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La letra de Borges

Es claro que, cuando en un atisbo, parece encontrar la clave, la llave, la respuesta, ésta irremediablemente se
diluye en falsedades, olvidos o confusiones, que la vuelven inútil. Sus soluciones están condenadas al fracaso,
por lo que apela a las ficciones literarias para comunicar el drama o la magia del destino humano. Me parece
interesante la insistencia en una revelación presentida, que parece querer manifestarse, pero que no se concreta y
que es según él la esencia del hecho estético. Mensaje que esperamos y que nos agita por su condición de
inasible.

“En lo sucesivo se plantearán habitar


el psicoanálisis como poetas…”[1]

Mi interés en la letra de Borges radica en su posibilidad de articularla con el psicoanálisis.


Lacan en su seminario L’ Insu planteaba: “Sea lo que fuere, lo que es de esta práctica, es también
poesía….en tanto no hay más que la poesía que permita la interpretación” [2].
Me propongo dar cuenta de la vecindad que en tanto psicoanalistas intentamos realizar entre el
psicoanálisis y la poesía. Los psicoanalistas no somos poetas, será por eso que se nos invita a hacer un
esfuerzo de poesía y si en esto el artista nos lleva la delantera me atrevo a formular la pregunta acerca de
lo que nos puede enseñar Borges, el artista, a los psicoanalistas. Borges transmite lo que la palabra tiene
de incesante y de interminable, su escritura ejerce la insinuación e ignora la hipérbole, para él el lenguaje
mismo es una creación estética que no alcanza a atrapar el universo sino de manera imperfecta.

Se escribe desde lo que no se sabe, de igual modo habla el sujeto, su palabra es más y otra cosa que lo
que quiere decir y al mismo tiempo no alcanza a decirlo todo, alude, sugiere, evoca, conlleva ese margen
de pérdida inevitable inherente al orden simbólico y su decir se constituye en la lógica del no-todo.
El acto analítico, como el poético, no se asegura en ningún saber. No transmite sino lo que produce, efecto
de sentido y al mismo tiempo efecto de agujero; la poesía da lugar a lo que desborda el lenguaje,
produciendo el silencio que agujerea el saber. No pueden expresarlo mejor unos versos de Alejandra
Pizarnik:

“Nunca es eso lo que uno quiere decir, la lengua natal castra…..no, las palabras no hacen el amor, hacen la
ausencia.”[3]

A partir de un recorrido por algunos cuentos y poemas de Borges me interesa transmitir lo que puede
extraerse como un punto repetitivo y plantear su entrecruzamiento con el psicoanálisis.
Borges resulta un escritor privilegiado por conducirnos por caminos imprevistos. Su escritura nos conecta
con lo extraño, lo opaco, el misterio; haciendo estallar los supuestos acerca de la realidad, el tiempo, la
vida, la muerte, el bien y el mal. Es una escritura que llama a la interpretación, y sabemos del gusto de
Borges porque se lo interpreta, será por esto que atrapa y causa la búsqueda de develar el enigma.

Tomo como referencia dos cuentos “El libro de Arena” y “La biblioteca de Babel” pues allí se encuentran los
elementos que van conformando, a la manera borgeana, ese objeto a la vez fascinante, fantástico,
inentendible, inalcanzable y del cual se plantea su búsqueda incansable, incesante, infinita, laberíntica,
para dar con él, lo que paradójicamente desencadena luego del esfuerzo que implica su encuentro, la
necesidad de desembarazarse del mismo, arrojarlo, esconderlo, olvidarlo ya que su posesión resulta
enloquecedora, perniciosa, maligna y mortífera.

Ese objeto que Borges delinea en distintas metáforas, pudiendo ser un libro, un aleph, un tigre, una
biblioteca infinita, es el que no deja de evocar al objeto que propone el psicoanálisis para el ser hablante,
como el objeto del deseo, objeto perdido, que causa su búsqueda metonímica, pero que una vez hallado
deja de ser lo buscado, por cuanto su encuentro produce en tanto falta la falta, el afecto de angustia.

Es claro que, cuando en un atisbo, parece encontrar la clave, la llave, la respuesta, ésta irremediablemente
se diluye en falsedades, olvidos o confusiones, que la vuelven inútil. Sus soluciones están condenadas al
fracaso, por lo que apela a las ficciones literarias para comunicar el drama o la magia del destino humano.
Me parece interesante la insistencia en una revelación presentida, que parece querer manifestarse, pero
que no se concreta y que es según él la esencia del hecho estético.
Mensaje que esperamos y que nos agita por su condición de inasible.

Borges es más perplejidad que certezas, lo más cautivante de su lectura es dejarse alcanzar por ésta y
permitirse otro modo de ver el mundo.
El laberinto es un recurso al que apela para proponer su visión del universo cuya estructura lleva a
perderse y no puede entenderse cabalmente. Demuestra que ni la ciencia, la filosofía y la religión alcanzan
a dar respuesta al misterio del mundo humano y su solución muchas veces es estética y literaria; lo que lo
hace un artista.

Borges escribía con lo vivido, lo visto, lo oído y olvidado; su realidad es caótica dispersa, contradictoria;
mezclada con el sueño y el deseo; en suma su realidad es ficcional y en esto se emparenta con la
estructura de ficción que tienen tanto la realidad como el deseo para el sujeto.

Hay una imposibilidad de captar la realidad en los hechos y en las cosas y por lo tanto de comprenderla. “Si
viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos.”[4]

Es la realidad con esa cuota de Real perdido para siempre. Borges deja siempre el espacio al vacío, a la
pérdida, que sabemos es fundante del sujeto. Lo que toca su escritura es una ausencia; haciéndola
consciente, la provoca, la bordea, la hace productora del acto de escribir. Es una ausencia que se busca
para alojarla y recibirla en la escritura.

El veía al mundo a través de los libros. “Yo, que me figuraba el paraíso bajo la especie de una
biblioteca”[5]. Al placer de leer, le sigue el destino de escribir, no podría haber hecho otra cosa, es del
orden de la necesidad.

La insinuación de lo precario de la existencia da poesía y emoción a la obra de Borges. La realidad y el


tiempo es algo que él desintegra para ir contra el supuesto de que somos una entidad concreta, completa y
con vida propia, haciendo tambalear la seguridad en la vida misma. Por ello produce ese estremecimiento
de quien se acerca al misterio, que no sin angustia recorre los senderos del objeto perdido en una
peregrinación inacabable, de cuya búsqueda el ser hablante hace su causa y la justificación de su
existencia.

“Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros), hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado
resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su
arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso”[6]

En el “Libro de arena” inicia el relato apelando al more geométrico, el cual establece que la línea consta de
un número infinito de puntos y el plano de un número infinito de planos; para decidir que no sería ésta la
mejor manera de iniciarlo, puesto que el objeto que nos presentará viene a subvertir todo orden. No hay
cálculo posible que permita cernir ese objeto que le es ofrecido por un desconocido, extranjero de su tierra
y de su lengua, para quien también ese objeto le es ajeno. Se trata de un libro que carece de los atributos
establecidos, sus páginas numeradas de modo arbitrario pierden ese orden caótico cada vez que se cierra,
que se abre.

Como la arena, no tiene principio ni fin, para demostrar que nosotros, como el libro, estamos también en
cualquier punto del espacio, en cualquier punto del tiempo. Ese objeto sagrado, precioso, agalmático, va
convirtiéndose en monstruoso, imposible, no queda más que guardarlo, o mejor esconderlo u olvidarlo;
perderlo para siempre.

“La Biblioteca de Babel” es su metáfora del universo, existe desde siempre y siendo perfecta e infinita, le
adjudica un origen divino. En cambio el hombre es un bibliotecario imperfecto, buscador incansable de
verdades caóticas.

A pesar de sus esfuerzos no puede hallar el origen de la biblioteca, hay una infinitud de posibilidades para
revelar el secreto; subiendo y bajando peldaños, sin descansos ni tiempos, éste se le escapa.

Borges concluye: “Los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la solución
a los misterios básicos de la humanidad, que se supone encierra la biblioteca total, es computable en
cero.”[7]

Borges escribe la imposibilidad de enlazar el mundo humano con el divino, mostrando como toda escritura
va al lugar de lo imposible y se revela como el intento fallido de escribir la relación sexual.

Sabemos por el psicoanálisis que el ser hablante no cuenta más que con su simbólico e imaginario para
atrapar un real, perdido para siempre desde que es apresado por la red sonora que es el lenguaje. De ahí
que haga uso del síntoma; allí encuentra su solución, siempre fallida, ese único punto de real, que le es
dado alcanzar, para desde ahí intentar escribir lo que no cesa de no escribirse. Así el arte tiene en común
con el psicoanálisis el ser una experiencia circunscripta de lo real.

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