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Universidad del Rosario

Escuela de Ciencias Humanas

Estructuras Sociales

Profesor: Leandro Peñaranda

Ramiro E. Borja M.

Reseña Reconstructiva de El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir2

Se examina la introducción y conclusiones del libro referido. El propósito es


delinear objetivo, tesis y argumentos de la autora. Posteriormente se comenta la obra.

1.

Respecto a lo primero3, la autora estudia la naturaleza, representaciones, historia y


actualidad de la mujer; para describir ‘la mujer’ tal como se ha construido socialmente por
la opresión masculina. Se propone separar las representaciones masculinas de la mujer, del
potencial femenino; delineando el horizonte para la invención femenina de la mujer y por
esa vía su condición plena de sujeto, su trascendencia y4 su libertad.

Como tesis5 Beauvoir sostiene que la mujer ha sido constituida en el Otro por el
hombre. En la medida en que la mujer es otro para sí, más que nacer en ‘lo femenino’, lo
adquiere y por lo mismo puede modificarlo. El camino para alcanzar la liberación es
ignorar la comodidad que ofrece la inmanencia y asumirse como sujetos trascendentes a
través de la lucha por la igualdad económica y social. Un intento de aproximarse al
planteamiento desde la moral existencialista (que la autora secunda) puede ser el siguiente:
El ser tiene el imperativo constante de justificar su existencia y la única forma de hacerlo es
creándose permanentemente libertades a través de la libertad primaria que le otorga su
condición de sujeto. La mujer ha de ganarse primero la condición de sujeto para participar
en la lucha que justifica su existencia.
1
De la manera más cordial y respetuosa, lo invito a proteger la naturaleza ahorrando
papel; la sustitución de la página de presentación por un encabezado es una buena
forma de hacerlo.
2
De BEAUVOIR, Simone; El Segundo Sexo; Editorial Sudamericana; Buenos Aires, 1999.
3
Ibíd.; p. 11 y 12.
4
La autora defiende la moral existencialista; en su orientación la libertad, la
trascendencia y la subjetivación se suponen recíprocamente.
5
Ibíd.; p. 416 y anteriores.
Hay discusiones que niegan la existencia de ‘la mujer’. También, las hay que niegan
la existencia de algo como ‘lo eterno femenino’. Hay inclusive exhortaciones hacia la
conservación o el rescate de la feminidad. De todas formas, la humanidad usualmente se
divide en dos categorías en función de determinadas diferencias biológicas; hay mujeres
concretas y hay algunas que se consideran más femeninas que otras. Todo esto denota que
no hay una relación necesaria entre el sexo biológico (la hembra homo sapiens) y su
representación cultural (la mujer).

Toda comunidad humana se define en relación con un Otro, sin embargo al percibir
que la relación se da en ambos sentidos, se relativiza la noción de Otro. Pero el hombre se
entiende a sí mismo como sujeto universal absoluto, del cual la mujer es una diferencia o
una particularidad; la mujer se define en relación con el hombre. Con todo, la mujer no se
concibe a sí misma como Sujeto ni al hombre como Otro, a pesar de que en principio es
equivalente; ello denota desigualdad y sumisión. La mujer no tiene una identidad propia
sino que se lee a sí misma desde las representaciones masculinas; y así se somete al hombre
(puesto que él si construye sus propias representaciones) y se convierte en su objeto.

Hay otros grupos en situación similar, como las minorías raciales o las clases
trabajadoras. La mujer y los trabajadores se diferencian de las minorías raciales en que
siempre han existido como oprimidos sin ser minoría numérica. Las minorías raciales
proceden de comunidades en las que fueron mayoría, siendo así tienen una cultura y
representaciones autóctonas de sí mismos. Con todo, los trabajadores han cobrado
consciencia de sí y han conquistado el poder en Rusia.

Tanto el proletariado como las minorías raciales han convertido a su opresor en


Otro, pero las mujeres se han resignado a serlo pues perciben la necesidad de su relación
con el hombre, se refieren a sí mismas como a ‘mujeres’, no a ‘nosotras’. Es por ello que se
identifican primero con parte de una minoría racial, o de una clase económica oprimida,
que como mujeres; esto les impide tomar conciencia de su situación y liberarse.

Su liberación no supone la destrucción del hombre, pues se necesitan mutuamente.


Sin embargo, el necesitarse mutuamente no implica relaciones equilibradas; en la práctica,
el hombre es quien se beneficia con la relación. Ello en forma de mayor reconocimiento
social, mejores condiciones económicas; y cierta posesión sobre la mujer, su cuerpo, su
sexo, su trabajo y su representación de sí misma. Además, el hombre que detenta el poder
en la sociedad, privilegia socialmente a la mujer que acepta la sumisión –sin llegar a
situarla en un plano de igualdad- y genera las condiciones para que la relación se
reproduzca y aparezca como natural. Entonces, se les impone opresivamente una
inferioridad y luego se señala la inferioridad para legitimar la opresión; esperar menos de
las mujeres no es liberarlas del deber, sino encerrarlas en la inferioridad. Inclusive, se
reivindica una ‘igualdad en la diferencia` que pretende entender la ‘inferioridad creada’
como mera diferencia natural y así mantener la desigualdad. En otras palabras, se supone
que la mujer es menos y al pretender asumirla como igual, se espera menos de ella y se
exige menos. Tal situación se ha dado desde la Antigüedad.

Sin embargo, para las mujeres ha resultado más cómodo limitarse a señalar al
hombre como opresor y resignarse a una condición de objeto que no puede ser responsable
de sí mismo, para no emprender una lucha que tiene obstáculos creados por el mismo
hombre. Pero no hay razón para pensar que el hombre renuncie voluntariamente a su
dominación y que la mujer no tenga condiciones para ser un sujeto pleno. Sería un
imperativo moral luchar por la libertad primaria que acompaña la condición de sujeto y así
alcanzar la trascendencia en el aprovechamiento de esa libertad para conquistar libertades
ulteriores.

Esto es un momento transitorio, pues no hay diferencia biológica alguna que


justifique ni la sumisión, ni la lucha incesante. Si hay lucha, no es por una ‘envidia del falo’
inherente, tal como la define Freud6; es mas bien por los privilegios que la ‘posesión del
falo’ entraña, pues así ha sido socialmente dispuesto. La liberación entonces es posible en
tanto se ataquen los ‘privilegios del falo’ y no al falo propiamente, lo contrario sería
reconocer su prelación y envidiarla en los mismos términos.

El camino no debe ser que la mujer, permaneciendo en la inmanencia7, lleve al


hombre a ésta (convirtiéndose en objeto de deseo masculino tal como él la concibe, lo
domina y lo vuelve sujeto); esto no destruye la relación sino que la naturaliza. Además,
sigue situando al hombre en el papel de proveedor de los privilegios y así perpetúa la
6
TYSON, Lois; Critical Theory Today; Routledge, 2nda Ed.; Nueva York, 2006.
7
Recuérdese que el ser Otro, la inmanencia y la condición de objeto describen
aproximadamente la misma realidad. Asimismo, la condición de Sujeto, la libertad y la
trascendencia identifican la contrapartida.
dependencia de la mujer, aparte de que nunca logra llevar al hombre a la total inmanencia.
La independencia a la hora de satisfacer las propias necesidades sería un mejor camino
hacia la subjetivación liberadora.

La liberación tampoco consiste simplemente en negar los valores masculinos, pues


eso sería continuar definiéndose en relación con estos. Consiste menos en intentar subvertir
la relación y constituir al hombre en Otro en los mismos términos; y más en abrir las
posibilidades para un reconocimiento mutuo, el reconocimiento de diferentes órdenes y
criterios que convivan. El defecto de éstas sería que se parte de reconocer una superioridad
masculina previa con la que hay que competir y superar; así, sutilmente se afirma la
inferioridad femenina y en general la construcción machista de la mujer. Por esto, no puede
decirse que la mujer alcance la subjetivación a través de tales caminos. No se trata de
eliminar la diferencia o de subvertir sus consecuencias, se trata de que la diferencia sea
autónoma y libre para que produzca consecuencias equitativas. No se trata de ‘igualdad en
la diferencia’ sino de ‘diferencia en la igualdad’. La mujer debe, por tanto, aprovechar la
libertad reducida que empieza a reconocérsele para construirse a sí misma sin negar al
hombre como sujeto.

El éxito de la mujer plantearía también una liberación del hombre y de su necesidad


de afirmarse como sujeto absoluto, pues él mismo ha normatizado su rol en detrimento de
los hombres (y seres humanos en general) concretos explotados. En el Otro, que él mismo
ha creado, no puede encontrar reconocimiento Dentro de esta lógica, el hombre (explotado)
sería explotador de la mujer, para olvidar su condición de explotado en la fábrica y evitarse
la responsabilidad de perseguir su realización como ser humano concreto. La liberación
femenina abriría las puertas para la verdadera trascendencia de los seres humanos.
8
“En esos combates en los cuales creen enfrentarse el uno contra el otro, cada cual
lucha contra sí mismo, proyectando en su compañero esa parte de sí mismo que cada cual
repudia; en lugar de vivir la ambigüedad de su condición, cada uno de ellos se esfuerza por
hacer soportar al otro su abyección, reservándose para sí el honor. Si, no obstante, ambos la
asumiesen con lúcida modestia, correlativa de un auténtico orgullo, se reconocerían como
semejantes y vivirían amistosamente el drama erótico”.

8
De BEAUVOIR, Simone; El Segundo Sexo; Editorial Sudamericana; Buenos Aires, 1999.
2.

Paso ahora a comentar9 el texto reseñado. Primero presentaré una interpretación de


Beauvoir, a través de Butler10 que facilita relacionarla con los modelos de otros autores
consultados. Después, intentaré mostrar como Giddens11 propone un marco para la
democratización de las relaciones personales que sirve para desarrollar el proyecto de
Beauvoir. Luego, intentaré mostrar como las posiciones de Giddens y Beauvoir
(especialmente en cuanto a su meta) pueden relacionarse con la concepción de Foucault 12, y
como éste último permite dimensionar el poderoso alcance de lo propuesto por los dos
autores precitados.

Beauvoir hace una distinción entre el sexo y el género. El primero sería una realidad
biológica fija (aunque temas como el hermafroditismo y las posibles variaciones
cromosómicas implican una realidad mucho más heterogénea que la simple partición
mujer/hombre). El género, en cambio, sería la propia interpretación continua, dada en
términos culturales, del sexo. En ese sentido, se nace con un sexo, pero se está en un
'volverse continuo' en un género.

Butler abre su reflexión señalando que la posibilidad de la escogencia no parece tan


clara si se parte de un sexo fijo. Habría que postular una conciencia presocial, supracorporal
y prelingüistica que permita desmarcarse del sexo recibido. Por otro lado, no sería muy
claro si el género es un objeto cultural ya definido que se escoge arbitrariamente, o una
construcción personal y continua. La primera alternativa sería la que mejor combina con

9
Las limitaciones de espacio me obligan a descartar la referencia a otros autores,
pues aunque podría enriquecerse la bibliografía, se perdería en profundidad, bastante
limitada ya por la misma razón.
10
BUTLER, Judith; Sex and Gender in Simone de Beauvoir’s Second Sex; En Yale
French Studies, no. 72, p. 35-49; Yale University Press; Tomado de
http://dztsg2.net/doc/Feminism/Butler,%20Judith%20-%20Sex%20and%20Gender
%20in%20Simone%20de%20Beauvoir's%20Second%20Sex,%20Yale%20French
%20Studies,%2072.pdf, visto el 25 de Mayo de 2007.
11
GIDDENS, Anthony; La transformación de la intimidad; Ediciones Cátedra, 2nda Ed;
Madrid, 1998.
12
PELAYO, Ángel y MORO, Oscar; Michel Foucault y el problema del género;
Universidad de Cantabria; Tomado de
http://descargas.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/doxa/5790506365636716475
4491/015806.pdf?incr=1, visto el 25 de Mayo de 2007.
una concepción semejante de la conciencia, concepción que en todo caso
contemporáneamente se rechaza.

La interpretación que Butler hace de Beauvoir (desde un marco existencialista,


permaneciendo fiel a la autora) es que el género es una construcción continua y personal,
que se recibe pero puede transformarse. De abandonarse la noción de la conciencia
‘cartesiana’ (así denomino a lo descrito en el párrafo anterior), la posibilidad de la
transformación estaría sustentada en concebir al cuerpo como en un estado permanente de
deseo (referente a cosas reales, corporales) y por tanto a un estado permanente de
incompletitud. Dado ese supuesto, el género sería algo que en cierto sentido se 'recibe'
incompleto y por lo tanto no sólo es susceptible de cambios, sino que la mera existencia
ejerce una reinterpretación constante (consciente o no) del género ‘recibido’. El sexo sería
principalmente una herramienta conceptual para señalar que el género no es 'natural' y
necesario, sino 'cultural' y contingente. Se infiere que la posibilidad de elección y cambio se
encontraría en la reorientación del deseo.

Con todo, asumo evidente la existencia de roles de género sociales que (al menos en
la experiencia cotidiana), en principio, se imponen sobre la interpretación personal. El
género personal se construiría no sólo a partir de la reinterpretación constante del mismo,
sino también a partir de la interpretación de los paradigmas sociales en torno al género. Por
supuesto, habría determinados incentivos sociales a quién acepte sin ambigüedades los
roles institucionalizados; al tiempo que la situación contraria se vería como reprobable.
Aunque Butler continúa con el camino de sus reflexiones, la abandono allí para introducir
la pregunta que le haremos a Giddens, ¿Cómo resistir la presión social ‘de género’ y
maximizar la escogencia –y así la libertad- personal?

En pocas palabras, Giddens se propone llevar la democracia a la esfera de las


relaciones personales. La democracia –diría Giddens- comprende al menos cuatro
elementos: a) la maximización de la autonomía (como eje central); b) la limitación
constitucional del poder; c) un foro abierto de discusión y d) la demanda de responsabilidad
pública. El autor extrapola esos cuatro elementos de la democracia pública a la democracia
privada así: a) igualmente la maximización de la autonomía; b) la prohibición de violencia;
c) la igualdad a la hora de establecer el marco para la relación y d) la confianza recíproca.
Hasta allí, es evidente que Beauvoir y Giddens comparten, al menos parcialmente, un
proyecto libertario; falta ver si su método es compatible.

Volviendo por un momento a Beauvoir, si el deseo en cierto sentido constituye el


‘campo’ del género, y en este campo compiten la determinación social y la determinación
personal; es en la maximización del control personal sobre el deseo en lo que podría
llegarse a un acuerdo con Giddens.

Al revisar su posición, se encuentra que la relación íntima estaría basada en la


‘sexualidad plástica’. Vale recordar que la ‘intimidad’ de la relación reside en que sea
desde el marco de la relación misma que se configuren sus términos, en que la relación sea
‘pura’ al ser constituida autónomamente. La ‘sexualidad plástica’ sustituiría a la sexualidad
reproductiva y en cambio se propondría como una vía de realización del individuo y su
proyecto personal. Para Giddens, no hay límites a la actividad sexual más que los que se
acuerden en el marco de la relación, a excepción de la compulsividad13.

Puede decirse que desplaza la regulación social del género, a cierta regulación
personal-contractual del género. Esta regulación ‘contractual’ del género sólo sería
verdaderamente interna a la relación (realmente producto de la ‘relación pura’ que Giddens
busca) si previamente ha habido un proceso de ‘purga’ de la necesidad socialmente
instituida y posteriormente, ya en condiciones de libertad, se ha renegociado el marco de la
relación. En este sentido, en primera instancia, la relación más que un instrumento de
regulación autónoma, sería ante todo un instrumento de liberación del deseo de sus objetos
socialmente determinados.

Para Giddens, el resultado de la empresa es la liberación del deseo de un marco


exclusivamente sexual (que considero yo es el verdadero significado de la expresión
‘sexualidad plástica’) para la posible penetración en todo tipo de relaciones sociales.
Posteriormente, sería verdaderamente realizable la autonomía personal y por lo mismo la
elección (o el rechazo completo) de un rol de género establecido autónomamente.

Podría contra argumentarse que de todas maneras el establecimiento del género, así
sea desde una relación personal, seguiría siendo heterónomo. Pienso que semejante
13
Y el motivo del rechazo, creo yo, es que la compulsividad finalmente es socialmente
determinada, de hecho puede concebirse como el triunfo completo de la determinación
social sobre la voluntad del individuo.
argumento estaría dando por sentada una forma individualista de subjetivación que, desde
Foucault, se muestra más bien contingente y además indefectiblemente enlazada con la
dominación de género. Si la exposición foucaultiana resulta afortunada, no podrá alegarse
que en las condiciones mencionadas el género sea heterónomo, pues lo que ocurriría sería
que el género se establecería autónomamente, pero desde una posición no individualista.

¿Por qué, si el sujeto individual es natural, se ha desarrollado14 toda una gama de


técnicas de poder celulares e individualizantes? Además ¿Porqué dichas técnicas involucran
el control milimétrico del deseo, mediante el agotamiento y la disciplina naturalizada? La
concomitancia entre individualización y regulación del deseo no parece ser del todo casual.
Foucault considera que la sexualidad es el punto de enlace entre el poder y el sujeto; define
para éste último un régimen de saber-poder-deseo que gira en torno a la sexualidad. En
efecto, p. ej. los roles tradicionales de género reproducen todo un sistema patriarcal que
concentra y verticaliza el saber-poder (haciendo posibles los mecanismos disciplinarios y el
panóptico que atraviesa a toda la sociedad) y canaliza el deseo únicamente hacia la
reproducción del mismo esquema (en la institución de la familia tradicional, que
plausiblemente puede concebirse como la primera institución disciplinaria y el vínculo –
comienzo del camino- que lleva a todas las demás).

Resumiendo, la sociedad direcciona el deseo hacia prácticas fijas, creadas por una
forma de conocimiento y juzgadas por una forma de poder relacionadas; la multiplicación
(de los objetos) del placer libera, potencialmente15 imprimiendo Eros a toda relación social
y abriendo paso a nuevas formas de conocimiento y de poder. Esto se hace posible, en
primera medida, a partir de un cambio de heteronomía a autonomía, en un marco de
relaciones íntimas igualitarias. El sujeto y su deseo son intervenidos y administrados por el
poder (través de instituciones disciplinarias) que luego se vale de ellos para presentarse
como natural. El mismo mecanismo que asegura los roles de género, asegura la
individualización de los sujetos; no es posible liberarse de lo uno sin liberarse de lo otro. El
marco de Giddens sería positivo pues, aunque directamente no ataque el individualismo,

14
FOUCAULT, Michel; Vigilar y Castigar; Siglo XXI; Buenos Aires, 2003.
15
No quiero decir que de hecho erotize toda relación social, sino que posibilita la
erotización de toda relación social; la elección específica estaría en manos del sujeto.
establece un marco personalmente definido de fundamentación ética no individualista con
potencial transformador, ergo subversivo.

Bibliografía

1. De BEAUVOIR, Simone; El Segundo Sexo; Editorial Sudamericana; Buenos


Aires, 1999.

2. BUTLER, Judith; Sex and Gender in Simone de Beauvoir’s Second Sex; En


Yale French Studies, no. 72, p. 35-49; Yale University Press; Tomado de
http://dztsg2.net/doc/Feminism/Butler,%20Judith%20-%20Sex%20and%20Gender
%20in%20Simone%20de%20Beauvoir's%20Second%20Sex,%20Yale%20French
%20Studies,%2072.pdf, visto el 25 de Mayo de 2007.

3. FOUCAULT, Michel; Vigilar y Castigar; Siglo XXI; Buenos Aires, 2003.

4. GIDDENS, Anthony; La transformación de la intimidad; Ediciones Cátedra,


2nda Ed.; Madrid, 1998.

5. PELAYO, Ángel y MORO, Oscar; Michel Foucault y el problema del género;


Universidad de Cantabria; Tomado de
http://descargas.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/doxa/579050636563671647
54491/015806.pdf?incr=1, visto el 25 de Mayo de 2007.

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