformarse en el autor de su propia infancia en vez.de no ser mas que su tema. Los re- ‘cursos estén a su disposicién para que él los emplee como le agrade. En el capitulo 8 prosigo con ese tema: la posibilidad de quedar prisioneros de historias que nosotros mismos hemos forjado, Alli examino, en particular, la urgencia que Freud sintié de construir en el psicoandlisis narraciones causales coherentes que satisficieran la necesidad ecientificar de lle- gar a explicaciones causales ordenadas. Califico de «falsifi- ‘cadas® las construcciones producidas en tales circunstan- cias, porque si bien pueden, al igual que un billete falso ac- ‘tual de un délar o de una libra, transmitir una perfecta esensacién de realidad», tienen sin embargo el efecto de apropiarse en forma permanente de un recurso comunitario para un propésito individual: el de imponer un orden prees- tablecido en favor de los especialistas en psicoandlisis. Ade- més, en ese capftulo pongo de manifesto que la produccién de un orden inteligible en la reflexién, mediante la eons- 30 truccién de una exposicién narrativa, distorsiona con mu- cha frecuencia el eardcter de a situacién en la préctica rea; completa falsamente como algo consumado y terminado lo {que era una circunstancia abierta e inacabada, cuya aper- ‘ura misma «invitabae y «posibilitaba» la accién emprendi- 4a.en ella. Esto se relaciona también con los problemas que ‘enfrentan los gerentes en el comercio y la industria: diluci- dar cual «es» verdaderamente el problema en una situacién préctica singular. No es atinado identificarlo sencillamente como un problema de un tipo determinado, porque eso sig- nifica omitir por completo sus pormenores tnieos; es nece- sario, en cambio, caracterizarlo de una manera tal que reve- le emo estén esos pormenores relacionados entre sy tam- bién con su contexto. Asi, en el capitulo 9 exploro el cardcter de las conversaciones apropiadas para entender «esos momentos y detalles fugaces de las cosas que llamamos “circunstancias"» (Vico). Las metéforas son importantes re- cursos retricos de que disponen los gerentes para describir las circunstancias probleméticas a que se enfrentan. Su ta- rea es de autorfa pritica: «ser autores» de una versién de tun problema, que faculte a los demés integrantes de la em- presa a identifiar los aspectos en que pueden desempeniar ‘un papel para superar las dficultades de la firma, Elobstéculo de los enfoques «centifico-naturales» reside en que al afirmar que offecen teorias generales, pretenden antes de tiempo ser eapaces de hablar correctamente en las discusiones en nombre de todos aquellos alos que estudian. Pero al hacerlo, lo silencian. Les niegan la voz, la oportuni- dad de hablar sobre la naturaleza de sus propias circuns- tancias singulares, Les niegan la ciudadania en su socie- dad, Para que eso cambie, lo que se necesita, sein parece, ‘es dar forma a algo que en la actualidad no existe: una nue- va sociedad civil, toda una «ecologia social» de regiones y momentos interdopendientes de la vida socal, en cuyo seno ‘quienes estan realmente implicades puedan explorar, anal zar y debatir eaminos posibles que conduzean hacia el futu- ro. Puesto que, segrin hemos visto, en el mundo del cons- truccionismo social el futuro no élo tiene que ver con la pre~ dicen y l control, sino con la forma en que quienes estén en él intervienen en su produccién. Este tema es examinado en el décimo y ultimo capitulo. En 61 se sostiene en especial {que si he de tener un sentido de pertenencia a una realidad 31 social, no me bastard entonces con tener simplemente un «lugar» en ella; también debo ser capaz de desempefiar un papel irrestricto en su constitucién y su conservacién como ‘mi propia modalidad de «realidad social», no como la «de ellos», sino como mi realidad y la de mi gente, como «nues- tray realidad, Si no soy capaz de desempefiar ese papel, no me sentiré un miembro pleno de ella; sentiré que vivo en ‘una realidad que no es mia, una realidad a la que otros tie- nen més derechos que yo. Segsin sostengo en ese capitulo final, sélo una sociedad con una verdadera «sociedad civil» en la que todos puedan tomar parte en la eonstitucidn de su cultura, puede suscitar en sus ciudadanos el sentimiento de que esta es efectivamente «su» cultura. De tal modo, como ‘un primer paso hacia la construccién de una posibilidad se- ‘mejante, tenemos la responsabilidad de mantener cierta curbanidad> en nuestra vida conversacional cotidiana en ‘comin, una «urbanidad» que haga posibles las conversacio- nes y los debates constitutivos de la busqueda lidica de esa cultura: yes es0 lo que est politicamente en juego en la ver- sign del construccionismo social presentada en este libro, ‘puesto que en nuestro actual individualismo de mercado es ‘una preocupacién al parecer inutil y arbitraria, 32, Primera parte, Una version retérico- respondiente del construccionismo social 1. El fondo conversacional de la vida social: més alld del representacionalismo «Las ciencias humanas, cuando se ocupan de lo que es la re- presentacién (en forma consciente o inconsciente), tratan ‘como su objeto lo que en realidad es su condicién de posibili- dad (...) Delo que es dado. la representacién pasan a lo que Ia hace posible, pero que sigue siendo representacién (..) En el horizonte de toda ciencia humana esta el proyecto de re- cordar a la coneiencia del hombre cudles son sus condiciones reales, de devolverla a los contenidos y las formas que le dieron origen y se nos escapan en ella» Foucault, 1970, pag. 364 ‘Uno de los propésitos de la formulacién de una versién, retrico-respondiente del construccionismo social se corres pande con el mencionado por Foucault en el texto citado: ‘puede colocarnos ante las condiciones socichistéricas y so- cioculturales «reales» de nuestra vida, y hacer con ello posi- ble la naturaleza actual de nuestras conciencias, donde, desde luego, segtin la concepeién adoptada en este libro, forma parte de su cardcter de condiciones «reales» de nues- tra vida el hecho de que todos los intentos de caracterizarlas sean, por su naturaleza misma, discutidos. Si ese es el caso, debemos dejar de concebir la «realidad» en la que vivimos como si fuera homogénea, la misma en todas partes y para todos. Personas diferentes en posiciones diferentes y en mo- ‘mentos diferentes vivirén en realidades diferentes. Por tan- to, debemos comenzar a repensarla ahora como diferencia da, heterogénea y consistente en una serie de regiones y de momentos, cada uno de los cuales tiene propiedades dife- rentes. Podemos comenzar a concebir Ia realidad social en general como un flujo turbulento de actividad social con- 35 tinua, que comprende en si dos especies fundamentales de actividad: a) una serie de centros relativamente estables de actividad bien ordenada y autorreproductiva, sostenida por Jas personas que en ellos son reciprocamente responsables de sus acciones (Mills, 1940; Shotter, 1984), pero cuyas for- ‘mas de justificacién estan abiertas a la discusién (Billig, 1987; Macintyre, 1981); b) esas diversas regiones o momen- tos de orden institucionalizado estan separados entre si por zonas de una actividad mucho més desordenada, inexplica- bleyy caética. Bs en esas regiones marginales e inexplicables —en los bordes del caos, leos de los ordenados centros de la vvida social—donde se producen los acontecimientos que nos interesan. A decir verdad, a medida que nos desplazamos desde un ‘mundo moderno hacia un mundo posmoderno para enfren- tarnos con los tiempos en que vivimos, comenzamos a ad- vertir que nuestra realidad suele ser un asunto mucho mas desordenado, fragmentado y heterogéneo de lo que antes habiamos crefdo.! Por tanto, a) si la incertidumbre, la va- ‘guedad y la ambigtiedad son rasgos reales de gran parte del ‘mundo en que vivimos, y6)1a manera en que «construimos» (0 wespecificamos» es0s rasgos ejerce una influencia adicio- nal en la naturaleza de nuestra futura vida en comin, no sorprende entonces que la indole de aquellos sea controver- tida; porque lo que esta en juego es saber cual de los muchos. ‘pasos futuros inmediatos es el mejor que podemos dar, esto es, cual es la versién que nos sefiala un futuro mejor. Conocimiento del tercer tipo: el conocimiento «desde adentro» Como ya he seftalado, parte de la versién retérico-res- pondiente del construceionismo social examinada aqui con- siste en sostener que la importancia de esos debates no resi- de simplemente en sus resultados, sino en las formas de ha- bla en las que se os lleva adelante, puesto que son constitu- 1 Hecho que quit se retlejaon los muchos libros referents ala eon del cans 9 a temas semejantes (por elemplo, Bohm, 1985; Peat, 1990; Prigogine y Stengers, 1980 36 tivos de diversos centros de vida social institucionalizada. Por tanto, no solamente se produce un cambio de importan- cia cuando una uotra de las partes de una institucién obtie- ne Ia victoria en un debate, sino cuando se aprovecha una ‘casin asi para modificar el estilo de la argumentacién fu- ‘ura, esto es, para modificar las formas de discurso permiti- das en esa institucién. Por ejemplo: el cambio iniciado en el siglo XVII durante la Ilustracién —hablar de nuestras vi- das no tanto en términos religiosos cuanto en términos seculares, no tanto en términos de «almas» y de sespiritu hhumano» cuanto en términos de «cerebros» y de «mentes», no tanto en términos de la voluntad de Dios cuanto en tér- ‘minos de mecanismos naturales— fue y sigue siendo tan ‘importante por las nuevas formas de discurso y relacién s0- cial (y las nuevas formas de debate) que introdyjo, cuanto ppor cualquiera de las conclusiones particulares a que se ha egado hasta ahora. En realidad, dentro de la esfera de lo ‘que son aqui nuestros intereses sociopsicol6gicos, esas nue- vvas formas de hablar son para nosotros de fundamental im- pportaneia. Pero no tanto por lo que han privilegiado como central, como por lo que han intentado prohibit, exeluir, marginar (Foucault, 1972). De tal modo, al poner en précti ca el proyecto de restituir a la conciencia una comprensién de sus condiciones de posibilidad, me propongo sostener que en el fondo conversacional de nuestra vida estiin presentes, ‘muchas otras formas de hablar, con las propiedades que les son peculiares, y que carecen hoy de «voz» en las discusiones dentro de esa esfera, pero que si legaran a tenerla, podrian cambiar nuestra vida. Por cierto, una de las tesis consideradas en este libro es, la de que, hasta ahora, en nuestros debates sociopsical6 fricos ha sido «silenciada» una tercera e importante modali- dad de conocimiento, incorporada al fondo conversacional de nuestra vida: una modalidad especial de conocimiento —aue tiene que ver con esta o aquella manera determinada de ser una persona segiin la cultura en que uno se desarro- la de nifio— que no es preciso completar 0 formalizar en una serie de enunciados teéricos demostrados para poder aplicarla, No es un conocimiento teérico (un «saber que» en Ja terminologia de Ryle (1949), porque es «conocimiento en la préctica», y tampoco es un mero conocimiento, destreza o habilidad («saber eémoe), ya que es conocimiento conjunto, 37 sconocimiento sostenido en comiin con los demas». Es un tercer tipo, sui generis, de conocimiento, que no puede redu- cirse a ninguno de los otros dos: el tipo de conocimiento que uno tiene desde adentro de una situacién, de un grupo, de ‘una instituciOn social o de una sociedad; es lo que podria mos llamar un «saber desde». Bernstein (1983) Io ha llama- do econocimiento moral practico». En otros lugares (Shotter, 1984, 19938) he discutido con amplitud la naturaleza de este tercer tipo especial de cono- cimionto, En este volumen se profundiza el examen de mu- chas de sus consecuencias en diferentes esferas de la psico- logfa, asi como otras consecuencias mas generales de su na- turaleza. Especificamente, estos estudios plantean la cues- tion de cémo llegamos a experimentarnos a nosotros mis- ‘mos y experimentar nuestro mundo y nuestro lenguaje en. Ja manera particular en que ahora lo hacemos, y e6mo po- driamos llegar a hablar de nosotros de una manera diferen- te. Por qué, por ejemplo, solemos simplemente dar por sen- tado que tenemos una mente dentro de la cabeza, y que fun- ciona en términos de representaciones mentales internas que de alguna manera se asemejan a la estructura del mun- do externo? {Por qué sentimos que vivimos nuestra vida so- cial dentro de determinadas estracturas sociales que po- seen una existencia independiente, y en las cuales actua- ‘mos segiin ciertas reglas? {Por qué pensamos que la mejor manera de entender nuestra vida y de actuar con la mejor {ntencién es en términos de formulaciones tebricas que nos suministran los especialistas (y no de acuerdo con formas cotidianas mas précticas de conocimiento)? Asimismo, gpor ‘qué ereemos que nuestro lenguaje funciona primordialmen- te cuando lo empleamos con exaetitud para representar ¥ 2 Bs el tipo de eonocimiento que so tone no sé desde adentro de uno _stuacidn excel, den grupe ode una instituién, y que portant, tomaen cuenta (debe rend euentas en Ia situacia social dentro dla cual solo poseo. Es también el enocimiento ques tiene desde adentro de mismo ‘oma ser humana. como mismbrosocialmentecompetente de una cultura; or e206, por ai desrn, eade as entrafat en qué consis mar pa fen una eonverseien (véas a cita de Garfinkel, 1967, pig. 87, en cl epi- frafe de capitulo 2 dol presonta libro). Asi aunque no sea eapaz de consi ‘derar reflexivamnente la naturaleze de ese conocimiento como una repr sentacién mental interne, de euerdo en la pregunta planteada, puedo no obetante aplar a 6 como un recurso préctico en Ia elaborain de laa ves ‘Boestas apropindas. 38 referirnos a cosas y situaciones en las circunstancias que nos rodean, y no cuando lo usamos para ejercer una influen- cia en los demés y en nuestro propio comportamiento? Di- cho de otro modo: ;por qué nos sentimos incitados w obliga dos a hablar de nosotros mismos como lo hacemos? {Qué hay en el fondo conversacional de nuestra vida que da for- ‘ma a nuestras pasiones y nos lleva a hablar de nosotros mis- ‘mos y de nuestro mundo tal como lo hacemos y, con ello, a sconstruir todas nuestras relaciones sociales segtin dimen- siones individualistas e instrumentales, y nuestra psicolo- sia sdlo en términos de representaciones mentalles, a la vez que nos impide advertir las consecuencias de proceder de ese modo? Eternizacién de la ideologia del momento En relacién con esto, Rorty (1980) ha sostenido que «el intento (que define a la filosofia tradicional) de explicar la “racionalidad” ya “objetividad” en términos de las condicio- nes de una representacién precisa es un ilusorio esfuerz0 por eternizar el discurso normal" del momento», y que, «des- de los griegos, la imagen que Ia filosofia tiene de sf misma hha estado dominada por ese intento» (pag. 11). Por «eterni- zar»entiende allfRorty ol recurso a algo tinieo (una esencia, tun espiritu, un Dios) més allé de la historia y més allé dela sociedad, eon el fin de explicar el orden 0 los érdenes (erér- ‘quicos) que observames en la vida social! En su constante reproduccién de ese orden jerérquico, el discurso normal del ‘momento representa, segiin veremos, una ideologia, en el sentido de que es una forma de hablar que beneficia a deter- minado grupo o grupos sociales, en detrimento de otros. Al caracterizar la versién del construccionismo social desarro- lada en los estudios que siguen como una versién retérico- 3 Lo que Rorty lama iteusa normals, esto es, un discurso que domina ‘nuestra habla en el sentido de que proporcion lo téminos inevestions- dos, undamentalesoiltimos mediante es cuales interpretamos as cosas, ces Toque por mi parte llamo mas adelante forma de hablar -bésica» ‘silo largo do este libro he instado a que no tratemos de pretender algo que ostd mas all de le historia y de las instituciones- (Rorty, 1989, pag 189), respondiente, deseo llamar la atencién acerca del hecho de que en ella es central una actitud respecto de la naturaleza del lenguaje que contrasta mucho con el «discurso normal del momento», en este aspecto: la naturaleza autoevidente del lenguaje, en cuanto actia en una serie de signos referen- ciales y representacionales que deben su significado al hecho de fundarse en un sistema jerarquico (arraigado en ‘una misteriosa cosa tinica —una «i6gicar— que los regula y gobierna). Puede afirmarse que esa postura (Harris, 1980, 1981; Volosinoy, 1973) —en la que el lenguaje se considera como un objeto sistematico de pensamiento, estructurado como si se ajustase a reglas, o como un sistema de diferen- cias— surge del estudio abstracto de palabras ya dichas, cuando ha cesado toda discusién a propésito de su enun- En cambio, los estudios contenidos en este libro mues- tran interés en la discutida actividad de las palabras en su enunciacién, esto es, en los factores practicos de su tso como modios o «herramientas» en Ia realizacién de los procesos ‘comunicativos cotidianos y, en particular, en su funcién formativa o«modeladorae, ¥en las resistencias» que hallan en esos procesos.® Por tanto, en estos estudios adopto la posicién de que en un proceso cotidiano que conlleva inniu- merables interacciones esponténeas, respondientes, no conscientes de si, pero cuestionadas, sin advertirlo «damos formar o «construimos» entre nosotros, como ya he sefiala- do, no solamente un sentido de nuestras identidades, sino también de nuestros «mundes sociales. 0, para decirlo de ‘otra manera, el plano en el que hablamos de lo que eoncebi- ‘mos como las caracteristicas ordenadas, explicables, mani- fiestamente cognoscibles y controlables, tanto de nosotros rmismos (como personas individuales auténomas) cuanto de nuestro mundo, se construye sobre otro plano inferior, en una serie de formas conversacionales inadvertidas, ininten- 5 ta palabra es wn acto bilateral. Esta igualmente determinada por quel a quien pertenece y por aquel al que eet dostinada(..) es just rmenteel producto dela relacidn recfproca entreel halante ye ents, en {reel emieor ye receptor. Toa palabra exprese al “un” en relacion con el “otro” Me day una configureién verbal «partir del punto de vista de ote, en lta instania a partir dol punto de vista dela comunidad ala que pertenezeos Volosinay, 1973, pg. 88) 40 cionales y desordenadas, que implican luchas entre los demés y nosotros. Hisigricamente, nos situamos en el plano més ordenado y explicable —manejado de acuerdo con ciertas formas ‘basicas» de hablar— para intentar construir y establecer formas atin més ordenadas o institucionalizadas de hablar, esto es, discursos disciplinarios, cuerpos discursivos o de escritura supuestamente «racionaless. En é1 es0s discursos son, para decirlo con palabras de Foucault, «précticas que sisteméticamente dan forma a los objetos de los que ha- blan» (1972, pag. 49); vale decir que los forman como objetos de contemplacién y debate racional, para establecer de esa manera los departamentos académicos modernos. Si bien las disciplinas académicas modernas —en especial las sciencias humanas» (Foucault, 1970)— se fundaron como disciplinas —esto es, se establecieron e institucionalizaron como profesiones—en el optimismo del siglo XIX, las condi- ciones que hicieron posible esta situacién fueron producto dela Tustracién del siglo XVII, y onvendré aunque s6lo sea enumerar algunas de ellas. La nocién misma de ser ilustra- do —enunciada simplemente como el intento de vivir la vida a la luz de la razén— sostenia que la raz6n daba a los individuos la autodeterminacién necesaria para hacer su vida, en vez de que esta fuera determinada por otros que ejereian autoridad sobre ellos. Se traté, en efecto, de un movimiento en el que determi- ‘nado grupo de clase media o alta —conocido como los philo- sophes, el primer grupo secular (y semiprofesional) de inte- lectuales con poder suficiente para desafiar al clero— puso en tela de juicio el derecho de los clérigos a decretar Ins for- ‘mas de hablar «hésicas» de la sociedad. Se crearon nuevas formas seculares de avalar las pretensiones de verdad (Ger- gen, 1989), formas que subvertian la autoridad tradicional de los sacerdotes. En ellas fueron fundamentales las si- guientes caracteristicas: a) la elaboracién de una forma «analitica» especial de «ver», basada en la observacién, que presuntamente ponfa de manifiesto el orden oculto y siste- ‘matico de las cosas que subyacia a las meras apariencias; ) la idea del lenguaje como eddigo compartido que ligaba estrechamente las palabras a las cosas; c) la idea de que el conocimiento alcanzado mediante esa forma especial de ob- servacién podia formularse simbélicamente en términos de 41 ‘representaciones (que en el tipo de orden que mostraban se ‘asemejaban al orden de esa realidad oculta); d) la idea de que el mundo era ya un mecanismo o un sistema ordenado ceuyos prineipios de operacién debfamos descubrir; ¢) la idea de que los individuos posefan en sf mismos todos los recur- 0s necesarios para realizar ese descubrimiento; por lo cual ‘las nuevas formas de conocimiento podian construirse sin recurrir a formas de conocimiento anteriores, histéricas © ‘tradicionales; junto a la falta de interés en la historia, nos ‘encontrélbamos, entonces, con el desprecio del conocimiento tradicional, del conocimiento practico y de la retérica como «mera» retériea. Los philosophes también sostenian (segin advertimos ahora) una visién enteramente errdnea de la s0- ciedad como un simple agregado homogéneo de individuos: ‘una visién que hizo posible que imaginaran que con sélo al- canzar una forma apropiada de autoconocimiento ilustrado, la sociedad misma podria controlarse mediante la predic- cin y la regulacién de la condueta de los individuos y, de esa ‘manera, «mejorarse. Es ese el fondo sobre el cual, como observa Foucault (1970), surgieron las «ciencias humanas» que son la sociolo- gia, la psicologia y las disciplinas dedicadas al anélisis dela wratura y la mitologia, Puesto que en estas disciplinas es- peciales, el chombre» no es sélo «ese ser viviente que tiene una forma peculiar (una fisiolo- ‘gia un tanto especial y una autonomfa casi nica); es ese ser viviente que, desde el interior de la vida a la que pertenece por entero y que atraviesa la totalidad de su ser, constituye representaciones mediante las cuales vive y sobre cuya base posee esa extratia capacidad de representarse precisamente esa vida» (1970, pég. 352). Eltema de las ciencias humanas no es —como en definitiva leg6 a resultar obvio con la aparicién de una ciencia cogniti- ta, interesada en las representaciones mentales, como are- na fundamental del debate actual, salida a su vez del émbi- ‘to mas heterogéneo de las ciencias de la conducta— el len- ‘guaje como tal, sino determinada forma del ser humano: la que se constituye dentro de un conjuntodeterminado de dis- cursos establecidos. Donde los discursos en cuestién son, di gamos, de naturaleza ideolégica, dado que fueron formula- 42 dos por primera vex por los philosophes (como grupo) de acuerdo con sus intereses, que, aunque ellos esperaban que fueran compartidos por todo el mundo, eran de alguna ma- nora sus propios intereses, puestos en ¢l destronamiento de la historia y las tradiciones. En Jos capitulos que siguen, mi propésitoes, por supues- to, cuestionar las normas que mantienen la vigencia de esos discursos,intentar poner de manifiesto sus origenes conver- sacionales més desordenados y mostrar que—en la transi- cién de la conversacién cotidiana a la formacién del discur- ‘so— estuvieron y estiin en juego procesos ideolégicos que bran en beneficio de determinados grupos por encima de otros. La psicologia como ciencia moral y no como ciencia natural Si pasamos ahora a la psicologia profesional y académi- cea, podemos comenzar por subrayar que en nuestras «doc- trinas oficiales» (Ryle, 1949) se considera «natural», por asi decirlo, concebirnos como poseedores de algo que llamamos «mente»: un érgano interno secular de pensamiento que me- dia entre nosotros y la realidad externa que nos rodea. Por otra parte, también es «naturale pensar que, como tal, nues- tra mente tiene sus propios prineipios operativos naturales yy susceptibles de ser descubiertos, cuya naturaleza no debe znada a la historia o a la sociedad. En consecuencia, la tarea de la psicologia como ciencia natural es, por supuesto, des- ccubrir es0s principios. De tal modo, en la ideologia del mo- ‘mento no hay necesidad de que los psicélogos profesionales justifiquen sus proyectos o programas de investigacién; pa- ‘recen ser «obviamentes correctos. ‘No obstante, esa concepeién de la «mente», ami ji ‘un mito: nuestra forma de hablar de la mente nos leva a ex- perimentarnos como si habléramos acerca de nuestra men- te; esto es, a hablar entre nosotros como si nuestra «mente» existiera como algo real que subyace a nuestra conducta. Mi opinién, empero, es que no hay ninguna «realidad subya- conte» por descubrir, y la creencia de que la hay ha llevadoa Ja psicologia a muchas errores peligrosos. En esta introduc- 43 ‘ign me propongo examinar sélo uno de ellos, el que conside- +o més importante y més peligroso: la circunstancia de que no se tome en cuenta el hecho de que en nuestra vida social cotidiana en comiin no nos es facil relacionarnos reefproca ‘mente en formas que sean a la vez inteligibles (y legitimas) y apropiadas a enuestras» circunstancias (singulares); y el hecho de que, al menos ocasionalmente, a pesar de eso lo- sgremos hacerlo. Sise atiende a los detalles empfricos reales de tales transacciones, se advierte un proceso complejo pero incierto de puesta a prueba y de verificacién, de negociacion de la forma de la relacién segiin una amplia gama de cues- tiones esencialmente éticas: cuestiones relacionadas con juicios en materia de solicitud, interés y respeto, acerea de la justicia, los derechos, etc. Puesto que en nuestra vida so- cial en comtin el hecho es que todos tenemos que desempe- fiar un papel en una responsabilidad colectiva superior: la doble tarea de mantener en circulacién la «moneda» comu- nicativa, por asi decirlo, de acuerdo con la cual levamos adelante todas nuestras transacciones sociales, y la de de- sarrollarla y actualizarla afin de hacer frente a los eambios de nuestras circunstancias a medida que se producen. Eso ‘es lo que implica el hecho de que conservemos una civilidad ‘en nuestra existencia social en comtin, Pues nuestras for- mas y medios para «entendernos> unos a otros (y unos con otros) no nos han sido dados como una dete «natural» ni subsisten sencillamente de por sf lo que es posible entre no- sotros es lo que nosotros (o nuestros predecesores) hemos «hecho» posible. Es esta responsabilidad lo que la psicologia ‘moderna ha ignorado, y lo que la ha condueido, equivocada- ‘mente, a dar un sustento profesional a la concepcin «le que yo" puedo seguir siendo “yo” sin “tis: una coneepeién que, segtin lo mostraré en el capitulo siguiente, hace que la ma- yor parte de nuestra vida social real sea «racionalmente in- visible», esto es, esté més alld de la discusién y el debate ra- cionales. Por tanto, disiento de la afirmacion de que la psicologia es «naturalmente» una ciencia biol6gica, que para su man jo requiere de los métodos de las ciencias naturales, neutra- les desde el punto de vista moral, y sostengo (véanse tam- bién Shotter, 1975, 1984, 19936) que no es una ciencia na- tural sino una ciencia moral, y que esto le confiere un cardie- ter enteramente nuevo. Bl principal cambio introducido es | este: abandonar el simple intento de descubrir nuestras na- turalezas supuestamente «naturales, y volcarse al estudio del modo en que realmente nos tratamos unos a otros como participantes de las actividades comunicativas de la vida cotidiana, cambio que nos lleva a interesarnos en el «hacer», y los procesos de «construccién social» (Harré, 1979, 1983; ‘Gergen, 1982, 1985; Shotter, 1975, 1984, 19938; Shotter y Gergen, 1989). En lo que resta de esta introduccién me pro- pongo hacer, pues, dos cosas: 1) examinar la razén de que estemos tan adheridos (tan ventrampados», en realidad) al mito de una mente seon principios naturales», ¥ a otros mi- tos similares relacionados con sus supuestos -contenidos», tales como las «idease, las xintenciones, los wdeseos>, ete. ¥ 2) examinar la naturaleza de un supuesto alternative de acuerdo con el cual puedan orientarse las investigaciones psicolégicas, una alternativa que deje tanto espacio a nues- tro shacer» cuanto a nuestros «descubrimientos Las realidades textuales y los mitos de la mente @Por qué parecemos estar, por asf decirlo, tan «fijados» a Ia idea de que, en alguna parte de todos nosotros, debe ha- ber una «mente» que trabaja de acuerdo con ciertos princi ios sistematicos ya existentes o «naturales» y que, median- te los métodos apropiados, seria posible deseubrir? Asimis- ‘mo, 2por qué estamos tan vehementemente convencidos de que debe haber una «realidad tinica y bien ordenada que hay que descubrir detrés de las apariencias, asf como un punto de vista «objetivo» segxin el cual se la puede caracteri zar? Existen, a mi juicio, dos razones prineipales, relaciona- das ambas con nuestro interés en los sistemas heredado de la Tlustracién, y que ya hemos esbozado antes. Permitase- ‘me que examine ahora esas razones. Primero: como en parte ya he sefialado, pero ahora debe- ‘mos verlo en detalle, desde los griegos de la Antigiiedad Oc- cidente ha creido que la «realidad» debe shallarse detrés de Jas aparienciasy. Durante largo tiempo se estimé, pues, que en la naturaleza del pensamiento reflexivo o teérico reside ‘una capacidad especialisima, a saber, la de poder penetrar a través de las formas superficiales de las cosas y de las activi- 45 dades para captar la naturaleza de la «forma de un orden» mis profundo, un orden subyacente del que debe manar de hecho todo el pensamiento y toda la actividad humana. Por eso la sociedad en general ha aceptado quees tarea legitima de determinados grupos especiales de personas —llamados clérigos, después eruditos y ahora filésofos, cientificos 0 simplemente inteloctuales—intentar enunciar la naturalo- za de ese orden més profundo, Pero los problemas que en- frentan son: ;dénde hay que encontrar ese orden especial subyacente? ZY cémo se lo puede hacer visible? En un primer momento, en Occidente buscamos sin éxi- to ese orden més profundo en los sistemas religiosos y me- tafisicos. Pero después, durante la Tlustracién, tras haber perdido la fe en «el espiritu de los sistemas», adoptamos en rnuestras investigaciones, dice Cassirer (1951, pag. vi), «el cspiritu sistematizador». ¥ en mi opinién todavia es ese el proyecto implicito en la psicologia moderna que hemos he- redado de la Thustracién: Ia tarea de edescubrir» una serie supuestamente neutral de principios «mentales- subyacen- tes en la que, racionalmente, deberia reposar el resto de la vida. Pocos de nosotros, sin embargo, poseemos atin la con- fianza (la pasién) intelectual o moral para aceptar de buena fe este epitome. Con todo, aunque no podemos renunciar por completo a la ereencia en que el esfuerzo de pensar con seriedad las opciones de la vida debe tener algtin valor, nos es dificultoso idear alternativas; seguimos viéndonos como si estuviéramos «entrampados» en un laberinto invisible del que no hay salida: y ello porque en nuestras précticas aca- , etc.—, quienes son competentes en tales procedimientos pueden construir sus enunciados como senunciados facticos» y pretender que poseen la autoridad do revolar una realidad «werdadera> particular situada de- ‘rs de las apariencias, sin referencia alguna al contexto co- tidiano de sus afirmaciones (véase Dreyfus y Rabinow, 10982, pig. 48). Como senala Foucault (1972, pig. 255), todo dscurso dseiplinariofija un ritual que deben cbservar quitnespartcipan en é:sestablece los goo- tae que hay que realiear(..) stables la significacion supuest oimpues- ta de las palabras que se emplean, su efecto en aquellos a quienes se Alirigen, las limitaciones de sw pretunts valde. 41 Pero ese proceso puede producir —y para nosotros, en Jas ciencias sociales, en efecto produce— lo que Ossorio (1981) ha llamado falacias «del hecho ex post factor: la enga- fiosa afirmacién retrospectiva de que, para que los aconteci- ientos presentes sean como son, sus causas tienen que ha- ber sido de un tipo determinado. Entre quienes ya han estu- diado la naturaleza general de esta falacia en relacién con Jos temas cientificos se cuenta Fleck (1979), que comenta esa naturaleza general de la siguiente manera: ‘una vez publicado, un enunciado pasa a ser parte de las fuerzas sociales que forman conceptos y crean hébitos de ppensamiento, Junto con todos los demés enunciados de- termina “lo que no puede coneebirse de ningtin otro modo” (.) Surge un sistema cerrado y arménico en el que yano es posible rastrear los origenes logios de los elementos indivi- Guales» (Fleck, 1979, pag. 37). Cuando intentamos comprender retrospectivamente los ori- genes y el desarrollo (y el curso actual) de nuestro pensa- Iiento, describimos su naturaleza dentro de esquematis- ‘mos que ahora son hasta cierto punto completos y sistemé- ticos. Pero, al hacerlo, «ya no podemos expresar los pensa- ‘mientos antes incompletos mediante esos conceptos ahora terminads» (Fleck, 1979, pég, 80) Sin embargo, el problema es que una vez que se esté dentro de» esos sistemas resulta sumamente dificil salir de ellos. Como dice Stolzenberg (1978), podemos quedar sentrampados» en el sentido de que puede existir «una de- rmostracién objetiva de que algunas de las creencias son in- correctas», pero «determinadas actitudes y habitos de pen- samiento impidan reconocer esta situacién» (Stolzenberg, 1978, pag. 224). Bs esa, creo, la trampa en que nos hemos ‘enredado en nuestra reflexién académico-sistemstica sobre nosotros mismos y nuestra psicologia, Pero eso quiere de- cir que nuestro conocimiento cientificamente adquirido del mundo y de nosotros mismos no esta determinado por nuestra « 6 por la del mundo en la medida en ‘que lo creimos (y esperamos) en el pasado; ese conocimiento suffe, en cambio, la influencia de las «maneras» —los me- dios literarios y textuales— que hemos empleado para for- ‘ular nuestraa preocupaciones. Mas atin: quiere decir que 48 hhomos dedicado el tiempo @ investigar mitos que nosotros rmismos ereamos, ejemplos de los cuales son «la mente, una realidad ya ordenada» y la sabjetividad>. ¢Cémo pode- ‘mos salir de esa trampa? Al examinar, ante todo, cémo lle- gamos a quedar entrampados, tenemos que examinar el pa- pel que retéricamente desempefiaron esos términos en nuestra habla. Porque, a mi modo de ver, lejos de contrapo- nerse ala ret6rica, el discurso acerca de la mente», de «una realidad ordenada» y de la objetividad forma parte de olla. Esa es la razén por la que creo que es importante estudiar la naturaleza real, empirica, de nuestros modos y medios eon- versacionales corrientes, cotidianos, no profesionales y no textuales de comprensién compartida; porque son ellos los que, a través del habla, nos «convencen» de nuestras su- puestas «realidades Acontecimientos en las realidades conversacionales Como ya he sefialado antes, Ia esencia de la comunica- cién textual es la lamada intertextualidad: el hecho de que, para la construccién de sus significados, recurra al conoci- siento que las personas tienen de determinada masa de significados ya formulados; por ese motivo los textos pue~ den entenderse sin contextos, esto es, independientemente de los contextos inmediatos y locales. Y también por es0, creo, los especialistas pueden quedar atrapados en los siste- ‘mas de pensamiento que ellos mismos han elaborado. Pero, como seiala Garfinkel (1967), en la conversacién corriente las personas se niegan a dejar que los demas entiendan de esa manera lo que hablan. Se desarrolla un significado tni- coy adecuado a la situacién y a las personas que estén en ella, Sin embargo, ese significado no es fécil de negociar. Ast —como de hecho todos sabemos por experiencia propia—, ‘en muchos momentos de una conversacién por fuerza suele no ser claro «de qué se est hablandow; debemnos darnos reci- procamente ocasién de contribuir ala produecién de signifi- cados acordades. En un proceso semejante «el tema del que se habla» se desarrolla s6lo de manera gradual. En verdad, como dice 49 Garfinkel (1967, pég. 40), se trata de un «acontecimiento desarrollado y en desarrollo» dentro del curso de accién que 10 produce. Por consiguiente, como tal, slo es «conocido por Jas dos partes {que intervienen en su produccién] desde dentro de ese desarrollo». No puedo subrayar con suficiento énfasis la naturaleza profunda y revolucionaria o extrafia de lo que afirma aqui Garfinkel: la naturaleza de la «reali- dad» ocupada por acontecimientos conversacionales es por Jo menos tan extraia como la de cualquiera de las «realida- des» discutidas en la fisiea moderna. La «comprensién» de ‘un acontecimiento semejante desde el interior de una rea- lidad conversacional, la construccién de una eaptacién de aquello «de lo que se habla» a partir de lo que «se dice», no es, segiin Garfinkel, una simple cuestién de «an solo pase», ‘un individuo que dice una frase y un oyente que la wentien- de». Los acontecimientos de que se habla son sespecifica- mente vagos», esto es, «no s6lo no constituyen una serie claramente delimitada de determinaciones posibles, sino que los acontecimientos descriptos incluyen entre sus rasgos esencialmente deliberados y ratificados, un “mar- gen” concomitante de determinaciones que estan abiertas rrespecto de las relaciones internas, las relaciones con otros acontecimientos y las relaciones con posibilidades retros- peetivas y prospectivas» (Garfinkel, 1967, pags. 40-1). Espe- cificarlas o determinarlas lo suficiente a los efectos practi- cos pertinentes implica un complejo proceso de negociacién de ida y vuelta tanto entre el hablante y el ayente cuanto ‘entre lo que ya seha dicho y lo que se dice en el momento, la utilizacién de pruebas y supuestos, el uso tanto del contexto presente como de la espera de algo que se diga después y clare lo que se quiso decir antes, y la consideracién de mu- ‘chos otros aspectos de fondo «vistos pero inadvertidos» (Gar- finkel, 1967, pag. 36) de las escenas cotidianas.” 1 Manifestamente, an hablante os sansible a ese fondo fen términos de dverstsexpectativas, al mismo tiempe que vail en desinosespecifi- ‘eamente en qué consisten las expectativas. Cuando le preguntamas por ‘las, tione poco ¢ nada que decir (Garfiakl, 1967, pags. 96-D. Como su- flere Garfinkel, algunaa dela expectativas dependoran de acverdos pre teenies y se conformarsn a préctieas 0 -métodes=acordados, pero ef mi tpinidn otras, a eausa de la propiedades intrineeas dela esi en eo ‘mn, surgirdn de las eieunstancias préeticas inmediats y locales de la conversaidn en cusstién Esas extrafias propiedades temporales y espaciales de Jos acontecimientos conversacionales son en realidad, se- iin afirma Garfinkel, las propiedades del habla conversa- cional corriente. Y, como sefiala (1967, pags. 41-2): Las personas necesitan de esas propiedades del discurso come condiciones para tener el derecho y reconocer el dere- cho de otros de afirmar que saben de qué estén hablando, y que lo que dicen es inteligibley debe ser entendido. En sin- tesis, su presencia vista pero no advertida se utiliza para otorgar a las perconas el derecho de llevar adelante sus te- ‘mas conversacionales comunes sin interferencia Todo apar- tamiento de esos usos suscita intentos inmediatos de resta- Dlecer el estado de cosas correcton. Podemos, pues, comenzar a ver por qué, cuando Garfinkel indicé a sus alumnos que procuraran hablar a los demés co- moi cada una de as palabras tuviera ya un significado cla- roy determinado,® la actitud causé en las victimas de esos ‘estudiantes un enojo con motives morales. La gente sentia queen cierto modo se habian violado sus derechos y, como lo mostré Garfinkel, jera asf! Al habérseles impuesto los signi ficados preestablecidos de otras personas, habian sido des- pojados de su derecho de participar en la elaboracién de los significados pertinentes para la situacién en que estaban, y negociar un resultado debidamente compartido; no podian producir un significado tinico adecuado a sus circunstancias ‘inicas. Sanciones morales siguen a esas transgresiones; la ‘gente se siente perjudicada e intenta sancionar 0 wcastigar» a quienes las cometen. Pero si admitimos esta concopeién —que aquello «de lo cual nosotros hablamos» se desarrolla a partir de lo «dicho» por cada uno—, jqué debemos decir de la naturaleza de las 4 La idea de que el lenguaje funciona aegin una serie de signitica- ‘os basics preestableidos, un céigo, ha sido durante arg tiempo un lu- far comin de la linguistics académica. Lo atestigua Ia afrmacién de Sakson (1856, pig. 71) de que el hablantey el oyente tienen a su dispo ‘icin mas o menos el mismo “fchero de representaionesprefabricadas l emisor de un mensaje verbal seocciona una de esas ‘posibilidades pre- cancobidas”y 0 supane quo el receptor hac idéntiea sleccén dentro del sisme repertorio (..) As, la efieacia de un hecho de habla exige que ‘quienes participan en él empleen un eédig comin. 51 palabras y de sus significados, si no consideramos que tie- nen significados ya determinados? En lugar de estimar que poseen ya un significado, acaso debamos ver el uso de una palabra como un medio (pero slo como un medio entre mu- chos otros) en la elaboracin social de un significado. Afir ‘mar que deben tener ya alguna clase de significado es igno- rar una vez més ese tercer tipo especial pero no reconocido de conocimiento, relacionado con el modo en que eaptamos ede qué se habla» en una conversacin, en el curso de todo nuestro discurso «acerea de» eso. Ignorarlo nos lleva a igno- rar lanaturaleza evolutiva, tinica y especialisima de esas si- tuaciones o acontecimientos conversacionales los derechos de las personas que intervienen en ellos. En realidad, insis- tir en que las palabras tienen significados predeterminados 8 intentar despojar a las personas de su derecho a tomar parte en el desarrollo de un tema conversacional con los ‘otros y a disponer de su manera individual de hacer esa con- tribucién, Pero lo que estd en juego es aun més: privar a ‘nuestra propia cultura de las ocasiones o de los aconteci- mientos conversacionales en los que se constituye y se produce la individualidad de las personas. Es también reemplazar por Ia autoridad de los textos profesionales para justificar las pretensiones de verdad (sobre la base de la ‘idea, que ahora comprobamos injustificada, de que nos dan acceso a una realidad extralingtistica independiente), las buenas razones que corrientemente nos damos unos a otros en nuestras conversaciones y debates més informales. ‘Ahora bien: si no podemos encontrar los fundamentos que necesitamos para una psicologia académica en los escritos do los fildsofas o las investigaciones de nuestros cientifieos, {d6nde podremos hallarlos? Los fundamentos de la psicologia: jen los principios de la mente o en las realidades conversacionales cotidianas? El paso de una concepeién referencialista y representa- ional del lenguaje a una visién retérico-respondiente com- prende tambien pasar de un interés descontextualizado en ‘una «psicologia de la mente» teérica y explieativa a un in- 52 terés «situado» en la «psicologia de las relaciones socio-mo- rales», practica y descriptiva, que he sefialado antes. Puesto que la «mente», como tal, deja de ser una cosa por explicary se transforma en un artificio retérico, algo de lo que habla- ‘mos en diferentes momentos y con distintos propésitos. ¥ lo ‘que necesitamos son formas de describir eriticamente esos pprop6sitos. Donde entendemos por descripeién critica una descripeién consciente de los sesgos ideologicos inherentes al discurso normal del momento; esto es, consciente del hecho de que no siempre estamos acertados en nuestras teo- rias acerea de por qué hablamos de nosotros mismos como lo hacemos. Sin embargo, un cambio semejante —la adopcién de un enfoque eritico practico y descriptive— conlleva un cambio en lo que consideramos los fundamentos de nuestra disciplina. Como sabemos, la tradicién cartesiana hace que nues- tras investigaciones, a fin de que se las considere intelec- ‘ualmente respetables, deban tener su fundamentacién en enunciados proposicionales explicitamente formulados y ‘manifiestamente verdaderos. Y negarlo (como en realidad Ioha hecho Rorty [1980)), parece abrir la puerta al eaos del «todo vale». Presuntamente, no habria nada en absoluto en ‘cuyos términos pudieran jusgarse las pretensiones de cono- cimiento, Sin embargo, las cosas sencillamente no son asi Permitaseme hacer constar una vez més lo que me parece un dato empirico innegable que la psicologia conesbida co- ‘mo ciencia natural ha ignorado constantemente: el hecho de que nuestra vida diaria no arraiga en los textos eseritos oen lnreflexién contemplativa, sino en el encuentro oral y el dis- curso mutuo. Dicho de otra manera: vivimos nuestra vida social diaria en una atmésfera de conversacién, discusién, argumentacién, negociacién, erftica y justificacién; gran parte de ello serefiere a problemas de inteligibilidad y de le- gitimacién de las pretensiones de verdad. Cualquiera que desee negarlo nos pondré de inmediato frente a un ejemplo cempfrico de su verdad. Y es ese «arraigo» de todas nuestras ‘actividades en nuestros compromisos con quienes nos ro- dean lo que impide el caos de un «todo vale». Pero sélo si ‘tenemos un tipo determinado de sentido comtin, un tipo es- ppecial de sensibilidad ética adquirida en el curso de nuestro crecimiento desde la nifez hasta la adultez, relacionada con Ia percepeién o el sentimiento de lo que quienes nos rodean 53 procuran hacer con sus acciones, estamos calificados para ‘un compromiso semejante. De faltar eso, se nos niega nues- ‘ro derecho actuar eon libertad, nuestra condicién de seres auténomos. Esa percepcién, esos sentimientos (a los que de manera inapropiada se denomina «emociones»), operan co- mo «pautas» de acuerdo con las cuales se juzga la adecua- ign 0 la propiedad de nuestras formulaciones més expli- Citas. De hecho, me propongo sostener, con Wittgenstein (1980, I, n’s 624-9), que: «sjuzgamos una accién de acuerdo con su trasfondo dentro de ta vida humana (...) El trasfondo es el bullicio de la vida. Y nuestro concepto apunta a algo dentro de ese bullicio(...) El trasfondo contra el que vemos una accién no es lo que un hombre hace ahora, sino todo el alboroto, y este determina ‘nuestro juicio, nuestros conceptos y nuestras reacciones» ‘Aunque, me apresuro a agregar, no los determina en un ins- tante, y todo el alboroto y el bullicio posibles que forman el fondo de la vida tampocd estén presentes «en» un instante. Los fumdamentos de nuestra vida nunca dejan de discu- tree. Pero es esta afirmacién —que las raices o los fundamen- tos de nuestras acciones han de hallarse generalmente en el seno de las actividades cotidianas de la gente comiin (inclu- endo las «tendencias» inconclusas a la accién que contie~ nen), y no en determinades principios ya ordenados de la ‘mente—lo que los académicos profesionales hemos conside- rrado y atin consideramos dificil de asimilar. Porque signifi- ca que la aceptacién de todo lo que proponemos depende ‘tanto (si no més) de la sensibilidad comtin, colectiva pero sdesordenada*, encarnada, de los miembros de la sociedad en general, cuanto de las nociones refinadas, sisteméticas y reflexivamente formuladas de los académicos y los intelec- ‘tuales. Pero esto quiere decir que en la elaboracién de un enfoque construccionista social no cognitive, no cartesiano ¥ retbrico de la psicologia como cieneia moral, el paso que obviamente viene a continuacién es un creciente interés, no en la mente o el cerebro, sino en el cuerpo viviente o, para decirlo més correctamente, en las actividades corporales irreflexivas de la persona en su totalidad, Puesto que, por paradéjico que pueda resultar afirmarlo, en mi opinién las 54 |) ideas se inician en las actividades corporales sensoriales, no cen la «mente; esas actividades sensoriales 0 sensibles son tanto el terminus a quo cuanto el terminus ad quem de to- das nuestras constructiones sociales (Shotter, 19980). [La postura de un construccionismo social retérico-res- pondiente que aqui adoptaré representa, entonces, un ale jamiento radical respecto de las metas «analiticas» de la lustracién: el suefio de descubrir los principios «reales», ordenados y ya existentes que subyacen a nuestra condue- ta, ya sea en la «mente de los individuos o en las «reglas» que gobiernan un orden social sistemattico. De hecho, la rotérica «realistar que legitima ese proyecto parece auto zar una forma de hablar «acerea de> determinadas -entida- des» 0 «estructurasy —como «la mente» o «la sociedad» y otras cosas supuestamente «objetivas y reales»— cuando semejantes «cosas» o «estructuras» ordenadas no pueden, como tales, existir efectivamente. Por cierto, esa retérica no ‘establece una distincién entre la «realidad social» de las per- sonas —entendida actualmente en el sentido de quiénes y ‘qué son para s{ mismas como miembros de una cultura occi- dental liberal, individualista y cientificista— y las formas de «realidad con las que podrian ponerse en contacto desde cl interior de esas realidades sociales. Una retérica seme- jjante hace que nuestra tarea parezea meramente la de des- cribir, con tanta fidelidad como sea posible, el modo en que hemos «observador cfmo es el mundo social ola mentalidad de una persona. Pero esa forma de «anélisise s6lo es itil, co- ‘mo tal, si ya sabemos perfectamente bien qué es slo» orde- nado que se est analizando. No sucede asi, sin embargo, cuando hablamos acerca de conceptos tan discutidos como «mentes», «subjetividades», «culturas», chistoriase, «socie- dades», etc. Estos son «objetos politicos o discutidos» cuya funcién, en sentido amplio, estriba en la constitucién de diferentes formas de relacién social. Por ese motivo no re- sulta sorprendente que diferentes personas tengan «visio nes» diferentes sobre lo que debe ser su naturaleza supues- tamente ordenada y expresen esas visiones en las diferen- tes «imagenes» que emplean Shotter, 1975). En la concep- cidn construccionista social que propongo aqui, «objetos politicos» como esos s6lo existen si desempefian un papel en una conversacién. Esto es, una «tradicién de argumenta- cién» estructurada de acuerdo con ellos, contribuye a dar 5B origen a una determinada forma de ser humano, en donde simaginar un lenguaje es imaginar una forma de vida» (Wittgenstein, 1953, n° 19). En otras palabras, dar cuenta de nosotros mismos hablando de wentidades internas» como y sus «deseos> —en sintesis, como habla acerea de sus «mentes»—, omiti- ‘mos tomar en cuenta «los contenidos y las formas que le dan existencia [a esa hablal» (Foucault, 1970, pg. 364). En ella, de acuerdo con la visidn del eonstruecionismo socal, las per- sonas no hacen referencia a la naturaleza de sus mentes ya existentes, sino que toman parte en un proceso debatido (0 al menos debatible), una tradicién de argumentacién en la que atin Iuchan por aleanzar la eonstitueién de su propia estructura mental. En el plano personal, todo el léxico de la mente» y de la «actividad mental» suministra una serie de recursos 0 artificios retéricos susceptibles de utilizarse en beneficio de sus intereses personales en esa lucha; en tan- to que en el nivel social, una forma de hablar que sirve para mantener y acaso desarrollar atin més nuestra forma occidental de vida y personalidad social. Si nos proponemos ‘modificarla, debemos embarcarnos en un debate en el que, como sugieren Billig ef al. (1988, pag. 149), «uma de las me- tas de la accién social o de la reforma social es ganar una discusi6n actual a fin de modificar a agenda de la argumen- tacién», y esa es la tarea en la que, en polémica con los cog- nitivistas, estamos hoy embarcados los construccionistas sociales. ee 2. Localizacién del construccionismo social: conocer «desde adentro» «Bl tema del que se habla”, como acontecimiento en desa- rrollo y desarrollado en el curso de la accién que lo produce, ‘en tanto proceso y producto, [es] conocido desde dentro dees te desarrollo por las dos partes, eada una de por sty en nom- bre de la otra» Garfinkel, 1967, pag. 40 En este capitulo me propongo profundizar en el examen de las consecuencias de situar los estudios del construccio- rismo social en un fondo 0 contexto conversacional. Esto es, ‘me propongo indagar qué conlleva el hecho de llevar ade- ante nuestros estudios desde el interior de un flujo cons- tantemente en eirculacién de una actividad social diferen- ciada, turbulenta pero formativa, donde nuestros intereses tienen que ver con «algo [que est] dentro de ese bullicion (para reiterar la frase de Wittgenstein citada en el capitu- lo anterior). Bs caracteristico que, una vez, que colocamos pereeptivamente en primer plano una entidad para estu- diarla, nos habituemos a tratarla como si tuviese una exis- ‘tencia separada e ignoremos su fondo; no solemos tratarla como si existiera solamente en virtud de su constante inte- rraceién con las circunstancias que le sirven de fondo. Pero, como lo ilustraba el ejemplo del «te quiero» presentado en la “«Introduceién», las palabras expresadas en esos contextos extraen su poder de la forma en que su funcionamiento es- tablece una diferencia decisiva en un momento decisivo en ‘ese flujo de actividad del segundo plano. Como resultado 1B enuncado que aleanza una relidad externa e¢ una sla que emer. ‘ge del iimitado mar del lenguaje interior Volosinoy, 1973, pag 96) 87 dela historia del flujo de actividad entre las personas impli- cadas, surge una posible diferencia, y las palabras enuncia- das sirven para realizar esa posibilidad: adquieren su signi- ficado fundamentalmente en el uso que se hace de ellas en ese momento. Por tanto, en muchas situaciones como esa, aquello de que se habla (para referimos a la cita anterior de Garfinkel) es un acontecimiento en desarrollo y desarrolla- do, un acontecimiento que sélo conocen verdaderamente desde el interior de ose desarrollo quienes lo producen. En e508 acontecimientos son cruciales los momentos de una conversacién en Ios que debe salvarse un «bache»: cuando se produce un cambio en el sujeto hablante o bien, para decirlo de otra manera, cuando otra persona (o la misma) debe ex- plicar, comprender o responder de algiin modo lo que al- fguien dice o hace. Al situar el tipo de construccionismo social que me pro- pongo delinear de este modo, quiero subrayar su interés en un conjunto especial de problemas relacionados con la investigacién y la articulacién lingiiistica de la naturaleza del trasfondo de nuestro sentido comiin cotidiano, una na- turaleza que se estructura y cambia a medida que vivimos nuestra vida.” En cuanto a ese trasfondo, debe decirse que a) de él emergen todas nuestras actividades, que b) se en- cauzan (aunque erréneamente) hacia algunos de sus aspec- ‘tos; ¢) con respecto a él se juzaa la propiedad de esas acti dades, que d) repercuten histéricamente en él para modifi- carlo. La versién retérico-respondiente del construccionis- ‘mo social propuesta aqui no solamente apunta, pues, a una ‘comprensién del modo en que constituimos (hacemos) y re- constituimos (rehacemos) ese sentido comin o ethos, sino también del modo en que nosotros mismos nos hacemos y nos rehacemos en ese proceso. Lo comtin al construccionis- mo social en todas sus versiones, es, a mi entender, este én- fasis dialéctico tanto en nuestra construccién de nuestras realidades sociales cuanto en el hecho de que ellas nos cons truyen. ‘Con todo, tras haber situado nuestros estudios de cons- truccionismo social dentro del bullicio o el alboroto de la * Raymond Wiliams (1977, pg 192) emplea la expresin sestructuras de sentimiento. para caraterizar ls sgnficades y ls valores en cuanto ‘son activamente vivides y sentido; en tanto que Vieo (1968: § 141-2) los Tama el seus communis do una ease; es un sjuicio sin reflexiéns 58 | ‘vida social cotidiana y aceptado que todas las palabras que cemitimos —si son eficaces en alguna medida— tienen la funciGn de establecer diferencias decisivas en momentos de- investigaciones? Puesto que ya no podlemos pretender que presentamos «cuadros» neutrales de estados de cosas fjos ¥ ya existentes, a la espera de nuestro juicio en cuanto a su Verdad o su falsedad. La respuesta pareceria depender del tipo de actividad en que nos vemos comprometidos. Como he sefialado en el capitulo precedente, en una psicologia construccionista social los psicélogos no son cientificos olim- ppicos que miran desde lo alto Ia sociedad que estan estu- diando sin desempeiiar ningsin papel en ella; estén insertos enuna tradicién de argumentacién. Toman parte en un pro- ‘ce80 discutido (0 al menos discutible), una lucha relacionada con Ia constitucién de nuestra estructura mental. Y en esa lucha es decisivo el lenguaje sbasieo» (el «vocabulario de mo- tivos», Mills, 1940) en términos del cual damos cuenta de nosotros mismos, términos con los que justificamos nues- tras acciones ante los demés cuando estos nos exigen hacer- Jo. Como respuesta a la pregunta recién planteada sobre el ‘modo de presentar los resultados de nuestras investiga ciones, en lo que sigue ofreceré, en lugar de teorias, un con- junto de enunciados instructivos, que exponen un conjunto de aspectos, que considero decisivos, de la naturaleza de los intereambios conversacionales. Su funcién no es represen- tar un estado de cosas, sino dirigir la atencién a rasgos cru- ciales del contexto, que «muestran conexiones entre cosas, que de otro modo pasarfan inadvertidas. Tienen la forma: spreste atencién a X si desea captar ol rasgo decisive que le permitiré comprender el tema en cuestién aquie. Sélo tie- nen sentido en un contexto; son importantes tinicamente en Jos momentos del flujo de la interaccién cotidiana cuando las personas involucradas perciben que esta en discusién ‘un cambio en la indole de esa forma de vida: de ah su fuerza argumentativa. Y asf pretendo que se lean aqui mis plan- ‘eos: como descripeiones que sugieren un cambio en el en- guaje mediante el cual realizamos hoy en psicologia los de- bates acerea de nuestra propia naturaleza psicol6gica. ‘Al denominar nuestrs afiema- ‘ones, es posible no obstante identifiarel-gar ola vefera de activ ‘dads donde puede stuareeeljuzgumiento de las afirmacionesdolas prso- ‘nas, Las -bases» pera resolver discusines deben hallaree en las disew jones mismas, no fuera della, y por eso también hay que encontrar alli fl momento en que la politien es més intense, Una falta de -imiento» no ‘= una falta de fundamentos para juzgar. Esto no quiere dei, sin embar- {, que sea en Ia esfera de In interaccin verbal donde deban busears, ‘ontoldgicamente, los origenes evalutivos de todas nuestras expresiones| ‘verbales, 68 fondo, esa vestructura de sentimiento» (R. Williams, 1977), aunque pasaré algiin tiempo antes de que estemos en condi- ciones de aprehender su naturaleza. Conocimiento del tercer tipo y formas sensoriales de hablar Al analizar la naturaleza de las realidades conversacio- rales"! y de nuestras formas «bésicas» de hablar, deseo de- ‘mostrar la importancia que en ellas tiene la tercera y ex- traordinaria forma de conocimiento préctico-moral no re- presentacional, incorporado o sensorial que introduje en el capitulo 1. Segtin die antes, es un tipo independiente, espe- cial y ui generis de conocimiento, que precede tanto al cono- cimiento teérico cuanto al meramente téenico, puesto que, alestar ligado a las identidades sociales y personales de los seres humanos, determina las formas accesibles de los otros dos tipos de conocimiento. Bs una forma incorporada de eo- nocimiento préctico-moral, de acuerdo con el cual las perso- nas pueden influirse reeiprocamente en lo que concierne a su ser yno sélo a su intelecto; esto es, para «moverlase real- mente y no sélo para «darles ideas». Sin embargo, dadas nuestras formas «bésicas» de hablar vigentes, no nos resul- ta facil captar la naturaleza de ese conocimiento. Efectiva- ‘mente, en la medida en que no podemos «disponer de una visién clara» (Wittgenstein, 1953, n° 122) de su naturaleza slobal, no podemos imaginarla racionalmente. Ademés, co- ‘mo no puede representarse (0 formarse) como un objeto de conocimiento dentro de una forma normativa odisciplinada de habla —esto es, dentro de un diseurso—, su naturaleza znos resulta extraordinaria. Con todo, me propongo sostener 31 Aunque no dispongo de espacio para considerar agus eon amplitud el tema, habria que distinguir con nitider las ralidades conversacionales respect de los dseursosdieiplinaros (académiens) (Foucault, 1972) En | canversacin abierta so pasa evoluntad do una metifora a otra, de scuerdo con las exigencias da aquella, En un discursodiscplinaro, de terminadas metsfora ae litralizan en -iméganes-o «modelo, yen ellos ol habla es disciplinada pore orden necesaro para mantener dentro de tla una de esas -imgenes- (Shatter, 19914, 19996). Lo que sostiene une forma cbésion de hablar (al menes en prinepio) no es tanto una imagen cuanta doterminadas précticas intitcionalizadas 69 ‘que hay maneras (véase més adelante) de dilucidar esa na- ‘turaleza, ‘En este punto deseo considerar con algiin detalle la obra. de Vigotsky. Su proyecto era mostrar, segtin él mismo dice (1978, pag. 57), que «todas las funciones superiores se origi- ‘nan como relaciones reales entre individuos humanos». Pa- ‘samos de ser criaturas que acttian bajo el control de las cir- ‘eunstancias (sociales) del entorno a actuar bajo nuestro pro- pio control, Llegamos a ser capaces de planificar, dirigir, controlar y organizar nuestras «funciones 0 procesos menta- les superiores» a medida que incorporamos en nosotros las formas de habla que otros emplean para controlar, dirigir y organizar nuestra conducta. Asi, en el centro de todo su ‘enfoque esta el hecho de que ademas de su funcién referen- cial y representacional (y con anterioridad a ella), las pala- bras actiian también de una manera no cognitiva y forma- tiva para «configurar» nuestros modos no reflexivos, encar- nados o sensoriales de mirar y de actuar; en sintesis: para ; Ilegamos a «instruirnos» cuando otros nos, instruyen: nos shacen observar cosase («/Mira eso!»); nos, hacen «modificar la perspectiva» («(Miralo asil»); «ordenan» nuestras acciones («Mira primero el modelo y después toma las piezas del rompecabezas»); «dan forma> a nuestras ac- ciones («Dalo vuelta y va a encajar»); nos «hacen recordar» (cPiensa en lo que hiciste la tltima vez», «{Qué sabes ya que cs importante?s); nos «alientan» («Intenta otra vez); nos «refrenan» («No te apures tanto»); «evalian» por nosotros («Bso no est bien», «No hagas eso, no seas tan codicioso»); «fijan nuestras metas» («Intenta armar esas piezas para que formen eso [sefialando un modelo}»); «cuentan» (cgCuéntas harén falta?»); «miden» («{Eneajaré bien, Compara»); nos hacen «verificar» nuestras descripciones (c{Bsta bien?s, «gQuién més lodice?», «:Por qué crees que es asi), ete, ete, para un mimero sin duda muy grande de funciones. En realidad, podemos ordenar esas instrueciones fen secuencias, construir programas paso a paso de percep- cién y accién. Primero: vexaminay; después: «lige»; des- ‘pués: vacteiay; después: «examina otra vez», y asf sucesiva mente. Son los medios que Vigotsky tiene en mente cuando dice (1986, pg. 102; las bastardillas son mias) que «la cues- tidn principal en lo que concierne al proceso de formacién de conceptos —0 a cualquier actividad dirigida a un fin—es la de los medios a través de los cuales se cumple la operacién, (..) Para explicar las formas superiores de la conducta hu- ‘mana, tenemos que poner de manifesto los medios a través de los cuales el hombre aprende a organizar y a dirigir su conduetay. Ademés: «nuestro estudio experimental probs quees el uso funcional de la palabra, o de cualquier otro sig- zo, como medio para centrar la propia atencién, seleccionar rrasgos distintivos y analizarlos y sintetizarlos, lo que de- sempefia un papel central en la formacién de conceptos» (1986, pg. 106). «Aprender a dirigir los procesos mentales propios con la ayuda de palabras o de signos es una parte constitutiva de los procesos de formacién de conceptos» (1986, pag. 108). ‘Wertsch (1991, pag. 27) cita un stil ejemplo ilustrativo tomado de Tharp y Gallimore (1988, pég, 14): Una nifia de seis aiios ha perdido un juguete y le pide ayu- n da a su padre. El padre le pregunta dénde ha visto el ju- guete por tltima vez, y la chica dice: “No me acuerdo”, Elle hace una serie de preguntas: “ZLo tenias en tu habitacisn? cAfuera? {Al lado”. A cada una de ellas, la nifia responde: "No". Cuando el padre dice: “En el auto”, ella contesta: “Creo que sf", y va a recuperar el juguete> En un caso asf, segtin observa Wertsch, no podemos respon- der a la pregunta: «{Quién recordé?» mencionando a una persona oa la otra, Es una realizacién en comiin, y loque la nifia hace ahora con la ayuda del padre, més tarde lo haré sola; es decir, «mancjaré» por sf misma las relaciones entre su conocimiento, su pensamiento y su accién de acuerdo con «instrucciones> similares. Y en un nivel més avanzado, es eso lo que aprendemos a hacer al pensar en términos con ceptuales. Segiin Vigotsky, no aprendemos a comparar la configuracién de una supuesta representacién mental con Ja configuracién de un estado de cosas en la realidad, sino algo mucho més complicado: captamos cémo organizar ¥ reunir de una manera socialmente inteligible, esto es, de tuna manera que tiene sentido para los demés, elementos y fragmentos de informacién dispersos en el espacio y en el tiempo, de acuerdo con «instrucciones» que ellos (los demas) nos dieron en un primer momento y que ahora da un su- puesto «concepto» Una «vida interna» retérica y éticamente negociada En esta concepeién, haber formado un concepto es haber formado para uno mismo, a partir de las palabras de los otros, un «instrumento psicolégicos mediante el cual pode- ‘mos pereibir y actuar; esto es, un auxiliar instrumental con el cual podemos «instruirnos» tanto en un programa de re- coleccién y organizacién de datos perceptivos cuanto en el ordenamiento y el secuenciamiento de un plan de accién. ‘Asi, en lugar de una actividad autosuficiente y simplemente subjetiva que se desarrolla en un individuo —relacionada con «imagenes» cognitivas meramente internas que pueden ser 0 no representaciones fieles de una realidad externa—, 2 el pensamiento conceptual (de acuerdo con las «instruecio- nes» de los demés) se convierte en una modalidad especial de practica social. Y se convierte, también, en una préctica social en la que el discurso, el pensamiento y el sentimiento stn, al menos al comienzo y en su mayor parte, entrelaza- dos con las circunstancias que los rodean en un «sistema di- namico de sentido» (Vigotsky, 1986, pags. 10-1). Sélo de ma- nera gradual, y probablemente como resultado de los efee- tos de la alfabetizacién —en la cual, wal aprender a escribir, el nifio debe desligarse del aspecto sensorial del discurso y reemplazar palabras por imagenes! de palabras» (Vigots- key, 1986, pag. 181)—, podemos aprender a pensar como aca- démicos autosuficientes y desarrollar modos de racionali- dad formal y descontextualizada, esto es, pensar en térmi- nos enteramente representacionales.! Influidos por esa imagen» delo que es pensar, los métodos tradicionales omi- °9 sto es, ns compleasintencionalidadesafectivasycomunicativas de los act reales do habla —intencionalidades que eambian y -se desen- ‘voolven temporalmente- eusndo se formula un enunciado— deben ser +oomplazadas por algo meramente imaginable: una imagen ya completa y xpaciaizada. En esta concep, la aparicin de In (Wittgenstein, 1968, pg. 6) cr ae realizamos en nuestros didlogos cotidianos con los otros, Como observaba Vigotsky (1966, pég. 41), dla reflexién es el traslado de la discusién al plano interno». Por tanto, de acuerdo con esta eoncepeién, el proveso de internalizacidn que se produce en el desarrollo de una per- ona, la eadquisicién» que supuestamente hace de su cultu- +ra,no consiste en el traslado de algo (alguna cosa» ya exis- tente) de un plano externo a un plano interno de actividad, sino en la constifucién lingiistica real de un modo de ser peicolégico nitidamente social y ético. Al aprender a ser miembros responsables de determinados grupos sociales, debemos aprender a hacer determinadas cosas de la mane- ra correcta: emo percibir, pensar, hablar, actuar y experi mentar el propio entorno de una forma que sea inteligible para quienes nos rodean. Por consiguiente, de acuerdo con esta concepeién, Io que tenemos en comin con los otros ‘miembros del grupo social al que pertenecemos no es tanto ‘un conjunto de ereencias o de valores compartides, sino una serie de procedimientos semiéticos 0 de etnométodos com- partidos (Garfinkel), maneras de comprender, ademas de cierto conjunto de formas ordenadas de comunicacién 0 gé- neros discursivos (Bajtin, 1986). Por tanto, la internaliza- cidn noes un movimiento geogrifico especial hacia adentro, desde un émbito de actividad corporal hacia el émbito in- material de en todas sus va- 81 riedades, sino muchas otras: la de as palabras como «herra- mientas» o «instrumentos»; también la que las equipara a Jos demés articulos que hay en una «caja de herramientas>, ‘como la cola y los clavos; a de nuestro conocimiento del len- ‘guaje como el conocimiento que tenemos de una seiudad an- tiguay; la de las palabras como las «manivelas en la cabina de una locomotora de vapor», ete. Todas ellas funcionan co- ‘mo ausiliares en el planteo de distintos argumentos sobrela naturaleza del lenguaje y del conocimiento que tenemos de 41, ya que ponen de relieve las diferencias existentes entre esos modelos y nuestras actividades y préctieas lingtisticas reales. ‘Al igual que Volosinov y Bajtin, Wittgenstein se preocu- pa por combatir la errénea comparacién del lenguaje con un sistema de signos mateméticos que operan de acuerdo con reglas estrictas: un célculo, Au entender, hay que resistir la tentacién de identificar el uso de las palabras con juegos y cfleulos y de decir que quien usa el lenguaje debe de estar jugando ese juego; es indispensable resistirse incluso a decir que es casi igual. Puesto que «si decimos que nuestros lenguajes sélo se aproziman a tales eélculos, nos ponemos al borde de un malentendido. En efecto, entonces puede parecer como si estuviéramos hablando de un lenguaje ideal» (Wittgenstein, 1953, n° 81), cuando ese lenguaje no existe (al menos eso es lo que él sostendria). Cuando usamos ellenguaje no lo hacemos como sieste se ajustara idealmen- te a reglas, pero en la préctica se quedara corto, ala manera en que la resistencia del aire impide que los euerpos que caen por la gravedad aleancen su velocidad ideal; el eontex- too las condiciones que pueden ineidir en su uso son de un tipo por completo diferente. Pero la comparacién, de todos modos, es util por las diferencias que pone de manifiesto. Antes que una «racionalidad como representacién», tene- ‘mos aqui una «racionalidad lograda mediante contrastes> (Bawards, 1982), También Bajtin y Volosinov estén preocu- pados por combatir la nocién dei lenguaje como sistema. Estos autores toman los enunciados 0 las palabras en su ‘emisién —y no oraciones 0 patrones de palabras ya di chas—, como unidad bésica de la comunicacién discursiva dialégica por lo que ahora abordaremos su descripcién del enuneiado como unidad analitica basica de esa comunica- cién discursiva. 82. Enunciados Bajtin opina que la tesis formulada por lingttistas como Saussure (seguido, desde luego, por Chomsky), de que la oracién aislada, con toda su individualidad y su creatividad ‘monolégica, puede ser eonsiderada como una combinacién enteramente libre de formas lingifsticas, no es vélida para Jos enunciados. Los enunciados reales de un didlogo deben tomar en cuenta el contexto (ya configurado lingitistica- mente) para el que son una respuesta y al que estén dirigi- dos. Asf, para Bajtin (1986, pag. 91), «Todo enunciado concreto es un eslabén en la eadena de la comunicacién discursiva de una esfera particular. Las fron- ‘eras mismas del enunciado estan determinadas por el cam- bio de los temas del discurso. Los enunciados no son mutua- ‘mente indiferentes ni autosuficientes; cada uno de ellos 5a- be de los demas y los refleja(....) Todo enunciado debe ser considerado, ante todo, como una respuesta a los enunciados que le preceden en Ia esfera dada (entendemos aqut la pala- bbra “respuesta” en su sentido més lato). Cada enunciado re- fata, afirma, complementa los demas y se apoya en ellos, ppresupone que son conocidas y en cierto modo los toma en ‘cuenta (....) Por consiguiente, cada tipo de enunciado est colmado de diversas clases de reacciones que responden a otros enunciados de la esfera dada de comunicacién diseur- iver ‘También la escucha debe ser respondiente, puesto que los oyentes deben prepararse para responder a lo que es- cuchan. En efecto, «cuando el oyente percibe y entiende el significado (el signi- ficado lingiistico) del discurso, al mismo tiempo asume a su respecto una actitud activa de respuesta. Hsté de acuerdo 0 en desacuerdo con él (total o parcialmente), lo aumenta, 1o aplica, se prepara para su ejecucién, etc. Y el oyente adopta sa actitud de respuesta a lo largo de todo el proceso de es- cucha y comprensién, desde el comienzo mismo; a veces literalmente desde la primera palabra del hablante» (1986, ag, 68). De igual modo, el hablante, en lugar de hablar con una, comprensién pasiva que «s6lo reproduce su idea en la mente de otro» (Bajtin, 1986, pg. 69), 1o hace en la espera activa de una respuesta, un asentimiento, simpatia, cuestiona- ‘miento critica, objecién, obediencia, ete. En otras palabras, Ja forma retérico-respondiente de comprensidn actuante en el desenvolvimiento préctico de un dislogo es de un tipo ‘muy diferente de la forma representacional y referencial de comprensién exigida del lector de un texto, a quien leintere- sa saber de qué «e trata» este: los hablantes, a diferencia de Jos lectores, deben ser casi constantemente sensibles ala in- tervencidn de otra «voz». En rigor, ycon esto presente, deseo agregar otro elemento a esta deseripeién «respondiente» 0 scorporalmente reactiva» del significado de un enunciado: Ja idea —basada en la obra de Billig (1987; Billig et al 10988) sobre la naturaleza retéricae ideolégica de la com cacidn diseursiva— de que, como es manifiesto, nuestros cnunciados no siempre son aceptables o aceptados por los ‘dems, Estos responden a lo que hacemos o decimos con eri- ticas y nos exhortan a justificarnes, y por nuestra parte de- ‘bemos mostrar que nuestras acciones «concuerdan» con las suyas (Mills, 1940). Las respuestas aceptables deben nego- ciarse en el Seno de un contexto argumentativo. De ahi mi designacién de esta descripeién del uso lingtifstico no sélo ‘como respondiante sino como retrco-respondiente.? Cuan- do una persona pronuncia una palabra, ;de quién es esta? ‘Puesto que «una palabra es territorio compartido por el emi- sor yel receptor, por el hablante y su interlocutor (...) La st- fhuaci6n social inmediata y el medio social mas general de- terminan por completo —y desde adentro, por ast decirlo— la estructura de un enunciador (Volosinoy, 1973, pg. 86). [Lo que se da a entender aqui es, por supuesto, que su es- tructura no es inherente a las pautas sintéctieas formales a las que puede considerarse concordante (o préxima), sino a su locucién respondiente, el desenvolvimiento temporal de ‘su tono: de enojo, de indigmacién, de confianza, de arrogan- 1 No hay raaén para dece que el significado pertenoce a una palabra ‘no tl. Elo esencal el sgnicado pertenece a una palabra en su psi ‘in entre os hablantes esto os el significado slo se realiza ene! proceso Ge comprensidn activa y respondiente(..)el significado ese efecto de la interaceién entre el hablante ye eyente, producida a través del elemento ‘de un eonido complejo particular» (Vlasino, 1973, pgs. 102-3) 84 cia, de disculpa, de indiferencia, de invitacién o de rechazo de una réplica, etcétera, ‘Ademés, es importante afiadir que Volosinov y Bajtin no consideran los contextos del discurso como si fueran siem- pre de indole aislada, ahistérica. El aserto de que todo enuneiado conereto es un eslabén en la corriente o cadena de la comunicacién discursiva de una esfera particular sig- nifica, a juieio de esos autores, que, al ser respondientes, nuestros enunciados siempre se insertan en el flujo cons- tante de una conversacién de una u otra especie. Y es esto, Ja naturaleza hist6rica de las formas de hablar en cuestién, ‘y noel hecho de que el lenguaje pertenezca a un sistema, lo {que influye en la admisibilidad de nuestras formas de ha- blar para quienes gon sus receptores, en cuyo caso la faci dad con que se las acepte depende de si hablamos en alguno de los centros més institucionalizados de la vida social en las periferias mds desorganizadas. Volosinov lo ve asi: «La psicologia social es, ante todo y sobre todo, una atmésfe- ra compuesta por miiltiples actuaciones discursivas que absorben y batian todas las formas y tipos persistentes de creatividad ideol6gica: discusiones extraoficiales, intercam- ‘bios de opiniones en el teatro, la sala de conciertos o dist tas clases de reuniones sociales, intereambios puramente azarosos de palabras, el modo de reaecién verbal ante los acontecimientos de la vida personal y de la existencia coti- diana, el modo en quenos identificamos en nuestro fuero in- timo ¢ identificamos la posicién que ocupamos en la socie- dad, ete. La psicologia social existe ante todo en una amplia variedad de formas de “enunciado”, de géneros discursivos ‘menares de tipo interno y externo, cosas que hasta el dia de hoy no han sido objeto de estudio alguno ...) Todas esas for- ‘mas de intercambio discursive operan en conexién muy es- trecha con las condiciones de la situacién social en la que se producen, y manifiestan una extraordinaria sensibilidad a las fluctuaciones de la atmésfera social» (Volosinov, 1978, pags. 19-20). En los centres mas institucionalizados de la vida social, si somos competentes en los géneros mas ordenados alli vi- gentes, podremos hablar con sensibilidad a las fluctuacio- nes de la atmésfera social, y esperaremos, como cuestién de 85 rutina (la mayoria de las veces) que se nos entienda: esa sensibilidad es parte de lo que significa para nosotros ser competentes en esas esferas. En cambio, en los mérgenes ‘més desordenados de la vida social no podemos tener la ex- pectativa de esa comprensién rutinaria; en ellos, cabe espe- rar un proceso mas negociado y de ida y vuelta, Pero aun all, en los margenes —como evidentemente es de prever—, Ia vida no ests exenta de sus caracteristicas histéricamente previsibles. En resumen: la importancia de esta concepcién de los ‘emunciados estriba en que hace accesibles al examen e508, ‘momentos dialdgicos o interactives en los que se registra una «brecha* en el curso de la comunieacién entre dos (0 ‘s) sujetos hablantes. E independientemente de lo siste- ‘ético que pueda ser el discurso de cada uno de ellos mien- tras habla,? cuando uno deja de hacerlo y el otro puede res- ponder, la superacion de esa «brecha» es la oportunidad pa- ra una respuesta enteramente tinica ¢ irrepetible, una res- puesta «trabajada» o «hecha a medida» a fin de que encaje en las circunstancias tinicas de su expresién. En efecto, es en la frontera entre dos conciencias, entre dos sujetos, don- de se manifiesta la vida, sea lo que fuere lo que «vives en el acto comunicativo (Bajtin, 1986, pg. 106). De tal modo po- demos apreciar, como sefiala Volosinov (1973, pag. 68), que: «Lo que el hablante valora no es el aspecto de la forma que se mantiene invariablemente idéntico en todas las instan- cias de su uso, a pesar de la naturaleza de esas instancias, sino el aspecto della forma linguistica en virbud del cual esta puede figurar en el contexto concreto dado y por cuyo inter- medio se convierte en un signo adecuado a las condiciones de la situacién dada y concreta. Podemos expresarlo del si- sguiente modo: /o que al hablante le importa en ta forma lin- Silistica no es que constituya una serial estable y siempre equivalente a sf misma, sino que sea un signo siempre cam- biante y adaptable # Aunque Bajtin obsorva que también on oste caso intervienen otras “voces cLa palabra no pede atribuise aun nico hablante. El autor el hhablante tiono su derecho inalienable ala palabra, pro el eyento tine ‘5s propos darechos,y aquellos cuyas voes se escuchan en la palabra an- ts de que el autar dé on ella, también ls tienen (al fn y a ebo, no hay palabras que pertenezcan a nadie) (Beltn, 1986, pgs. 121-2). 86 ‘Ademés, esta argumentacién destaca hasta qué punto el contexto del habla constituye un apoyo, por decirlo de al- guna manera, para la vida de los signos lingiisticos. Por tanto, aaf como el efecto de sumergir una vara en una co- riente de agua depende del cardcter general del curso de ‘agua en ese momento —con diferentes efectos segin la fuer- za (ola falta de fuerza) que ya tiene la corriente—, del mis- ‘mo modo el efecto de nuestras palabras depende del mo- ‘mento de la corriente conversacional en que se sitian. En su «arraigor en la corriente de la comunicacién, en su cone xin respondiente con las demas voces presentes en ella, rnuestras palabras adquieren «vidas: mediante su uso exte- ‘rorizamos constantemente nuestras relaciones con quienes nos rodean. Por cierto, tantoen la visin de Billig como en la de Bajtin, aun dentro del discurso de un solo individuo o la escritura de un solo autor, como un acontecimiento en la co- rriente, en un texto o un enunciado viviente pueden inter- venir muchas «voces y, como tales, es posible deseubrir en Jo que dicen o en lo que eseriben «brechas» que nos mueven, a reaccionar afectivamente a lo que ellas tienen que decir y nos incitan a comprenderlo de manera respondiente.* Con Ta nocién vigotskiana de formas «instructivas» de diseurso ‘en mente, junto con la descripeién retérico-respondiente de Ja comunicacién discursiva presentada por Bajtin y Billig, serd provechoso que volvamos al problema de nuestras formas «hisicas»e incorporadas de habla a fin de examinar ‘con més detalle su naturaleza. Puesto que si las y en el problema de determi- nar qué constitufa un buen gobierno (Mooney, 1985; Schae- ffer, 1990), pero elahoré sus ideas en un marco en el que la tradicién de la retérica era objeto de ataques por parte del nuevo «método geométricor de razonamiento promovido por Jos cartesianos. Y hasta cierto punto sus argumentaciones representan un contraataque dirigido contra ese método, porque Vico lo consideraba absolutamente hostil a sus inte- reses. En Sobre los métodos de estudio de nuestro tiempo (aparecido en 1709), defiende a la retérica basdndose en distintas razones, pero especialmente en la necesidad de la celocuencia en el propio discurso; porque, dice Vieo citando al cardenal Ludovico Madruzzi, «los gobernantes deben pro- curar no solamente que sus aeciones sean veraces y confor- mes a lajusticia, sino también que parezcan serlo [para todo el mundo)» (Vico, 1965, pag. 36). En otras palabras, los que se satisfacen solamente con la verdad abstracta y no se mo- lestan en deseubrir si su opinién es compartida por la gene- ralidad de los hombres, provocan calamidades politicas. Por consiguiente, los politicos no s6lo deben juzgar las acciones humanas como realmente son, y no de acuerdo con lo que ellos piensan que deberian ser, sino que también tienen que ser capaces de persuadir con elocuencia —en términos del sensus communis— al pueblo de la rectitud de sus juicios. Pero, Zedmo poxiria lograrse esa persuasién? {Qué implica el hecho de que aceptemos (si no la verdad absoluta) la ver- dad de una asercién acerca de nuestras circunstancias pre- sentes? Regresamos, en este punto, a nuestro problema origi- nario —la comprensién del discurso que, en vez de influir simplemente en nuestro intelecto, nos «mueve> a aceptar sus afirmaciones en nuestro mismo ser—, pero nos en- 89 contramos ahora en una situacién bastante més propicia para enfrentarnos con su naturaleza. Bl problema se susci- ta cuando damos razones de las afirmaciones que formula- ‘mos; en efecto, :por qué han de aceptarse esas razones como pruebas de una afirmacién? ‘Nolas aceptamos, sugiere Vico, por el hecho de que como hablantes presentemos una prueba demostrable, una es- ‘tructura silogistica perfecta que nuestros oyentes estén pa- sivamente (légicamente) obligados a aceptar, sino porque en su estructura imperfecta, entimematica, planteamos pre- misas inicialmente desconectadas que (la mayor parte de) nuestra audiencia podré conectar por nosotros, iy ereer que es ella quien ha «entendido» el asunto! Establecen la cone- xin basdndose en los tépoi (quiz4s inarticulables en si mis- ‘mos) del sensus communis ya existente entre ellos y noso- tros como hablantes. De ahi la importancia que para Vico rreviste en la ret6rica lo que él llama el «arte de los tépicos» lars topica}. En ella, el «argumento» «no es “el ordenamiento de la prueba”, como comiinmente se supone, cosa que en latin se denomina argumentatio; antes bien, es la tercera idea que enlaza las otras dos de la cues- tion en debate —lo que los escoldsticos llamaban el término medio’—, de manera que la topica es el arte de descubrir el ‘término medio. Pero afirmo aun més: la tépica es el arte de aprehender lo verdadero, porque el arte de ver todos los aspectos 0 foci de una cosa nos permite distinguirla debida- mente y obtener un coneepto adecuado de ella. Puesto que Jos juicios resultan ser falsos cuando sus conceptos son ma- yyores o menores que las cosas que se proponen significar» ‘(Wico, 1988, pag. 178, si bien he preferido en este punto la traduecién de Mooney (1985, pé. 134)) ‘Asi, la naturaleza especial del discurso que usamos en este caso crea el wespacio» en el que una «prueba» puede cobrar vida como tal. Grassi (1980, pg, 20), un estudioso de Vico, caracteriza este tipo de discurso diciendo que .“mauestra” inmediatamente; por esa razén es “figurativo" 0 “imaginativo” y, por tanto, “tedrico" en el sentido origina- xio [theorein, esto es, “ver"|. Es metafbrico, es decir, muestra algo que tiene un sentido, y ello significa que el discurso 90 transfiere {metaphérein] una significaciéné a la figura, a lo que se muestra de este modo; el discurso que produce esa mostracién “coloca ante los ojos” (phainesthai] una signifi- cacién». Ese, dice Grassi, os el verdadero discurso retérico;es un dis- ‘curso no conceptual, emotivo e indicativo; no funciona sélo de manera persuasiva, sino préctica; en él es fundamental Ia metéfora. Al transferir® la significacién del sensus com- munis a lo que se dice, la metéfora hace «visible» o «mues- tra» a los oyentes una cualidad comtin que no puede dedu- cirse racionalmente. Como tal, no puede explicarse de nin- guna manera (ni en un discurso académico ni de ninguna otra forma); en verdad, el discurso es la base de todo pensa- miento racional. Por tanto, todas nuestras investigaciones deben iniciarse con esa forma de hablar.® ‘Tras la teoria: un enfoque critico descriptivo Hasta hace poco (hasta estos tiempos llamados «posmo- dernos»), los intentos que hicimos en Occidente por enten- der nuestra vida social parecian haber quedado atrapados ‘en lo que podria denominarse un «camino te6rico» moder- nista;’ un procedimiento que nos ayudé muy eficazmente a 4 Rorty (1989, pig. 19) acepta sa tee de Davidson de quelas metforas no tienen sgniieadoe y considers quo ello implica que, en consecuencia, ho pklemos argumentar en favor de nuevas formas de eblar, puesto que Tos sigifiados como tales, sastiene, flo pueden proceder del interior de tun juogo del lengua (bid, pig. 47). As, todo lo que podemos hacer es tratar de que los vorabularios que.ne nes gustan tengan emal aspector (bi, pag. 44) Si Vieoy Grasai tienen razé, esto os un sinsentido a pre- sentacién de una nueva metsfora x un argumento "Grassi observa que el mismo termine -metéfaras es una metéfora, dado que deriva del verbo metaphérin, steansfarir, quo originariamente ‘esignabs una actividad eoncrota, Coma devia C. W. Mills (1940, pig. 439) hace mas de eineuenta aos, slasdistintasrazones que los hombres dan de sus aciones, no earezon en ‘{mimas derezones(.) Lo que queremos es un anlisis dela funciones de integraci, contra y especficacin que determinado tipo de discurso ‘cumple en las sesiones scislmente stuadasr. "Ta ides do que In teorfa correcta debertaproporconar un método sagu- +r una formula matomstica que llevara ala prediecin yal contol 91 edominar- el mundo «natural», pero que no presenta mas ‘que dificultades cuando se lo aplica a la vida social. Al igual ‘que en el mundo natural, en la vida social nos movié el de- seo de poder considerar contemplativamente, como un ob- servador externo, un orden total. Por cierto, al camino te6- rico moderno ge asocia una poderosa compulsién constitu- tiva (de hecho) a la busqueda de una forma semejante de conocimiento, puesto que sin ella —sin un cuadro mental interno, sin una imagen mentalmente analizable de la es- ‘tructura de un «tema>— creemos que nuestro conocimiento ‘es de un tipo muy inapropiado. Sin esa compulsién, gran. ‘parte de nuestra actual actividad académica tendria escaso sentido para nosotros. Por eso en nuestros estudios hemos intentado abordar series de acontecimientos esencialmente histéricos, a veces atin en desarrollo en el tiempo, en forma retrospeetiva y reflexiva —eomo si fuera una serie de acon- tecimientos «ya hechos» en los que no estamos comprome- tidos—, con el fin global de incorporarlos a un esquema con- ‘ceptual unitario y ordenado. De tal modo, al seguir el cami- no de la teoria, el proyecto de cada investigador se convierte cn la formulacién monolégiea de un marco tinico que fun- cione como un «recipiente estructurado» de todos esos acon- tecimientos, para crear de esa manera en ellos un orden es- table, coherente e inteligible, que los lectores de las formu- laciones teGricas (textuales) escritas por los investigadores puedan captar intelectualmente en forma distanciada y sin compromise. ‘A propésito de la fuente de esa compulsién podriamos sostener, por cierto, que el mencionado proyecto pone de ‘manifiesto un sueio que ha llegado hasta nosotros, a través de la Tlustracién, desde los antiguos griegos. De hecho, po- driamos expresar ese suefio de la siguiente manera: si hay ‘un orden interno ya determinado pero wculto» que debe dis- cernirse en las cosas, entonces seria posible «ver» sus ope- raciones e interconexiones internas (comosise tratara de la mirada de Dios) tan satisfactoriamente como para poder «desplazarnos» de antemano a lo largo de secuencias acaso conducts, es un producto de le filosfla moderna. Come muestra Grassi (1980, pig. 20) —véase a ita ene texto, no es ese el sentido originario {elo ue implica hablar aércaments 92 importantes de acontecimientos, y estar asi preparados de algiin modo en el momento en que estes ocurran. Con lo cual podrfamos justificarlo racionalmente como tal. Pero eso so- ria deseribir de manera por entero equivocada su cardcter. En efecto, como observa Wittgenstein (1969, n° 151), no se ‘trata de una forma de conocimiento sujeta a duda o a jus- tificacién; es «una parte absolutamente firme de nuestro método de duda y de indagacién»; nuestras indagaciones deben llegar a un fin en algtin lugar, «pero el fin no es un supuesto infundado: es una manera infundada de actuar> (1969, n° 108). En otras palabras: lo mismo que puede de- cirse de los dinkas o los hopis —que literalmente no saben ce6mo poner en duda que las influencias de las euales noso- tros hablamos como si estuvieran en nuestras cabezas, es- tn a su alrededor—, puede decirse de nosotros. La idea de que nuestro pensamiento se desenvuelve en nuestras cabe- zas y que consiste en representaciones internas de estados de cosas externos, nos parece tan elemental para nuestra forma de ser en el mundo, que (easi) no sabemos cémo po- nerla en duda. Bs fundamentalmente lo que «somos» para nosotros mismos y lo que nuestro mundo «es» para nosotros. Con todo, debemos ponerla en duda si queremos captar la naturaleza de nuestro tercer tipo de eonocimiento en cues- tion, que es sensorial. Pero, jesmo podrfamos provocar una duda semejante en nosotros mismos (para no hablar de la tarea de darle una expresidn inteligibley? ‘Aqui debemos abordar la descripcién que Wittgenstein (1953, 1969, 1980) hace de nuestro uso del lenguaje. Prime- +0, hay que advertir (como bien se sabe) que el significado de Jas palabras aparece, sofiala Wittgenstein, en su uso. Dicho de otra manera, si pensamos que las palabras son reflexiva- mente como las herramientas del earpintero, en la medida en que pueden utilizarse no solamente a) para hacer mu- chas cosas que tienen que ver con dar forma, unir y diferen- ciar cosas, sino también 6) como recordatorios de los tipos generales de funcién que pueden desempear, podemos en- tonces apreciar uno de los asertos més fundamentales de Wittgenstein: que «la gramatica nos dice qué clase de objeto cs cata cosa» (1953, n°373). Puesto que la seleccién de pala- ‘bras que las personas hacen cuando construyen y formulan sus enunciados —al advertirla adecuacién de lo que dicen a 93, Jo que perciben como el tema de su habla—es lo que revela la esencia que (para ellos) tiene aquello de que estén ha- ‘blando. Por tanto, para Wittgenstein, la descripcién errénea de un sono es la sque no concuerda con el uso establecido», ssino sla que no concuerda con la préctica de la persona que deseribe> (1980, I, n° 548). En otras palabras: el hecho decisivo en el cual hay que centrarse no es el del hablar en general, sino este 0 aquel ac- to particular de habla; y la tarea es deseribir (crticamen- te) las influencias que inciden en su configuracin; esto es, no decir tebricamente cusl debe ser el caso en general, en principio, a partir de la evidencia, etc, sino poder decir en particular, de acuerdo con las circunstancias especificas de ‘un enunciado, eagles son las influencias que actian sobre 4, «a pesar de una incitacién a malinterpretarios [esos fun- cionamientos)> (1958, n° 109) Por es0 el tipo de deseri {que nevesitamos es una deseripeién erttica: porque tenemos {que superar las compulsiones y las incitaciones que experi- ‘mentamos con respecto a cSmo debe ser aqui una supuesta comprensién apropiada (vale decir, esto es lo que tienen que hhacer quienes he identificado como pertenecientes al cami- no de la teorfa),y es preciso que busquemos un nuevo tipo de comprensién, Pero ;eémo podlemos investigar la natura- Jeza de algo que carece de especificdad, cuyo rasgo definito- rio fundamental es su propia apertura a la especificacién oa Ja determinacin par parte de las personas involucradas? "Aqui es donde el concepto de Wittgenstein de «represen- taciones transparentess desempena su papel (Edwards, 1982), En ruptura con el camino de la teoria, Wittgenstein establece Ia metéfora de los juegos del lenguaje, no a los fines de una idealizacién (como el acostumbrado movi- miento inicial, anterior a la produccién de una teorfa riguro- sa), sino por otra razén completamente distinta: «Nuestros claros y sencillos juegos del lenguaje no son studios preparatorios para una futura regularizacién del Jenguaje, como si fueran aproximaciones que ignoran la friccion y la resistencia del aie. Los juegos del lenguaje se cestablecen, antes bien, como objetas de comparacién desti- nados a arrojar luz sobre los hechos de nuestro lenguaje no 94 s6lo a través de las similitudes sino, ademés, de las disi- militudes» (1953, n° 130) No tenemos que partir de una idea preconcebida a la que deba corresponder la realidad de nuestro lenguaje (sila idea que tenemos de él protende ser correcta); lo que necesita- ‘mos es algo con Jo cual contrastarlo, una regla o un instru- mento de medicién que, por su existencia misma, sirva para crear una o o varias dimensiones de comparacién: una for- ma de decir eudl es el eardcter de lo que deseamos estudiar, donde cada «instrumento» pone de manifiesto conexiones ‘entre aspectos y caracteristicas que de otro modo pasarfan inadvertidas. Por tanto, todas las metforas empleadas por ‘Wittgenstein (ya hemos mencionado muchas de ellas) ha- con que nuestra atencién se dirija a aspectos del lenguaje y de nuestro conocimiento de este que antes nos eran racio- nalmente invisibles, como sus rasgos «similares a normas», las caracteristicas de sus «fronteras», su «arqueologia», ete. sos aspectos estan al servicio de la creacién de «aan orden en nuestro conacimiento del uso del lenguaje: un orden que tiene en vista un fin particular; un orden entre ‘muchos otros posibles; no el orden. Para ese fin, constante- mente hemos de destacar distinciones que nuestras formas corrientes de lenguaje nos hacen pasar ficilmente por alto» (2958, n° 132). Esas metiforas no pueden representar ningin orden ya fijado en nuestro empleo del lenguaje, porque por su propia naturaleza de apertura a la determinacién en el contexto de su aparicién no pertenecen a ninguno de ellos. Pero lo que si ‘nos permiten, al crear artificialmente un orden donde con anterioridad no habia ninguno, es «retratar» un aspecto de nuestro uso del lenguaje, esto es, 1) volver «visible racional- mente» (en términos de Garfinkel) ese aspecto de nuestro ‘empleo del lenguaje y, por tanto, piblieamente analizable y debatible, y, a la ver, 2) convertirlo en un deseonocida, con «fuerzas ragicas inmanentes ala realidad, sino con «una fuerza ra- ional inmanente ala mente» ya modelada por el mundo de tuna ciencia. La ciencia «se instruye mediante lo que cons- ‘truye», dice Bachelard (1934, pag. 12). Por consiguiente, sus afirmaciones, como enunciados cientifices, no se apoyan en Ja naturaleza de su contacto con la realidad, sino en el ca récter social de sus instituciones, la cohesién y eficacia de lo {que Bachclard denomina sla ciudad cientificar. Pero como sefiala Bhaskar, una ciencia semejante, que s6lo admite el estudio de objetos racionalmente eonstruidos, excluye la imaginacién, y la exclusién de la imaginacién cierra la posi- Dilidad de todo crecimiento auténtico. ‘Sin embargo, esas dificultades sdlo son menores si se las compara con las que suscita In sflosofia casera» de nuestro tiempo, el positivismo. El positivismo es una teoria del cono- cimiento que, por carecer de una dimensién ontolégica dife- renciada propia (para repetir el estribillo ya conocido), pre- ‘supone una. En la medida en que sostiene que el conoci- miento en particular est4 compuesto por acontecimientos texperimentados en la percepcién, y que el conocimiento en general consiste en patrones de esos acontecimientos, pre- ‘Supone una ontologia de hechos atomistas y sistemas cerra- dos, Por otra parte, en su explicaciOn de la ciencia también 0 presupone una sociolag(a; wna sociologia interindividual de seres humanos que acttian como detectores pasivos de hhechos dados y que registran sus conjunciones constantes. En consecuencia, no puede sostener ni la idea de una rea- lidad independiente ni la de un conocimiento cientifieo pro- ducido socialmente. Por tanto, en el positivismo tenemos, ‘una filosafia que o bien a) es coherente con su propia episte- mologia pero no es uit para la ciencia, como lo muestra Bhaskar (1975), obien 6) es ttl para la ciencia (en tanto sus datos sensibles producen efectivamente un conocimiento de cobjetos materiales), pero no es coherente con su propia epis- temologia. En el sistema inconsistente —o acaso, mas es- trictamento, en la falta de sistema—que resulta de ello e- side la enorme versatilidad y flexibilidad del positivismo como ideologia “En realidad, como o han mostrado Billiget al (1988), las ‘deologias vividas adquieren su capacidad de motivar una discusién inacabable precisamente porque no eonsisten en sistemas de pensamiento, sino en «temas» con subtemas ‘opuestos entre sf, como libertad y nevesidad, individuo,y so- ciedad, subjetividad y objetividad, ote. Por tanto, una filoso- fia que suministre recursos cognitivos para argumentacio- nes reciprocamente contradictorias, es un lugar fecundo pa ra el ejercicio de influencias ideolégicas; ese parece ser ma- nifiestamente el caso del positivismo. En efecto, como dice Bhaskar, -précticamente, el terreno més fértil para la ideo- logia se encuentra en las contradicciones que resultan de la necesidad de sostener dos posiciones incompatibles como condicién una de la otra» (1989, pég. 57), debo agregar por mi parte, también para otras formas de creatividad (puesto que més adelante propondré que la respuesta a las tensio- nes entre dos posiciones incompatibles que son condiciones reciprocas no siempre eonsiste en un intento de resolucién teérica anticipada, sino en explorar esas tensiones tanto préctica come politieamente) ‘Bhaskar explora los efectos ideot6gicos del positivismo presentes tanto en la dimensién transitiva cuanto en la in- transitiva. El concepto més eargado de connotaciones ideo- logicas en la dimensién transitiva es el de hecho. En la filo- sofia del positivismo y en la conciencia cientfica espontanea asociada a ella tendemos a ver el mundo como si estuviera constituido por hechos. Sin embargo, los hechos no son la ut causa de nuestros procesos pereeptivos, sino su resultado. [La mistificacién aleanzada es la transformacién de las cua- lidades que les pertenecen a titulo de productos histérico- sociales en cualidades que les corresponden como cosas naturales. En otras palabras, algo que es esencialmente he cho se transforma en algo aparentemente descubierto. Del mismo modo, en la dimensidn intransitiva se produce un ocultamiento similar de los procesos sociales. La realidad es desestructurada, uniforme ¢ invariable. En las ciencias so- iales ello da lugar a un mundo social en el cual sla humani- dad es précticamente igual en todos los tiempos y todos los Tugares» (Hume). En otras palabras, se considera que la sociedad esta constituida por seres humanos que son,

Anda mungkin juga menyukai