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Judith R. Walkowitz La ciudad de las pasiones terribles Narraciones sobre peligro sexual en el Londres victoriano EDICIONES CATEDRA UNIVERSCTAT DE VALENCTA INSTITUTO DE LA USER Feminismos Consejo asesor: Giulia Colaizi: Universidad de Minnesota / Universitat de Valencia Mara Teresa Gallego: Universidad AutGnoma de Madrid Tsabel Martine? Benlloch: Universitat de Valencia Mercedes Roig: Instituto de la Mujer de Madre “Mary Nash: Universidad Cental de Barcelona Verena Stolcke: Universidad AutSnoma de Barcelona ‘Antelia Valedrel: Universidad de Oviedo (Olga Quifiones: Instituto de la Mujer de Madris Diteccisn y coordination: Isabel Morant Deus: Universitat de Valencia ‘Titulo original de Ya obra City of Dreadfil Delight Narratives of Sexual Danger in Late-Victorian London vaduecidn de M*, Luisa Rodriguez Tapia Disefo de cubiena: Carlos Pérer-Bermuidee ustracion de eubiera: C. Manet, Ei parlamento de Londres Reservados todos los derechos, De confonnidad eon lo dispesto ‘evel at. 534-55 del Cdiga Peel vigene, pod ser cast gas ‘on peas de ella yprveion de ibertadjuiene repeaueren ‘ plagiare,enfodo o en paste, une ob itera. ania ‘ocienifica jad en cualquier Sipe de soporte sina precept auorzacon NiLPO. 378.95-023.5 (© 1992 by Judith R, Walkowite Published by agreement witb Lennar Sane Agency AB Ediciones Citedra, S.A. 1995 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 38027 Madrid Deposit legal: M. 16,016-1995 TSB. 84-376-1335-3 Printed in Spain Impreso en Graficas Rogar, S.A. Pol. Ind. Cobo Calleja.Fuenlabrada (Madeid) Para Danny y Rebecca entre médicos y maridos, en un momento en el que la lucha de sexos dentro del matrimonio se habia politizado con mu cha mas intensidad que en los afios 60. A diferencia de sug predecesores literarios, Mrs. Weldon demostré que las mu. Jeres podian hacerse cargo personalmente de sus asuntos actuar piblicamente en defensa propia. La diversidad de sug actividades fue increible, un testimonio de las posibilidades que offecia la cultura metropolitana a las mujeres. En sus distintas campafias, Mrs. Weldon abareé los terrenos de la politica y la cultura, las formas superiores ¢ inferiores. Le- Jos de conformarse con ser Ja mera autora de su relato, Mrs, ‘Weldon se presenté en carne y hueso ante la maquinatia de 4a justicia y un amplio piblico. Al parodiar a los abogados y desenmascarar a los médicos como comerciantes de locos, involucté a los hombres profesionales en las actividades del mercado mientras, al mismo tiempo, reclamaba los espacios comerciales de la ciudad como escenario apropiado para las mujeres respetables, El éxito en su negociacién de los espacios urbanos y los estilos culturales dependié de su disposicién a convertirse en espectaculo y permitir que su imagen fuera reelaborada, difundida y, por iltimo, descartada por un mercado voluble. En 1888, no s6lo comenz6 a dectinar su estrella, sino que los motores del periodismo diario empezaron a dedicarse con ahinco a la proyeccién de una nueva figura metropolita- na, asimismo emblematica de la transgresién y la movilidad, pero que evocaba los elementos mas oscuros y eréticos de Jas fantasias: Jack el Destripador. 370 7 Jack el destripador «Sélo se habla de un asunto en toda Inglaterra», escribid W.T. Stead en la Pall Mall Gazette el | de octubre de 1888, y ese asunto eran los crimenes, en Whitechapel, de «ack el Destripador'. El propio Stead fue de los primers en ex- traer material de los asesinatos del Destripador: en conni- vencia con toda la prensa londinense, se dedicé a recopilar y resumir informaciones de los diarios de la mafiana en su publicacién vespertina, ofteciendo ciertos sesgos caracteris- . Gracia a Stead y asus cologas contemporaneos, la his- toria del Destripador se convirtio en noticia nacional. Se construyé poco a poco, 2 Jo largo de varias semanas, mien- tras los observadores luchaban por descubrir alguna pauta fen una serie de asesinatos que consideraban tinica en los anales del crimen, Durante el otofio del terror, la prensa dia- ria, sirviendo a piblicos lectores muy diferentes, trabajé du- ramente para destilar el significado de las grandes noticias ' Esta es una versin muy seviseds de un articulo, «Jack the Ripper and the Myth of Male Violence», Feminist Studies 8, otofo de 1982, 542-574. PMG, 1 de octubre de 1888. Citado en Jerry White, Roth: schild Buildings: Life in an East End Tenement Block, 1887-1920, Lon- res, Routledge and Kegan Paul, 1980, pag. 26. 371 de cada dia, al mismo tiempo que se remontaba a los crime- nes anteriores para establecer, de forma retrospectiva, un modelo de explicacién. Partiendo de fantasias culturales sobre el cuerpo femenino grotesco, la ciudad laberintica, el médico loco— que circulaban desde hacia tiempo entce los diferentes estratos de la cultura victoriana, los medios de comunicacién destacaron asimismo nuevos elementos de las concepciones tardovictorianas sobre el yo y el paisaje imaginario de Londres. La elaboracién de la historia del Destripador en los me- dios ayudé a creat un contexto para los sticesos del otoiio de 1888 y a gobernar las ansiedades desatadas por los asesi- natos, Los observadores contemporingos, perfectamente conscientes del valor periodistico del episodio del Destripa- dor, reprendian periddicamente a la prensa por provocar la histeria e interferir en la investigacidn policial; pero su co- nocimiento de los crimenes, junto con los expertos y el pit blico en general, lo obtenian de los diarios. Pese a que muy diversos grupos intervinieron para configurar la interpreta- cién de los medios sobre la crsis del Destripador con arre- glo a sus propios intereses politicos, también se vieron em- pujados por la gestalt general provocada por esos medios. La historia del Destripador, como propiedad de toda la prensa diaria, represento una clase diferente de elaboracién por parte de ios medios, con un mensaje politico decidida- mente mas ambiguo que el «Tributo de las doncellas» de Stead o la campatia populista de Mrs. Weldon en defensa de la «libertad del individuoy. En contraste con estas dos cau- ses célébres, la elaboracién periodistica de la historia del Destripador no poseia un niicleo politics definido, y las mu- jeres se vieron significativamente marginadas det ‘elato pii- blico de la historia. Ello no quiere decir que todas las inter- venciones publicas tuvieran el mismo peso o que las muje- res fueran completamente ajenas ala elaboracién cultural de Ja nartacién, A escala local, las mujeres trabajadoras parti- cipaban en nartaciones informales y ofrecian informaciones que otros utilizaban para obtener pistas, Un tratamiento se- mejante fue el que recibieron las representaciones de la 372 ee et—“(‘C:™_COSOC RH prostitucién y los peligros sexnales de la medicina por par- te de feministas y activistas en contra de la viviseccién. Las informaciones periodisticas sobre los asesinaios incorpora- ron los temas y relatos de las reformadoras y los reelaber: ron para obtener una fantasia mas masculimta, mas cercana en tono y perspectiva a la literatura de la exploracién urbi na y el gotico masculino que al melodrama politico te- menino, Este capitulo examina el escéndalo periodistico de Jack el Destripador en dos partes. «a fabricacién del caso» pre- senta los elementos esenciales que destacé culturalmente el tratamiento en la prensa, elementos que hailaron su expre- sién en los gritos de los chicos vendedores de periddicos que voceaban los tiltimos detalles de «Asesinato, asesinato, mutilacién, Whitechapel» y el «misterio de Jack el Destri- padon». La segunda parte, «La explotacién de la historian, detalla coma y cuando entraron dichos elementos en la na- rracién del Destripador, y traza las historias adicionales teji- das alrededor e impuestas sobte las informaciones periodis- ticas en torno al Destripador por parte de diversos actores sociales, deseosos de expresar claramente su version de lo «verdadero» y lo «icticio» en esa historia. La fabricacién del caso A lo largo de diez semanas, los periédicos fueron capa- ces de consolidar un pequefio niimero de «hechos» sobre los casos, Entre el 31 de agosto y el 9 de noviembre de 1888 ocurrieron cinco asesinatos brutales de prostitutas, todos ellos, excepto uno, en el ambito de un «perverso cuarto de milla de Whitechapel, en el este de Londres (la excepeién ocurrié justo dentro de los limites de la City, la Ciudad de Londres)’, Las victimas fueron Polly Nicholls, 31 de agos- 2 Bl mimeo de vietimas de los asesinatos atribuidos a Jack el Des- tripador se discutié en su momento y sigue sujeto a discusiones, Duran- te el «otofio del terrom» se pensé inicialmente, y de forma retrospectiva, to, Annie Chapman, 8 de septiembre; Catherine Eddowes y Elizabeth Stride (el adoble suceson), 30 de septiembre; Mary Jane Kelly, 9 de noviembre, Los crimenes se ejecuta~ ron de noche, cuatro de ellos al aire libre, con gran osadia y rapidez. Todos ocurrieron en un rea densamente poblada, donde los residentes locales vigilaban estrechamente los movimientos de cada uno. Sin embargo, no hubo testigos de los crimenes; la policia no pudo descubrir pistas ni motivos ««racionales» para los asesinatos’, El primer factor destacado por las informaciones de que dos asesinatos anteriores estaban relacionados con los cinco cono- cidos; después se relacionaron con el Destripador dos crimenes poste- riores, en 1889 y 1891. Sin embargo, dos informes oficiales, uno del ccomisario jefe de policfa, MeNaghton, y otto de un especialisia en me- dicina forense, el doctor Thomas Bond, afirmaron que s6lo esos cinco hhomicidios llevaban la marca de un asesino tinico. Véase Mepo 3/141, 10 de noviembre de 1888; sir Melville MeNaghton, carta, citada inte gramente en Donald Rumbelow, The Complete Jack the Ripper, Nueva York, New American Library, 1975, pags. 132-133 5” Se han escrito docenas de libros sobre Jack el Destripador. Entre ellos estin Leonard W. Matters, The Mystery of Jack the Ripper, Lon. dres, Hutchinson, 1929; Daniel Farson, Jack the Ripper, Londres, Sphe re Book Limited, 1973; Tom Cullen, Autumn of Terror: Jack the Ripper His Crimes and Times, Londres, Bodley Head, 1965; Elwyn Jones, ed. Ripper File, Londres, Barker, 1975. En 1988, en honor del centenario del Destripador, aparecié una nueva serie de libros sobre él, muchos de ellos nuevas ediciones de libros publicados por primera vez en los, aiios 70, Entre ellos estin Martin Howell y Keith Skinner, The Ripper Legacy: The Life and Death of Jack the Ripper, Londres, Sidgwick and Jackson, 1987; Colin Wilson y Robin Odell, Jack the Ripper: Summing Up the Verdict, Londres, Bantam Press, 1989; Donald Rumbelow, Com- plete Jack she Ripper, Terence Starkey, Jack the Ripper” 100 Years of n- vestigation: The Facts, he Fiction, the Solution, Londres, Ward Lock, 1987; Martin Fido, The Crimes, Detection, and Death of Jack the Rip. per, Londres, Weidenfeld and Nicolson, 1987. Algunos erticos de la cultura han intentado un examen més serio de la historia del Destripa- dor. Entre ellos, Christopher Frayling, «The House that Jack Built», en Sylvia Tomaselli y Roy Porter, eds., Rape, Oxford, Basil Blackwell, 1986, pigs. 174-215; Deborah Cameron y Elizabeth Fraser, Lust 10 Kill: 4 Feminist Investigation of Sexual Murder, Nueva York, New York University Press, 1987, Jane Caputi, The Age of Sex Crime, Bowling Green, Bowling Green State University Popular Press, 1987. 374 prensa a propésito de los asesina‘os del Destripador fue su emplazamiento: Whitechapel, un lugar pobre y de mala fama, adyacente al distrito financiero (/a City) y ficilmente accesible desde el West End tanto por transporte piblico como en vehiculo privado. Whitechapel, parte del cinturén industrial interior del Londres en decadencia, se encontraba al borde de la vasta zona Este, el centro proletario de Lon- dres, una «ciudad» de 900.000 habitantes. Para los observa- dores de clase media, Whitechapel era un lugar extrafio, un centro de cultura cosmopolita y punto de llegada de inmi- grantes y refugiados extranjeros, cuya oleada mas reciente estaba formada por judios pobres que huian de los pogroms del este de Europa en la década de 1880. Ademas, Whit chapel era célebre por sus vagabundos y pobres sin domici- lio, que vivian al aire libre o en las «guaridas de ladrones» que constituian las pensiones corrientes*. En los afios 80, Whitechapel habia llegado a simbolizar los males sociales del «Londres marginado». El empleo ocasional y temporal, los salarios de hambre, el apifiamien- to con alquileres de explotacidn, un sistema inhumano de asistencia a los pobres, las industrias tradicionales en decli- ve, y el incremento del trabajo «mal pagado» eran todos ellos rasgos sefialados de las condiciones de vida y trabajo en la zona. Recientes historiadores han argumentado que el, empeoramiento de la situacion precipité una crisis politica ascendente en 1888 y llev6 a los indigentes y parados del East End al desafio y al desencadenamiento de protestas xe- n6fobas y antisemitas. Pero, como ha observado Jerry Whi- te, las clases medias de Londres estaban mucho menos preo- cupadas por los problemas materiales de Whitechapel que por los sintomas patolégicos que engendraban, como los cri- menes callejeros, la prostitucion y las enfermedades epidé- micas; «toda la panoplia vergonzosa de esta “llamativa man- cha en el rostro” de la capital del mundo civilizado»* * Citado en White, Rothschild Buildings, pig. 7. SW. Fishman, East End 1888: Life in @ London Borough among the Laboring Poor, Filadelfia, Temple University Press, 1988; David 375 ee A ojos del respetable piiblico lector, Whitechapel era un escenario horrible y escandaloso para los asesinatos del Destripador: un paisaje inmoral de luz y sombra, una region inferior de sexo ilicito y crimen, a la vez emocionante y pe- ligrosa. Como el yermo desierto de la «ciudad de pesadilla» de Stevenson, los espacios vacios de Whitechapel podiait llenarse répidamente con una multitud amenazadora. Se po- Giat encontrar «hombres de toda clase y condiciém» en Whitechapel Road, la calle mas importante del barrio, con sus «tiendas ostentosas», sus montafias de fruta y sus «im- paras chorreando nafta». Centro fundamental de diversion para el Londres obrero, Whitechapel Road era ademas un aman para los jOvenes acomodados de la zona Oeste que re- corrian las «calles mas duras y brutales, las tabernas y los teatros de variedades, en busca de nuevas emociones». Era el «terreno de Tom Tiddler» de Charles Booth, imaginado como un lugar de emocién y drama darwiniano, tan atrayen- te como pavoroso para el observador respetable® De noche, advertian los comentaristas, el fulgurante bri- lo de Whitechapel Road contrastaba vivamente con los llejones oscuros a ambos lados de la via principal. Si uno entraba en una bocacalle, se «sumergia» en la oscuridad «quimérica» del «peor Londres». Aqui, en el drea de la ca~ lle Flower and Dean, con sus 27 patios, callejones y veredas, permanecia una de fas wltimas colmenas de mala vida de Londres al final de la época victoriana. «En esta miserable zona de la metrépoli —informé el Daily Telegraph—, son frecuentes los ataques graves, con heridas producidas por cuchillos, y tanto hombres como mujeres se acostumbran a Widgery, «History without its Aitches» (revisién de East End 1888], New Statesman & Society, 17 de junio de 1888, 39, 40; White, Roth. schild Buildings, pag. 26. 6 «The East End Atrocities», London City Mission Magazine, | de diciembre de 1888, 258-260; Chaim Bermant, Point of Arrival: A Study of London's East End, Londres, Methuen, 1975, pag. 188; Charles Booth, Life and Labour of the People in London, 17 vols., 1" serie: Po- verty, en 4 vols., 1889-1903; 3. ed, Nueva York, Macmnillan, 1902 1903, 1, 66-68, 376 las escenas de violencia» En lugares con apodos como «el callején sangriento», «el callején de la sartén» y el «callejon de la pala» se encontraban las «guaridas de’los pobres», «abarrotadas de una especie gue se multiplica a asombrosa velocidad y con resultados desastrosos». Aqui «puede ser convenienie esconder cualquier pieza de joyeria capaz de brillar». Hasta los policias se resistian a entrar solos en las famosas calles de Wentworth y Dorset. En la zona de Flo- wer and Dean Street les resultaba inatil «perseguir cuando, por azar, aparecen en la escena, ya que las casas se comuni- can entre si y un hombre perseguido puede entrar y salir co- riendo». En esos mismos patios y callejones vivian y traba- {aban las prostitutas pobres, «estremecedoras de rodillas de cuatro peniques» que, muchas veces, llevaban a sus clientes a.un rincén oscuro para ahorrarse el precio de la habitacién. Y aqui, en Buck’s Row, Hanbury Street, Berner Street y Dorset Street (mas conocida para la gente del lugar como la «alle haz lo que quieras»), se hallaron durante el aotofio del terror de 1888 los cuerpos de cuatro de las victimas de Jack el Destripador” En las paginas de la prensa diaria, este paisaje de escan- dalo se unié a las descripciones de las caracteristicas mas mundanas de la vida cotidiana entre los pobres. Los testi- monios de la investigacion policial, por ejemplo, revelaron que la mayoria de los cadaveres fueron descubiertos por gente que iba o venia del trabajo: Robert Paul, un taxista que se dirigia al mercado de Covent Garden a las tres y m dia de la mafiana, hallé el cuerpo deshecho de Polly Ni cholls en un portal de Buck’: Row y tomé «nota mentaby para decirselo a la policia; Louis Diemschutz, un «vendedor ambulante sin ticencia» y portero del Club Educativo para Obreros en Berner Street, volvia del trabajo a su casa ala una de la mafana cuando encontré el cuerpo de Elizabeth 7 DT, 10 de septiembre de 1888; EO, 27 de julio de 1889; citado en White, Rothschild Buildings, pig. 8; Arthur Harding, citado en East End Underworld: Chapters in the Life of Arthur Harding, ed. Raphael Samuel, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1981, pig. 110. 377 Stride en un patio cercano al club, donde residia. Esa misma calle que servia de escenario para un asesinato era también el lugar de trabajo y residencia de unos habitantes pobres, dedicados a trabajos temporales y mal remunerados. En el 39 de Hanbury Street, «cuyo local trasero» fue el «esce- nario» del asesiniato de Annié Chapman, «vivian no menos de seis familias distintas». Entre sus habitantes se encontra- ban un fabricante de cajas, dos taxistas y sus familias, el propietario de una tienda de carne para gatos (que funciona- ba en el edificio), un anciano con su hijo «de mente débil» y una anciana a la que mantenia, «por caridad», la mujer que «se encargaba» de la casa. Las instituciones politicas y sociales —el centro comunitario de Toynbee Hall, el club socialista judio de Berner Street, la misién del Ejército de Salvacién, el Hospital de Londres, los internados tipo forta- leza, las tabernas y los teatros baratos de variedades— for- maron parte del escenario fisico de los asesinatos y las in- vestigaciones. Con el fin de dar una sensacién de como era el lugar, la prensa diaria mostré con gran detalle las cocinas de los refugios, el albergue de Dorset Street donde se con- gregaban las mujeres de la calle y el interior de [a habitacion donde murié Mary Jane Kelly® Esta evocacién fisica no pretendia despertar la compa- sién humana hacia el «pueblo» de Whitechapel, sino pro- mover un «argumento geogréfico» sobre el cardcter territo- rial del crimen. Las informaciones de prensa aplicaron teo- rias lamarckianas de degeneracién urbana a los horrores de Whitechapel y diagnosticaron que eran resultado de un en- toro enfermo cuyos «desechos humanos abandonados» producian el crimen. «Hace mucho tiempo que sabemos que los desechos organicos producen pestilencia —declaré The Times—. ,Podemos dudar que, de la misma forma ine- vitable, los desechos humanos generan crimen, que el cri- men se reproduce como germen en una atmésfera infectada y se convierte, con cada cultivo sucesivo, en algo mas letal, mas bestial y absolutamente ms desenfrenado?» Este pun The Times, 2 de octubre de 1888; DC, 19 de septiembre de 1888, 378, to de vista se extendié mucho mas alla de los circulos selec- tos. Las representaciones de la degeneracién urbana apare- cieron también en el extremo inferior del especiro de la cul- tura impresa. The Curse on Mitre Square (Ia maldicion de la plaza Mitre], un terrible relato gotico y barato sobre el asesinato de Eddowes que se vendio en las calles de White- chapel, mostraba Whitechapel Road como una «puerta a la suciedad y miseria del Este», donde se cruzaban varias ca- pas de humanidad, de . Incapaces de hallar prece- dentes para los «horrores» de Whitechapel, los comentaris- fas recurrieron a horribles analogias de ficcién: «a las som- brias y obstinadas figuras en las novelas de Poe y Steven- som 0 los «asesinos astutos y sigilosos de Gaboriau y du Boiscobey». En realidad, los sucesos del otofio de 1888 Pu- vieron un «extraordinario parecido» con la literatura fantis- tiea: incorporaron los temas y motivos narrativos de la fan- {asia moderna —el travestismio social, los estados psicoldgi- cos enfermizos, los actos de violacién y transgresién y el descenso a un submundo social— y expresaron «todo lo que no se dice, lo que es inefable a tiavés del realismo»”? Si las aventuras espiritistas de Mrs. Weldon combinaban los temas de peligro sexual y las fantasias del acceso urba- no para las mujeres, los asesinatos del Destripador evocaron exclusivamente los significados sociales y erdticos mas os- curos de la literatura fantastica, Los comentaristas llegaron 4 creer que los asesinatos, que parecian no tener sentido ni razén, poseian un significado profundo. El método analitico para descubrir esta verdad oculta fue doble. Primero, consis- id en un escrutinio obsesivo de pequefios detalles, como in- dicios y cédigos que permitirian al observador descubrir el istema de significado que ocultaba la superficie fragmen- ada, Los titulares de prensa anunciaban «Nuevos detalles sobre los horrores de Whitechapel», y los ladillos hablaban de «un pedazo de delantal», una «bolsa negra», «misterio- "© The Times, citado en Farson, Jack the Ripper, pig. 100; DT, cita- do en ibid, pag. 101 1" LWN,7 de octubre de 1888; Rosemary Jackson, Fantasy: The Li- ferature of Subversion, Londres y Nueva York, Methuen, 1981, pagi- nas 25, 26. 380 sas papeletas de empefio», un «paquete extraordinarion, «extrafas comunicaciones», «las palabras escritas en ei muro», como posibles pistas sobre los asesinatos. Pero la busqueda del significado no se quedé en el nivel del nomi- nalismo extremo; también condujo a teorfas tejidas «con los fragmentos de fantasia mas sencillos». En el momento cul- minante de la crisis, las fantasias culturales se dispararon con especulaciones sobre la identidad del asesino y Ia signi- ficacion social y politica de los crimenes'?. Dichas especulaciones se asemejaban también a la lite- ratura fantastica en que expresaban los sintomas y manipu- aban las angustias de la intranquilidad social y politica. Los asesinatos habjan provocado una ruptura y una crisis social que s6lo se podia resolver penetrando ei «la oscura nube del misterio» que «oculta al tunante mas culpable de Lon- dres de la vista de innumerables ojos que observan en todas direcciones, dia y noche». Los comentaristas compararon la historia del Destripador con un «laberinto oscuro» en el que cada esquina revelaba una nueva «profundidad de oscuridad social»; también sobreimprimieron esta imagen laberintica en la propia ciudad, representada como algo incoherente, fragmentado e ingobernable, A falta de declaraciones ofi- ciales fiables sobre los progresos de la investigacién, los ru- mores se dispararon!? Las expresiones de desorientacién social y epistemolé- gica fueron acompafiadas de repetidas denuncias contra los representantes de la ley y el orden, a los que ya se habia ata- cado por su mala actuacién frente a la prostitucién callejera y las manifestaciones de parados. Una burocracia inepta, la falta de liderazgo del comisario de policia, sir Charles Wa- rren, que intentaba «militarizar» el cuerpo y la absurda competencia entre dos fuerzas policiales (urbana y metro- politana), agravaron una situacién que ya se percibia como caética, «EI gran éxito de la Policia Metropolitana en la su- "2 RN, | de octubre de 1888; Echo, 19 de octubre de 1888; de septiembre de 1888, 'S DI, 2 de octubre de 1888; Star, 14 de septiembre de 1888, 381 LA, AS yresién de toda reunton politica en Trafalgar Square con- rasta extraflamente con su absoluto fracaso en la preven- ‘in del tipo més brutal de asesinato en Whitechapel», se burl6 la Pall Mall Gazette. Los «habitantes del East End han yerdido la fe en la capacidad del Ejecutivo para exorcizar el nacabro espectro que les amenaza», declaré el Daily Tele- raph. A falta de pistas 0 motivos, afirmé Siar, la «ini noraleja practica que puede extraerse de la enorme masa- re... ¢5 la incapacidad de la fuerza de policia, de lo mas alto 1 lo més bajo». La prensa conservadora se uni a los libera- es en la denuncia de los asesinatos del Destripador como ino de los mas «ignominiosos fracasos policiales de todos os tiempos» cuando, para citar al Daily Chronicle, la Policia Metropolitana «sencillamente» permitié que «a primera “iudad del mundb.... cayera en un salvajismo primitivo»'* Un elemento definitivo incluido en el «misterion de los isesinatos fue el factor sexual. Los comentarios de prensa, -nfrentados a un «crimen sin sentido», invocaron la figura ie la bestia sexual g6tica, un «monstruo» movido por una dujuria sedienta de sangre, que «avanza a escondidas y se race con sus victimas cuando y donde le parece», semejan- e al chombre lobo» de la «ficeién gética», El Daily Tele- raph declar6: «no nos queda... sino formar desagradables visiones de lundticos errantes, trastornados por la mania ho- nicida o la lujuria sedienta de sangre... o terminar sofiando ‘on monstruos o con ogros», En el East End, las metaforas nostruosas asumieron un carécter literal: «La gente dejd jue su imaginacién se disparara. Se hablé de magia negra ¥ ampiros'®, 44 cMurder-And More to Follow», PMG, 8 de octubre de 1888; DT, | de vstubre de 1888; Star, 4 de octubre de 1888; Walter Dew, / Caught Crippen, Londres, Blackie and Son, 1938; DC, 11 de septiem- ore de 1888, "© Para un estudio de la «bestia sexual», véase Cameron y Fraser, Lust to Kill, pigs. 35-44. Para imagenes goticas en la prensa, véase WN, T de octubre de 1888; DC, 10 de septiembre de 1888; DT, 2 de dctubte de 1888. Sobre los «rumores» de magia negra, véase Dew, / Caught Crippen, pag, 125 382 Cuando los contemporineos invocaban analo, tmuosas de ficcion, explican las especialistas de la cultura Deborah Cameron y Kathleen Fraser, se basaban en un denguaje de transiciém» para representar el «crimen se- xual», precisamente en el momento historico en el que el discurso cientifico transformaba la figura de la bestia sexual en una «desviacién sexual» y su horrible crimen en una «en- fermedad». A largo plazo, afirman, los asesinatos del Des- tripador resultarian ser los casos més conocidos de una nue- va serie de crimenes sexuales, por lo que sirvieron de vehi- culo para que los medios ocultaran y, al mismo tiempo. sugirieran la «verdad» del «sexo». Sin embargo, en la épo- ca de los crimenes, el esfuerzo médico por diagnosticar los motivos «monstruosos» de los asesinatos como algo «se- xuaby (y englobado en la figura del pervertido sexual) que- 6 incompleto; los significados de los asesinatos, como la propia figura del Destripador, siguieron siendo ambiguos y polimorfos, abarcando asociaciones sociales y geograficas, ademas de individuales, con lo monstruoso"® El hecho de que casi todos los crimenes fueran acompa- fiados de mutilacién sexual contribuy6 asimismo a su horri- pilante fama y proporcioné los relatos mas sensacionalistas que iban a presentar los periddicos. En su momento, los contemporineos discutieron si los asesinatos mostraban co- nocimientos de anatomia y del cuerpo femenino, Algunos creyeron que el objetivo principal del asesino era extraer las visceras del cadaver después de haber estrangulado a la mu- jery haberle cortado la garganta, A juicio de los observado- res partidarios de la «teoria médica», cuando el asesino te- nia tiempo suficiente extraia deliberadamente el titero y otros érganos internos, mientras que las tripas quedaban fre- cuentemente desparramadas. Por el contrario, cuando algu- nos asesinatos no «iban tan lejos», cuando no «faltaba» nin- guna «porcién», esa corriente de pensamiento suponia que "We Cameron y Fraser, Lust to Kill, pig. 127; Michel Foucault, The History of Sexuality, vol, An Introduction, aducido pot Robert Hur- ley, Nueva York, Pantheon, 1985, pag, 56 383 «el sinvergiienza no habia tenido tiempo de completar sus designios»”” Los «restos destrozados» de las victimas del Destripador provocaron wna serie de miedos psicosexuales y politicos que resonaron, de diversas formas, 2 través de todo el espec- tro social. Los fragmentos corporales daban fe del caricter monstruoso del crimen, el criminal y el entorno social. Si, tradicionalmente, el cuerpo «clasico» ha significado la «sa- lud» del cuerpo social en sentido mas amplio —de un orden social cerrado, homogéneo y regulado——, la existencia cre- ciente de cadiveres «grotescos» y mutilados representaba justamente lo contrario: una analogia visceral de la incohe- rencia epistemolégica y la desorientacion politica que ame- nazaron la politica del Cuerpo durante el «otofio del terror" Estas mutilaciones, cometidas en cuerpes femeninos, especialmente en los cuerpos de prostitutas, implicaban unas asociaciones especialmente transgresoras. No eran los cuerpos femeniinos dignos y elegantes de las estatuas ef cas que adornaban las plazas puiblicas del West End, que en- carnaban las virtudes abstractas de raza y nacion; tampoco eran los «cuerpos de salén» de mujeres selectas que adorna- ‘ban las paredes de las galerias de arte y figuraban en los «al- bumes de fotos abiertos sobre las mesas de té» 0 en «los personajes de los anuncios de productos para el hogan. Eran, por el ontrario, «mujeres del pueblo», «cortadas en pedazos», fragmentos grotescos de cuerpo, repletos de agu- Jers, aiicos, trozos qu faltaban, muestras de velo fe- menino y las apretadas 1 Menino y las apetadas multitudes del East End con su este 17 «The Whitechapel Murders», Lancet, 29 septiembre de 7. a ec se 2 5 gression, Ithaca, N. ¥, Come Vniverty Press, 1986, pigs. 20-23 Marina Wamer, Monuments and Maidens: The Allegory of the Female Form, Nueva York, Atheneum, 1985; Nancy Armstrong, «The Occidental Alice», Differences 2, mim 2, verano de 1990; 14, The Ti mes, citado en Ripper File, pag. 49; Staih 1 Sito op pee Pile, oe 49; Stallybrass y White, Politics and 384 Los cuerpos mutilados de las vietimas del Destripador evocaban el «conjunto de representaciones» que habian au- torizado la politica regulatoria y la actitud oficial hacia las prostitatas durante todo el siglo xix. A juicio de Alain Cor- bin, estas imagenes negativas del cuerpo incluian a la pros- tituta como organismo piitrido, cloaca, portadora de sifilis, cadaver y eslabon en una cadena de cuerpos femeninos re- signados «a la disposicién del cuerpo burgués». Las repre- sentaciones periodisticas en la época de los crimenes del Destripador utilizaron todas estas imagenes, junto a nuevas demandas de que se volviera a introducit la prostitucién re gulada por el estado para restaurar el orden, pero destacaron especialmente las fantasias y asociaciones culturales del cuerpo de la prostituta como cadaver. No s6lo los asesinatos del Desiripador parecieron dar carécter literal a la verdad moral de que el precio del pecado era la muerte —el «horri- ble ser que aterroriza Whitechapel» se presentaba como «la encamnacién de un juicio a las mujeres de mala vida»—, sino que los propios asesinatos se cometieron a la sombra de dos lugares de muerte: el matadero de Aldergate y el Gran Hospital de Londres. Mientras los expertos debatian si el asesinato mostraba la habilidad de un camicero o de un «es- pecialista cientifico en anatomia>, los comentaristas en. el Escenario del crimen describieron a las victimas, en distin- fos casos, como animales sacrificados, «aibiestas en canal, ‘como se ve un ternero en una carniceria», o como caddveres diseccionados, semejantes a «esos horribles especimenes anatomicos de cera» que se exhiben en los museos de medi- ina y en las vitrinas de las tiendas de ortopedia’ Como advierte Elaine Showalter, los asesinatos del Des- tripador «evocaron misteriosamente> los temas de violencia 2 Alain Corbin, «Commercial Sexuality in, Nineteenth-Century France: A System of Images and Regulation», en The Making of the Mo dern Body: Sexuality and Society in the Nineteenth Century. ed. Cathe ‘ne Gallagher y Thoma Lagueur, Berkeley, Universty of California Press, 1987, pgs. 209-218; ES, 9 de noviembre de 1888; RN, 2 de sep- tiembre de 1888: PMG, citado en Parson, Jack the Ripper, pag. 47. 385 médica contra las mujeres omnipresentes en la literatura de fin de siglo, la apertura, diseccién o mutilacién de mujeres: de hecho, muy bien pudieron ayudar a consolidar y difundir dichos temas puiblicamente entre un grupo mas amplio de lectores. Asimismo explotaron —y parecieron agotar— los temores populares hacia cirujanos, ginecélogos, practican. tes, especialistas en viviseccién y diseccién, que les consi- deraban violadores, en este contexto, de cuerpos inocentes de mujeres, nibos ¥ animales, y habian hallado amplia ex. presidn en una serie de campaiias populares de salud y con tra los médicos en los afios 70 y 80?! Las horripilantes mutilaciones, que provocaron toda una serie de angustias sociales y politicas y aparentemente esta- blecieron la firma del asesino, intensificaron la fascinacion del publico con el mutilador, que adquirio el apodo de «ack el Destripador» a lo largo del otofio de 1888. En el momen- to del «doble suceso» del 39 de septiembre, la Agencia Cen- tral de Noticias habia recibido una carta anénima predicien- do los asesinatos y firmada por «ack el Desttipadom. Una copia de la carta y una posterior tarjeta postal con la misma firma se reprodujeron en todos los periddicos y se coloca- ron en las esquinas de las calles. Quince dias mis tarde, una tercera carta dirigida al presidente del comité local de vigi- lancia en Whitechapel y acompafiada de medio rian huma- no reforz6 las sospechas de que el asesino era un necréfilo, Estas cartas establecieron el tono para el resto (de las que 3 Elaine Showalter, Sexual Anarchy: Gender and Culture at the Fin de Siécle, Nueva York, Viking, 1990, pag. 127: Judith R. Walko- wite, Prostitution and Victorian Society: Women, Class, and the State, Nueva York, Cambridge University Press, 1980; RM. MeLod, «Law, Medicine, and Public Opinion: The Resistance to Compulsory Health Legislation, 1870-1901», Public Law, 1967, 189-311; R. D. French, Antivivisection and Medical Science in Victorian Saciety, Princeton, Princeton University Press, 1975, cap. 11; Coral Lansbury, The Old Brown Dog: Women, Horkers, and Vivisection in Edwardian England, Madison, University of Wisconsin Press, 1985; Mary Ann Elston, «Women and Antivivisection in Victorian England, 1870-1900», en Nic cholas Rupke, ed., Vivisection in Historical Perspective, Londres, Croom Helm, 1987, pags. 259-289. 386 hay 350 recogidas en los archivos de Scotland Yard). Las dos primeras estaban dirigidas a «Querido Jefe», y las tres eran jocosas y burlonas. Presumian de hazarias pasadas y futuras, y de lo que disfrutaba el autor con su «trabajo», «Odio a ias putas —declaraba el Destripador— y no cesaré de despedazarlas hasta que no termine mi tarea.5 Las auto- ridades policiales consideraron que las cartas eran la «crea- cin de un periodista emprendedor»; fueran 0 no auténticas, Jas cartas ayudaron a instaurar los asesinatos como aconte- cimiento periodistico centrando las angustias y Fantasias so- ciales en una unica figura, elusiva y alienada, que buscaba el «sensacionalismo» y se comunicaba con un piiblico de amasasy a través det periddico, Ademds las cartas, escritas en un «estilo cockney» e informal, consolidaron la reputa- cién de ironia ¢ inteligencia del asesino, En diversos mo- mentos del debate, distintos grupos supusieron que el asesi- no, anénimo pero polimorfo, era un anarquista judio de ori- gen ruso, un policia, un habitante de Whitechapel, un maniaco erético de las «clases altas», un fanaitico religioso, un médico loco, un socidlogo cientifico (sugerencia festiva de George Bernard Shaw que adopté la prensa) y una mujer”, : En la narracién de la historia del Destripador, la identi- dad estigmatizada de las victimas fue otro rasgo curioso. El perfil social de las victimas que surgié en las entrevistas lo- cales y los testimonios de la investigacién parecid ser ineret- blemente detallado y preciso. «Dolorosamente familiares se han hecho los procedimientos de las investigaciones sobre las victimas del asesino de Whitechapel», comenté el East London Advertiser. Todas las indagaciones parecian mos- ‘rar la «misma vieja historia de miseria, inmoralidad y cri- 2 Todas las cartas estin recogidas en Mepo. 3/142. Sir Robert An- derson, The Lighter Part of My Official Life, Londres, Hodder and Stoughton, 1910, pag. 138; H. O. 144/A49301C/8a, 23 de octubre de 1888; Mepo. 3/142; sir Melville MeNaghton, Days of My Years, Lon dres, Edward Amold, 1915, pigs. 58, 59; Star, citedo en Rumbelow, The Complete Jack the Ripper, pag. 93; Capit, Age of Sex Crime, pig. 21 387 nen inhumano»., En el caso de las cuatro primeras victimas, odas eran, segiin el Daily Telegraph, «mujeres de mediana -dad, todas estaban casadas y vivian separadas de sus mari- jos como consecuencia de costumbres inmoderadas, y enian, en el momento de su muerte, una vida irregular, g3- \indose apenas una existencia miserable y precaria en pen- jones corrientes». Estas «desgraciadas borrachas, viciosas / miserables, para quienes fue casi un acto caritativo aliviar- es del castigo de existim, no eran «muy especiales sobre la rma de ganarse la vida». Cuando podian, trabajaban como nujeres de la limpieza, vendedoras callejeras 0 recogiendo {ipulo durante los meses de verano en Kent. Si era necesa- io, recurrian a la calle como prostitutas ocasionales™ La necesidad econémica les obligé a salir a la calle las roches en las que se encontraron con la muerte. Los titula- es de prensa y los grabados que los ilustraban se dedicaron -onstantemente a reproducir las tiltimas conversaciones de ’olly Nicholls y Annie Chapman antes de su muerte, como esas frases encerraran un profundo significado moral, >oco tiempo antes de ser asesinada, Polly Nichotis fue vista ambaleéndose por Whitechapel Road por Emily Holland, «u amiga y vecina. Holland se offecié a llevarla a casa, pero Nicholls explicé que no tenia dinero para pagarse el aloja- niento. «Pero conseguiré el dinero de mi “refugio” —decla- é—. Mira qué bonito sombrero tengo ahora.» Annie Chap- nan expreso una intencidn semejante, después de que le ne- garan la admision en su pension de Dorset Street porque no enia los ocho peniques del precio. «No tengo suficiente thora, pero guirdame la cama, no tardaré mucho» Para los lectores burgueses de The Times y Morning Post, asi como para los lectores socialistas de Commonweal, ® Irénicamente, Ia hipétesis de un modelo «familiany se planted furante una investigacién de asesinato en 1889, cuando se relaciond erréneamente e| homicidio con los crimenes miiltiples del Destripador. ELA, agosto de 1889; Daily Chronicle, 10 de noviembre de 1888; D7 24 de septiembre de 1888; PMG, 10 de septiembre de 1888, 2 PMG, 19 de septiembre de 1888; DC, 10 de septiembre de 1888, 88 Jos crimenes constituyeror una historia moral de espantosas proporciones. Eran mujeres desesperadas econdmicamente, que violaban su «feminidad» por el precio de una cama para la noche, y para quienes el precio del pecado fue la muerte. Fuera de Whitechapel, las victimas se convirtieron en desa- gradables objetos de compasién, tanto para radicales como para conservadores, Por mas que los lectores de clase media pudieran sentirse culpables ante los «restos desparramados» de Annie Chapman, su remordimiento fue pronto sobrepa- sado por los sentimientos de miedo y aversion ante el espec- téculo de las propias victimas. Esta reaccién paraddjica ante el «gran mal social» no era extrafia; estaba incluida en la li- teratura de la prostitucién y en anteriores campafias refor- mistas como la del «Tributo de las doncellas» y la oposicion feminista a Ia regulacién estatal. Pero reformadores como Butler y Stead habfan simpatizado con la historia de las j6 venes prostitutas, aunque no con su realidad presente; y ha- bian adoptado una actitud protectora y vigilante respecto a las mujeres caidas, las «hijas errantes». El hecho de que las victimas de Whitechapel fueran de mas edad y su aparente culpabilidad por haberse apartado del hogar patriarcal hicie- ron inservible ese paradigma de la relacién padre-hija. Y este aspecto negativo de la propaganda reformista limmit6 cl tipo de simpatia capaz de extenderse a las mujeres caidas de Whitechapel (y puede explicar, en parte, la reticencia fe- minista a incorporarse al debate publico)> En resumen, el escenario social degradado, las circuns- tancias misteriosas, las horribles mutifaciones, la ominosa figura de Jack el Destripador y las vidas «desviadas» de sus victimas se unieron para producir una oscura fantasia perio- distica sobre los crimenes de! Destripador, Las informacio- neg de prensa transformaron los asesinatos sin resolver de 25 Commonweal, 13 de noviembre de 1888; The Times, 18 de sep- tiembre de 1888; 1 de octubre de 1888; 12 de octubre de 1888; Judith R. Walkowitz, «The Politics of Prostitution», Signs 6, otofio de 1980, 124-127 389 cinco pobres mujeres en un escdndalo nacional; e impulsa- ron a una amplia variedad de agentes sociales a sumergirse en los detalles de los casos, movidos por la excitacién se~ xual, pero también por el deseo de extraer un significado del desorden aparente. La explotacién de la historia El caso del Destripador, nunca resuelto, no ofrece nin- giin final ni arreglo al problema de la violencia sexual y el orden social que la produjo. Como no alcanzé ninguna so- lucién, sigue siendo, muy avanzado el siglo xx, un misterio enigmdtico que mantiene sus ecos y se reconstruye una y otra vez. En este capitulo examinaremos a varios de los par- ticipantes en la «creacién» inicial de los relatos de! Destri- pador. Después del asesinato de Nicholls la historia adquirié empuje, direccién y objetivo, pero nunca resulté una narra- cién unificada y estable. El proceso interpretativo se com- plicé con la introduccién de nuevos elementos nartativos de los casos posteriores, como una revelacién del forense, los misteriosos «escritos sobre el muro», las cartas de «Jack el Desiripador», y las aparentes contradicciones en y entre los sistemas de explicacion a fos que se acudié para dar sentido alos crimenes’, Tanta en las calles de Londres como en las paginas de la prensa nacional, varios grupos sociales offe- cieron perspectivas sociales opuestas, revisando y transfor- mando las fantasias existentes en los medios de comunica- cién sobre los horrores de Whitechapel. Los primeros en intervenir y estructurar la opinién sobre el problema fueron los propios policias, que siguieron las pistas proporcionadas por los residentes locales. Al princi- pio, la policia abordé el asesinato de Polly Nicholls como uno de los numerosos casos de ataque no resuelto; s6lo pos 2 Ruth Harris, «Melodrama, Hysteria and Feminine Crimes of Passion in the Fin-de Sigclen, History Workshop 25, primavera de 1888, 32,33, 390 teriormente, en el depésito de cadaveres, se descubrié que el cuerpo habia suftido graves mutilaciones. A sugerencia de las prostitutas de Iz Zona, empezaron por investigar a las bandas callejeras que se aprovechaban de ellas y les saca- ban el dinero. Sin embargo, pronto empezaron 4 compren- der que se encontraban en presencia de un asesino multiple que habia concentrado sus actividades en un barrio concre- to y que atacaba a las mujeres de «mala vida». Por consi- guiente, los asesinatos adquirieron nuevo caracter y las auto- ridades de policfa trasladaron la investigacion de la muerte de Nicholls de la policia local a Scotland Yard. Simultanea- mente, las informaciones periodisticas aumentaron la im- portancia del asesinato y lo transformaron en noticia nacio- nal, Uniendo el caso a dos casos recientes de homicidios no resueltos, en las personas de prostitutas pobres de White- chapel (a pesar de que esos homicidios anteriores mostra- ban una pauta criminal completamente distinta), los titula- res anunciaron «Otro asesinato en Whitechapel» y «El ho- ror de Whitechapel: tercer crimen de un hombre que debe de ser un maniacon, Siguiendo los pasos de la policia local, Ja prensa empez6 a declarar que los asesinatos eran obra de «an individuoy” La policia continud su persecucién investigando a los hombres de la vecindad que podian tener las herramientas 0 Jos conocimientos necesarios para llevar a cabo las sangrien- tas mutilaciones: carniceros y zapateros. Después prestaron atencién a otros grupos laborales, como los marineros de los 27 The Times, 1 de septiembre de 1888; Star, 1 de septiembre de 1888; Penny Illustrated News y The Times, citado en Harts, Jack the Ripper, pigs. 18, 19: Howells y Skinner, Ripper Legacy, pag. 4. En los dos homicidios anteriores, por ejemplo, Emma Smith vivié para contar su historia de cémo cuatro hombres la habian pesado, robado y atac: do, mientras que Martha Tabra, recibid 39 heridas de bayoneta, én lugar de las cuchilladas en el abdomen que sufiieron Nicholls y otras viet mas posteriores del Destripador. Sin enibargo, tanto el Star como la PMG destacaron la significativa semejanza entre el asesinato de Ni- cholls y los «dos misteriosos asesinatos de mujeres». Star, | de sep- tiembre de 1888; PMG, 3 de septiembre de 1888. Gracias a Jenniter Pugh por estas observaciones. 391 buques de ganado, cuyas salidas y entradas de Londres ex- plicarian el calendario de la crisis y la misteriosa desapari- cién del asesino. La lista de candidatos, cada vez mayor, re- flejaba la economia social de Whitechapel; también refleja- ba los prejuicios de la policia y los residentes locales”: Whitechapel poseia una amplia poblacién, mévil y desarrai- gada, de hombres que miraban y actuaban de forma que a la policia le parecia sospechosa. Se convirtieron en blancos evidentes de la policia y las sospechas populares. Los judios fueron objeto de la atencién de ambos. En el East End existia una forma endémica de antisemitismo, en. parte como expresién de una xenofobia tradicional y en par- te, como respuesta a lo inestable de la economia y la dismi- nucién de los recursos materiales de la zona. Whitechapel estaba experimentando una grave crisis de la vivienda debi- do al aflujo de judios de Europa del Este y a la conversion de edificios de viviendas en almacenes y locales comercia- les. Judios y gentiles que, hasta cierto punto, constituian dos clases separadas, tenian que coexistir en Ia misma zona y competir por los recursos”, El antisemitismo de 1888 fue la articulacién de una me rea creciente de nacionalismo y racismo orquestada por los medios de comunicacién populares. Ya con el caso Nicholls los diarios radicales contribuyeron a agitar el sentimiento local contra los judios identificando a un tal «Delantal de cuero» como ef «tinico nombre relacionado [localmente] con los asesinates de Whitechapel». «Delantal de cuero» era, segin el Siar, n artesano judio que fabricaba zapati- las, un «extrafio personaje que merodea por Whitechapel después de la medianoche» ¢ inspiraba «miedo universal entre las mujeres. La candidatura de «Delantal de cuero» obtuvo también el respaldo de la Pall Mall Gazette, que re- produjo una descripcién del personaje recogida por un re- portero del Siar después de investigar entre una serie de mu- 28H, O, 144/220/449301C/8a, 23 de octubre de 1888, 2 Bermant, Point of Arrival, éap. 9; White, Rothschild Buildings cap. 1; Jewish Chronicle, 5 de octubre de 1888, 302 jjeres «poliindricas» de la zona Este: un hombre de expre- Sidn «siniestrax, con ojos «pequefics» y «brillantes», una mueca «repelenten, se dedicaba a «chantajear a las mujeres aaltas horas de la noche... Nadie sabe su nombre, pero to- dos estan unidos en la creencia de que es judio 0 de ascen- dencia judia, pues su rostro es de marcadas caracteristicas hebreas». Aunque otros diarios reprodujeron esta nueva «teoria, también se apresuraron a seftalar el cardicter «ficti- cio» de la descripeién: «Es un personaje tan parecido ala in- tencién de un narrador que las descripciones de él dadas por todas las prostitutas del barrio de Whitechapel parecen de novela sentimental», declaré Lloyds Weekly News®. John Pizer, a quien el Star habia sefialado como «Delan- tal de cuero» acabo por entregarse a la policia con el fin de reivindicar publicamente su nombre y escapar a la furia de la muchedumbre>!. La teoria de «Jacob el Destripador»? condujo a dos situaciones en la zona: la denuneia en las in- vestigaciones de los judios como asesinos rituals y la. int midacion generalizada de judios por todo el East End. En las calles, la ira popular provocé disturbios contra los judios uno de los tres brotes de ese tipo en el Londres de fin de si- glo. Después del asesinato de Chapman, las muchedumbres de matones adoptaron una «actitud amenazadore» hacia la poblacién «hebrea» del distrito. «Se afirmé repetidamente que ningtin inglés podia haber perpetrado un crimen tan ho- +» Para un resumen de los debates parlamentarios contemporineos sobre las restricciones a la inmigracién, véase Fishman, East End, pégi- nas 144-147. Para el tratamiento periodistico de Delantal de Cuero, véase Star, 7 de septiembre de 1888; «The Horrors of the East End>, PMG, 8 de septiembre de 1888; LIN, 9 de septiembre de 1888. 5” Bg significativo que Pizer, el hombre acusado de ser Delantal de Cuero, aprovechara la investigacion sobre Annie Chapman para reivin- dicar su hombre, un ejemplo de cémo los pobres utilizaban los espacios ¥ las ocasiones legales para sus propios fines y para obtener resonancia publica. Véase Jennifer Davis, «A Poor Man's System of Justice: The London Police Courts in the Second Half of the Nineteenth Century», The Historical Journal 27, nian. 2, 1984, 309-335. 32 Bermant, Point of Arrival, pags. 110-118. 393 rrible»®®, Las especulaciones sobre «Delantal de cuero> produjeron asimismo acusaciones falsas contra judios con- . Simultinea- 396 mente aparecieron cartas sabre la «moraleja de los asesina- tos» en la prensa privada, con propuestas convencionales para curar los males sociales de Whitechapel: planes filan- trépicos para viviendas modelo, mejor iluminacién, mejor pavimento, mas mujeres con la Biblia en la mano, mas refu- gios noctumos para que durmieran las mujeres pobres y més lavanderias para que pudieran trabajar. Las cartas no hacian hineapié en la patologia del asesino, sino en las vidas degradadas de las victimas. Los «horrores de Whitechapel no seri en vano—declaraba «S. G. O.» en The Times— si, “por fin”, la conciencia publica despierta y examina la vida que revelan esos horrores. Los asesinatos, podria casi decir- se, tenian que llegans"? En medio de esta amplia llamada a la introspeccién y la filantropia, se materializo en la prensa una investigacién al- temnativa sobre el yo y el orden social. Las sospechas se tras- Jadaron de la zona Este a la Oeste, a medida que las repre- sentaciones del Destripador pasaron de una versién externa del Otzo a una variante del Yo miltiple y dividido, En «Murder and More to Follow» {Asesinato y mas co- sas], W. T, Stead, el gran cruzado contra la corrupeién y el libertinaje, fue el primer periodista en llamar la atencién so- bre los «origenes sexuales» del crimen e invocar al doctor Jekyll y Mr. Hyde como un modelo psicolégico del asesino. The Strange Case of Doctor Jekyll and Mr. Hyde, la «, ni un gran cl imax, se luché en los corazones y las mentes de los vietorianos, con es- sos resultados institucionales y legales. Sin embargo, el volumen de literatura propagandistica producida por la organizacién de Cobbe es impresionante: solo en 1885, Victoria Street sac6 81.672 libros, panfle- tos y follotos (French, Anii-Vivisection, pags. 255, 256). Aunque la prensa siguid siendo abrumadoramente hostil a Cobbe y sus agitadores, Jos tropos y la iconografia del movimiento invadieron el periodismo y la ficeién populares. Fubo, por ejemplo, enemigos indignados del «Tri- buto de las doncellas» que acusaron a Stead de «viviseccién moral» por imponer el examen ginecologico de Eliza Armstrong. El propio Stead se apresur6 a usar la retérica antiviviseccionista en su eruzada contra Jos hombres sexualmente peligrosos, En 1887 present a Edward Lang- sworthy ante sus lectores como un sédico privilegiado a quien divertia 404 como Frances Power Cobbe resucitaron la figura del cienti- fico como genio demoniaco: la viviseccién, insistia Cobbe, fomentaba la ®®. Un caso que lleg6 al Old Bailey puede ofrecer cierta perspectiva sobre las circunstancias que llevaba a la amena- za°®, Sarah Brett, de Peckham, vivia, sin estar casada, con Thomas Onley. El 3 de octubre de 1888, tres dias después del «doble suceso», su hijo regresé @ casa procedente del mar, con un amigo. Brett permitié al amigo, Frank Hall, que se alojara con ellos. E] 15 de octubre, el hombre que convi- via con ella y el visitante salieron y se emborracharon; al volver, ambos la maltrataron e insultaron. Bret le dijo al vi- ® Cullen, Autumn of Terror, pig. 78; Echo, 1, 2,3 de octubre de 1888; ELO, 6 de octubre de 1888; MP, 4 de octubre de 1888. ‘Sobre la crueldad conyugal en los hogares de clase media, véase ‘A, James Hammerton, «Victorian Marnage and the Law of Matrimo- nial Cruelty», Victorian Studies 33, nim, 2, invierno de 1990, 269-29: 55 The Times, | de octubre de 1888; Cullen, Autumn of Terror, pagi- na 79; Echo, 3 de octubre de 1888. 56’ Tribunal Penal, Sessions Papers, Londres, 109 (1888-1889). pags. 76-78. Gracias a Ellen Ross por esta cita 422 sitante que no se inmiscuyera; él la abofeted y ella le devol- vid el golpe, le tird de su silla y le ordené que se fuera. Todo ello enfurecié a su hombre, que declaré que ni siquiera esta- ban casados y amenazé con practicar «un asesinato de Whi- techapel contigo». Claramente, estaba demasiado borracho para llevar a cabo la idea, de modo que se retiré arriba, a la cama, y la dejé con el visitante, que la apufialé y le caus6 heridas graves {Cémo podemos interpretar este suceso? Como era tipi- co, el consumo de alcoho! contribuyé a precipitar el conflic- to. La actitud de Sarah Brett fue defensiva pero firme; no se opuso a los limites de su «esfera», pero si ejercié sus prerro- gativas como administradora de los recursos del hogar y de- mostrd ampliamente su capacidad de defenderse a si mis- ma, Aunque su hombre fue el primero en maltratarla, ella sélo se enfrenté al visitante. «Ya es suficiente que Mr. On- ley me asalte, sin necesidad de que usted interfiera Sin embargo, al expulsar al visitante de la casa, avergonz6 a On- ley. Amenazé su virilidad; él respondié negando la legitimi- dad de sus relaciones, es decir, Hlaméndola puta. Luego in- vocé el ejemplo del mas dominador de todos los hombres, el asesino de Whitechapel, y la dejé con el joven visitante, gue tuvo la fuerza necesaria para llevar a cabo la amenaza del marido, No intento afirmar que el episodio del Destripador in- crementara directamente la violencia sexual; mas bien esta- blecié un vocabulario y una iconografia comunes para for- mas de violencia masculina presentes en toda la sociedad y oscurecié las diferentes condiciones materiales que provo- ban el antagonismo sexual en las distintas clases socia- les”. El drama del Destripador otorg6 una poderosa mistica ala dominacién de los hombres; impulsé a los nifios del ba- rio obrero de Poplar y la zona residencial de Tunbridge Wells a intimidar y atormentar a las nifias jugando a Jack el % Ellen Ross, «Fierce Questions and Taunts”: Married Life in Working-Class London, 1870-1914», Feminist Studies, 8, nim. 3, oto- flo de 1982, 575-602 423 Destripador. «Hay un hombre con un delantal de cuero que pronto va a venir a matar a todas las nifias de Tunbridge Wells. Esta en el diario.» «Cuidado, que viene Jack el Des- tripadom», bastaba para que las nifias se fueran corriendo de In alle o de sus propios patios y se encerraran en la seguri- dad de sus casas. Y, fuera cual fuera su ética consciente, Jas patrullas nocturnas de hombres en Whitechapel tuvieron ‘el mismo efecto estructural de reforzar la segregacién del espacio social: las mujeres quedaron relegadas al interior de las congregaciones religiosas 0 sus hogares, detras de puer- ‘as cerradas; los hombres se fueron a patrullar los espacios piblicos y la calle, Ademas, los vigilantes también aterrori- zaban a las mujeres del lugar, que no podian distinguir a sus asaltantes de sus protectores disfrazados: «Si el asesino po- seyera... la astucia habitual de la locura —sugirié una lecto- ra en la Saint James Gazette—, me pareceria probable que fuera uno de los primeros en alistarse entre los detectives aficionados». Aunque los crimenes del Destripador reforzaron. las polarizaciones espaciales de sexo y clase, también estimula- ron las fantasias masculinas de vulnerabilidad ¢ identifi- cacin con las victimas. Los hombres emplearon la imagi- nacién sobre la experiencia femenina del terror; los detecti- ‘ves aficionados adoptaron vestidos femeninos para llamar la atencidn del asesino. Si algunos chicos jugaren a ser «De- lantal de Cuero», otros hallaron la historia del Destripador amenazadora y aterradora desde un punto de vista personal. Con tres afios y medio, Leonard Ellisden pensaba que el Destripador era un «hombre de aspecto malvado con batba, que solia tragar fuego en las arenas de Margate». Cuando este «digno caballero» entré en la tienda de tabsaco de su pa- dre, Ellisden «llevé a las sefioras de la familia casi a la locu- % Helen Corke, in Our Infancy: An Autobiography, Part 1, 1882- 1912, Cambridge, Cambridge University Press, 1975, pig. 25 (agradez- co @ Dina Copelman esta cita); Mrs. Bartholomew, entrevista (igualmente agradezco a Anna Davin la transeripci6n), % Carta al director, SJG, 16 de noviembre de 1888. 424 ra corriendo y gritando, aterrado, “Jack el Destripador esta en la tienda”. Nifios y nifias de la burguesia identificaron al Destripador con los peligros de la calle, peligros que pare- cian entrar en la santidad del hogar, gracias a los gritos de los vendedores de periddicos que anunciaban las noticias del tiltimo horror de Whitechapel y al avido interés de don- cellas y nodrizas, que repartian ejemplares de los periddicos ilustrados del domingo en la mesa de las habitaciones infan- tiles. Los «miedos y fantasias» nocturnos sobre Jack el Des- tripador hacfan la perspectiva de «ir a la cama casi insopor- table», recordaba Compton Mackenzie: Whitechapel se convirtié en una palabra temida, y puedo recordar el horror de leer «Whitechapel» al final de la lista de tarifas en la parte posterior de un autobis. {Qué pasaria si el autobtis se negaba a parar en Kensing- ‘on High Street y seguia con sus pasajeros hasta White- chapel? ;Qué podia hacer ese Eminente Q. C. con su pe- luca... para salvar a todos los que estaban dentro del au- tobits de ser abiertos por el cuchillo de Jack el Destri- pactor?! Las reacciones de las mujeres ante los hechos que ro- dearon los crimenes del Destripador fueron tan variadas como las de los hombres, pero mucho més cargadas de sen- timientos de vulnerabilidad personal, Las mujeres de Whi- techapel estaban, al mismo tiempo, fascinadas y aterroriza- das por los asesinatos: como los hombres, hablaban de las liltimas ediciones de los periddicos baratos de la tarde; chis- morreaban sobre los detalles mas desagradables de los cri- menes; y se agolpaban en las exhibiciones de figuras de cera y los espectaculos baratos en los que se mostraban re- © Leonard Ellisden, «Starting from Victorian, # 229, Bumett Co- lieetion, Brunel University; Leonard Woolt, Sowing: An Autobiograph- ¥ ofthe Years 1880 10 1904, Nueva York, Harcourt Brace, 1960, pagi- nas 60-62; Sylvia Pankhuust, The Sufragette Movement... p3gi- nas 110, 111; Compton MacKenzie, My Life and Times: Octave One 1833-1891, Londres, Chatto and Windus, 1963, pags. 164, 165. 425 presentaciones de las victimas. Como hemos visto, muchas simpatizaron con estas iiltimas y acudieron en ayuda de las prostitutas, en una época de crisis. Segin la observacion de un clérigo de Spitalfields sobre la «coftadia de hermanas caidas»: «estas mujeres son muy buenas unas con otras. Las une un peligro comin y se ayudan todo lo que pueden Coma las mujeres se mantuvieron unidas y los encargados de las pansiones se mostraron «indulgentes» con las clientas habituales, el malestar entre las prostitutas durante el mes de octubre fue «no tan grande como se podia esperar», informd el Daily News" En general, las trabajadoras respetables ofrecieron e: sa resistencia colectiva a la intimidacién piblica por parte de los hombres, He encontrado la narracién de dos excep- ciones entre las cerilleras y las vendedoras del mercado, que formaban parte de una cultura !aboral femenina auténoma. En su propio terreno, las mujeres del mercado podian orga- nizarse en masa: por ejemplo, unas cuantas mujeres «que gritaban “Delantal de Cuero”» persiguieton a Henry Taylor cuando amenazé a Mary Ann Perry con adespedazarla> en el mercado de Clare; y otros incidentes similates ocurtieron en el mercado de Spitalfields, cerca de los crimenes del Destripador. Las vendedoras poseian un espiritu de cuerpo semejante al de las vivaces y luchadoras cerilleras, que aca- baban de vencer en una huelga de la fabrica de Bryant y May y que, segiin una carta andnima supuestamente proce- dente de Jack el Destripador, presumian abiertamente de que iban a capturarle'™. Las mujeres que podian permitirselo, se quedaban por la noche detris de puertas cerradas, pero las que se ganaban la vida en la calle por la noche —las prostitutas— no tenfan ese lujo. Algunas abandonaron Whitechapel, incluso toda la "©! Montagu Williams, Round London: Down East and Up West, Londres, Macmillan, 1982, pag. 12; PMG, 18 de octubre de 1888; DN, 4 de octubre de 1888. '@ DT, 4 de octubre, 10 de septiembre de 1888; RN, 9 de septiem- bre de 1888; Mepo. 3/142, 5 de octubre de 1888. 426 zona este, para siempre. Otras pidieron ser acogidas en las salas temporales del taller. Otras volvieron lentamente a las calles, al principio en grupos de dos o tres, después, en cocasiones, solas. Se armaron y, aunque «bromeaban» sobre Ia posibilidad de encontrarse con Jack —«soy la proxima para Jack», observé una mujer—, estaban claramente ate- rradas ante la perspectiva. Algunas fueron, incluso a sesio- nes de rezo para evitar quedarse solas en casa por la noche. «Por supuesto, estamos aprovechandonos del terror, expli- 6 una joven del Ejército de Salvacién™. Otra mujer que se aproveché del terror fue Henrietta Barnett, esposa de Samuel Barnett, de Toynbee Hall. Tras- tornada por oir hablar a las mujeres sobre los asesinatos, present una particién a la Reina y, con la ayuda de profeso- res de escuela (estatal) y trabajadores de la misién, obtu- vo 4,000 firmas de las «mujeres de Whitechapel». La peti- cién rogaba a la Reina que exigiera a «vuestros servidores en puestos de autoridad» el cierre de las pensiones en las que residian las victimas'. Las reformadoras morales como Barnett, si bien no estuvieron completamente ausen- tes de la movilizacién sobre el Destripador, ocuparon un lu- gar subordinado en ella; permanecieron dentro de los limi- tes fisicos de la esfera femenina y se propusieron mantener en ellos a las mujeres del barrio y Ilevarlas a sesiones de 1e20, lejos de las sucias discusiones sobre sexo y violencia y abandonando los espacios ptiblicos y el conocimiento s¢- xual a los hombres. Es dificil determinar hasta qué punto la peticién de Bar- nett represento verdaderamente la opinién de las mujeres de Whitechapel. Las esposas de los artesanos judios considera- ban que las mujeres de las pensiones eran «malvadas, pros- titutas, arpias y borrachas», pero seguian empleando a Cat- "© Dew, I Caught Crippen, pig. 95; «Ready for Whitechapel Fiend: Women Secretly Armed, Police Illustrated News, 22 de sep tiembre de 1888; 22 de septiembre de 1888; D7, 2 de octubre de 188; War Cry, 1 de diciembre de 1888. 108 ar Cry, | de diciembre de 1888; Bamett, Canon Barnett, pagi- na 306. ar herine Eddowes y otras como ella para que les hicieran la limpieza y la colada, encendieran sus fuegos durante el saib- bath y, a Veces, incluso cuidaran de sus hijos'*. Habia una tensa y frigil ecologia social entre los elementos respetables y no fespetables en Whitechapel, y cualquier intervencion externa podia perturbarla con facifidad. Los asesinatos pu- sieron en peligro la seguridad de las mujeres respetables; sin duda, dafiaron las relaciones de clase en el barrio e hi- cieron mas intensas las divisiones entre los sexos. Situaron a las mujeres respetables temporalmente bajo «arresto do- miciliatioy y las volvieron dependientes de la proteccion masculina, ‘No obstante, el folclore local puso a prueba los limites espaciales de los sexos erigidos por el peligro del Destripa- dor. Las historias familiares, transmitidas durante tres gene- raciones entre los residentes judios e irlandeses de la zona de Whitechapel, otorgaron a las mujeres de clase obrera un papel més activo en el caso del Destripador que las patrullas nocturnas. Dichas historias referfan como la «madre», obli- gada a salir a altas horas de una noche «invernal» a comprar medicinas para un nifio enfermo o visitar a un marido acha- coso en el Hospital de Londres, se habia visto abordada por un «desconocido» en la oscuridad. Después de interrogarla sobre el tipo de emergencia médica que la impulsaba a salir de casa (0 examinar Ia tarjeta de visitante para entrar en el hospital), el hombre misterioso se habia dado cuenta de que era «pobre» pero «honrada» y la habia dejado ir. A Ia mafia- na siguiente se encontré el cuerpo «mutilado» de una pros- tituta a doscientos metros de distancia’. «Mother Meets Jack the Ripper» [Mi madre se encontré con Jack el Destripador] muestra vivamente como organiza- ron las mujeres de la clase obrera su propia identidad en tor- Citado en White, Rothschild Buildings, pag. 125. 106 En entrevistas realizadas en el este de Londres durante julio de 1983, cuatro informadores, tres mujeres y un hombre, contaron esta his- toria como un relato familiar. Por lo que yo sé, este Telato no se ha in- corporado a la cultura impresa, 428 no a la figura de la prostituta, que servia de espectaculo cen- ‘ral en una serie de encuentros y fantasias urbanas, En pabli- co, una mujer pobre corria siempre el peligro de que la con- fundieran con una prostituta: tenia que demostrar constante- mente, et su forma de vestir, sus gestos y sus movimientos, que no era una «mala mujer. La mujer de clase obrera, dei mismo modo que las de clase media, establecia su respeta- bilidad a través de su forma de presentarse y su posicion como esposa y madre!” ‘Como esposa y madre, le protagonista femenina en el re- fato de la «Madre» asegura que es inmune al cuchillo del Destripador. Aunque la historia reivindica la virtud sobre el vicio en la mujer, también establece cierta identificacion con la dura vida de las mujeres caidas. A diferencia de los hom- bres y sus relatos urbanos de persecucién de Jack el Destripa- dor, la «Madre podia incluirse en el drama sélo encarnando a.una posible victima, con recursos suficientes como para sa- lir de una situaci6n dificil con su facilidad de palabral®’. La historia de «Madre» se basa ademas en imégenes periodisti- cas del Destripador como oscura representacién de una viril dad en conflicto: el «asesino de la medianoche» resulta un desconocido atractivo pero peligroso, un salvaje y sabio que posce conocimientos de medicina, capaz de interrogar a una mujer y discemnir su virtud, pero capaz de ejercer una violen- cia maniaca contra las mujeres de «mala vida». 17 Lynda Nead, Sfyths of Sexuality: Representations of Women in Victorian Britain, Oxford, Basil Blackwell, 1988, pags. 176-180; Ellen Ross, «Not the Sort that Would Sit on the Doorstep”: Respectability in Pre-World War I London Neighborhoods», International Labor and Working-Class History 27, primavera de 1985, 39-59. 8 En 1966, una mujer que, de joven, habia vivido en Jubilee Road «en el corazén de Ia zon aterrorizada por Jack el Destripador», recor- daba a su padre formando parte de pairullas noctumas para proteger a las mujeres, Ella misma estuvo a punto de encontrarse con el asesino una noche, cuando caminaba por Hanbury Street. Cuando, @ la mafiana siguiente, Se enteré de que una «viuda de cuarenta y dos aiios» (Annie Chapman) habia sido asesinada, «me aterro sacar la cabeza de casa du- rante dias». «R. J. Lees —the Jack the Ripper Casen, Society for Paychical Research Archives, Londres. 429 Las mujeres ajenas a Whitechapel también se interesa- ron profundamente por los asesinatos, La reina Victoria es- ccribid repetidamente al Ministerio del Interior y a Scotland Yard con sus teorias favoritas, y lleg6 a obligar a lord Salis- bury a que celebrara una reunidn de! gabinete en sabado para estudiar la posibilidad de una recompensa. Por todo Londres, las médiums intentaron ser detectives de sillon convocando a los espiritus de las mujeres asesinadas: en una sesidn privada celebrada en West Kilburn el 16 de octubre, cl espiritu de Annie Chapman indicé al grupo que buscara entre los «médicos militares», que «quieren nuestros cuer- pos por una razén conereta», «desean encontrar algo». Las espiritistas limitaron su labor detectivesca al circulo de las ‘séances, al contrario que el clarividente R. J. Lees, que ase- guré haber empleado sus poderes para petseguir al «médico Joco» hasta su mansion del West End"? ‘Al menos una mujer emulé las actividades de imitacion de los hombres y logré cierta notoriedad a partir del caso: en el Juzgado de primera instancia de Bradford, el 10 de octubre de 1888, una «joven respetable llamada Maria Co- roner, de veintiin afios, fue acusada de poseer ciertas cartas destinadas a romper Ia paz; estaban firmadas por “Jack el Destripador"». Como las madres de Whitechapel que se encontraban a Jack el Destripador en plena noche, una lec- tora creia que «las mujeres respetables como ella no tenfan nada que temer del asesino de Whitechapel», porque pensa- ‘ba que era cierto que él «respeta y protege a las mujeres res- petables». Esa era, por supuesto, la version adoptada por los funcionarios de policia, que se mostraron asombrados ante Jo que consideraron histeria femenina general sobre los cri- 1 Rumbelow, Complete Jack the Ripper, pag. 86; «The Whitecha- pel Murders», Medium and Daybreak, Londres, 2 de noviembre de 888. Sobre R. J. Lees, véase la reimpresion de wn articula en el Chica ‘g0 Sunday Times-Herald de 1895, en Jones, Ripper File, pag. 166; Nan- dor Fodor, Encyclopedia of Psychic Scienev, 1933; reimp., New Jersey, Citadel Press, 1974, pig. 193; «Rs Lees-the Ripper Case»; Harms, ack the Ripper, caps. 18, 19. 430 menes, dado que sélo se perpetraban contra prostitutas! Para muchas mujeres, éste era escaso consuelo. Aunque gran niimero de burguesas se mostraron decididas a resistir el panico y afirmar su derecho a atravesar lugares publicos, Ja vulnerabijidad femenina se extendié mucho mas alld de los limites de Whitechapel. Mary Hughes, una profesora de ensefianza secundaria que vivia en el West End en 1888, re- cordaba «qué aterrorizadas y desequilibradas estabamos to- das por los asesinatos, Parecian estar a la vuelta de la esqui- na, aunque todo ocurria en la zona Este y nosotras estaba- mos en el Oeste; aun asi, me daba miedo salir por la noche, incluso para echar una carta, En cuanto oscurecia empezi- bamos a oir, en nuestra tranquila y respetable Edith Road, los gritos de los vendedores de prensa, en tonos lo més alar- mantes posible: “;Otro asesinato horrible... Whitechapel! Detalles repugnantes... Asesinato!y'! {Qué ocurrid con la porcién politizada de las mujeres, las feministas? {Contraatacaron de alguna manera? Josephi- ne Butler y otras mostraron su preocupacién porque las pro- testas en torno a los asesinatos llevaran al cierre de los bur- deles y, por consiguiente, el abandono de més mujeres en la calle. Asi se alejaron de los defensores de la pureza, mas re- presivos, que mostraban completa indiferencia ante el desti- no de las victimas y los derechos de las prostitutas. Al final, sélo los libertarios estrictos, tanto hombres como mujeres, salieron en defensa de las prostitutas como seres humanos, con derechos y libertades personales. «Mientras los dere- chos personales de las pobres parias no se reconozean como algo tan digno de reconocimiento y defensa como, por #9 Citado en McConmick, Identity, pag. 81; citado en Rumbelow, Complete Jack the Ripper, pig. 101 TW Sobre las mujeres que se resistieron al terror, véase Margot As- quith, The Autobiography of Margot Asquith, ed, ¢ intro, de Mark Bon- ham Carter, Londres, Methuen, 1985, reimp. de la edicién de 1962, pags, 43, 44; Margaret Nevinson, Life’ Fitful Fever: A Volume of Me- ‘mories, Londres, A. and C. Black, 1926, pag. 106. Sobre los efectos det terror, véase M. V. Hughes, A London Girl of the 1880s, Londres, Ox- ford University Press, 1978, pag, 218 431 ejemplo, Jos de sus patronos, fa humanidad no [estara en] ruta hacia la extineién de ese maly, declaré el Personal Rights Journal | ‘Algunas propagandistas aprovecharon ta ocasién para airear ctiticas feministas contra la violencia masculina, a propésito del sadismo médico y las palizas a las esposas. Frances Power Cobbe entré con entusiasmo en la batalla; con la especulacién de que ef asesino era un «fisidlogo de- lirante de crueldad», y reclamé el empleo de mujeres detec tives, cuya sabiduria de madres» las guiaria hasta el crimi- nal, La tinica expresién de ira feminista contra la violencia masculina que recibié amplia cobertura de prensa fue la apa- recida en las paginas del diario liberal Daily News. Los ase- sinatos de Whitechapel no eran s6lo homicidios sino «femi- nicidios», declaré Florence Fenwick Miller, periodista londi- nense y «mujer propagandistay, en su carta al director. Tras examinar las columnas de sucesos, Ilegé a 1a conclusion de que los ataques contra prostitutas no eran diferentes de otros asaltos violentos de hombres contra mujeres. No se trataba de sucesos aislados, sino que formaban parte de una «cons- tante y ereciente serie de crueldades» perpetradas contra las mujeres y tratadas con indulgencia por fos jueces'" La carta de Miller provocé un pequeito frenesi de reac-~ ciones en apoyo de su postura y en exigencia de la emanci- pacién econdmica y politica de las mujeres. Kate Mitchell, médica y feminista, aplaudié la carta de Miller y ito el caso, anfes mencionado, de James Henderson, que qued6 en libertad con una multa de 40 chelines después de haber gol- peado gravemente a una prostituta. Mientras fas mujeres no estavieran piiblicamente emancipadas, afirmaba Mitchell, M2 Personal Rights Journal, noviembre de 1888, pigs. 69, 76, 84; Dawn, | de novienre de 1888; Senne, diciembre de 1888, pag. 143 1 Jan Lambertz, «Feminists and the Polities of Wife-Beating», en Harold L. Smith, British Feminism in the Twentieth Century, Amherst, University of Massachusetts Press, 1990, pigs. 25-46; Frances Power ‘Cobbe al direstor, The Times, 11 de octubre de 1888; DN, 2 de octubre de 1888. 432 seguirian siendo «cifras» en la tierra y estando sometidas a los malos tratos fisicos por parte de fos hombres. Las cartas establecieron una relacién importante entre la violencia pi blica y la violencia doméstica contra las mujeres, pero seria lun error exagerar su influencia politica, No fueron mas que intervenciones aisladas en un debate abrumadoramente do- minado por los hombres; otros diarios les restaron impor- tancia o las ignoraron, con lo que no lograron movilizar a las mujeres sobre estos problemas! El diario radical Star, cuyas paginas estaban abiertas a los socialistas, se mostré en desacuerdo con Miller. «En este asunto, lo importante es la cuestién de clase, y no ta cues- tion sexual » La oposicion que hacia el Star entre clase y sexo indicaba una tendencia entre los victorianos a concep. tualizar los problemas y las identidades sociales como dico- tomias radicales, y no como determinantes multiples y en- trecruzados, Al comentar los asesinatos de Whitechapel en sus propios periédicos, importantes socialistas como Wi- liam Mortis y H. M. Hyndman también se negaton a abor- dar la cuestion del antagonismo de sexos; mostraron la ten- dencia a ver la opresién sexual, exclusivamente, como re- sultado de las relaciones capitalistas de produccién. Pese a su desprecio por la prensa privada, Ja valoracién que hicie~ ron los sociatistas de las prostitutas asesinadas como «cria- turas» «asexuadas» y deshumanizadas que habian «violado su feminidad por el precio de una cama para una noche» fute increiblemente semejante a las de [os conservadores y mis6 ginos Morning Post y The Times, Para distinguirse de la prensa burguesa, los socialistas habrian tenido que superar su ambivalencia hacia las prostitutas y los pobres no respe- tables de Whitechapel, y habrian debido abordar el proble- ma de la dominacién masculina'! 1 DN, 4, 6,9, 11 de octubre de 188s. 1S Star, 4 de octubre de 1888. Sobre otras reacciones de radicales ¥¥ Socialistas, véase Justice, 6 de octubre de 1888 y 17 de noviembre de 1888: Star, 1 de octubre de 1888; Ben Tillet, citado en William I. Fish- man, East End Jewish Radicals, 1875-)9/4, Londres, Duckworth, 1975, pig. 236. 433 Los horrores de Whitechapel provocaron respuestas miltiples y contradictorias, que expresaban las importantes divisiones culturales y sociales en la sociedad victoriana Sin embargo, los punios de vista alternatives —de feminis- tas y libertarios, de los propios pobres de Whitechapel- quedaron subordinados, en tiltima instancia, al debate pre- dominante en los medios, configurado y articulado por las personas en posiciones de poder, es decir, los expertos pro- fesionales masculinos. En este discurso dominante, el deba- te de clase, especialmente sobre una clase peligrosa y dife- renciada de los ciudadanos respetables y el «pueblo» de Londres, era mas explicito ¢ inseguro que el de sexo, En parte, ello esté relacionado con el momento exacto de an- gustia de clase mientras Jack el Destripador recorria las ca~ Ties de Londres. Los sucesos de Whitechapel podian inchuir- se con facilidad en el tema del «Londres marginado». Re- forzaban los prejuicios existentes sobre la zona Este como ‘un extrafio territorio de salvajes, un abismo social, un infier- no. The Times podia retorcerse las manos ante la responsa- bilidad de «nuestra organizacién social» por haber engen- drado los crimenes, pero esa introspeccién momentinea quedé rapidamente domesticada y convertida en un ataque a los sintomas, y no a las causas, de la pobreza urbana" Durante todo e] «otofio del terror» hubo un tema que eclips6 a todas las demas propuestas para curar los males sociales de Whitechapel: ka necesidad de limpiar las barria- das y expulsar a la poblacién ilegal de las pensiones de la zona”, «Quienes conocemos Whitechapel sabemos que el impulso que produce el asesinato esti presente fuera, en 1N6 Peter Keating, «Fact and Fiction in the East End», en The Victo- rian City, ed. H. J. Byos y M. Wolff, 2 vols., Londres, Routledge and Kegan Paul, 1973, 1, 585-6083; Bailey, «Dangerous Classes in Late-Vie~ torian Englanb: titular de The Times, citado en «Murder as an Adver~ tisemenb», PMG, 19 de septiembre de 1888. 1” White, Rothschild Buildings, cap. 1. Véase, por ejemplo, The Times, 22 de septiembre; 2, 11, 18, 26, 29, 30 de octubre; 6, 16 de no- viembre de 1888, Véase la serie de cattas en el Daily Telegraph sobre cl «dranquilo 4 por 100», 21, 24, 26 de septiembre de 1888. 434 nuestras calles, todas las noches», declararon dos residentes de Toynbee Hall''’, «Las vidas desordenadas y depravadas de las mujeres», observé Canon Barnett, eran mas horri bles» que los asesinatos en si!!”. Los hombres como Barnett acabaron por controlar la opinién publica y la consolidaron en tomo a la idea de arrasar las pensiones del area de Flower and Dean Street. La mala fama de la calle empujé a los pro- pietarios respetables —la familia Henderson—a vender sus locales en cuanto vencieron los contratos de arrendamiento, Los edificios Rothschild (1892), para respetables artesanos judios y sus familias, ocuparon el solar de las pensiones donde habian vivido anteriormente Catherine Eddowes y Elizabeth Stride. Por consiguiente, las prostitutas y sus com: paiieros de alojamiento quedaron sin hogar y se vieron obli gados a emigrar a las pocas calles de mala nota que queda- ron en el barrio. Gracias a la vigilancia de los comités y a esta «renovaci6n urbana», Jos asesinatos contribuyeron a in- tensificar las actividades represivas que ya existian en la zona de Whitechapel’. . Estas reacciones de aire reformista coincidieron con un desvanecimiento generalizado de los miedos burgueses ante el «Londres marginado». La disciplinada y ordenada huelga de 1889 en los muelles convencié a muchos observadores respetables de que los pobres del East End eran rescatables porque podian organizarse en sindicatos. Mientras tanto, el masivo estudio de Charles Booth sobre el este de Londres, también publicado en 1889, demostré graficamente hasta qué punto la poblacién «criminal» de la colonia de Flower and Dean Street era en realidad muy pequeiia y poco repre- sentativa, Cuando, en julio de 1889, hubo otro asesinato como los del Destripador en Whitechapel, el tratamiento pe- riodistico fue mucho menos sensacionalista y despiadado. 118 ‘Thomas Hancock Nunn y Thomas Gardiner al director, The Ti- mes, 6 de octubre de 1888. Nun y Gardner eran miembros de la Aso- ciacin Nacional de Vigilancia, un grupo en defensa de la pureza social nes, 16 de noviembre de 1888. ihschild Buildings, cap. | 435 Desde el punto de vista de las clases, la crisis inmediata ha- bia pasado" El legado del Destripador Por otto lado, los miedos y hostilidades sexuales se disi- paron de forma menos satisfactoria. Tras la muerte de Mary Kelly, la policia, que se sentia completamente perdida, dej6 todo el problema en manos de! doctor Thomas Bond, espe- cialista en sifilis y experto en medicina forense, y le pidid gue les presentara un perfil psicolégico del asesino. En su respuesta a Scotland Yard, Bond declaré que la serie de ‘cinco asesinatos», empezando con el de Polly Nicholls y terminando con Mary Kelly, eran «obra de una sola mano». Bond descarté la posibilidad de que el culpable fuera un fa- natico religioso en busca de venganza o que las mutilacio- nes demostraran «conocimientos cientificos o anatémicos». El asesino, explicd, suftia «satiriasis» (es decir, era un ser hipersexuado y recurria a la violencia para satisfacer su ape- tito sexual desmesurado). En apariencia, podia muy bien ser un chombre tranquilo, inofensivo, probablemente de media- na edad, vestido de forma limpia y respetable». «... Seria de costumbres solitarias y excéntricas, ya que, con toda proba- bilidad, es un hombre sin trabajo regular, con algiin peque- fio ingreso o pension» 2 Jones, Outcast London, cap. 17; Keating, «Fact and Fiction», pigs, 505, 596; Siar, 20 de julio de 1889, Sin embargo, el East End con- ‘servo su reputacion como la «tierra del Destripador» durante décadas. Dicha reputacion permanece, como indica el reciente estreno de The ‘Krays, una pelicula en la que figuran los gemelos mafiosos de Bethnal Green como encamaciones contemporéneas de Jack el Destipador. 1 Dr, Thomas Bond, al comisario jefe de la policia metropolitana, 10 de noviembre de 1888, Mepo. 3/141. Véase la carta de Arthur Me Donald pidiendo los «informes médicos sobre los cuerpos de las viet ‘mas» para su publicacién en «American Blue Books» y en una publica ign Hancesa, 15 de octubre de 1892, H. O. 144/A49301/219, Véase tina solicitud semejante del doctor Gustave Ollive de Nantes, pidiendo tin ejemplar del informe del doctor Bond, 8 de noviembre de 1894, HO, 144/A49301/0:36. 436 Para elaborar este perfil, Bond recurrié a las teorias pe- riodisticas sobre un erotmaro que vivia como «Jekyll y Hyde» y a las nuevas tipologias de crimen sexual formuli- das por sexdlogos como KraftEbing en el Continente. La informaciones periodisticas sobre los crimenes del Destri- pador no sélo ayudaron a divulgar las opiniones de los e: pertos médicos en relacidn con la patologia sexual; también proporcionaron materiales narrativos que los sexdlogos convertirian en el més famosc caso de crimen sexual hasta Ia fecha. Coincidiendo con el informe de Bond, hubo una recuperacién publica de Jack el Destripador como ejemplar médico. En noviembre y diciembre de 1888 aparecieron dos articulos en publicaciones médicas norteamericanas, «Se- xual Perversion and the Whitechapel Murders» [Perversion sexual y los asesinatos de Whitechapel], del doctor James Kiernan, y «The Whitechapel Murders: Their Medico-Le- gal and Historical Aspects» [Los asesinatos de Whitecha- pel: aspectos médico-legales e histéricos], del doctor E. C. Spitzka, Ambos articulos enumeraban casos anterio- res de «asesinatos libidinosos» para contrarrestar la impre- sidn de que los actuales no tenian precedente en los anales del crimen; y ambos situaban al Destripador en una linea de pervertidos contempordneos, desde masturbadores y homo- sexsuales de ambos sexos hasta los culpables, exclusiva- mente masculinos, de «asesinatos libidinosos» y sadismo sexual (incluyendo una referencia al «Minotauro» del «Tri- buto de las doncellas»). Ambos articulos se basaron, para su diagnéstico del criminal, en les noticias periodisticas sobre los informes post mortem de las mutilaciones y los asesina- tos; ninguno de los dos tomaba una decisin sobre la res- ponsabilidad legal de «él», si sus acciones eran resultado de- una enfermedad congénita o de un vicio adquirido. En las. cartas publicadas de Jack el Destripador, que anunciaban, nuevos asesinatos, Spitzka hallé que la «genuina expresion de intencidm» no se ajustaba a ningun diagnéstico de «locu- ray cimpulsivan, «periédicar: 0 «epilépticay. Spitzka se quedé impresionado por las tendencias discursivas del ase- sino, un «pervertido hablado>» que comunicaba su «ver- 437 dad» al piiblico lector: «No seria Ja primera vez que alguien que padece una perversidn sexual se incorpora a las listas de escritotes —insistié—, sin artificios... seria demasiado as- tuto para alguien de su clase.» Apoyandose en los ensayos de Spitzka y Kiernan, Kratft-Ebing incluy6 al Destripador en su siguiente edicién de Psychopathia Sexualis, como un ejemplar clinico —el ejemplar clinico mas famoso— de asesinato libidinoso. De los relatos de prensa que relaciona- ban un crimen y un individuo monstruosos con un entorno social también monstruoso, la historia del Destripador que- dé reducida al célebre caso de un erot6mano particular cu- yas actividades no guardaban conexién aparente con las re- laciones normales entre hombres y mujeres! Sin embargo, el contexto social de las hazafias del Des- tripador no ha desaparecido de las representaciones del si- glo xx, aunque si ha sufrido uria revision mistica. Los asesi- natos de Whitechapel han seguido ofreciendo un vocabula- rio comin de violencia masculina contra las mujeres, un vocabulario que ya tiene mas de cien afios de edad, Su per- sistencia se debe, en gran parte, a la explotacién de la icono- grafia del Destripador en los medios de comunicacién. Las imagenes de mutilacién femenina en el cine popular, las ce- lebraciones del Destripador como «héroe» del crimen, in- tensifican los temores a la violencia masculina y convencen a las mujeres de que son victimas indefensas. Pero las © James G. Kiernan, «Sexual Perversion and the Whitechapel Murders», Medical Standard 4, mim. 5, noviembre de 1888, 129-130; iim, 6, diciembre de 1888, 170-171; E. C. Spitzka, «The Whitechapel ‘Murders: Their Medico-Legal aad Historical Aspects», The Journal of Nervous and Mental Diseases, 13, mim. 12, diciembre de 1888, 765- 778, Sobre Jaci el Destripador como caso médico, véase también «The Whitechapel Murders», que aparecié al mismo tiempo en el British Me- dical Journal, 8 de diciembre de 1888, 1302, ast como una carta al di- rector de «an hombre de la medicina», «A Theory of the Whitechapel Murders», en el Evening News, 15 de octubre de 1888. La «aera exis- tencia de la antropofagia, la necrofilia 0 la perversion sexual, sin otras rmuestras de enfermedad nerviosa 0 mental, no es prueba suficiente de locura», declaré Spitzka («The Whitechapel Murders», pag. 775). 438 cunstancias historicas cambiantes pueden provocar y permi- tir una reaccién diferente ante esas elaboraciones de los me- dios. El caso de! Destripador de Yorkshire, que veremos en el epilogo, constituye una «reproduccidm del episodio del Destripador a finales del siglo xx y produjo una reaccion politica distinta por parte de las feministas britanicas con- temporaneas, que salieron a las calles a protestar por los cri menes y la amplificacién del terror por parte de los medios. 439

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