Una serie de descubrimientos que tuvieron lugar en el último tercio del siglo XIX y
primer tercio del XX obligaron a revisar esta teoría atómica: la Ley periódica de
Mendeleiev, las teorías sobre la ionización y la radiactividad dieron lugar a que,
primero, Rutherford y, luego, Bohr y Heisenberg, establecieran el modelo atómico
hoy vigente. Según este modelo el átomo no es indivisible sino que está formado
por entidades más pequeñas, llamadas partículas elementales. En el átomo se
pueden considerar dos partes: una central o núcleo atómico formado por protones
(con carga eléctrica positiva) y neutrones, y una parte externa o corteza, formada
por electrones, con carga eléctrica negativa (hay tantos electrones en la corteza
como protones en el núcleo, por lo cual el átomo es eléctricamente neutro), los
cuales giran alrededor del núcleo a semejanza de los planetas que giran alrededor
del Sol. El radio del átomo es de unos 10-8 cm, y el del núcleo es de 10-13 cm, lo
que indica que la materia está casi totalmente vacía.
Hoy sabemos que los átomos no son indivisibles sino que están formados por
unas partículas subatómicas, llamadas partículas elementales. Estas se pueden
definir como entes físicos más simples que el núcleo atómico, y se considera que
son el último constituyente de la materia.
Las tres partículas elementales que forman parte del átomo son: el electrón, el
protón y el neutrón. El electrón posee una masa de 9,11 x 10-31 kg
(aproximadamente 1/1800 de la masa del átomo de hidrógeno) y una carga
negativa de 1,602 x 10-19 C (este valor se toma como unidad en física nuclear); el
protón tiene una masa de 1,673 x 10-27 kg (aproximadamente, la masa del átomo
de hidrógeno) y una carga positiva igual en valor absoluto a la carga del electrón;
el neutrón tiene una masa ligeramente superior a la del protón y carece de carga
eléctrica. Hoy se sabe que el protón y el neutrón no son esencialmente distintos,
sino que son dos estados de una misma partícula denominada nucleón, de tal
modo que un neutrón puede desintegrarse en un protón más un electrón, sin que
ello signifique que el electrón existiese anteriormente sino que se forma en el
momento de la desintegración. Análogamente, un protón puede transformarse en
un neutrón para lo que ha de emitir un electrón positivo (positrón).
Digamos, por último, que son radiactivos todos los isótopos de los elementos con
número atómico igual o mayor a 84 (el polonio es el primero de ellos), y que hoy
se obtienen en el laboratorio isótopos radiactivos de elementos cuyos isótopos
naturales son estables; es la llamada radiactividad artificial. La primera obtención
en el laboratorio de un isótopo artificial radiactivo (es decir, el descubrimiento de la
radiactividad artificial) la llevó a cabo en 1934 el matrimonio formado por Frédéric
Joliot e Irene