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FRANCISCO RODRÍGUEZ

La violencia social
sociogénesis del mal

2014

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Violencia social: Socio génesis del mal

Ediciones:
Centro de Estudios Trandisciplinarios Manuel Piar 2014

Coordinación Editorial:
Asociación Fraternidad y Orientación Activa
Rif. 403372659

Correos electrónicos:
afoaderehumanos@gmail.com
frfrank381@gmail.com
franciscorodriguez50@cantv.net
Ciudad Bolívar-Venezuela

Asesor de Diseño:
Joséì Fortique . jfortique@yahoo.es

Depósito Legal: If08520143002660


ISBN: 978-980-12-7610

Impreso en Venezuela

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PREFACIO

Toda sociedad tiene el compromiso de dar cuenta del mo-


mento histórico que le ha tocado vivir. Esta tarea no es nada fácil
porque se trata de hablar de acontecimientos, escenarios societales
y actores que transcurren y actúan en el mismo período histórico
que estamos viviendo, esto es el presente.
En consecuencia es imposible tener objetividad e imparciali-
dad total al analizar el objeto de estudio, como plantea la corriente
del pensamiento científico denominado Positivismo-Neopositivis-
mo, cuando lo que estamos abordando nos involucra a nosotros
mismos y en última instancia, somos nosotros mismos.
En este sentido, el sujeto está involucrado íntimamente en el
proceso de investigación por partida doble: por una parte quien
investiga es un sujeto y objetiva su condición de sujeto en el acto
mismo de la investigación y el proceso del conocimiento, por la
otra, el objeto investigado es un sujeto y por lo tanto está involu-
crado a priori en este proceso.
En el caso que nos ocupa en esta investigación, la violencia
social, quizás sea uno de los temas de la investigación en el campo
sociológico en donde todos estos elementos señalados anterior-
mente se dinamizan con mayor intensidad.
Aquí tenemos sujetos con sus imaginarios, representaciones
sociales, historias de vida, escala de valores que se desenvuelven en
un contexto que está determinado por estructuras sociales, siste-
mas culturales e ideologías en el marco estructurado y estructu-

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rante de los procesos de la historia de lo vivido individual y colec-
tivamente.
Estos sujetos se mueven en escenarios sociales que involucran
a otros sujetos de manera conflictiva, al ser objetos de una acción
orientada a la destructividad, transgrediendo de este modo las nor-
mas sociales propuestas por el sistema social de la sociedad global.
De manera que la acción social orientada de esta manera (ac-
ción violenta) puede perfectamente ubicarse en lo que podemos
denominar como «situaciones límite» como la locura, la enferme-
dad grave, las epidemias, muerte, etc., las cuales pueden presentar-
se en cualquier sociedad; fundamentalmente en las sociedades per-
tenecientes a la matriz cultural de occidente.
Hemos estructurado este libro por capítulos que intentan plan-
tear cada uno de ellos un aspecto, un enfoque, una mirada, una
situación específica dentro del vasto campo de la violencia social, a
nivel global pero con especial referencia al caso Venezuela. Estos
capítulos corresponden a partes, que los agrupan para darles un
sentido de mayor coherencia; en este caso hablamos de 3 partes.
La primera parte que definimos como: « Los escenarios socie-
tales de la violencia social», esta integrado por 5 capítulos, a saber:
El primer capítulo titulado: «Violencia social: síntoma de una
sociedad en proceso de disolución», intenta trazar un amplio mapa
de los procesos y situaciones estructurales dentro de los cuales se
podría comprender más cabalmente el recorrido y fenomenología
de la violencia socialmente orientada.
Podríamos decir que esos escenarios societales constituyen el
marco de referencia estructural, la estructura significativa a decir
del viejo Goldmann(1970), dentro del cual adquiere sentido la
acción social orientada a la destructividad.
En el segundo capítulo ubicamos al fenómeno objeto de estu-
dio, en el contexto de un proceso que recorre, como un fantasma
las estructuras sociales de la sociedad contemporánea y que hemos
denominado como: «La pulverización de lo social».
Este capítulo fue titulado: « Las inquietantes tendencias hacia
la pulverización de lo social» y de lo que se trata es de hacer coin-
cidir la emergencia del fenómeno de la explosión de la violencia

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social con el surgimiento de un proceso inédito, a nuestro modo
de concebir las cosas, de implosión de las estructuras que funda-
mentaban lo social como una cuestión de compromiso tácito, de
pacto social entre los miembros de una sociedad o grupo.
En el tercer capítulo : «La globalización: el gran proceso civili-
zatorio contemporáneo», analizamos a la globalización como un
fenómeno estructural que se ha convertido en el proceso civilizato-
rio de la sociedad-mundo-global y por tanto en el factor de cam-
bio más arrollador de las estructuras sociales y culturales tradicio-
nales.
En el contexto de los actuales cambios epocales situamos la
emergencia de la violencia social como epidemia de la civilización
o pandemia que amenaza los fundamentos mismos de la vida so-
cial como práctica de convivencia civilizada.
«La tribalización» como emergente ante la evaporación y di-
solución de las instituciones, asociaciones, grupos de pertenencia-
referencia, sistemas de solidaridad propios de la Modernidad y
mediaciones sociales y simbólicas en general, es un fenómeno que
adquiere actualmente características de fenómeno universal que
forma parte de una situación epocal que algunos han denomina-
do Posmodernidad.
Venezuela no escapa a los cambios epocales que están trans-
formando el modo como el individuo(fundamentalmente joven)
se integra hoy a grupos y este hecho se vincula fuertemente con la
violencia social porque actualmente ésta tiene un carácter clara-
mente tribal; sobre todo con el surgimiento de las maras y «bandas
delictivas».
Es por ello que el capítulo IV del libro se titula: « Tribus urba-
nas y construcción social de la territorialidad» y el objetivo es abor-
dar el surgimiento de este fenómeno sociológico contemporáneo
como una manera de comprender mejor el origen y fenomenolo-
gía de la violencia social actual.
Venezuela como caso concreto de la profunda distorsión y des-
quiciamiento en sus estructuras sociales, culturales y patrones de
comportamiento que ha ocasionado el fenómeno de la instaura-
ción del proceso civilizatorio global y sus consecuencias patológi-

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cas, es el tema del capítulo V que hemos titulado como:» Venezue-
la en el contexto del malestar de la civilización global».
En este contexto de cambios civilizatorios, situamos el proble-
ma de la violencia social como una respuesta adaptativa de la sub-
jetividad a esta situación estructural.
La segunda parte se refiere a «Los fundamentos epistemológi-
cos» del desarrollo de esta investigación y el capítulo VI de esta
parte, lo hemos denominado: « Algunas precisiones de orden epis-
temológico», para situar el enfoque del problema en el centro del
«estado del arte de la discusión» sobre los modos generales como
se produce el conocimiento y su validación y los consiguientes
problemas de cómo abordar en consecuencia, el objeto de estudio.
Aunque esta discusión está diseminada a través de toda la in-
vestigación, no obstante quisimos hacer un excurso que permitiera
concretar un poco más los supuestos epistemológicos y metódicos
de los cuales partíamos.
La tercera parte la hemos denominado: «Violencia social: jine-
te del Apocalipsis». En esta parte encontramos el capítulo VII, cuyo
título es «La violencia de la civilización global», el cual está orien-
tado a situar el problema de la violencia social dentro del contexto
civilizacional del sistema capitalista global.
Este capítulo se vincula al capítulo anterior denominado: « La
globalización: el gran proceso civilizatorio contemporáneo» en tér-
minos de ubicación en un contexto macro-estructural- global, al
fenómeno de la violencia social.
Se trata de evitar el abordaje de problemas de gran compleji-
dad como la explosión de la violencia interpersonal destructiva en
el contexto exclusivamente reducido del ámbito del país, perdien-
do la perspectiva de los procesos que sacuden hoy los cimientos de
la civilización global.
El capítulo VIII titulado: « Pulsión de muerte y patología so-
cial», nos ubica ya directamente en el contexto de la violencia so-
cial hoy, lo cual es considerada en esta investigación como la ex-
presión de la «locura»(«la Ubris» como decían los griegos), de una
sociedad y de una civilización que a fuerza de prescindir de los
fundamentos éticos de un tipo de conciencia orientada básica-

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mente a la convivencia, ha entrado en el campo gravitatorio de
«los huecos negros» sociales que significa la insurgencia de proce-
sos trituradores y pulverizadores de lo social en tanto sustrato fun-
dante de los modos de vida humanos a través de la historia de la
humanidad.
Un aspecto muy importante de la violencia interpersonal como
es la violencia de género, es abordada en este libro como un lugar
social de génesis de este tipo de la violencia en general, porque es
en el espacio doméstico y de la pareja en donde se definen los
escenarios y la existencia de las personas más primarias de referen-
cia para el sujeto infantil y por tanto para el comportamiento vio-
lento en general.
Es por ello que el capítulo IX lo hemos denominado como: «
Violencia de género: el mal comienza por casa» como una manera
de poner de relieve algunos de los aspectos de la genealogía del
Mal que estamos abordando en el contexto microsocial domésti-
co-familiar.
En este capítulo incluímos un trabajo de investigación de campo
realizado en el Barrio «La Campiña» de Ciudad Bolívar, por el
«grupo de Violencia social» de la Escuela de Medicina de la Uni-
versidad de Oriente, coordinado por el autor y con la colabora-
ción de los colegas: Luis Córdova y Franklyn Arzolay. En la ejecu-
ción de esta investigación indagamos por el modo como se produ-
ce la violencia hacia la mujer y sus formas de legitimación por
parte de la víctima.
El capítulo X analiza ese terrible aspecto de la violencia social
como es el caso del aumento de los homicidios en todo el país. Lo
colocamos al final por considerar que el homicidio es una de las
expresiones más brutales del fenómeno que estamos estudiando,
puesto que es la vida y su conservación, el valor más importante
para la persona humana.
El título de este capítulo es: « Homicidios en aumento: la ex-
presión patológica del triunfo del Tánatos (pulsión de muerte)
sobre el Eros (pulsión de vida)» y está cifrado en claves de las
divinidades de la mitología griega porque alude a la alegoría que

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crea Freud al plantear una teoría de los instintos que termina defi-
niendo como pulsiones.
Efectivamente como lo habíamos señalado para el capítulo
anterior: «Pulsión de muerte y patología social», pensamos que en
el Inconsciente societario de nuestra civilización contemporánea,
la lucha entre esos dos titanes, la pulsión de muerte y la pulsión de
vida; la está ganando el Tánatos o pulsión de muerte.
Es por ello que hemos dicho que nuestra civilización es ne-
cròfila porque fundamenta la vida en la competencia, la codicia y
el individualismo egocéntrico, más que en la cooperación, la soli-
daridad y la espiritualidad.
Finalmente tenemos el último capítulo, el cual hemos deno-
minado como:» Mundos de vida y subjetividad del homicida: his-
toria de lo vivido» que incluye un aspecto teórico y otro de tipo
metódico-empírico desarrollados en una investigación de campo
realizada en una institución orientada a la reinserción social del
delincuente en Ciudad Bolívar, Estado Bolívar, con sujetos homi-
cidas.
Desde un enfoque claramente cualitativo tratamos de pene-
trar los estratos más profundos de la subjetividad de homicida a
través del abordaje cualitativo de esta misma subjetividad y el tras-
fondo que la sustenta como es la estructura de los mundos de la
vida.
Hablamos de subjetividad y no de personalidad por conside-
rar que en primer lugar este concepto es sumamente problemático
y en segundo lugar porque creemos que la epidemia de violencia
social que sacude hoy a nuestra sociedad tiene sus génesis en pro-
cesos socio-estructurales y socio-subjetivos que no se ubican exac-
tamente en el contexto heurístico que plantea el concepto de per-
sonalidad.

Ciudad Bolívar,
Venezuela,2014

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INTRODUCCIÓN

Como tal la violencia no es nueva en la especie humana, sobre


todo la violencia que se ejerce en contra de otras personas y de sí
mismo (violencia social); ésta existe desde el inicio mismo de las
civilizaciones y grandes asentamientos humanos que se fundan
con el advenimiento de la agricultura y el sedentarismo.
Desde ese mismo momento comienzan a producirse exceden-
tes económicos y se generan incipientes procesos de acumulación
de riqueza producto de la apropiación de esos excedentes por par-
te de algunos grupos que se diferencian del resto de la sociedad
En virtud de esto, se van produciendo procesos de división del
trabajo, surgimiento de la propiedad privada y relaciones de ex-
plotación, y por lo tanto estructuras de poder y dominación y
opresión.
En este sentido tenemos que diferenciar conceptualmente en-
tre violencia y agresión. Diferenciar entre agresión para la defensa
y como una reacción ante una amenaza posible y probable o la
agresión en función de la supervivencia individual o colectiva y
por tanto adaptativa, biológica de la agresión maligna expresada
en la destructividad, el sadismo, la crueldad y la tortura que cons-
tituye la violencia social.
Al respecto, Fromm (1975, p.15) dice: …»llamo destructivi-
dad y crueldad a la propensión específicamente humana a des-
truir y al ansia de poder absoluto» que se inicia con los procesos
civilizatorios que conducen a la instalación de dispositivos de po-
der y dominación y por tanto de muerte, en el centro mismo de las
estructuras de las nuevas formas de organización social.

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Ahora bien, de acuerdo a estos planteamientos podríamos pre-
guntarnos ¿Es la violencia un patrón de comportamiento innato y
que hemos heredado de nuestros antepasados y por lo tanto ins-
crito en la estructura de nuestro código genético?
En principio tendríamos que afirmar que la violencia como
patrón de comportamiento destructivo, no constituye una con-
ducta innata, ni mucho menos anclada en la estructura genética
de la especie y por lo tanto heredada de nuestros antepasados
pero si forma parte de un aprendizaje realizado a través del reco-
rrido de la humanidad por la historia y por lo tanto anclada en la
estructura filogenética de la especie (memoria de la especie).
De acuerdo a Santiago Genovés (1991) en la Declaración de
Sevilla de 1986, por sí mismos los genes no determinan conductas
específicas y por lo tanto no producen individuos que necesaria-
mente estarían predispuestos a la violencia y por el otro lado afir-
ma que son muy contados los casos en los cuales se producen
luchas intra-especie entre grupos organizados de animales.
Sin embargo que la violencia constituye más bien un patrón
de conducta específica de la especie porque es ésta la única que se
entre-mata (se mata entre sí), incluso entre los mamíferos, los cua-
les a excepción del «Homo Sapiens», no conocen la guerra.
La agresión benigna o defensiva , de acuerdo a este autor, es
compartida por el hombre con el resto de los animales y está pro-
gramada filogenéticamente para atacar o huir en situaciones en las
cuales se ven amenazados sus intereses vitales. En cambio la agre-
sión maligna, crueldad y destructividad, es específica de la especie
humana y por tanto no esta programada filogenéticamente, no es
compartida con el resto de los mamíferos (Fromm, ibidem).
Luego, siguiendo con este orden de ideas podríamos afirmar
que el tipo de comportamiento destructivo que llamamos violen-
cia, es esencialmente un producto cultural que no se origina de la
estructura genética, no es innato y tampoco es herencia de los an-
tepasados homínidos y pre-homínidos.
En consecuencia, la violencia es un patrón aprendido de con-
ducta que puede ser definido en su génesis básica a partir de los
procesos y situaciones socio-existenciales e históricos que les ha
tocado vivir a la humanidad, vale decir, «la memoria de la especie»

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y no la transmisión hereditaria de nuestros antepasados animales
y prehistóricos.
En Venezuela, la violencia social es histórica y ancestral, pues
nace en el momento mismo de la conquista y colonización. Luego
este patrón de comportamiento violento que se origina en la colo-
nia, continúa en la independencia y la república hasta llegar a la
etapa de la democracia liberal.
En la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, la
violencia tiene un carácter rural-caudillista, pero ya para la segun-
da fase de la democracia representativa que se inicia en década de
los 70, la violencia como un fenómeno esencialmente urbano asu-
me un estatuto social, no sólo en sus fines, sino también en sus
formas de estructuración y organización.
Sostenemos que la violencia en Venezuela tiene particularida-
des propias de la conformación del país como una sociedad radi-
calmente mestiza, multiétnica y pluricultural, petrolera y con pro-
cesos históricos de modernización también muy particulares. El
fenómeno sociológico conocido como el «Caracazo» es el más vivo
ejemplo de esta afirmación.
El estatuto esencialmente social de la violencia cotidiana calle-
jera en Venezuela toma distancia de un tipo de violencia de carác-
ter étnico, político, religioso, racista, de clase; aunque pudiéramos
encontrar cada uno de estos aspectos o todos juntos en las mani-
festaciones que ésta asume normalmente.
Pensamos que la violencia cotidiana tradicional asume más
un carácter defensivo, de estrategias de sobrevivencia (no sólo ma-
terial) y de realización de sentido social que de otro tipo de natu-
raleza.
La necesidad vivida como urgente de la gente de los estratos
más bajos de la sociedad de acceder a la «cesta de valores-objetos-
signos» que es presentada por el sistema social como derechos uni-
versales para todo el mundo, tiene la propiedad de convertir en
ciudadano y por tanto «sujeto» capaz de ingresar en el torrente de
la comunicación publica, a individuos anónimos pertenecientes a
la masa amorfa e impersonal de la población.
La injuria social causada por una sociedad estructuralmente
injusta y desequilibrada, y por tanto violenta, que genera amplias

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masas de desposeídos, es «lavada» simbólicamente con un acto
violento también que se representa como un ejercicio de «sobre-
compensación fálica»(a través de la afirmación violenta) por quien
ya ha sido, o nacido castrado por ese tipo de estructuras sociales.
De acuerdo a los «relatos imaginarios» que habitan el Incons-
ciente societario de la gente de nuestra sociedad, sobre todo de los
jóvenes, la única manera de existir y por tanto de ser reconocido
socialmente y por el sí mismo luego, es apropiarse del «ideal de
realización social» (autorrealización) que la sociedad de mercado
propone.
Esto incluye no sólo la apropiación de objetos materiales sino
y lo que es más importante, de acceder al poder que provee de
status basado en la capacidad de hacerse temer y ser temido por
los otros que sugiere socialmente como medio instrumental, la ne-
cesidad de matar y ser matado, a veces de una manera demasiado
macabra.
Estamos hablando de un proyecto necrofílico propio de una
sociedad necrófila que define a los arquetipos del violento, des-
tructivo y fálico como los modelos de identificación a imitar por
los jóvenes que rechazan los arquetipos y modelos de identifica-
ción tradicionales por anacrónicos y escasamente funcionales al
proyecto de realización social en esos términos.
En el seno de esta atmósfera social se van articulando patro-
nes de socialización patológico-delictivo-sociopáticos que compi-
ten con los patrones de socialización normal. Los agentes de socia-
lización más eficaces en el barrio y la urbanización no son ahora
los padres, maestros y Otros significativos adultos, sino el jefe de la
banda de la esquina, «el malandro», el Pran, «el azote de barrio»,
el consumidor-vendedor de drogas,etc.
Este contexto de teorizaciones, hipótesis y encuadres metódi-
cos nos proporcionan una plataforma socio-epistémico para la
construcción del objeto y su posterior abordaje analítico.
En el caso que nos ocupa, el tema de la violencia social, trata-
remos de indagar los orígenes, naturaleza, manifestaciones diver-
sas y fenomenología en general, utilizando paradigmas como: com-
plejidad, fenomenología, hermeneútica y reconstruccionismo so-
cial o hermenéutica social.

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Parte I
LOS ESCENARIOS SOCIETALES
DE LA VIOLENCIA SOCIAL

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CAPÍTULO I
Violencia Social: Síntoma de una Sociedad
en Proceso de disolución

 La violencia social: expresión del fracaso de un modelo


de convivencia

Desde finales de los años setenta y en pleno apogeo del perío-


do democrático-representativo, las tendencias hacia la implanta-
ción de un estilo de vida y una cultura fundamentada en patrones
de comportamiento violento y destructivo se asomaba por entre
los pliegues de una sociedad todavía dominada por el imaginario
del contrato social, la tolerancia y la convivencia social.
Ya desde muy temprano comenzaban a percibirse los «fuertes
olores» del profundo proceso de descomposición del modelo polí-
tico bipardista de dominación que constituía el clima apropiado
para el advenimiento de otro tipo de descomposición: la descom-
posición social.
Nos referimos al fenómeno de la violencia social. Atracos, ro-
bos, homicidios, suicidios, violaciones y abuso sexual, etc., eran los
platos fuertes que configuraban el menú de la violencia social que
asomaba su feo y repugnante rostro, por encima del escenario de-
mocrático que comenzamos a vivir ya desde los últimos años de la
década de los 70.
Este no es un fenómeno exclusivo de Venezuela, pues lo en-
contramos en América Latina y otras partes del mundo; sin em-
bargo, no estábamos acostumbrados a lidiar con este problema
hasta hace unas escasas décadas.

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Es una violencia masiva, no de clase social (aunque haya mu-
cho de resentimiento social) y que puede ser también muy anóni-
ma e impersonal. Por primera vez en nuestro país nos enfrentamos
a un enemigo anónimo, ubicuo, con fuerte capacidad para hacer
daño y por eso, para nuestra desgracia como grupo, indefensos y
atemorizados.
Pobreza, exclusión social, desintegración de la sociedad y la
familia (y sobre todo la familia), predominio de mensajes que pro-
mueven violencia en los medios de comunicación, crisis del mode-
lo sociopolítico, son algunas de las causas estructurales de la pro-
ducción de este fenómeno; sin embargo la cuestión del estilo de
vida orientado hacia el fundamentalismo de mercado que se fue
implantando a partir de los años 70, es un factor muy importante.
El estilo de vida fundamentado en el fundamentalismo del
mercado significó una tormenta social devastadora en las «tran-
quilas aguas» de la sociedad tradicional venezolana. Sobre todo, el
desplazamiento que este estilo de vida hace del modo tradicional
de ver la vida, el hombre y el mundo en general, del venezolano
tradicional.
La cesta de valores tradicionales que colocaba en el primer
lugar a la persona, la familia y el parentesco, el honor y la honesti-
dad, la pertenencia a una comunidad y una familia, ahora va a
darle paso a un sistema de valores en donde lo que está en la
cúspide de la pirámide es: dinero, poder, objetos, consumo y con-
fort, status material, la «rumba», el pasarlo bien a toda costa, etc.
Esto, sobre todo, significa que nada importa sino ese tipo de
satisfacciones muy inmediatistas porque estos valores tradiciona-
les se hacen obsoletos, disfuncionales por antiguos, conformando
así una manera de ver el mundo que no coloca a la persona en el
centro de la pirámide, sino en lugares inferiores.
La honestidad, el parentesco y la familia, la pertenencia a una
comunidad y una familia, pasan a ser cuestiones de carácter des-
echable. Hablamos de corrosión y corrupción de valores que su-
pone una inversión valorativa: los valores de integración social abajo
y los instrumentales-egocéntricos arriba.

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No es que desaparezcan los valores tradicionales de integra-
ción social sino que sufren una metamorfosis porque son fagocita-
dos (tragados) por la racionalidad instrumental del sistema social
de mercado.
Ahora bien que debemos hacer porque pareciera que nada se
puede hacer. Todo se puede hacer, desde el punto de vista del
hombre y lo social. Por supuesto que los problemas estructurales
de pobreza, exclusión social y discriminación tienen que ser abor-
dados.

1. Es urgentemente necesario comenzar a trabajar sobre la im-


plantación de una contracultura que se enfrente a la cultura
de la muerte, esto es, una «cultura de la vida». Tolerancia -
respeto - compasión - solidaridad - el compartir - responsabi-
lidad - cooperación- autovaloración de sí mismo por el sí mis-
mo y del Otro.
Esto puede comenzar a trabajarse masivamente a través de los
medios de socialización básicos, como son: la familia, la co-
munidad, la escuela y los medios de comunicación. Mientras
más temprano, mejor.

2. Urgente intervención de instituciones fundamentales como son


la familia. Es necesario regenerar-re-estructurar los roles de la
familia. Tienen que existir políticas públicas al respecto, pero
aún sin éstas, es mucho lo que se puede hacer para reconstruir
los tejidos sociales de la comunidad y las instituciones básicas.

3. Los medios de masa tienen que cambiar mensajes cuyo llama-


do es a exaltar la violencia y dedicar un tiempo significativo a
difundir los valores de la «cultura de la vida» que hemos seña-
lado.

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 Violencia social: ¿estilo de vida o estrategias
desobrevivencia?

La cuestión de la violencia social es un tema que suscita gran


interés por el carácter dramático de su presentación, así como por
sus consecuencias; no sólo a nivel de la sociedad en su conjunto,
sino también en el contexto de la vida cotidiana.
La nuestra se ha convertido en una «Civilización de la violen-
cia» y en Venezuela y algunas partes de América Latina, en un
problema endémico-estructural». Este fenómeno puede asumir el
carácter tanto de un estilo de vida como de una estrategia de so-
brevivencia.
Como estrategias de sobrevivencia la violencia social puede
convertirse en un modo de adaptación a los problemas que pre-
senta la vida social, básicamente desde el punto de vista de las
contingencias económicos-sociales de supervivencia.
Aunque la violencia social abarca un amplio espectro de cam-
pos (violencia intrafamiliar, violencia delictiva, medios de comu-
nicación social, violencia sexual,etc.) dentro de los cuales se mani-
fiesta y concreta este fenómeno, nos ocuparemos en este trabajo
del abordaje de la violencia social delictiva y violencia doméstica.
Con respecto a la violencia delictiva homicida incluiremos tanto la
que se expresa en forma de violencia delictiva pragmática, o vio-
lencia instrumental, fundamentalmente orientada a la adquisición
de bienes, pero que no excluye el daño a las personas, como de la
violencia homicida difusa que se produce básicamente contra las
personas, mayoritariamente los fines de semana.

 Estrategias para la constitución del objeto de estudio

El tema de la violencia social que se concreta en agresión ma-


ligna o destructiva, puede ser abordado como un problema de
seguridad, y en este sentido la cuestión represivo-policial es muy
importante o como un problema de salud pública, y entonces te-
nemos que las estadísticas de mortalidad y morbilidad pueden
aparecer como lo más relevante; pero también como la expresión

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del modo como se constituyen las estructuras de una sociedad
determinada y como se produce su funcionamiento; vale decir, su
racionalidad estructural.
En este trabajo nos ocuparemos de plantear algunas condicio-
nes estructurales desde el punto de vista sociológico que pudieran
contribuir a la comprensión de este fenómeno y por lo tanto a la
búsqueda de soluciones a un problema que ha rebasado la capaci-
dad de respuesta de la sociedad y el estado.
En este sentido proponemos el abordaje del comportamiento
de violencia social como un hecho que adquiere significado como
expresión de aspectos socio-estructurales y socio-subjetivos que
actúan como condiciones de base de su producción, asignándoles
carácter constitutivo.
Estos aspectos pueden funcionar como tesis que constituyen
los supuestos de base en el abordaje del objeto-problema tema de
estudio que guía la investigación y por lo tanto exigen fundamen-
tación en el plano del razonamiento plausible y del soporte empí-
rico que sea posible aportar. Estas tesis básicamente serían:

La agudización del problema de la violencia social difusa hoy


en Venezuela, se entiende:

1. Dentro del estilo de vida que genera el modelo de una socie-


dad de mercado neoliberal.

2. Como respuesta al fracaso del modelo de participación popu-


lar en la cesta de bienes materiales y culturales y de movilidad
social que ofrecía la democracia representativo-bipartidista.

3. Como estrategias de sobrevivencia del yo (tanto individual


como colectivo) ante la implantación de una sociedad del tipo
«orden caníbal».

4. En el contexto de una situación de hiper-anomia de la socie-


dad globalmente considerada.

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Las tesis que constituyen el abordaje al tema-problema objeto
de estudio de esta investigación, se fundamentan en diversos tipos
de estrategias metodológicas: historias de vida y subjetividad de
sujetos delincuentes, grupos focales, análisis de discurso de recor-
tes de prensa y análisis estructural del relato de la sociedad como
texto.
Por lo demás estas reflexiones constituyen una faceta de inves-
tigaciones teórico-empíricas, realizadas sobre el tema.

 Justificación

En la sociedad contemporánea, el tema de la violencia se ha


venido convirtiendo, en un problema que exige definirlo no solo
como un problema de salud publica, sino que ya es una cuestión
de seguridad de estado por el grado en que este flagelo afecta de
manera importante la estructura y el funcionamiento del cuerpo
social.
La civilización capitalista-cristiano-occidental-contemporánea,
es ante todo una civilización de la violencia por el carácter de su
racionalidad interna, de su lógica de funcionamiento.
La presencia de la violencia, la destrucción y la muerte en los
escenarios de la vida cotidiana, ya es inocultable. Por todas partes
nos asaltan sus múltiples formas de manifestación; los ya habitua-
les partes de guerra de los fines de semana: las muertes para robar-
le la moto a algún joven o para robar cualquier objeto de valor, las
muertes por venganza, por encargo, por riñas debido a diferencias
banales, por motivos pasionales, etc.
Leer las noticias o ver la TV es una invitación macabra a en-
contrarse con las huellas de la muerte, la destrucción y la violencia
en general.
Una atmósfera e imágenes de muerte masivas parece cubrir al
país, la violencia parece haberse convertido en el mecanismo por
excelencia del logro de los objetivos y de resolución de cualquier
conflicto: conyugales, familiares e interpersonales.
Como si fuera una maldición bíblica, el crimen ha venido con-
virtiéndose en un rasgo de la vida cotidiana; algo que está pasan-

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do a ser como un fenómeno natural ante el cual ya no es posible
hacer nada porque como la lluvia o la fuerza de la gravedad, es
inevitable.
La violencia ha tomado tanto cuerpo en nuestra sociedad ve-
nezolana que nada de sus manifestaciones concretas nos parece
extraordinarias: homicidios, suicidios, secuestros, violaciones, atra-
cos, etc. Estamos asistiendo a la aparición de un fenómeno socio-
lógico, quizás jamás visto en la historia de la humanidad: la emer-
gencia de un núcleo monstruoso de perversión criminal del yo.
No parece este fenómeno ya una cuestión de desviados socia-
les que la sociedad y los expertos fácilmente identifican como una
anomalía social ubicada en niveles marginales de la sociedad, sino
que está pasando a ser parte muy importante del ethos social y el
modo de adaptación social en general.

 Fundamentación teórica

No podemos hablar en Venezuela de una sociedad en donde


la violencia social sea un fenómeno extraño a nuestra manera de
ser. Históricamente, igual que el resto de América Latina, nos he-
mos constituido como pueblos sometidos por centros de poder
metropolitanos que han fundamentado las relaciones con la peri-
feria en proyectos de dominación represiva colonial y neocolonial.
Estos procesos generaron al interior de la sociedad misma, un
modelo estructural que suponía relaciones de explotación, opre-
sión y dominación entre los grupos de poder y los grupos subordi-
nados que se fundamentaba no sólo en el poder y la fuerza sino
también en una ideología de la desvalorización y la auto-desvalo-
rización como pueblo y como individuos miembros de todo un
pueblo.
Relaciones caracterizadas por situaciones de fuerte exclusión
social con contenido racista generadoras de situaciones de violen-
cia estructural que se constituyó en un fenómeno crónico en el
contexto de una sociedad fuertemente fracturada internamente,
no sólo por inequidades sino también por el caudillismo militar y
civil que propició guerras civiles permanentes.

21
La inestabilidad política, la falta de arraigo de las instituciones
políticas y la anomia sociocultural crónica, impidieron la estructu-
ración de un Proyecto de ser cultural, de un Ethos social nacional
y por tanto, incapacidad de construir estructuras identitarias indi-
viduales y colectivas no caracterizadas por el negativismo y la in-
autenticidad.
Este cuadro de relaciones de poder y dominación, va a generar
representaciones sociales que reproducen estas relaciones y se fun-
damentan en un modo de percepción del sí mismo, del Otro y del
mundo en general, en el mismo sentido.
Por otra parte, la carencia básica de una institucionalidad fuerte
y la ausencia del «Padre simbólico» que significa la presencia de
una cultura institucional fundante de socialidad, terminaron con-
formando una matriz de de subjetividad con un fuerte contenido
Ego-céntrico como Dispositivo subjetivo-semiótico estructural del
Yo tanto individual como colectivo.
Esto significa la estructuración de un Sí mismo para quien el
Otro y el mundo constituyen abstracciones (no existen) que tienen
algún sentido sólo a propósito de necesidades muy primitivas y
primarias, la cual responde a las experiencias de lo vivido colecti-
vo-individual a lo largo de todo un proceso histórico determinado.
Todo este complejo de relaciones de fuerza y poder, vividos y
representaciones sociales y simbólicas, contribuyeron a generar en
la subjetividad individual y colectiva una tendencia estructural que
supone una matriz de resolución violenta de conflictos como for-
ma de adaptación funcional al entorno.
En este sentido podemos decir hoy que jamás habíamos pre-
senciado los niveles de violencia social que estamos observando
actualmente y todo esto tiene que ver básicamente con:

1. Violencia social como producto de un estilo de vida


basado en el fundamentalismo del mercado neoliberal:

La entronización en Venezuela en las últimas décadas de un


modo de vida fundamentado en una racionalidad sistémica cuya
lógica de funcionamiento es el mercado neoliberal, genera repre-

22
sentaciones, relaciones, subjetividades y estilos de vida que podría-
mos enmarcar en el contexto de lo que denominamos como «Or-
den caníbal».
Esto no es más que la visión del mundo de acuerdo a la pers-
pectiva de El Neo-darwinismo social el cual se fundamenta en la
ideología de la «supervivencia del más apto». Lucha encarnizada
por la obtención de los bienes materiales, sociales y culturales; com-
petencia por los espacios que la sociedad ofrece como mercado;
vale decir, la lucha por la supervivencia material y social.
Tenemos de este modo la constitución de una situación de «eco-
logía de la violencia» y que en sí misma es violencia estructural,
generadora de situaciones de anomia generalizada y estructural (des-
orden social) que se traducen en indicadores de violencia social.
Es a partir de la década de los ochenta cuando en Venezuela,
como en muchos países latinoamericanos, empezamos a tener no-
ticias de la implantación de una economía basada en el «Libre
mercado» con la irrupción en los escenarios nacionales del deno-
minado «Viernes negro». Y es partir de este momento cuando co-
mienzan a ser aplicados un conjunto de medidas de Política eco-
nómica conocidas como «ajustes estructurales».
Desde ese momento comienzan a agudizarse los indicadores
del proceso de descomposición social que se habían venido incu-
bando desde momentos anteriores. Homicidios y suicidios, así como
lesiones personales, robos, atracos y violaciones, sufren un aumen-
to considerable en su tendencia a incrementarse. Aumento de la
delincuencia en general y de la delincuencia infanto-juvenil, con-
sumo de alcohol y drogas, de la población carcelaria, homicidios
en general y de tipo pasionales, etc.

2. Violencia social como respuesta a la crisis del estado


democrático-representativo-bipartidista:

A finales de la década de los setenta en Venezuela comienza a


sentirse de manera más nítida, el fracaso del modelo sociopolítico
que se había implantado desde las postrimerías de las décadas de
los años cincuenta.

23
El sistema democrático-representativo-bipartidista de tipo clien-
telar, había significado durante mucho tiempo la esperanza de re-
dención social de las grandes mayorías , no sólo de sectores popu-
lares, sino también de las clases medias que se habían constituído
como tal; sectores medios a partir de la apertura del compás de-
mocrático, convirtiendo a la educación en «el ascensor social por
excelencia».
Cuando ya el estado democrático bipartidista-clientelar-po-
pulista, no cuenta con la capacidad financiera que permitía la ren-
ta petrolera para financiar los conflictos y mantener el consenso y
las expectativas sociales, se quiebran las identificaciones de los parti-
dos políticos y ésos pierden su capacidad de convocatoria y se alejan
de las grandes masas, se cierran también las compuertas de las opor-
tunidades sociales y se detiene por lo tanto «el ascensor social».
La expectativas sociales, en cuanto a posibilidad de satisfac-
ción de necesidades sociales y lograr aspiraciones de ascenso so-
cial, se ven frustradas y el estado ya no puede garantizarle al ciu-
dadano de bajos niveles socioeconómicos no sólo el logro de sus
aspiraciones de participación social en los valores fundamentales
del sistema social, sino también las satisfacción de las necesidades
básicas; vale decir, la supervivencia material.
Por otra parte, el sistema democrático pluripartidista burgués
había generado un imaginario de cohesión social que se expresaba
en una especie de «Contrato social» que a su vez alimentaba una
ilusión de armonía social.
El modo de resolución de las diferencias entre los grupos par-
tidistas y el acuerdo entre las élites constituían un paradigma para
la convivencia en el contexto de las relaciones interpersonales en la
vida cotidiana y de la ciudadanía en general
Es obvio que esta «Ilusión de armonía social» estaba montada
sobre la capacidad financiera del estado que podía financiar cual-
quier tipo de conflictividad sociopolítica y sobre la capacidad de
convocatoria del sistema de los partidos políticos para mantener el
consenso básico..
La ruptura de este sistema genera un descalabro de tal magni-
tud en la sociedad en general (y no sólo en el sistema sociopolítco)

24
que a partir de este momento histórico se abren las compuertas
para el advenimiento de un período de inestabilidad política ge-
nerador de un período de violencia social y política que desembo-
ca finalmente en la explosión social que constituyó el denominado
«Caracazo» en 1989.

 La violencia social en el contexto de una sociedad excesi-


vamente anómica

Por todos los elementos históricamente analizados, consta-


tamos que la sociedad venezolana y latinoamericana en general ha
comportado situaciones de anomia sociocultural de manera cró-
nica; no obstante, es a partir de la década de los ochenta cuando
comienzan a aparecer indicadores de la presencia de un estado
sociológicamente estructural que hemos denominado como de hi-
per-anomia o anomia excedentaria.
Es este, un fenómeno cuyo abordaje registra niveles muy ele-
vados de complejidad, por lo tanto estamos hablando de una mul-
tiplicidad de factores, procesos y situaciones que intervienen en su
producción.
Así tenemos variables que se sitúan en un contexto social ma-
cro-estructural y otros que podemos ubicarlos en un contexto de
tipo microestructural.
En el ámbito macro-estructural tenemos los factores que ya
hemos mencionado como son:

a) el fracaso del estado democrático-representativo-bipartidista-


clientelar, o Estado de Compromiso- Nacional- Popular

b) la implantación de un modelo de gestión económica y social


que responde a las exigencias que plantea la reorganización
del sistema capitalista mundial fundamentada en el absolutis-
mo del «libre mercado».

c) la crisis del imaginario redencionista y de armonía social del


sistema social democrático- representativo o democracia libe-
ral y finalmente ,

25
d) la quiebra del sistema de valores cuyo foco sociocéntrico ten-
día a la integración social y su sustitución por un standard de
valores de tipo instrumental que promueven el individualis-
mo y el pragmatismo materialista como valores supremos.

Todo esto conspira contra las posibilidades de estructurar pro-


cesos de cohesión que definan plataformas de integración social
relativamente consistentes. En su defecto lo que se producen son
amplios procesos de De-socialización y De-culturación que pro-
mueven la incomunicación, la atomización social, el individualis-
mo anómico, el desarraigo y por tanto la violencia social como
expresión a nivel del comportamiento concreto.
La implantación de un proceso de anomia excedentaria (exce-
so de anomia) en Venezuela, puede registrarse básicamente a par-
tir de la década de los ochenta, pero solo como exacerbación de
estados anómicos ya presentes en nuestra sociedad en forma en-
démico-estructural.

 La violencia social como estrategias de adaptación


precaria

Entendemos el comportamiento de violencia en general, no


sólo como estrategias de sobrevivencia desde el punto de vista físi-
co y material del individuo y los grupos, sino también en el senti-
do de afirmación del yo individual y colectivo como defensa ante
situaciones de caos social generadas por las condiciones y el estilo
de vida propios de la implantación del sistema capitalista de mer-
cado global.
En este sentido estamos hablando del surgimiento en Vene-
zuela del incremento de la violencia social alrededor de la década
de los ochenta que responde a una situación de cierre dramático
de las posibilidades de acceder al mercado de realización social y
de satisfacción de necesidades básicas.
La concentración excesiva de la riqueza social, la ampliación
de los cinturones de pobreza en general y pobreza crítica, la apari-
ción de nuevas capas de pobreza, como la pobreza atroz y en gene-

26
ral, la profundización de la exclusión social, condujeron a una
situación en la que buena parte de los sectores socioeconómicos de
bajo nivel, se convencieron del cierre de las compuertas que permi-
tían legalmente la sobrevivencia material y la realización de acuer-
do a los ideales generados por el imaginario demócratico- liberal-
participacionista.

Crisis de expectativas es el estado que surge como pro-


ducto de la crisis del modelo de gestión social de necesi-
dades y aspiraciones tradicionales. Esto fue conduciendo
a situaciones de escepticismo que finalmente desemboca-
ron en estados de desesperanza socialmente aprendida y
desesperación.

En este sentido se produce entonces un fenómeno de aliena-


ción normativa que implica definir a la violencia como el único
medio válido para la obtención de los objetivos propuestos. Y en
un contexto en el cual el modelo de realización social se define por
valores de éxito material, logro de status socioeconómico e indivi-
dua. El mecanismo de la violencia para la obtención de este ideal
de autorrealización aparece entonces, como el más eficaz y legiti-
mado en la conciencia colectiva.
Es por ello que en términos generales podríamos afirmar que:

El problema de la violencia en la Venezuela contemporá-


nea constituye el principal problema nacional, mucho más
grave que otro tipo de problemas como la pobreza, la sa-
lud y la injusticia social pero fuertemente asociados con
ella.

Mucho más que un problema social y de salud pública, la


violencia social se está convirtiendo en una cuestión de seguridad
de estado y de supervivencia de la Democracia como sistema de
convivencia civilizada.
Progresivamente nos hemos venido convirtiendo en una so-
ciedad que vive en una «ecología de la violencia» la cual funda-

27
menta una «cultura de la muerte» apoderada ya del cuerpo social
como metástasis que está tragándose todo lo que significa formas
convivenciales de vida.

 La violencia como estilo de vida.

La violencia interpersonal e institucional en general como


mecanismo instrumental para el logro de los objetivos, ha dejado
de ser un hecho marginal y extraordinario en la vida cotidiana
para pasar a ser una especie de clima social, un estilo de vida que
nos permite adaptarnos eficazmente a las diversas situaciones so-
ciales con las cuales nos tenemos que enfrentar en el día a día. Y
puesto que estas situaciones son también ellas violentas, exigen
entonces una respuesta en el mismo sentido.
Diariamente y a cada rato nos enfrentamos a situaciones de
violencia social estructural e interpersonal en la vida cotidiana: el
tránsito terrestre, el comportamiento de los choferes del transporte
colectivo, los precios del comerciante especulador, la actitud del
que presta un servicio (sea público o privado), la atención en los
hospitales, el trato de los cuerpos de seguridad del estado, las ca-
rencias en los barrios, las desigualdades sociales, el trato discrimi-
natorio en contra del ciudadano común, el racismo, el trato del
maestro hacia el alumno, la violencia que se observa en los hoga-
res; en fin, es una lista que pareciera no tener fin pero que confor-
ma el vasto campo de la violencia estructural e interpersonal
A todo esto se suma una tendencia cultural global que ya está
formando parte de nuestra manera de ser muy venezolana: los
valores predominantes de una civilización violenta que convierten
en algo sagrado, lo que son medios para colocarse por encima del
otro y obtener una posición de poder.
El individualismo posesivo, el consumismo, la búsqueda de
medios de poder para dominar al otro, etc.. Así tenemos que el ca-
rro, el dinero, el vestido y el calzado (de marca por supuesto), el
celular, el arma de fuego (mientras más grande y destructiva mejor),
etc., son esos medios instrumentales que se convierten en fines para
los propósitos de la gente en general en el mundo de la violencia.

28
Y esto no puede ser visto como una cuestión de personas que
se encuentran en una situación particular de desviación y por lo
tanto extraños para el grupo; no, esto constituye la regla general
de comportamiento que permite la adaptación funcional a una
sociedad que es violenta en su manera de ser y en su funciona-
miento.
En el caso de la juventud la cuestión es muy grave porque lo
que la caracterizaba normalmente eran los ideales tradicionales:
estudios, progreso, llegar a ser alguien, ser como mi padre o como
mi madre o la rebeldía, etc. Sin embargo estamos observando que
en vez de esto lo que constituye hoy los ideales de la juventud son
los valores de tipo materialistas del capitalismo de mercado, de los
arquetipos de la cultura de la violencia que hemos señalado antes.
El azote de barrio, el malandro, el policía violento, el líder de ban-
da, el Pran, etc.
Sobre todo cuando vemos que lo que predomina en la infan-
cia y la adolescencia en los barrios (que es en donde está la mayo-
ría de la infancia-adolescencia en nuestro país) son estos ideales
de realización personal; los cuales son verdaderamente anti-idea-
les. Esta situación explica la explosión de la delincuencia que esta-
mos viviendo hoy y sobre todo la emergencia del fenómeno de las
bandas delictivas; condicionadas también por la variable de tipo
demográfica.
Otro aspecto que está fuertemente vinculado al surgimiento
de la violencia social como un fenómeno de gran relevancia en nues-
tros días, es la convicción que ya funciona como una actitud básica
de que si no es por la violencia es imposible alcanzar las metas.
Lograr que el Otro del poder que tiene la capacidad de deci-
sión, oiga al que está pidiendo algo, es casi imposible. Así observa-
mos, por ejemplo, como un caso doloroso la muerte de estudian-
tes o de trabajadores que protestan por reivindicaciones sociales.
Con respecto a esto pensamos que una actitud generalizada que
forma parte ya de la lógica de esta civilización occidental-cristia-
na-capitalista, es la desvalorización de la vida.
La cuestión se puede plantear en términos de una relación
inversamente proporcional porque mientras más se valorizan los

29
objetos materiales y se genera lo que hemos llamado «la idolatría
del becerro de oro», más se desvaloriza la vida humana.
Qué vale la vida hoy frente a este «mercado de oropeles» que
es el estilo de vida de nuestra sociedad-civilización contemporá-
nea?, qué vale la vida de un estudiante de instituciones etiquetadas
ya de «violentas y peligrosas» ante la necesidad de reestablecer el
«orden público» de manera represiva?.
Admitamos que es necesario el mantenimiento del «orden
público», pero más importante es la vida de unos jóvenes que ape-
nas están abriendo los «ojos al mundo» y que el día de mañana
podrían haber sido unos excelentes profesionales.
En atención a todo esto planteamos la necesidad urgente,
mucho más que la construcción de obras públicas, de diseñar una
cultura, un estilo de vida basado en el cultivo de valores e ideales
que valoricen la vida por encima de cualquier otra consideración.
No basta que en la constitución vigente se establezca como
principio fundamental el respeto a la vida, es que debemos fomen-
tar a través de los medios, por ejemplo, como cuestión de política
pública, pero sobre todo como cuestión de moral práctica, una
ética de la vida cotidiana fundamentada en este principio.
Tenemos que trabajar en las escuelas (desde el preescolar has-
ta la universidad), las familias, la comunidad y las instituciones-
centros laborales en función de la instalación de esa nueva moral.

 Las bases socio-éticas de la violencia social

La acción social violenta, como cualquier otra constituye un


fenómeno de una gran complejidad. En primer lugar, no podemos
hablar de un solo tipo de acción violenta sino de muchos.
La violencia social constituye una amplia gama de acciones
que confluyen en la intencionalidad del acto: destruir total o par-
cialmente a una persona o grupo de personas en diversas dimen-
siones: física, psicosocial e integralmente. De ahí que sea posible
hablar de múltiples tipos de violencia de acuerdo al carácter de
ésta: física, simbólica, verbal, sexual y psicosocialmente; entre otras
o de instancias en donde se desrrolla: Individual (violencia auto-

30
infligida), interpersonal, familiar, institucional, comunitaria, societal,
internacional, etc.
Diferentes tipos de violencia de acuerdo a la finalidad de la
acción y carácter de la relación victima-victimario: violencia delic-
tiva, de pareja, escolar, maltrato infantil, conflictos interpersona-
les, etc. Finalmente, tenemos diferentes medios para llevarla a cabo:
armas, medios corporales, palabra, gestos, actitudes, acciones en sí
mismas, etc.
En todo caso, de lo que se trata es de provocar intencional-
mente daño en la otra persona o grupo. Aquí tendríamos que ana-
lizar la relación medios-fines porque podría ser que se presentara
como violencia instrumental (como medio para lograr un objeti-
vo) o violencia final, la violencia por la violencia misma.
Esta última es la más peligrosa porque está concentrada en la
destrucción de la víctima sin otro tipo de consideraciones. En la
violencia instrumental, el victimario utiliza la violencia para some-
ter a la víctima; es el caso del delincuente que ataca para obtener
un objetivo, el dinero o cualquier clase de objetos. Esta es una
relación despersonalizada porque al delincuente no le interesa la
persona, no la conoce y porque no ha habido previamente ningún
tipo de conflicto entre las dos partes. Esta también es una violencia
muy peligrosa porque es el producto de una sociedad en donde la
racionalidad instrumental se ha vuelto hegemónica privilegiando
los medios instrumentales por encima de cualquier valor humano.
También la violencia como valor final es muy peligrosa por-
que está dirigida a la destrucción de la persona como objetivo fi-
nal. La supresión de la vida o el daño a la persona constituye la
razón de ser de este tipo de acción violenta. En los dos casos pode-
mos inferir una actitud por parte del victimario de desprecio y
desvalorización de la vida humana como valor humano que cons-
tituye el reflejo de una actitud básica o estructural de la sociedad
en general.
La sociedad-civilización contemporánea fundamentada en una
ética instrumental (preeminencia de los medios instrumentales por
encima de los fines éticos) relega el valor de la vida a un segundo
plano, mas bien a un lugar deleznable.

31
Aquí podríamos hablar, parafraseando a Hanna Arendt (2001),
de un «estado de banalización de la muerte y de la vida». Es una
situación de estallido y confusión ética, en la cual las acciones pier-
den su diferencialidad y lo que ocurre entonces es un proceso de
aplanamiento, de achatamiento y licuefacción de los horizontes
éticos.
En este estado de licuefacción de los horizontes éticos da igual
vivir que morir, da igual matar que ser matado. En esta situación,
las personas son completamente desechables y por lo tanto pue-
den ser eliminadas a discreción.
Para la lógica de esta actitud estructural, lo sagrado humano
queda completamente abolido. Nada es sagrado y todo puede ser
profanado, comenzando por la vida misma.
En este contexto los límites estructurales éticos sufren un pro-
ceso de implosión, de estallido desde lo interno de la estructura de
la subjetividad que nos coloca casi automáticamente en el terreno
del « todo está permitido», «todo es bueno si se corresponde con
mis intereses personales» y responde adecuadamente a mis deseos
muy egocéntricos –»Máquinas deseantes»- (Deleuze, 1975) para
realizar el sentido del ejercicio del poder y la dominación sobre el
Otro..
No hay mediaciones ético-simbólicas, ni normativas que pre-
serven la vida humana como un valor central en el standard de las
jerarquizaciones de valor del sujeto-individuo-actor, de la estruc-
tura del grupo y de las estructuras societarias en general.

32
CAPÍTULO 2
Las inquientantes tendencias
hacia la pulverizacion de lo social

Aunque banalizado, tanto por las ciencias sociales como por el


sentido común, el concepto de lo social más amplio nos conduce
hacia la producción del significante y el significado que le dan
sentido a los objetos y las acciones orientadas al Otro desde la
subjetividad, siempre determinada por ese Otro del lenguaje y el
poder. En este sentido todo lo que tenga que ver con relaciones,
interacciones, influencias interpersonales, etc., se ubicará en el abi-
garrado y complejo campo de lo social.
Pero si apelamos a un registro más estructural, vale decir in
strictu sensu de la definición del concepto, podríamos entender lo
social como vinculado genéticamente a la infraestructura simbóli-
ca fundante de la acción orientada a la construcción de asociacio-
nes basadas en relaciones (cooperativas o conflictivas) siempre
mediadas simbólicamente. Significaciones y relaciones que consti-
tuyen el entramado complejo que es la vida social.
Lo social-matricial se estructura, entonces, en torno a «cadena
de relatos» fundantes que está a la base de lo social como rendi-
mientos concretos, en tanto hecho puramente fáctico. Ficciones
fundantes: mitos, representaciones sociales, relatos estructurales y
simbólicas, imágenes, etc., que constituyen «la piedra angular» de
lo social como acontecimiento, como hecho,
La gramaticalización de lo humano-social (la codificación de
lo social como pensamiento discursivo) concreto es subsidiaria de
«sistemas de provisión y totalización de sentido». Sistemas de sin-
taxis de lo social; vale decir, lugares desde donde éste es enunciado.

33
Imposible aproximarse a lo social desde el Logos-discurso ra-
cional- exclusivamente, si no nos apoyamos en esta tarea de la
intuición, los sentidos y el Pathos; la emocionalidad, los afectos y
las pasiones; vale decir el sujeto para poder comprender, más que
entender, los significados, las representaciones, los imaginarios, ac-
ciones y todo el despliegue de musicalidad del oropel de la danza
infinita y cósmica que es la vida social- como madeja de relació-
nes-provista de sentido.
Sin embargo, nunca en el tiempo de existencia que lleva la
especie humana, la «danza de lo social», ha sido totalmente armó-
nica, ni mucho menos acompasada; por el contrario, con algunas
excepciones, la regla ha sido una vida tormentosa, agonística, en
lucha siempre permanente con la naturaleza, los dioses, el Otro
diferente, o el Otro semejante, los acontecimientos y las estructu-
ras de poder y dominación.
Lucha por el predominio, los intereses, la hegemonía, la su-
pervivencia (no solo material sino también existencial), en donde
los protagonistas han sido las pasiones, los imaginarios, las necesi-
dades, los conflictos; la comedia, la tragedia .
Y en ese sentido lo social-matricial (estructuras de origen) en
tanto cadena de relatos fundantes, ha estado en la base de lo social
como generador de rendimientos: acciones, relaciones, significa-
ciones concretas. La gramaticalización de lo humano-social (orde-
nación estructurada) corre pareja con la existencia de «sistemas de
totalización de sentido» que se constituyen en procesos proveedo-
res de sentido; vale decir, suministradores de sintaxis a la polifo-
nía, al torbellino de las múltiples manifestaciones de acciones ma-
teriales y actos de habla en general que se despliegan en cualquier
situación en la cual existen seres humanos.
Cosmogonías, mitos, imaginarios simbólicos, sistemas de re-
presentaciones, etc., están ahí para decirnos que es imposible que
la vida social haya transcurrido, sin narrativas estructuradotas (or-
ganizadoras) que realicen síntesis totalizantes del sentido.
No obstante, el proceso que está conduciendo a la instalación
de una civilización globalizante hoy, es también el camino que de-
fine una fuerte tendencia que propugna la disolución de lo social

34
como plexo de relaciones mediadas por relatos de referenciación
simbólica (lenguaje, valores, normas, etc.) para colocar en su lugar,
un concepto de lo social como efecto residual de una racionalidad
instrumental que lo está convirtiendo en simplemente un artefac-
to-artificio.

 Lo social como lugar de condensación del sentido

La auto-conciencia, como conciencia de la identidad del yo, es


el rasgo sobresaliente que permite diferenciar al hombre de los
demás animales que comparten con el «Homo Sapiens», la escala
zoológica.
Esta particularidad convirtió al hombre en el único animal
capaz de elaborar relatos además de creerse esos relatos, aunque
supiera que estos no respondían más que a la Lógica del deseo. Y
sin embargo, esa Lógica de necesidades interpretadas a partir del
deseo, que constituye relatos, se coloca como un factor esencial de
la Matriz de producción simbólica de lo social.
La producción de sentido, en tanto proceso que provee de
propósitos, direccionalidad y justificación a la acción, al pensa-
miento y al habla, está vinculados con relatos, que no existen en
forma puntual sino en forma de cadenas, cadenas de relatos.
Metáfora (énfasis en lo general) y metonimia (énfasis en un aspec-
to concreto), pero con predominio de una de las dos, según sea el
tipo de matriz societal al cual nos estemos refiriendo.
Lo social, entonces, como relaciones provistas de sentido y por
tanto condición inherente y constitutiva del hombre, obtiene su
fundamentación de estos procesos.
Por supuesto que estos relatos nunca serán de un solo tipo,
sino que son múltiples, variados y complejos, vale decir, sobrecar-
gados de significaciones y a veces contradictorios y ambivalentes.
Mientras mayor sea la diferenciación sistémica y estructural de la
sociedad, mayor será la complejidad de los relatos.
En este sentido y contrariando la visión materialista mecani-
cista de la historia, lo social como redes de relaciones con sentido,
no dependen de las estructuras materiales de producción exclusi-

35
vamente, sino de estructuras simbólicas ficcionales en última ins-
tancia, como son los relatos.
Podemos decir entonces, que las construcciones imaginarias
en sí mismas, son capaces de generar lo más real que el ser huma-
no tiene como es lo social. Y esto no es más que redes de inter-
subjetividades mediadas y constituídas por el lenguaje e imagina-
rios simbólicas como estructuras fundantes,.
Y en eso consiste toda la crisis de un Episteme, aún con mu-
cha fuerza como es la Modernidad. No es que este estilo de pensa-
miento dejó totalmente de resolver problemas de manera que se
volvió disfuncional, sino que el sujeto concreto de la vida cotidia-
na dejó de creer que esta era la única manera de fundamentar su
pensamiento y acción.

 Lo social devenido en mero efecto residual, ¿metáfora de


la crisis civilizacional actual?

La Modernidad significó la definición de lo social, a partir del


carácter de contrato social que adquirían las relaciones sociales.
Esto era posible por la capacidad que tenía el hombre, utilizando
la razón, de crear formas de asociación que le permitieran vivir en
armonía.
La felicidad y la libertad, promesas civilizatorias de la Moder-
nidad finalmente serían ahora posible, a través de la razón. Toda
una manera de pensar, sentir y actuar, es decir, todo un Modelo
civilizatorio fundamentó las esperanzas de redención definitiva de
la humanidad, en la «la tierra prometida» que la racionalidad for-
mal garantizaba.
El status de lo social como pacto (entre los hombres y los Dio-
ses), fue un relato matricial en sociedades no modernas. La alianza
entre Jehová y su pueblo, en los hebreos, fue un pacto que permi-
tió la construcción de un modelo civilizacional teocrático que aún
llega hasta nuestros días.
Mitos, cosmogonías, sistemas filosóficos en general, ponen de
relieve el carácter matricial que tienen los pactos, alianzas, contra-
tos y sistemas de asociación que hablan de integración social me-

36
diada por el lenguaje y las estructuras de lo imaginario simbólico
que no son más que las manifestaciones del sujeto, como sujeto de
habla y del deseo y de ahí su condición como tal de establecer
relaciones provistas de sentido con el Otro.
Toda una tendencia estructural que constituye el «núcleo duro»
de la civilización capitalista globalizante, está rápidamente, aun-
que no sin resistencias, pasando a comandar los procesos civiliza-
torios del mundo actual, tanto en el centro como en la periferia.
Esta tendencia fundamenta su propuesta de integración social en
imperativos sistémicos de un paradigma estratégico-adaptativo que
prescinde por inútil de estructuras narrativas orgánicas (relato es-
tructural) y del discurso. En forma progresiva se instala, ahí adon-
de reinaba el Logos discursivo de la Modernidad y las cosmovisio-
nes de la sociedad tradicional.
A través de la «Rétórica de las imágenes» (cultura visual) des-
plegada por un monstruoso aparato de difusión mediático, mar-
chamos hacia la implantación de un dispositivo subjetivo que opera
más por reflejos condicionados, que por medio de la discursivi-
dad.
Códigos, Signos y señales, más que símbolos, constituyen las
estrategias-instrumentales que intervienen en la instalación de ese
«dispositivo de subjetividad» que se propone y parcialmente lo ha
logrado, eliminar las mediaciones éticas, simbólicas y sociales en
general que constituían el sustrato de la vida en relación.
En su lugar estamos asistiendo a un proceso de instrumentali-
zación de la conciencia. Instrumentalización de la subjetividad y
la vida social que está conduciendo finalmente a la instrumentali-
zación del Inconsciente individual y societario para colocar en el
lugar de las representaciones, los símbolos y las pulsiones, un dis-
positivo que se soporta en un programa de adaptación compulsi-
va a las estructuras de mercado y la racionalidad instrumental en
general.
La «Subjetividad dispositivo» o el «Inconsciente dispositivo»,
funcionan con la racionalidad de la «pulsión de muerte» que al
decir de Freud (1978) se orienta hacia la reducción de la vida
orgánica a lo inorgánico, a lo inerte, a la muerte.

37
 De-socialización y De-culturación compulsiva: dos
dimensiones del mismo proceso

Es imposible pensar, la ausencia total y absoluta de lo social y


lo cultural, cuando hablamos de de-socialización y de-culturación.
Esto no ha sucedido nunca en ninguna sociedad ni siquiera en los
peores episodios de aculturación, transculturación o anomia vivi-
da por sociedad alguna. Incluso en estos períodos, encontramos
siempre organización social, construcción de normas, valores y
cultura en general.
No existe el vacío total ni en la naturaleza ni en la sociedad, ni
en la cultura; tanto una como otra aborrecen el vacío. Pero si po-
demos hablar de momentos históricos en donde los procesos civi-
lizatorios ejercen efectos tan devastadores sobre las estructuras so-
ciales y culturales como para erosionar profundamente los cimien-
tos de una Sociedad-cultura determinada, en cuanto a las condi-
ciones de posibilidad estructural del intercambio simbólico.
Mediaciones simbólicas, ético-normativas, cognitivas, institu-
cionales; en fin, toda una infraestructura del funcionamiento, como
acuerdos básicos fundamentales de cualquier grupo humano o
sociedad, que entra en un proceso de entropía, no sólo como pro-
puesta civilizatoria concreta, sino como funciones simbólicas, es-
tructuras formales y códigos culturales propios de la especie. En
atención a esto, decimos que estamos asomándonos a las puertas
de grandes mutaciones socio-filogenéticas.
El tipo de contexto de relaciones de poder material y simbóli-
co, a partir del cual se construye esta infraestructura en un mo-
mento histórico determinado, es sumamente importante; no obs-
tante nos interesa hacer el énfasis en la naturaleza del proceso que
significa un «coeficiente excedentario de poder» como para ejercer
un efecto de fagocitosis (tragar) de toda la arquitectura de una
Sociedad-Cultura que significaba una manera eficaz de producir y
reproducir socio-biológicamente, la vida.
El proceso de incorporación compulsiva de la sociedad-cultu-
ra venezolana al sistema capitalista de la sociedad de mercado glo-
bal (globalización), ha girado en torno a la maquinaria de tritura-

38
ción de formas tradicionales de vida que contenían propuestas de
asociación fundamentadas en acuerdos básicos centrados en la
persona como la «ideología del honor», estructuras familísticas,
redes de interacción y comunicación; así como la des-moderniza-
ción represiva de un cierto tipo de Modernidad que aunque atípi-
ca y barroca, tenía cierto poder de convocatoria a partir de una
ideología contractualista.
De forma compulsiva comienzan a imponerse como hegemó-
nicas, tendencias pulverizadoras de todo lo que hasta ese
momento había constituído lo social como «racimo de relatos»
fundamentadores de redes de asociación y de socialidad en general.
Asociaciones primarias premodernas (familias y clanes fami-
liares), precariamente modernas, pero que respondían básicamen-
te a una matriz de estructuración fuertemente matizadas por un
sustrato lúdico-estético; modos de producción de transacciones
sociales (solidaridades mecánicas) modo de resolución de conflic-
tos intergrupales e interpersonales que tenían como base redes de
racionalidad comunicativa, etc.; son diluídas en el «magma bur-
bujeante» de estas tendencias que como «huecos negros del espa-
cio», fagocitan (se tragan) cualquier forma de vida social orgánica.
Familia, comunidad, grupos de parentesco extendido o red
extensa familiar, grupos primarios afectivos locales; todo esto deja
de tener significación para pasar a ser un «cementerio de sociali-
dad difusa» que son sustituidos por redes de asociaciones que tie-
nen un carácter pragmático-instrumental como son las pautas in-
teractivas y comunicativas de la vida cotidiana hoy, las bandas
delictivas, los grupos tribales urbanos, etc.
Así una sociedad que de manera balbuceante y muy precaria
se asomaba al imaginario de lo nacional, vale decir, estado nacio-
nal y proyecto de «Ser Nacional» (identidad nacional), es impac-
tada por fuerzas licuadoras de lo social realmente existentes, fun-
damentadas en los códigos de señales de una racionalidad totali-
tariamente instrumental.
De esta manera desaparecen por disfuncionales y anacrónicos
todo un conjunto de mediaciones sociales, normativas y simbóli-
cas como: rituales simbólicos, reguladores normativos y valorati-

39
vos, sistemas de saberes y representaciones simbólicas que le da-
ban sustentabilidad a lo social.
Estas estructuras son desplazadas por códigos, sistemas de se-
ñalizaciones y comandos conductuales, que tienden a desvincu-
larse de cualquier contexto sociocultural, que adquieren formas
concretas en una ideología difusa de pragmatismo-materialista-
utilitarista, e individualismo anómico-egocéntrico.

 Del sujeto trascendental de la Modernidad al individua-


lismo- egocéntrico-narcicista de la sociedad posmoderna

La noción de compromiso o de contrato social subyace en el


fondo del universo asociativo de la modernidad. Lo social como
concepto, strictu sensu, es posible sólo como el producto de una
elección racional hecha por un sujeto de compromiso histórico
que es capaz por solidaridad orgánica de vincularse con el Otro
para conformar grupos y urdir la trama de las relaciones sociales
en general.
En el ámbito micro-social, es la familia la que aparece como el
grupo primario por excelencia. Estructura de intermediación so-
cial primaria entre el individuo y la sociedad más amplia. la familia
en la sociedad cristiano-occidental-capitalista fundamenta su razón
de ser en dos paradigmas básicos como son: el cristiano y el jurídico.
Sexualidad orientada a la procreación exclusivamente como
medio de asegurar la descendencia que posteriormente se trans-
formará en sujetos-ciudadanos aptos para la construcción y re-
producción de una sociedad históricamente enderezada hacia el
progreso, supone una «pastoral de la carne», un modelo discipli-
nario y un patrón del tipo normal-patológico que tiene como ob-
jeto el control del cuerpo.
El modelo victoriano de familia quizás sea uno de los ejem-
plos más contundentes de una «economía política libidinal do-
méstica» fundamentada en un discurso pretendido como verda-
dero que atiende a las fuentes de inspiración antes señaladas: una
ascética cristiana y un modelo disciplinario y del tipo normal-pa-
tológico.

40
Hoy tenemos un estado de disolución de las viejas estructuras
familiares que dejan de fundamentarse en un paradigma de alian-
za para adoptar un paradigma esencialmente estratégico- instru-
mental.
En el espacio dejado por las antiguas estructuras lo que se
colocan son dispositivos de poder y saber que producen como
resultado un agregado amorfo de individuos, intereses, interaccio-
nes, estrategias y sobre todo de relaciones de fuerza en competen-
cia por el poder y el dominio. Mera reproducción del «orden caní-
bal» generalizado en que se ha convertido la sociedad en general.
Este «orden caníbal» constituye el aspecto más visible del or-
den de mercado sin mediaciones y universalmente funcional pro-
puesto como único paradigma de estructuración y funcionamien-
to de la sociedad.
Sí el Otro para mi ya no es más que un medio para la realiza-
ción de algún beneficio, o un potencial o real competidor, o sim-
plemente un factor de poder (en sentido tanto pasivo como acti-
vo), lo social en tanto que pacto, compromiso, diálogo o interrela-
ción pautada que se establece con el Otro, ya no es posible por
imposibilidad estructural y no de hecho sencillamente.
En estas condiciones, lo social (en sentido estricto) como redes
de intercambio simbólico (retículo semiótico) tiende a desaparecer
para generarse en su lugar una red de dispositivos de información
y de actuación en un medio que asume el carácter de unas estruc-
turas sociales organizadas por y para el mercado.
Se trata de un proceso de de-socialización y de-culturación
(in strictu sensu) a que conduce una situación de hiper-indivi-
dualización posesiva constitutiva del yo del hombre de la civiliza-
ción post-industrial posmoderna.
Atomización del yo como instancia relacional que deviene aho-
ra en virtud de la pulverización de la trama de relaciones sociales,
en simples mónadas o átomos que entran estratégicamente en con-
tacto con otras. Fragmentación del conocimiento y los saberes por
efectos de la proliferación de información no controlada por los
sujetos, ni siquiera por las instituciones universitarias sino por las
redes telemáticas de información.

41
Más que relaciones, lo social es hoy una cadena de interaccio-
nes que transcurren entre subjetividades y que funcionan como
artefactos orientados esencialmente hacia la adaptación. De esta
manera, lo social termina siendo un artefacto en este juego de prin-
cipios de acción y reacción en donde la subjetividad se ha vaciado
de contenidos trascendentales como: relatos estructurales, ideolo-
gía, metafísica, sentido, etc.
Meros efectos residuales de los rendimientos de un aparato de
producción y consumo que no sólo es de productos materiales y
servicios sino y fundamentalmente, de signos, códigos y de
subjetividad.
En el plano de las relaciones entre verdad y subjetividad, en la
vida cotidiana, este fenómeno ha significado la emergencia de un
proceso de individualización de la verdad (posesión individual de
la verdad) a niveles subjetivos En todo caso este estado de ánimo o
posición asumida como individual será siempre el producto del
aparato mass-mediatico cuya función como estructura producto-
ra de verdad y or tanto de subjetividad, es estratégica para esta fase
de desarrollo post-capitalista y posmoderna.
El concepto de la subjetividad como dispositivo individual (te-
lespectador-consumidor compulsivo) que implica como condición
estructural la disolución de todo tipo de identidad (tanto indivi-
dual como colectiva) encuentra arraigo en una situación de comu-
nicación en la que lo que predomina no es un orden de inter-
relación sino de inter-reacción.
Respuestas adaptativas a señales-estímulos que son procesa-
dos de acuerdo a programas mass-mediáticamente establecidos y
no por subjetividades-memorias vinculadas a tradiciones étnicas y
culturales en general, que permiten la interpretación de la expe-
riencia, sino por dispositivos funcionales que es en lo que ha deve-
nido la subjetividad (tanto individual como colectiva).
En el contexto de estas estructuras de interacción, la comuni-
cación adquiere el carácter de un proceso de yuxtaposición de in-
dividualidades muy egocéntricamente e hiper-narcísticamente
orientadas hacia un Sí mismo cada vez más primario y elemental.
Inter-acciones entre aspectos meramente tangenciales del yo que
sienten horror por la profundización de la comunicación.

42
Un hombre auto-egocéntrico al decir de Morin (1998) que se
constituye como subjetividad en tanto «máquina deseante» que
vive permanentemente frente al «espejo» sin la capacidad de reco-
nocerse críticamente en el Otro dominante y del poder.
Este plan de máquinas en que se constituyen las relaciones
sociales implica bien como causa o efecto, la muerte de la subjeti-
vidad como espacio de condensación dinámico de las relaciones
sociales y por tanto de lo social. Así el sujeto se constituye en una
«cosa» que desea cosas.
Se trata de un proceso de de-socialización y de-culturación
del yo y de la conciencia en general que está produciendo una
subjetividad regresiva y egocéntrica y por lo tanto orientada hacia
la acción violenta.

 De la etapa del sujeto como individuo al colectivismo


regresivo- masificante

El concepto de sociedad de masas alude al carácter anónimo e


impersonal de grandes colectivos que adquieren organicidad a partir
del modelo de comunicación inaugurado por los medios masivos
de difusión. No obstante, esos colectivos electrizados por la comu-
nicación de masas podían regresar a sus estructuras comunicacio-
nales ordinarias una vez que cesaba este proceso.
Hoy el modelo de comunicación mass-mediático penetra los
intersticios del tejido social llegando hasta los estratos más pro-
fundos del Inconsciente, para desde ahí generar sentido, nuevas
subjetividades, nuevas realidades.
El aparato mass–mediático instalado como un dispositivo que
se coloca en el Inconsciente de la gente gobierna la lógica de pro-
ducción del sentido del colectivo devenido masa permanente, al
penetrar hasta los «mundos de vida» de éste.
Este proceso incluye el vaciamiento de las memorias colectivas
tradicionales y su instrumentalización en la racionalidad de mer-
cado y finalmente su incorporación en términos de alusiones a lo
folklórico.
En el plano estrictamente sociológico, tenemos la mutación de
toda una red de estructuras relacionales en una masa amorfa, es-

43
tadísticamente definida. Se trata de magnitudes y números que se
expresan en los resultados de sondeos de opinión pública que ha-
blan de la manera como se configura un tipo promedio-consumi-
dor promedio. Gusto, saber, actitudes, ciudadanía y comportamien-
tos promedio, etc.
Lo social constituido a partir de fundamentos simbólicos y
entendido en el contexto de lo ético-normativo como asunto de
compromiso, pacto o contrato social, da paso a un fenómeno que
se constituye como efecto residual del rendimiento de aparatos y
dispositivos comunicacionales mass-mediáticos.
Meros efectos de superficie de estructuras que lo subsumen en
la ciénaga de redes mass-mediáticas de información y cuyo efecto
final es la pulverización tanto de lo social como de la subjetividad.
Todo el tejido de la sociedad actual tiende entonces a asumir
el carácter de un colectivo muy primariamente orientado desde el
punto de vista de su constitución socio-cognoscitiva pero también
en cuanto a su configuración afectivo-emocional.
La manera de entablar el intercambio con la realidad y por lo
tanto la manera general de conocer y pensar, se resuelve en térmi-
nos de «sistemas de señales de primer orden» en el sentido en el
cual la reflexología ha entendió el problema; sistema de señales y
de indicios que suponen la exclusión del lenguaje o señales de
segundo orden.
En el plano afectivo-emocional, la configuración socio-cog-
noscitiva tipo estimulo-respuesta automática (en sentido pavlo-
viano), se corresponde con un prototipo racional, un tipo ideal
que fundamenta una forklusión (ocultamiento) y posterior ins-
trumentalización, de los sentimientos y emociones. Del Incons-
ciente estructurado como lenguaje, al decir de Lacan.
Del sentimiento trágico de la vida, habitada desde hace algún
tiempo por grandes r4latos y pasiones, hemos pasado a una situa-
ción de neutralismo afectivo-valorativo por efectos de un proceso
de negación del «Pathos» moderno heredado de los griegos.
Simplemente las pasiones se vuelven inútiles y hasta se consti-
tuyen en obstáculos para el logro de objetivos en situaciones en las
cuales lo que procede es la elección racional de medios que deben
adecuarse al logro de fines también racionales.

44
Por otra parte tenemos, integrando la constelación de fenóme-
nos señalados, un proceso de primarización del universo afectivo
vinculado a otro proceso como es el de la colectivización de una
subjetividad instrumentalizada de carácter regresivo y egocéntrica
que es lo propio de las sociedades de masas siempre con «la boca
abierta y salivando»
Se trata del recurso al expediente de la regresión primitiva y
egocéntrica; narcicística y ligada a los procesos primarios del yo,
como respuesta a la evaporación del sentido trágico y la actitud
heroica ante la vida. Podemos hablar aquí de un desplazamiento
que toma el camino de regreso al mundo de lo meramente pulsio-
nal y finalmente gobernado por el principio de la razón instru-
mental.
En este sentido, no tendremos entonces una tensión entre la
pulsión y la razón puesto que a la racionalidad mass-mediática le
es funcional el arquetipo de un sujeto del deseo oral muy primiti-
vo y elemental que configura un universo de tele-espectadores y
compradores- consumidores por impulso.
Un sujeto sin identidad, sin memoria, sin referencias a memo-
rias colectivas, sin capacidad de elaboración de los procesos afecti-
vos y totalmente pulsional y lobotomizado (ablación del cerebro).
Se trata de un colectivo inorgánicamente constituido a partir
de un sistema de señales cuya estrategia está orientada a la erradi-
cación del lenguaje como sistema de comunicación y por tanto de
fundamentación de los procesos de inter-subjetividad. En su lugar
lo que se generan son «redes de contactos» a partir de una estruc-
tura que funciona al estilo de modelos automáticos de informa-
ción con entradas y salidas pero sin caja negra.

 Implantación de un patrón de individualismo posesivo


como subjetividad funcional al capitalismo global.

Los procesos de modernización en Venezuela, como en mu-


chas partes del mundo, han traído consigo cambios devastadores
desde el punto de vista político, económico, cultural y sobre todo
en las estructuras de los sistemas de interacción social. En este cam-

45
po encontramos que se ha venido reduciendo dramáticamente el
espesor de lo que siempre constituyó la trama de la vida social.
Así tenemos que reguladores normativos, valorativos, rituales
de la interacción, pautas interactivas, etc., y toda clase de media-
ciones sociales son barridas por las fuerzas de la Neo-moderniza-
ción global. Estos cambios en las estructuras sociales y culturales
obedecen a un patrón de individualización excesiva de la concien-
cia y del yo que son asumidos como el único modo de lograr la
adaptación a un medio social caracterizado por el carácter de «or-
den caníbal» o de la ideología del «sálvese el que pueda».
Sin duda que los cambios que se producen en el sistema social
terminan penetrando los estratos más profundos de la subjetivi-
dad hasta llegar al nivel del Inconsciente no sólo individual sino
también societario.
Las mediaciones institucionales (familia, partidos políticos,
asociaciones, etc.), las mediaciones simbólicas (simbolismos mági-
co-religiosos, sociológicos, familiares, etc.) y los reguladores nor-
mativos (normas, pautas de conducta, costumbres, etc.) que con-
formaban la infraestructura social de la sociedad, comenzaron a
evaporarse como «pompas de jabón» al contacto con el torrente
arrollador de procesos de urbanización compulsiva y masificación
violenta de las relaciones sociales.
En su lugar emerge una manera de ver al mundo de tipo ma-
terialista- pragmático-utilitarista, propia del individualismo pose-
sivo. Las mediaciones institucionales que desaparecen, le ceden el
paso al intercambio organizado propio del mercado, a los grupos
de interés y de poder y entonces aparece en los escenarios sociales,
el fenómeno de las bandas delictivas y la tribalización como expre-
sión patológica de estos cambios.
Este fenómeno adquiere el carácter de estructura universal que
se reproduce a nivel de todas las instancias: en lo político, en el
terreno sindical, mediático, pero sobre todo en el campo de lo so-
cial y fundamentalmente, en el mundo del delito.
El modelo de subjetividad que está a la base de este proceso, es
el de un narcisismo primario cosificante que induce a la instaura-

46
ción de un estado que pudiéramos denominar como de «primari-
zación de la conciencia».
Este estado de conciencia como un modo «normal» de confi-
guración de la subjetividad podría en estos momentos estar con-
duciendo a procesos de «individualización desintegradora» que
amenazarían seriamente el orden de lo social construído a partir
de las bases elementales de la relaciones del Sí mismo con el Otro,
en términos de relaciones de convivencia.
De esta manera, el Otro, tanto como el Yo, dejan de tener una
configuración humano-social-real, para pasar a ser abstracciónes
generalizadas, bien como el Otro inmediato o como el Otro del
poder y el significante o como el Yo cosificado y convertido en
mera abstracción para el Sí mismo.
La metáfora predominante aquí es la de una visión en espejo
permanente del Sí mismo y por lo tanto la vivencia de lo social
como un monólogo eterno que ha prescindido del diálogo por
innecesario e imposible.

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48
CAPÍTULO 3
La globalizacion:
el gran proceso civilizatorio de transformación
violenta de las sociedades contemporaneas

 Globalización y Modernidad

La modernidad había supuesto espacios políticos y sociales


estables que se fundamentaban en categorías como: razón, sobera-
nía popular, estado nacional-republicano, soberanía nacional, vo-
luntad general, progreso, contrato social, etc.
El proceso de Des-modernización (Touraine, 1996) vivido pri-
mero por los países del centro capitalista y luego por los de la
periferia, ha significado la desintegración de esos espacios políti-
cos y sociales estables, y por tanto la evaporación de esas catego-
rías, por efectos de la penetración al interior de éstos, de redes de
diversa naturaleza: financieras, informacionales, mediáticas, comu-
nicacionales, informáticas, etc., que han inducido situaciones de
separación entre el mercado y la cultura, la razón instrumental
(ciencia/técnica) y los procesos simbólicos y el intercambio finan-
ciero y las identidades (colectivas e individuales) por la otra parte.
Esto que ha implicado la separación entre cultura y sociedad
en un primer término y luego entre la sociedad y la racionalidad
instrumental en un segundo plano, ha terminado produciendo
un fenómeno de de-socialización.
Lo que ocurre, simplemente es que la racionalidad instrumental
se autonomiza y declara su independencia de toda la organización
social y partir de ese momento, como si fuera un «Frankestein so-
cial» coloniza y hegemoniza todo el universo de lo humano-social.
No fue así siempre en la Modernidad, pues los procesos de
producción aparecían vinculados a estructuras de organización

49
social y cultural, a sistemas de relaciones sociales. En este sentido
podíamos hablar con propiedad de relaciones sociales de produc-
ción, división social del trabajo, explotación, alienación, solidari-
dad orgánica, etc.
Hoy, el proceso de producción asume el carácter de un dispo-
sitivo técnico que se presenta como autonomizado de cualquier
imaginario social que suponga al hombre como actor central en el
drama de la vida; bien como explotador o explotado, esclavizador
o esclavizado.
En este sentido, el hombre no se aliena al proceso de produc-
ción, simplemente se integra sinérgicamente y mecánicamente a
un proceso que adquiere él mismo, un carácter maquinal autonó-
mico.
Este proceso de des-modernización significa el paso violento
desde los espacios públicos definidos por la organización política
(la Polis) a espacios sociales que adquieren sentido por el carácter
de territorialización que asumen.
La Modernidad como episteme fundamental de la civilización
occidental, estaba centrado en categorías cardinales como: progre-
so, historia, razón, sujeto. La historia estaba trazada como «mar-
cha lineal hacia el progreso» de acuerdo a la ontología hegeliana
que suponía una temporalización excesiva de los procesos sociales.
Todo estaba determinado por la búsqueda en el tiempo de la
«tierra prometida» del provenir radiante que significaba el adveni-
miento del «reino de la libertad y la felicidad».
De pronto todo este imaginario comenzó a cuartearse y final-
mente se derrumbó dejando en su lugar procesos de fragmenta-
ción social que se expresan en el surgimiento de microespacios
societales que no están definidos por la categoría social tiempo.
Ahora es el espacio y no el tiempo lo que define los modos de
producción de subjetividad, intersubjetividades y solidaridades que
más que orgánicas vuelven a ser mecánicas.
En vez de orientar la acción hacia un fin determinado históri-
camente en busca de la realización de la Utopía concreta de lo que
se trata es del logro de intereses propios de la racionalidad instru-
mental en un espacio determinado.

50
Procesos globales, mundos de vida y subjetividad

Ciencia-técnica, mercado, proceso de producción, son catego-


rías que aparecen hoy como des-vinculadas a las redes de organi-
zación social o identidades culturales específicas. Simplemente son
estructuras autónomas que tienden a la auto-reproducción a par-
tir de la implantación de un nuevo tipo de racionalidad y de sub-
jetividad en sintonía con estos procesos.
El universo objetivado de símbolos de las redes globales (pro-
ceso de globalización sociocultural), deshacen las memorias e iden-
tidades colectivas y los mundos de vida locales y regionales. Pulve-
rizan la subjetividad individual y colectiva generando un proceso
de fragmentación de la experiencia de la vida cotidiana, tanto del
sí mismo como del Otro y del mundo.
¿Cómo se realiza la experiencia del Sí, hoy día?, desde qué
lugar o lugares, el yo toma conciencia de Sí?. La experiencia del Sí,
hoy en día, se realiza en el terreno abonado de situaciones de in-
formación masiva, de imperativos sistémicos de mercado y de re-
des tecnológicas, completamente des-contextuados de los ámbitos
de interacción social.
Lo que signó la puesta en escena de la realización de la expe-
riencia de Sí en los predios de la sociedad premoderna y moderna,
fue su ubicación en el contexto de un sistema y de redes de inte-
racciones sociales.
Esto suponía la existencia previa de un sistema de referencia
cultural, plexos de interacción social (normas, pautas de acción
interactivas, instituciones, etc) y un modo específico de estructurar
la subjetividad en relaciones de correspondencia con las estructu-
ras sociales y culturales; vale decir, correspondencia entre el siste-
ma y el actor.
El cemento que vinculaba a estas estructuras entre sí era un
relato que justificaba y legitimaba al sistema como totalidad social.
Un relato estructural (una visión del mundo), una gramática dis-
cursiva, un sistema de totalización de sentido (modo de produc-
ción y reconocimiento de sentido) estaban a la base de la subjetivi-
dad, la sociedad y la cultura, en tanto sustrato a partir del cual se
realizaba la experiencia de Sí.

51
El proceso de globalización ha significado la pulverización de
las estructuras de cualquier relato que constituía la referencia con-
textual por excelencia al hecho de la puesta en contacto del indivi-
duo con el Sí mismo como acto fundante de la subjetividad y del
Sí mismo con el Otro, como fundante de la socialidad. Principium
Individuationes.
Un mar de corrientes aluvionales de signos y símbolos objeti-
vados, señales e información presentes en la cultura de masas, des-
ligados de cualquier sustrato en forma de un contexto narrativo,
constituyen el horizonte que el individuo tiene hoy en la vida coti-
diana, para dar cuenta de Sí, de los otros y del mundo en general.
Redes de telecomunicaciones (TV, cable, Internet, World Wide
Web), de mercado y procesos técnicos en general, generan modos
de producción en serie de subjetividades (clonación social) para
su adecuación eficaz al mercado de objetos, signos, símbolos e in-
formaciones.
El capitalismo mundial integrado (globalización) se auto-re-
produce, más que por la elaboración de bienes materiales, por la
producción de códigos, signos y símbolos (subjetividad) como muy
bien lo ha afirmado Guattari(1991).
En las relaciones entre el sistema y los mundos de vida, las
estructuras de integración social (instituciones, lengua, educación,
cultura) dejan de ser un objetivo fundamental y la subjetividad
termina subordinándose a los imperativos sistémicos; es decir, a la
reproducción hasta el infinito del sistema dominado por la racio-
nalidad instrumental.
La adaptación al ambiente constituye el principio general que
rige la subjetividad individual y colectiva y no el mundo de la
racionalidad comunicativa o mundo del lenguaje. Se trata de soli-
daridades mecánicas más que orgánicas porque el significado de
«contrato social» que adquirió la vida social en la modernidad ya
no tiene ningún sentido por su evidente inutilidad para la repro-
ducción del sistema.

52
CAPÍTULO 4
Tribus urbanas y construcción social de la territorialidad

El surgimiento de grupos que se constituyen en torno a un


territorio y definen su razón de ser por motivos estéticos, posesión
de objetos o referencias a imaginarios ideológicos radicales (nazis-
mo, izquierdismo, etc.) como búsqueda de identidad difusa, no es
un fenómeno nuevo.
Ya desde los años 20, en Los Estados Unidos, en plena post-
guerra y con la llegada de los inmigrantes europeos, se empieza a
hablar de las pandillas que se forman en la periferia urbana de las
grandes ciudades.
Posteriormente en los años sesenta, fundamentalmente en Eu-
ropa y los Estados Unidos vuelven a surgir las pandillas juveniles,
dentro del contexto de la Contracultura y los movimientos socia-
les contestatarios.
Luego en los años ochenta aparece una variada gama de gru-
pos que se sitúan en el espectro ideológico de la ultraderecha racis-
ta y la ultraizquierda: grupos neo-nazis, skin heads, punks, etc.
En Venezuela, para los años sesenta y bajo el influjo de la con-
tracultura, los medios de comunicación y el movimiento protesta-
tario, surgen las pandillas juveniles, como un fenómeno esencial-
mente urbano.
Estos son grupos violentos juveniles que se constituyen para
combatir con otros grupos, sin armas de fuego y sin propósitos
expresamente delictivos. Eran los «patoteros» que protagonizaban
enfrentamientos callejeros para demostrar supremacía en un terri-
torio determinado pero que no llegaban a la muerte violenta.

53
En América Latina, a partir de los años ochenta y fundamen-
talmente en Centro América, surgen las pandillas violentas de ca-
rácter delictivas, denominadas «Maras». Al terminar la guerra,
muchos de los jóvenes que regresan de los Estados Unidos, con-
forman este tipo de pandillas que controlan territorios para el trá-
fico de drogas y la consumación de delitos de alto nivel de violencia.
En Venezuela, el fenómeno de las pandillas delictivas o ban-
das, como un fenómeno de importancia sociológica, aparece a
mediados de los 90. Pero el contexto sociocultural y sociopolítico,
no es ya el de los movimientos contraculturales y protestatarios de
los años 60 que desafiaban abiertamente el sistema capitalista, la
ideología de la dominación burguesa con sus valores fundamenta-
dos en el trabajo asalariado, la producción, la familia burguesa y el
éxito material como pivote del modelo de auto-realización y reali-
zación social.
Ahora estamos hablando de un contexto de implantación de-
finitiva del sistema capitalista global o capitalismo mundial inte-
grado, en donde el mercado es la matriz societaria civilizatoria de
la producción no solo de productos materiales sino, y ante todo,
de sentido; por lo tanto los valores asociados a esta estructura son
hegemónicos y las nuevas bandas participan ahora de este sistema
de valores.
Posesión material de objetos-valores-signo y consumo com-
pulsivo, como única vía para construir identidad significativa y
reconocimiento social; con goce y poder asociado a estos valores.
Desde el punto de vista sociopolítico, encontramos el desen-
canto por el sistema democrático- representativo y sus mediacio-
nes sociales, como palancas para acceder a la participación en los
bienes materiales, sociales y culturales anunciados por éste. Esto
significaba el cierre de las posibilidades de realización social de
acuerdo al modelo establecido por la democracia liberal.
Por otra parte, tenemos en Venezuela a partir del último tercio
del siglo XX, la instalación de un proceso salvaje de anomia que
pulveriza no solo las mediaciones normativas y valorativas tradi-
cionales, sino también instituciones-matrices en cualquier socie-
dad moderna como es la familia.

54
En atención a la insurgencia de la violencia interpersonal como
el principal problema de salud pública en Venezuela, el cual vin-
culamos en términos de «cadenas epidemiológicas» con el proceso
de descomposición social salvaje que hemos denominado como
de pulverización social, nos propusimos indagar por el fenómeno
de las bandas delictivas.
Utilizando la metodología de las historias de vida y subjetivi-
dad, grupos focales, grupos de discusión, entrevistas de profundi-
dad, abordamos a un grupo de sujetos que cumplen condena por
homicidio y que habían pertenecido (o pertenecen) a bandas que
operan en la región Guayana.
En esa investigación encontramos algunos elementos que nos
permiten acceder de manera preliminar, a una fenomenología de
las bandas delictivas que se ubican en los barrios urbanos de bajo
nivel socioeconómico de las principales ciudades de esta región.

 Tribus urbanas contemporáneas

El fenómeno del resurgimiento de las tribus en la actualidad


es el resultado más visible del proceso de de-socialización y de-
culturación que afecta al hombre contemporáneo.
Carentes de ideología o simplemente recuperando ideologías
muy primitivas, con ausencia de propuestas de mediaciones sim-
bólicas y en su lugar un carácter estratégico total (búsqueda del
poder en forma irrestricta), fundamentadas en solidaridades me-
cánicas o simplemente estratégicas; las tribus representan la diso-
lución de un cosmos (espacio político) y el consiguiente adveni-
miento de un caos que supone la abolición de todo lo que le sirve
de fundamento a lo social en strictu sensu.
Lenguaje, discurso, normas, mediaciones simbólicas, etc., cons-
tituyen el sustratum del orden pactado que define a lo social en el
sentido en que lo hemos venido planteando. Luego la cultura como
meta-código referencial supone acuerdos intersubjetivamente me-
diados por el orden del lenguaje, necesariamente. Supone un pro-
ceso de meta-comunicación que se fundamente en una apelación
a lo trascendental valorativo-normativo.

55
La socialidad fundamentada en la lógica de la red meramente
táctil-sensorial y afectiva como lo plantea Maffesoli(1996), pudie-
ra desconocer el carácter vinculante de los factores anteriormente
señalados en la producción de lo social. Este ámbito es siempre, a
priori, un espacio constituido por el orden de la «comunidad de
habla»
El carácter de espontaneidad, inmediatismo o simplemente
«estar juntos» que según el autor citado asume lo social, una vez
que se ha independizado del espacio de la política como centrali-
dad, encarna una situación de desconocimiento del carácter de
«sujeto de habla» que el hombre comporta en tanto Ser constituí-
do por mediaciones simbólicas y linguísticas.
Maras, grupos de consumidores de drogas, bandas delictivas,
entre otros, son parte de esa nueva ecología grupal que constitu-
yen los nuevos grupos primarios de pertenencia de gran parte de
la juventud urbana hoy.
En atención a este particular modo de problematización de la
cosa, pudiéramos decir entonces, que en el momento actual, la
tribu es una metáfora de un gesto que niega la palabra y se procla-
ma libre de cualquier contexto; por lo tanto la negación de lo so-
cial como acto de habla que se inscribe en escenarios socio-históri-
cos que proveen de sentido.
Negación del sujeto y de la razón, pero también de lo social
como la causa y el efecto al mismo tiempo, de los procesos repre-
sentacionales y de mediaciones simbólicas en general (es decir de
lenguaje); las tribus encarnan una aproximación vitalista-pulsio-
nal de la realidad social que desconoce sistemáticamente el carác-
ter filogenético y sociológico del hombre en tanto «ser hermenéu-
tico» por excelencia; es decir, interpretativo de Si y de su mundo.
Se trata de un proceso de digitalización de la conciencia que
niega al pensamiento como proceso relacional, es decir, como es-
pacio de intercambio simbólico y convierte a lo social en meros
procesos energéticos equiparables a una físico-química social.
Este proceso de primarización de la conciencia que le sirve de
condiciones de producción al surgimiento del fenómeno de las
tribus como discurso, se profundiza hoy aún más con la aparición

56
de un proceso de «hordificación» de lo social (conversión en hor-
das o grupos muy primitivos y violentos).
Podemos hablar de tribus que adquieren un carácter clara-
mente destructivo cuyo objetivo central es el asalto y la destruc-
ción; la violencia sin restricciones.
Así vemos como el carácter vandálico y destructivo está clara-
mente presente en situaciones grupales como son los casos de: los
«hooligans», «los skinheads», «los encapuchados» en ámbito estu-
diantil, las bandas delictivas que se definen en función a la perte-
nencia a un territorio y que se movilizan de acuerdo a un patrón
de violencia.
Otra variante del proceso que hemos denominado como pri-
marización de la conciencia, es el fenómeno de la proliferación de
masas particulares. Cada ámbito de la vida cotidiana se convierte e
una ocasión para el surgimiento de masas, que como es lógico en
éstas, se disuelven en cuanto pasa el especifico momento.
De este modo tenemos una multiplicidad de masas de acuer-
do a las situaciones más específicas y singulares que se puedan
presentar: manifestaciones públicas, masas políticas, masas turísti-
cas, masas deportivas, masas religiosas, masas orgiásticas, etc.
Por otra parte, diversas situaciones de la vida cotidiana han
generado una socialidad que le es inherente al proceso particular y
que probablemente no se registren (por lo menos de la misma
manera) en otras sociedades u otros momentos históricos. Mani-
festaciones funerarias, de duelo, etc.
Así tenemos cierta red de solidaridades mecánicas, contacto
directo, proximidad, etc., asociados a la muerte de personas que
por diferentes motivos tienen o adquieren un papel relevante para
el grupo específico que desarrolla esta ritualidad pagana.
En la emergencia de estos fenómenos creemos que está pre-
sente una metáfora de recuperación del sentido trascendental de
la muerte convertida hoy por el designio de la racionalidad del
trabajo y la lógica del mercado, en un hecho banal y que no trans-
ciende el carácter meramente mercantil y de disfuncionalidad social.
Todo el imaginario tradicionalmente asociado con la muerte
es trocado en una dramatización en términos paroxísticos de la
emocionalidad que este hecho genera.

57
Rituales de solidaridad, paroxismo del contacto táctil-senso-
rial, dramatización del sentimiento trágico que desencadena lo irre-
mediable del final absoluto; todo esto constituye la parafernalia de
un teatro dramático que una vez representado, desaparece de la
misma manera como aparece.

 Fenomenología de las bandas delictivas:

En primer lugar, es el territorio, la categoría central o pivote de


las bandas delictivas porque es el espacio vital definido por el gru-
po frente a otros grupos o bandas y su violación significa la muer-
te del o los transgresores.
Por otra parte, el territorio es el lugar social desde donde se
define la identidad colectiva e individual de sus integrantes. Socio-
lógicamente, el espacio territorial definido por la banda contiene
una subcultura que implica: normas, valores, imaginarios, mem-
bresía y pertenencia. La violación de los códigos de valores y nor-
mas, por parte de los miembros del grupo, significa inevitable-
mente la muerte también.
Estas tribus contemporáneas, constituyen microcosmos socia-
les que reproducen la misma racionalidad cultural dominante de
la sociedad en general en cuanto a su organización social interna.
Así encontramos que estos grupos funcionan de acuerdo a los
criterios que rigen no sólo los grupos de pertenencia sino también
los grupos de referencia como las clases sociales o las organizacio-
nes formales: inclusión/exclusión, provisión de status-prestigio-re-
conocimiento social y por tanto de dispositivos de autorrealiza-
ción, búsqueda de poder, asignación de roles, jerarquización inter-
na y rituales de iniciación.
En este sentido decimos que las bandas delictivas territoriales,
no pueden ser reducidas a meros hechos de la desviación social,
sino que constituyen sistemas de cultura-sociedad paralelas a las
estructuras formales y por lo tanto, opciones reales en la búsqueda
de modelos de autorrealización en sociedades caracterizadas por
la exclusión social y la quiebra de los mecanismos de participación
social.

58
CAPÍTULO 5
Venezuela en el torbellino del malestar
de la civilización global

· Década de los ochenta: primera gran crisis del sistema


democrático-representativo e implantación del modelo
neoliberal

Ya desde los años ochenta, era evidente la crisis sistémica del


modelo democrático-representativo bipartidista en el país. Pero
también eran evidentes las tendencias hacia la implantación de un
estilo de vida y una cultura, que por más que nos parezca chocan-
te ha terminado adoptando la ciudadanía en la vasta geografía de
las formas de vida de la sociedad venezolana.
En este sentido es la violencia social y el malestar colectivo, el
síntoma que anuncia un proceso de implosión no sólo del modelo
sociopolítico, sino también del modelo de convivencia social en la
vida cotidiana.
Los ideales de realización social a través de la participación de
los sectores populares en la oferta de bienes materiales, culturales y
sociales en general que el sistema sociopolítico proponía, generó
expectativas muy fuertes en el mismo sentido.
Sin embargo a medida que el estado de compromiso nacio-
nal-popular, o estado paternalista-clientelar, en América Latina y
Venezuela, se mostraba incapaz de resolver los problemas crónico-
estructurales de equidad y justicia social, la pobreza y marginali-
dad se arremolinaba en las grandes urbes, el campo se deses-
tructuraba y con esto, el concepto tradicional de comunidad.
Luego, las grandes ciudades se van convirtiendo progresiva-
mente en el zoológico que iban a llegar a ser y el fenómeno de la

59
violencia social se instalaba cómodamente en nuestra sociedad
como un inquilino del proceso de urbanización compulsiva, caóti-
ca y violenta, en una sociedad que todavía hasta la década de los
años 50, era predominantemente rural, del tipo Comunidad, en el
sentido en que el sociólogo Tönnies(1999) lo enuncia.
En este caso, no se trata de una violencia racial, étnica, religio-
sa, política- las cuales pueden estar presente- sino de una violencia
que no reconoce diferencias, porque no es una violencia ideológi-
ca. Es una violencia masiva, no de clase social, aunque haya mu-
cho de resentimiento social, más bien anónima, impersonal e in-
discriminada.
Pobreza, exclusión social, desintegración de la sociedad y sus
instituciones fundamentales, la comunidad y la familia (y sobre
todo la familia), predominio de mensajes que constituyen un lla-
mado latente(y no pocas veces abierto) a la violencia en los medios
de comunicación, así como la promoción y venta de un estilo de
vida fundamentado en los valores del mercado y la crisis del mo-
delo sociopolítico; son las condiciones socio-estructurales dentro
de las cuales florece el fenómeno de la violencia delictiva e inter-
personal, en nuestra sociedad contemporánea.
Desde el punto de vista socio-ético y de la moral colectiva
asistimos en esta época a una mutación del sistema de jerarquiza-
ción de valores puesto que un Standard de valores con foco socio-
céntrico, socialmente integrador, le cede al paso a un sistema de
jerarquización de valores con foco ego-céntrico y que no está orien-
tado a la integración social.
La atmósfera espiritual que genera la instalación del denomi-
nado «Capitalismo de consumo», configura una manera de ver el
mundo que no coloca a la persona en el centro sino en lugares
secundarios. La honestidad, el parentesco y la familia, la pertenen-
cia a una comunidad y una familia, pasan a ser valores de carácter
desechable.

60
 El mercado como fundamento ético del estilo de vida
predominante

El neoliberalismo es la ideología que convierte al mercado en


la única referencia reguladora de la sociedad y por lo tanto coloca-
da por encima del estado y de la sociedad misma. No importa las
necesidades de la gente, lo único que importa es oferta y demanda,
es decir mercado.
Es el individualismo el modelo de comportamiento que esta
ideología propone como ética fundamental porque es el individuo
y su capacidad de obtener beneficios materiales, la instancia a par-
tir del cual la sociedad genera progreso y desarrollo como lo decía
Adam Smith
En este sentido, la competencia es el medio que el individuo
tiene para lograr estos objetivos. Aunque en esa competencia los
hombres se enfrenten entre sí, sin embargo, eso es bueno, de acuer-
do a la doctrina neoliberal, en función del logro del beneficio indi-
vidual y la ganancia.
En este esquema, los valores tradicionales que constituyeron el
nivel éticamente más elevado de la humanidad como son: la soli-
daridad, la cooperación, la afectividad y la compasión, son reem-
plazados por un «orden caníbal» en donde «el hombre es lobo del
hombre» como muy bien lo había dicho Hobbes(1978).
La pobreza y la enfermedad aparecen aquí como el producto
del fracaso individual y la solución es el incremento de la produc-
tividad y la competencia. Más mercado y más competencia van a
realizar el milagro de acabar con la pobreza y la miseria.
El neoliberalismo se presenta de este modo como una suerte
de «darwinismo social» en el cual superviven los más aptos. Los
enfermos, pobres y miserables, son unos fracasados y débiles que
no merecen existir porque no son aptos para seguir viviendo en
una sociedad orientada por el éxito de los más fuertes. Esto consti-
tuye la esencia de la doctrina del Neo-darwinismo social o lucha
por la supervivencia y a su vez, supervivencia del más apto. La
Etica protestante es la ideología metafísica que legitima este tipo
de visión del mundo.

61
Los derechos ecónomicos y sociales, como derechos humanos,
no tienen sentido en un régimen social dominado por estos prin-
cipios, de ahí que en Europa comience toda una discusión a partir
de los años 90 orientada a la eliminación del denominado «Estado
de bienestar» o «Welfare state», que fue la propuesta del modelo
de seguridad social que los estados del sistema capitalista central
habían adoptado después del triunfo del, totalitarismo nazi-fas-
cista, del fascismo y del socialismo como resultado de las dos gue-
rras mundiales.
La seguridad social que había sido la mayor conquista de los
sectores laborales en estos países comienza a verse en peligro a
partir del advenimiento de una época caracterizada por el funda-
mentalismo de mercado.
En América latina, donde nunca existió un estado de bienes-
tar sino estados populistas-paternalista-clientelares, el neolibera-
lismo adopta la forma de una política de «ajustes estructurales» de
la economía y la sociedad, lo cual implica como principio funda-
mental, apertura irrestricta de los mercados al capital transnacional.
El síndrome de la concentración de la riqueza, distribución
regresiva del ingreso y desigualdad social estructural, pobreza es-
tructural ya crónicos en nuestras sociedades periféricas, empieza a
profundizarse.
La reducción del gasto público que afecta fundamentalmente
el gasto social (salud, educación y programas sociales), la flexibili-
zación del mercado laboral y la superexplotación del trabajador
con la consiguiente aparición del fenómeno de la precarización
del trabajo a partir de la entronización del régimen de mercado en
las relaciones obrero-patronales, acentúa las inequidades sociales,
la exclusión social, la postergación social y por tanto la pobreza.

 La violencia social: metástasis del cáncer de la pulveriza-


ción de lo social

La violencia social hoy en Venezuela y en buena parte del mun-


do occidental, constituye el aspecto que tiene la mayor resonancia
como problema de salud pública no solo por las consecuencias en

62
términos físicos y morales, sino también porque sus víctimas se
registran en todos los estratos sociales y refleja la extrema vulnera-
bilidad social de la población.
Jamás la sociedad venezolana se había enfrentado con un pro-
blema de las magnitudes que éste asume actualmente. En este sen-
tido podemos hablar, no sólo para Venezuela sino también para el
mundo en general, de una epidemia. Y este es el verdadero con-
cepto de epidemia porque envuelve un carácter de difusión gene-
ralizada, de magnitud y trascendencia que lo proyectan en este
sentido. Un problema endémico estructural que se ha propagado
por el mundo adquiriendo el carácter de pandemia
Hoy en Venezuela la violencia tiene un estatuto social, más
que político, a pesar de que este fue desde siempre su carácter
fundamental.
Pobreza, exclusión social, disolución de los tejidos sociales que
constituían la comunidad sin la compensación del surgimiento de
estructuras del tipo sociedad medianamente integradas, desestruc-
turación de las diversas formas familiares (incluída la familia po-
pular venezolana), sustitución del paradigma de la comunicación
interpersonal tipo cara-a-cara por el formato de la comunicación
anónima e impersonal de los medios masivos; constituyen las
cadenas epidemiológicas básicas que nos pueden conducir a com-
prender los contextos dentro de las cuales se produce y reproduce
el fenómeno de la violencia social..
Por otra parte, la utilización del concepto de Estilo de vida o
Modo de vida, como categorías de análisis, constituye una estrate-
gia conceptual que nos podría aproximar de manera más cercana
al fenómeno en estudio.
Cuando observamos que el estilo y modo de vida predomi-
nantes en las últimas décadas en el país, ha estado fundamentado
en el mercado entendido en su contexto neo-liberal, podríamos
medir el impacto que a niveles de las estructuras socioculturales y
socio-subjetivas, ha tenido este hecho..
Sobre todo el efecto de desplazamiento que esta racionalidad
en su lógica de racionalidad instrumental, ha ejercido sobre los
modos de producción de representaciones sociales, y por tanto de

63
producción y reconocimiento de sentido, en el venezolano tradi-
cional.
De este modo, la violencia social, está asumiendo ya la conno-
tación de un problema endémico-estructural porque su presenta-
ción anuncia de hecho un enraizamiento en la racionalidad del
funcionamiento de la sociedad venezolana, una enfermedad cró-
nica más que aguda.
Su carácter generalizado y siempre presente, puede inducir a
su percepción como un fenómeno natural y por lo tanto imposi-
ble de erradicar sin medidas extremas que signifiquen dosis mayo-
res de violencia; vale decir, combatir la enfermedad con la misma
lógica de ella.
Esto envuelve amenazas reales y probables a valores que aun-
que no del todo reales en nuestras sociedades latinoamericanas, al
menos constituían un patrón cultural de referencia para la vida
civilizada contemporánea, como son los derechos humanos, la de-
mocracia, las estructuras legales, etc.

64
Parte II
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS

65
66
CAPÍTULO 6
Algunas precisiones de orden epistemológicas

 Subjetividad en la ciencia: crítica a la violencia de la


razón Neo-positivista

La ciencia como cuerpo de conocimientos sistemáticos que da


cuenta de problemas que pueden ser resueltos por el ejercicio de la
razón, no puede prescindir (y de hecho no lo hace, aunque diga
que si) de procesos subjetivos que no necesariamente plantearían
contradicciones irreconciliables con la razón formal. Me refiero a
la intuición, las pasiones, la ética, lo vivido: el sujeto en cuanto tal.
Es decir, que ya tenemos al «demonio mismo» dentro de la
casa, porque lo que descubre la Epistemología del siglo XX y que
las diversas tradiciones culturales epistemológicas no lo habían con-
siderado, son los conceptos de complejidad, incertidumbre, caos y
entropía, así como de la intervención de la subjetividad, vale decir,
representaciones, imaginarios, afectividad, en el proceso mismo de
diseño del aparato epistemológico y teórico-metodológico y de la
producción del conocimiento fáctico, en cuanto tal (Martínez, 2005).
Estos mecanismos que actúan desde el interior de la naturale-
za misma de la investigación científica como praxis (no desde el
exterior), hacen girar el «eje de gravitación» de la ciencia, plan-
teando la posibilidad de colocar la subjetividad, no en la periferia
del sistema científico por su carácter de perversión, sino en el mero
centro del proceso de producción de conocimientos científicos (1).
Tradicionalmente la ciencia cartesiana-newtoniana adoptó esta
posición aséptica, que anunciaba el surgimiento no sólo de un
modelo inmaculado de hacer ciencia-la ciencia normal- sino tam-

67
bién de una «sociedad éticamente aséptica» que condujo a mode-
los totalitarios que anunciaban ya desde el nazi-fascismo y los to-
talitarismos, la muerte definitiva de lo que fue definido como la
«metafísica del sujeto».
Afortunadamente, estamos hoy en condiciones de abando-
nar esta posición epistemológica por el carácter anti-histórico e
ideológico- neurótico que ha comportado. Y sin embargo, en des-
cargo de la ciencia realmente comprometida con la vida y el hom-
bre, podemos decir que esta posición epistemológica y esta manera
de hacer ciencia, no ha sido más que una vía en el amplio camino
de la producción de conocimientos.
Esto es lo que la postmodernidad ha puesto de relieve, ayuda-
da en este ejercicio por los desarrollos recientes de una de las cien-
cias denominadas duras, como es por ejemplo la física cuántica.
Pero también desde la sociología tenemos una mirada transi-
da de la tragedia que significó la expulsión del sujeto en toda la
tradición positivista y neo-positivista. Es en este sentido que Sán-
chez afirma que «la visión positivista de la ciencia pura objetiva y
exacta ya había sido superada a lo largo del presente siglo (siglo
XX) por las ciencias físicas, expresadas en la teoría de la relativi-
dad y la mecánica cuántica, que significaron el fin de la mecánica
newtoniana» (Sánchez, 2000).
Así encontramos en la historia de la Sociología como ciencia,
múltiples referencias a esta tensión esencial, desde la Sociología
del conocimiento con Mannheim, el individualismo metodológico
en Weber (Weber citado por Zeitlin, 1982), la fenomenología, el
interaccionismo simbólico y más recientemente, el paradigma de
la complejidad en Morin(1996).

 El sujeto cognoscente de la Modernidad: la razón como


imaginario patológico

La Modernidad ha significado desde el punto de vista de su


condición como Episteme, la posibilidad de vincular al pensamien-
to con el concepto de totalidad como principio de unificación uni-
versal.

68
Es a partir de la consideración de esta posibilidad de conocer
la totalidad de lo real, que adquiere sentido la noción de un «suje-
to trascendental»; vale decir, una voluntad que es capaz de re-
flexionar sobre sí misma y lo que lo rodea, estableciendo las condi-
ciones dentro de las cuales se reconoce élla como tal y reconoce a
la totalidad de lo dado, de una manera soberana (Morin, 2000).
La noción de sentido trascendental supone la puesta en circu-
lación de un imaginario del yo autónomo y soberano, de un sen-
tido que de suyo no está sometido a ningún tipo de restricciones
derivadas del contexto; es decir, sin mediaciones que condicionen
la producción misma del discurso; por lo tanto de un sentido ab-
soluto establecido a partir de la capacidad crítica de esa voluntad
de conocer auto-céntrica y narcicísticamente planteada
Se trata de un «sujeto absoluto del saber», soberano y autóno-
mo, que no se reconoce en el contexto de relaciones de fuerza,
efectos de poder, campos de tensión y de lucha, de desgarramien-
tos y fracturas que constituyen la ecología de la vida real; sino en
la razón monolítica y monológica que es capaz de hacer la investi-
dura del sentido que está a la base de ese sujeto trascendental.
Esa arrogancia de razón moderna–la Hibris en los griegos– se
fundamenta en una racionalidad objetivante, matriz a su vez de
una racionalidad instrumental, cuyo origen no sólo es atribuible a
una perversión de la razón, sino a la lógica de la ansiedad cartesia-
na que la empuja.
El Sujeto vacío, como efecto residual de su conversión en sim-
ple «res cogitans», separado de la realidad o «res extensa», evolu-
ciona hacia su condición de sujeto definido como pleno en la ca-
pacidad autónoma de la razón para producir sentido y legitimar-
lo, a partir de la producción del conocimiento científico.
La razón moderna constituye en si misma en cuanto a su lógi-
ca, una razón esquizo, un discurso de doble vínculo, puesto que
por una parte postula a un sujeto que se fundamenta en un ego
cartesiano y por otra en un sujeto que por si mismo fundamenta
juicios de valor, utopías, mundos posibles y contra-utopías.
A partir de esas dos líneas discursivas fundamentales, pode-
mos inferir el desarrollo de dos tendencias estructurales inherentes

69
a la racionalidad de la civilización occidental: los meta-relatos y el
discurso cognitivo de la ciencia que fundamenta un «Sujeto-abso-
luto del saber» devenido en razón tecnocrática-instrumental.
De esta manera estaríamos hablando aquí de un sujeto fractu-
rado o de dos sujetos que coexisten en el marco de un mismo
Episteme: la razón moderna, pero sin una comunicación directa y
personal, a saber: un sujeto vacío instalado en la razón metódica
de origen cartesiano-newtoniano y el proyecto de un sujeto pleno
que lograría su realización en tanto ser para la libertad y la felici-
dad, a través del «porvenir radiante» que anuncia la instalación de
una sociedad basada totalmente en la racionalidad científico-téc-
nica. Un Mundo feliz de Huxley.
Este doble sentido de la razón y del sujeto, es lo que está pre-
sente, por ejemplo, en el paradigma de la intersubjetividad haber-
masiana. Por un lado tenemos una racionalidad cognitivo-instru-
mental que fundamenta el principio de pretensión de validez-ve-
racidad y por el otro lado una propuesta de recuperación de la
razón como meta-relato en la racionalidad de la acción comunica-
tiva fundamentada en una «comunidad ideal de habla» que supe-
raría la simple razón centrada en el sujeto individual.
El paradigma de acción estratégica coexistiría con y en un mismo
espacio epistémico, con la acción comunicativa (Habermas, 1990).
No es que esto signifique una perversión del paradigma de la
razón moderna que por efectos de un «quid pro quo» deviene una
razón instrumental, a partir de una razón dialógica, es que ésta (la
razón instrumental) como discurso ya está contenida en el ADN
de su lógica estructural.
Este carácter especular y fantasmático de la identidad del su-
jeto de la modernidad que lo coloca en situación de «falta básica»
frente a sí mismo, lo lleva a postular a la razón como instrumento
idóneo para suplir esta falla a través de la definición de un sujeto
cognoscente, unitario y monolítico.
El miedo al «fantasma» del desarraigo, la subjetividad radical
y la soledad, que genera la «muerte de Dios», conducen al suicidio
de la razón moderna que constituye la «fuga hacia adelante» ma-
terializada en la emergencia de un episteme-paradigma objetivis-

70
ta-cosificante de las relaciones del sujeto con la realidad natural y
social y consigo mismo.
No obstante ésta no es más que una «sutura imaginaria» que
de ninguna manera cierra la herida y la modernidad evoluciona,
entonces, hacia un positivismo craso que denuncia el predominio
de la racionalidad instrumental; pero que de ninguna manera le
era extraño.

 Caos y subjetividad en la ciencia: crítica a la razón carte-


siana-newtoniana

Las promesas civilizatorias de la modernidad están indefecti-


blemente ligadas al surgimiento de una ciencia robusta que como
acto supremo de la más pura rebelión prometeica, conduciría a la
humanidad a un estado de «felicidad para todos».
Una ciencia que desde Galileo hasta Newton, pasando por
Bacon y Descartes, perfecciona cada vez más el mecanismo de re-
lojería en el cual se constituye por analogía con el ser de la natura-
leza y el universo concebida en los mismos términos.
Lenta y progresivamente, el Logos científico se va convirtiendo
en una suerte de superestructura metafísica que se coloca por en-
cima de todo lo terrenal y humanamente existente para devenir en
una mirada que constituye objetos por todas partes, pero sistemá-
ticamente excluye al sujeto.
Desde Descartes, la razón metódica, se levanta sobre la base de
la concepción de la realidad separada ontológicamente del sujeto
que por este motivo se convierte en objeto, al operar al interior del
diálogo con la naturaleza, una separación radical entre la «res ex-
tensa y la res pensante» (Capra, 1998).
La realización de la experiencia del conocimiento científico
tradicionalmente ha significado como proceso normativo–canó-
nico que garantiza las pretensiones de validez–verdad y por lo tanto
el estatuto racional del acto de conocer significa la introducción al
interior del diálogo sujeto–objeto, del concepto de sujeto vacío que
establece los aprioris epistemológicos de la distinción ontológico–
metódica entre la naturaleza y la razón cognoscente.

71
La exclusión de la auto-representación del sujeto (de la subje-
tividad) en el proceso de producción del conocimiento, establece
los requisitos de partida para que se reproduzca la «economía po-
lítica cognitiva» en condiciones de objetividad.
La duda metódica vacía de todo contenido subjetivo al acto
absolutamente racional del desempeño del pensamiento como un
gesto enderezado a producir conocimientos.
La apoteosis de la razón moderna se erige sobre la base de la
negación-exclusión de lo subjetivo como defensa ante la presencia
de la «falta básica» que significa la ausencia de fundamentos sub-
jetivos del pensamiento y la conciencia racional, lo cual denuncia
la castración e incompletud del ser cognoscente como condición
constitutiva.
Es en este escenario que tiene sentido la posibilidad siempre
presente del autoengaño sistemático como rasgo típicamente hu-
mano que simboliza la situación de «no saber constitutivo»; factor
permanente de la «puesta en escena del yo racional».
La razón cognoscente que inaugura la modernidad, al mismo
tiempo funda la constitución de un ser castrado para relacionarse
con los asuntos propios del «mundo de la vida» en tanto insumo
básico de la «economía política de producción de conocimientos».
Si de algo ha de alejarse esta racionalidad, es del terrenal mundo
de la vida cotidiana, porque éste representa la antítesis del ideal-
mundo al cual pertenece la reflexión científica.
La disociación de la experiencia subjetiva ocurre cuando el
«Sujeto absoluto del saber» separa metódicamente su experiencia
cognoscitiva —como el summum de su acción racional—, de su
experiencia cotidiana, en tanto miembro de un sistema cultura–
sociedad global y de los múltiples espacios de los mundos de la
vida cotidiana que contienen la multitextualidad de los bucles que
configuran la «trama social y simbólica de la vida».
Esta experiencia «esquizoide» vivida como una condición pro-
pia de la razón normal, constituye el principio de razón suficiente
para la generación de una atmósfera propicia al surgimiento del
conocimiento científico en tanto producto genuino de un «estado
del espíritu de racionalidad absoluta».

72
La necesidad del «religamiento» de la escisión paradigmática
entre la experiencia científico-cognoscitiva y la vida, emergerá del
seno mismo de la razón moderna a propósito del pensamiento
utópico que genera meta-relatos en atención a conciliar ética y
estéticamente las asimetrías que se hacen nítidamente visibles ape-
nas entramos en contacto con la realidad brutal del caótico mun-
do de la vida.
El drama de una ciencia, que como la clásica, renuncia a en-
tender al universo de otra manera que no sea en términos de pro-
cesos susceptibles de ser aprehendidos a través de leyes universales
y absolutas, plantea el dilema de una «Razón mesiánica» que al
mismo tiempo que postula un programa de salvación de la huma-
nidad a propósito del desarrollo de las estructuras científico–téc-
nicas, expulsa al sujeto del reino de la empresa que esta tarea signi-
fica.
De acuerdo a esta racionalidad, el universo como entidad to-
talmente determinada, racional y objetivamente, no necesita de
procesos tan azarosos e impredecibles como la subjetividad para
su entendimiento racional y puesta al servicio de los fines de la
humanidad; sino de un Logos racional que dé cuenta de las leyes
que lo rigen.
Se hace necesario entonces un Logos de la misma textura que
el universo, vale decir, estructurado racionalmente de acuerdo a
principios universales cuya «puesta en escena» se hace en térmi-
nos de un saber absoluto acerca de un universo totalmente deter-
minado.
Esta representación del mundo supone una lógica binaria que
se estructura en términos de haces de oposiciones significativas;
así tenemos cadenas de significaciones que se constituyen simétri-
camente en torno a:

determinación Vs aleatoriedad, reversibilidad Vs irreversi-


bilidad, legalidad Vs contingencia, linealidad Vs circulari-
dad; o bien racionalidad formal Vs subjetividad–mundo
de la vida, ciencia Vs mito, etc.

73
El sistema de pensamiento que funda este programa, actúa
sobre la base de una separación cartesiana–sistemática entre cate-
gorías que se constituyen en los aprioris lingüísticos que fundan
los mitos de la Modernidad: progreso, hegemonía de la razón, por-
venir radiante, revolución,etc.
En este contexto de sentido, el entendimiento de lo humano–
social se producirá a partir de los arquetipos racionales que ofrece
el paradigma de las ciencias de la dinámica clásica, la mecánica
celeste, a propósito del Logos ideal que se propone.
Todos los metarrelatos de la Modernidad están montados so-
bre esta simple lógica paradigmática; sobremanera las ciencias so-
ciales y humanas nacientes, cuya factura positivista no hace más
que confirmar su «partida de nacimiento».
El surgimiento de los paradigmas teórico-metodológicos en
las ciencias naturales y sociales, no es más que el producto natural
y lógico del Episteme de la Modernidad, fundamentado primor-
dialmente en la Razón.
Tanto la Sociología de Augusto Comte, como la de Durkheim
y la de Spencer, constituyen propuestas enderezadas a darle cum-
plimiento al mandato de fundar una física y una biología sociales
que fundamentadas en los principios básicos de la ciencia de la
gravitación universal, al mismo tiempo postulara un programa de
salvación de la humanidad en atención al conocimiento positivo
de lo social como prolongación simple de la naturaleza en el hom-
bre (Comte, 1984; Durkheim, 1976).
De lo que se trataba era de encontrar «la piedra filosofal» o
principio universal que rige todas las cosas, en función de reducir
la aparente diversidad de la fenomenología social, a la simplicidad
de unos cuantos postulados que permitieran la enunciación de
una ciencia positiva–objetiva (2).
Para lograr esto, un conocimiento claro y distinto, se hacía
necesario montar un dispositivo de objetivación del sujeto en dos
direccionalidades básicas, a saber: el sujeto convertido en objeto
para poder ser aprehendido científicamente y la objetivación del
sujeto cognoscente al convertirse en un observador externo al pro-
ceso de la realidad social e histórica.

74
La empresa de inaugurar un logos racional, aséptico y neutral
al interior de las ciencias de lo humano–social, podía echar a an-
dar reduciendo la complejidad a la sencillez de un puñado de
leyes y reglas epistemológicas, normativamente definidas y suscep-
tibles de ser aprehendidas a través de la aplicación del método
científico.
Un alfabeto común que reduce la diversidad a uniformidad y
la sinuosidad compleja de los vericuetos del laberinto de lo social,
a una cartilla muy cónsona con la idea de una «naturaleza–reloj»
o de un «universo–máquina», como metáforas centrales en el ima-
ginario mecanicístico-determinístico inaugurado por la ciencia de
la dinámica clásica.
El problema de una ciencia fundamentada en una visión clá-
sica del mundo y del universo es que no tiene en cuenta el carácter
eminentemente complejo e inestable de muchos de los sistemas
que configuran esta totalidad. En este sentido tenemos una noción
de lo real que se atiene a un solo tipo de sistema y no a la multipli-
cidad de opciones posibles (3).
Este tipo de sistema son los sistemas estables y como tal for-
man parte de una concepción lineal del universo, el cual supone
una estructura de equilibrio permanente (Prigogine, 1994).
La irrupción de la termodinámica en los escenarios de la cien-
cia oficial permiten pensar en la posibilidad del caos, de la varian-
za y de la entropía al interior mismo del universo; lo cual coloca a
la ciencia en la difícil posición del que teniendo todos los factores
de una situación controlada se encuentra con la desagradable no-
ticia de tener que aceptar que esto no era más que una vana ilu-
sión, la ilusión del orden estable, total y absoluto (Prigogine, Ibi-
dem).
La insurgencia en los escenarios de la ciencia, de la teoría de la
relatividad, añade a los problemas que plantea la termodinámica,
la incorporación de la perspectiva del observador que no aparecía
en la física clásica; la referencia al sujeto que conoce.
Es este sujeto ahora el que va a decidir la manera cómo se
plantea el experimento y las inferencias que pueden establecerse a
partir de su ejecución.

75
Esto introduce al interior de la razón cartesiana–newtoniana
la idea de concepciones que al lado de las concepciones universa-
listas, contienen el concepto de la singularidad y la particularidad,
alejándose de la visión puramente nomotética; puesto que si la
definición, puesta en práctica y explicación de los resultados del
experimento la hace el sujeto, en cuanto tal, entonces no hay ga-
rantías de una visión totalmente objetiva.
No hay referencias externas y absolutas a la razón cognoscen-
te, pues en última instancia todo puede ser simple despliegue de
un sujeto que amenaza con colocarse en el centro de la puesta en
escena del drama de la reconstrucción racional de la realidad en
que se constituye la ciencia.
Aunque en la física cuántica de los inicios del siglo XX es posi-
ble encontrar ya algunos visos de la complejidad y la presencia de
estructuras disipativas de los sistemas (Prigogine, Ibidem.), es con
la termodinámica no lineal que estas cuestiones se plantean de
manera sistemática al interior de la problematización que subyace
en la puesta en escena del Logos científico como discurso de verdad
paradigmático en una sociedad en donde los arquetipos racionales
de la modernidad constituyen las claves para ingresar al sistema.
La complementariedad significa ya en la física cuántica de prin-
cipios del siglo XX, la posibilidad de quebrar esa concepción del
universo enunciado en términos absolutistas y universalistas, cuan-
do propone un método que sea capaz de dar cuenta del carácter
ambivalente y complementario del comportamiento de los proce-
sos microfísicos(4).
Esto plantea la necesidad de hablar en la ciencia de sistemas
cuyas racionalidades ya no son lineales y universalistas, sino par-
ciales, por lo que se justifica una estrategia plural de racionalida-
des y lógicas estructurales al interior no sólo de los universos ma-
crofísicos sino también microfísicos.
Ya no es posible en las ciencias de la naturaleza –mucho me-
nos en las denominadas ciencias humanas– sostener ni siquiera la
posibilidad de concebir el concepto de objeto desligado del sujeto,
ni tampoco el de un observador universal que de cuenta –omo el
«matemático supremo» de Einstein, del cual decía éste que no ju-

76
gaba a los dados con el mundo de lo natural– del universo como
totalidad absoluta y susceptible de un conocimiento en términos
de verdad universal.

El pluralismo teórico–metodológico postulado por Feyarabend


(1989) como respuesta frontal a paradigmas universalistas como
la dinámica clásica, contradicen abiertamente presupuestos lógi-
cos que fundamentan visiones del universo y de la naturaleza como
magnitudes absolutas y universales, susceptibles de aprehensión a
través sólo de operaciones racionales que excluyen cualquier refe-
rencia al observador.

 La ciencia: cuestión de sujetos, más que de objetos.

Por todo lo antes dicho, podemos ver a la ciencia, al menos en


las ciencias sociales, como cosa de sujetos que se relacionan con
otros sujetos en el proceso de producción de conocimientos, por lo
tanto en sí misma, relaciones sociales fundamentadas en poder e
intersubjetividad (5).
En última instancia, se trata de representaciones que generan
conocimientos, desde la inter-subjetividad, y las cadenas de inter-
subjetividades constituídas desde el poder y mediadas por proce-
sos reales y simbólicos que buscan dar cuenta de esos mismos pro-
cesos (sea de la manera como definamos estos procesos), a través
de suposiciones que son susceptibles de someterse a la confronta-
ción de la prueba empírica y el razonamiento demostrativo-de-
ductivo-inductivo.
La verdad como un problema inmanente al objeto que el suje-
to detecta mediante su aparato cognitivo, constituye el principio
regulador del funcionamiento del «ego cogitans cartesiano» que
preside la puesta en escena del discurso científico moderno.
No obstante esta disyunción entre la «res cogitans» y la «res
extensa» que impulsa meteóricamente el desarrollo de las ciencias
naturales y la medicina, durante el siglo XIX, es trasladada en tér-
minos literales al campo de las ciencias humanas. Más, sin embar-
go, esta extrapolación se produce a condición de que se genere un

77
proceso de auto-objetivación del sujeto a dos niveles básicos: el
individual y el colectivo.
En este sentido el sujeto es lugar de residencia de la verdad en
tanto objeto y la posibilidad de su registro está supeditada al pro-
ceso de su autoexclusión. Esto es lógicamente posible porque de lo
que se trata es de registrar, preferiblemente en forma cuantitativa,
el despliegue de la naturaleza como objeto (en el caso de las cien-
cias naturales).
En todo caso la relación entre aparato cognoscitivo y la natu-
raleza como objeto, es directa y sin mediaciones perturbadoras pro-
venientes del lenguaje.
En el caso de lo humano-social lo que se produce es una ex-
trapolación lógica desde el campo de las ciencias naturales, de la
ansiedad cartesiana como actitud fundante también en este cam-
po; fiscalizando y naturalizando a un mundo cuyo estatuto cen-
tral es el lenguaje. Desde la exigencia de tratar «los hechos sociales
como cosas» de Durkheim (que postula el estatuto de exterioridad
de lo social al sujeto) hasta el postulado de la verificación del neo-
positivismo, vemos el traslado de la «ansiedad cartesiana» al cam-
po de lo humano-social, como episteme dominante.
La categoría de Sujeto soberano, cognoscente y trascendental,
sujeto absoluto del saber; vale decir, guiado por la razón como
punto de partida para establecer la condiciones de posibilidad del
conocimiento, constituyó la categoría matriz de la Modernidad.
A contrapelo de este sujeto cartesiano y monológico-unitario,
postulamos que lo que realmente existe es una subjetividad estruc-
turalmente heterogénea y heterónoma; plural, múltiple, polifónica
y polisémica que nada tiene que ver con el concepto de un sujeto
autónomo y auto-consciente.
Si las cosas son así, entonces lo que la ciencia busca, no es la
verdad (esto es cuestión de la metafísica, la religión y el paradigma
jurídico), sino la recreación de la naturaleza, la sociedad y el pen-
samiento, a través de intervenciones racionales nunca exentas de
«subjetividad irracional», de poder y de ideología (6).
La reconstrucción racional (irracional del mundo, también)
en función de su aprehensión no solo para una mejor dominación

78
de la naturaleza, sino también para su transformación en función
de su reproducción ampliada.
Ahora bien, aunque sean utilizados procedimientos cuyo ori-
gen sea la razón formal, la ciencia no tiene porque ser obligatoria-
mente newtoniana-cartesiana. Esto significa que la racionalidad
que coloquemos a la base de la ciencia podría ser de otro tipo.
Me refiero a una racionalidad multicultural, plural y profun-
damente dialógica; no necesariamente fundamentada en razón
formal, la cual plantea una lógica de conocimiento pura y homo-
génea.
Muy por el contrario no estaríamos hablando aquí de una
ciencia monológicamente enunciada, sino de una pluralidad de
registros simbólico-cognitivos que pueden existir en convivencia
(más bien diríamos connivencia) configurando una «ecología de
la diversidad cognitiva» cuyo propósito no sea la dominación sino
la transformación.
De esta manera, podríamos hablar de una ciencia fundamen-
tada en una razón dialógica, una ciencia del encuentro de racio-
nalidades, «danza politeísta» (Maffesoli, 1996) en la cual puedan
tener cabida no sólo los conocimientos académico-formales, sino
también, los saberes-conocimientos populares, tradicionales, rea-
lengos, etc.
En este sentido y en la onda de la búsqueda de una «raciona-
lidad del encuentro», podemos diseñar un espacio de encuentro
entre la ciencia académica y la ciencia popular, sin que ninguna de
las dos hegemonicen a la otra, propósito que puede gobernar el
proceso de generación de múltiples espacios de encuentro entre la
razón formal y el abanico que contiene el ecosistema de la razón
plural.

 El enfoque de complejidad

El enfoque de complejidad más que un método, una teoría


o un paradigma es una matriz epistemológica que comienza a do-
minar los escenarios del pensamiento científico en los tiempos con-
temporáneos, no sólo en el campo de las ciencias sociales (Sociolo-

79
gía, Psicología, Antropología, etc.), sino también en el de las cien-
cias denominadas naturales.
Esto significa un nuevo modo de construcción y reconstruc-
ción de la realidad social y natural, de abordarla metódicamente y
de legitimar el conocimiento, que de antemano asume una nueva
actitud ante la vida y el mundo.
Así como se impuso desde el siglo XIX el positivismo como
matriz epistemológica que dominó los campos de la ciencia y la
filosofía, el paradigma de complejidad, ha comenzado ya un cami-
no de superación cualitativa de los viejos paradigmas que se mues-
tran hoy insuficientes para hacerse cargo de la infinita multiplicidad
de dimensiones que asume la trama de la vida (social y/o natural).
No es que esos viejos paradigmas no sirvan para nada (positi-
vismo, liberalismo, funcionalismo, etc.) es que están superados por
una mirada que es capaz de comprenderlos a ellos en su carácter
de modos de producción y reproducción de conocimientos.
A la «lógica del desguace» de la realidad (disección anatómica
del cuerpo de la realidad) que funcionó como actitud epistémica
de base, constituyéndose en el método científico en el positivismo
y neo-positivismo, la actitud de complejidad responde reconstru-
yendo el cuerpo descuartizado en una totalidad multidimensional
que incluye la particularidad.
Esto es expresado muy coloquialmente por Morín cuando dice
que «el todo está en la parte que está en el todo». Quizás podría-
mos hallar soporte a esta afirmación en autores como David Bohm
( 1988) desde la física cuántica quien formuló la teoría del «orden
implicado» para explicar el comportamiento del universo en gene-
ral y su relación con sus diversos componentes como un proceso
de mutua implicación.
Ni particularismos fragmentadores del conjunto de la reali-
dad, ni totalismos sistemológicos que niegan la existencia de lo
individual en la totalidad; en su lugar un enfoque complementa-
rista de los procesos de lo real viviente, la lógica de lo viviente que
es enunciado como una ecuación que integra:

naturaleza >sociedad>cultura>sujeto>espíritu

80
Reconociendo en esa ecuación que existe el homo biológico-
homo-faber, pero también lo simbólico, los imaginarios, las pul-
siones e instintos, el conflicto, la angustia, la locura: el inconscien-
te; en fin, todas las dimensiones que nos permiten hablar de la
totalidad compleja que es el hombre.
La incorporación de la subjetividad al interior mismo del pro-
ceso de producción de conocimientos, es un acontecimiento cen-
tral que sirve de pivote para entender como es que se produce el
conocimiento, cuál es la naturaleza de éste y cómo se legitima.
Otro aspecto importante en el paradigma de complejidad es el
de la incertidumbre como punto de partida y de llegada que toma
distancia de la metódica cartesiana la cual parte de la duda para
llegar a la certeza absoluta, es decir, a la verdad que no es más que
la percepción de lo fenoménico como lo claro y lo distinto. Y esto
constituía la gran fortaleza del método científico aplicado a las
ciencias de base positivista.
Con el paradigma verificacionista denominado como neopo-
sitivismo, el método científico aplicado a las ciencias de lo huma-
no, adquiere su mayor nivel de elaboración y sistematización.
Todo podía ser demostrado empíricamente empleando proce-
dimientos estadísticos y modelos matemáticos diseñados para la
prueba de hipótesis. Se trató de un momento de gran optimismo
para la razón científico-instrumental que creía explicarlo todo a
través de complicados algoritmos y ecuaciones para llegar a la
verdad.
El denominado «Círculo de Viena» fue el grupo que hizo esta
propuesta, fundamentándose en la lógica de la filosofía analítica.
La infinita cantidad de investigaciones sociológicas orientadas por
los principios de la causalidad lineal, la objetivación cosificante de
la realidad social y el verificacionismo sustentado en las técnicas
estadísticas, finalmente condujeron a una pulverización de lo so-
cial al reducir los objetos de investigación a unidades cada vez más
elementales, es decir, a nada.
Nuevamente los cambios ocurridos en la física cuántica fue-
ron un insumo muy importante para el derrumbamiento de estos
viejos paradigmas y el advenimiento de los nuevos: la teoría de la

81
indeterminación que dio lugar al surgimiento de la teoría del caos,
por ejemplo, es una clara expresión de este fenómeno.
En un plano más sociohistórico: las dos guerras mundiales, la
crisis de las ideologías y de los grandes sistemas sociales (socialis-
mo/capitalismo); entre otros acontecimientos, va generando lenta
y progresivamente un clima de desconfianza y escepticismo acerca
de la capacidad de la razón instrumental para dar cuenta de la
agenda permanente de los problemas fundamentales de la huma-
nidad: equidad, exclusión social, violencia destructiva, conviven-
cia social, maldad- bondad del hombre.
Así se va gestando un espíritu de incertidumbre que comienza
a penetrar, no solo el campo del pensamiento y de la ciencia en
general, sobremanera las ciencias sociales, sino el «mundo de vida»
del hombre común en su vida cotidiana.

 El paradigma de la complejidad y el fenómeno de la


violencia

La cuestión de la violencia social hoy ha dejado de ser un


problema de un tipo de sociedad, grupos o individuos, que consti-
tuyen casos patológicos o de desviación social, para pasar a con-
vertirse en un componente de la racionalidad estructural del siste-
ma social capitalista en su fase global. Al mismo tiempo está en el
centro de la conflictividad social, en el modo como se estructura la
subjetividad y el inconsciente individual y colectivo en estos tiem-
pos de globalización, la cuestión ética y la dimensión estético-so-
cial, la dimensión espiritual; en fin, toda una trama anudada de
complejidad de procesos, dimensiones y factores que funcionan
circularmente como causas al mismo tiempo que consecuencias.
Guerras en época de paz, la implantación de totalitarismos y
terrorismos por parte de los estados más poderosos del planeta,
división del mundo entre países terroristas y democráticos a través
de la imagen teológica de un eje del mal y un eje del bien, hegemo-
nía de una sociedad-civilización que cree que ha alcanzado niveles
de divinidad y por lo tanto se siente llamada al ejercicio de un rol
heroico-terrorista para implantar la democracia.

82
Se trata de toda una lógica civilizatoria propia de una etapa
de desarrollo del sistema capitalista que ha conducido a una vi-
sión demencial del mundo y de la vida. Pero de ninguna manera
es un patrón de comportamiento que se registra sólo en los planos
del sistema social y desde ahí determina al sujeto- actor en la vida
cotidiana como «Deus ex machina» del determinismo social, sino
que desde los predios de lo microsocial subjetivo se elaboran re-
presentaciones e imaginarios y se reconstruyen vividos individua-
les y colectivos que retroalimentan al sistema social de la sociedad-
cultura global como racionalidad civilizatoria de la violencia.
Por otra parte tenemos que el capitalismo centrado en la pro-
ducción proveniente de la fase industrial de desarrollo se ha con-
vertido hoy en un sistema centrado en el consumo. Es un inmenso
«Potlach» (hoguera destructiva de objetos excedentarios) en el cual
se destruyen objetos al ser consumidos (el acto de consumo ya es
un acto violento); todo es desechable, incluídas las personas.
Pero no sólo se consumen objetos en esta orgía de muerte, sino
también marcas, códigos, signos, símbolos, dándole rienda suelta a
una pulsión necrofílica irrefrenable que reduce al sujeto a una
oralidad compulsiva y de acuerdo a una operación metonímica, a
una «gran boca» que a su vez se comunica con una «gran barriga».
Así, la subjetividad- espíritu, se convierte en un mero disposi-
tivo, funcional a la lógica del mercado de objetos-valores-signos
que termina definiéndola de acuerdo al cálculo frío de la mera
racionalidad instrumental.
El Inconsciente mismo como campo habitado por las pulsio-
nes, instintos, símbolos disociados y motivos reprimidos, ha co-
menzado ya a estructurarse en códigos del lenguaje propio de la
lógica del mercado y desde allí alimenta la lógica del goce que
domina nuestra vida consciente.
Ahora el principio de realidad propuesto por la lógica del
mercado y el principio del placer como lógica del deseo que pasa
por el mercado ya no tendrán contradicciones antagónicas porque
están sincronizados. Lo que predomina aquí es el deseo mimético
o deseo de mimetizarse con el Otro en términos de lo que el Otro

83
posee y experimenta como goce. La metáfora de «las maquinas
deseantes» y el «Principium Individuatonis»
Una consecuencia de esto es el aumento desproporcionado de
la violencia interpersonal actualmente hasta convertirse en epide-
mia (la epidemia global). Puesto que mi deseo es apropiarme del
objeto de deseo del Otro y finalmente del Otro mismo para des-
truirlo, la violencia instrumental como medio para el logro del
objetivo, es la estrategia básica.
El Otro desea lo mismo que yo, pero posee algo que yo no
tengo y que al mismo tiempo deseo para ser reconocido por ese
Otro. Ese Otro es valorado como poseedor de un objeto de deseo
pero no como persona puesto que está desvalorizado en la misma
proporción en la cual los objetos o mercancías como diría Marx,
están revalorizados. Y ese objeto que posee el Otro y que yo deseo
es un «falo simbólico»(el poder) con el cual se define mi status
particular en la corriente de la comunicación pública, en los esce-
narios societales de la vida cotidiana y se define el status de los
demás como parte del «orden de las denominaciones».
Así se configura una sociedad fálica y falocrática (del poder)
en la cual lo que predomina es la violencia y la pulsión de domi-
nación y sojuzgamiento como mecanismos de castración del Otro
y por tanto del logro de su destrucción y muerte como situaciones
extremas en casos de violencia interpersonal.
En tanto yo poseo el tipo de objetos (valores-signos) que sim-
bolizan el poder y por tanto la capacidad de sometimiento del
Otro, yo poseo fálicamente al Otro, despojándolo no solo de lo
que posee materialmente, sino también y es esto lo más importan-
te, de su dignidad (la violación, por ejemplo) y de su vida como
situaciones límite.
En todo caso, estos comportamientos de violencia interperso-
nal no son más que metáforas de la lógica propia de una raciona-
lidad civilizatoria que es violenta por naturaleza y que no existe
sólo como expresión de procesos de representación simbólico-cog-
nitiva, sino que configura «engramas mentales»(información ins-
crita neurológicamente) que se registran ya a nivel biológico como
inscripciones del Significante del poder en el cuerpo.

84
Parte III
LA VIOLENCIA SOCIAL: EL GRAN JINETE DEL
APOCALIPSIS CONTEMPORANEO

85
86
CAPÍTULO 7
La violencia de la civilización global

 Globalización y violencia

El tema de la violencia hoy, ha dejado de ser un problema


secundario para pasar a ser el principal problema de la civilización
capitalista global. El asunto de la guerra global planteado como
consecuencia de la doctrina de la «Seguridad y defensa nacional»,
constituye toda una estrategia de los centros de poder mundial
para mantener la hegemonía planetaria. Al mismo tiempo que es
un excelente mecanismo de equilibrio de la economía que desde
hace algún tiempo viene presentando períodos de crisis cada vez
más frecuentes y prolongados.
Esto significa control de los centros de producción de petróleo
para una civilización cada vez más necesitada de energía que ali-
menta un monstruoso aparato de producción y consumo.
Para ello es necesario el control total del medio oriente, única
región del mundo que desafía abiertamente a los centros de poder
de la civilización occidental y en donde, al mismo tiempo, existen
las más grandes reservas de petróleo del planeta.

 La violencia como racionalidad global

Una civilización cuyo estilo de vida está basado en el consumo


como la única forma que tiene el individuo de vincularse al mun-
do real, de tal manera que aparece como el único acto que merece
ser visto como «real», es por esta razón, una «civilización de la
muerte» porque está orientada a la destrucción de todo.

87
Destrucción de los objetos en el consumo, destrucción de la
naturaleza para la producción, destrucción de las estructuras cul-
turales y modos de vida que constituyen resistencia a la implanta-
ción de la civilización global y por tanto destrucción de los pue-
blos que desafían la hegemonía de la «Cultura occidental».
La violencia destructiva, entonces, no es más que un síntoma
de la locura de una civilización enferma de poder, de «verdad ab-
soluta» (porque es la única que posee la verdad), de egocentrismo
etnocéntrico por la creencia en su condición de «raza superior» y
por lo tanto excluyente de los «grupos étnicos inferiores».
Este síndrome de la «civilización paranoica ha generado «deli-
rios de grandeza» que lleva a definirse como el «eje del bien» por
oposición al «eje del mal» y por lo tanto la parte de la humanidad
que merece llamarse realmente humana y civilizada. Y por prime-
ra vez en la historia de la cultura occidental, tenemos que hablar
de un imaginario de teología política que postula la existencia de
una «civilización divina», porque no es que sean enviados de Dios
o hijos de Dios, sino que los centros de poder de la civilización
capitalista global, se representan a sí mismos como una real «en-
carnación de Dios».
La divinización de la sociedad, parte de considerar que sola-
mente un orden social que ha llegado a tales grados de perfección
científico-tecnológica y niveles de vida basados en el consumo-
confort, merece considerarse como una civilización divina, en sí
misma. Toda una civilización es proclamada como divina por el
logro del ideal del yo civilizatorio que ninguna otra había alcanzado.
Las ideas delirantes de persecución que se generan de esta pa-
tología, empuja a atacar a todo aquel pueblo que desde este punto
de vista represente un peligro para la civilización. Esta es la «teolo-
gía política» del departamento de estado de los Estados Unidos y
Europa y en este contexto se entiende lo que está pasando hoy en
Palestina, el Líbano y el mundo árabe en general.
Pueblos que constituyen resistencia frontal a la homogeneiza-
ción compulsiva del mundo por la civilización capitalista cristiana
global-anglosajona y de los cuales ha surgido el fundamentalismo
como una respuesta de refugio que empuja a sobre-identificarse

88
consigo mismo y al terrorismo, como una respuesta suicida, igual-
mente patológico-destructiva..
Israel, no es más que un instrumento del mundo occidental,
en esta guerra de civilizaciones, para la realización de los propósi-
tos de una civilización necrófila. La invasión a un pueblo tradicio-
nalmente de pastores y comerciantes, como es el Líbano, la muerte
de civiles (predominantemente mujeres, niños y ancianos) en Pa-
lestina, la destrucción de toda la infraestructura de un país peque-
ño; nos instala ya definitivamente en la guerra global de una civili-
zación de la muerte.

 La cultura de la muerte

El ser humano es el único animal que tiene conciencia de la


muerte, sabe que va a morir, siente la «angustia del terreno». Los
otros animales, huelen la muerte pero no saben que son mortales,
no son capaces de realizar la conciencia de este hecho.
El instinto de conservación empuja al animal a evitar el peli-
gro, pero no le permite comprender el hecho en sí de la muerte. El
hombre tiene conciencia de la muerte, pero hay un problema, no
la acepta; al menos a niveles del Inconsciente.
Esa condición de «Ser auto-consciente de la muerte» que la
niega al mismo tiempo, y que caracteriza la condición humana,
crea una paradoja, pues de tanto tratar de escapar de la muerte, el
hombre la evoca permanentemente. Ella está más presente, cuanto
más se intenta huir de ella. Esto marca al hombre indefectiblemen-
te en todas sus acciones y manifestaciones: sociológicas, económi-
cas, culturales, políticas, etc.
En todas esas manifestaciones de la vida social, el problema
que es la muerte para el hombre está presente, cuando éste intenta
negarla. La acumulación de capital, la compulsión al atesoramien-
to de bienes materiales y de fortuna, la codicia, etc., no son más
que mecanismos de sobre-negación de la muerte.
La búsqueda compulsiva de poder político, cada vez más y más
poder, no es otra cosa que un intento desesperado por negar la muerte
que sabemos nos «viene pisando los talones». Así mismo podríamos

89
decir de la grandes manifestaciones culturales, grandes construc-
ciones de arquitectura monumental como un ejercicio de nega-
ción de la muerte, no sólo individual sino de toda una civilización.
Construcciones arquitectónicas grandiosas como las pirámi-
des de Egipto, grandes catedrales en la época medieval, manifesta-
ciones artísticas, etc., dan fé de la gran capacidad que el hombre
tiene para crear cosas que le permiten comprobar que está vivo y
que vivirá eternamente en esas grandes obras.
Pero también en la vida cotidiana encontramos esas mismas
manifestaciones de negación de la muerte que se convierten en su
afirmación más contundente. El que mata para sentirse vivo, espe-
ra con ese acto negador de la muerte, poder escapar de su fría
guadaña. Vana ilusión, porque lo que hace es reafirmar su presen-
cia cuando mata al otro para no sentirse él mismo que ya está
muerto y que es, por su misma condición, «un ser para la muerte».
De múltiples maneras, la sociedad contemporánea se ha veni-
do convirtiendo en una «Civilización de la muerte». El siglo XX
inauguró este período de la evolución humana, cuando el estado
nazi se convirtió en una inmensa «maquinaria industrial de muerte».
Antes, en las guerras, se mataba al enemigo porque constituía
una amenaza en el plano militar, o para apoderarse del territorio
del enemigo. Sin embargo, los judíos nunca constituyeron una
amenaza real desde el punto de vista militar para el estado nazi, ni
poseían territorio. Su inmenso poder de destrucción no era más
que un pretexto.
Luego pudimos observar este mismo fenómeno en el surgi-
miento de USA como un gran imperio generador de muerte. Lo
vimos en Corea, más tarde en Vietnam, en muchos países latinoa-
mericanos, en Irak, en el Líbano, Palestina, etc. Las guerras actua-
les matan más civiles que militares.
Hoy, en la vida cotidiana, la muerte se ha banalizado, vale
decir, se ha convertido en un hecho más o menos sin trascenden-
cia, un hecho trivial; cosa que había sucedido antes con los estados
como en el caso de los nazis pero no con el hombre común. Más
que «banalización del mal» lo que se está produciendo en la con-
ciencia colectiva común es una situación de «idealización del mal».

90
El mal ejerce una fuerte fascinación en el sujeto común por-
que es una manera de ir en contra de lo establecido, de negar la
condición de mortalidad y de afirmación del yo de aquél que no
puede hacerlo a través del «bien». Es una manera de rebelarse en
contra de lo establecido social y culturalmente desobedeciendo así
el mandato bíblico proclamado por Moisés: no matarás. Desde el
punto de vista del imaginario es la mejor expresión de la «muerte
simbólica del padre».
Esto significa que el valor de la vida se ha devaluado conside-
rablemente, al mismo ritmo en que se han devaluado las monedas
en la economía contemporánea. Y en este proceso de implantación
de un sistema social tan materialista como el capitalismo de con-
sumo (antes fue el capitalismo productivo), a medida que se reva-
loriza el mundo de los objetos, se desvaloriza en la misma propor-
ción el mundo de la persona.
Todos hemos oído noticias tan escandalosas como la muerte
de cualquiera persona para robarle el carro, la moto, el dinero,etc.,
en cualquiera de nuestros países latinoamericanos. En Venezuela,
por ejemplo, se ha venido entronizando también, como en el resto
del mundo, una «Cultura de la muerte».
El hombre y la vida han perdido el carácter sagrado que siem-
pre tuvieron para el sujeto común en la cotidianidad, en cualquier
civilización, a pesar de la violencia y la muerte que siempre hubo
por guerras, enfrentamientos militares, invasiones, etc..
La quiebra de valores centrados en la persona y la familia, es
responsable de la entronización de valores puramente instrumen-
tales centrados en el puro deseo del yo muy egocéntrico del indivi-
duo y no en el carácter relacional de la persona.
Valores egocéntricos: posesión de bienes materiales, dinero, sta-
tus social, consumo, confort, goce inmediatista, etc., por oposición
a valores interpersonales como: solidaridad, amor al prójimo, res-
peto por el otro (y por sí mismo), tolerancia, compasión, etc., que
son valores que conducen a promover situaciones de convivencia
y construcción de socialidad, y no de enfrentamiento y de orden
caníbal como es lo que estamos observando hoy en día.

91
Es una situación en donde lo que predomina es el culto al
objeto y no a la persona humana, el goce sin compromiso por
encima de la responsabilidad y el individualismo egoísta del «sál-
vese el que pueda» por encima del colectivismo responsable y soli-
dario.
Por otro lado tenemos el terrible expediente de la instalación
en nuestras sociedades ya con carta de ciudadanía de una «cultura
de la violencia». Por todas partes respiramos el aire maloliente de
un clima de violencia permanente: la familia, la comunidad, la
medios de comunicación, las crónicas rojas de los diarios y el mun-
do político, son vivos ejemplos de esa ecología en la cual estamos
todos implicados: la «ecología de la violencia».
El caso más típico es el de una civilización y una sociedad
concreta que condena a más de la mitad de la población a una
situación de exclusión social. Esto también es violencia, violencia
estructural.
Finalmente para completar este cuadro muy apretado de con-
diciones socio-epidemiológicas que favorecen la aparición de la
violencia, tenemos que debido al endurecimiento de la vida social
en nuestros tiempos contemporáneos, hemos terminado conven-
ciéndonos en la vida cotidiana de que si no es por la violencia no
podemos lograr nuestros objetivos. Alienación normativa.
Esto es una verdadera tragedia para una sociedad que despre-
cia mecanismos como: las leyes y normas sociales, las instituciones,
la conciliación, la mediación y la comunicación, como medios ra-
cionales para resolver los conflictos.

 Guerra de dioses o choque de civilizaciones

El terrorismo ha existido siempre que exista un imperio con


excesiva concentración de poder. Así fue en el caso de Roma, los
«Zelotes» en Palestina. Estos eran grupos de «guerrilleros» que rea-
lizaban atentados en contra del Imperio Romano para obtener la
liberación de su provincia.
La búsqueda del logro de los objetivos por medio del terror,
puede ser el arma del pequeño y débil en contra del grande y

92
poderoso. No obstante, es detestable por su carácter de ataque por
la espalda y generalmente con víctimas inocentes.
Lo que ocurrió el 11 de septiembre del 2002 en Nueva York
fue una carnicería; algo abominable, propio de bárbaros y demen-
tes que el mundo civilizado, cuerdo y democrático tiene que re-
chazar de una manera enérgica.
El mundo consternado se pregunta quienes y porqué razón
suceden estas cosas y la respuesta no es simple. Demasiadas perso-
nas implicadas en esta carnicería, demasiada barbarie y demasia-
das cosas capaces de generar un clima propicio para realizarla.
El capitalismo de la globalización, cuya Meca son los Estados
Unidos, ha generado demasiados enemigos con suficientes senti-
mientos anti-norteamericanos y anti-globalizadores como para
propiciar un ataque de esta naturaleza. La resistencia crece a nivel
del mundo entero..
El capitalismo en su versión globalizadora es arrogante, so-
berbio, racista, avasallante y generador de pobreza, exclusión so-
cial y estilos de vida que estimulan la violencia. Todo el que no ha
podido ingresar al proceso de globalización en condiciones de pro-
pietario de capital y tecnología o de gran mercado, se ha ido con-
virtiendo en un paría excluído del sistema.
A su vez este sistema se ha vuelto intolerante con todo lo que
significa diferencia racial, cultural o étnica. La derecha ultracon-
servadora norteamericana y europea ha alentado el surgimiento
de movimientos neo-nazis cuyo racismo recuerda los aciagos años
de los campos de concentración.
A partir del comienzo de la guerra fría, USA ha desarrollado
una política exterior de intervencionismo y árbitro del nuevo or-
den mundial. Se ha convertido en un policía global que persigue y
hostiga a todo aquél que es definido como antisocial (bárbaro)
que amenaza a la civilización.
Desde el surgimiento de países comunistas en América Latina,
los movimientos de liberación nacional, hasta los líderes provi-
denciales de estados teocráticos fundamentalistas como Sadam
Hussein, ayatolas, o simplemente jefes de estados denominados
como delincuentes; todos caen dentro de esta categoría de objeti-
vos del dispositivo de guerra norteamericano.

93
Sin embargo, el enemigo global actual no es el portador de
una ideología política que como el marxismo proponía el reino de
Dios en la tierra. El enemigo de hoy puede ser todo aquél que
representa a una etnia que se fundamenta en una creencia religio-
sa cuyo reino no es de este mundo sino del cielo, como es el caso
de los movimientos islámicos fundamentalistas.
El hezbolach o «partido de Dios» libanés, el movimiento Ha-
mas palestino o los Talibanes de Afghanistan, los clérigos iraníes o
iraquiés y más recientemente las milicias del denominado «Estado
Islámico», se han declarado enemigos irreconciliables de la civili-
zación occidental y Estados Unidos como la cabeza visible de esta
civilización aparece como el «Gran Satán» para ellos.
Para este tipo de creyentes la muerte violenta es una vía expe-
dita para llegar al paraíso de tal manera que declaran la jihad
(guerra santa) a todo el que no forma parte de esta manera de ver
al mundo. Y esta jihad islámica es ordenada directamente por Dios.
Se trata de una visión apocalíptica que pretende erigir el reino de
Dios en medio de una gran destrucción, es decir «un Armage-
dón». Los ahogaremos en sangre ha sido el Grito de guerra de las
milicias del denominado «Estado Islámico» refiriéndose al occi-
dente cristiano-capitalista.
La muerte es el principal ingrediente de esta orgía de sangre
en la cual el Occidente capitalista desarrollado aparece como per-
sonificación del Mal en una lucha bastante vieja del «Bién contra
el Mal». Estados Unidos es la gran «ramera de Occidente», la «nueva
Babilonia» y por lo tanto hay que declararle la guerra hasta des-
truirla totalmente.
No por azar los ataques estuvieron orientados al centro del
poderío militar (el Pentágono) y al cerebro del capitalismo finan-
ciero global como es Wall Street.
Es una guerra de dioses; el judeo-cristianismo de un lado con
el occidente capitalista e Israel y el mundo islámico por el otro.
Pero el mundo islámico es un universo muy variado de socie-
dades mayoritariamente teocráticas (gobernadas por sacerdotes)
que han evolucionado hacia un fundamentalismo religioso como

94
respuesta al proceso de penetración del capitalismo globalizante y
la cultura occidental en general, al interior de sus sociedades.
La destrucción de las tradiciones culturales más profundas
que en estas sociedades se confunden con las costumbres religio-
sas, ha desencadenado una reacción de reafirmación de los princi-
pios fundamentales del Islam, de una manera muy primitiva y
patológica, para escapar al proceso de occidentalización y secula-
rización que de manera inexorable se les ha venido encima.
La percepción de destrucción inminente de su universo inter-
no simbólico-cultural es proyectada afuera como visión apocalíp-
tica del mundo. De ahí que la «guerra santa» o Jihad islámica sea
una expresión de esa visión apocalíptica.
Sin embargo los dioses de occidente no parecen ser Jesucristo,
ni tampoco Jehová; otros parecen ser los dioses del occidente capi-
talista postindustrial globalizante: el dinero, el petróleo, el merca-
do, el consumo masivo, el confort, el poder, la ciencia-tecnología y
la TV. Mas que dioses son éstos, ídolos, tótems que nos están con-
duciendo por los caminos de la idolatría.
Tradicionalmente las guerras siempre fueron por motivos reli-
giosos, luego vinieron otros motivos: expansión colonial, mercado,
etc. Hoy parece que estamos regresando a las guerra religiosas, gue-
rras de dioses.
A una guerra santa desatada por los grupos islámicos funda-
mentalistas, Occidente ha desatado su guerra santa también. La
teología política desplegada en los medios masivos de comunica-
ción habla de dos ejes que constituyen al mundo: los países que
forman parte del eje del Bien: Occidente desarrollado con USA a
la cabeza y los que forman parte del eje del Mal : los países islámi-
cos, fundamentalmente. Los conceptos de «Justicia infinita», «Li-
bertad perdurable» utilizados por el Departamento de Estado como
parte del lenguaje de esta teología política, son indicadores socio-
linguísticos de la guerra global.
Estas estrategias sociolinguísticas se refieren a una Especie de
«Cruzadas» en la época de la globalización para acabar con los
infieles que amenazan al «reino de Dios» en la tierra en el cual se
ha convertido el capitalismo neo-corporativista.

95
Esta guerra mediática muy propia de la aldea global, quizás
sea más destructiva que la que se lleva a cabo en el frente militar
pues es una guerra de símbolos, signos, imágenes e íconos y repro-
duce la visión racista y prepotente que Occidente siempre ha teni-
do acerca de todo aquél que no se corresponde con el prototipo
dominante de la cultura occidental: hombre blanco, caucásico, con
rasgos de la modernidad triunfante; es decir, el civilizado que vive
en una sociedad civilizada, vale decir: democrático-liberal, de mer-
cado y orientada por ciencia y tecnología.
Los demás serían unas exóticas criaturas con rasgos de civili-
zaciones muy primitivas que se corresponden con el prototipo del
hombre no blanco, es decir, el bárbaro. Este sería un prototipo del
hombre perverso y degenerado en oposición al hombre blanco oc-
cidental, noble por naturaleza. Esto encarna el arquetipo del « Buen
salvaje»
Los medios de comunicación han recuperado una dimensión
teológica y mítica del problema proyectando lo que sucede, en
términos de un relato (mito) en donde Dios, o las fuerzas del Bien
se enfrentan con el diablo o las fuerzas del Mal. El Apocalipsis está
cerca y próximo a realizarse en la gran batalla final que será la
«guerra del Armagedón».
La Neo-modernidad mediática recurre a las fuentes antiguas
de la religión como campo en el cual hay consenso automático,
para terminar de cuadrar nuestras conciencias con el ejército de
masas consumidoras ávidas de sentido y significaciones trascen-
dentales en un mundo que se debate en una banalización de lo
sagrado y de todo lo realmente significativo, en forma realmente
agobiante. Estamos, hoy en la presencia de una Nueva manera de
definir la lucha por el poder global y los espacios geo-estratégicos
que conduce a una nueva metafísica del poder tanto de un lado
como del otro.
Puesto que ya no hay comunistas que combatir porque fueron
derrotados y su ideología ya no convoca a nadie en esta época de
postguerra fría, se recurre a la simbolización religiosa como imagi-
nario que puede producir el consenso necesario para definir y com-

96
batir al enemigo político cuando nos encontramos en una situa-
ción de «fin de las ideologías».
Este imaginario mágico-religioso es muy primitivo pero tam-
bién mucho mas eficaz a la hora de definir al enemigo y convocar
a alianzas para combatirlos.
La Modernidad arrogante y soberbia, herida de muerte en su
narcicismo patológico por el cuestionamiento que se ha hecho de
la perfección de su civilización, apela a un recurso que ella misma
había tirado a la cesta de la basura, como es la cuestión mítico-
mágico- religiosa. Pero no nos engañemos porque se trata del uso
político y estratégico de unos símbolos y no un verdadero acto de
contrición.

 Pueden las sociedades volverse locas?. El suicidio como


salida trágica en una civilización suicida

Terroristas suicidas, suicidios en masa, homicidas que a su vez


se convierten en suicidas (bien sea en situaciones de grupo o en
situaciones domésticas), delincuentes homicidas que finalmente
terminan asesinados, accidentes de tránsito que por el comporta-
miento del conductor en la vía, no son más que homicidios-suici-
dios; en fin, todo parece indicar que la opción de matar y ser ma-
tado se impone cada vez como una salida a la crisis civilizatoria-
existencial que los problemas de la vida cotidiana plantean hoy.
Un indicador de todo esto lo constituyen las masacres que con
cierta frecuencia se presentan en las universidades norteamerica-
nas. Así, por ejemplo, la que ocurrió en la universidad politécnica
de Virginia en los Estados Unidos; igual que la que tuvo lugar en la
Escuela Columbine de California y en la Universidad de Texas, sin
dejar de mencionar el ataque terrorista a todo un edificio en Okl-
ahoma. Todo esto invita a pensar en el porqué, o los porqués de
estas cosas tan horribles que generan consternación, dolor y mu-
cha aflicción, no solo en los dolientes de estas víctimas, sino tam-
bién en la población en general.
Cómo es posible que en el país del «sueño americano», la so-
ciedad del mundo civilizado que le sirve de modelo al resto de la

97
humanidad para alcanzar «el cielo en la tierra» de la felicidad y la
libertad, la sociedad que le está haciendo al mundo los más gran-
des aportes culturales que la historia haya conocido, como son la
democracia liberal, el predominio de la ciencia y la tecnología y el
concepto de progreso más acabado, sucedan cosas de este tipo.
Cómo explicar que en el país en donde las tendencias moder-
nizadoras se dieron con mayor intensidad que en cualquier otra
sociedad hasta el punto de convertirla en la sociedad más racional
de la historia, se den los comportamientos más irracionales que
también la historia haya conocido?.
Esta sociedad cuyo modelo de organización social es el mode-
lo civilizatorio ideal para el mundo hoy, está mostrándose como
una sociedad profundamente violenta e irracional. El fenómeno
de la globalización, que no es más que la mundialización de la
cultura anglosajona específicamente norteamericana, es también
un proceso profundamente excluyente, racista, etnocéntrico: pre-
dominio del arquetipo adulto blanco, masculino-patriarcal, cris-
tiano y orientado por valores materialistas como modelo hegemó-
nico y basada en el neodarwinismo de la «ley del más fuerte» del
orden del mercado u «orden caníbal»
En una sociedad donde sólo se reconoce y existe como perso-
na, aquél capaz de obtener éxito material y por lo tanto poder,
cabe la definición de sujeto como un interlocutor válido en el
orden de la comunicación pública efectiva, es decir, alguien que
tiene una palabra con poder suficiente como para hacerse escu-
char por los otros.
Los demás no tienen palabras con poder y por lo tanto no
existen; simplemente están muertos psíquica y socialmente.
En este contexto comunicacional, el estado emocional que pre-
domina es el miedo, combinado por supuesto con la rabia, la frus-
tración, la desesperación y la desesperanza. La violencia, que pue-
de producirse en estas condiciones, está motivada, sin duda por
una mezcla de rabia, frustración, desesperación, etc.; pero ante todo
por un profundo miedo, y más que miedo, pánico. Este es un
miedo a no Ser, miedo a sentir miedo que es propio de un sujeto
sin identidad.

98
Miedo a no ser, miedo al vacío del no reconocimiento, la no
aceptación social y la no adaptación al grupo. Se puede soportar
cualquier dolor, menos el de «no ser», el de no «existir». El «horror
al vacío», es propio de la naturaleza no sólo humana, sino de cual-
quier tipo de ser o especie.
En la especie humana, esa motivación y por lo tanto ese mie-
do, está vinculado al concepto de identidad. Quien soy yo para los
otros y para mi mismo?, cómo me inserto en el concierto de la vida
social y la dinámica del grupo?, hacia adonde voy?.
Las sociedades contemporáneas globalizadas, tienen un grave
problema con la definición de la identidad, porque ésta más que
derivada de una trama de relaciones, es el producto de una racio-
nalidad instrumental, el mercado, el consumo. Las sociedades con-
temporáneas carecen de identidad porque son estructuralmente
anómicas y desarraigadas.
Es esta estructura la que genera y asigna roles sociales y por
tanto identidad a los individuos concretos, que por efectos de es-
tos procesos se convierten en sujetos; sujetos con voz, capaz de
insertarse eficazmente en las corrientes de la «comunicación pú-
blica efectiva» (producción, consumo, poder, etc.) y por lo tanto
sujetos sociolingüísticamente competentes.
Una sociedad constituída de este modo, genera como funda-
mento, una subjetividad de carácter predominantemente necrófi-
la; es decir, orientada hacia estilos de vida que no pueden menos
que provocar y orientarse hacia la muerte.
Este es un rasgo profundamente «esquizoide» que separa la
afectividad y los sentimientos, del pensamiento y el discurso, la
acción del pensamiento y que habla de cosas bien diferentes, tales
como, el amor, la compasión, la solidaridad, el respeto; en fin valo-
res de base de nuestra civilización cristiana que supuestamente
deberían orientar nuestras acciones y constituir la verdadera ra-
cionalidad comunicativa.
El joven surcoreano que desde una posición de francotirador,
mató a 33 personas y luego se suicidó, en un tecnológico de Esta-
dos Unidos, encarna perfectamente en el análisis que estamos ha-
ciendo. Joven estudiante pobre, procedente del tercer mundo, por

99
lo tanto no blanco, con un idioma bien diferente al inglés; es decir,
con todos los rasgos que lo proponían como candidato fuerte a ser
«un perdedor», un «no ser», un «outclass» (sin clase) y por lo
tanto, un criminal-suicida. Un sujeto incapaz estructuralmente de
insertarse en el «torrente de la comunicación pública»
Ese muchacho ya estaba muerto espiritualmente y subjetiva-
mente y lo que hizo pudo haberlo hecho sentir por un momento
al menos que estaba vivo, cuando mataba a otros. Pero el significa-
do simbólico más importante aquí, es la obtención de poder en el
momento de disponer de la vida de los demás y sobre todo la
analogía con Dios, porque solo el «padre todopoderoso», puede
disponer de la vida de las personas.
También, nuestro país está progresivamente participando de
ese carácter de «sociedad-suicida» que observamos diariamente en
todos estos actos en donde el sujeto que mata, busca también su
propia muerte. El juego es matar y ser matado. Venezuela es uno
de los primeros países en América y el mundo en donde la tasa de
muerte violenta en jóvenes ocurre muy tampranamente.
Tanto en actos de violencia delictiva, como en «tragedias pa-
sionales», está presente este espíritu de la muerte como salida dra-
mática a una situación trágica a la cual no se le ve otra salida que
la muerte..

Consideraciones generales:

Creemos que el principal problema hoy en el mundo y parti-


cularmente en Venezuela, es el problema de la violencia. Este pro-
blema tiene mayor probabilidad de acabar con la humanidad que
cualquier plaga o catástrofe natural por el status de «Racionalidad
global sistémica» que ha adquirido
Es por ello que se hace urgentemente necesario realizar esfuer-
zos sobrehumanos por detener al «monstruo de las mil cabezas»
que es la violencia. Para ello tenemos que construir entre todos
(estados, líderes, padres de familia, profesionales, instituciones, etc.)
una «Cultura de la convivencia», retomando como cuestión de
vida o muerte el tema de los valores y la formación ético-moral;

100
hoy olvidada por una educación formal e informal que está vien-
do para otro lado.
La reconstrucción del sistema de valores debe apuntar a susti-
tuir un sistema de valores del mercado, de poder y de la compe-
tencia feroz, por valores de convivencia, de solidaridad y de perte-
nencia a la familia; vale decir, una «contracultura de la no
violencia».
La reconstrucción de la familia como valor fundamental, la
regeneración de los roles familiares y los tejidos sociales comunita-
rios, el fomento del desarrollo del concepto de la «dignidad de la
persona»; en fin, o construimos una «cultura de la convivencia» y
por tanto de la vida, o perecemos por los embates de una «cultura
de la muerte».

101
CAPÍTULO 8
Pulsión de muerte y patología social

El resurgimiento de una pulsión de muerte capaz de generar


sentimientos destructivos y autodestructivos en la población de
cualquier nivel socioeconómico, está pasando a comandar buena
parte de los comportamientos de la vida cotidiana de la gente hoy.
Parece una epidemia que se hubiera instalado en «el espíritu
de los tiempos» y desde ahí contamina nuestro Inconsciente colec-
tivo, nuestra alma colectiva. Es una suerte de «pulsión canibalísti-
ca», que aunque no sea nueva, se está entronizando en nosotros y
amenaza con convertirnos en una sociedad donde todo el mundo
intenta devorar a todo el mundo.
Y es que la nuestra es una «civilización caníbal» porque la
tendencia a eliminar o desvalorizar todo lo que sea palabra, dis-
curso, o mediaciones sociales en general; todo lo que no tenga que
ver con los requisitos que acreditan a alguien como merecedor de
reconocimiento social (dinero, poder, posesión de objetos materia-
les, etc) y su correspondiente tendencia a revalorizar (idolatrar)
todo lo que involucre objeto, valor material, etc., nos ha llevado a
este estado del espíritu que denominamos como «miseria del espí-
ritu colectivo». Es un estado de alienación que cosifica y reifica la
subjetividad de la persona.
Todo se ha vuelto desechable, no solo los objetos de consumo,
sino también los seres humanos. Estos, por efectos de una civiliza-
ción del consumo y el confort como única forma aceptable de
«estar y existir en el mundo», y por tanto de legitimar la existencia,
se han convertido en meros medios o instrumentos para el logro
de objetivos; en una inversión de valores en la cual los medios se
convierten en fines y las personas (fines) se convierten en medios.
La descripción del proceso de desvalorización de la vida hu-
mana (y de la vida en general) se observa ya en Marx cuando
afirma que existe una tendencia estructural en la sociedad capita-
lista que lleva a desvalorizar la fuerza humana de trabajo mientras
mayor es la revalorización del capital.
Diríamos parafraseando al autor que para el momento histó-
rico que vive la humanidad y el sistema social capitalista global, a
un proceso de mayor revalorización del capital, le corresponde
una tendencia a una mayor desvalorización del hombre y de la
vida en general..
En la dinámica de la civilización neo-moderna-global, la in-
surgencia de la pulsión de muerte como Tánatos descontrolado
surge en un contexto en el cual las estructuras de mercado y del
capital y la racionalidad del proceso de modernización sacrifican-
reprimen las tendencias orientadas a la pulsión de vida y la convi-
vencia en beneficio de las pulsiones propias de estas estructuras.
Se trata de una ética muy instrumental que define la realiza-
ción personal como una cuestión meramente individual a través
de la posesión material y el placer libidinal que genera el consumo
y solo de esta manera se podría alcanzar la «salvación del alma»,
que en este caso no es en el cielo sino en la tierra.

CRIMENES PASIONALES:
LA VUELTA AL SENTIMIENTO TRAGICO DE LA VIDA

Desde que existe el amor sexual éste se asocia al romanticismo


y por esta razón los celos son la causa más importante de los crí-
menes pasionales. Los Homicidios-suicidios pasionales responden
a ese sentimiento que aparece ya en la edad media pero que es en
la Modernidad cuando se convierte en el fantasma que acompaña
al surgimiento del amor sexual con la aparición de la monogamia
como forma de organizar las relaciones sexuales legítimas y por
tanto la infidelidad.

104
Antes no existía ni el amor sexual, ni el romanticismo y por
tanto tampoco la presencia de esa pasión devastadora que son los
celos. La Modernidad con su carga de progreso crea, al sujeto-indi-
viduo y con él todas estas nuevas formas de verse y ver a los demás.
El proceso de erotización de las relaciones sexuales y de pareja
ha generado tanto el fenómeno de los celos como las crisis pasio-
nales alrededor de este tipo de relaciones. De ahí deriva el conflic-
to y la violencia de pareja que está unida ancestralmente al patriar-
calismo, al machismo y al afán por la dominación hombre-mujer.
No obstante, aunque en nuestro país no es nada nuevo el fe-
nómeno de las lesiones, homicidios y suicidios de tipo pasionales,
la gravedad con la que se presenta el problema hoy, nos obliga a
prestarle una cuota extraordinaria de atención.
En el país en general, hemos visto como en los últimos años, la
prensa reseña casos de este tipo con una frecuencia que genera
alarma en toda la población en general. Aparte de las consecuen-
cias que para los protagonistas y sus familiares puedan tener estos
acontecimientos, el efecto de aprendizaje para las nuevas genera-
ciones, podría ser demasiado destructivo.
Es por ello que se hace necesario realizar un análisis del fenó-
meno que nos permita hacer propuestas en función de la preven-
ción de este problema que se ha convertido rápidamente en un
capítulo muy importante de la violencia social en general.
En atención a esto no preguntamos, ¿Cuáles son los factores
que intervienen para que se produzca este fenómeno?. Menciona-
remos 5 aspectos que nos parecen fundamentales, aunque halla
muchos más.

1. El exceso de concentración afectiva del hombre contemporá-


neo en la vida afectiva conyugal, es el resultado de la pérdida
de importancia afectiva de la familia extensa, de la madre como
devoción central del venezolano y de las culturas matricéntri-
cas en general.
En una sociedad esencialmente matricéntrica como la venezo-
lana, representa un cambio significativo para el alma colectiva
del varón, el desplazamiento como centro afectivo de la madre

105
y su concentración en las relaciones de pareja. La conyugali-
dad como valor central propio de la Modernidad.
El hombre está invirtiendo mucho más desde el punto de vista
del capital libidinal y afectivo en las relaciones de pareja que
antes, pues la mujer estaba más desvalorizada en el mercado
de valores sexuales y menos individualizada. Significa mayor
concentración pero también mayor conflictividad.

2. La emergencia de la mujer como «Sujeto de derechos» y «Su-


jeto de libertad» y por tanto con capacidad de elegir; elección
que la puede llevar a tomar decisiones como por ejemplo ter-
minar con una relación de pareja cuando ésta no le convenga,
genera un caos que se resuelve con una intensificación de las
pasiones posesivas del hombre hacia la mujer como mecanis-
mo de defensa. «Esta mujer es mía y puedo disponer de ella
como me plazca» hasta llegar a la destrucción y la auto-des-
trucción porque el sujeto homicida se une simbólicamente a
su pareja en forma eterna, a través de la muerte.

3. Este fenómeno genera un estado subjetivo que denominamos


como «crisis de fundamentación del macho-propietario». El
hecho de que la mujer en esta época pueda ser profesional,
tener capacidad económica, tener derechos iguales que el hom-
bre y por tanto capacidad para elegir, está generando una si-
tuación que inconscientemente está siendo vivida por el varón
como de «castración» simbólica».
Esto está provocando reacciones de compensación fálica (com-
pensación por la vía violenta) que genera comportamientos
violentos, de maltrato y hasta de muerte. No hay diferencias
por clases sociales, igual un «recogelatas» que un ilustre profe-
sor universitario. «La mujer debe obedecer al hombre».

4. La disolución de las redes de «apoyo afectivo» que constituían


la familia y parientes en general, los amigos, etc., crea situacio-
nes de desarraigo afectivo que impide el manejo colectivo de
los conflictos pasionales y por tanto la soledad ante estas si-
tuaciones.

106
Por otra parte, en la sociedad tradicional existían diversos me-
canismos sociales que permitían ayudar en el manejo de la
situación conflictiva pasionales, prorrateándola y relativizán-
dola. La familia y el grupo de pares, entre otros, constituían
esas redes de apoyo socio-afectivo. Esto significa un empobre-
cimiento en la disponibilidad de recursos operativos para la
confrontación de problemas de este tipo.

5. El estado de angustia en general que nos inunda ante un mun-


do caótico, de gran incertidumbre; al lado de la pérdida del
poder de mantenimiento espiritual de la religión, puede y de
hecho lo está haciendo, conducirnos a estados de desespera-
ción que nos aconseja el «suicidio».

La muerte vista como única salida ante los problemas respon-


de a formas de pensar que se fundamentan en una visión trágica
de la vida, vale decir, no hay mañana, no hay un más allá. «Todo
termina aquí y por lo tanto la solución es la muerte»
No hay soluciones totales y definitivas para situaciones tan
complejas como ésta, pero pudiéramos hablar de algunas vías que
pueden servir como contribución en la solución del problema:

1. Restablecer la espiritualidad de la gente en general es una ne-


cesidad mucho mayor que cualquier otra, incluyendo las me-
tas de tipo socioeconómicas y sociopolíticas.

2. Restaurar las redes de proximidad afectivo-familiares, comu-


nitarias, laborales, etc. Esto no es muy fácil, pero tampoco es
imposible. Asé era como funcionaba la sociedad tradicional
de manera espontánea. Habría que hacer una labor de «ar-
queología sociológica».

3. Cambio de mentalidad, sobre todo en el campo masculino


para producir una actualización-aceptación de la realidad con
respecto al nuevo papel de la mujer hoy en día, en nuestra
sociedad. De guerra de los sexos debemos pasar a «conviven-
cia y complementariedad de los sexos».

107
LA VIOLENCIA: UN MEDIO PARA EL LOGRO
DE LA DOMINACION DEL OTRO

 Motivación de poder y violencia

Sabemos por experiencia e investigación que el venezolano se


motiva fundamentalmente por poder, más que por afiliación o
logro. La motivación por la afiliación, que es algo ya tradicional en
nosotros, aunque con mucha fuerza aún, no tiene la potencia im-
pulsadora del comportamiento como lo tiene la motivación de
poder hoy.
En este sentido cuando hablamos de afiliación, nos estamos
refiriendo a todo lo que tiene que ver con el afecto, la familiaridad
y aspectos no tan sanos como el compadrazgo que se observa en
los casos de corrupción.
Desde la lucha por el poder político, hasta la búsqueda del
poder en los lugares de trabajo, familia, la pareja, el barrio, la cár-
cel; en todas partes lo que parece predominar es esa necesidad
compulsiva de dominar a los demás. Se expresa en frases comunes
del diario vivir como: «a mi no me gusta que nadie me mande, por
eso es que trabajo por mi cuenta»», «aquí hay muchos caciques y
pocos indios».
El proceso de socialización primario también registra este fe-
nómeno cuando la madre le dice al hijo en tono amenazante: «…no
sea zoquete, no se deje poner la pata con nadie».
En ese patrón de comportamiento que podemos denominar
«cimarrón» por el carácter de rebeldía que comporta, encontra-
mos muchos factores asociados, entre otros: a) el legado ancestral
de la etnia caribe, b)la sensibilización ante la dominación en una
sociedad de esclavos y siervos explotados inicialmente y que con-
formaron los ejércitos patriota y realista c) y luego, la transforma-
ción de esclavos y siervos en la «peonada» de la hacienda, que
obedecían al caudillo de la hacienda, d) y finalmente, la larga zaga
de las dictaduras y el militarismo.
Así se va amasando ese «caldo de cultivo» de la anarquía y la
sumisión paradójicamente que genera el modo de ser del ciudada-

108
no cimarrón; ese que no respeta normas ni leyes porque pertenece
a una cultura de la violencia, pero se somete «al de arriba» porque
ha internalizado el autoritarismo De hecho históricamente, desde
la creación de la República hemos oscilado en un péndulo entre la
autocracia y la anarquía.
En el fondo, esa necesidad de poder no es más que una acti-
tud de rebeldía ante el poder, no sólo de facto sino también legal. Y
expresa la dualidad del sujeto sometido a largos períodos de do-
minación-sumisión, que es rebelde al mismo tiempo que sumiso-
dependiente.
Eso configura la naturaleza dual del carácter del autoritaris-
mo propio del venezolano que siendo sumiso ante el poder puede
llegar también a ser demasiado cruel con el que está por debajo. Ni
más ni menos que la organización social propia del «orden del
picoteo» descubierto en las aves domésticas por los investigadores
del comportamiento animal.
La manera de ser propia de la estructura de carácter del sujeto
del autoritarismo nos revela una identificación con el que está arriba
mandando y un rechazo en contra del que es igual a mi o está por
debajo, llegando a tener tanto o más crueldad con éste, que el
mismo jefe o patrón. Es como se dice coloquialmente, «más papis-
ta que el papa» porque significa que en las profundidades de esta
persona cruel con su propia gente, hay una actitud de sumisión e
identificación con los reales sujetos que detentan el poder; vale
decir, una identificación con el verdugo.
Así podemos observar como el agente de policía cuyo origen
social es el barrio o la parroquia, puede llegar a ser muy cruel y
cometer toda clase de vejámenes en contra del muchacho que al
igual que él, proviene del mismo lugar social.
Este patrón de comportamiento lo podemos observar en cual-
quier espacio social, pero donde se registra más claramente es en la
cárcel y en el barrio. La cultura penitenciaria que emerge a partir
de los años ochenta, convirtió la motivación de poder en una for-
midable palanca para utilizar la estrategia del miedo como instru-
mento eficaz para el logro de la dominación a lo interno de la
institución carcelaria.

109
La unión de este proceso a la emergencia de un fenómeno
sociológico que denominaremos como «tribalización de la vida
social», transformaron las cárceles venezolanas en lugares de vio-
lencia y terror sanguinario.
En este contexto ubicamos el derramamiento de sangre que
desde hace algún tiempo se viene produciendo en las cárceles ve-
nezolanas; actualmente, quizás, las peores del mundo.
La organización social de los presos en bandas (tribus) que
luchan por el poder para dominar un territorio que implica no
sólo un espacio físico sino el lugar desde donde se controlan nego-
cios, drogas, armas y hombres, ha significado una carnicería es-
pantosa como la que ocurre en algunas cárceles venezolanas.
Aquí podemos observar como la saña y la crueldad aparecen
como emergentes de un instinto criminal perverso que se ha esta-
do entronizando en el seno de la delincuencia en general. La pre-
sencia de pulsiones sádico-destructivas o de agresividad maligna
que se originan en el contexto de un ambiente sociológicamente
muy tóxico y de profundas patologías sociales, como son las cárce-
les, es uno de los principales factores causales de las carnicerías
que se están produciendo en estas instituciones.
Sin embargo, creo que toda esta agresividad maligna está al
servicio de una pulsión que está por encima de todas las demás,
como es la motivación de poder. Por supuesto que una motivación
de este tipo es claramente patológica por la potencia destructiva
que involucra.
Es la misma motivación que encontramos en el personaje que
ya forma parte del folklore nacional como es «el azote de barrio» y
en las bandas que asesinan y causan terror en las calles y barriadas,
para dominar y controlar territorio. Y aquí podemos establecer
una relación de reciprocidad porque uno no sabe donde comienza
a generarse esta «cultura del terror» si en el barrio o en la cárcel.
Creo que si esta violencia criminal no se inició en la cárcel, al
menos tiene mucho de «cultura penitenciaria» que desbordó los
muros de la institución para socializarse, convirtiéndose en parte
ya de la vida cotidiana. Una pesadilla que se ha normalizado y con
lo cual hay que convivir porque pareciera que fuera algo ya natural.

110
La emergencia de este fenómeno, podría ser explicado tam-
bién como el resultado del fracaso rotundo del intento fallido de
instalar una cultura del diálogo y la negociación, del desarrollo
institucional y el orden normativo, por encima del salvajismo y la
barbarie que desde la conquista y colonización, ha impedido que
nos desarrollemos como pueblo, como grupo humano y como per-
sonas.
Ya para la década de los ochenta era evidente el cansancio y
agotamiento total de las instituciones de la democracia liberal que
por lo demás tuvieron mucho de simulacro.
De tal manera que lo que le sigue a la evaporación de institu-
ciones por el proceso de desgaste, es un estado profundamente
primitivo y regresivo y con una gran potencia DE-SOCIALIZAN-
TE que se expresa en: bandas, azotes de barrio, ajustes de cuenta,
agrsividad maligna; esto es, lucha por el poder y por tanto violen-
cia social elevada a su máxima expresión.
Un Inconsciente societario devastador que alberga pulsiones
de destructividad y auto-destructividad, inunda, anegándolo com-
pletamente, al yo consciente y racional en el venezolano, con las
aguas de la irracionalidad. En este medio profundamente regresi-
vo y anómico, emerge la motivación de poder y la violencia en
forma monstruosa como una manera de afirmar el yo, colocándo-
se por encima del Otro para dominarlo.

 Alcoholismo y violencia de pareja

Nuestra sociedad puede ser catalogada de manera definitiva


(aunque parezca exagerado) como una sociedad pro-alcohólica.
Esto significa no sólo que el abuso en el consumo de alcohol sea
estimulado abiertamente, sino que en vez de ser visto como algo
que amenaza seriamente la salud (física y espiritual) de la gente, al
contrario aparezca como un patrón de conducta socialmente y
culturalmente benéfico.
En este sentido el alcohol es utilizado como símbolo de status
que concede prestigio, instrumento de liberación-desinhibición-

111
sociabilidad, ritual de iniciación, de afirmación del yo; en fin, un
medio de realización social-personal.
Como símbolo de status, por ejemplo, el alcohol aparece so-
cialmente percibido como una cuestión de «hombres realmente
machos» y si un hombre no lo ingiere es porque realmente no lo
es, o está sometido por la mujer, o gravemente enfermo.
Por otra parte, y en este mismo sentido, una mujer demuestra
que está realmente liberada, cuando fuma y consume alcohol. Igual-
mente, un joven deja de ser muchacho para convertirse realmente
en un hombre, cuando lo vemos con un vaso de licor en la mano.
¿Pero, porqué es tan malo el abuso en el consumo de alcohol?,
qué consecuencias tiene para la salud pública?.
Siendo el alcohol una droga, aunque su consumo esté social y
culturalmente permitido , las consecuencias para la salud de la
gente son realmente nefastas. Si tomamos un área de la vida social,
como es la familia, encontraremos que la casi totalidad de la vio-
lencia que se produce en la pareja, está asociada con el abuso de
alcohol, de acuerdo a las investigaciones de la Organización mun-
dial de la salud (OMS, 2002).
Pero también el maltrato infantil, el abuso sexual infantil, el
maltrato al anciano, las peleas entre miembros de la familia y so-
bre todo, la violencia de pareja, son fenómenos que socio-epide-
miológicamente se asocian con el consumo de alcohol como factor
detonante; es decir, disparador de estas situaciones de violencia y
por tanto, facilitador de la prevalencia de esta patologia social.
El consumo de alcohol, es un patrón de comportamiento que
no aparece aislado, sino que está fuertemente vinculado con nues-
tra manera de ser y de pensar, de relacionarnos socialmente, for-
mando parte de la cultura popular realmente existente.
Así una frase tan banal pero con un fuerte contenido predis-
ponente a comportamientos violentos en cualquier situación so-
cial, pero sobre todo en la pareja como: …»el alcohol se hizo para
los hombres, la mujer en la casa, el hombre en la calle «, nos sugie-
re rápidamente un conjunto de ideas que son propias del comple-
jo: «hombre-patriarcalismo-machismo-Vs mujer-objeto de pose-
sión y dominación por el hombre».

112
Esta actitud suele ser fuente de conflicto en la pareja actual-
mente, por las transformaciones en el rol de la mujer en la socie-
dad contemporánea. Esto significa la emergencia de la mujer como
sujeto, al contrario de su tradicional status de objeto de propiedad
del hombre-macho-patriarca- propietario.
La carga perturbadora de estos cambios se potencia, agraván-
dose, en los estados de embriaguez del hombre (generalmente los
fines de semana), generando situaciones de conflictividad que son
resueltos por la vía de la violencia. Bien sea a través del maltrato
físico y/o emocional. La desinhibición cortical causada por el alco-
hol es «terreno abonado» para el afloramiento de complejos in-
conscientes derivados de la perdida de espacio de la condición de
masculinidad machista en la sociedad contemporánea; en conse-
cuencia, este vacío puede ser llenado con violencia pasional.
Hoy, el asunto es mucho más grave que antes (y por eso las
estadísticas de violencia) debido al proceso de liberación de la mujer
que la ha conducido a asumir nuevos roles, como: profesional,
trabajadora en la calle, proveedora económica del hogar (rol ex-
clusivo del hombre en la sociedad tradicional), estudiante; es de-
cir, sujeto de derecho-actor- con capacidad de decisión,
El surgimiento de este proceso le está sugiriendo al hombre, en
tanto que arquetipo del varón-fálicamente dominante y propieta-
rio del objeto-mujer, un estado de «castración», desde el punto de
vista simbólico y por tanto inconsciente, al mismo tiempo que cons-
ciente.
Esta situación se puede volver insoportable y convertirse en
un conflicto que se percibe como un laberinto sin salida, al no
disponer el hombre común-(incapaz de adaptarse a los cambios),
de los medios para resolverlo.
En esos casos, el abuso de alcohol actúa como un detonante,
al «revolver», «alborotar» al Inconsciente individual y colectivo,
estimulando la emergencia de complejos, fantasmas y toda clase
de ideas monstruosas de destrucción y muerte que puede involu-
crar, no sólo a la pareja, sino también a los hijos, familiares y al
mismo sujeto. Por eso vemos en la prensa como un marido celoso

113
le propina 24 puñaladas a su mujer, o la mata y después la quema,
matando a los hijos también y suicidándose él, finalmente.
La prevención de estas patologías sociales exige que se diseñen
políticas públicas que implique, entre otras cosas:

1. Desestimular el consumo de bebidas alcohólicas a través de


los medios de comunicación y demás instituciones sociales;
así como la promoción de una cultura del disfrute y la realiza-
ción personal-social sin necesidad de incentivos tóxicos, como
la droga y el alcohol.

2. Desarrollar una campaña que promueva un proceso de re-


construcción de valores y de la conciencia colectiva, privile-
giando contenidos valorativos como: el respeto, la valoración
y el reconocimiento del otro; independientemente de su con-
dición de género, edad, etc.; así como el auto respeto y la auto-
valoración como persona.

3. Proponer una modificación de los contenidos de los medios


de comunicación social que constituyen «llamados» (sobre todo
a los jóvenes) en términos de la «cultura de la masculinidad»:
hombre duro, fálico (agresivo-posesivo), exitoso sexualmente,
esencialmente posesivo y que se divierte teniendo muchas
mujeres y tomando mucho alcohol como hazaña épica, reali-
zada por estos «super-héroes» de la vida cotidiana.

 Embarazo adolescente: la tragedia comienza temprano

El embarazo adolescente es un grave problema social al mis-


mo tiempo que un grave problema también de salud pública cu-
yas consecuencias se miden no solo en cifras de morbilidad y mor-
talidad, sino de situaciones de desajustes sociales en donde inevi-
tablemente aparece la salud infanto-juvenil y el principal flagelo
de la sociedad actual como es el tema de la violencia social.
El asunto es particularmente grave si nos atenemos a las cifras
de la UNICEF que definen a Venezuela como uno de los países

114
con la más alta tasa de embarazo adolescente en América Latina y
probablemente una de las más altas del mundo.
De entrada, estos indicadores nos señalan que algo muy malo
debe estar pasando con la familia y la sociedad en general para
que sucedan estas cosas. Nos preguntamos entonces, ¿Cuáles son
las causas, o condiciones estructurales o factores asociados a este
problema?.
En primer lugar tenemos factores que tienen que ver con los
rasgos estructurales de la sociedad en general. El carácter de una
sociedad, como la nuestra, fundamentada en un modelo Patriar-
calista y de dominación masculino-femenino, predispone a la ten-
dencia presente en la mujer venezolana (y latinoamericana) de
reconocerse como tal en tanto objeto de apropiación sexual por
parte del varón dominante.
Esto significa que la legitimación de la mujer, en su condición
femenina queda garantizada por el proceso de conversión en un
objeto de apropiación masculina. Sobre todo en alguien que ape-
nas comienza a asomarse a la actividad sexual reproductora, como
es la adolescente.
Otro modelo predominante en la sociedad que constituye fac-
tor de riesgo de embarazo adolescente, es el patrón cultural del
Matricentrismo. Esta es la otra cara de la moneda de una sociedad
Patriarcalista-masculinista que actúa como la «revancha social de
la mujer» y que constituye un arquetipo -madre nutricia-parido-
ra-dueña de sus hijos- y un modelo a imitar por parte de la niña
quien ve en su madre el patrón a seguir como un ideal de realiza-
ción social en la vida.
Esto significa en la práctica, una madre soltera con sus hijos
que muchas veces excluye la figura masculina, realizando así el
arquetipo de la «madre autosuficiente» que termina siendo com-
plementario con el modelo Patriarcalista-machista porque «los hi-
jos siempre son de la madre-mujer», no del hombre quien está
llamado a cumplir, por esa división del sexual del trabajo ances-
tral, funciones de «semental».
Este comportamiento es socialmente aprendido en el contexto
de la socialización primaria y el tipo de familia predominante aquí

115
es el grupo materno-filial constituído por la abuela y todos sus
nietos.
Otro tipo de factores, constituye el complejo de fenómenos
propio de una sociedad posmoderna que podríamos denominar
como «erotización del ambiente» y «feminización de la sociedad».
El origen de estos fenómenos se ubica en las sociedades de los
países más desarrollados de la civilización occidental y su modo
de transmisión es la estructura mediática global. A través de los
medios de comunicación globales se han implantado patrones cul-
turales en los cuales todo está en relación con el sexo y todo puede
ser asociado con lo erótico.
Ya el ambiente sugiere las relaciones sexuales, sobre todo en
niños y adolescentes que apenas se asoman al mundo, descubrién-
dolo todo y abriéndose al temprano «despertar hormonal» (sobre
todo en la mujer venezolana).
La «femenización de la sociedad» es la herencia social y cultu-
ral del movimiento de liberación femenina que enfrentado al Pa-
riarcalismo de la sociedad occidental, proclamó el predominio de
la mujer, la «castración del varón» y la «muerte del
padre»simbólicamente.
Esto determina que las normas que regulan el ejercicio de la
función sexual en la mujer, sean hoy más laxas que antes y que se
banalice el sexo al plantearse como un mero juego infantil que por
supuesto no incluye en su agenda el aspecto ético de la idea del
compromiso.
La situación es más grave aún en el caso de los muy jóvenes
por la dificultad para manejar las cuestiones ético-valorativas y
sobre todo cuando nos referimos al sexo femenino.
A través de la sexualidad desordenada, la niña-adolescente,
afirma su condición de hembra-liberada, dominante sobre el va-
rón (revancha sexual) y se convierte automáticamente en mujer-
adulta. Por otra parte tenemos los beneficios secundarios de este
comportamiento porque la adolescente embarazada adquiere un
status central en los predios de estructuras familiares matricéntri-
cas predominantemente populares.

116
Esto es importante porque el otro aspecto es el fenómeno que
denominamos como de «adultización» de la sociedad, según el
cual ya no existe una separación real entre el niño-adolescente-
adulto, desde la óptica de una sociedad basada en el consumo
compulsivo. La adolescente embarazada está automáticamente
adultizada desde el mismo momento que concibe a un nuevo ser
humano y aporta «una boca más» al patrón de consumo.
El ejercicio de la función sexual precozmente colocaría al niño-
niña en el camino de ser adulto antes de tiempo, pero sobre todo
sin asumir ningún tipo de compromiso.
A este tipo de factores se le agrega otro «patrón de comporta-
miento» que podríamos denominar como «hedonización de la
vida», para completar el síndrome de la sociedad Posmoderna.
Según este tipo de pensamiento lo único que justifica nuestro paso
por este mundo, es el goce de la vida sin restricciones.
El «individualismo hedónico» no solo se registra entre el mundo
de los jóvenes, pero sin duda es en esta categoría socio-biológica
en donde se localiza con mayor intensidad y en donde por su-
puesto causa los mayores estragos, como es el embarazo precoz, el
abandono infantil y la alta prevalencia de enfermedades de trans-
misión sexual.
Si la única motivación para ejercer el sexo es la búsqueda de
placer, obviando otro tipo de valores como el amor y el compro-
miso ético, entonces cualquiera cosa puede suceder; sobre todo en
una joven-un joven que aún no ha terminado de realizar el proce-
so de maduración y en el cual no aparece todavía cabalmente el
juicio moral, de acuerdo al enfoque psicoevolutivo del desarrollo.
En el plano familiar, los procesos de desorganización familiar
son un «terreno abonado» para el surgimiento del embarazo ado-
lescente. En algunas familias monoparentales (familias de un solo
padre) o donde la figura paterna no cumple con su rol, hay situa-
ciones de grave riesgo de la presencia de este problema por la pre-
dominancia de la « madre paridora» en estas estructuras familiares.
Desde el punto de vista del síndrome de la «cultura de la po-
breza», tenemos que una joven desertora escolar, con bajo nivel
socioeconómico y educativo, bajo nivel de autovaloración y de

117
motivación al logro e incapaz de postergar gratificaciones, estará
en grave riesgo de embarazo precoz.
Las consecuencias trágicas del embarazo precoz se miden en la
gran cantidad de niños abandonados; niños que crecen muchas
veces no deseados o rechazados, sin un mínimo nivel de auto-
valoración que les permita sentirse realmente queridos y deseados
y por supuesto aceptados por las personas primarias de referencia;
fundamentalmente la madre y el padre..
Por otra parte, generalmente la embarazada adolescente no
concibe su hijo en condiciones de una pareja formalmente estable-
cida y de hecho en muchas ocasiones, el embarazo se produce bajo
estados de intoxicación etílica.
En esa situación es lógico pensar que no sea éste un embarazo
deseado, más aun que posiblemente la madre sienta rechazo por la
criatura que lleva en su vientre, tratando de deshacerse de lo que
para ella es un obstáculo para la realización de sus actividades
normales. Así la tragedia del rechazo y las carencias fundamenta-
les, sobre todo la afectiva, comienza para el nuevo ser, bien tem-
prano, desde la vida intrauterina.
Finalmente y como elementos que contribuyen con la preven-
ción de esta patología social, podemos proponer:

1. Crear una atmósfera social de revalorización de la mujer des-


de la niñez-adolescencia como persona-sujeto de dignidad por
sí misma, a diversos niveles de espacios sociales: hogar, comu-
nidad, escuela, liceo, etc.

2. Tenemos que modificar los imaginarios que gobiernan la ma-


nera de pensar lo masculino-femenino en nuestra juventud,
como son el Patriarcalismo-machismo y el Matricentrismo-
hembrismo, superando estos arquetipos que impiden el avan-
ce de nuestros pueblos.

3. Hay que crear una «cultura de la resistencia» en contra del


bombardeo de los medios de comunicación que promueven
valores destructivos y auto-destructivos, tales como: sexo sin

118
compromiso, goce sin restricciones, e individualismo irrespon-
sable: «goza tu vida».

4. Es necesario incrementar la educación sexual a todos los nive-


les de socialización del niño y adolescente.

5. Promover la paternidad responsable, pero también la mater-


nidad responsable.

119
120
CAPÍTULO 9
La violencia doméstica: la familia
como espacio de poder y dominación

El fenómeno de la violencia interpersonal no responde exclu-


sivamente a situaciones de violencia estructural expresadas en in-
justicia distributiva, inequidades, exclusión social, pobreza y mar-
ginalidad, sino que está vinculada también a patrones de compor-
tamiento propios de la vida cotidiana.
Es en la cotidianidad, más que en los espacios públicos, donde
el carácter profundamente cultural de la violencia puede manifes-
tarse de la manera más impune y natural. Porque la familia como
espacio privado por excelencia constituye un ámbito de legitima-
ción de la violencia que aparece justificada como el derecho que
tiene el agresor de disponer de la victima; llámese hija, hijo, espo-
sa, nietos, hermano menor, etc.
Es la familia el espacio social en donde el poder se puede ejer-
cer de manera más absoluta y totalitaria porque la violencia que se
produce en este ámbito aparece recubierta por 3 aspectos que le
dan un carácter de legitimidad natural: la sangre, el afecto y el
derecho de posesión ( tanto de la pareja como de los hijos). «Pater
familiae romano».
En ese sentido la familia puede dejar de ser ese «remanso pa-
radisíaco» de amor y armonía, para convertirse en un verdadero
infierno.
El sistema de las creencias que hacen posible el machismo como
formación discursivo-ideológica, circula hoy con mayor intensi-
dad en los predios del ámbito doméstico que en las relaciones mas-
culino-femenino que se producen en los espacios públicos.

121
De hecho puede darse una disociación del comportamiento,
pues en los espacios públicos se exhibe un discurso y unas actitu-
des de carácter civilizado y de respeto por las diferencias de géne-
ro, mientras que en el espacio privado de la familia se asumen
posiciones y prácticas totalmente contrarias.

 Lo matri-estructural y la violencia social

Es muy común la designación de matricéntricos que no ma-


triarcales, para hacer alusión a esa devoción central por la madre
que caracteriza a muchos pueblos de la América no anglosajona;
Venezuela entre ellos. Y es cierto, la figura de la madre constituye
todo un modelo simbólico que impregna nuestras subjetividades,
visiones del mundo, sistema de representaciones simbólicas y es-
tructuras sociales en general.
La madre no solo constituye el principal vínculo socio-afecti-
vo entre hijo y figuras parentales sino entre el resto de los miem-
bros de la familia y el Otro generalizado. Y esto es una cosa que
está profundamente arraigado en nuestro Inconsciente societario
hasta tal punto que nuestras principales proyecciones simbólicas
tienen a la madre como figura central: el culto a las vírgenes, por
ejemplo, como divinidades femeninas.
Y como decía Vethencourt ( 2004 ), el machismo con toda su
carga regresiva no es más que la otra cara oscura del matricentris-
mo como castración simbólica; no sólo masculina sino también
femenina.
En este mismo sentido podríamos hablar de un modelo de
relaciones que a falta de un mejor término lo denominamos como
matri-estructural (Rodríguez, 2014). Con este término nos referi-
mos una situación en la cual la madre, como modelo simbólico, se
constituye en la referencia central y principio hegemónico de do-
minación a partir del control de la dimensión socio-subjetiva del
hijo.
Significa un proceso de empobrecimiento socio-espiritual con
sus consecuencias en las estructuras de relación, al centrarse en
una sola cara de la moneda que significa el privilegio de lo femeni-

122
no-materno (anima) por encima de cualquier otro principio (ani-
mus).
Más allá de la necesidad de la presencia de la figura del padre
en el universo socio-subjetivo (modelo simbólico), nos referimos a
una relación con la madre del tipo de las identificaciones totales
que anulan seriamente las posibilidades de la construcción de una
individualidad fundamentada en la diferencialidad e Individua-
ción. Los procesos simbióticos madre-hijo que generan situaciones
de obstrucción del crecimiento de éste.
Se trata de una vinculación incestuosa (simbólicamente) que
promueve la construcción de estructuras subjetivas y relacionales
basadas en un auto-reconocimiento vinculado en forma muy pri-
mitiva y egocéntrica con la madre como eje de gravitación hege-
mónica que impide el reconocimiento del Otro y del sí mismo en
forma diferencial.
Todo gira alrededor de este eje que constituye un EGO muy
primitivo y des-diferenciado con respecto a la posibilidad de la
construcción de una visión sociocéntrica de la realidad, de los otros
y del sí mismo, finalmente.
No se trata del complejo de Edipo descubierto por Freud, pro-
pio de una sociedad fuertemente patriarcal y burguesa, sino de la
presencia de una estructura vincular madre-hijo-hija (sobre todo
madre-hijo) que no se centra en lo sexual sino en el poder que
tiene un polo de la relación, de constituir y colonizar la subjetivi-
dad del Otro hasta en lo más recóndito de su alma. De dirigir sus
pasiones, representaciones e imaginarios, visiones del mundo y so-
cialidad en general. Se trata de un Edipo social y cultural pero
invertido.
Esta estructura de relaciones indiferenciadas y socialmente in-
cestuosas genera una subjetividad muy primitiva, regresiva y an-
cestral que se puede orientar hacia lo necrofílico como tendencia
estructural de la manera de resolver la cuestión de las relaciones
con el Otro y los otros y con la vida.
Así tenemos una tendencia destructiva y autodestructiva que
se resuelve en una pulsión de muerte mezclada a su vez con las
pulsiones libidinales en un juego de pasiones, atracciones-recha-

123
zos, deseos irrenunciables de conservación de la vida; pero al mis-
mo tiempo dialécticamente, de fusión con la madre infinita sim-
bólica representada por la muerte.
Hoy vemos como las imágenes de muerte y de destrucción en
nuestra sociedad constituyen una alegoría, más bien una metáfora
de la muerte que están muy presentes en los diversos escenarios de
los diversos mundos de la vida, en los amplios espacios de la vida
cotidiana librando un combate frontal en contra de la necesidad
de la preservación de la vida.
Esas imágenes de la muerte nos conducen simbólicamente a la
fusión con la madre eterna, primigenia, ancestral que genera el
vínculo con el «pecho materno». En este contexto, la muerte repre-
senta el regreso a ese pecho materno primigenio y proyecta hacia
una eternidad que sugiere la inmortalidad en forma imaginaria.
Es por ello que nos preguntamos si esas imágenes y esa orgía
de muerte que estamos presenciando en el día a día de nuestra
vida cotidiana no tendrá vinculación con este tipo de estructura
vincular?, qué otra cosa podría estar ayudando a desencadenar ese
desenfreno moral que lleva a una necesidad compulsiva de matar
y ser matado?; desenfreno que nos hace ser el país que más alcohol
per cápita consume en América Latina, que nos lleva a tener la
tasa más alta de mortalidad joven, de muertos y heridos graves
por tránsito en toda la región? y que nos lleva a tener la más alta
tasa de embarazo adolescente? Y tantos indicios de ese deseo fan-
tasmagórico y profundamente egocéntrico que nos posee.

 La violencia de género: el mal entra por casa

La violencia de género doméstica hoy, aparece asociada a


representaciones y valores de tipo tradicionales aún presentes en
una sociedad que como la nuestra tienen una memoria cultural
patriarcal-machista bastante viva todavía, a pesar del proceso de
modernización que se ha producido.
No obstante, encontramos que por efectos de la dinámica del
proceso mismo, la situación se ha venido agravando en las últimas
décadas.

124
El advenimiento de un clima socio-cultural que favorece la
emergencia de la mujer como sujeto social y de derechos, plantea
situaciones de conflictividad en las relaciones de pareja por las
inercias culturales que se derivan de una dificultad para compren-
der por parte del hombre, que la mujer hoy, tiene igualdad de
derechos y es por lo tanto un sujeto, no un objeto
En esta época en la cual la mujer siente que es un sujeto-actor
y un sujeto en la más auténtica expresión del término y por lo
tanto una persona en capacidad de disponer a su antojo de su
voluntad, las relaciones de pareja se vuelven muy conflictivas por-
que el poder y el status que representa el arquetipo del macho-
propietario-dominante se ven fuertemente cuestionados por esta
actitud modernizante de la división social del trabajo sexual:
«….mujer para la casa-hombre para la calle..»
Parece que ante la imposibilidad de mantener un orden mas-
culino-femenino demasiado patriarcal-machista, muchos hombres
están reaccionando con una regresión al Inconsciente colectivo
más primitivo, dominado por los arquetipos más arcaicos cifrados
en claves del «proto-padre-macho» dueño absoluto de todas las
hembras.
La violencia de género (por parte del varón) interviene aquí
como un ritual confirmatorio de este imaginario social que genera
la traducción de viejos arquetipos como el del «macho-proto-pa-
dre-propietario», a la Civilización contemporánea.
Igual que se puede disponer a voluntad de los objetos adqui-
ridos en el mercado, la mujer como un objeto también (mujer-
objeto) puede ser dispuesta a voluntad de su propietario e incluso
ser destruída desde el mismo momento en que su legítimo dueño
así lo considere. Esto podría explicar la alarmante cifra de críme-
nes pasionales que en los últimos tiempos han ocurrido en nues-
tro país -….»si ella no es para mi, entonces no es para nadie».
Por otra parte, estos comportamientos no se producen como
rasgos culturales presentes en el hombre nada más, sino que tie-
nen que ver con actitudes que de alguna manera también están
presentes en la mujer.

125
Es la mujer-madre la que cría al muchacho para que ya adulto
reproduzca ese modelo aberrante de comportamiento con respec-
to a la otra-mujer >mujer hembra y por lo tanto es el producto de
una transmisión social en el contexto sociofamiliar.
Se trata de una cultura que se ubica a nivel de la inter-subjeti-
vidad de la pareja y de la familia pues las actitudes de legitima-
ción que la mujer pueda tener sobre la agresión del marido, termi-
nan naturalizando y justificando estos comportamientos que pue-
den ser rechazados, pero solo a nivel discursivo..
Pero la presencia de la «cultura de la violencia» como me-
moria patriarcalista, a pesar de los cambios sociales, se hace visible
cuando observamos el alto porcentaje hoy de mujeres maltratadas
y asesinadas por sus maridos.

 Violencia en la pareja: Manifestaciones concretas y


formas de legitimación por parte de la víctima

La cuestión de la violencia es un tema que suscita gran interés


por el carácter dramático de su presentación, así como por sus
consecuencias, no sólo a nivel de la sociedad como conjunto de
estructuras sino también en el contexto de la vida cotidiana.
Basta con sintonizar algún medio de comunicación, para po-
nerse en contacto con esta dura y trágica realidad de la sociedad
contemporánea. Tanto la prensa, la radio, como la TV a diario nos
informan de muertos y lesionados por asaltos, ajuste de cuentas,
riñas, violaciones y tragedias de tipo pasionales.
No obstante la violencia que se produce en el seno de la fami-
lia, en muchos casos queda solapada por el manto de privacidad
que la envuelve.
En este sentido, se realizó una investigación de campo sobre el
tema de la violencia intrafamiliar, como problema no sólo de tipo
psicosociológico, sino también de salud pública por sus resonan-
cias en la calidad de vida.
Aunque el tema de la violencia intrafamiliar es muy amplio
por sus múltiples aspectos y manifestaciones, decidimos concen-
trarnos para esta investigación, en los tipos de violencia, formas de

126
expresión y algunos factores asociados con este fenómeno a nivel
de la pareja como subsistema central en la familia.
Nos interesaba saber, no sólo si se produce violencia en la pa-
reja y el tipo de violencia que se produce, sino también las diversas
formas como se expresa y formas de legitimación por parte de la
víctima.
La investigación en general se diseñó para ser aplicada en co-
munidades de diferentes niveles socioeconómicos de Ciudad Bolí-
var, sin embargo para esta investigación se tomó una muestra de
una comunidad de bajo nivel socioeconómico como etapa inicial
de la investigación más amplia.

 Antecedentes y justificación

El estudio de la violencia de pareja, como objeto de investiga-


ción, es relativamente reciente porque como hecho social ha per-
manecido oculto por el efecto ideológico del velo de privacidad
que lo cubre.
El carácter patriarcal de la sociedad cristiano-occidental, ha
establecido la diferenciación radical entre el ámbito privado y el
espacio público de la comunicación. El espacio público, que es el
campo de acción fundamental del hombre, se opone al ámbito
privado, campo de acción fundamental de la mujer, pero negado
tradicionalmente al debate de lo público porque es en última ins-
tancia de propiedad individual del «Pater familiae».
Desde que comienza el proceso de la socialización primaria,
comienza también la aprehensión de patrones que facilitan la dis-
tribución diferencial del poder de acuerdo al género; de esta ma-
nera el ejercicio del poder es atribuído al hombre, mientras que la
aceptación y la adaptación, son atribuídas a la mujer (Falcón, 2006).
Así tenemos que la violencia de género es un fenómeno que está
fuertemente vinculado con la estructuras existente de las relacio-
nes de poder y jerarquízación familiares y de la sociedad en general.
En ese orden de ideas, una sociedad patriarcal y fálica como la
venezolana (y occidental en general), justifica y naturaliza ideoló-

127
gicamente el ejercicio de poder para la dominación en el ámbito
privado de lo doméstico.
Sin embargo, aunque la violencia que se da en la pareja no
responde exclusivamente a la agresión del hombre sobre la mujer
sino que puede darse, y de hecho se da en sentido contrario, la
violencia proveniente del lado masculino es predominante.
La Organización Mundial de la Salud, ha declarado como un
problema de salud pública, a la violencia de género, debido a la
magnitud y trascendencia del fenómeno a escala global. En Espa-
ña, por ejemplo, una de cada 7 mujeres son afectadas por la vio-
lencia de género y por esta misma causa, mueren más de medio
centenar, según la macroencuesta realizada por el Instituto de la
mujer (Blanco, Ruiz-Jarabo y colbs., 2004).
Es un fenómeno complejo que tenemos que visualizarlo en
sus diferentes formas de expresión y tratar de identificar el efecto
de la categoría género (Huggins, 1997).
De acuerdo a Platone (1998), el mecanismo de la violencia de
género cada vez más se presenta como la única forma de «resolver
conflictos dentro de la pareja». Esto refleja estados de anomia so-
ciocultural que no sólo caracteriza a la sociedad en general sino, y
esto es muy importante, a la familia como institución social matriz.
En una investigación realizada en una comunidad de bajo ni-
vel socioeconómico sobre el problema de la violencia en la pareja
en una muestra de mujeres jefes de familia, encontramos que al
menos 17% de los sujetos entrevistados consideraban legítimo el
castigo físico por parte del hombre a la mujer, en caso de «faltas
graves». Este tipo de faltas era relacionado con situaciones de infi-
delidad conyugal (Rodríguez, F., Marcano, M. y Colbs., 2009).
El fenómeno de la legitimación de la violencia por parte de la
víctima, actúa como un mecanismo reforzador del comportamiento
violento. Así tenemos que para muchas mujeres el hecho de estar
sometidas a humillación, desprecio, abuso sexual y control de sus
vidas por parte de sus parejas, forma parte de sus relaciones , sin
tener conciencia de la dignidad y la igualdad a la que tienen dere-
cho y sin evidenciar que están inmersas en relaciones destructivas»
(Blanco, Ruiz- Jarabo, 2004: 3).

128
En atención a la información disponible, según la Organiza-
ción Mundial de la Salud, en algunos países, casi una de cada
cuatro mujeres, refiere haber sido víctima de violencia sexual por
parte de su pareja.
Este tipo de violencia se produce más frecuentemente, en si-
tuaciones en donde lo que predomina es un firme convencimiento
de que los derechos sexuales del varón o los roles sexuales son más
rígidos (OMS, 2002).
Investigaciones realizadas con metodologías y enfoques desa-
rrollados en las más diversas latitudes, parecen arrojar como dato
sistemático que una de cada 3 mujeres vivía o había vivido situa-
ciones de violencia en la pareja ( Falcón, M. 2006).

 Fundamentos teóricos

En la sociedad contemporánea, el tema de la violencia se ha


venido convirtiendo, más que en un problema que afecta de ma-
nera importante la estructura y el funcionamiento del cuerpo so-
cial, en una especie de estilo de vida.
La civilización capitalista-cristiano-occidental-contemporánea,
es ante todo una civilización de la violencia por el carácter de su
racionalidad interna; no obstante, no es a nivel del espacio público
en donde este fenómeno se manifiesta en forma exclusiva, sino
también y probablemente con mayor intensidad, a nivel del deno-
minado espacio privado. En este caso, es en la familia, como insti-
tución matriz de la sociedad, la instancia en donde este fenómeno
se esta produciendo con mayor grado de dramatismo.
La violencia de pareja es un fenómeno que no acepta un enfo-
que de simplicidad por el carácter de multiplicidad de relaciones,
representaciones, y situaciones estructurales implicadas en su pro-
ducción.
En el sentido del abordaje de complejidad entonces, privile-
giamos 3 tipos de encuadres teóricos: la teoría de las representa-
ciones, la teoría de la ideología-alienación y el enfoque del poder
desde el punto de vista post-estructuralista y socio-crítico, como
categorías heurísticas.

129
La teoría de las representaciones sociales constituye un mode-
lo teórico psico-sociológico propuesto por Moscovici (1979) y con-
tinuada en su desarrollo por diversos autores como Jodelet, Farr y
Doise (1988) entre otros.

Moscovici define las representaciones sociales como:

«una modalidad particular de conocimiento, cuya función


es la elaboración de los comportamientos y la comunica-
ción entre los individuos»….. « produce y determina com-
portamientos, porque al mismo tiempo define la natura-
leza de los estímulos que nos rodean y nos provocan, y el
significado de las respuestas que debemos darles» (Mos-
covici, 1979: 17).

Las representaciones sociales son modelos de comprensión-


interpretación de la realidad y por este motivo son constructos
sociales mediadores entre el hombre y la realidad que generan com-
portamientos en cualquier situación social.
Con respecto al tema de la violencia intrafamiliar, el modo
como se producen las representaciones sociales de lo masculino y
lo femenino, generados a través del proceso de socialización pri-
maria y secundaria diferencial en el contexto de una sociedad pa-
triarcal-machista, favorecen la aparición de comportamientos vio-
lentos en el seno de la familia.
Por otra parte tenemos el problema del poder como caracte-
rística básica de relaciones propias de espacios sociales microfísi-
cas caracterizados por desequilibrios estructurales entre los dos
polos de la relación (Foucault, 1990).
En cada espacio societal (escolar, familiar, carcelario, religioso
o médico) encontramos mecanismos que aseguran la constitución
de un tipo de subjetividad determinado y el comportamiento frente
al otro. Un régimen de saber-poder, supone un discurso de autori-
dad específico que fundamenta unas relaciones diferenciales de
poder (Rodríguez, 1996).

130
Muy vinculado con la cuestión del poder, encontramos el nú-
cleo problemático que plantea el tema de alienación-ideología. Una
cosa supone la otra, puesto que a una particular relación de poder,
le corresponden estados de alienación y el consiguiente proceso de
ideologización inherente a estas relaciones y estados.
Así tenemos que la ideología es …»una representación de re-
lación imaginaria de los hombre con sus condiciones de existen-
cia» (Althusser, 1970: 10). En otro contexto teórico-explicativo, la
ideología es «falsa conciencia» (Marx, C. tomado de Fromm, 1979)
que legitima y reproduce las relaciones de dominación en cual-
quier situación.
En el caso particular de la dominación en el campo de las
relaciones hombre-mujer, observamos este fenómeno no sólo en el
proceso de la racionalización propio del discurso hegemónico en
esta área, sino también, por parte del sujeto sometido a la domina-
ción.
Los estados de alienación son situaciones de sumisión en tér-
minos de relaciones sujeto-objeto generadas por situaciones de
poder continuadas y legitimadas por la ideología (Beauvois, 1981).
El sujeto alienado se convierte en sujeto activo de la reproduc-
ción de sus condiciones de sumisión a relaciones de poder-domi-
nación, a partir de la ideología que genera su situación de aliena-
ción. Hablamos aquí de auto-reproducción de esas situaciones,
realizadas por el propio sujeto dominado y de este modo podría-
mos plantear como ejemplo ilustrativo de este proceso, el denomi-
nado «síndrome de Estocolmo», en cuyo estado la mujer se con-
vierte en el factor principal de reproducción de la violencia que se
genera en esta situación.

 Definición de conceptos básicos

Violencia: Entendemos por violencia todo acto o emisión de


significados orientados a lesionar la integridad física o moral
de las personas.

131
Violencia física: Es el tipo de agresión que lesiona la integri-
dad física y puede incluir la destrucción total o parcial de la
otra persona.

Violencia psicosocial: Violencia orientada a destruir la integri-


dad moral de un sujeto determinado: insultos, descalificacio-
nes, exclusiones, discriminaciones, privaciones, etc.

Violencia simbólica: Violencia caracterizada por etiquetamien-


to negativo, estigmatizaciones, calificación negativa, descalifi-
caciones, etc.
Así, definimos como insultos las palabras orientadas a ofen-
der al otro en términos generales; la desvalorización del otro,
la entendemos como el discurso que descalifica, y etiqueta ne-
gativamente; no sólo a la persona considerada individualmente
sino que puede incluir a la familia también, al grupo.

Violencia de pareja: Es el tipo de violencia que ocurre en el


ámbito de la pareja y que asume diversas formas: física, mal-
trato emocional, privación de la libertad, agresión sexual, etc.

Violencia intrafamiliar: Es la violencia que ocurre a nivel de


la constelación familiar e incluye a todos los subsistemas de la
familia ( pareja e hijos)

 Algunas vías metodológicas

Se hizo un muestreo probabilístico de las familias que compo-


nen el universo de la comunidad objeto de estudio para luego
seleccionar las unidades que conformaron la muestra a estudiar.
En un universo de 500 familias aproximadamente, el tamaño de la
muestra fue finalmente de 45 familias.
La unidad de información para esta investigación fué el ama
de casa por la importancia estratégica que para el estudio del fenó-
meno tiene la mujer por su condición de víctima crónica y por ser
la primera fase de la investigación. En fases posteriores podríamos
tomar al padre como unidad de información.

132
La unidad de análisis son las respuestas dadas por los sujetos
investigados a las preguntas del instrumento utilizado.
La técnica de recolección de datos fue en primer lugar los gru-
pos focales y luego la entrevista semi-estructurada, utilizando una
guía de entrevista diseñada especialmente para esta investigación.
La técnica de análisis de datos estuvo integrada por: el análisis
categorial-temático a través de análisis de frecuencia, a partir del
corpus conformado por las respuestas emitidas a propósito de las
preguntas contenidas en el instrumento aplicado.
La estrategia de conformación del corpus del discurso que se
deriva de las respuestas de los sujetos, consiste en abordar primero
el aspecto comunicacional y luego el tema de la violencia en sí,
tratando de detectar las diferentes vías desde donde podría prove-
nir ésta (mujer/hombre) y las diferentes formas en qué se podría
expresar, aunque los sujetos investigados no lo consideren de esta
manera.

 Análisis e interpretación de resultados:

Nivel socioeconómico, barrio La Campiña. 2010.


Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Análisis e interpretación de resultados del cuadro N° 1

Este cuadro nos permite constatar que el estrato IV, de acuer-


do a la escala de Graffar Modificado, constituye el estrato socioeco-
nómico predominante en el grupo estudiado. Así tenemos que el
estrato IV registro un porcentaje de 57,77% (26), mientras que el
estrato V alcanzó un 35,55% (16), el estrato III, 4,44% (2) y el
estrato II, 2,22 % (1).
En este sentido y de acuerdo a los datos registrados, tenemos
que el grupo estudiado puede ser ubicado mayoritariamente en el
estrato IV, el cual se corresponde con el sector de los trabajadores.
Se trata fundamentalmente de albañiles, herreros y vendedores
ambulantes.

133
CUADRO Nº 1
Violencia en la pareja según nivel socioeconómico.
barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Nivel socioeconómico Nº %
Estrato I 0
Estrato II 1 2,22
Estrato III 2 4,44
Estrato IV 26 57,77
Estrato V 16 35,55
45
TOTAL 99, 99

FUENTE: Encuesta sobre violencia intrafamiliar 2010-Grupo de violencia


social-Universidad de oriente

COMUNICACIÓN EN LA PAREJA

1. Existencia de conversaciones en la pareja.


barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Análisis e interpretación de resultados del cuadro Nº 2

La casi totalidad de las respuestas acerca de si existen o no


conversaciones en la pareja, se registro en la opción positiva; de tal
manera, que 91,48% (41 mujeres) se ubicaron en esta categoría.
La respuesta negativa fue minoritaria, pues solo 8,51% (4 perso-
nas) de un total de 45 entrevistadas, fue registrado en esta opción.
Estos resultados indican una tendencia positiva en la comuni-
cación en la pareja, aunque por si misma no significan mucho,
porque habría que definir la calidad de las conversaciones.

134
CUADRO Nº 2
Comunicación en la pareja
Existencia de conversaciones en la pareja.
barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Existencia de conversaciones
en la pareja Nº %
SI 41 91,11
NO 4 8,88
NS/NC 0 0
TOTAL 45 99, 99

2. Frecuencia de las conversaciones en la pareja


barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Análisis e interpretación de resultados del cuadro Nº 3

Con respeto a la frecuencia de las conversaciones que se dan


en la pareja, la tendencia mayoritaria recayó en la categoría «Todo
el tiempo» con un 68, 88% (31 familias) del total de las observa-
ciones realizadas. Las otras categorías concentraron el resto del
porcentaje de la distribución de frecuencia: «A veces» con 15,55%
(7) y «Rara vez» con 6,66% (3). La opción «No sabe, no contesto»
registro 8,88% (4).
Igual que en la variable anterior, los resultados que se presen-
tan en este cuadro nos hablan de un buen nivel de comunicación
aparente porque casi un 70% de las parejas estudiadas estarían
conversando todo el tiempo, es decir, con una alta frecuencia en
las conversaciones. No obstante sería interesante comparar los re-
sultados de este cuadro con los otros restantes.

135
CUADRO Nº 3
Frecuencia de las conversaciones en la pareja
barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Frecuencia de las
conversaciones en la pareja Nº %
Todo el tiempo 31 68,88
A veces 7 15,55
Rara vez 3 6,66
Nunca 0 0
NS/NC 4 8,88
TOTAL 45 99, 98

VIOLENCIA EN LA PAREJA

3. Existencia de discusiones en la pareja.


barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Análisis e interpretación de resultados del cuadro Nº 4

En el análisis de los datos, sobre la existencia de discusiones en


la pareja, 30 de 45 personas entrevistadas dijeron que «Si» para
un porcentaje de 66,66%, mientras 13 para un porcentaje de
28,88% contestaron que «No».
La existencia de discusiones en la pareja, por sí mismo no in-
dica gran cosa porque en cualquier hogar puede haber discusio-
nes, lo importante sería ver otros factores como la frecuencia y el
carácter de estas. En contextos de violencia intrafamiliar la existen-
cia de discusiones pueden conducirnos a situaciones reales de vio-
lencia física sin dejar de decir que también la violencia verbal pue-
de ser muy destructiva.

136
CUADRO Nº 4
Comunicación en la pareja
Existencia de discusiones en la pareja.
barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Existencia de discusiones
en la pareja Nº %
SI 30 66,66
NO 13 28,88
NS/NC 2 4,44
TOTAL 45 99, 99

Tipo de frecuencia de las discusiones en la pareja


barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Análisis e interpretación de resultados del cuadro Nº 5

En este cuadro observamos que la opción que obtuvo la ma-


yor cantidad de observaciones fue «1 vez a la semana» con 21 para
un 46,66%.. Este porcentaje ya es elevado, pero si a esto le agrega-
mos 3 personas para un porcentaje de 6,66& que tenían discusio-
nes «1 vez al día», 1 para 2,22% «Varias veces al día» y 6 para
13,33% «Varias veces a la semana», tendremos en total 31 perso-
nas para un porcentaje de 68,87% que contestaron que al menos
1 vez a la semana tenían discusiones de pareja.
Esto nos permite pensar en un alto nivel de la frecuencia con
la que se producen las discusiones en la pareja.

137
CUADRO Nº 5
Tipo de frecuencia de discusiones en la pareja
barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Tipo de frecuencia de
discusiones en la pareja Nº %
1 vez al día 3 6,66
Varias veces al día 1 2,22
1 vez a la semana 21 46,66
Varias veces a la semana 6 13,33
1 vez al mes 4 8,88
NS/NC 10 22,22
TOTAL 45 99, 99

Tipo de pelea en que se convierten las discusiones


barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Análisis e interpretación de resultados del cuadro Nº 6

Cuando se indagó por el tipo de peleas en que se pueden con-


vertir las discusiones en la pareja, encontramos que el 75% (33) de
los entrevistados respondieron que eran las peleas verbales. Por
otra parte nadie respondió que eran las peleas físicas solamente,
4,45% ambas (2) y 20,45% (9) no respondieron.
A partir de estos resultados podemos inferir que la mayoría de
las personas entrevistadas no registran violencia física en las discu-
siones que se presentan en la pareja, aunque si violencia verbal.

138
CUADRO Nº 6
Tipo de pelea en que se convierten las discusiones
barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Tipo de pelea en que se


convierten las discusiones Nº %
Verbales 33 75
Físicas 0 0
Ambas 2 4,54
NS/NC 9 20,45
TOTAL 45 99, 99

Análisis e interpretación de resultados:

Cuando se indagó por el tipo de peleas en que se pueden con-


vertir las discusiones en la pareja, encontramos que el 75% de los
entrevistados respondieron que eran las peleas verbales. Por otra
parte nadie respondió que eran las peleas físicas solamente, 4,54%
ambas y 20,45% no respondieron.
A partir de estos resultados podemos inferir que la mayoría de
las personas entrevistadas no registran violencia física en las discu-
siones que se presentan en la pareja, aunque si violencia verbal.

Causas de las peleas en la pareja


barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Análisis e interpretación de resultados del cuadro Nº 7

En cuanto a las causas de las peleas en la pareja, los entrevista-


dos señalaron 4 factores fundamentales en orden de importancia:
a) conducta indebida (por parte del hombre) 36,66%(22); b) falta
de dinero 16,66%(10); c) celos 11,66%(7) y finalmente cuestiones
domésticas en general 10%(6). Las otras opciones denominadas
como «reclamos y comentarios» y «múltiples cosas» obtuvieron
cada uno 5%. La no respuesta alcanzó un 15%.

139
En este cuadro observamos como la conducta del hombre de-
finida como irresponsable por parte de la mujer, ocupa el primer
lugar como motivo para el desencadenamiento de peleas verbales.
En segundo lugar tenemos el aspecto económico que esta a la
base de muchas discusiones y no pocas peleas (al menos verbales)
y finalmente los celos como factor muy importante en la conflicti-
vidad de pareja que en algunos casos puede llevar hasta situacio-
nes realmente graves.

CUADRO Nº 7
Causas de las peleas en la pareja
barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Causas de las peleas Nº %


Conducta indebida
por parte del hombre 22 36,66
Falta de dinero 10 16,66
Cuestiones domésticas 6 10
Celos 7 11,66
Reclamos y comentarios 3 5
Múltiples cosas propias
de la pareja 3 5
NS/NC 9 15
TOTAL 60 99, 98

Tipo de agresión presente en las peleas verbales de la pareja


barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Análisis e interpretación de resultados del cuadro Nº 8

Cuando investigamos por el tipo de agresión que se produce


en las peleas verbales, encontramos que son los insultos personales
con 44,06%(26) el que ocupa el primer lugar en el orden de la
frecuencia; en segundo lugar aparece la desvalorización del Otro
con 25,42%(18).

140
Podríamos pensar que el insulto personal y la desvaloriza-
ción del otro, constituyen un antecedente para una agresión de
otro tipo como la física, aunque en esta investigación no se haya
registrado.
El ciclo de la violencia en la pareja podría ser como sigue:
primero se da la discusión con insultos y desvalorización del Otro
que suele ser de ambos lados y luego se pasa a un período de
conflictividad y distanciamiento comunicacional y finalmente a la
violencia física en donde obviamente encontramos la predomi-
nancia del factor masculino.
El alto porcentaje registrado por la no respuesta (NS/
NC=25,42%) podría estar relacionado con la intimidación que
deriva del hecho de hablar de un asunto de la vida más íntima y
privada de la pareja, relacionado con un tema que suscita ver-
güenza en la mujer, fundamentalmente.

CUADRO Nº 8
Tipo de agresión presente en las peleas verbales de la pareja
barrio La Campiña. 2010. Ciudad Bolívar – Estado Bolívar

Tipo de agresión presente


en las peleas verbales Nº %
Desvalorización del otro 18 30,49
NS/NC 15 25,42
TOTAL 59 99, 97

Conclusiones de la investigación:

Debido a que las respuestas codificadas en el instrumento no


eran mutuamente excluyentes, tenemos cuadros como el 7 y el 8
que tienen totales que superan el número de casos de la muestra
seleccionada.
De acuerdo a las respuestas dadas por las personas inves-
tigadas con respecto a las conversaciones en la pareja, tenemos
que concluir que en forma mayoritaria en la pareja se producen

141
conversaciones (y cierto grado de comunicación). La frecuencia
con que se producen éstas y se tratan los problemas, es elevada y el
tema fundamental son los problemas domésticos y la familia.
Sin embargo, es conveniente profundizar en la calidad de és-
tas conversaciones, la superficialidad o no, en el tratamiento de los
temas, y la precisión de la categoría «Todo el tiempo», antes de
concluir que existe un elevado nivel de comunicación. Esto aun-
que podría ser afirmado, necesitaría una mayor fundamentación
empírica.
Así mismo, tenemos que la frecuencia con la cual la pareja
trata sus problemas en situación de enfrentamientos internos, es
de bajo nivel, lo cual concuerda con las respuestas obtenidas en los
items anteriores. Estos resultados no son apoyados por la literatu-
ra citada al respecto (Falcón, 2006; Blanco y Colbs, 2004; Plato-
ne,1998).
Por otra parte, encontramos que la percepción de las personas
entrevistadas con respecto a si existe o no comunicación en la pa-
reja, fue fuertemente positiva y la justificación a este tipo de res-
puestas se centró en la existencia de comunicación entre los miem-
bros de ésta.
A pesar del alto porcentaje de percepción positiva acerca de la
existencia de comunicación en la pareja, las personas entrevistadas
no pudieron definir con precisión en que se basaban para decir
que ésta efectivamente existía
La percepción acerca de la existencia de comunicación en la
pareja y su justificación, nos permiten pensar en altos niveles hi-
potéticos de ajuste comunicacional que de por sí negarían la pre-
sencia de violencia al interior de ella. Esto tiene relación con los
hallazgos realizados por algunos autores en donde aunque la
violencia es justificada, sin embargo no es registrada como tal (Ro-
dríguez, Marcano y Colbs., 2009).
Con respecto a violencia, los resultados contradicen relativa-
mente las respuestas de los cuadros anteriores. En cuanto a exis-
tencia de discusiones, frecuencia con que se presentan y se con-
vierten en peleas, aunque éstas sean predominantemente verbales,
el tipo de violencia presente en estas peleas puede ser interpretado

142
como de alta intensidad por el daño a la integridad moral que
suponen.
Las respuestas dadas por los sujetos en cuanto a desvaloriza-
ción e insultos, no permiten reafirmar el hallazgo hecho en la
primera parte porque son muy homogéneas. En algunos casos se
observa niveles significativos de violencia moral-verbal, mientras
que en otros no. En el segundo caso se encuentran: a) desvaloriza-
ción e b)insultos.
En general podríamos decir que en la primera parte en don-
de se explora el aspecto comunicacional, los resultados fueron al-
tamente positivos; es decir, hay comunicación percibida por los
sujetos.
En la segunda parte donde se aborda el comportamiento vio-
lento en sí, podemos decir que si hay niveles significativos de vio-
lencia en la mayoría de los items, pero no es violencia física, sino
verbal-moral.
Aquí podríamos decir que para el grupo investigado, como tal
la violencia por sus fuertes connotaciones de índole ético-moral
para los sujetos entrevistados (mujeres), no se registra, al menos en
esta investigación. Sin embargo, estos resultados no apoyan los
hallazgos realizados por las investigaciones citadas en la literatura
que hablan de altos niveles de violencia física en la pareja (Blanco,
Ruiz-Jarabo, 2004; OMS, 2002; Falcón, 2006).
El alto porcentaje registrado por la no respuesta en algunos
cuadros como el 5,6,7 y 8, podría estar relacionado con la intimi-
dación que deriva del hecho de hablar de un asunto de la vida
más íntima y privada de la pareja, relacionado con un tema que
suscita hoy vergüenza en la mujer como lo es el de la violencia de
pareja.
Habría que diseñar estrategias metodológicas de contexto más
profundo con los sujetos investigados para detectar bien este fenó-
meno que sabemos que existe pero que por efectos del proceso de
emergencia de la mujer como sujeto, aun no se refleja de manera
nítida en esta investigación. En este sentido creemos que un enfo-
que de tipo cualitativo podría ser una etapa necesariamente com-
plementaria para profundizar en el conocimiento de los aspectos
abordados en esta investigación.

143
144
CAPÍTULO 1
Homicidios en aumento: la expresion patológica
del triunfo definitivo del tanatos (pulsión de muerte)
sobre el eros (pulsión de vida).

Un homicidio, aunque sea por motivos de defensa personal o


accidental, siempre es lamentable y patético. La humanidad no ha
estado nunca totalmente exenta de la posibilidad de muertes vio-
lentas provocadas. Sabemos de la existencia de fósiles con huellas
de lesiones que indican muerte violenta, de homicidios en tiempos
bíblicos (Caín y Abel) y de guerras en sociedades primitivas y civi-
lizaciones antiguas.
Todos estos elementos nos indicarían la presencia de la agre-
sividad maligna, o destructiva en el ser humano desde tiempos
antiguos, incluso, prehistóricos; pero significa esto que este tipo de
comportamiento es inherente y consustancial a la condición hu-
mana por su origen animal, y por lo tanto inmodificable?.
Los datos que se tienen sobre el comportamiento animal y de
monos antropomorfos, así como de prehomínidos, no apoyan esta
hipótesis.
Sin embargo, tenemos que aceptar que existe hoy una ten-
dencia hacia el aumento de la tasa de homicidios en el mundo,
sobre todo en América Latina, el Medio Oriente y Africa, en las
últimas décadas. De acuerdo a la Organización Mundial de la Sa-
lud, en el mundo se producen mas de 150.000 homicidios al año.
Y en el caso de nuestra región, en cuatro países, esta tendencia se
ha incrementado notablemente: Brasil, Colombia, El Salvador, y
Venezuela. (7)
En el año 1999 se produjeron en Venezuela más de 7.000 ho-
micidios, en tanto que para 2000 se habían producido más de
8.000 y para 2002 más de 9.000. Como se puede ver la tendencia

145
apunta hacia un incremento sostenido que no es atribuible a un
tipo de gobierno específico, sino a tendencias estructurales que
estaban presentes ya desde las décadas 70 y 80 y que es ahora
cuando adquieren una expresión dramática.(8)
En Venezuela estamos en paz pero tenemos una guerra: guerra
entre bandas, riñas, sicariato, atracos, acción de los cuerpos de se-
guridad, crímenes pasionales. Estas son las situaciones que de ma-
nera más resaltante, producen ese volumen escandaloso de muer-
tos, sobre todo los fines de semana. Y aquí tenemos que el alcohol
y las drogas psicotrópicas son factores muy importantes como de-
tonantes en la producción de este fenómeno.
Pero sabemos que no son éstos las causas, sino los factores
detonantes. ¿Cuáles son las causas profundas, entonces, de este
fenómeno?. Son muchas y muy complejas. Aquí lo que podemos
es asomar algunos elementos que nos permitan orientarnos en la
comprensión del problema:

1. En primer lugar tenemos que hablar de un fenómeno que es


mundial, pero que en Venezuela, se presenta de manera dra-
mática: nos referimos al proceso de la monstruosa desvalori-
zación de la vida y la persona humana al mismo tiempo que
una valorización idolátrica de los objetos, el dinero y las cosas
materiales, producto del actual proceso de racionalización ca-
pitalista que supone el proceso civilizatorio de la
modernización.
El capitalismo de mercado global plantea una relación inver-
samente proporcional persona- humana-objetos porque mien-
tras más se valorizan los objetos, más se desvaloriza la persona
humana. En una cultura que hace énfasis en la posesión de
objetos, consumo y goce sin compromiso, la vida humana puede
ser un estorbo en el logro de estas metas.

2. La implantación de una «cultura de la violencia» que se ex-


presa en el surgimiento de bandas que luchan por el control
de territorios y en donde «matar» y «ser matado», son las dos
caras de la misma moneda de la «cultura de la muerte» que

146
caracteriza al juego sistémico de estos grupos, los miembros
de bandas y azotes de barrio.
No se trata aquí de una cultura que simplemente afecta a
muchos jóvenes, sino que determina su manera de ser, de pen-
sar y de sentir: todo un ethos violento.

3. En una sociedad donde el proceso de civilización moderni-


zante ha acabado con todas las mediaciones sociales que exis-
tían, la gente está sintiendo que la violencia es el único recurso
para resolver sus conflictos. Nada de justicia institucional, pa-
labras, negociaciones, discursos o acuerdos para reparar la
falta; nada de tolerancia.
El sentimiento que se ha estado incubando en la conciencia
colectiva de la gente es la de que el daño o la ofensa causada
tiene que ser pagada con sangre, porque ninguno de estos me-
canismos de tipo conciliatorio sirven para nada. Atrás queda
la justicia divina expresada en la afirmación: hay que dejar
todo para con Dios». Pero también la justicia terrenal por su
ineficacia aparece como disfuncional.

4. «El fantasma de los celos» que no es extraño en sociedades


como la nuestra, en estos momentos de crisis del machismo y
de los valores inherentes a la cultura de la masculinidad y el
patriarcalismo, está adquiriendo una fuerza destructiva y auto-
destructiva que era prácticamente desconocida y que se pre-
senta como una sobre-reacción defensiva.

Todos estos factores y procesos pueden ser ubicados en el con-


texto de una sociedad con un cuadro de anomia estructural: des-
integración familiar, desintegración de la comunidad y la socie-
dad en general, urbanización acelerada y pérdida de la fuerza de
contención moral que la religión siempre tuvo.
En atención a todo lo antes dicho podemos manejar como
hipótesis el ascenso de una «pulsión de muerte» que se está apo-
derando del venezolano (pero no solo del venezolano) que no es

147
nueva porque hunde sus raíces en la historia del país y se potencia
con los cambios sociales que se están produciendo hoy.
El surgimiento de una cultura democrática moderna que ge-
neró esperanzas y expectativas de resolución de conflictos, realiza-
ción y auto-realización como persona y como pueblo, mantuvo
relativamente controlada estas tendencias.
El fracaso de este modelo con la consiguiente caída de todas
las expectativas sociales, es un terreno abonado para el resurgi-
miento de sentimientos destructivos y autodestructivos en un pue-
blo que siente la exclusión, la desigualdad social y la pobreza como
violencia: violencia estructural.

 Violencia social y aumento de homicidios: banalización


del mal o «la vida no vale nada»

El tema de la violencia hoy es una cuestión que genera in-


quietud por el carácter trágico de su presentación, así como por
sus consecuencias; no sólo a nivel de la sociedad en su conjunto,
sino también en el contexto de la vida cotidiana. La nuestra se ha
convertido en una «Civilización de la violencia» y en nuestra re-
gión y específicamente en Venezuela, en un problema endémico-
estructural».
De acuerdo a OMS, para el año 2000, se produjeron en el
mundo 520.000 muertes por homicidios, para una tasa de 8,8 por
cien mil habitantes y la mayor tasa mundial de homicidios fue de
19,4 por 100 mil habitantes, correspondiente a los hombres ubi-
cados entre los 15 y los 29 años. Para este año la tasa de defuncio-
nes debido a la violencia en países pobres fue más de dos veces
superior a la de los países ricos(9).
La entronización en Venezuela, en las últimas décadas, de un
modo de vida fundamentado en una racionalidad sistémica que
constituye una situación de «ecología de la violencia» y que en sí
misma es violencia estructural, genera procesos de «anomia salva-
je» que se traducen en indicadores de violencia social
Para el año 2006 en Venezuela, se registró la cifra record de
12.257 homicidios, pasando de una posición de sexto o quinto

148
lugar a ocupar los primeros lugares en toda América Latina, por
encima de países tradicionalmente violentos como Colombia y Bra-
sil. (10). En la región Guayana tenemos un incremento de 38,1%
de muertes violentas en el lapso comprendido entre 2005 y 2006.
La tasa de homicidios es de 53 por cien mil habitantes, superando
la mayoría de las entidades federales(11).

 Origen reciente del problema

A pesar del carácter profundamente violento de la histo-


ria venezolana con un gran expediente de guerras, asonadas, cau-
dillismos, revoluciones y golpes de estado; el país socialmente no
desarrolló nunca patrones de comportamiento violentos acordes
con los procesos históricos-militares.
Aunque nuestra sociedad históricamente estuvo fuertemente
sometida a procesos intensos de dominación, opresión, explota-
ción y represión; así como de violencia estructural derivada de las
estructuras sociales (exclusión, desigualdades sociales, discrimina-
ción social); no obstante las grandes masas de oprimidos se man-
tuvieron mayormente en situación de pasividad y conformismo;
derivado quizás del carácter alienado propio de grupos histórica-
mente oprimidos y dominados ideológicamente; pero sobre todo
sometidos a estrategias ideológicas de desvalorización y auto-des-
valorización étnica.
No obstante aunque ya a finales de la década de los años 70
comenzaban a observarse síntomas inquietantes de violencia so-
cial, no es sino después de los años ochenta y fundamentalmente
después del denominado «Viernes negro» y el estallido social del
año 89, conocido comúnmente como el «Caracazo», cuando ob-
servamos tendencias al aumento significativo del fenómeno de la
violencia interpersonal.
De acuerdo a Briceño-León, la violencia social «no represen-
taba un importante problema para la salud pública en Venezuela
hasta el fin del siglo veinte»…..Durante varias décadas las tasas de
homicidios oscilaron entre seis y diez muertes por 100 mil habi-
tantes»… «la situación en el comienzo de la nueva centuria es

149
muy diferente: con una tasa de homicidios de más de 70 muertes
por 100 mil habitantes, Venezuela está entre los más violentos paí-
ses de la región»(12).
Sin embargo tenemos que ubicar estas tendencias de aumen-
to progresivo de las tasas de violencia interpersonal en Venezuela y
América Latina en general, en el contexto que hemos señalado de
ocurrencia de un conjunto de fenómenos igualmente catastróficos:
la implantación en forma compulsiva de un modelo de capitalismo
de mercado neoliberal, disolución del modelo sociopolítico biparti-
dista con la consiguiente ruptura del «consenso social», desintegra-
ción de los modelos tradicionales y premodernos de sociedad y fi-
nalmente y vinculado a esto último, la instalación de un proceso
igualmente devastador como ha sido el proceso de globalización.
Por otra parte creemos que este fenómeno (la violencia delicti-
va) aunque no apareció repentinamente, ha venido rebasando las
capacidades de respuesta de los cuerpos de seguridad del estado y
generando en la población en general estados de temor e indefen-
sión, agravado ahora con la aparición de un tipo de delincuencia
de alto nivel de organización y agresividad que se concreta en el
fenómeno de los secuestros con muerte de la víctima secuestrada.
Significa esto la emergencia de un fenómeno de «gangsteriza-
ción» o «enmafiamiento» de la delincuencia que copia el modelo
de violencia tipo Colombia adoptando la modalidad del «sicaria-
to». Este método delictivo, por decirlo de alguna manera, no exis-
tía en Venezuela. Esto no formaba parte del mundo del delito en
nuestro país.
No es lo mismo el ataque de un azote de barrio o de una
banda delictiva de un barrio que una organización delictiva que
adopta la forma de «empresas del delito» con ramificaciones en
las estructuras de poder, que más se parecen a una corporación
que a una banda.
Podemos decir, de acuerdo a todo lo que hemos desarrollado
que la violencia social hoy en Venezuela y en buena parte del mun-
do occidental, constituye el aspecto que tiene la mayor resonancia
como problema de salud pública no solo por las consecuencias en
términos físicos y morales, sino también porque sus víctimas se

150
registran en todos los estratos sociales de la población pero predo-
minantemente en los sectores populares.

 ¿A cuál clase de violencia nos estamos refiriendo?

Todas estas situaciones no significan que Venezuela no cono-


ciera antes de esta etapa de su vida histórica, la horrible presencia
de la violencia. Ella existe desde el mismo momento de la conquis-
ta y colonización, puesto que nacimos como parte de la civiliza-
ción occidental a partir de un gran acto de asalto, pillaje y viola-
ción y luego a través de toda la vida republicana hasta el siglo XX,
pero ésta era más que todo violencia política y militar.
La violencia a la que nos estamos refiriendo es a la del tipo
social-pura, la cual es típica de este momento histórico, más que a
la violencia política o militar.
Este tipo de violencia, aunque pueda contener y de hecho las
contiene, violencia racial, política y étnica, es ante todo y primor-
dialmente violencia social. Esta, mezcla dentro de si muchos ele-
mentos de la vida social y de las experiencias colectivo-individua-
les de un pueblo y la devuelve en forma de una violencia que en
principio no tiene una intencionalidad política o de clase, aunque
de hecho por lo menos en Venezuela la violencia social envuelve
mucha carga simbólica de resentimiento social.
Cualquiera persona de cualquier estrato social grupo étnico o
tendencia política puede ser víctima de este tipo de violencia pues-
to que no está dirigida específicamente a un tipo de personas, es
por lo tanto impersonal, anónima e indiscriminada.
Estamos observando últimamente el estallido de una violen-
cia totalmente anónima e impersonal que significa disparar en con-
tra de un grupo que se encuentra en la calle haciendo las cosas
más complejas.
Por primera vez en nuestro país nos enfrentamos a un enemi-
go anónimo, ubicuo, con fuerte capacidad para hacer daño, cada
vez más frío y perversamente criminal y con mucho resentimiento
social. A eso se añade la impunidad y la ineficacia del estado para
combatir este mal.

151
 Carácter estructural del fenómeno de la violencia social:
la epidemia del siglo

La implantación de una racionalidad de mercado que funda-


menta un estilo de vida basado en el consumo de objetos-valores-
signo como modo de vida predominante, significó un impacto
catastrófico en la «relativa tranquilidad» social y política que vivía
la sociedad venezolana hasta los años ochenta.
Significa esto que nada importa más que estos valores-obje-
tos-metas, operándose de este modo un desplazamiento del viejo
Standard de valores, que se vuelve obsoleto por su incapacidad
para responder a las expectativas de la gente común.
La atmósfera espiritual que genera la instalación del denomina-
do «Capitalismo de consumo», configura una manera de ver el mun-
do que no coloca a la persona en el centro sino en lugares inferiores.
La honestidad, el parentesco y la familia, la pertenencia a una co-
munidad y una familia, pasan a ser valores de carácter desechable.
En este mismo sentido afirmamos que...» la entronización en
Venezuela en las últimas décadas de un modo de vida fundamen-
tado en una racionalidad sistémica cuya lógica de funcionamien-
to es el mercado neoliberal, genera representaciones, relaciones,
subjetividades y estilos de vida que podríamos enmarcar en el con-
texto de lo que denominamos como «Orden Caníbal».. (13)
Jamás la sociedad venezolana se había enfrentado con un pro-
blema de las magnitudes que ésta asume actualmente. En este sen-
tido podemos hablar, no sólo para Venezuela sino también para el
mundo en general, de una epidemia. Y este es el verdadero con-
cepto de epidemia porque envuelve un carácter de difusión gene-
ralizada de magnitud y trascendencia que lo proyectan en este
sentido.

 La cultura de la muerte como estilo de vida:

Hoy, en la vida cotidiana, la muerte se ha banalizado, vale


decir, se ha convertido en un hecho más o menos sin trascenden-
cia, un hecho trivial; cosa que había sucedido antes con una ideo-

152
logía como la del Estado del nacionalsocialismo pero no con el
hombre común en la vida cotidiana.
Asistimos a una época de «banalización de la muerte». Esto
significa que el valor de la vida se ha devaluado considerablemen-
te, al mismo ritmo en que se han devaluado las monedas en la
economía contemporánea.
En este sentido, por «banalización de la muerte» entendemos
una actitud que convierte la muerte violenta intencional en un
evento que forma parte de la vida cotidiana de manera normal y
estratégica independientemente del carácter trágico que ésta pue-
da tener.
Estamos hablando de una actitud generalizada en el colectivo
de «normalización de la muerte violenta intencional o provoca-
da». Y es por ello que algo tan monstruoso como es la muerte
violenta se banaliza porque antes se ha vuelto cosa de la normali-
dad, es decir que ya la gente no se escandaliza por esto como
sucedía no hace más de 5 décadas apenas en Venezuela.
Cuando las muertes violentas espantosas y con saña dejan de
ser una cuestión de guerras, cataclismos o accidentes, está claro
que un espíritu diabólico de destrucción se ha apoderado de la
gente: un imaginario de muerte.
La muerte causada por violencia instrumental; vale decir para
realizar un propósito meramente utilitario, más allá de la muerte
misma, refleja el carácter instrumental a que se ha reducido la
vida. Por el otro lado tenemos la muerte atroz propia de la ven-
ganza que conduce a la cada vez mayor tendencia al descuartiza-
miento y exposición pública de los restos mortales que reflejan
una pulsión necrofílica o regusto por la muerte.
El mensaje implícito de este tipo de comportamiento es: «
esto te puede ocurrir a ti o a ustedes» . Es como un terrorismo
social cuyo fin es inducir el máximo de terror en el otro. Detrás de
todo podemos encontrar una pulsión necrofílica o regusto por la
muerte que ha estado caracterizando a la violencia criminal re-
cientemente.
Todo esto transcurre como una epidemia ante la cual parecie-
ra que los mecanismos de resistencia inmunológica del cuerpo so-

153
cial no funcionaran. En esa situación, las expectativas sociales son
catastróficas porque la gente espera que cualquier cosa terrible su-
ceda y conlleva finalmente a un estado de sensación subjetiva de
estar indefenso ante el peligro atroz.
Esto constituye la anomia en sentido subjetivo porque la per-
sona no sabe que esperar realmente; cualquier cosa puede suceder
y las mutilaciones graves o la muerte pueden aparecer en cual-
quier momento producto de la violencia proveniente de cualquier
lado; sobre todo en el momento menos esperado.
Un fenómeno(o fenómenos) tan complejo como éste se pre-
senta ya atravesado por múltiples causas; tiene una etiología mul-
tifactorial. Así, desde el punto de vista socio- ético, por ejemplo,
podemos hablar de un «estado de banalización de la muerte vio-
lenta» como un tipo de factor que favorece enormemente la ocu-
rrencia del fenómeno. Este se desarrolla de forma progresiva. En
este sentido podemos ir desde el insulto por cualquier cosa, la
falta de respeto entre las personas, la violencia doméstica, la vio-
lencia estructural hasta la violencia criminal en el sentido más
atroz. El fenómeno de la intolerancia no solo ideológico-política
sino lo que es más grave, la intolerancia social.
Por otra parte tenemos la presencia de una actitud de profa-
nadora de todo lo que antes era sagrado, tanto en sentido social
como religioso, lo cual es propio de un estado de anomia ético-
social que es estructural porque ya forma parte de las estructuras
sociales y culturales de nuestra sociedad venezolana y contempo-
ránea en general.
En este momento histórico-epocal que estamos viviendo nada
es sagrado; las cosas que revestían cierto velo de sacralidad en la
vida cotidiana de las personas, ahora son profanables y profana-
das y no me refiero a lo sagrado religioso exclusivamente, sino
también a lo sagrado social: respeto por la vida y los bienes de las
personas, por su integridad moral (el cristianismo habla de la dig-
nidad de la persona); respeto por el Otro como diferencia y por
sus espacios, por la investidura del rol, por la autoridad, etc.
Una vez que este proceso de profanación social se instala en
una sociedad se inicia así otro proceso segundo pero derivado del

154
primero que es la «banalización de la muerte» porque antes ha
ocurrido una «banalización de la vida»: vale decir, una actitud
predominante de profanización de lo sagrado social.

Todo esto en un momento determinado pasa a formar parte


del entorno natural de la sociedad y la familia y por tanto de la
atmósfera sociocultural del niño y del adolescente quien se incor-
pora a este proceso constituyendo su subjetividad y manera de
ser y comportarse, en este sentido.
El correlato estructural de estos procesos socio-éticos es la
implantación de un sistema social excesivamente objetocéntrico
(centrado en el objeto-mercancía) como es el capitalismo de con-
sumo (antes fue el capitalismo productivo) que genera una rela-
ción inversamente proporcional entre el mundo de los objetos y el
mundo humano: a medida que se revaloriza el mundo de los obje-
tos, se desvaloriza en la misma proporción el mundo de la persona.
A pesar de que la persona humana y la vida estaban desvalori-
zadas para los grupos dominantes, en la vida cotidiana de los sec-
tores populares que siempre son la mayoría, prevalecía un carácter
sagrado. Para la gente común de las masas populares la vida de las
personas era ampliamente valorada.
La implantación del sistema capitalista en su fase de mercado
global, generador de procesos de racionalización y secularización
(conversión de lo sacro en profano) de las estructuras sociocultu-
rales y la subjetividad modernas y pre-modernas, ha significado la
quiebra de valores centrados en la persona y la familia y la
entronización de un standard de valores puramente instrumenta-
les centrados en el yo más egocéntrico y primitivo del individuo y
no en el carácter relacional de la persona.
En este contexto de simbolizaciones, ya para la gente en la
vida cotidiana nada es sagrado y todo puede ser violado, sobre
todo la vida y la dignidad humana.
Valores egocéntricos: posesión de bienes materiales, dinero, sta-
tus social, individualismo posesivo, consumo, confort, goce inme-
diatista, etc., por oposición a valores interpersonales y de integra-
ción social como: solidaridad, amor al prójimo, respeto por el otro

155
(y por sí mismo), tolerancia, compasión, etc., que son valores que
conducen a promover situaciones de integración social y convi-
vencia y no de enfrentamiento y de orden caníbal como es lo que
estamos observando hoy en día.
Es una situación en donde lo que predomina es el culto al
objeto y no a la persona humana, el goce sin compromiso por
encima de la responsabilidad y el individualismo egoísta del «sál-
vese el que pueda» por encima del colectivismo responsable y soli-
dario, constituyen las referencias centrales . Estamos hablando de
una sociedad objeto-céntrica y fetichista.
Por otro lado tenemos el terrible expediente de la instalación
en nuestras sociedades ya con carta de ciudadanía de una «cultura
de la violencia». Por todas partes respiramos el aire maloliente de
un clima de violencia permanente: la familia, la comunidad, la TV,
las crónicas rojas de los diarios y ahora el mundo político, son
vivos ejemplos de esa ecología en la cual estamos todos metidos; la
«ecología de la violencia».
El caso más típico es el de una sociedad que condena a más de
la mitad de la población a una situación de exclusión social. Esto
también es violencia, violencia estructural.
Finalmente para completar este cuadro muy apretado de
condiciones que favorecen la aparición de la violencia, tenemos
que debido al endurecimiento de la vida social en nuestros tiem-
pos contemporáneos, hemos terminado convenciéndonos de que
si no es por la violencia no podemos lograr nuestros objetivos, lo
cual puede ser denominado como «alienación normativa»
Esto es una verdadera tragedia para una sociedad que despre-
cia mecanismos como: las leyes y normas sociales, las instituciones,
la conciliación, la mediación y la comunicación, para resolver los
conflictos.
Hoy en Venezuela la violencia tiene un estatuto social, más
que político, a pesar de que este fue desde siempre su carácter
fundamental. Pobreza, exclusión social, disolución de los tejidos
sociales que constituían la comunidad sin la compensación del
surgimiento de estructuras del tipo de sociedades medianamente
integradas, desestructuración de las diversas formas familiares (in-

156
cluída la familia popular venezolana), sustitución del paradigma
de la comunicación interpersonal tipo cara-a-cara por el formato
de la comunicación anónima e impersonal de los medios
masivos, que constituyen las cadenas socio-epidemiológicas bási-
cas que nos pueden conducir a comprender los contextos dentro
de las cuales se produce y reproduce el fenómeno.
Sin embargo, es la utilización del concepto de Estilo de vida o
Modo de vida, como categorías de análisis, la estrategia conceptual
que nos podría aproximar de manera más cercana al fenómeno en
estudio.
El estilo de vida fundamentado en el mercado entendido en
su contexto neo-liberal, ha significado, no sólo para Venezuela,
pero sobre todo para Venezuela, una tormenta socio-subjetiva de
consecuencias devastadoras para el «mar de aguas relativamente
tranquilas» de la sociedad tradicional.
Sobre todo el efecto de desplazamiento que esta racionalidad
en su lógica de racionalidad instrumental, ha ejercido sobre los
modos de producir representaciones sociales, y por tanto de pro-
ducción de sentido, en el venezolano tradicional.
Sin embargo, la violencia social, está asumiendo ya la conno-
tación de un problema endémico-estructural porque su presenta-
ción anuncia de hecho un enraizamiento en la racionalidad del
funcionamiento de la sociedad venezolana, una enfermedad cró-
nica más que aguda.
Su carácter generalizado y siempre presente, puede inducir a
su percepción como un fenómeno natural y por lo tanto imposi-
ble de erradicar sin medidas extremas que signifiquen dosis mayo-
res de violencia; vale decir, combatir la enfermedad con la misma
lógica de ella.
Esto envuelve amenazas reales y probable a valores que aun-
que no del todo reales en nuestras sociedades latinoamericanas, al
menos constituían un patrón cultural de referencia para la vida
civilizada contemporánea, como son los derechos humanos, la de-
mocracia y las estructuras legales en general.

157
 La violencia interpersonal como respuesta adaptativa a
los cambios en el sistema social

Sabemos que la violencia es una respuesta a situaciones de


orden sociocultural y de ninguna manera parte del equipaje bio-
lógico-genético de la especie humana; es por tanto una conducta
aprendida en condiciones históricas-sociológicas determinadas.
Los cambios acumulados durante miles de año por la huma-
nidad de acuerdo a sus condiciones de vida, ha proporcionado
una suerte de código de la experiencia vivida durante tanto tiem-
po que configura una suerte de memoria de la especie humana.
Jung habló del Inconsciente colectivo para referirse a este tipo de
experiencia acumulada por la subjetividad colectiva de la huma-
nidad, la Memoria de la especie Aquí se alojan primordialmente
los arquetipos, los cuales constituyen modelos conductuales que
no son el producto de la mera experiencia individual, sino de la
experiencia colectiva.
Por otro lado tenemos que los cambios ocurridos en el siste-
ma sociocultural producto de la implantación de un sistema so-
cial y de los cambios ocurridos al interior de éste, conducen a la
construcción de una subjetividad que es estructuralmente análo-
ga a estas estructuras.
En el caso concreto del surgimiento del sistema capitalista y
los cambios ocurridos en las últimas décadas, no sólo en Venezuela
sino en el mundo entero, han generado unas condiciones de vida
estructurales que exigen y producen una subjetividad e intersub-
jetividad violentas.
La naturaleza de la escala de valores predominantes en el sis-
tema social actual, el carácter y la dinámica de la vida social coti-
diana y el sistema de imaginarios vinculados a estas estructuras
van generando progresivamente unas estructuras de conciencia,
un mundo de vida y una subjetividad que exigen estilos y modos
de vida violentos en las relaciones interpersonales.
Los estados de anomia estructural y generalizados en el cuer-
po de la sociedad generados por la racionalidad del sistema social
capitalista de mercado global y el impacto en las antiguas estruc-

158
turas tradicionales de solidaridad, modos de producción del vín-
culo y el control social, significan la presencia de esos mismos
estados en la subjetividad del individuo.
La violencia se coloca pues en el lugar en donde antes esta-
ban las estructuras de control social ideológico-normativo y los
mecanismos reguladores de la conciencia y el comportamiento de
la gente.
El mercado como matriz estructural de la sociedad-cultura
termina aboliendo todo tipo de mediaciones sociales cognitivo-
simbólicas y normativas para quedarse solamente con un tipo de
relación en la cual lo único que funciona es el individuo frente al
objeto-valor-signo.
En esta situación los arquetipos que se reactivan son los co-
rrespondientes a modelos de comportamiento violentos porque
son los que el Inconsciente colectivo, valdría más bien decir socie-
tario, elije para producir la adaptación eficaz a las nuevas
situaciones.
La experiencia de lo vivido históricamente colectivo por nues-
tro pueblo registra altos niveles de situaciones y acciones violentas
y es esto lo que en este momento, el Inconsciente societario recu-
pera para configurar una subjetividad funcional a mundos de vida
que se constituyen en relación a presupuestos lógicos de violencia
social.
En este sentido tenemos algunos elementos de cambio socio-
cultural ubicados dentro del proceso de modernización que for-
man parte de un fenómeno mucho más amplio, el cual pudiéra-
mos denominar como «proceso civilizatorio del capitalismo glo-
bal»:

1. En primer lugar tenemos que hablar de un fenómeno que es


mundial, pero que en Venezuela, por su condición de país pe-
trolero-minero y de anomia ancestral, se presenta de manera
dramática: nos referimos al proceso de la monstruosa desvalo-
rización de la vida y la persona humana al mismo tiempo que
una valorización idolátrica de los objetos, el dinero y las cosas
materiales, producto del actual proceso de modernización.

159
Es una relación inversamente proporcional porque mientras
más se valorizan los objetos, más se desvaloriza la persona hu-
mana. En una cultura que hace énfasis en la posesión de obje-
tos, consumo y goce sin compromiso, la vida humana puede
ser un estorbo en el logro de estas metas.

2. El proceso de urbanización violenta y caótica y la transición


de una sociedad tipo comunidad a una sociedad de tipo ur-
bana-masificada, en donde todos los días hay que batirse con
el Otro y con lo Otro, en un «orden caníbal», en donde el
modo de adaptación es básicamente el esquema muy primiti-
vo de la lucha/huida.

2. La implantación de una «cultura de la violencia» que se ex-


presa en el surgimiento de bandas que lucha por el control de
territorios y en donde «matar» y «ser matado», son las dos
caras de la misma moneda de la «cultura de la muerte» que
caracteriza a los miembros de bandas y azotes de barrio. No se
trata aquí de una cultura que simplemente afecta a muchos
jóvenes, sino que determina su manera de ser, de pensar y de
sentir.

3. En una sociedad donde el proceso de civilización neo-moder-


nizante ha acabado con todas las mediaciones sociales que
existían, la gente está sintiendo que la violencia es el único
recurso para resolver sus conflictos. Nada de justicia institu-
cional, palabras, negociaciones o acuerdos para reparar la
falta; no son eficaces a la luz de lógica de la eficacia social.
El sentimiento que se ha estado incubando en muchas perso-
nas es el de que el daño o la ofensa causada tiene que ser
pagada con sangre, porque ninguno de estos mecanismos de
mediación social y conciliación, sirven para nada.

160
 Sociogénesis de la violencia social a partir de cambios en
la subjetividad colectiva del venezolano.

Por otra parte tenemos, que en el caso del venezolano con-


cretamente se han producido algunas modificaciones en la dimen-
sión de su subjetividad colectiva, que favorecen el surgimiento de
una «pulsión de muerte» como tendencia dominante en el uni-
verso simbólico.
Aunque estos cambios se registren en el talante y el comporta-
miento colectivo e individual, es en el Inconsciente colectivo (el
alma popular) en donde finalmente se radican.

1. En primer lugar, tenemos que en los últimos tiempos, el status


de la «madre», como devoción central del venezolano (matri-
centrismo), ha venido experimentando cambios en el sentido
de un desplazamiento por poderes masculinos y por lo tanto
fálico en un proceso de «masculinización de lo social».
La hegemonía de la cultura del mercado que habíamos descri-
to antes presiona hacia la colocación del centro de la vida en
los objetos y el consumo y no a los valores referidos a perso-
nas, aunque esta persona sea la madre.

2. A pesar de la fuerza que tiene la cultura de la masculinidad y


de la madre como modelo simbólico y centro afectivo, la reva-
lorización de la mujer-esposa y de la vida conyugal, conspira
contra los valores tradicionales que asignaban carácter sagra-
do a la figura materna y a los valores que se relacionan con
ésta como: la familia, el parentesco, etc.

4. El resentimiento social es un rasgo estructural del modo de


ser del venezolano, hasta el punto que podemos hablar en
Venezuela de la existencia de una «Matriz de resentimiento
social» que tiene un carácter ancestral. Esta puede ser exacer-
bada dependiendo del momento histórico vivido por la socie-
dad y tendremos que aceptar que en los últimos tiempos ese
fenómeno ha venido ocurriendo.

161
Esto presiona para la instalación definitiva de una cultura y
una subjetividad fuertemente fálicas (basada en la domina-
ción por la agresividad destructiva) , sin las restricciones de la
presencia de la madre como modelo simbólico orientada a la
no violencia.

5. Todo esto se vincula con una tendencia ancestral a resolver


los conflictos de manera violenta en el venezolano que se aso-
cia con el carácter «cimarrón» de la ciudadanía propia de so-
ciedades en donde la gente de origen popular ha sido someti-
do durante mucho tiempo a situaciones de dominación y hu-
millación tales que producen como reacción compensatoria,
imaginarios de «rebeldía» y «orgullo» predisponentes a com-
portamientos destructivos y autodestructivos.

Sin embargo tenemos que aceptar que algunos de estos facto-


res de cambio sociocultural y subjetivo están ya contenidos en los
procesos de modernización que se viven contemporáneamente
como parte del proceso civilizatorio capitalista-urbano-global; so-
bre todo en regiones como América Latina.
De acuerdo a estas consideraciones vamos a sistematizar las
causas o factores que intervienen para presionar hacia el aumento
en la incidencia y prevalencia de homicidios en el país, de la si-
guiente manera:
En este sentido podríamos hablar de 3 tipos de factores: deter-
minantes, condicionantes y detonantes o disparadores del com-
portamiento de violencia destructiva.
Cuando hablamos de factores determinantes es para referir-
nos a aquellas condiciones socio-estructurales y socio-subjetivas
que están a la base de la construcción social de una subjetividad
orientada a la violencia destructiva.
Las condiciones socio-estructurales, se ubican a dos niveles de
acuerdo a su proximidad.

1. el entorno social inmediato del sujeto y su particular manera


de insertarse en éste. Así tenemos: familia, comunidad, escuela
e instituciones en general.

162
De aquí derivan problemas que ya de por sí son patológicos,
como: desintegración familiar, integración patológica de la fa-
milia, familia numerosa y desintegración de la comunidad.

2. El entorno social propio del sistema social, permite pensar en


factores como: estratificación social.

En esta área tenemos problemas como la pobreza. Igualmente


las condiciones socio-subjetivas, se pueden localizar a nivel del en-
torno social inmediato en factores que tienen que ver con situacio-
nes de desintegración familiar o integración patológica de la fami-
lia: ausencia de las figuras parentales y abandono afectivo (sobre
todo en el caso de la figura materna), exclusión social, maltrato
infantil (físico y emocional) y violencia intrafamiliar, deserción
escolar, etc.
En un plano más individual, podemos hablar de la historia
de vida del sujeto y sus relaciones con los otros significativos, fun-
damentalmente en la familia.
En cuanto al entorno social más amplio encontramos condi-
ciones socio-subjetivas que tienen que ver con: predominio de va-
lores de mercado que privilegian la posesión material y el status
socioeconómico como ideal de realización individual, el cual pue-
de lograrse pasando por encima de los medios institucionalmente
establecidos o medios normativos en el contexto de una «cultura
de la violencia». Por otra parte vemos que históricamente existe
una Matriz de resolución violenta de conflictos (MRVC) latente
en el inconsciente colectivo del venezolano.
Son factores determinantes porque están asociados también
con una matriz de resentimiento social crónica en el venezolano y
el síndrome de la alienación socio-subjetiva, a saber: bloqueo en la
conformación de un Sí mismo y una identidad integralmente de-
sarrollada, conformismo, externalidad, desesperanza aprendida,
auto-desvalorización (étnica y personal), sentimientos profundos
de frustración y no realización como persona, y finalmente, adqui-
sición de un «estilo de vida violento».

163
En cuanto a los factores detonantes podemos hablar de: alco-
hol, drogas y situaciones violentas que involucran a los sujetos
homicidas y que aunque no son factores determinantes, actúan
como efectos disparadores de un patrón de comportamiento des-
tructivo generado por las cadenas epidemiológicas de las condi-
ciones socio-estructurales y socio-subjetivas de los mundos de la
vida cotidiana.
En este contexto, el consumo excesivo de alcohol y drogas y las
circunstancias concretas fortuitas en la cual se ve envuelto el suje-
to, juegan un papel de detonantes del comportamiento violento-
destructivo, pero no pueden ser vistas como causas.
El bajo nivel de edad es considerado un factor condicionante
porque es un filtro por donde se cuelan otros factores, que son de
carácter estructural. Aquí encontramos la asociación fuertemente
estadística que se produce entre adolescencia-juventud y la cultu-
ra de la violencia y de las drogas hasta el punto de que estas pato-
logías aparecen como «cuestión de jóvenes».
Todo esto lleva a la configuración de la subjetividad de estas
personas en torno a: resentimiento social, incapacidad de valorar-
se a sí mismo y al Otro, bajo umbral de control de la emociones
(sobre todo en situaciones de consumo de alcohol y drogas), bajo
nivel de postergar las gratificaciones, bajo nivel de tolerancia de las
frustraciones, visión negativa del sí mismo, los otros y del mundo
que los rodea; vale decir, predisposición a reaccionar con violencia
ante las dificultades o frustraciones (Matriz de resolución violenta
de conflictos: MRVC).
Podemos hablar aquí de una «subjetividad y una cultura de la
violencia» que ya esta pasando a formar parte del repertorio de
«estilos de vida» propios de nuestra sociedad venezolana contem-
poránea, pero que también se registra a nivel mundial.
Así vemos en esta tabla como la tasa de homicidios en hom-
bres se ha venido incrementando en nuestro país a partir de la
década pasada:

164
Tabla N° 1
Homicidios por 100 mil habitantes a nivel nacional
desde 1997 hasta 2004**

Año 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004


Tasa 4,6 4,3 6,1 9,3 9,3 10,4 11,2 9,7

Fuente: Grupo social CESAP.


**El número de personas muertas por homicidios pasa violentamente de 2.623 a 6.895
entre los años 1997 y 2004(14).

 Violencia social y homicidios en la región Guayana

La región Guayana no ha permanecido ajena a la explosión


de violencia social que ha significado el aumento de homicidios en
todo el país. De hecho en la región se produjo un incremento de
38,1% de muertes violentas en el lapso comprendido entre 2005 y
2006. La tasa de homicidios aproximada es actualmente de más
de 60 por cien mil habitantes, muy cercana a la del país en general
y superando la mayoría de las entidades federales. (15)
Aparte de todos los factores anteriormente señalados para cual-
quier situación, podríamos mencionar elementos particulares que
le dan carácter de especificidad al fenómeno de las muertes violen-
tas en la región.
Así tenemos que el hecho de haber pasado de un patrón de
subsistencia basado en un eje fluvial como modelo primario ex-
portador de desarrollo a un modelo de tipo minero-siderúrgico,
planteó cambios muy rápidos y difíciles de digerir por la pobla-
ción que constituyeron las corrientes migratorias aluvionales que
se desplazaron atraídas por el «espejismo del nuevo dorado».
Por otro lado tenemos el surgimiento de «mafias sindicales»
propias de una región con la concentración obrera más grande del
país. Esto ha significado un importante nivel de violencia en la
región por el enfrentamiento entre esas mafias.
El otro aspecto lo constituye la «subcultura minera» la cual
es violenta de por sí y contribuye significativamente con la tasa de

165
homicidios del país y la región por el tipo de producto que se
genera y la anomia que prolifera en esas zonas.
Al respecto presentamos algunas tablas ilustrativas de este
fenómeno referidas a la mortalidad por hechos violentos en el
estado Bolívar, discriminadas por distritos sanitarios, sexo y edad,
en el lapso comprendido entre 2000-2004. (Información más re-
ciente es de difícil adquisición)

Tabla Nº 2
Mortalidad por hechos violentos en los
Distritos Sanitarios I y II del Estado Bolívar. 2000-2004

Dtto. Sanitario 200 2001 2002 2003 2004


Distrito II 406 402 411 623 521
(Ciudad Guayana) 67,97 70,52 70,74 65,78 75,18
Fuente: Epidemiología regional, Estadísticas vitales. Coordinación regional de acci-
dentes de todo tipo y hechos violentos del estado Bolívar.

En esta tabla observamos una tendencia al aumento de las


muertes violentas en los dos distritos sanitarios más importantes
de la región, cónsona con la tendencia general para el resto del
país; sin embargo vemos como el distrito sanitario II tiene porcen-
tajes que representan más de la mitad de todos los homicidios que
se producen en el estado Bolívar.
El municipio Caronì, es el asiento de las empresas básicas y
por lo tanto, el centro del eje urbano Ciudad Guayana-Ciudad
Bolívar. Es aquí en donde mayoritariamente se han instalado las
corrientes migratorias aluvionales provenientes de diversas partes
del país y del exterior.
En este municipio coexisten dos núcleos urbanos que se co-
rresponden con la definición de una típica ciudad de clases: Puer-
to Ordaz y San Félix.
La primera es una ciudad planificada y diseñada para geren-
tes y profesionales de las empresas básicas; en tanto que San Félix
es la ciudad de los trabajadores y de los asentamientos precarios

166
constituídos por una población que no se integra a los procesos
de producción fundamentales vinculados a las empresas básicas y
por lo tanto desarraigados. Son los «condenados de la tierra» que
podemos encontrar en cualquier gran urbe Latinoamericana y que
conforman los «cinturones de miseria» del Subdesarrollo.
Este proceso de exclusión y por tanto de violencia estructural
tiene su origen en un contexto macrosocial, pero sus manifesta-
ciones se dan en el contexto microsocial: individuo, familia, comu-
nidad, etc.

Tabla Nº 3
Mortalidad por hechos violentos según sexo
en el Estado Bolívar 2000-2004

Año/Sexo 2000 2001 2002 2003 2004


Nº % Nº % Nº % Nº % Nº %
Femenino 23 3,86 24 4,21 31 5,33 132 13,93 22 3,17

Masculino 572 96,13 546 95,78 550 94,66 815 86,06 671 96,82
Total 595 570 581 947 693

Fuente: Epidemiología regional.E.Vital. Coord. Regional de acc. de todo tipo y hechos


Violentos.

En esta tabla observamos una diferencia muy marcada entre


el número de víctimas de muertes violentas que ocurrieron en va-
rones en comparación con las hembras, durante el período com-
prendido entre 2000-2004 en el estado Bolívar.
Esta tendencia que no es exclusiva de la región puesto que se
puede observar en todo el país, nos señala el hecho de la participa-
ción del sexo masculino como protagonista central de los procesos
de violencia interpersonal que terminan en homicidios.
De acuerdo a estos datos, tal parece que la violencia interper-
sonal fuera un fenómeno propio del sexo masculino y eso nos
remite a la prevalencia de la «cultura de la masculinidad» como
rasgo central de una sociedad que se ha vuelto excesivamente fáli-
ca (dominio por la violencia) en la lógica de su funcionamiento.

167
Esto puede inferirse de la combinación de al menos de dos
tipos de racionalidad muy fálicas como es por un lado, la que ha
dominado tradicionalmente las relaciones masculino-femenino en
la sociedad venezolana con su fuerte carga de machismo y la lógi-
ca del mercado que postula una «sociedad canibalística» propia
de la neo-modernidad capitalista global.

Tabla Nº 4
Mortalidad por hechos violentos según grupos etáreos
Estado Bolívar 2000-2004

Grupos 2000 2001 2002 2003 2004


etáreos Nº % Nº % Nº % Nº % Nº %
5-14 6 1,00 6 1,05 6 1,03 6,73 5 6,72
15-24 242 40,67 233 40,87 255 43,88 438 46,25 307 44,30
25-44 259 43,53 298 52,28 262 45,09 403 42,56 311 44,88
45-64 74 12,14 28 4,91 46 7,91 86 9,08 8 1,16
Fuente: Epidemiología. E. Vital. Coord. Regional de acc. de todo tipo y hechos violentos.

Cuando examinamos la mortalidad por hechos violentos de


acuerdo a grupos etáreos en esta población, encontramos que los
grupos de edad ubicados entre 15 y 24 años y 25 y 44 años,
concentran la mayor parte de los homicidios que ocurrieron en el
período comprendido entre 200 y 2004.
Si la violencia interpersonal que produce muertes violentas se
ubica mayoritariamente en el sexo masculino, esto da la impresión
de ser un fenómeno propio de una cultura y una sociedad esen-
cialmente falo-céntrica
Con respecto a incidencia y prevalencia en relación a grupos
de edad, pareciera que fuera una cuestión de jóvenes.
En la cultura juvenil parece que se incubara también la «cul-
tura de la muerte» de la cual hemos hablado porque aunque la
edad no sea un factor determinante, si es condicionante pues a
través de esta variable se filtran los demás factores determinantes y
detonantes.

168
Toda la problemática familiar y de exclusión social, así como
los problemas derivados de la frustración con respectos al «ideal
colectivo de realización social y autorrealización» en el contexto de
una «cultura fálico-canibalística», podrían estar afectando de ma-
nera especial a los grupos de edad ubicados entre la adolescencia y
la juventud en general.
La vinculación de todos estos factores de riesgo con la cultura
mediática que promueve este tipo de Standard de valores y patro-
nes de comportamientos violentos como una cuestión de jóvenes
que se orientan primordialmente por la acción, en un contexto
sociocultural que privilegia el «accionar» por encima de cualquier
otra consideración, podría explicar parcialmente el hallazgo reali-
zado.
Por otra parte es preocupante que en un grupo de muy corta
edad como es el de 12-19 años, se esté comenzando ya a ver cierto
grado de mortalidad violenta que nos habla de una tendencia
general en todo el país a disminuir el umbral de la edad de ocu-
rrencia de los homicidios.

169
170
CAPÍTULO 11
Mundos de vida y subjetividad del homicida:
historia de lo vivido generador de patología

Abordar el fenómeno de los homicidios, en tanto máximo ni-


vel de violencia interpersonal, como una cuestión de construcción
social de la subjetividad del homicida, podría sugerir para enfo-
ques neopositivistas, un innegable riesgo de subjetivizar hechos
radicalmenrte objetivos y por tanto susceptibilidad de incurrir en
tratamientos reñidos con la metodología científica.
Sin embargo tendríamos que decir que a pesar de la positivi-
dad que adquiere hoy un fenómeno tan impactante como la vio-
lencia interpersonal en cualquiera de sus manifestaciones, el ca-
rácter de objeto socialmente construído tanto por el sentido co-
mún como por el investigador que lo aborda con los recursos de
la metodología científica, es inevitable.
No puede ser de otra manera porque se trata de personas,
involucradas en acciones y relaciones con otras personas, las cua-
les comparten la condición de ser sujetos; vale decir, seres consti-
tuídos por la relación con el Otro, la cual se estructura en torno a
lenguaje, poder, deseo, pasiones, representaciones, etc.
En la capacidad de producir y reconocer sentido en contextos
diversos y plurales, anida la condición de constituirse como suje-
tos frente a otros sujetos, también múltiples y complejos.
Tenemos que hablar más que de personalidad homicida, de
un comportamiento homicida, de una subjetividad homicida por-
que significa construcción social y por lo tanto hecha en el contex-
to de la inter-subjetividad y las redes de inter-subjetividad, siem-
pre mediadas por el lenguaje-cultura, lo simbólico y lo histórico-
vivido así como por los procesos socio-estructurales en general.

171
Entendemos por subjetividad, la construcción a través del pro-
ceso de socialización y de las experiencias de lo vivido, de las es-
tructuras inconscientes, de las estructuras del sí mismo y las que
se vinculan con el yo consciente y la conciencia en general. No se
refiere a estructuras intra-psíquicas ni a lo que el sujeto es desde el
punto de vista mental como una referencia arbitratria o simple-
mente irreductible a cualquier otra referencia más allá de lo estric-
tamente individual y por oposición a lo que es objetivo.
En todo caso, la subjetividad es un constructo que se elabora a
partir de procesos de internalización del lenguaje, la cultura y los
roles sociales, actitudes, patrones de comportamiento como refe-
rencias que el Otro generalizado aportan, más las propias expe-
riencias que el sujeto individualmente considerado construye des-
de el lugar de lo vivido.
De este modo, la subjetividad es tanto individual y grupal, así
como colectiva ya que está colocada en el centro de la constitución
y experiencia de lo social en tanto redes de relaciones entre el suje-
to y los otros.
Con respecto al concepto de Mundo de vida, haremos refe-
rencia a algunos autores sobre una categoría que proviene en su
origen de la más pura fenomenología husserliana y para esta in-
vestigación adquiere el estatuto de categoría heurística por su vin-
culación directa con el universo de la vida cotidiana. En este caso
el universo de la vida cotidiana de sujetos que pertenecen al mun-
do de la violencia interpersonal destructiva.
De hecho, es a partir de las estructuras del mundo de la vida
cotidiana, desde donde el sujeto común construye su subjetividad,
el concepto de sí mismo, sus proyectos de identidad y por su-
puesto, sus ideales de realización social y autorrealización.
Así, tenemos el enfoque de la fenomenología sociológica de
Alfred Schutz (1977; pp. 18) quien afirma que «las estructuras del
mundo de la vida son aprehendidas como la trama de sentido
presupuesto en la actitud natural, el contexto básico de lo indiscu-
tido, lo tomado como evidente que subyace en toda vida y acción
sociales» ...«La vida cotidiana implica intrínsecamente la suspen-
sión de las dudas acerca de la realidad del mundo...».

172
En este sentido, el sujeto en la vida cotidiana entra en contacto
con su mundo particular como si se tratara de algo real por sí y en
sí mismo y en términos de fundamentos incuestionados que rigen
su vida como si fuera algo natural.
En Habermas (1990, pp.176-177) encontramos una discusión
con diversos autores para finalmente decir que ...«podemos repre-
sentarnos éste (el mundo de la vida)como un acervo de patrones
de interpretación transmitidos culturalmente y organizados lin-
güísticamente».
De tal modo que el mundo de la vida desde el punto de vista
de la teoría de la acción comunicativa puede ser definido como
...«horizonte en que los agentes comunicativos se mueven», por lo
tanto el lenguaje y el sistema de la cultura constituyen elementos
consustanciales del mundo de la vida en cuanto escenario dentro
del cual se dinamiza la intersubjetividad y se produce la comuni-
cación entre hablantes-oyentes (Ibidem. , pp. 169)
Alejando Moreno (2007, pp.26) desde una posición claramente
hermenéutico-crítica y fenomenológica, dice refiriéndose al carác-
ter de experiencia de lo vivido del mundo de la vida ...«un hori-
zonte (del mundo de la vida) no está constituído solamente por
claves intelectuales de interpretación o por símbolos representa-
dos mentalmente, sino que se construye en un proceso de vida y
experiencia».
El autor nos ofrece las claves para comprender el mundo de
vida popular venezolano, las cuales giran alrededor de la familia
como el punto de condensación más denso y con mayor carga de
sentido. La familia popular venezolana se estructura a partir del
estatuto de familia matri-centrada y de ahí puede entenderse e l
carácter convivencial que constituye al hombre popular venezola-
no (Moreno,Ibid. )
Desde el punto de vista de nuestro particular enfoque po-
dríamos decir que las estructuras del mundo de la vida de los
sujetos entrevistados y podríamos hacer una extrapolación para
el universo de la violencia interpersonal homicida en Venezuela,
giran alrededor de dos ejes estructurales de significación.

173
En primer lugar, lo vivido en contextos socio-familiares clara-
mente patológicos de desintegración, abandono (fundamentalmen-
te de la madre) y maltrato; y por el otro lado, la experiencia de
rechazo a los valores, la cultura, la institucionalidad, los modelos
de identificación e ideales de realización tradicionales.
Esto supone la definición de modelos de identificación e ideales
de realización social-personal (autorrealización), así como la afi-
liación a grupos de pertenencia y referencia, alternativos a todas
esas estructuras sociales convencionales.

 Los sujetos cuentan su propia historia

En atención a la exigencia metódica de tomar como punto de


partida lo histórico vivido por el sujeto como vía regia para com-
prender el fenómeno de la violencia, aplicamos la metodología de
las historias de vida (que para nuestro uso denominamos como
historia de la subjetividad) en función de la reconstrucción de la
subjetividad y los mundos de vida que constituyen la base de este
tipo de comportamiento (la violencia ).
Aplicamos historias de vida a un grupo de sujetos homicidas
adscritos a una institución de tratamiento comunitario, provenien-
tes de la cárcel de Vista Hermosa en Ciudad Bolívar y que aún
pagan condena por el delito cometido.
La muestra no tuvo representatividad estadística sino que fue
seleccionada en forma intencional, tratando de elegir casos que
representaran las características en forma lo más aproximado po-
sible al tipo de subjetividad que estamos investigando.
En este sentido se trata de una representatividad sociológica
que no indaga por distribuciones de frecuencias o asociaciones
entre variables (aunque también se aplicó en esta investigación una
encuesta con datos de tipo estadístico), sino en recurrencias, con-
vergencias, iteraciones que describen situaciones y tendencias es-
tructurales; vale decir procesos, y para ello nada más adecuado
que trabajar con una estrategia metódica que se basa en el estudio
de sujetos.

174
El instrumento estaba constituído por dos ejes estratégicos:
los aspectos socio-estructurales y los aspectos socio-subjetivos. La
indagación sobre el primer aspecto permitió la obtención de datos
referentes a: nivel socioeconómico de los padres del sujeto y del
sujeto mismo, la estructura e integración de la familia de origen
expresadas en un familiograma como representación gráfica, lugar
del sujeto en la constelación familiar y número de miembros en la
familia de origen.
En el segundo aspecto se hacía énfasis en la indagación por el
sujeto mismo y las estructuras de sus «mundos de vida» como
matriz de abordaje y comprensión de lo social. Así tratamos de
profundizar en aspectos como la historia de lo vivido por el sujeto
antes de cometer el delito, en sus relaciones con los otros significa-
tivos, fundamentalmente la familia.
En este sentido combinamos el enfoque de transversalidad que
supone los aspectos estructurales señalados, con un encuadre his-
tórico que partiendo desde la infancia termina en la adolescencia
como etapas críticas en el proceso de estructuración de la subjeti-
vidad.
Historia del sujeto en sus relaciones con los padres, primor-
dialmente la madre, padrastros, los hermanos y las figuras de au-
toridad. Investigando sobre áreas que describen procesos integra-
dores claves como: afectividad, aceptación-rechazo, atención-aban-
dono, disciplina-castigo e identificación con figuras de autoridad.

 Relatos orales de los sujetos

Sujeto Nº 1:
Edad actual: 34 años.

Proveniente de una familia de bajo nivel socioeconómico, es-


trato V de Graffar, el sujeto es analfabeta. El padre es albañil y
también es analfabeta, de origen campesino. La familia de origen
estaba completamente desintegrada y nunca llegó a conocer a su
madre: ...«mi padre me separó de élla cuando era muy pequeño y
me maltrataba» ...«mi padre era demasiado malo, me castigaba

175
despiadadamente, hasta con los pies me daba, me pegaba con los
puños, con palos, con correa, con lo que fuera; siempre me maltra-
taba desde pequeño». ...«Me ponía un pié en la cabeza y con el
otro me daba»
Su padre le negaba el derecho de conocer a su madre biológi-
ca: ...«yó le decía que quería conocer a mi madre y él decía que no
sabía... él nunca me llevó»
El padre era un hombre muy mujeriego: ...«no perdonaba a
ninguna mujer que se le atravesara , tuvo un total de 32 hijos con
distintas mujeres…».
Este padre le infundía mucho miedo al sujeto: ...«yó le tenía
mucho pánico cada vez que lo veía, estaba siempre muy asustado
por su violencia».
A pesar de ser una familia dispersa, el sujeto conoció a 3 de
sus hermanos (una hembra y dos varones) y comenzó a vivir con
ellos en la casa de su madrastra, pero esta etapa de su vida no hizo
más que prolongar su ya larga experiencia de maltrato: ...«uno de
ellos (de sus hermanos) me maltrataba, una vez de vaina no me
mató...».
Su vida transcurrió en varias ciudades: nació en Guiria (Edo.
Sucre), pero vivió también en Caracas y San Félix ...«mi padre me
traslado a Casanay (Edo. Sucre) en donde vivía con un tío que
también me maltrataba... hasta que un día me dije: no me la calo
más».

Comentarios sobre el caso:

En este relato, aunque breve, podemos apreciar muchos deta-


lles de la vida del sujeto que merecen ser puestos de relieve. Habla-
remos solamente de dos aspectos que definimos como los más re-
levantes.
En primer lugar destaca la historia de maltrato por parte de la
familia que nos permiten hablar de procesos de victimización cró-
nica probable del sujeto desde muy temprana edad. Este maltrato
sistemático y continuado se ejerce sobre una persona que por ser
muy joven todavía, vive por esta razón, aterrorizado y seguramen-

176
te en estado de indefensión porque quienes lo maltrataban eran
sus «personas primarias de referencia»: padre, hermanos mayores,
tío, etc.
Estas experiencias, vividas como experiencias básicas por el
sujeto, lo preparan para ir construyendo a lo largo de toda su vida
(si no hay experiencias significativas que lo modifiquen), una «ca-
rrera moral» orientada sobre una matriz de resentimiento social y
de odio que explica parcialmente la emergencia de un patrón de
comportamiento violento.
Una conjetura como ésta encuentra asideros en la afirmación
del propio sujeto cuando dice que: ...«En sí no es odio, sino ren-
cor» para referirse a lo que siente por el padre maltratador. Esa
«carrera moral» de sujeto violento puede ser expresada en lo que
denominamos una «cadena de victimización» porque el «maltra-
tado» se convierte a posteriori en un «maltratador» y en este caso
concreto, en un homicida.
Por el otro lado tenemos el hecho de la ausencia total de la
«madre biológica» en el proceso de crianza, como aspecto que po-
dríamos denominar como experiencia clave para entender el pro-
ceso de la «carrera moral» del sujeto en tanto persona orientada a
la violencia destructiva.
En este caso, el sujeto lo expresa de manera dramática cundo
dice: ...«yo digo que si hubiera conocido a mi mamá, yo no hubie-
ra caído en esto (en el delito de homicidio)...». ...«yo deseo cono-
cerla (a su mamá) porque la mamá de uno es la que lo conciente a
uno...». ...«porque no se si vive o muere...».
Los efectos de este tipo de experiencia en la configuración de
una predisposición o sensibilización especial por el comporta-
miento violento de estos sujetos, es una hipótesis que pudiera ser
demostrada no solo a partir de las investigaciones realizadas al
respecto sino también en este caso a propósito de los hallazgos
realizados en esta investigación.

177
Sujeto Nº 2:
Edad actual: 25 años.
Familia de bajo nivel socioeconómico, estrato V de Graffar,
comunidad de residencia marginal, de padre analfabeta, obrero
no calificado, madre cocinera. El sujeto tiene un nivel de instruc-
ción de sexto grado y no tiene un oficio conocido.
La familia de origen del sujeto es suficientemente amplia por-
que consta de 9 hijos, desintegrada, los padres se separaron cuan-
do él tenía 8 años.
Después de la separación se fueron a vivir con su mamá y el
padrastro. Este junto con su mama maltrataban al sujeto (y a sus
hermanos) quien finalmente se va a vivir con su padre biológico
por esta razón: «...quería más a mi papá porque mi padrastro me
pegaba con un cable...». ...«Yo odiaba a mi madre, también élla
me maltrataba, ella quería más al marido que a mi, por eso me fui
a la calle...» ...le tenía miedo a mi mamá». ...«una vez me comí la
comida de mi padrastro y ella (la mamá) me quemó la boca y
luego me puso el pié en el cuello y me estaba matando...
Luego, en razón del maltrato que recibía se fue de la casa de
su mamá para la casa de su papá. No obstante, en la reproducción
de esa cadena de victimización, también la madrastra maltrataba
al sujeto: ... «la madrastra discutía mucho conmigo y me daba
cachetadas y una vez yo agarré un palo». Me pegaban porque me
mandaban a «fregar»; ellos (la familia del padre) ensuciaban mu-
cho y por eso me pegaban….
En vista del maltrato recibido, el sujeto decide dejar también
la casa del padre y se va a vivir a la casa de una señora que era la
tía del padrastro: ...«después me fui para donde una señora de
nombre Juana ...». Fui a vivir allá, élla (la señora) si me trató bien,
élla si me dio apoyo, no mi mamá». ...«yo seguí con élla estudian-
do y llegué a sexto grado, pero después dejé la escuela porque ya
andaba en una rumba…».

178
Comentarios sobre el caso:

En forma similar al caso anterior es posible observar en la


narración del sujeto dos aspectos relevantes que constituyen expe-
riencias claves: 1.- el maltrato constante en las relaciones con las
figuras parentales, 2.- la ausencia de afectividad en las relaciones
con la madre. Sin embargo a diferencia del primer caso, este sujeto
si conoció a su madre, e incluso llegó a convivir con élla a pesar del
maltrato recibido; en razón de esto dice que su madre no lo quiere.
En este caso, en relación al maltrato, se puede aplicar todo lo
dicho en el primer caso. No obstante observamos que el sujeto no
expresa sentimientos tan negativos hacia el padre, como en el caso
del primer sujeto. Igualmente podríamos extrapolar a este caso lo
dicho a propósito del déficit afectivo de la madre en el primer
caso y sus consecuencias en la subjetividad.
Por otra parte y a diferencia también del primer caso, refiere
experiencias positivas como es el caso de la señora que lo recibió
en su casa, lo quería y lo indujo a estudiar hasta el punto de
llevarlo hasta sexto grado. Sin embargo, él mismo confiesa que no
quiso seguir estudiando porque ya andaba en la «rumba». Esta
«rumba» era la banda a la cual ya pertenecía de acuerdo a lo na-
rrado por el mismo sujeto de manera que así se iniciaba su proceso
de socialización hacia el mundo de la violencia delictiva.

Sujeto Nº 3:
Edad actual: 26 años

Perteneciente a una familia desintegrada, con cinco hijos, es-


trato V de Graffar, comunidad de residencia marginal, padre de
oficio albañil, sujeto con primer año de escolaridad aprobada.
Relata que desde su infancia la familia siempre estuvo dividi-
da, de hecho sus padres se separaron y él terminó viviendo con su
padre, el cual murió relativamente joven.
Luego intento vivir con su mamá pero fue rechazado por ella :
...«Yó quise vivir con mi mamá pero élla me despreció por irse
(sic) con su nuevo marido...». Ante el conflicto que surge con su

179
padrastro, la mamá decide apoyar al marido:….» Yo tenía proble-
mas con el «actual» marido de mi mamá, pero élla en vez de apo-
yarme a mi, apoyó a su hombre y no a mí que soy su propio
hijo…».
De acuerdo a las propias consideraciones del sujeto, este he-
cho tuvo gran repercusión en la historia de su vida, de tal manera
que lo marcó definitivamente: …» porque si mi mamá me hubiese
apoyado a mi, tal vez yo no habría pasado por lo que pasé….»
Dice estar muy dolido por esto y expresa un fuerte resentimiento
hacia su madre que persiste todavía hoy en día.
De acuerdo a lo narrado por el sujeto, sus problemas empeo-
raron a raíz de la muerte de su padre, quien era su único apoyo
familiar: ...«cuando mi papá falleció, yo tendría como 14 años,
pero mi mamá siguió rechazándome...» yo tuve que irme a vivir a
casa de mi abuela pero mis familiares me trataron como a un pe-
rro...», ...«no me daban comida, pasaba hambre, lo más que me
ofrecían era la sobra de los demás» ...«por esto es que yo decidí
agarrar la calle y me convertí en un indigente...».

Comentarios del caso:

En este caso, lo más resaltante del relato es el rechazo que


recibe por parte de su madre que marca la historia de su vida,
hasta el punto de generar una matriz de resentimiento en el sujeto
desde la primera infancia que aún no termina de resolver en la
actual etapa de su vida.
Pero el rechazo no proviene únicamente de la madre, sino que
también su abuela y familiares lo rechazaron. Esta actitud de re-
sentimiento social que alimenta una subjetividad de exclusión en
sujetos que viven estas situaciones, predispone también al com-
portamiento violento.
A diferencia de lo que comúnmente ocurre en las relaciones
del sujeto infantil con las figuras parentales en sociedades como la
nuestra, la madre aparece como rechazante y lejana, en cambio el
padre asume el rol de apoyo familiar; al menos en la percepción

180
del sujeto y éste ‘parece tener un recuerdo muy lejano pero tam-
bién positivo de su padre.

Sujeto Nº 4:
Edad actual: 24 años

Familia nuclear integrada, conformada por los padres y 12


hijos, de origen rural, padre de profesión maestro de obras y ma-
dre de oficios domésticos, con niveles de instrucción de tercer y
primer año y lugar de residencia marginal.
El sujeto tiene un nivel de instrucción de segundo año. El ni-
vel socioeconómico de esta familia podría ser ubicado en el estrato
IV de acuerdo a Graffar.
En atención a lo narrado por el sujeto, ellos (los hermanos)
tuvieron una crianza bastante estricta y dentro de las normas y
disciplina de la familia patriarcal tradicional «…si nosotros no
hacíamos lo que nuestros padres nos decían, entonces recibíamos
un correazo…» «…no teníamos esa libertad para salir de la casa
de noche, teníamos que hacer las cosas bien todo el tiempo...»
«por hacer las cosas malas, ahí venía un correazo…».
A la pregunta hecha por el investigador que si sus padres lo
maltrataban a él, el sujeto contestó: «...cuando había una correc-
ción por algo malo nos corregían, nos pegaban con una correa,
pero por algo malo…». Luego añade con respecto a su situación
actual que: «ni uno mismo, yo no me explico como uno cayó en
ese camino…»
Luego preguntamos sobre el motivo por el cual se había reti-
rado de la escuela y el sujeto contestó de la siguiente manera: «...mi
papá era maestro de obras y cuando venían las vacaciones de la
escuela, yo me dedicaba a trabajar con él ...yo lo ayudaba y él me
daba como 40 mil bolívares y cuando comenzó la escuela otra vez
no regresé porque me gustó trabajar porque (sic.) tenía real en mi
mano...»
A partir de aquí el sujeto habla de esa nueva vida que había
descubierto al lado de su padre: «...de verdad me gustaba porque
uno se podía vestir como uno (sic) quería... por medio del trabajo

181
yo dejé los estudios porque me gustó tener los reales, porque el
trabajo me daba, los estudios no...»
Luego el sujeto comienza a robar y va a la cárcel y cuando
sale en libertad se integra a una «banda» de delincuentes que ope-
raba en la zona en donde residía y es entonces cuando comienza a
ponerse en contacto con otros sujetos que ya estaban en el mundo
del delito y no sólo cometían delitos contra la propiedad sino tam-
bién contra las personas, vale decir homicidios.

Comentarios del caso:

A diferencia de los casos anteriores, este sujeto no tiene fami-


lia desintegrada, ni se queja del maltrato, desamor y abandono de
las figuras parentales. Al contrario refiere que perteneció a una
familia cohesionada alrededor de la figura del padre con una crianza
estricta, basada en modelos normativos y disciplinarios que en
todo momento desarrollaron mecanismos de control sobre sus hijos.
A pesar de esa situación sociofamiliar, este sujeto desarrolla
una «carrera moral» de delincuente que lo lleva del robo en pri-
mer lugar y por el cual cae preso por primera vez, a la integración
a bandas que cometen todo tipo de delito de alta violencia, pero
sobre todo homicidios y es en esta etapa cuando cae preso por
segunda vez.
No obstante, habría algunos elementos que cabría mencionar
en el caso de este sujeto y que son factores coadyuvantes o co-
factores del fenómeno objeto de estudio, como son: el bajo nivel
socioeconómico que genera situaciones de pobreza y al mismo tiem-
po lleva a los padres a vivir en una zona fuertemente marginal y
violenta como es Vista al Sol- San Félix (Edo. Bolívar).
La deserción escolar temprana y la enorme cantidad de her-
manos con los cuales tiene que competir por el afecto de sus pa-
dres podrían haber generado un déficit afectivo y una atmósfera
de rechazo.
Pero lo que nos parece de mayor relevancia en el intento por
comprender la situación de este sujeto, sería la fuerte identifica-
ción con el «estilo de vida» basado en el consumo de objetos de

182
«marca» promocionados por el mercado que de por sí es una va-
riable diferente (pero no independiente) de los aspectos asociados
con la historia de las relaciones socio-afectivas entre el sujeto y su
familia.
Este aspecto queda claramente expresado cuando dice que le
gustaba más el trabajo que la escuela porque ganaba dinero que le
permitía comprar las cosas que le atraían y vestirse como él quería.
Y aquí se ligan indisociablemente dos factores: la deserción escolar
temprana y el gusto por el trabajo, no tanto por el valor que éste
representa, sino porque constituye un escalón en la «carrera mo-
ral» delictiva que lo lleva a la calle como lugar de resocialización
en su «nuevo rol» y por la disponibilidad de dinero que le facilita
el acceso al consumo.

Comentarios finales

Si pudiéramos hablar de una radiografía de los sujetos entre-


vistados desde el punto de vista de los aspectos socio-estructura-
les, encontraríamos que todos son de estrato socioeconómico bajo,
viven en situación de pobreza, provienen de familias numerosas,
son de sexo masculino y para el momento de cometer el delito son
muy jóvenes de edad..
En cuanto a aspectos socio-subjetivos, con excepción de uno,
en 3 casos los sujetos provienen de familias desintegradas por se-
paraciones, han sufrido abandono afectivo, sobre todo de la ma-
dre, maltrato continuado y exclusión social.
Con respecto al maltrato, que es un factor que sobresale en los
sujetos investigados, pudiéramos decir que desde el punto de vista
de la «Hermenéutica simbólica», la cadena de victimización mal-
tratador-maltratado se traduce en la proyección inconsciente en el
Otro, a quien el sujeto maltratado identifica como amenazante u
obstáculo en el logro de sus objetivos, de la figura del padre mal-
tratador y por lo tanto susceptible de convertirse en objeto de ven-
ganza por parte de la víctima metamorfoseado en víctima-victi-
mario.

183
Todo parece indicar que la ausencia de figuras parentales en
los primeros cinco años del niño es un evento catastrófico en el
proceso de estructuración de su subjetividad, pero la ausencia de
la madre (abandono total o parcial) es abrumadoramente trágico.
Todos los estudios sobre ausencia de figuras parentales, fun-
damentalmente de la madre, (Spitz, 1945 citado por Recagno,
1982; Erickson, 1976; Moreno, 2007) en la temprana crianza del
niño, nos hablan de efectos devastadores precoces en la estructura
de su subjetividad y la construcción de la identidad personal;
sobre todo en el núcleo primario del yo que se configura a partir
del nutrimento que constituye la afectividad.
Sin embargo y rompiendo con la lógica de estos hallazgos,
vimos como un caso de los analizados, se aparta de este patrón y
presenta un tipo de relaciones socio-familiares en donde no están
presente estas características: familia desintegrada, separaciones,
maltrato, rechazo, abandono. En su defecto encontramos factores
que tienen que ver con la seducción por el sujeto del estilo de vida
predominante en el sistema de la sociedad de consumo global.
Tendríamos que concluir entonces que con respecto a los fac-
tores de riesgo que intervienen en forma determinante en la confi-
guración de una subjetividad propensa a la violencia interperso-
nal homicida, éstos podrían provenir de dos fuentes, fundamen-
talmente: 1.-el síndrome familia desintegrada-separación-maltra-
to-abandono-rechazo (sobre todo de la madre) ; 2.-estilo de vida
consumístico con relación a>valores de mercado capitalista y mo-
delos de identificación basados en el poder y los valores de carác-
ter instrumental-materialista de la sociedad de mercado.
Cualquiera de los dos tipos de factores pueden intervenir para
generar una subjetividad propensa a la violencia e identificación
con estilos de vida y modelos violentos. Con la pérdida de presti-
gio que sufren los modelos de identificación convencionales (pa-
dres, maestros, adultos significativos de la comunidad, etc) y las
agencias de socialización tradicionales (familia, escuela, comuni-
dad, etc.)
El sujeto que se inicia por los «caminos de la vida callejera»
puede identificarse con nuevos modelos ( delincuentes, pranes,

184
héroes de las películas violentos, jefes de bandas, etc. ) y caer en
manos de agencias de socialización no institucionales como son:
las bandas, la calle, etc.
Los medios de comunicación masivos de gran penetración como
la TV y los videos, constituyen también agencias de socialización
efectivas que desde la primera infancia capturan la subjetividad
del niño y le implantan modelos de identificación violentos o que
sugieren violencia.
Aún con los problemas provenientes del área sociofamiliar
resueltos, el sujeto que se sienta fuertemente atraído por esos esti-
los de vida y modelos de identificación y haya sido atrapado por
las redes de las agencias de socialización que hemos señalado, pre-
via deserción escolar, ya de hecho presentará una alta probabili-
dad de iniciar la «carrera moral» delictiva que lo lleve al mundo de
la violencia interpersonal homicida.
Esta «carrera moral» tiene una fase intermedia que se ubica en
la deserción escolar porque ésta es un verdadero «trampolín» que
lo llevará definitivamente a la «calle». En estos casos, la calle co-
molugar sociológico de socialización tiene mayor poder de atrac-
ción para el sujeto «vulnerable» que la misma familia y finalmente
se constituye en una agencia de resocialización en los nuevos sabe-
res, los nuevos roles y los nuevos modelos de identificación que
determinarán la vida de éste.
Absolutamente todos los sujetos investigados registraban si-
tuaciones de deserción escolar y este dato puede ser un fuerte indi-
cador del fenómeno que estamos investigando por el carácter de
transición hacia el salto cualitativo del sujeto que lo llevará defini-
tivamente a la calle como lugar de delito.
Otros aspectos importantes y que pudieran ser definidos como
factores situacionales en el abordaje del fenómeno objeto de estu-
dio, son la edad y el sexo. La edad promedio para la cual los suje-
tos cometen el primer delito está alrededor de los 15 por debajo y
son todos sujetos masculinos.
Aunque se puede encontrar personas mayores en el mundo
del delito de alta violencia, esto parece ser cosa de jóvenes mayori-
tariamente porque son los que aún no tienen un proyecto de iden-

185
tidad de integración social definido y por lo tanto tienen menos
resistencias y están más expuestos al riesgo. Podríamos hipotetizar
también que existe la representación de la juventud como asocia-
da con la violencia.
Con respecto al sexo, todas las investigaciones orientan a defi-
nir el mundo de la violencia destructiva como una cuestión de
hombres (lo cual no implica ausencia de mujeres) que remite a la «
cultura de la masculinidad» en el contexto de una sociedad esen-
cialmente fálica como la venezolana (latinoamericana y occidental).

Conclusiones generales:

Con respecto al fenómeno de la emergencia de la violencia


social como un efecto de explosión y teniendo en cuenta la investi-
gación que hemos realizado, pudiéramos decir que:
Jamás en toda la historia de la humanidad, el hombre había
sentido que su salvación, su realización, dependían de medios
materiales como en esta civilización; jamás el hombre se había con-
vertido en una «mera abstracción», un simple medio instrumen-
tal, una cosa totalmente desechable como ahora. Jamás las relacio-
nes interpersonales y la comunicación en general, estuvieron tan
mediatizadas materialmente como en esta civilización.
El concepto de sagrado, vinculado no sólo a Dios, sino tam-
bién a la naturaleza, al hombre y la vida, jamás había sido decla-
rado por la «ideología de éxito» dominante y la gente común,
como totalmente innecesario para la realización y el logro de los
objetivos fundamentales de las sociedades y los individuos consi-
derados particularmente.
Pero también jamás en la historia de la humanidad, se había
llegado a un pragmatismo tan delirante como para considerar que
lo único importante en la vida sea mi interés particular, las necesi-
dades estrictamente individuales y particulares. De ahí surge un
estilo de vida y manera de ver al mundo que se expresa concreta-
mente en el tipo social del «individualista- egocéntrico- primario».
Igualmente podríamos hablar de otro tipo social, complemen-
tario con el anterior que surge en este contexto y que podríamos

186
definir como el «individualista hedonístico». Lo único importante
en la vida es «pasarla bien» y ésta no merecería llamarse tal sino
girara alrededor del «goce material « que permite el consumo de
productos de origen tecnológico; el goce tecnológico.
«El goce sin compromiso» radical es la manera como se defi-
ne, desde esta perspectiva, el modo de alcanzar la realización y por
tanto la salvación del alma, pero no ya desde el plano de lo espiri-
tual, sino de lo material, por lo tanto salvación del cuerpo.
Todos estos elementos conforman una «atmósfera espiritual»
y ética que contiene ya dentro de sí como una lógica fundamental
y terrorífica que sugiere la metáfora de la «muerte del hombre» y
también de la naturaleza porque implica el empobrecimiento del
universo de la vida y su reducción a cuestiones de tipo instrumen-
tales.
Es un estado de miseria espiritual que reconcilia al hombre
con el carácter de «ser-para la destrucción» que puede llegar a
tener y que comporta dentro de Sí como especie, como poten-
cialidad.
Con respecto al fenómeno de la violencia interpersonal que
conduce a muertes violentas, en el país y la región latinoamericana
de acuerdo a los datos disponibles, creo que podemos hablar de
una tendencia estructural al agravamiento del problema sobre todo
en dos últimas décadas.
A nuestro modo de ver las cosas lo que ha ocurrido es un
proceso de agudización de tendencias estructurales ya presentes
en la sociedad venezolana agravadas por la implantación de un
modelo de civilización que en vez de disminuir el peso de éstas lo
que hace es exacerbar el cuadro de una patología que tiene todos
los síntomas de una epidemia, en el mejor sentido del término.
Urbanización caótica y violenta, desarrollo en su máxima ex-
presión de un modelo petrolero de cultura-sociedad (la civiliza-
ción petrolera) que junto a la instauración de un proceso civiliza-
torio global ha favorecido la implantación de un estilo de vida
fundamentado en un nuevo sistema de jerarquización de valores
que responde a una visión del mundo centrada en lo objetual, más
que en lo humano, en lo egocéntrico, más que en lo sociocéntrico,

187
dando al traste con estructuras tradicionales de solidaridad y co-
municación interpersonal.
El advenimiento, en razón de esto, de un estado de hiper-
anomia que denominamos como «proceso de pulverización so-
cial», significa la disolución de las mediaciones sociales, simbóli-
cas y los rituales de la interacción que hacían posible la conviven-
cia social.
Son éstos los escenarios más amplios dentro de los cuales
puede ser abordado el fenómeno de la explosión de la violencia
interpersonal en general y de los homicidios en particular, en las
últimas décadas.
Por otra parte tenemos, que en el caso del venezolano concre-
tamente se han producido algunas modificaciones en la dimen-
sión de su Inconsciente colectivo, su alma colectiva, que favorecen
el surgimiento de una «pulsión de muerte» como tendencia domi-
nante.

1. A pesar del predominio aún del status simbólico de la madre


como arquetipo predominante (la madre nutricia), el matri-
centrismo se ha erosionado fuertemente por efectos de la im-
plantación en la subjetividad y el Inconsciente societario del
venezolano de una lógica de mercado profundamente objeto-
céntrica y fetichista. Estos cambios conspiran en contra del
lugar central de la familia, el parentesco y la afectividad, como
rasgos presentes en el complejo ideológico-cultural que cons-
tituye al machismo.

2. El proceso de urbanización acelerada y la transición de una


sociedad tipo comunidad a una sociedad de tipo urbana-ma-
sificada, en donde todos los días hay que batirse con un «or-
den caníbal», que nos reduce a todos a simples átomos de un
universo cada vez más impersonal, ha convertido a la persona
humana en una especie de abstracción que no tiene un valor
concreto para el sujeto.

188
3. El resentimiento social que nos ha acompañado ancestral-
mente (somos una sociedad socialmente resentida), ha venido
agravándose por efectos de las inmensas desigualdades y la
exclusión social hasta el punto de alimentar la vieja y ancestral
«pulsión de muerte» que arrastramos como grupo con una
historia de dominación, opresión y «heridas abiertas y san-
grantes» aún no completamente sanadas porque fueron « ima-
ginariamente suturadas»

4. La tendencia, quizás por la prevalencia de esa matriz de resen-


timiento social aún no resuelta, a resolver los conflictos de
manera violenta en el venezolano por su origen de sociedad
mutilada y múltiplemente fracturada, producen como reac-
ción compensatoria, imaginarios de «rebeldía» y «orgullo» que
fácilmente predispone a comportamientos destructivos y au-
todestructivos.

189
Notas:

1. Sin embargo, todo la estructura lógica y epistemológica de la cien-


cia que permitió el desarrollo exponencial del conocimiento cien-
tífico desde el punto de vista de la construcción de un formidable
aparato de una racionalidad cognitivo-instrumental, esta montada
sobre la disyunción del conocimiento de la realidad con respecto a
la subjetividad.
Esta operación produjo un proceso de «descuartizamiento»de la
realidad, que en el campo de la Medicina ha significado «una disec-
ción anatómica del cuerpo» de tipo epistemológica.
2. La enunciación más discursivamente clara de esta propuesta es la
que hace Comte (1980) en su Curso de filosofía positiva a propósi-
to de la formulación de la ley de los tres estadios y Durkheim (1976)
en Las reglas del método sociológico, con su definición de los he-
chos sociales como cosas y exteriores al individuo.
3. Esto está fundamentado en el principio de reducción de la reali-
dad, caracterizada por la multidimensionalidad de los procesos, a
la visión de simplicidad que supone el universo y la naturaleza como
determinados por unas cuantas leyes perfectamente cognoscibles,
exorcizando así las dificultades que presenta el enfoque de com-
plejidad; lo cual denuncia la ansiedad cartesiana de la disyunción
sujeto-conocimiento de la realidad.
4. Se refiere al descubrimiento en el campo de la investigación de los
universos microfísicos de la ambivalencia del comportamiento de
la luz la cual puede adoptar simultáneamente el carácter de onda y
de partícula. Esto podría ser tomado como el antecedente en el cam-
po científico de lo que posteriormente es enunciado como para-
digma de la complejidad.
5. Podemos hacer referencia aquí a la enunciación de lo que el físico
David Bohm ha denominado como «principio antrópico partici-
pativo» en donde los subjetivo es una categoría central en el proce-
so del conocimiento de la naturaleza microfísica porque una vez
que se produce la observación se introducen modificaciones en el
objeto de estudio.
6. Es a esto a lo que Kuhn se refiere con su concepto de paradigma, el
cual hace alusión al carácter histórico de la matriz subjetiva que
está a la base del proceso mismo de enunciación y percepción de

190
los eventos que configuran el proceso de producción de conoci-
mientos científicos.
7. Organización Mundial de la Salud, Informe mundial sobre la vio-
lencia y la salud. Washington, D.C. 2002.
8. Fuente: Anuarios de Epidemiología y Estadísticas vitales.Varios años.
Ministerio de salud y desarrollo social.
9. OMS.Ob.cit.
10. Briceño-León, Roberto: Global view on violence and health en
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volumen 11, número 2-Abril-Junio 2006, pp. 316.
11. Iniciativa del Centro de Investigaciones Sociales del grupo social
CESAP-Nº17-Agosto-Septiembre, 2006, Caracas.
12. Briceño-León.Ob. Cit.
13. Rodríguez, Francisco, Violencia social: ¿Estilo de vida o estrategias
de sobrevivencia?, Caracas, 2005, pp. 87-96.
14. CESAP. Ob.Cit.
15. Ibidem.

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