SLAVOJ ZIZEK
5 Maximilien Robespierre, Virtue and Terror, Londres, Verso, 2007, pág. 129.
crimen". Aquí no está de más recordar las sublimes palabras de Hegel
sobre la Revolución Francesa expresadas en sus Conferencias sobre la
filosofía de la historia mundial, palabras que, por supuesto, no le impidieron
analizar fríamente la necesidad interna de esta explosión de libertad
abstracta de transformarse en su opuesto, el terror revolucionario
autodestructivo; con todo, nunca deberíamos olvidar que, al aceptar el
principio básico de la Revolución Francesa (y de su complemento clave, la
Revolución de Haití), la crítica de Hegel es inmanente y es exactamente lo
que deberíamos hacer en relación con la Revolución de Octubre (y, luego,
la Revolución china) que fue el primer caso en toda la historia de la
humanidad en el que tuvo éxito una rebelión de los pobres explotados;
estos fueron los miembros nivel cero de la nueva sociedad, quienes fijaron
la regla. La revolución se estabilizó constituyendo un nuevo orden social.
Se creó un nuevo mundo que, milagrosamente, sobrevivió durante
décadas, en medio de presiones económicas y militares y un aislamiento
inimaginables. Este fue efectivamente "un glorioso amanecer mental. Todo
pensamiento tomaba parte del júbilo de la época". Contra todos los
órdenes jerárquicos, la universalidad igualitaria llegaba directamente al
poder. Y esto es lo que ve claramente el enfoque hegeliano: lejos de
reducir la explosión revolucionaria a su resultado final, reconoce
plenamente su momento universal "eterno".
La Idea comunista, por ende, subsiste: sobrevive a los fracasos de su
realización como un espectro que regresa una y otra vez, en una incesante
persistencia que Beckett recapitula del modo más efectivo en su ya citada
obra Rumbo a peor: "Inténtalo de nuevo. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor".
Lo cual nos lleva al meollo del asunto. Uno de los mantras de la izquierda
posmoderna es que ya deberíamos echar al olvido el paradigma "jacobino
leninista" del poder dictatorial centralizado. Pero quizás ya sea el momento
de invertir ese mantra y admitir que lo que necesita hoy la izquierda es
precisamente una dosis de ese paradigma: hoy más que nunca deberíamos
insistir en lo que Badiou llama la Idea "eterna" del comunismo o las
"invariantes" comunistas, los cuatro conceptos fundamentales presentes
desde Platón y las rebeliones milenaristas medievales hasta el jacobinismo,
el leninismo y el maoísmo: estricta justicia igualitaria, terror disciplinario,
voluntarismo político y confianza en el pueblo. Esta matriz no ha sido
"superada" por ninguna nueva dinámica posmoderna ni postindustrial ni
post lo que fuera. No obstante, hasta el momento histórico presente, esta
Idea eterna funcionó, precisamente, como una Idea platónica que
perseveraba, retornando una y otra vez después de cada derrota. Lo que
aquí se pierde es -para ponerlo en términos filosófico teológicos- el vínculo
privilegiado de la Idea con un momento histórico singular (de la misma
manera en que, en el cristianismo, todo el edificio divino eterno se eleva y
cae con el acontecimiento contingente del nacimiento y la muerte de
Cristo). La constelación actual tiene algo único: muchos analistas
perspicaces han observado que el capitalismo contemporáneo plantea un
problema a esta lógica de la resistencia que persiste. Y citaré a Brian
Massumi, quien ha formulado claramente cómo el capitalismo de hoy ya
superó la lógica de la normalidad totalizadora y adoptó la lógica del exceso
errático:
Cuanto más variado y hasta errático, tanto mejor. La normalidad ha comenzado a perder
su autoridad. Las regularidades comienzan a hacerse menos rigurosas. Este aflojamiento
de la normalidad es parte de la dinámica capitalista. No se trata de una simple
liberación. Es la forma propia de poder del capitalismo. Ya no es el poder institucional
disciplinario lo que define todo, sino que es el poder del capitalismo para producir
variedad porque los mercados se han saturado. Quien produce variedad produce un
nuevo nicho para el mercado. Sean bienvenidas las tendencias afectivas más
extravagantes, siempre que paguen. El capitalismo comienza a intensificar o a
diversificar el afecto, pero solo con el propósito de extraer mayor superávit. Se apropia
del afecto para intensificar el potencial de ganancias. Literalmente, valoriza el afecto. La
lógica capitalista de producción de valor excedente comienza a conquistar el campo de
las relaciones que también es la esfera de la ecología política, el campo ético de la
resistencia a la identidad y las trayectorias predecibles. Todo esto es muy perturbador y
confuso porque me parece que ha habido cierto tipo de convergencia entre la dinámica
del poder capitalista y la dinámica de la resistencia. 6
6 Brian Massumi, "Navigating Movements", en Mary Zournazi (comp.), Hope, Nueva York, Routledge,
2002, pág. 224.
tiene una idea de con qué reemplazar el Estado, no tiene derecho a
sustraerse/apartarse del Estado. En lugar de retroceder a cierta distancia
del Estado, la verdadera tarea debería consistir en hacer que el Estado
mismo funcionara de un modo no estatal. La alternativa "luchar por el
poder del Estado (lo cual nos convierte en lo mismo que el enemigo que
estamos combatiendo) o retroceder a una resistencia que se mantenga a
distancia del Estado" es falsa, pues sus dos términos comparten la misma
premisa: que la forma Estado, de la manera en que la conocemos, está aquí
para quedarse y que, por lo tanto, lo único que podemos hacer es tomar el
poder del Estado o mantenernos a distancia de él. Aquí uno podría repetir
sin vergüenza la lección de Estado y revolución de Lenin: el objetivo de la
violencia revolucionaria no es tomar el poder del Estado, sino
transformarlo, cambiar radicalmente su funcionamiento, la relación que
mantiene con su base, etcétera. Y allí está el componente clave de la
"dictadura del proletariado". Bulent Somay señalaba con acierto que lo que
le da al proletariado su condición de tal es, en última instancia, un rasgo
negativo: todas las demás clases son (potencialmente) capaces de alcanzar
el estatus de "clase dirigente", vale decir, de establecerse como la clase
que controla el aparato estatal:
Lo que hace de la clase obrera un organismo activo y le da una misión no es su pobreza
ni su organización militante y seudomilitar, ni su proximidad con los medios de
producción (principalmente industriales). Solo es su incapacidad estructural de
organizarse en otra nueva clase dirigente que le dé a su vez a la clase obrera esa misión.
El proletariado es la única clase (revolucionaria) de la historia que se neutraliza en el
acto de neutralizar a su opuesto.7