La presencia de Brecht
(Robert Stam, Teorías del cine, Barcelona, Editorial Paidós, 2001, pp.
175-180)
3 La noción del llegar a ser más que el ser popular, esto es, la transformación
del deseo espectatorial y no su satisfacción.
5 Apertura frente a clausura (en vez de unificar la visión del autor, abrirse a
un territorio intertextual).
Muchos esquemas de este tipo, aun siendo sugestivos, no hacen más que abolir
las viejas díadas sin ir más allá. En efecto, de manera retrospectiva podemos ver una
serie de peligros implícitos en el brechtianismo:
1
Véase Baudry (1967).
4
• Puritanismo, o la valoración del espectador «que trabaja» frente al «que disfruta».
Masculinismo, o el prejuicio en contra de unos valores «femeninos» vinculados
estereotipadamente a la empatía y el consumo.
Otros peligros derivan del modo en que los brechtianos se distanciaron de algunos
de los axiomas propuestos por Brecht. Brecht apoyaba formas de cultura popular como
el deporte y el circo, mientras que las nuevas teorías no ofrecían más que un catálogo
de negaciones del cine dominante. Brecht se deleitaba con historias y fábulas; los
brechtianos, por su parte, rechazaban la narración. Brecht asumía que su teatro era una
forma de entretenimiento; los brechtianos rechazaban todo entretenimiento por el mero
hecho de serlo. En este sentido, los brechtianos recuperaron las invocaciones de Adorno
en favor de un arte austero, formalista y difícil. Algunas de las teorías se basaban en la
idea de destruir el placer del espectador. Peter Gidal (1975) hablaba de películas
«materialistas estructurales» que negarían toda ilusión, representando tan sólo su propia
fabricación. Peter Wollen invocaba, directamente, el «displacer», mientras que Laura
Mulvey, en «Visual Pleasure and Narrative Cinema» reclamaba «la destrucción del
placer como arma radical», añadiendo que su intención explícita era analizar el placer,
o la belleza, a fin de destruirlos. Pero si bien tal actitud es comprensible a la luz de la
ira feminista contra las representaciones masculinas, y sin duda nada hay de malo en
denunciar las alienaciones provocadas por el cine dominante, también es importante
reconocer el deseo que lleva a los espectadores hasta la sala cinematográfica. Una
teoría basada únicamente en las negaciones de los placeres convencionales del cine —
la negación de la narración, de la mimesis, de la identificación— nos deja en un callejón
sin salida, en una anhedonia donde al espectador no le queda prácticamente nada con
lo que conectar. Para que sea efectivo, un filme debe ofrecer su quantum de placer,
algo que descubrir o ver o sentir. El distanciamiento brechtiano, al fin y al cabo, sólo
podrá ser efectivo si existe algo —una emoción, un deseo— respecto a lo que
distanciarse. Limitarse a lamentar los deleites del público frente al espectáculo y la
narración delata una actitud puritana respecto al placer del cine. De poco les sirve a las
películas ser «correctas» si a nadie le interesa participar en ellas (véase Stam, 1985;
1992).